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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.14 n.41 Guadalajara Jan./Apr. 2008

 

Teoría y debate

 

Una teoría postcolonial de México, Wal-Mart y la idea de progreso. La invasión de los wal-marcianos

 

Lenneke Schils*

 

* Maestro en European Studies: International Politics. Académico de la Universidad de Maastricht, Países Bajos. lenhoofd@hotmail.com.

 

Fecha de recepción: 07 de junio de 2007
Fecha de aceptación: 20 de julio de 2007

 

Resumen

El concepto "progreso" no tiene un significado unívoco. No obstante, ha sido (ab) usado para justificar, primero, la subyugación colonial y luego las prácticas postcoloniales. El uso del concepto en relaciones internacionales permite que la relación asimétrica entre los EU y México se perpetúe, por medio del TLCAN y las compañías multinacionales que han obtenido acceso a los mercados extranjeros por la vía de este tratado. La prevaleciente noción occidental de progreso implica el ejercicio del neoliberalismo y, consiguientemente, el consumismo. El mejor ejemplo de conducta postcolonialista es la invasión de Wal-Mart en México. Su eslogan "precios bajos siempre" hace creer que su llegada significa progreso, mientras que sus sueldos bajos y sus prácticas sofocantes impiden que el país pueda lograr un crecimiento auto-estimulado. La mayoría de las ganancias sigue una vía unidireccional hacia los Estados Unidos, manteniendo la asimetría entre los países limítrofes.

Palabras clave: progreso, postcolonialismo, neoliberalismo, TLCAN, Wal-Mart.

 

Abstract

There is not only one understanding of the concept of progress. Nevertheless, it has been (ab)used to justify first colonial subjugation and then postcolonial practices. The use of this concept in international relations allows for the asymmetric relation between the USA and Mexico to perpetuate, by means of the NAFTA and of the multinational companies that have gained access to foreign markets through the same agreement. The prevailing Western notion of progress implies the exercise of the neoliberalism and consequently, consumerism. The best example of this post colonialist behavior is Wal-Mart's invasion of Mexico. Its slogan 'always low prices' would mislead you into believing that its arrival means progress, whereas its low salaries and its stifling practices prevent the country from achieving a self-stimulated growth. The majority of the profit goes on an only-one-way route towards the United States, maintaining the asymmetry among the neighboring countries.

 

Introducción

Cuando Víctor Hernández, un vendedor de bicicletas mexicano, harto de viajar 25 kilómetros diarios para comprar por mayoreo, comenta sobre la construcción de un Wal-Mart cerca del Templo del Sol en Teotihuacan y las protestas que esto provocó, con las palabras: "Esa gente que está tratando de pararlo [el supermercado] no entiende el sentido de progreso", la ambigüedad de tal concepto reluce. Confiado en que el Wal-Mart le dará empleo a su hijo, proclama: "Esto sí es progreso". No obstante, deberíamos preguntarnos, ¿progreso para quién?

El concepto de progreso es habitualmente matizado como un proceso natural que todas las sociedades experimentan, aunque sea a un ritmo diferente. Sin embargo, no hay un solo significado inequívoco de lo que realmente constituye progreso. La cuestión es si la noción del progreso como tal (que existe dentro de cierta sociedad) es endógena o más bien es un concepto impuesto por actores externos para influenciar la mentalidad de dicha sociedad. La tendencia teórica denominada postcolonialismo ha desarrollado esta última idea. Según el postcolonialismo, la imposición de la idea neoliberal del comercio libre facilita el acceso político y económico mayormente a las condiciones del actor externo. La necesidad de progreso y desarrollo percibida por el Occidente siempre ha sido subyugada a su propio interés comercial y moral (Fisher y Ponniah, 2003: 10). Robert Nisbet describe esa tendencia como un intento de:

[...] convertir una heterogeneidad percibida en una homogeneidad conceptualizada: la homogeneidad de una sola progresión de todos los pueblos del mundo ordenada temporalmente desde los más simples hasta los más avanzados —lo cual por supuesto para la gente de Europa Occidental significaba ellos mismos (Nisbet, 1980: 149).

En lugar de un control directo político-militar, los poderes postcoloniales emplean políticas económicas, financieras y comerciales para dominar a los países débiles. Los que apoyan esta teoría sostienen que lo anterior significa un control de facto sobre las naciones sujetadas.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) sirve como un ejemplo controversial de prácticas semejantes. La relación asimétrica entre los Estados Unidos y México da lugar a un intenso debate sobre la interdependencia entre el postcolonialismo y la noción de progreso. México suscribió el TLCAN convencido de que liberalización se traduciría en un crecimiento económico y ello traería el progreso soñado. La dependencia postcolonial ha distorsionado este objetivo y es particularmente importante entender por qué y por instigación de cuál actor México aceptó el acuerdo. La tesis central es la siguiente: ¿es la noción de progreso una herramienta esencial en la realización de las políticas postcoloniales de subyugación? Para substanciar el debate se dará un enfoque especial a una de las compañías más exitosas de los EU y el empleador privado más grande en los tres países del TLCAN: Wal-Mart. El crecimiento explosivo de sucursales de Wal-Mart en México después de la puesta en marcha del TLCAN esclarece la existencia de la noción de progreso en las relaciones bilaterales.

En el dominio moderno, en el cual ha acontecido un proceso de humanización de la noción de progreso, la orientación es en agentes humanos, tanto individuales como colectivos. Aquí se argumentará que bajo las tendencias recientes de globalización y su pertinente estructura postcolonialista se puede distinguir un nuevo tipo de agente: las corporaciones multinacionales. Aunque existen múltiples explicaciones de lo que constituye progreso —es acoplada a los valores económicos neoliberales, vista como un proceso social y como una maduración política—, la predominancia de las multinacionales ha formalizado la supremacía de la interpretación neoliberal. Generalmente se puede dilucidar la noción de progreso usando los conceptos de libertad y poder. Por una parte, el progreso actúa como un proceso liberalizador necesario para romper los antiguos esquemas de dependencia. Por otra, la imposición de la noción de progreso puede servir como un instrumento de poder para controlar el desarrollo en otras sociedades. A pesar de la omnipresencia de la noción de progreso en las relaciones internacionales, Piotr Sztompka argumenta que el concepto sufre una avería temporal (Sztompka, 1993: 33-35). Sztompka observa un "desplazamiento del Occidente" y señala que hay una disminución contemporánea de la fe en los valores y las instituciones de sociedades modernas y altamente desarrolladas. Nisbet encuentra los síntomas de tal desplazamiento, entre otros, en el subjetivismo y el narcisismo egoísta típicos de la cultura consumista (Nisbet, 1980: 317-351). Aquí se arguye lo opuesto, es decir que en lugar de un desplazamiento del Occidente, la cultura consumista actual es la nueva forma de proliferar la idea occidental de progreso en manos de los actores poderosos, es decir las corporaciones multinacionales. La noción de progreso es divulgada midiendo las opciones del consumista: la creciente abundancia y la variedad de productos y precios disponibles en el mercado.

