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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.14 n.40 Guadalajara Sep./Dec. 2007

 

Lecturas críticas

 

Bauman, identidad y comunidad

 

Noé González*

 

* Licenciado en Trabajo Social con estudios de maestría en Desarrollo Social en la Universidad del Zulia y especialización en Gerencia de Proyectos en la Universidad Católica Andrés Bello. Cursante del Programa de Doctorado en Sociología de la Universidad de Salamanca (2006-2007). noewayuu@hotmail.com.

 

Introducción

Escasos autores dentro del campo de las ciencias sociales muestran la vitalidad imaginativa y la fuerza seductora con las que Zygmunt Bauman impregna sus discursos. Asombra su esfuerzo en la descripción y análisis de las consecuencias ya no sólo humanas —para aludir al título de uno de sus libros— sino de todo orden venidas de la globalización, para referirlo según la denominación ya propia del lugar común que en espacios más especializados designan, para referirse a su correlato cultural, como posmodernidad y que el propio Bauman ha bautizado como modernidad líquida para dar cuenta de la especificidad, diferencia y novedad de estos tiempos nuestros respecto del pasado moderno apenas reciente. En pocos años, el concepto ha pasado a ser parte del lenguaje común de analistas, editores, líderes de opinión, especialistas académicos y hasta políticos. Modernidad líquida, se dice, y con ello se quiere decir lo que los más entendidos apenas intuyen pero cuya resonancia producida aclara más que el discurso que le sigue al tratar de explicarlo. Bauman ejerce sus dotes de encantador con su concepto para abrirnos los ojos respecto de la gran transformación que se viene sucediendo y que afecta por igual a las estructuras estatales, las condiciones laborales, las relaciones interestatales, la subjetividad colectiva, la producción cultural, la esfera íntima de las relaciones amorosas y la amistad, la vida cotidiana y a las relaciones entre el ser y el (los) otro (s).

Bauman, cuyos últimos libros transmiten su pesimismo respecto del devenir de las sociedades humanas,1 en el sentido de mostrarse incapaces de cambiar el rumbo trazado por las fuerzas desatadas de la globalización, recurre al ensayo para referirnos en lenguaje heterodoxo, nada académico, su corpus sociológico. Sin aportar apenas datos ni algo parecido a la estadística o a la regularidad empírica apuntada desde observatorios sociales, a fuerza de metáforas, alusiones a programas de televisión, noticias de la prensa escrita, lecturas de otros autores, textos de literatura, referencias de revistas, su narrativa nos convence de cuanto dice con una sugerencia tal que, efectivamente, sus ideas pasan a orientar nuestras preocupaciones y reflexiones sobre los dilemas sociales posmodernos.

Lo que sigue pretende ser un breve ensayo que gira alrededor de las principales ideas del autor alrededor de temas tan vigentes, tan apasionantes como problemáticos, dentro del debate social y sociológico esencialmente, a saber: la identidad y la comunidad, aderezada con reflexiones y observaciones personales, fundadas en sus últimas producciones sobre éstos y las referencias del autor en entrevistas y conferencias que en meses recientes se multiplican en medios europeos y desbordan el alcance académico de sus tesis, sin menoscabo de la consulta a las reseñas de otros autores o textos anteriores del mismo autor.

 

De la identidad y su ambivalencia

La relevancia de la identidad en el ámbito de las ciencias humanas y las disciplinas profesionales asociadas no sólo se evidencia en la irrupción de su tratamiento teórico en los últimos años, prolijo y casi inabarcable, también lo hace en la (re)ubicación alrededor de su órbita de los temas propios del análisis social, alineados ahora tras el eje de la identidad. No obstante, Bauman sostiene que todavía su teorización no está agotada y, antes bien, su discurso en la medida que bucea en lo profundo del tema aspira a "revelarnos más acerca de la situación actual de la humanidad".2

Con la modernidad, la naturaleza humana, antes considerada como estable y permanente, dada, indisoluble, segura, pasó a ser una tarea obligada, una construcción en ejercicio; cada vez más sin sujeciones a los referentes colectivos que brindaban un guión de actuación. En palabras de Bauman, la predestinación del destino humano, tan inmanente a la cosmovisión de las sociedades premodernas, fue reemplazada por el proyecto de vida; el destino por la vocación, y la naturaleza humana, antes preconcebida, en una identidad ahora por construir. Justamente este carácter incompleto de la identidad, en especial la responsabilidad por completarla, construirla, está irremediablemente enlazada con todos los aspectos de la sociedad moderna. Porque sea como fuera planteado el tema por tantos y variados autores, en clave de problema o como un elemento más del análisis real, la identidad ya no es un asunto propio de la esfera privada de la actuación humana, ni mucho menos una preocupación subjetiva irrelevante.

