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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.47 Ciudad de México ene./abr. 2015

 

Presentación

 

Turismo: espacios y culturas en transformación

 

Tourism: Cultures and Spaces in Transition

 

Gustavo Marín Guardado

 

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Peninsular Mérida, Yucatán, México. gmarin@ciesas.edu.mx

 

El turismo nace en el contexto del desarrollo del capitalismo y las sociedades industriales, y se asocia a una práctica de la modernidad por excelencia. Historiadores, sociólogos y antropólogos han intentado sostener que el turismo tiene una historicidad que remite prácticamente al origen del hombre en la tierra. Sin embargo, se trata de una confusión entre viaje, tiempo de ocio y turismo. Por supuesto, desde la antigüedad las sociedades han vivido las experiencias del viaje y el ocio, pero no es sino hasta el surgimiento de la era industrial y el advenimiento del capitalismo que tiempos y espacios de trabajo y ocio se separan de manera tajante, lo que dará la pauta para la lucha por los derechos laborales y la instauración de las vacaciones. Con ello se crea el turismo, es decir, una industria específicamente dedicada a producir y organizar el viaje y las actividades correspondientes, de forma mercantil, masiva y especializada (Urry, 2002).

Desde la perspectiva histórica el turismo deriva de una nueva forma de organización del tiempo y el espacio, que refiere a una nueva dimensión de la producción en el contexto del capitalismo. Asimismo, en su sentido más elemental, el turismo nos remite a una forma de movilidad, pero es mucho más que eso. Consiste en una actividad relacionada con el desplazamiento: las personas viajan de un lugar otro para conocer, descansar y experimentar. En concreto, el turista busca visitar espacios, conocer culturas, vivir experiencias extraordinarias fuera de los lugares comunes para acercarse a las maravillas del mundo y a todo aquello que es digno de admirarse: lo magnificente, lo ajeno, lo único, lo diferente, lo exótico. Se trata entonces de contactos interculturales y al mismo tiempo de prácticas y experiencias de lugar emprendidas con diversos propósitos: relajamiento, ilustración, aventura, purificación, comunión, trasgresión, placer, solidaridad, responsabilidad social, etc.

Es así que el turismo emerge como una práctica social y asociado a un estilo de vida propio de la modernidad. Un mundo donde la gente decide trabajar duramente durante buena parte de su vida, para después poder pasar sus vacaciones en países lejanos, bebiendo martinis bajo las palmeras borrachas de sol, admirando sitios arqueológicos, trepando montañas, cazando leones, contemplando la pobreza, nadando con delfines, disfrutando de los museos de la tortura o bailando con los zulúes. Un mundo donde los viajes suman puntos al estatus social de las personas, donde las fotos son trofeos de la memoria y los souvenirs pruebas fehacientes de que los donadores "estuvieron ahí". Puede ser también una oportunidad para limpiar las culpas imperiales o alimentar el espíritu solidario. En cualquier caso, se trata de la satisfacción de una serie de deseos que, entre otras cosas, nos hablan de la sociedad que somos, de las aspiraciones que tenemos, de los mitos que alimentamos y los sueños que construimos.

Según la Organización Mundial de Turismo, la industria registra la visita de 1 087 millones de turistas internacionales en diferentes destinos de todo el orbe, lo que representa ingresos anuales por 1 159 000 millones de dólares (OMT, 2013). El turismo, como una industria global que organiza y concreta estos viajes y experiencias, está presente e influye en las localidades de todo el mundo, de manera inevitable se relaciona con grandes transformaciones demográficas, ambientales, sociales y culturales que se llevan a cabo sobre todo en los lugares visitados. Si a mediados del siglo XX los antropólogos Bronislaw Malinowski y Julio de la Fuente (2005: 37) expresaron que los mercados tradicionales eran el escenario ideal para el trabajo antropológico en el sentido de que eran museos efímeros donde tenía lugar la complejidad de la vida social de las comunidades indígenas, me parece que los escenarios turísticos reproducen en la actualidad mucho del sentido y las complejidades de la vida social contemporánea.

