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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.13 n.38 Guadalajara Jan./Apr. 2007

 

Reseñas

 

Cuadrando el círculo: las identidades de la modernidad líquida

 

Cristina Palomar Verea*

 

* Psicoanalista y doctora en Antropología Social; profesora-investigadora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 2002. México.

 

Zygmunt Bauman es un autor que a partir de ciertas hipótesis básicas edifica una rica y compleja obra intelectual. Compañero de una generación de sociólogos compuesta por figuras como Pierre Bourdieu, Anthony Giddens, Alain Touraine o Ulrich Beck, este sociólogo contemporáneo de origen polaco pero radicado en Gran Bretaña desde hace décadas, ha logrado producir una obra consistente que analiza el mundo contemporáneo a partir de ciertas preocupaciones clave que operan como sus principales ejes de reflexión, entre los cuales están el proceso de envejecimiento de la modernidad, los efectos sociales y culturales de la globalización económica y la licuefacción de los marcos, las instituciones y los vínculos sociales. A partir de dichos ejes ha producido conceptos específicos que va llevando adelante y conectándolos con sus reflexiones subsiguientes, dando así una consistencia conceptual muy particular a lo que puede entenderse como su obra sociológica. De esta manera, en el más reciente de sus libros titulado Identidad, encontramos una interesante síntesis de las principales reflexiones de Bauman, esta vez anudadas en torno al tema particular de la construcción de las identidades contemporáneas, que tiene cada vez más relevancia en el campo de la teoría social actual, ya que involucra algunas cuestiones centrales para las ciencias sociales, que Bauman va deshilando en este conjunto de entrevistas agrupadas justo alrededor del tema central del libro. Dichas cuestiones tienen que ver con la relación individuo/sociedad o actor/estructura; la relación entre la tradición y la modernidad; la cuestión de la estabilidad/movimiento; de la conservación y del cambio social; la relación entre solidaridad vs. individualismo y competitividad, y, finalmente, la cuestión del anclaje social vs. la dispersión y la fragmentación.

El libro está estructurado a partir de una serie de entrevistas realizadas a este sociólogo por el prestigioso periodista italiano Benedetto Vecchi quien, con inteligencia y dando amplias muestras de conocer el pensamiento de su entrevistado, plantea pocas pero complejas preguntas que permiten a Bauman desplegar las preocupaciones que ocupan sus reflexiones de una manera libre, pero al mismo tiempo sumamente documentada.

Nacido en el seno de una familia judía en 1925 en Poznan, Polonia, Bauman ha sido testigo de los últimos tres cuartos del siglo XX y de los inicios del XXI. Vecchi nos informa en la introducción de Identidad que, habiendo escapado a la Unión Soviética al comienzo de la II Guerra Mundial, Bauman se unió al Ejército Polaco aliado al Ejército Rojo para luchar contra el nazismo. Comenzó sus estudios y su licenciatura a su regreso a su país, convirtiéndose, poco a poco, en una influyente figura de la "escuela de sociología" de Varsovia. En 1956 participó en el movimiento reformista que desafió el papel dirigente del Partido de los Trabajadores Polacos Unidos y la sumisión del país a la voluntad de Moscú, experiencia que marcó a Bauman en el desarrollo de su pensamiento. A partir de frecuentes viajes al extranjero, este sociólogo pasó un año sabático en la Escuela de Economía de Londres y acudió a numerosas conferencias en muchas de las principales universidades europeas.

En 1968 Bauman apoyó al movimiento estudiantil polaco, por lo que el Partido Comunista prohibió sus obras cuando se utilizó el antisemitismo para reprimir a estudiantes y profesores universitarios que exigían que se pusiera fin al gobierno de un partido único. Se le prohibió la enseñanza, lo cual fue decisivo para que Bauman se mudara a Inglaterra definitivamente. Se convirtió en profesor de la Universidad de Leeds —donde todavía enseña— y, posteriormente, en decano de la sociología europea, posición desde la cual analiza la nueva faz que va configurando el nuevo orden económico mundial. Sus obras son numerosas y ampliamente conocidas, entre las que hay que mencionar Modernidad y el Holocausto (1989); Ética de la posmodernidad (1993); Pensando sociológicamente (1994); Globalización: las consecuencias humanas (1998); Comunidad (2000); Sociedad asediada (2002); Amor líquido (2003), y Vidas desperdiciadas (2004).