 

La noción de progreso: una vista particularista del mundo

La creencia en el progreso es usada para acortar la brecha entre la realidad y las aspiraciones, lo que marca un sesgo innegablemente utópico. En cierto sentido, el progreso está alineado con la presunción de la perfectibilidad del mundo (Nisbet, 1980: 10-46). Sus raíces intelectuales se remontan a la antigua Grecia, donde se percibía al mundo siempre en un proceso de crecimiento. Platón y Aristóteles relatan el desarrollo de la sociedad desde un estado bárbaro hacia la ciudad-Estado política griega en Leyes y Política, respectivamente. Desde entonces, la palabra progreso ha penetrado el pensamiento occidental por siglos (Sztompka, 1993: 24-26). Su interpretación se alteró considerablemente en la época del colonialismo ultramarino, cuando descubrieron que las sociedades humanas, las culturas y las organizaciones políticas y económicas no eran todas idénticas. Para preservar la idea de la unidad y el avance común de la humanidad, el descubrimiento fue explicado a través de la plasmación de diferentes etapas de progreso y desarrollo a lo largo de la misma marcha. Esto entraña el supuesto de un trayecto sobre el cual las sociedades se mueven (Goldberg, 2000: 82-83). Por consiguiente el universalismo del progreso fue reemplazado por un significado más particularista, con una predisposición etnocéntrica: la noción de desarrollo y, más importante, de subdesarrollo nacieron según un denominador común europeo (Venn, 2006: 9-11; 53). Durante la Ilustración la idea de progreso se popularizó gracias a la promesa de expansión ilimitada asociada a la ciencia. El concepto fue firmemente situado dentro del modelo de transformación direccional y de "desarrollismo", y sobre todo vinculado al concepto de la "modernidad triunfante". Lo último sugiere que la emancipación de las sociedades pre-modernas y subdesarrolladas de su estado tercermundista, solamente pueda proceder por una emulación del Occidente. El entendimiento de la genealogía de la modernidad por pensadores contemporáneos es parcial y provincial; además, subraya la falacia euro-céntrica (Dussel, 1993: 65).

Según Sztompka, una de las características generales del ambiguo concepto de progreso es el énfasis en causas "endógenas" (Sztompka, 1993: 28). No obstante, desde Hernán Cortés no se puede asumir que el progreso en México haya sido autopropulsado. La identificación del ser mexicano ha sido un proceso complejo basado en la lucha geohistórica entre el reparto colonial y la reubicación opositora (Mignolo, 2000: 181). La introducción de la noción euro-céntrica de progreso y modernidad a través del mestizaje ha sido una demostración de poder, que ha facilitado la opresión del pueblo por medio del sincretismo de creencias. A pesar de ello, la adopción y adaptación de esa idea de progreso se ha convertido en una herramienta de libertad: dota a los oprimidos de un sentido de mejora y autosuficiencia. De tal manera, la noción de progreso es tanto una forma de libertad como de poder, impuesta pero, últimamente, asemejada.

 

La noción de progreso en el México Imaginario y el México Profundo

El hecho de que el desarrollismo llegó a formar una parte intrínseca de la configuración de progreso ha creado una "metáfora de crecimiento engañosa" (Nisbet, 1969). El progreso no es tanto una necesidad, como se creía en la Antigüedad, sino una posibilidad que no siempre es reconocida. Por lo tanto, un cambio con frecuencia solamente puede ser iniciado por factores externos, creando lo que podemos llamar "progreso pasivo". El choque entre las ideas europeas y las tradiciones de las civilizaciones mexicanas culminó en una substancial crisis de identidad para los mexicanos y ha creado una sociedad híbrida, sujeta a un progreso pasivo (Moreno, 2003: 6-8). Existe una mezcla terriblemente compleja de tradiciones auténticas e ideadas. Esa mezcla a menudo causa colisiones entre las diferentes razas, regiones y entre los diferentes estratos sociales del país (Moreno, 2003: 27-33). Para explicar dichas tensiones, el autor Guillermo Bonfil Batalla presenta dos Méxicos: el México Imaginario y el México Profundo. El primero representa al país dañado después del colapso del modelo de desarrollo forzado por el Occidente. El segundo posee los recursos humanos tradicionales con los que la nación siempre ha contado, sin embargo es dominado por el primero (Bonfil Batalla, 1996).

El México Imaginario contemporáneo está cada vez más definido por el papel postcolonial y hegemónico de los Estados Unidos en la escena mundial. Lógicamente, México es muy perceptivo a la cultura y el comercio estadounidense a consecuencia de sus lazos históricos y geográficos. Los avances recientes en la tecnología moderna y los modos de comunicación realzan esta perceptividad. En vista de ello, no es sorprendente que México optara por entrar al TLCAN con sus poderosos vecinos del norte (Hamnett, 1999: 8-9). Los gobiernos mexicanos del siglo XX se desviaron de la retórica nacionalista y empezaron a cantar las alabanzas de la ideología económica abanderada por los Estados Unidos.

El manifiesto neoliberal de los EU, incorporado en el TLCAN, pasó a ser el determinante más reciente de la percepción de progreso en México. El TLCAN fue recibido en México como el paso decisivo que permitiría dejar atrás la pobreza; también significó una separación tajante del resto de América Latina (Krooth, 1995: 249-252).

Sin embargo, nunca habrá una idea homogénea de progreso en una sociedad tan heterogénea como la mexicana. La esquizofrenia de México inevitablemente engendra concepciones de progreso conflictivas. La clase dominante, compuesta por los líderes del México Imaginario, identifica al Occidente como el modelo adecuado para el desarrollo. Por el contrario, el México Profundo vivió su apogeo durante la Revolución mexicana y más específicamente a través del zapatismo (Merrell, 2003: 188-190). Aunque el México Imaginario haya triunfado ostensiblemente, esto no quiere decir que el México Profundo sucumbiera con el final de la resistencia zapatista. La cultura mexicana está hendida en dos mundos opuestos e incompatibles. Sin embargo, ambos son intrínsecamente interdependientes. Mientras el uno se impone, el otro resiste. México es la culminación de lo que representa una "cultura híbrida". La puesta en marcha del TLCAN y la subsiguiente invasión de los wal-marcianos podrían significar un apócrifo crecimiento económico para el México Imaginario, mientras simultáneamente alimenta una regresión cultural. A menudo se menciona a la urbanización, la modernización y la industrialización de sociedades como sinónimos de progreso, a pesar de que los problemas asociados (como las ciudades superpobladas, las playas atestadas, los desechos del consumo y la degradación del medio ambiente) subrayen que el progreso en un dominio que habitualmente sólo acontece a costa de otros (Rodrik, 1997: 19-37). Hasta ahora, el proceso de la integración mexicana-estadounidense ha procedido fortuitamente. La época del TLCAN ha traído a México un intenso contraste entre el crecimiento económico y la sacudida política, como también ha ocurrido entre el México Imaginario y el México Profundo.