El mismo proceso de individualización,3 característico de la modernidad, contiene también la idea emancipatoria del individuo respecto de la determinación adscrita, heredada o innata de su carácter social, y lo deja abierto a la aventura y realización individual. Para el autor el proceso de la individualización, aparejado a la modernidad, no es otra cosa que la consecuencia de la liberación humana de sus destinos sociales y confrontarse con la tarea ardua y solitaria de construirse otra identidad humana con las responsabilidades y consecuencias de su realización. La modernidad reemplaza, pues, la pre-determinación de una posición social por una autodeterminación compulsiva y obligatoria.

Ahora bien, se pregunta Bauman, si las afirmaciones planteadas sobre la identidad, más o menos en términos homólogos a los descritos por los clásicos de la sociología, son válidas para todas las épocas y todos los estamentos sociales, ¿qué eventos de ocurrencia reciente han sucedido y se suceden para que, siendo así, no sea sino hasta hace muy poco que surge la preocupación por el asunto de la identidad?, ¿qué hizo brotar la emergencia del tema hasta el punto de multiplicar las referencias desde distintas especialidades científicas, manifestaciones culturales y debates públicos?, ¿efectivamente, qué novedad ocurrió para que un problema inmanente a la propia modernidad, en consecuencia tan añejo como ella, adquiera una nueva cualidad?

Para responder a estas interrogantes, Bauman se detiene en dar cuenta de la solidez de las estructuras sociales sobre las que se forjó la primera modernidad o modernidad sólida. El desmoronamiento de las estructuras establecidas con que irrumpe la modernidad no dejó a la deriva a los individuos establecidos en sociedades integradas: los antiguos estamentos que agrupaban a iguales, formaban identidad y prescribían pautas para la realización humana, vinieron a ser sustituidos por las clases sociales. La tarea de autoidentificación de los individuos se redujo así al desafío de ajustar las pautas de vida de acuerdo con los nuevos tipos sociales y el nuevo ethos social que impuso la modernidad. Los individuos desincrustados de sus estamentos premodernos estaban obligados a hacer uso de su nuevo estadio personal de autodeterminación alcanzado para formarse en el aprendizaje de los hábitos, actitudes y conductas que les permitieran incrustarse en la clase social de la sociedad industrial emergente, cuya pertenencia debía ser constantemente renovada, reconfirmada y documentada en la vida cotidiana. Y, sin embargo, esta asignación de clase aunque formada, procurada, convenida en lugar de heredada o innata, demostró solidez, siendo inalterada y resistente a las manipulaciones individuales en términos homólogos a como ocurría con la adscripción premoderna al estamento. La clase social, por un lado, y el género por otro —adicionalmente, la ideología del Estado-nación conformaba un discurso de ámbito socioterritorial sobre el que gravitaban aquéllos— determinaban la elección individual, además parecían increíblemente dados por sentado, naturales, por lo que no eran cuestionados y "...la tarea que les quedaba a los individuos no era otra que encajar, incrustarse en el nicho asignado comportándose como lo hacían sus residentes ya establecidos" (Bauman, 2003: 167).

En la modernidad líquida no sólo las colocaciones individuales sino también los nichos o espacios de identificación socio/cultural a los que los individuos pueden tener acceso y en los cuales pueden desear establecerse, se están fundiendo a toda velocidad y difícilmente pueden adecuarse a objetivos del tipo "proyectos de vida". Dado que la transitoriedad o el estar en camino es el signo permanente de la vida en la modernidad líquida con sus estados de inseguridad, incertidumbre y riesgo asociados —consecuencia de los procesos de flexibilización laboral, el desmoronamiento de las estructuras del Estado de bienestar, las transformaciones en instituciones como la familia y la religión, el impulso liberador del individuo respecto de las reglas morales que gobernaban la esfera de vida privada, entre otras— no existe perspectiva alguna de reincrustación final y definitiva. En la modernidad sólida, advierte Bauman —siguiendo la formulación de Weber sobre la racionalidad instrumental como el principal factor regulador de la conducta humana entendida como la adecuación de medios a los fines más o menos establecidos—, la ansiedad humana y la crisis de identidad aparejada se reducían a la incertidumbre sobre la pertinencia y adecuación de los medios. Pues bien, en el estadio de la modernidad que vivimos, la fuente de las incertidumbres y ansiedades humanas dejaron de ser los medios (abundantes) y éstas provienen ahora de los fines, que han pasado a ser difusos, dispersos e inciertos. La conducta racional en términos weberianos demanda ahora mantener siempre el horizonte abierto a las distintas opciones de identidad, antes que construirse una en sí misma cerrada pero que está condenada —o amenazada— a desaparecer dada la naturaleza inasible de la modernidad líquida. Lo que causa incertidumbre y falta de certeza en los individuos contemporáneos no es tanto la búsqueda de un espacio social afirmativo de identidad y luego conservarlo, como la sospecha de que ese marco de actuación social fuente de seguridades y de reconocimientos terminará desvaneciéndose.

