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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.12 no.35 Guadalajara ene./abr. 2006

 

Reseñas

 

You Have to Admit It's Getting Better: From Economic Prosperity to Environmental Quality, editado por Terry L. Anderson

 

Fernando Leal Carretero*

 

* Profesor investigador del Departamento de Estudios Sociourbanos, Universidad de Guadalajara. México.

 

Me used to be angry young man.
Me hiding me head in the sand
You gave me the word
I finally heard
I'm doing the best that I can.
I've got to admit it's getting better
a little better all the time...

McCartney y Lennon

 

Un viejo chiste dice que los economistas son los expertos que van a explicarnos mañana por qué no sucedió hoy lo que ayer mismo dijeron que sucedería. El chiste es muy bueno como chiste; todo mundo a quien se lo cuento ríe, y si no es economista ríe a carcajadas. Los economistas sonríen al menos y algunos hasta ríen de buena gana, sólo que hay una diferencia: ellos saben que el chiste expresa un estereotipo erréneo, mientras que los no economistas creen que se trata de una verdad indiscutible y transparente.

Locierto es que los economistas no trabajan en el negocio de la predicción: saben demasiado bien lo poco que saben como para atreverse a predecir (Sala-i-Martín, 2002). ¿Cómo es entonces que unos pocos economistas lo intentan a pesar de todo? Múltiples son sin duda sus motivos, pero tal vez el más fuerte es la presión que sobre ellos ejercen los gobiernos y a la que ceden algunos por amor al dinero o la fama, en detrimento de la verdad económica y de la reputación, de por sí frágil, de las ciencias sociales (Machlup, 1961). El libro que aquí se reseña no predice lo que va a pasar mañana en materia de prosperidad económica y calidad ambiental, que eso es algo que hacen más bien los ambientalistas, uno con más enjundia que el otro. Más bien describe lo que está sucediendo y trata de explicar por qué está sucediendo. Y lo que está sucediendo no se parece mucho a lo que los ambientalistas predicen. De hecho, creo que bien podríamos con justicia reformular el chiste diciendo que los ambientalistas son los expertos que van a explicarnos mañana por qué no sucedió hoy lo que ayer mismo dijeron que sucedería. Aconsejo al lector avisado, sin embargo, que no cuenta el chiste de esta manera, porque seguro que nadie se va a reír. La defensa del medio ambiente es una cosa muy seria. Hace muchos años se decía No sex please, we're British. Tengo entendido que en aquel país las cosas han cambiado un poco. En cambio, hoy día se podría decir No jokes please, we're environmentalists. Y aquí no creo que la cosa vaya a cambiar pronto.

El libro editado por Anderson está inspirado por la obra tardía de Julian Simon (1932-1988), un economista sui generis que comenzó su carrera académica con investigaciones sobre negocios, administración, manejo de información, publicidad y metodología de las ciencias sociales. Este primer Simon era, al igual que prácticamente todo mundo, un hombre que creía a pie juntillas en el peligro de la explosión demográfica y en la destrucción del medio ambiente, hasta que sufrió una especie de epifanía en los años setenta que lo lanzó a una revisión de la evidencia científica y a una segunda carrera académica. El resultado de sus estudios, que se prolongaron hasta la muerte, fue una serie de libros, unos escritos y otros editados por él, que presentaron a un mundo estupefacto un cuadro optimista totalmente contrario a aquél al que estamos acostumbrados por las lamentaciones del movimiento ambientalista. (Una bibliografía completa de su obra la encuentra el lector curioso en: www.juliansimon.com.)

Las reacciones airadas de los bienintencionados y auto-nombrados protectores del medio ambiente no se hicieron esperar; en particular la de uno de los más célebres profetas de la destrucción, el entomólogo estadounidense Paul Ehrlich, tremendo neomalthusiano que había vaticinado hambrunas que diezmarían a la población humana para los setenta (Ehrlich, 1968; tenga cuidado el lector de no ir a confundir este Paul Ehrlich con el gran fisiólogo alemán que ganó el premio Nobel en 1908). Tales hambrunas no ocurrieron, pero Ehrlich, creyente fervoroso que era y es, no cambió por ello de opinión, sino que empleó la estrategia, simple pero efectiva, de posponer el día y la hora en que sobrevendría inevitable el Día del Juicio Final. De hecho, es lo que Ehrlich ha seguido haciendo hasta el presente, sin que hasta ahora se haya cumplido una sola de sus profecías ni haya fallado su fe o la de sus muchos seguidores. (Sobre la sociología de este fenómeno sigue siendo autoridad Festinger, 1956.)