 

La globalización como el comunicador de progreso

Daniel Chirot afirmó, ya desde 1977, que "ningún país es una isla autosuficiente" (Chirot, 1977: ix). Por cierto, el ámbito de las interdependencias se volvió verdaderamente global. ¿Significará esto, entonces, el descarte de la diversidad descubierta en el tiempo colonial? Las organizaciones supranacionales son de una innegable y creciente importancia para la gobernanza de la economía y política internacional. El TLCAN y las corporaciones multinacionales como Wal-Mart, cuyos ingresos exceden los de muchos Estados-naciones medianos, son tanto causa como efecto de la dispersión de la globalización. La homogenización de muchos aspectos en la vida cotidiana en sociedades distintas es un hecho (Giddens, 1990: 60-64). El fenómeno de la estandardización del consumo, que ha sido etiquetado como "McDonaldización" y "McDisneyización" (Ritzer, 1993, 1998) —tal vez "Wal-Martización" no estaría fuera de lugar —, ha creado una cierta "aldea global" (McLuhan, 1964). Sin embargo, la globalización también provoca algunas líneas de pensamientos y acciones contraofensivas. Conscientemente o no, una gran cantidad de personas tienden a regresar a sus propias tradiciones regionales en defensa contra la globalización. Además, las brechas basadas en posición social y creencias culturales, como existen entre el México Imaginario y el México Profundo, se han ampliado aún más en el nuevo milenio.

El uso del término "globalización" es más legítimo en otros niveles que en el de la cultura. Considerando el establecimiento rápido de los Wal-Mart, propiedad estadounidense, en México dentro del contexto de la globalización, la teoría de "desarrollo dependiente" ofrece perspectivas a la situación. Según esta teoría, la entrada de inversiones extranjeras necesaria para instaurar un capitalismo dependiente, crea "enclaves" de empresas altamente desarrolladas y modernas en medio de lo que describen como tierra atrasada. Consiguientemente, tales empresas estimularán la educación de la mano de obra y la élite ejecutiva capacitada y especializada, la cual puede inducir un impulso en la iniciativa empresarial local. El crecimiento doméstico y el desarrollo económico despegarán enseguida, reduciendo lentamente la dependencia preexistente (Cardoso, 1973: 163). No obstante, el fundamento de la teoría contiene unas propiedades arraigadas que inintencionadamente socavan su propia viabilidad. Fernando Cardoso sostiene que "los países recientemente industrializados", entre ellos México, comprueban que las interconexiones económicas globales con el tiempo pueden llevar a una emancipación incremental. Aunque suena razonable, el capital que las corporaciones del "primer mundo" exportan a futuros países industrializados es atraído por una mano de obra barata, explotable y no-sindicalizada y provocará un crecimiento deleznable e insostenible (Bartolovich, 2000: 131).

Por lo tanto, permanece cuestionable si el Wal-Mart puede impulsar el progreso creando unos enclaves similares. La cadena de supermercados no es precisamente famosa por la manera en que trata a sus proveedores y empleados. El uso del "apretón walmartense" (The Wal-Mart squeeze), un término popularizado para describir las prácticas de control de Wal-Mart, significa que los vendedores tienen que ser despiadados en su administración de costos para cumplir con el eslogan "siempre precios bajos". Estos precios bajos tienen un costo muy alto: Wal-Mart tiene el poder para presionar a sus proveedores de tal forma que éstos reduzcan sus márgenes de ganancia y se vean obligados a despedir empleados y acudir a la subcontratación, para así afrontar las exigencias mediante la reducción de costos de producción (Fishman, 2003: 68-73). El apretón también se aplica a los empleados: se estima que la Bestia de Bentonville, ciudad natal de la compañía, elimina tres empleos por cada dos que crea, al hacer retroceder a la competencia. El seguro de asistencia sanitaria de Wal-Mart cubre solamente a 38% de sus empleados a causa de que no tienen con qué pagar las primas altas. Además, la compañía es notoria por ser un violador reincidente de los derechos de empleados y por obstruir su sindicalización (Hightower, 2002). El hecho que Wal-Mart haya sido enjuiciado por discriminación por 1.6 millón de empleadas actuales y antiguas en la demanda colectiva para los derechos civiles más grande de la historia —Dukes vs. Wal-Mart Stores, Inc.— es bastante significativo (Featherstone, 2004). A pesar de ser el empleador privado más grande de Norteamérica, Wal-Mart no contribuye a la mejora del nivel de vida en México porque sus sueldos bajos implican bajos niveles de ingreso total, tanto físico como no-pecuniario (Meyerson, 2003). Sería mejor explotar el sistema de franquicias en vez de favorecer a los negocios cien por ciento estadounidenses. Así, los empresarios mexicanos podrían aprovechar las avanzadas tecnologías extranjeras, mientras la mayor parte de las ganancias se quedaría en el país. El empresario efectivamente poseerá su propio negocio y tendrá oportunidades de crecimiento y expansión. Ante todo forma parte de la comunidad, por lo cual estará más preocupado por el avance de su entorno que un propietario extranjero. En contraste, el grueso de toda la ganancia generada por Wal-Mart saldrá de México. Desde este punto de vista se refuta fácilmente que el Wal-Mart equivaldría a progreso. Entonces uno debería buscar los beneficios de Wal-Mart en la expansiva disponibilidad de opciones para el consumidor y en los precios relativamente bajos. Sin embargo —como se detallará más adelante en este artículo—, la interpretación de progreso en dicho sentido también enfrenta varios obstáculos, dado que la transferencia de las riquezas derivadas de un consumo elevado principalmente beneficia el poder postcolonial.

 

Postcolonialismo en perspectiva

El postcolonialismo como teoría es particularmente aplicable a la relación entre los Estados Unidos y México, desafiando el neoliberalismo y la traicionera noción de progreso en que éste se apoya. Vale la pena citar extensamente a Homi K. Bhabha, uno de los autores más influyentes en el campo:

[...] la crítica postcolonial atestigua a las fuerzas asimétricas y desiguales de la representación cultural involucradas en el concurso para la autoridad política y social dentro del orden global moderno. Las perspectivas postcoloniales emergen del testimonio colonial de los países del Tercer Mundo y el discurso de las "minoridades" dentro de la división geopolítica del Este y Oeste, Norte y Sur. Intervienen en aquellos discursos ideológicos sobre la modernidad que intentan aplicar una "normalidad" hegemónica al desarrollo desigual y las historias diferenciales, a menudo perjudicadas, de naciones, razas, comunidades, pueblos. Formulan sus revisiones críticas cerca de los asuntos de la diferencia cultural, la autoridad social, y la discriminación política para revelar los momentos antagonistas y ambivalentes dentro de las "racionalizaciones" de la modernidad (Bhabha, 1994: 171).

Las fuerzas desiguales mencionadas por Bhabha implican la reimposición de la dominación económica a través de "la lógica del capital unilateral" (Amin, 1997: 95), y de la dominación política a través de acciones encabezadas por Washington. El neoliberalismo puede ser señalado como el ímpetu primordial de subyugación, estableciendo la hegemonía del capitalismo occidental. Abarca el espíritu político y económico neoclásico del siglo XX, propugnando fervientemente la idea del mercado libre y de la democratización por medio del comercio. La liberalización del mercado, modelada según el sistema económico de los EU, es glorificada como el índice primario del progreso evolutivo (Bandy, 2000: 232234). No obstante, como proponen William Fisher y Thomas Ponniah, la globalización neoliberal no es simplemente la dominación económica del mundo sino también la imposición de un pensamiento monolítico que consolida formas verticales de diferencia y prohíbe al público imaginarse una diversidad en términos igualitarios y horizontales (Fisher y Ponniah, 2003: 10).