En La sociedad individualizada (2001) el autor se detiene en insistir sobre dos ideas para una mayor precisión respecto de la naturaleza del tema identitario. Por un lado, asistido por Beck y Castells, asienta su convicción de que no está el hombre moderno en condiciones de dar respuestas individuales ante una situación cuyas causas —fuerzas globales desintegradoras y desproporcionadas— lo desbordan por su alto grado de abstracción y diferenciación, creando las condiciones para que sea posible el vacío de contenido de las instituciones democráticas y la privatización del ámbito público, por lo que sólo la acción individual, incapaz de hacer frente a las fuerzas desintegradoras y abstractas, deja de ser un acto racional. Por otro lado, que tal vez más que hablar de identidades vale mejor hablar de identificación para dar cuenta de su carácter inacabado, incompleto o inconcluso en permanente construcción y siempre abierto; su vigencia debe asumirse no como un residuo de la primera modernidad, ni como defecto que se arrastra venido de las eternas interrogantes sobre el sentido del hombre, sino como compañero natural de la globalización, "...efecto secundario y el subproducto de la combinación de las presiones globalizadoras e individualizadoras que producen. Las guerras de la identificación no son contrarias a la tendencia globalizadora ni se interponen en el camino: son un vástago legítimo y un compañero natural de la globalización y, lejos de detenerla, le engrasan las ruedas" (Bauman, 2001: 175). En esta tesis coincide con aquéllas expuestas por los esposos Berger y Kellner en Un mundo sin hogar (1979), para quienes la identidad deja de ser un hecho dado objetiva y subjetivamente y pasa a ser un proyecto difícil, inacabado, en crisis permanente por las fuerzas que presionan sobre él a ritmos globalizados.

Merece la pena relatar la identidad según estos autores, especialmente porque aparece más estructurada y mejor descrita a los fines comprensivos. Para Berger y Kellner la identidad moderna es: a) especialmente abierta: la biografía del hombre moderno es una constante migración de mundos de vida social y, al mismo tiempo, es la realización sucesiva de una serie de posibles identidades; b) especialmente diferenciada: las estructuras de cada mundo de vida social se experimentan como inestables y poco fidedignas; c) especialmente reflexiva: reflexividad que no sólo ocurre sobre el mundo exterior, sino y particularmente hacia la subjetividad del individuo y especialmente sobre su identidad; y d) especialmente individuada: es la autodeterminación a que hace mención Bauman; la supremacía de la libertad individual y la autonomía ajena a toda atadura para forjarse su proyecto vital con su horizonte abierto pero también con su soledad (Berger y Kellner, 1979: 75).

Pero que se asuma la identidad como proceso abierto hacia un horizonte indefinido, no significa encubrir su naturaleza antinómica asociada a los procesos de individualización que desató la modernidad, toda vez que es al mismo tiempo opresión y liberación: se rompen los lazos que amarraban a un destino social predeterminado y se desliza el piso de certezas inmanente y, al mismo tiempo, se es cautivo obligado de la tarea ciclópea de construirse nuevos moldes que den sentido a la existencia humana. Los grados de libertad alcanzados por el hombre contemporáneo en las sociedades occidentales de bienestar, sin precedentes en la historia, le arrojan simultáneamente a la búsqueda de un destino para cuyos esfuerzos se encuentra solo, y de poco le sirve la gramática aprendida de las estructuras institucionales sólidas. La ambivalencia de la identidad es que resulta al unísono nostalgia por el pasado y conformidad absoluta con el ethos de la modernidad líquida; padece el trance de querer al mismo tiempo las seguridades de un tiempo ido, evaporadas por el resquebrajamiento de las estructuras que sostenían los vínculos en la modernidad sólida, y las libertades emanadas justamente de esa ausencia de vínculos en un tiempo presente vaporoso e inasible.