Simon intentó conducir un debate argumentado con Ehrlich, y al no lograrlo lo retó a apostar dinero a favor de sus predicciones. Este era un giro inusitado que atrajo muchísimo la atención de los medios a finales de los años setenta. Para facilitarle las cosas, y siendo Simon un economista, la apuesta se centró en el supuesto aumento en los precios de las materias primas que Ehrlich predecía como parte de sus apocalípticos escenarios. Simon incluso le dio a Ehrlich la opción de elegir las materias primas. Para el lector curioso, ellas fueron: cromo, níquel, tungsteno, cobre y estaño. La apuesta cubría el periodo de 1980 a 1990: tomando como base los precios de 1980, si Ehrlich tenía razón, cualquier persona que comprase, digamos, mil dólares de esos cinco metales, para 1990 tendría una ganancia segura. Pues bien: Simon se comprometía a pagarle a Ehrlich lo que éste hubiese dejado de ganar por no hacer esa inversión. Viceversa: Ehrlich le pagaría a Simon la diferencia en caso de que los metales hubiesen bajado de precio. En 1990 Ehrlich le tuvo que enviar a Simon un cheque por más de 400 dólares, ya que los precios habían, en efecto, bajado en la proporción correspondiente. Simon quedó tan contento que nunca cobró el cheque, sino que lo enmarcó para que todos sus visitantes lo vieran.

Para los lectores que no tienen el hábito de pensar económicamente: la predicción de Ehrlich se basaba en el hecho de que, debido a la sobreexplotación, las reservas de los metales en cuestión se irían agotando y eso generaría un aumento en los precios. En cambio, Simon predecía que el ingenio humano encontraría diferentes maneras de mejorar la eficiencia en la utilización o explotación de los metales, con lo que las reservas aumentarían y el precio bajaría. (Si el lector siente curiosidad por un tema que se le antoja paradójico, puede consultar con provecho la página del economista Paul Romer: www.stanford.edu/~promer.)

Simon predijo mejor que Ehrlich. La lección que esto encierra —y que los libros de Simon así como el que es objeto de esta reseña machacan— es obvia para cualquier economista: la oferta de bienes se modifica en función de muchísimos factores, y no es posible predecir su comportamiento futuro mediante una simple proyección lineal de lo que ocurre en el presente. Sin embargo, este método es el que usualmente siguen los ambientalistas. Y los capítulos del libro de que estamos hablando dan variados ejemplos de ese tipo de error.

Pero si Simon sufrió una conversión extraordinaria, no lo fue menos la que padeció Bjørn Lomborg, un profesor danés de estadística que participaba con entusiasmo en el movimiento de protección del medio ambiente. En los años ochenta tropezó un buen día con un artículo de Simon, que lo escandalizó tanto que decidió aplicar sus conocimientos de estadística para refutarlo. El resultado fue exactamente paralelo al de Simon: encontró que la evidencia científica no avalaba el pesimismo que Lomborg había compartido siempre con sus correligionarios. Se dio entonces a la tarea de escribir un libro inmenso que refuta punto por punto las amargas predicciones del movimiento (Lomborg, 2001). La reacción de los académicos fue también paralela: ataques airados carentes en gran medida de una discusión de los datos (para más detalles véase el sitio: www.lomborg.com).

He dicho que You have to admit it's getting better fue inspirado por la obra de Simon; ahora añado que el punto de partida del libro es la obra de Lomborg y el debate en torno a él. De hecho, el primer capítulo fue escrito por el propio Lomborg y consta de un resumen y puesta al día de su libro. Recomiendo amplia y calurosamente su lectura.

Ahora bien, dado que el libro que nos ocupa es ante todo una mina de datos y referencias, no tendría sentido tratar de resumir su contenido, excepto indicando que el subtítulo del libro es fiel a la temática: se trata de mostrar que la prosperidad económica va seguida de un mejoramiento del medio ambiente en todos los rubros. Un complemento de este libro es otro, también reciente, en que se muestra la inversa de esta proposición, a saber que la pobreza suele estar asociada a un deterioro de la naturaleza (Hollander, 2003). Hay autores de vena culturalista que han sugerido que la explicación de dichas correlaciones está en la emergencia de valores postmaterialistas en las sociedades desarrolladas (Inglehart, 1977, 1997; cf. Watts, N. y G. Wandesforde-Smith, 1980). La evidencia al respecto es al menos dudosa (Brechin y Kempton, 1994; Carrière y Scruggs, 2001; Scruggs, 2002; Tranter y Western, 2002, 2003, 2004; Norris y Patulny, 2005). En cambio, la evidencia no culturalista sino económica es bastante más clara (Grossman y Krueger, 1995; Frankel y Rose, 2002; Frankel, 2003; véanse también los numerosos libros de Simon, el de Lomborg, y por supuesto el que estoy reseñando).