Dicha verticalidad ha sido aclarada por Edward Said con gran nitidez. Su obra Orientalismo (1978), considerada el texto pionero de los estudios postcoloniales, posiciona "etnicidades extranjeras" en el mapa de la conciencia occidental. Said delibera sobre "la disciplina enormemente sistemática con que la cultura europea pudo administrar —hasta producir— el Oriente política, sociológica, militar, ideológica, científica e imaginariamente" (Said, 1978: 3). En otras palabras, el Occidente se ha definido por medio de sus representaciones de un no-Occidente, o un "Otro" antitético. Si uno desea desmantelar las prácticas postcoloniales es imperativo desviarse de las narrativas occidentales de "desarrollo" y "modernización" como modelo para el progreso. Consiguientemente, la crítica postcolonial asume una cierta función emancipadora. La teoría ofrece un espacio para la reinterpretación de relaciones de poder asimétricas que son percibidas como normales —el caso de la de México y los EU—, desde la perspectiva de imposición y "alteridad" (Quayson, 2000: 94). De tal modo, las relaciones no son necesariamente la extensión de viejas estructuras coloniales; pueden atestiguar unas formas de dominación alternativas, aun cuando el vínculo histórico sea menos evidente (Schwarz, 2000: 4-5).

 

México como "el Otro"

Durante la mayor parte de su historia, los Estados Unidos han formado parte del sistema imperial en el mundo, aunque se niegan a reconocer su implicación. El país ha logrado manipular su papel en la historia mundial hacia una ideología nacional casi mesiánica (Pease, 2000: 203-208). Los EU han invocado la "lógica de excepción" en varias ocasiones, violando sus propias normas democráticas y antiimperialistas. El Estado norteamericano alegaba que tenía la obligación de actuar en oposición al imperialismo de las naciones europeas, entretanto pretendía demostrar la superioridad moral estadounidense. Estos poderes excepcionales se combinaron en el denominado "Destino Manifiesto" y en la Doctrina Monroe (Pease, 2000: 205206). El término "Destino Manifiesto" fue inventado como un lema político en el siglo XIX y expresa el sentimiento de que los EU fueron predestinados por la Providencia para llevar sus instituciones democráticas y su cultura a otras naciones, y asimismo expandir su territorio para albergar a su población creciente (May, 2003: 107-115). Para México, la creencia americana en el Destino Manifiesto finalmente culminaría en algo inevitable: una guerra. Los mexicanos fueron pintados como el Otro inferior, que posibilitaba a los norteamericanos definirse en su Sí Mismo superior. El pueblo de México era "degradado y vil; la raza desgraciada del hispánico, indio y africano está mezclada de tal manera que las peores calidades de cada una predominan", según lo afirmó un escritor del New Orleans Bee en 1834 (De León, 1983: 37). La superioridad proclamada por los norteamericanos frente a "los pueblos atrasados" del resto del continente ha desequilibrado la relación entre México y los EU hasta el día de hoy. La redacción de la Doctrina Monroe en 1823 sólo empeoró este proceso. El presidente James Monroe declaró que "los continentes americanos, conforme a la condición libre e independiente que han asumido y mantienen, de hoy y adelante no serán considerados como sujetos para futura colonización por ningún poder europeo" (Keen y Hayes, 2000: 542-556). Mientras que el pensamiento "América para los americanos" parece justo, en realidad resultó en una América para los Estados Unidos (Freeman et al., 1992: xvii-xxviii).

El hecho de que muchos sucesos en la historia mundial sean tergiversados por su explicación dentro de un monólogo occidental es la crítica central que se le hace al postcolonialismo. Pero si los Estados Unidos a menudo se encuentran ausentes en los relatos del postcolonialismo, es porque el excepcionalismo estadounidense —un colonialismo paradójicamente anticolonial— enarboló este discurso a fin de enmascarar su propio colonialismo.

Por el contrario, las formas disipadas en que se manifestó el colonialismo estadounidense han sido una realidad diaria para México. No solamente ha perdido la mitad de su territorio frente a los EU, sino que aún se ve inmerso en la perpetuación de una relación postcolonial y asimétrica que se debe al imperialismo norteamericano externo, que ha cambiado el territorialismo por el comercialismo. Durante este proceso, el neoliberalismo se ha convertido en el sucesor del Destino Manifiesto. James Petras y Henry Veltmeyer proponen que hemos entrado a una "época de auxilio inverso" (Petras y Veltmeyer, 2002). Los conceptos de progreso y desarrollismo habían pasado a ser intercambiables a tal grado que los gestores occidentales comenzaron a pensar en términos de auxilio. Consideraron su modelo económico y político tan exitoso que debería ser exportado y adoptado por los países postcoloniales en desarrollo (Skidmore y Smith, 2004: 7-10). El enfoque central de semejante ayuda para el desarrollo era asegurar la adopción de reformas neoliberales dirigidas al libre mercado. La preponderancia occidental constituyó el fundamento de una especie secularizada del Destino Manifiesto, cuyo nuevo evangelio era la liberalización del comercio (Mann, 2003: 48-50).

La demarcación "auxilio inverso" indica que forma parte del "arsenal de instrumentos políticos usados por aspirantes a Estados hegemónicos para conquistar mercados y promover los intereses de sus clases capitalistas en contra de sus competidores y oponentes nacionalistas y socialistas" (Petras y Veltmeyer, 2002: 282). Las fuerzas sistemáticas del poder e intercambio desiguales, dominadas por las corporaciones multinacionales occidentales y las instituciones financieras internacionales, exaltan la existencia de la "matriz política-económica de ayuda". Los poderes occidentales adulan el neoliberalismo como la ruta viable del progreso en los países en desarrollo y condicionan la ayuda al desarrollo a su cumplimiento mediante la liberalización del mercado. Entretanto, los gigantes industrializados no actúan según su propia doctrina: practican un proteccionismo feroz y no se privan de utilizar subsidios en sus propias economías (Petras y Veltmeyer, 2002: 283-285). Además los préstamos exteriores, la moda principal de la ayuda al desarrollo, a menudo tienen un efecto sofocante ante la redacción de políticas domésticas en los países en desarrollo. No solamente requieren el pago de capital e interés, sino que las condiciones de reembolso son demasiado rígidas; como ha sido el caso en México y el resto de América Latina, que padeció una masiva crisis de deuda en los años ochenta. Es notable que el comercio mundial se ha expandido 17 veces en el último medio siglo, mientras la parte latinoamericana en este comercio creciente en realidad ha decaído de 11% a 5% (Venn, 2006: 151). A pesar de tales descubrimientos, el neoliberalismo sigue siendo promovido como el portador del progreso por los poderes mundiales y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los Estados Unidos prometieron la exportación del sueño americano a los países en desarrollo, siempre y cuando éstos aceptaran su "hegemonía benevolente" (Mann, 2003: 10). México no pudo resistirse.