Es ante este horizonte de búsqueda de identidad que Bauman esboza el otro tema que motiva estas líneas: la irrupción de la comunidad como sitio de llegada, hogar milenario, consuelo de seguridades extraviadas pero a la vez espacio excluyente de autoafirmación.

 

La comunidad como nostalgia y refugio

Sirvan de preámbulo a las siguientes líneas, las respuestas de Bauman en una entrevista aparecida en el diario español ABC (2006: 6), hablando de los miedos modernos

[...] desgraciadamente una de las pocas cosas que no escasean en nuestros días, carentes por otra parte de certezas y seguridad, son precisamente ocasiones para estar aterrorizado. Los temores son muchos y variados, reales o imaginarios [...] un ataque terrorista, las plagas, la violencia, el paro, terremotos, tornados, el hambre, enfermedades, accidentes, el otro [...] gente de muy diferentes clases sociales, sexo y edades, se sienten atrapados por sus miedos personales, individuales, intransferibles, pero también existen otros globales que nos afectan a todos. El problema, sin embargo, es que esos problemas no son fáciles de asimilar [...] porque como nos golpean uno a uno, en una sucesión constante aunque azarosa, desafían nuestros esfuerzos (si es que en realidad hacemos esos esfuerzos) de engarzarlos y seguirles la pista hasta encontrar sus raíces comunes, que es en realidad la única manera de combatirlos cuando se vuelven irracionales. Todos juntos resultan mucho más aterradores al ser tan difícil comprenderlos, pero sobre todo nos espeluzan por el sentimiento de impotencia que nos despiertan. Tras fracasar en nuestro tiempo por comprender sus orígenes y su lógica (si es que el miedo tiene alguna lógica) tenemos que reconocer que estamos también a oscuras y tan petrificados cuando aparecen como para tomar precauciones, por no mencionar cómo prevenir los peligros que anuncian o luchar contra ellos. Nosotros simplemente carecemos de las herramientas y de las habilidades necesarias para aprovecharlos. Los peligros que tememos sobrepasan con mucho nuestra capacidad de reacción.

Solo apuntemos que salta de inmediato la similitud con el diagnóstico que de este tiempo hace Ulrich Beck en La sociedad del riesgo (1998) y que es el telón de fondo sobre el que se plantea el tema de la comunidad.

En Comunidad (2003) Bauman relata las nuevas ataduras sociales que la modernidad líquida ha provocado. En términos muy generales se trata de ensayos estructurados alrededor de la necesidad de comunidad como continuación al problema de identidad en las sociedades modernas aunque, bien lo aclara en el prólogo, constituyen relatos hechos aún de manera provisional e incompleta. Manteniendo en miras hilar unas notas sobre los nexos que hacen que para el autor sea la comunidad un sucedáneo de la identidad, vamos a revisar una breve exégesis que esboza sobre la noción y el sentido de lo que se evoca con la palabra comunidad, para luego situar el tema en el plano de la antinomia seguridad/libertad, ahondar en cómo los cambios sucedidos en el mundo del trabajo espolean los anhelos de comunidad, dar cuenta de la oposición que hace entre los tipos de comunidad estética y el ideal de una comunidad ética y presentar unas notas finales sobre el binomio identidad/comunidad y otras asociadas a temas afines.

Bauman recurre a autores como Ferdinand Tönnies (1979) para distinguir entre comunidad y sociedad, situando a la primera obviamente lejana en el tiempo pasado y contrapuesta a la sociedad que emergió con la modernidad. En aquella, dice Tönnies, existía un entendimiento compartido por todos sus miembros. Dicho entendimiento se da por descontado entre sus miembros, no se construye ni se consigue al cabo de un trayecto, sencillamente está ahí, precede a todos los acuerdos y desacuerdos de la interacción social y es el punto de partida de la convivencia comunitaria. Es un sentimiento recíproco y vinculante reconocido, paradójicamente, en la medida que subyace en las relaciones sociales entre los miembros y nadie osa hacer conciencia de ello, ya que de hacerlo se perdería el estado de inocencia que permite su existencia, como ocurre con el mito griego de Tántalo. No podía ser de otra manera ya que al ser tan obvio y natural el entendimiento compartido que hace de cemento social en la comunidad, se sustrae a la percepción cotidiana "porque no se cuestiona lo que es natural". En palabras de Tönnies es "la naturalidad del entendimiento comunal". Son obvias aquí las resonancias con el mito bíblico del paraíso perdido: un estado de inocencia que se pierde y desde entonces la humanidad es errante en su búsqueda y nostalgia eterna por regresar al Edén mítico en donde reside la felicidad. Bauman, siguiendo a Redfield (1971), presenta las características que develan la naturaleza de la comunidad: a) es distintiva respecto de otras, con claros límites de su espacio y el de los otros; b) es pequeña, esto es, la conforman pocos miembros de suerte que todos estén a la vista; c) es autosuficiente: abastece todas las necesidades y actividades que demandan sus miembros. Estas tres características, dice Bauman, combinan sus fuerzas para proteger eficazmente a los miembros de la comunidad de los desafíos a sus usos habituales.