El desarrollo de los estudios del turismo en ciencias sociales ha sido en principio una dura empresa contra la indiferencia y a favor de la legitimidad académica. Durante décadas el turismo mereció poca atención entre los investigadores, algo que desde luego no ha correspondido con las grandes e importantes transformaciones que la industria ha suscitado en las sociedades desde la primera mitad del siglo XX. En su mayoría, geógrafos y economistas se interesaron por el tema, mientras que los antropólogos, salvo raras excepciones, se mostraron indiferentes dado que veían en el turismo sólo el mundo de la artificialidad y la impostura (Crick, 1989). Es comprensible entonces la queja de Greenwood, uno de los antropólogos pioneros en el estudio del turismo, quien señala:

hace tres décadas me fascinó la poca atención prestada a un fenómeno que parecía estar arrasando a Europa. Fue quizás la primera vez en que me percaté de la capacidad que tienen muchos sociólogos para ignorar los fenómenos que dominan el escenario mundial, al tiempo que prestan una meticulosa atención a otros temas que posiblemente sólo les importen a ellos y a su círculo de colegas más inmediato (Greenwood, 2006: 7).

La antropología social es tal vez la disciplina que más resistencia ha opuesto al estudio del turismo. El tema no sólo fue ignorado, sino considerado —y en buena medida lo sigue siendo— superfluo y asociado a fenómenos banales. Se repelió, además, por la creencia de que era un tema contrario al ethos de la disciplina. En tanto que la antropología fue forjada inicialmente como una especialidad del estudio de las sociedades tradicionales y las "culturas auténticas", el turismo representaba por su parte "el mundo de la artificialidad" por excelencia, un asunto demasiado impregnado por el ocio, los privilegios de clase, las escenografías y las imposturas. Según esta lógica, el turismo no inspiraba ni podía competir con el extendido interés dedicado a los grandes problemas de los grupos marginales, la producción, la pobreza, la lucha social, la formación de las identidades y la construcción de las naciones. Esto causó que los antropólogos no sólo ignoraran el turismo como tema de investigación, sino que muchos evitaran registrar la presencia de turistas en sus lugares de estudio (Crick, 1989 y 1995; Leite y Graburn, 2009: 36).

Las nociones esquemáticas que vinculaban a la antropología con las sociedades primitivas y prístinas comenzaron a resquebrajarse en la medida en que la antropología se extendió y se consolidó como una disciplina que adquirió identidad no a partir de su preferencia por cierto tipo de lugares y sujetos de estudio, como una ciencia de lo exótico, sino por la importancia que otorgó al método de investigación basado en el trabajo de campo y en la perspectiva del análisis cultural en particular. La antropología había iniciado su incursión en campos antes inexplorados: las sociedades urbanas, la industria, los grupos de elite y las llamadas "sociedades complejas" en general. En este contexto de diversificación de la antropología, el turismo —ante su sorprendente expansión en todo el mundo, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970— comenzó a ser considerado un tema de estudio pertinente por algunos antropólogos.

En la segunda mitad del siglo XX las organizaciones internacionales impulsaron de manera importante el turismo como una forma de desarrollo para las naciones pobres, de modo que infinidad de países recibieron financiamiento y adoptaron esta estrategia para su crecimiento. Muy pronto en diversos lugares empezaron a mostrarse las grandes transformaciones: los beneficios y también innumerables repercusiones negativas presumiblemente no previstas. Es entonces cuando se advirtió un mayor interés por el tema, como demuestra la aparición de obras antropológicas y sociológicas de gran relevancia, entre ellas A New Kind of Sugar: Tourism in the Pacific (Finney y Watson, 1975), The Golden Hordes: International Tourism and the Pleasure Periphery (Turner y Ash, 1976), Hosts and Guests: The Anthropology of Tourism (Smith, [1977] 1989), Tourism: Passport to Development? (De Kadt, [1979] 1991), The Tourist: A New Theory of the Leisure Class (MacCannell, 1976) y varios artículos del sociólogo Erik Cohen (1972, 1974 y 1979a y b).