 

El TLCAN: un vehículo postcolonial y agente del progreso

Durante todo el siglo XX, México ha oscilado entre una política exterior (neo)liberal modelada según el sistema económico de los EU, y dirigida en primer lugar hacia este país, y los esfuerzos de resistir una "americanización" económica y política. El TLCAN —sinónimo de una nueva concepción del progreso— derrotó estos empeños fútiles (Moreno, 2003: 232-233). Como lo plantea Richard Krooth:

[...] la noción de progreso se ha convertido en un modo para los Estados-naciones poderosos de dar forma a sus esfuerzos domésticos para resolver crisis materiales y enigmas sociales, frecuentemente transfiriendo los costos a otros, minando las comunidades tradicionales, sus culturas y sus costumbres (Krooth, 1995: 1).

Seguir el camino neoliberal hacia el progreso dictado por los EU ha inculcado el consumismo en un grupo social sin la suficiente capacidad adquisitiva. Para un diminuto 10% de los mexicanos el TLCAN ha creado sueños, para la vasta mayoría solamente amplió la distancia entre las expectativas y la realidad, además de agravar la sensación de inferioridad (Castañeda, 1996: 122-124). El sociólogo utopista Ivan Illich captura la esencia de esta sucesión: "el subdesarrollo como un estado de ánimo aparece cuando las necesidades humanas son escanciadas en el molde de un requerimiento urgente de nuevos entes de soluciones embutidas que siempre se hallarán fuera del alcance de la mayoría" (Illich, 1977: 76). El TLCAN es justamente este tipo de solución embutida que tiene un efecto polarizante entre los ricos y los pobres en México e inhibe un florecimiento autoestimulado. Para alcanzar sus metas económicas, tanto los EU como México necesitan que esto se manifieste en inversiones y apoyo tecnológico, o en mano de obra. Lo que obstaculiza una relación mutuamente beneficiosa es la perpetuación de la asimetría postcolonial que ha creado un pensamiento de núcleo y periferia muy arraigado y que finalmente se transformó en una práctica. El progreso se desplegó para constituir el contexto en que floreció la neoliberal matriz política-económica de ayuda.

 

Miedos y esperanzas en México

Muchos teóricos económicos como Roberto Bouzas y Jaime Ros predijeron que México, siendo el país más pequeño y menos desarrollado, cosecharía más al entrar al TLCAN. El tratado iba a orientar México en una trayectoria hacia el crecimiento, dirigida por la exportación y suscitada por la venta de bienes de consumo, principalmente a los Estados Unidos. La expansión del sector manufacturero serviría como catalizador para el resto de la economía doméstica, permitiendo al país beneficiarse desproporcionadamente (Wise, 1998: 4-6). Las reformas macroeconómicas necesarias para recortar el sector público y eliminar los subsidios fueron introducidas bajo el TLCAN para suprimir la inflación y aniquilar el déficit fiscal (Moreno-Brid et al., 2005: 10951096). Las expectativas fueron que una economía mucho más eficiente surgiría de una balanza de pagos estable, una inflación baja y un crecimiento sostenible. A causa de lo anterior, se podría disponer de más y mejores trabajos. El aumento del empleo mexicano fue el incentivo mayor para los EU de aprobar el TLCAN, porque esto prevendría la inmigración por motivos económicos (Martin, 2004: 1-4).

Varios informes, como los de Deardorff, Brown y Stern de la Universidad de Michigan, demostraron que el desplazamiento de empleos y los costos resultantes de redistribución en realidad serían más altos en México que en los EU a causa del TLCAN (Brown, 1992: 26-68). Aunque normalmente las compañías más pequeñas son la fuente de la creación de empleo, éstas son menos rentables y eficientes que las compañías grandes. Las multinacionales pueden financiar su funcionamiento sirviéndose de los mercados de capital y pueden aplicar tecnologías globales. Sus economías de escala permiten un mayor margen de beneficios a través de un costo laboral menor (Heath, 1998: 171-200). Ahora que muchos productos americanos pudieron ser adquiridos al otro lado de la frontera sin recargos, el comercio grande ocasionó que miles de pequeñas empresas familiares cerraran sus puertas. Pronto se divulgó que la libertad implícita en el "libre comercio" simbolizó poco más que el dogmatismo de los dólares, estafando al capitalismo minúsculo para asegurar la perpetuación de las compañías multinacionales (Merrell, 2003: 231-233). El TLCAN no logró crear los suficientes empleos en el sector formal ni reducir la presión inmigratoria. Conjuntamente, la liberalización unilateral del comercio por parte de México no ha sido correspondida al mismo nivel por los EU. Aunque el TLCAN efectivamente ha reducido las barreras al comercio y abrió los mercados participantes, el tratado contiene numerosas exclusiones sectoriales y normas de origen mercantilistas que benefician a diversos intereses particulares. Contrario a las expectativas, México todavía está por experimentar una convergencia real en cuanto a los niveles de vida de sus socios comerciales (Blecker, 2005b: 7-25). El ex presidente Vicente Fox reconoció este desengaño al declarar que: "no se puede arrinconar la lista enorme de aspectos negativos: la represión y la violación de los derechos humanos de los inmigrantes, los límites comerciales en aguacates y cemento, las lentas reducciones de tarifas en zapatos y ropa... la lista es infinita" (Fox, 1999: 69). "La realidad", sustenta Fox, "es que México recibe inversiones y exporta por su mano de obra barata y que si el país mantiene esa estrategia garantizará una 'depresión permanente' de sueldos" (Fox, 1999: 141).

Sí hubo creación de empleo a causa de un aumento en los niveles de exportación bruta, especialmente en la región fronteriza. Desde el TLCAN, la frontera entre México y los EU ha sido el sitio de un intenso desarrollo neoliberal, alojando el crecimiento explosivo de maquiladoras, de las cuales 90% es propiedad de los EU (Bandy, 2000: 232). Sin embargo, las circunstancias laborales en lugares semejantes a menudo son por completo horrendas. Debido al predominio de las líneas de montaje de maquiladoras que se apoyan en sueldos bajos y escolaridad limitada, las exportaciones mexicanas ofrecen un valor añadido microscópico. La dependencia perpetuada de productos abaratados obstruye un significativo desarrollo industrial y tecnológico en México. Poco valor añadido implica que los sueldos permanezcan bajos, ya que la competitividad de las maquiladoras radica en el bajo costo laboral.

 

TLCAN: ¿daño colateral de la noción de progreso?

Uno de los efectos más difundidos de la liberalización comercial se puede encontrar en la distribución del ingreso: ha surgido una temible tendencia de desigualdad creciente. Tal polarización se alcanza a discernir tanto entre la labor y el capital, como entre los diferentes estratos de la mano de obra (Scott, Salas y Campbell, 2001). El TLCAN, que personifica el capitalismo corporativo global, es la causa de "pobreza acelerada y riqueza acelerada", empujando a los países pobres por el espiral de una carrera hacia el fondo (Joxe, 2002: 43). El acuerdo contiene algunas protecciones fuertes (tanto pecuniarias como intelectuales) para los derechos de inversionistas privados que exceden los prerrequisitos tradicionales del comercio libre. La implementación de las provisiones liberales del TLCAN facilitó a muchas compañías multinacionales, notablemente Wal-Mart, la entrada al mercado mexicano en condiciones mucho más beneficiosas para sí mismas y su país de origen, que para el anfitrión. La transferencia de riquezas principalmente se realiza por una ruta de un solo sentido: del Sur al Norte, conservando una relación basada en drenaje postcolonial.