Ocurre, no obstante, que las características citadas se ven aguijoneadas gravemente por las transformaciones sobrevenidas con la sociedad moderna. En la medida que el flujo de comunicaciones e intercambios entre los miembros internos y el mundo externo se acentuó, la difuminación de espacios propios diluyó la diferencia entre los miembros de la comunidad y los otros de afuera. Tal hecho se profundiza con el arribo de la era digital que definitivamente libera la comunicación de las limitaciones físicas del transporte: la distancia, afirma Bauman, en tiempos la más formidable de las defensas comunales, perdió gran parte de su importancia, dejó de tener la dimensión de aislamiento y lejanía a que iba asociado en el lugar común. Así, el entendimiento comunal que refieren Tönnies y Redfield, deja de ser un hecho dado por sentado y cada vez más pasa a ser (si es que es) un logro susceptible de alcanzar al final de un prolongado y tortuoso trabajo de discusión y persuasión en una agotadora competencia con un número indefinido de potencialidades, todas las cuales rivalizan por la atención y todas las cuales prometen una mejor distribución de las tareas de la vida y mejores soluciones a los problemas de la vida, cuya satisfacción al interior de la comunidad se sucedía de manera natural. Vale situarse, para tener una idea de lo que significa el párrafo anterior, por ejemplo, en los esfuerzos cotidianos, intangibles, apenas perceptibles, de una familia en la construcción de un espacio de condiciones materiales pero también de clima de confianza y de entendimiento comunal que se asemeje al ideal de hogar. Antes que una comunidad ideal cuyo sustrato común entre sus miembros les hace entenderse, la que realmente existe, además de estar desgarrada por los conflictos internos, se ve asediada por las amenazas externas representadas por las fuerzas desintegradoras y abstractas de la modernidad. Y es ante este colapso de la comunidad como espacio cálido y de miembros cuyo reconocimiento resultaba obvio, que se inventa la identidad, sentencia Bauman parafraseando al inglés Jack Young (1999). "La identidad, la palabra y el juego de moda, debe la atención que atrae y las pasiones que despierta a que es un sucedáneo de la comunidad" (Bauman, 2003: 22).

A partir de esta observación Bauman traza una sátira sobre el tema, dando a entender que su tratamiento no ha de ir por los derroteros que señalan muchos, sino desde una crítica sobre ella misma.4 Volveremos sobre esto más adelante. Por lo pronto, huelga decir que la antinomia identidad/comunidad recoge el dilema entre seguridad/libertad, tan caro a la tradición de la Filosofía Política y rescatado en las lecturas sociológicas recientes. La comunidad brinda seguridad pero para ello sustrae espacios a la libertad; la individualización propia de nuestros días, consecuencia de la liberación personal de las ataduras sociales, amplía las perspectivas del horizonte de realización personal, pero a costa de la ausencia de vínculos sociales estables a los cuales asirse ante las fuerzas abstractas y desintegradoras de la modernidad líquida.

Promover la seguridad siempre exige el sacrificio de la libertad, en tanto que la libertad sólo puede ampliarse a expensas de la seguridad. Pero la seguridad sin libertad equivale a esclavitud; mientras que la libertad sin seguridad equivale a estar abandonado y perdido [...] la seguridad sacrificada en aras de la libertad tiende a ser la seguridad de "otra gente"; y la libertad sacrificada en aras de la seguridad tiende a ser la libertad de "otra gente" (Bauman, 2003: 27).