Espero con esto haber abierto el apetito de al menos algunos lectores. Sin embargo, faltaría a mi deber si dejara de anotar un aspecto crucial en todo esto. You have to admit it's getting better es un libro de lectura muy divertida, al menos para aquellos de nosotros que leyéndolo nos sentimos transportados al pasado y damos en recordar los viejos debates de los ilustrados europeos, uno más ateo que el otro, contra el cristianismo y sus iglesias. Yo mismo en mi juventud participé en innumerables debates de este tipo, conforme iba perdiendo la fe y viendo la luz de la razón. No sé si fue la pérdida de energía que acompaña el avance de los años o los continuos golpes contra la pared, pero finalmente acabé por darme cuenta de que tales debates jamás concluyen en persuadir a nadie. Tanto el cristianismo como el ambientalismo son cuestiones de fe, no de razón ni de ciencia.

Hasta aquí todo está muy bien; pero los problemas comienzan cuando los ateos de cualquier religión —y esto incluye a los autores que contribuyen a este libro— creen que por tener la ciencia de su lado están contribuyendo al bienestar de todos. Lomborg al menos es perfectamente consciente de tener este prejuicio y le da muy clara expresión desde el principio de su trabajo (p. 1; cursivas añadidas): "My understanding, in all simplicity, is that democracy functions better if everyone has access to the best possible information. It cannot be in the best interest of our society for debate about such a vital issue as the environment to be based more on myth than on truth".

¿Cómo es que Lomborg puede saber esto? ¿Ha investigado Lomborg la historia de las sociedades humanas como para saber que siempre y en todos los casos la verdad (hasta donde la podemos conocer) conduce al bienestar de todos y el mito no? A pesar de sus considerables diferencias políticas, Vilfredo Pareto (liberal de corazón) y Georges Sorel (socialista de no menor corazón) plantearon hace casi cien años y de manera unánime la duda en esa fe cientificista.

Porque no debemos llamarnos a engaño: los autores de este libro comparten una fe, la creencia ferviente de que la verdad científica conduce indefectiblemente a la felicidad. Y de esto, así dicho y planteado, no dan ninguna evidencia. El libro está ciertamente repleto de datos que avalan la postura optimista respecto del medio ambiente; la evidencia científica parece indicar que el medio ambiente no se está desmoronando ni mucho menos. Antes bien, todo apunta a que las cosas están cada vez mejor, como reza el título del libro. Pero esto es ciencia, no política. Cuando entra la política —cuando no se dice simplemente lo que es, sino lo que debe ser—, las cosas no son tan claras. Una vez más, Lomborg es el más lúcido de los autores del libro, y expresa el problema al hacer referencia a un debate en que participó él mismo. Las ONG ambientalistas, y en particular Greenpeace, habían lanzado al mundo el dato ficticio de que perderíamos la mitad de las especies del mundo en el curso de la próxima generación. (Sobre el uso de datos ficticios por las ONG, remito al lector a los recientes libros de Best, 2001, 2004.)

Cuando Lomborg argumentó públicamente que el número correcto era menos de 1%, consiguió persuadir al director de la sucursal danesa que la información que da Greenpeace en Internet se modificara en ese sentido. Esto llevó a los periodistas noruegos, que, como todos los periodistas del mundo, están siempre ávidos de noticias sensacionales, a acorralar a Greenpeace. La reacción de la ONG es muy instructiva (p. 14; cursivas añadidas):

We have had problems adapting the environment movement to the new reality... [T]he one-sided pessimism about the situation weakens environment organizations' credibility. Yet when most people do not feel that the world is about to fall off its hinges at any moment, they have problems taking the environmental organizations seriously... [T]he truth is that many environmental issues we fought for ten years back are as good as solved. Even so, the strategy continues to focus on the assumption that 'everything is going to hell'.

Para estos ambientalistas, obviamente, el mito es más útil socialmente que la verdad. No así para Lomborg o los demás autores de este libro, como puede ver el lector contrastando esta cita con la anterior. ¿Quién tiene razón? No podemos responder a priori; se trata de una cuestión empírica que, al menos para Pareto (1916), estaba en el centro de los estudios sobre Estado y sociedad.

 

Bibliografía

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Notas

Anderson, Terry L. (ed.), You have to admit it's getting better: for economic prosperity to envioronmental quality. Staford, California, Hoover Institution Press, 2004.

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