Si el objetivo del TLCAN fue promocionar el comercio norteamericano y acrecentar el carácter lucrativo de las corporaciones multinacionales, no queda otra opción que reconocer su éxito. No obstante, cuando el TLCAN fue presentado al público mexicano se ofrecieron más beneficios que sólo alcanzar estos reducidos objetivos. La confianza infundada en la política comercial y las inversiones extranjeras como los catalizadores de crecimiento ha creado expectativas falsas. El hecho de que 4 a 5 millones de mexicanos emigraran a los EU durante la última década subraya perfectamente que el grado de "progreso" obtenido por el TLCAN ha conllevado varios efectos severamente desestabilizadores y polarizantes en la sociedad mexicana (Papademetriou, 2003: 112-114). Se debe reconocer que la migración ha sido un problema endémico desde la Independencia mexicana; el TLCAN no es la única raíz de este fenómeno. No obstante, en México el acuerdo no impulsó el empleo ni los sueldos a un nivel satisfactorio y suficiente para prevenirlo, a pesar de una cascada de promesas antes de 1994 (Blecker, 2005b: 23-24). Ofrecer sueldos bajos para atraer inversiones extranjeras directas tampoco le servirá a México a largo plazo. El país tiene la necesidad urgente de más inversión pública en educación, capacitación e infraestructura; éstos son los dominios que pueden ayudar a atraer industrias especializadas, con mayor potencial para incrementar el valor añadido y los efectos multiplicadores de las industrias mexicanas. Es hora de desechar la noción neoliberal de progreso que hace creer que la liberalización del comercio y de la inversión puede cerrar el hiato en el desarrollo mexicano sin respaldo de proyectos públicos. Se requiere un paradigma de políticas que implemente estrategias macroeconómicas que expandan el empleo para grandes fracciones de la población. Fortalecer la capacidad productiva de las empresas pequeñas y medianas y robustecer la capacidad de expansión de los productores agrónomos beneficiará la población en su totalidad, mucho más que el capitalismo de las corporaciones multinacionales. La única manera de integrar a los necesitados es por medio de abastecerlos de bienes productivos e incrementar el rendimiento de dichos bienes. Ser empleado en una planta maquiladora —o tal vez un Wal-Mart— evidentemente no sirve para este propósito.

 

Wal-Mart: la Bestia de Bentonville al descubierto

Antes de la liberalización, los supermercados ocupaban el nicho de mercado para los consumidores ricos. La tarifa promedio sobre importaciones era 17.5%, por lo cual el costo de ofrecer productos extranjeros en el mercado mexicano era demasiado alto. Desde la implementación del TLCAN el ramo de los supermercados ha cambiado radicalmente. Las políticas de liberalización y desregulación fueron efectuadas bajo la presunción neoliberal de un mercado perfecto; las fuerzas del mercado aceleradas por el TLCAN ayudarían a los comerciantes domésticos a incrementar sus ventas. La realidad que se comprobó es bastante diferente, visto que para muchos los desafíos eran mayores que sus recursos. En cambio, el sector de venta al detalle en México ha sido caracterizado por la rápida concentración y multinacionalización de las protagonistas claves (Javorcik, Keller y Tybout, 2006: 4-5). El TLCAN fue la puerta definitiva al mercado mexicano, principalmente por la institución del tratamiento nacional para inversionistas extranjeros (Tegel, 2003). Junto a otros factores socioeconómicos (urbanización, emancipación, mejora de la infraestructura), el TLCAN estableció la plataforma para un aumento sin precedentes en la difusión de supermercados en México. Un par de multinacionales predominantes lograron controlar el ramo por medio de fusiones y adquisiciones de los grandes minoristas domésticos. En 1991, el minorista más grande de México, Aurrera (parte del grupo comercial CIFRA), formó un joint venture1 con Wal-Mart. La Comercial Mexicana siguió este ejemplo y fundó un joint venture con la empresa estadounidense Price-Cosco, en 1992. En 1994, Gigante se asoció con la empresa francesa Carrefour y Office Depot de los EU. Solamente un supermercado importante, Soriana, permaneció independiente (Chávez, 2002: 503-506).

Después de semejante proceso de multinacionalización siguió la consolidación del poder comercial. La parte de las corporaciones multinacionales extranjeras en las ventas de las cinco cadenas líderes en 2002 equivalió a 89% (Reardon y Berdegué, 2002: 371-376). El comercio al por menor está dominado por Wal-Mart, que cuenta con más de la mitad de la participación en el mercado. En 1997 Wal-Mart se había familiarizado suficientemente con el mercado mexicano para poder seguir sin su socio doméstico. Adquirió la mayoría de las acciones de Aurrera, y Wal-Mart de México (Walmex) se las ingenió para luego monopolizar el mercado. Los desarrollos en este ramo de la economía son el típico ejemplo del "pez grande que se come el pez pequeño y a su vez es devorado por un pez aun más grande". Aurrera fue comido por el pez más grande de todos, Wal-Mart, y se esfumó. Aunque las otras cadenas han podido conquistar una parte modesta del mercado, el éxito de Wal-Mart las opaca por completo. Wal-Mart es la compañía más grande del mundo —de cualquier tipo— si la juzgamos por sus ingresos: $345 billones en ventas para el año fiscal que terminó el 31 de enero de 2007. La primera tienda fue edificada en Bentonville, Arkansas, por Sam Walton en 1962. Más de 176 millones de clientes visitan Wal-Mart por semana en todo el mundo, y en México la corporación opera 917 unidades en 146 ciudades.2 Wal-Mart es más poderoso que lo que cualquier minorista jamás haya sido, y ha creado un orden de corporativismo completamente nuevo. Wal-Mart ha podido llegar a ser la compañía que es debido a una combinación de circunstancias y prácticas. El incremento en ingresos, parcialmente debido al aumento de familias en las que ambos padres trabajan, y el mayor acceso a refrigeradores y automóviles entre los particulares, ha llevado a los supermercados más allá del nicho de las ciudades capitales: a las áreas rurales y la clase obrera3 (Reardon, Berdegué y Farrington, 2002: 1-6). Dado que Wal-Mart ejerce su poder con un solo propósito —ofrecer a sus clientes los precios más bajos posibles—, la compañía ha podido crecer entre todos los estratos sociales e incluso en los lugares más aislados de la República Mexicana. Sus ventajas en embalaje, volumen, programación, logística, tecnología y pago han conseguido que los consumidores mexicanos gasten en Wal-Mart 3 de cada 10 pesos que destinan a alimentos (Reardon, Timmer, y Berdegué, 2003: 3-4). Las otras cadenas multinacionales se han podido mantener por su acceso a recursos internacionales; las empresas domésticas pequeñas y medianas anteriores al TLCAN tuvieron que rendirse. En lugar del servicio personal de las tiendas familiares, los consumidores han obtenido precios mucho más bajos en los hipermercados de Wal-Mart. ¿Entonces, cómo puede ser esto pernicioso para la comunidad mexicana? Por los efectos paralizantes del "apretón walmartense".