Desarrollemos dos ideas adicionales para cerrar este apartado, la primera: el desmoronamiento de las estructuras laborales sólidas de la primera modernidad y sus efectos sobre el marco social del trabajo y el mundo de la vida han erosionado una sociabilidad y un tipo de sensibilidad asociado. Un trabajador de la industria automotriz, digamos de General Motors, tenía la certeza de que habiendo ingresado podía proyectar su vida con la convicción de que al final de ella se jubilaría en la misma empresa; la duración media de un trabajo en Sillicon Valley es de ocho meses aproximadamente (Bauman, 2006a). Se han esfumado la mayoría de los puntos de referencia constantes y sólidamente establecidos que sugerían un entorno social más duradero, más seguro y más pleno de confianza que el tiempo que duraba una vida individual.

Se ha acabado la certeza de que "volveremos a vernos",5 de que estaremos viéndonos repetidamente y durante un largo tiempo futuro [...] todos estos supuestos y otros similares constituían, por expresarlo así, "el fundamento epistemológico" de la experiencia en comunidad [...] y es esta experiencia la que hoy se echa de menos, y su ausencia se describe como "decadencia", "muerte" o "eclipse" de la comunidad (Bauman 2003: 59).6

Hay un ethos sociocultural henchido de comportamientos y actitudes que está en despedida, asociado a aquella experiencia comunitaria y cuyo expediente, necesario por lo demás en tanto que inventario de un tiempo ido, excede con creces los límites de este trabajo.

La segunda idea quiere resaltar la interesante evidencia que Bauman asoma para contraponer a dos tipos de comunidades: comunidad estética/comunidad ética. Las comunidades estéticas están generadas por preocupaciones identitarias cuya demanda constituye el terreno favorito de la industria del entretenimiento. Las comunidades que se forman en torno a ellos (los ídolos):

[...] son comunidades listas para el consumo, comunidades instantáneas para el consumo instantáneo [...] son comunidades que no requieren una larga historia de construcción lenta y minuciosa, que no requieren un esfuerzo laborioso para garantizar el futuro [...] su característica común es la naturaleza superficial y episódica de los vínculos que surgen entre sus miembros. Los vínculos son fríos y efímeros [...] en realidad son vínculos que no atan, vínculos sin consecuencias (Bauman, 2003: 86).

A diferencia de éstas, la comunidad ética se caracteriza porque teje unos compromisos del tipo compartir fraternalmente, reafirmando el derecho de todos sus miembros a un seguro comunitario frente a los errores y desgracias que son los riesgos inseparables de la vida cotidiana. Procura los compromisos de largo plazo, esos que son imposibles en las comunidades estéticas que más bien atraen a partir de sus promesas de vínculos sin consecuencias. Nada es para siempre, parece decir Bauman, mientras hace una defensa de la amistad y la relación amorosa.

En un mundo líquido, de flujos rápidos e impredecibles como el nuestro necesitamos, más que antes, lazos fuertes de amistad y confianza mutua. Los amigos después de todo, son gente con cuya comprensión y ayuda podemos contar en caso de que tropecemos y caigamos, y en el mundo que habitamos incluso los surfistas más rápidos y los skaters7 más enérgicos no están asegurados contra esta eventualidad (Bauman, 2006a: 42).

Pero, siendo que proliferan las comunidades estéticas movidas desde el interés crematístico de la industria del ocio y el entretenimiento y que son realmente las existentes, ¿son posibles en la modernidad líquida las otras, ésas que Bauman denomina éticas y que se fincan en lazos y compromisos duraderos y de largo plazo? Más aún, el ideal comunitario de Redfield y Tönnies ¿se funda en las realidades humanas? o, antes bien, son reminiscencias del mito del paraíso perdido sin asidero en la historia humana. ¿Y, por qué, sin embargo, permanecen en el horizonte como posibilidad y anhelo?

Igual a su planteamiento respecto de la identidad, para Bauman la comunidad es al mismo tiempo nostalgia de seguridades perdidas, de hogar en el que el frío cálculo de la acción instrumental esté desterrado y la acción humana no se mueva por intereses utilitarios sino que dé paso al círculo cálido de afecto y sentido al que hace mención Redfield; nostalgia de esto, decimos, pero a su vez refugio ante los efectos devastadores de la globalización. Sin embargo, Bauman considera antimoderno la búsqueda de identidad a través de experiencias comunitarias en la medida que constituyen "...una regresión, una huida de ese destino del hombre moderno empujado a ser libre renunciando a la seguridad..." (Martínez, 2006: 20). No obstante, su proliferación obedece a que satisface muchas necesidades: la de pertenencia, la de diferenciación con respecto a otras comunidades, la de espacios de arraigo y seguridad ante las contingencias modernas. Además la adhesión a ese tipo de "comunidad imaginada" y, sobre todo, "sentida" evita todos los problemas que se hallan ligados a la identidad moderna. Por lo que no obstante la carga premoderna que en opinión de Bauman llevan intrínseca, los movimientos del tipo comunitarios siguen generándose y ganando adeptos seguramente porque al volver sobre el problema de la identidad de individuos desarraigados, persiguen ".. .aunque no de forma consciente reencantar la identidad, la cual se presenta como algo esencial y predado y de carácter numinoso" (Martínez, 2006: 21).