Bauman ha sido un lúcido y reflexivo testigo de las transformaciones más radicales en las formas de vida social contemporánea, y ha sido capaz de lograr, a sus 80 años, una perspectiva de largo alcance sobre el significado de dichas transformaciones y de las formas emergentes en las relaciones sociales. Su mirada se ha detenido en los temas más característicos de nuestra época y ha efectuado también una serie de aportaciones importantes en el terreno de la teoría y la metodología sociológicas.

Algunos de los aspectos que más llaman la atención del pensamiento de Bauman son su libertad y su creatividad. Además de mostrar un gran conocimiento de los clásicos y de recurrir constantemente a su pensamiento, cita a numerosos teóricos sociales y pensadores contemporáneos de diversas latitudes; pero también, este sociólogo es capaz de desplazarse con absoluta libertad más allá de las fronteras del pensamiento académico tradicional con gracia e inteligencia, mostrando que se trata de un sociólogo a quien nada de lo humano es ajeno a su interés y su mirada profunda: tan pronto habla de sí mismo y de sus experiencias personales, como cita la literatura de García Márquez o de Juan Goytisolo; o cita el texto de un cartel en la calle, para luego hablar de las ideas contenidas en las revistas más frívolas de consumo masivo, o del pensamiento de Heidegger; de una manera móvil y ágil, Bauman articula sus reflexiones acerca del mundo que le ha tocado vivir e intenta explicar, sin la menor consideración, a lo que se ha llegado a asentar como lo "políticamente correcto". Al mismo tiempo que se palpa su formación en la vieja escuela de la sociología clásica, se nota un pensamiento flexible y plástico que ha permitido que su mirada penetre finamente en la comprensión del mundo actual, ofreciéndonos una lectura extraordinariamente clara de la complejidad contemporánea del mundo social, sin dejar fuera de su mirada ninguna de sus expresiones.

En Identidad se ofrecen al lector las reflexiones de Zygmunt Bauman comunicadas a Vecchi por medio del correo electrónico, en torno a los cambios que se han producido en la noción de identidad en nuestro mundo moderno. Resulta interesante que haya sido este medio de comunicación el empleado para la entrevista, ya que, junto con el teléfono celular, el sociólogo sitúa a la Internet como elementos que han participado de manera definitiva en las características de los vínculos sociales y de las identidades en el mundo actual, lo cual analiza en varias partes de este libro.

En una primera parte Bauman se centra en definir a la "identidad" como proyecto, como algo que hay que inventar, en lugar de descubrir; como el blanco de un esfuerzo; "un objetivo", algo que hay que construir desde cero, elegir entre ofertas de alternativas y luego luchar por ellas para protegerlas; el autor asume que la condición de identidad es siempre precaria e incompleta, y analiza a la "identidad" como un problema sociológico en el contexto de la historia del desarrollo de la teoría social que, sumada a las modificaciones en las formas de convivencia de la modernidad, han producido el "problema identitario". El autor recorre después varias facetas de ese proceso: el problema de la identidad en el marco de la izquierda marxista, los derechos sociales de ciudadanía vinculados con la caída de las identidades colectivas; la globalización y su impacto en las identidades, a las que fragmenta y obliga a su rearticulación a partir de otras lógicas, lo cual tiene consecuencias en ámbitos diversos tales como la reemergencia de los nacionalismos, la licuefacción de los vínculos sociales o las transformaciones profundas en las actitudes hacia lo sagrado. Empujado por las preguntas de Vecchi, Bauman reflexiona también en torno al fracaso de las políticas de reconocimiento que fundamentan el famoso melting pot de sociedades como la estadounidense o la australiana, al igual que sobre las ambivalencias presentes en la definición feminista de la identidad y sobre los fenómenos del fundamentalismo religioso. Igualmente se cuestiona en torno al sentido de la identidad en el marco de las luchas antiglobalización, y sobre el juego de las identidades que han posibilitado los nuevos medios de comunicación, en particular la Internet. Por último, Bauman reflexiona sobre lo que se ha llegado a llamar la "política de identidad".

El autor señala en Identidad que hubo un tiempo en el que no existían ni la noción de identidad, ni la identidad como problema; apoyándose en una investigación de Philippe Robert, Bauman afirma que para la mayoría de la gente del siglo XVIII la "sociedad" como "totalidad" más elevada de cohabitación humana equivalía a la vecindad más inmediata, a la existencia en una sociedad de conocimiento mutuo, dentro de cuya red de familiaridad transcurría su vida entera. Esto tenía como consecuencia que el lugar de cada persona era de tal manera evidente y próximo, que no era necesario reflexionar sobre él y, menos aún, negociarlo. Afirma:

Hubo que esperar a la lenta desintegración y a la merma del poder de control de las vecindades, además de a la revolución de los transportes, para despejar el terreno y que naciera la identidad como un problema y, ante todo, como una tarea (p. 46).