 

El alto costo de los precios bajos

Como se señaló anteriormente, pocos afuera del mundo maravilloso de Wal-Mart saben del alto costo implicado en sus precios bajos (Fishman, 2003: 67-68). Wal-Mart logra mantener su régimen de "precios bajos siempre" mediante el recurso de exigir concesiones asfixiantes a sus proveedores. Aunque las rigurosas exigencias de Wal-Mart pueden volver a sus distribuidores más eficientes y enfocados, a menudo la subida abrupta de las ventas conlleva consecuencias de largo plazo negativas para la salud del negocio. Al contrario de lo que haría pensar la mascota alegre de cara amarilla sonriente, Wal-Mart es el ejecutor perfecto de las fuerzas darwinianas inherentes al capitalismo corporativo global (Chávez, 2002: 503-505). "Barato" nunca es suficientemente barato para Wal-Mart. El mega-minorista tiene la capacidad para rebajar todo tipo de productos, y el "hacer las compras en una sola escala" se ha convertido en la nueva moda. Las empresas locales no pueden salvaguardar más su carácter lucrativo y se ven forzadas a cerrar. Wal-Mart puede ser el empleador privado más grande de México; también es la causa de una pérdida desproporcionada de negocios locales y la externalización de producción a otros países —todavía más baratos— como China (Shils, 1997: 3-4). La compañía parece prototípica de un nuevo conjunto de estructuras económicas y relaciones sociales fundamentadas en el liberalismo postcolonial y el corporatismo global (Liechtenstein, 2006). Se ha dicho que Wal-Mart representa el proceso de "destrucción creativa", una expresión introducida por el economista Joseph Schumpeter. Wal-Mart se convierte en la locomotora mediante la cual un modo de producción y distribución capitalista es reemplazado por otro, a través de innovaciones tecnológicas y de organización. Este proceso no solamente reconfigura el paisaje económico, sino también proyecta una sombra moral sobre toda la sociedad (Schumpeter, 1942).

Wal-Mart es fuente de mucha controversia. Sus prácticas cuestionables van desde el "apretón walmartense", la discriminación y los sueldos bajos hasta un sistema defectuoso de asistencia sanitaria. Que no todos consideran la llegada de Wal-Mart como progreso, es subrayado por las actividades de organizaciones en contra de Wal-Mart. En efecto, Wal-Mart ostenta el dudoso honor de tener la mayor cantidad de sitios web en su contra, por mencionar algunos de ellos: ReclaimDemocracy,4 WakeUpWalMart,5y TheWritingOnTheWal.6 Existe un sitio específicamente para sus empleados, llamado Walmartyrs7 y uno llamado Wal-Martlitigation,8 especializado en compartir información entre abogados involucrados en juicios contra el comercializador. En México la contracultura crítica está coordinada por El Frente Nacional contra Wal-Mart. La oposición alcanzó su cima en 2004, cuando un Wal-Mart abrió sus puertas cerca de los antiguos templos de Teotihuacan. Este suceso es un ejemplo quintaesenciado del creciente alcance de Wal-Mart a expensas de empresarios locales y de sus efectos polarizantes en la sociedad, todo ello bajo el denominador de "progreso". Mientras que, en el clímax de su gloria, Teotihuacan era el epítome del adelanto autoimpulsado, ahora se puede distinguir un tipo de progreso muy diferente desde las ruinas de la Pirámide del Sol: un mega-supermercado. El gobernador del estado, Arturo Montiel, aspirante a la presidencia, fue un gran promotor de la nueva tienda. Argumentó que Wal-Mart produciría 3,000 nuevos trabajos en una zona retrasada. Los vendedores locales temían por su subsistencia. La mayoría de la población del área prefirió los precios bajos de Wal-Mart a conservar el statu quo (Ross, 2005). El Frente Cívico en Defensa del Valle de Teotihuacan no pudo ganar la batalla contra el Leviatán global. La oposición a la construcción del supermercado quedó simplemente como una nota al pie de la historia. "Teotihualmart", como ha apodado a la zona el crítico Carlos Monsiváis, fue un hecho consumado. El vendedor de bicicletas Hernández, citado en la introducción, lo considera el arribo final de la modernidad y, consecuentemente, del progreso (Stevenson, 2004). El corporatismo global ha convertido la visión predominante de progreso en precios y sueldos bajos para muchos, con ganancias altas para pocos.

 

¿La responsabilidad social corporativa como el salvador del progreso?

Visto que los intereses corporativos privados estaban cada vez más involucrados en la gobernanza de Estados y pueblos, las corporaciones multinacionales fueron instadas a asumir su responsabilidad social. Ahora tratan de contrarrestar la percepción de los efectos negativos en la cultura local, el empleo y el medio ambiente, pretendiendo demostrar su compromiso civil. La construcción de capital social fomenta nuevas redes comunes e inculca una conducta recíproca entre la empresa y la comunidad del país receptor (Hess et al., 2002: 110-125). Esto concuerda con la idea de un "mundo mercantil moral" en el cual "las ansias morales expresadas por los accionistas e interesados son encarnadas en los mercados de capital, labor, y consumo" (Dunfee, 1998: 127). Wal-Mart ha emprendido muchos esfuerzos para elevar su capital social. A primera vista, uno podría argumentar que los esfuerzos de la compañía contribuyen sustancialmente al adelanto de las comunidades donde sus tiendas están situadas. El año pasado, el minorista donó más de $170 millones de dólares estadounidenses a más de 100,000 organizaciones, sobre todo al nivel local. Ian Jones, Chris Nyland y Michael Pollitt han dirigido una investigación sobre el compromiso social de las corporaciones multinacionales estadounidenses en México, entre ellas Wal-Mart. Concluyeron que las multinacionales más grandes están ampliamente comprometidas en actividades para la construcción del capital social dentro de los EU, sin embargo fuera de su propio país se involucran poco en este tipo de actividades (Jones et al., 2002: 1-4). Tal comportamiento refleja la propensión estadounidense de los accionistas (Roberts, 2001). El compromiso social de Wal-Mart se queda muy atrás en comparación con las otras multinacionales presentes en México (Jones et al., 2002: 19). Michael Skapinker del Financial Times sostiene que Wal-Mart se encuentra todavía en la primera etapa de la responsabilidad corporativa: la filantropía —donar dinero a varios proyectos comunales—. El minorista sigue siendo vehementemente criticado por sus prácticas depredadoras y los efectos sociales negativos de éstas. Wal-Mart está lejos de la etapa en que la responsabilidad social es una forma de mejorar su funcionamiento, por lo pronto se trata de una estratagema para cuidar su reputación (Skapinker, 2005). Aunque es preciso estimular la responsabilidad social corporativa, no se le puede considerar por sí sola como un vehículo de progreso.

El compromiso social sí contrarresta algunas de las consecuencias negativas que las multinacionales suelen acarrear a las comunidades locales; no obstante, el "resultado agregado" de los efectos no es positivo. Las compañías como Wal-Mart frecuentemente son el corazón del problema, especialmente en relación con el empleo y el medio ambiente. Primero perturban la vida local para después tratar de apoyarla. Mientras se permita a empresas como Wal-Mart que monopolicen los mercados extranjeros bajo la protección del neoliberalismo, la manipulación postcolonial no desistirá de controlar la economía política internacional.