 

Notas finales

Estas consideraciones finales antes que conclusivas intentan ser apenas el preludio de otras reflexiones seguramente más nutridas y sistemáticas que las expuestas hasta aquí y que dan cuenta del pensamiento de uno de los sociólogos más influyentes de nuestros días. Aspiran a dejar planteados temas que por su complejidad desbordan el objetivo de este papel de trabajo, presentar algunas ideas sintéticas de lo antedicho, dejar expuestas reflexiones en voz alta motivadas por el objetivo de desentrañar lecturas posibles del diagnóstico de Bauman sobre la modernidad que vivimos, cuya dinámica se está transformando a velocidad de vértigo, y esbozar una agenda temática sobre la cual descomponer las ideas centrales del autor.

• El proceso de individualización que acompaña la modernidad líquida dejando en desuso paulatinamente la ética y la moral de la primera modernidad sujetas a los vínculos sociales desechos, plantea el tema de los ejes y productos alrededor de los cuales ha ido conformándose el nuevo ethos posmoderno, atendiendo al hecho por supuesto de que necesitemos de ellas para salvaguardar vínculos endebles pero vínculos al fin y al cabo que permitan mantenernos integrados. Luego ¿de qué valores, unidades de sentido y normas se nutren la moral y ética posmodernas?

• Decíamos en los párrafos últimos del numeral tres que existe un acervo de comportamientos, sentimientos, conductas y hábitos que corresponden a un tiempo ido, el de la modernidad sólida. Esta sociabilidad que está en despedida y de cuya gramática laboral dio cuenta Sennet en La corrosión del carácter, apenas está identificada. Vemos los estertores de comportamientos orientados por la ética moderna y la emergencia de un nuevo tipo de sensibilidad y una nueva sociabilidad que empuja por erigirse pauta o referencia. Hacen falta estudios que expedienten en el estilo de Norbert Elias en La sociedad cortesana —en la que nos entrega una radiografía de la corte de Luis XIV como representativa de la corte real en el ancien régime y la formación social vinculada que precede a la burguesía— el acervo de actitudes, actos, hábitos y sentidos que irrumpen y que dan cuenta en detalle de la transformación sociocultural que se produce ante nuestros ojos. Una tarea de la sociología debería ser el inventario de dicho acervo como referente inmediato de las identidades perdidas y punto de comparación con las que están en formación.

• El anhelo de comunidad como espacio seguro contra los riesgos de la sociedad posmoderna, empuja la reflexión sociológica a volver sobre temas como el de la familia, en tanto reducto último de entendimiento común o mundo de la vida en el sentido de Schütz, bombardeada por las fuerzas desintegradoras de lo social y en evolución hacia otras formas de constitución; y sobre las transformaciones que ocurren en el mundo subjetivo y objetivo de las relaciones afectivas, sean éstas de parentesco, amorosas o de amistad.

• ¿En qué medida son aplicables tales discursos sobre la identidad y la comunidad en realidades marcadas por la desintegración social y la convivencia de élites globalizadas con capas sociales en Estados premodernos, como es el caso de Latinoamérica? Contra la opinión de muchos cientistas sociales que suelen despreciarlos alegando se corresponden con procesos sociales en las sociedades de bienestar ajenas a las tradiciones americanas, estimo que la globalización en su despiadada homologación de realidades impone las mismas consecuencias sobre situaciones disímiles, de tal manera que seguramente los problemas de desarraigo, individualización, búsqueda de identidades, desmoronamiento de estructuras sociales sólidas —las consecuencias de la flexibilización laboral en casi todo el orbe dejan ver la precariedad del mundo del trabajo igual en España que en Perú o Centroamérica— adquieren otro matiz y demandan otra lectura, pero el andamiaje conceptual permanece asequible y pertinente. Es posible que tengamos que releer nuestra realidad alternando y vinculando dos ejes de interpretación, a saber: el que da cuenta de la imposibilidad que hemos tenido de hacernos de una racionalidad moderna y los avatares en los esfuerzos históricos por construir instituciones modernas; y el que nos obliga a detenernos ante los cambios que se están sucediendo, impulsados por el nuevo estadio de la modernidad al que nos adentramos arrastrados por las fuerzas globalizadoras, a pesar de nuestras resistencias.