De pronto, había que plantearse la cuestión de la identidad, ya que no había en oferta una respuesta clara. Así, la identidad se convierte casi súbitamente en un tema que hizo una explosión en las formas de entender la sociedad, como efecto de un mecanismo mental que el autor describe de la siguiente manera: "[...] uno tiende a reparar en las cosas y a someterlas a la contemplación y a un cuidadoso examen sólo cuando se desvanecen, se van al traste o comienzan a comportarse de manera extraña o, si no, cuando le decepcionan a uno" (p. 101).

La "identidad", efectivamente, es algo nuevo en tanto voz, en tanto objeto y en tanto problema (Lomnitz, 2002). No obstante, se pueden encontrar algunos "precursores conceptuales" que ya apuntaban a la producción de las identidades; algunas de las categorías conceptuales producidas en la teoría sociológica clásica, tales como la Volkgeist de Herder, la de estatus de Weber, la conciencia de clase de Marx o la solidaridad mecánica y la solidaridad orgánica de Durkheim, apuntaban ya a una reflexión en torno a "aquello" que agrupaba colectivamente a los sujetos a partir de su pertenencia a ciertos grupos sociales. Al mismo tiempo, estas categorías iban dando cuenta del surgimiento de las realidades de la modernidad que era necesario comenzar a nombrar. Bauman menciona también a Georg Simmel —al que recurre abundantemente y del cual dice que es el sociólogo de quien más ha aprendido y a quien considera el ideal supremo—, como un sociólogo que, anticipándose a su tiempo, inició un reflexión muy útil para pensar y para mostrar cómo pensar este nuevo tema que estalló en la conciencia compartida y se asentó en ella mucho después de que todos estos teóricos murieran.

Lomnitz (2002) señala que la temática identitaria se introduce formalmente en las ciencias sociales a partir de la influencia del psicoanálisis, y no comienza a ocupar un lugar central en ellas sino a partir de la década de 1960. Poco a poco se introduce en el campo de la teoría social a la identidad como un problema, lo cual explica Bauman señalando que la cuestión de la identidad sólo se suscita en la modernidad cuando el Estado naciente, que se enfrentaba a la necesidad de crear un orden que las bien asentadas y unidas "sociedades de conocimiento mutuo" ya no reproducían automáticamente, se hizo eco de la cuestión y comenzó a utilizar a la identidad en su labor de colocar los cimientos de las novedosas y desconocidas reivindicaciones de legitimidad. Señala Bauman: "preguntar 'quién eres tú' sólo cobra sentido cuando se cree que uno puede ser alguien diferente al que se es. Sólo si se tiene que elegir y sólo si la elección depende de uno. Sólo si uno tiene que hacer algo para que la elección sea 'real' y se mantenga, claro" (pp. 47 y 48).

Así, la idea de "identidad", una "identidad nacional" en concreto, ni se gesta ni se incuba en la experiencia humana "de forma natural", ni surge de la experiencia como un "hecho vital" evidente por sí mismo. Dicha idea, que nació de la crisis de pertenencia y del esfuerzo que requirió salvar el abismo entre el "debería" y el "es", entró a la fuerza en el mundo de la vida de los hombres y mujeres modernos; llegó como una ficción, y se instaló como un hecho. Su utilidad se fincó en la necesidad de elevar la realidad cerca de los modelos establecidos que la idea erigía, para rehacer la realidad a imagen y semejanza de la idea. Por esto, la identidad sólo podía entrar en el Lebesnswelt como una tarea, como tarea no completada, todavía no culminada. Permanentemente inacabada.

La "identidad nacional" es, para Bauman, la base de todas las identidades, pues además de que, según este autor, tiene el derecho de monopolio para trazar el límite entre el "nosotros" y el "ellos", la identidad nacional se distingue de las demás en que ésta no reconoce la competencia, ni mucho menos la oposición: la identidad nacional permitirá y tolerará sólo otras identidades que no sean sospechosas de colisionar (ya sea por principio u ocasionalmente) con la prioridad no cualificada de lealtad nacional. Además, en el proceso de su construcción podemos encontrar las claves para explicar lo que ocurre en los otros planos de las identidades: las subjetivas, las políticas, las de género, las religiosas o étnicas.