 

Conclusión

La palabra "progreso" entraña más de un significado. Sin embargo, hemos hecho énfasis en que el concepto ha sido usado durante toda la historia para justificar la subyugación colonial y postcolonial. Ha ocasionado en México un complejo de inferioridad, que es parte integrante de la relación postcolonial asimétrica con los Estados Unidos. Por el contrario, los EU han formado su identidad estableciendo su Sí Mismo superior en oposición a un Otro inferior. La difusión de la noción occidental de progreso ha facilitado esta realidad, y hasta el día de hoy asegura su perpetuación. El concepto de progreso ha servido para la validación de la dominación desde el colonialismo europeo: los patrones occidentales superiores de comportamiento, pensamiento y organización tenían que ser otorgados a los pueblos "atrasados" en el resto del mundo. Desde entonces, las sociedades han sido medidas en términos de modernidad y desarrollo. Paradójicamente, el progreso es interpretado por los oprimidos como una herramienta de libertad; creen que alcanzar el desarrollo traerá necesariamente igualdad frente al poder hegemónico.

La historia ha convertido a México en una sociedad tan híbrida que nunca habrá una noción homogénea de lo que significa el progreso. En efecto, uno puede distinguir una cierta forma de esquizofrenia. El país está divido en un México Profundo y un México Imaginario. Subsiguientemente, hay una marcada separación entre la noción de progreso económico y la de progreso cultural y humano. Mientras que la mayoría de los mexicanos considera a los EU como el epítome de lo primero, al mismo tiempo ridiculiza a su vecino del Norte a causa de lo segundo. México se encuentra escindido entre ser pro-americano y anti-gringo. Estas posturas aparentemente contradictorias pueden coexistir perfectamente porque la idea de modernidad (concebida en términos económicos y representada por el México Imaginario) ha sido separada del nacionalismo (ideado en demarcaciones culturales y representado por el México Profundo). El desarrollismo llevó a México a ser financieramente dependiente de los EU y de las instituciones financieras occidentales. Por consiguiente, éstos han podido prescribir políticas neoliberales a México como si fueran la respuesta adecuada para sus deudas. La asimetría postcolonial posibilitó a los EU para seguir lo que James Petras y Henry Veltmeyer han identificado como la "matriz política-económica de ayuda". El país dependiente es forzado a implementar por completo el credo neoliberal de liberalización comercial, mientras el país dominante prosigue su proteccionismo neomercantilista. Al formar parte de tal matriz, las grandes corporaciones multinacionales de los EU han tenido un acceso fácil al mercado mexicano; los productos mexicanos, por otro lado, no pueden competir con el producto estadounidense altamente subvencionado. De esta forma, la transferencia de riquezas favorece el poder hegemónico y asimismo agranda el "hiato en el desarrollo".

Los intereses financieros corporativos, en detrimento del bien público por anteponer la corporación a la gente, han estado colonizando la política internacional. La ideología del neoliberalismo ha redefinido la justicia social y el progreso limitándolos a la maximización de opciones; el ciudadano es disminuido al estatus de consumidor. La firma del TLCAN ejemplifica semejante proceso. El acuerdo había sido recibido en México como la estrategia que incorporaría al país en el primer mundo. Diez años después de su implementación, el TLCAN aún no ha podido cumplir las promesas de crecimiento económico y aumento en la cantidad y calidad del empleo; ha servido de puente para las multinacionales estadounidenses en México. Consecuentemente, los pequeños empresarios locales sufrieron pérdidas mientras que prosperó la producción en maquiladoras de bajos salarios. El tratado ha sido diseñado por tecnócratas con grandes intereses comerciales, que descuidaron la inclusión de redes de seguridad para quienes resultaran perjudicados por la liberalización.

Una de las compañías que han aprovechado considerablemente del TLCAN es Wal-Mart. Aquí se revela cómo la noción de progreso es usada como una herramienta vital en la conservación de la dependencia postcolonial. El Occidente ha rediseñado el concepto de progreso, circunscribiéndolo enteramente a los beneficios para los consumidores. El eslogan de Wal-Mart "precios bajos siempre" es recibido como algo extraordinariamente beneficioso para la sociedad. El progreso ha sido despersonalizado, definido por los intereses privados de las corporaciones multinacionales, y basado en las palabras clave del capitalismo corporativo: "ganancia", "consumo" e "innovación". La fe excesiva en los Estados Unidos y sus empresas como portadores de progreso ha deslumbrado a la gente y la ha distraído del "daño colateral" que la noción occidental de progreso ocasiona en las sociedades dominadas. Los bajos sueldos de Wal-Mart, su avaro sistema de asistencia sanitaria, así como sus prácticas depredadoras frente a sus proveedores no favorecen que en México se dé un adelanto autopropulsado. Las ganancias se dirigen directamente a Bentonville, por una ruta una sola vía: del Sur al Norte, y muchos negocios locales quiebran porque simplemente no pueden enfrentar al gigante minorista global. Los propios proveedores de Wal-Mart están luchando para sobrevivir a causa de la presión continua para alcanzar precios mínimos.

El TLCAN y Wal-Mart han sido vistos como agentes de progreso, lo cual permitió a los EU medrar en la asimetría que suscita esta creencia. La liberalización del comercio no es la solución para todos los problemas de México. Enfocarse en un crecimiento doméstico que no esté guiado por la exportación y sí en el valor añadido de la producción mexicana, es igualmente importante. El país no debería escudarse en los sueldos bajos como su ventaja comparativa, dado que esto impide el progreso de la población en su conjunto. Además, México ya está perdiendo mercado para su mano de obra ante China, de modo que una depresión permanente de los salarios no ayudará al país. La única manera para integrar a los necesitados es equiparlos con bienes productivos. El control del poder económico por plantas maquiladoras y Wal-Marts evidentemente dificulta dichos objetivos. El vendedor de bicicletas Víctor Hernández dio la etiqueta de "progreso" a la apertura de un Wal-Mart en su pueblo, porque le posibilitó comprar más barato por mayoreo, y más cerca de su casa. Puede ser que tenga razón... a muy corto plazo. Si uno opta medir la validez del concepto a través de la variedad y el valor de los productos disponibles en el mercado, el progreso sí está en marcha. Sin embargo, ¿qué dirá nuestro amigo Hernández cuando, pronto, se dé cuenta de que la gente ya no está comprando sus bicicletas sino las más baratas, de venta en Wal-Mart, hechas en China? Su negocio quebraría y él tendría que buscar un empleo... en Wal-Mart. Gracias a Wal-Mart, solamente podrá hacer sus compras en Wal-Mart. El ejemplo anterior demuestra que la noción de progreso permanece como una herramienta central para la ejecución de políticas postcoloniales, con el TLCAN y Wal-Mart en sustitución del Destino Manifiesto.

 

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Notas

1. Empresa conjunta con riesgos compartidos.

2. www.walmartfacts.com.

3. Un ejemplo del creciente alcance de Wal-Mart es la polémica en Teotihuacan.

4. Recupera la democracia.

5. Despierta Wal-Mart.

6. Literalmente: "escrito en la pared", una expresión que se refiere a lo que está por venir.

7. Walmártires.

8. Wal-Mart litigación.

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