• ¿Cabe sumarse al pesimismo de Bauman respecto al devenir de las sociedades líquidas?, ¿debemos aceptar sin más, la profecía de que el individualismo nos lleva por derroteros desastrosos? Y si fuera así, ¿en qué sentido lo es? El empuje modernizador con sus consecuencias sociales, humanas y de todo orden, tiene en el proceso de individualización uno de sus signos históricos y no pareciera tener vuelta de hoja; antes bien, como hemos visto, su tendencia es a arraigarse y profundizarse generando obviamente secuelas en la interacción social y la convivencia humana. Tales nuevas formas de convivencia e interacción demandarían de los centros de pensamiento y los espacios de intervención profesional esfuerzos mayores que permitan discursos integradores del pluralismo que vienen acompañadas. Lo que ya no es posible es pensar y actuar en términos de nostalgias por formas sociales que han desaparecido o están en vías de hacerlo. Pareciera que existe una tendencia hedonista en la condición humana que, contra la naturaleza de las cosas, pretende tomar lo mejor de los mundos y desestimar que regularmente, en este caso, la libertad a que aspiramos es un anhelo prometedor de mejores días para ampliar nuestro horizonte de decisión, aunque estemos solos, pero conlleva al mismo tiempo una responsabilidad que nos hace presos de las circunstancias que supone vivirla. Podemos preferir también vínculos sociales que nos den seguridad, pero su búsqueda y disfrute cercena espacios de libertad que son generados y al mismo tiempo fortalecen el proceso de individualización de la sociedad. En consecuencia, no es desdeñable la defensa de una lectura favorable de las posibilidades del individualismo en contravención a las lecturas negativas de sus consecuencias, y la significación positiva desde una perspectiva realista, no utópica. O lo que es igual: no existe paraíso alguno a la vuelta de la esquina; tampoco, por cierto, existió antes.

 

Bibliografía

Bauman, Zygmunt (2006a) "Vivimos con el miedo de una amenaza constante sin saber de qué", en La Vanguardia. Barcelona, entrevista, mayo 26, p. 42.

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---------- (2006c) ABCD Letras, suplemento literario del diario ABC. Madrid, mayo 16, pág. 6.

---------- (2005a) "Hoy el matrimonio es un contrato basura", en La Vanguardia. Barcelona, entrevista, diciembre.

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Martínez, Irene (2006) La identidad como problema social y sociológico. Mimeografiado. Salamanca, España.         [ Links ]

Tönnies, Ferdinand (1979) Comunidad y asociación. Barcelona, España: Península.         [ Links ]

Young, Jack (1999) The Exclusive Society. Londres: Sage.         [ Links ]

 

Notas

* Zygmunt Bauman. Comunidad, en busca de seguridad en un mundo hostil. España: Siglo XXI, 185 pp.

1. (2005) Vidas desperdiciadas. Paidós: Barcelona; (2005) Identidad. Losada: Madrid.

2. A partir de este párrafo y al menos que se advierta de lo contrario, las cursivas corresponden a conceptos o citas textuales del autor.

3. De cuya emergencia y fenomenología dan cuenta los clásicos de la sociología, en tanto que irrumpe de la mano de la modernidad. Véanse: Elías (1990), Weber (1964), Durkheim (1974 y 1990), Berger (1979), Giddens (1997) y Bauman (2001).

4. Alineado con el filósofo norteamericano Richard Rorty, quien, no sin ironía, suele recriminar a la sociología europea y norteamericana haber hecho de la identidad el tema sociológico predominante de estos días, por encima del tema social de la pobreza.

5. No podemos dejar de citar a Baudelaire y su sentencia estremecedora, formulada desde la creación poética, que atrapaba los cambios sobrevenidos con la era moderna: "Ninguno de nosotros volverá".

6. Sennet, en su libro La corrosión del carácter (1998), plantea este mismo tema en términos de que ya nadie será testigo de la biografía de alguien durante toda la vida.

7. Patinadores sobre hielo.

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