Bauman afirma que una vez que la identidad pierde los anclajes sociales que hacen que parezca "natural", predeterminada e innegociable, la "identificación" se hace cada vez más importante para los individuos que buscan desesperadamente un "nosotros" al que puedan tener acceso (y a quienes el teléfono celular y la Internet les brindan la posibilidad de lograrlo a gran velocidad y a enormes distancias), y es probablemente ésta la tesis principal del libro, que se muestra consistente con anteriores propuestas conceptuales del autor; particularmente es consistente con sus ideas relativas a la "modernidad líquida" y al "amor líquido", útiles para comprender los efectos de la globalización más allá de los efectos económicos. "Para la gente insegura, perpleja, confusa y aterrada por la inestabilidad y la contingencia del mundo que habitan, la 'comunidad' se convierte en una alternativa tentadora" (p. 132), ya que cobija con la ilusión del paraíso perdido: tranquilidad, seguridad física y paz espiritual; he aquí la base de los fenómenos de recomunitarización fundamentalista —estudiados también por otro contemporáneo, Alain Touraine—, y de los nuevos nacionalismos.

A partir de su planteamiento de que nuestro mundo globalizado actual ha acarreado la "licuefacción" acelerada de marcos e instituciones sociales, Bauman plantea que la sociedad ya no da órdenes sobre cómo vivir, sino que sólo le pide a uno que no abandone el juego y que se conserven fichas suficientes sobre la mesa para hacerlo. La fuerza y el poder que la sociedad ejerce sobre los individuos residen ahora en que uno es "localizable" (el celular, la Internet), en su carácter evasivo, en su versatilidad y su volatilidad. La estrategia adecuada para tratar con una jugadora tan evasiva y errática es pagarle con la misma moneda. En un mundo como éste, una identidad unitaria, firmemente fijada y sólidamente construida sería un lastre, una coacción, una limitación de la libertad de elegir, y que se opondría a la flexibilidad que requieren los mercados globales.

Con esta misma lógica Bauman nos explica que en nuestro moderno mundo líquido las relaciones han sido sustituidas por conexiones efímeras y volátiles, como consecuencia de una socialización excesiva en los hábitos consumistas que han reducido la duración de atención humana y, más aún, han reducido el tiempo de predicción y de planificación (p. 144). Éste es el tema que el autor desarrolló ampliamente en Amor líquido, y que se conecta con el tema de la identidad en su preocupación por el desánimo general que produce vivir en la inmediatez del aquí y el ahora que conducen solamente a mantenerse a flote y nos dejan sin tiempo ni espacio para vislumbrar la "sociedad buena"; los vínculos sociales se disuelven en la liquidez que los rodea. No hay duración suficiente para proyectos a largo plazo ni para construir lazos de solidaridad y afecto que impliquen dependencia o compromiso. La inercia de la dinámica de la globalización, que no reconoce fronteras, nos ha atropellado a toda velocidad y está produciendo nuevas formas de exclusión que ya no tienen que ver con las viejas categorías de clase, sexo o raza; en este punto Bauman coincide con lo que Ulrich Beck ha señalado también respecto a estas nuevas formas de exclusión social propias de la globalización. Se trata, dice Bauman, de la producción de deshechos humanos, es decir, de la expulsión de aquellos "que ya no son necesarios para completar el ciclo económico y que, por tanto, resultan imposibles de alojar en un marco social que se haga eco de la economía capitalista" (p. 91).

No obstante, hay un resquicio de esperanza: ahora que la globalización ha alcanzado un punto sin retorno, nos encontramos con uno de sus efectos imprevistos: cada uno de nosotros depende del otro más que nunca y sólo podemos elegir entre garantizarnos mutuamente nuestra seguridad compartida; advierte Bauman que, por primera vez en la historia humana, el interés por uno mismo y los principios éticos de cuidado y respeto mutuo que todos tenemos apuntan en la misma dirección y exigen la misma estrategia.

De ser una maldición, la globalización todavía puede trocarse en bendición [...] Nos encontramos en el umbral de otra gran transformación: las fuerzas globales andan sueltas y se deben poner bajo control democrático popular sus ciegos y dañinos efectos; obligándoles a respetar y observar los principios éticos de cohabitación humana y de justicia social (p. 186).

Sin embargo —parece decir Bauman—, para poder cambiar el camino por el que la globalización nos va arrastrando de manera tan vertiginosa hay que comprender primero a la bestia. Para esto puede resultar muy útil la lectura de Identidad.

 

Notas

Bauman, Zygmunt, Identidad, Buenos Aires, Losada, 2005, 212 pp.

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