El turismo y su veloz expansión por todo el mundo puso en evidencia cuestiones ineludibles para la antropología: el contacto cultural entre sociedades locales y visitantes, el cambio drástico de actividades económicas, la apropiación de los espacios de vida, la producción de nuevas representaciones sociales, la transformación de identidades, la comercialización de la cultura, la instrumentación de planes de desarrollo, todo ello atravesado por consideraciones sobre importantes formas de cambio sociocultural y relaciones colonialistas entre países pobres y ricos.

Hasta la década de 1980 los estudios del turismo realizados desde una perspectiva social estuvieron orientados hacia cuatro áreas temáticas: a) el estudio de los turistas; b) las relaciones entre turistas y la población "anfitriona"; c) la estructura y funcionamiento del sistema turístico, y d) los impactos económicos y socioculturales del turismo en las sociedades receptoras (Cohen, 2001). La antropología se decantó en especial por esta última línea de investigación, caracterizada por un gran énfasis en el trabajo empírico y el interés por documentar el cambio social (Nash, 1996; Stronza, 2001; Santana, 1997). Como señala Chambers, gran parte de la contribución que la antropología ha hecho para el entendimiento del turismo proviene de la forma en que los informes etnográficos describen los lugares turísticos y sus situaciones (Chambers, 2000: VIII).

Desde su origen, la antropología del turismo estuvo asociada al interés por el contacto y el cambio sociocultural y, salvo raras excepciones, vinculada a una cierta rusticidad explicativa proveniente de las teorías de la aculturación, la modernización y el colonialismo. Como ya han destacado algunos autores, muchos de los primeros trabajos de esta especialidad entrañan una serie de limitaciones importantes, entre ellas —en principio— una arraigada perspectiva romántica y rousseauniana que concibe a las comunidades de estudio como entidades armónicas; en segundo lugar, una pobre perspectiva de la agencia social y las capacidades de gestión y resistencia de los locales; en tercer término, una limitada concepción de la cultura: esencialista, homogeneizadora y petrificadora, y finalmente, una incapacidad de los investigadores para distinguir entre las consecuencias sociales del turismo y las de otros procesos de cambio que tienen lugar en una sociedad (Nash, 1996; Boissevain, 1996; Meethan, 2001).

Para comprender el turismo es necesario trascender estas limitaciones, pero también las visiones convencionales que lo entienden como una simple economía de servicios o una industria de la hospitalidad que impacta a las sociedades por la magnitud de los flujos de turistas, la infraestructura y el crecimiento poblacional en los lugares específicos. Igualmente, es imperativo superar las perspectivas que lo conciben como un agente externo a la sociedad, una fuerza cuasi esotérica, corruptora de la cultura, las relaciones sociales y la condición humana. En un sentido amplio, en el contexto de la modernidad y el capitalismo industrial, el turismo no es una fuerza externa a la sociedad sino parte inherente a ella, que encarna una forma intensa de mercantilización de la vida social en el mundo contemporáneo.

Autores como MacCannell (1976), Lanfant (1980 y 1995) y Urry (2002), entre otros, nos han ayudado a dar un giro a las concepciones tradicionales y comprender el turismo como un fenómeno complejo propio de la modernidad, que produce mercancías culturales, formas de consumo, experiencias y relaciones sociales, al tiempo que imprime significado a lugares, personas y culturas locales. Se trata de una industria anclada en lo que MacCannell llamó "una semiótica de la producción capitalista" vinculada al consumo de turistas que intentan escapar a la alienación de la vida moderna a través de las "experiencias auténticas". Según John Urry —quien recurre a la teoría del poder de Foucault—, éstas se basan en la estructuración del espacio, la memoria, los deseos y las experiencias del ocio. Se trata de la "mirada turística" que es creada, ordenada y estructurada por una serie de agentes que constituyen y colaboran con la industria del turismo y por los propios turistas que, en una dinámica de poder y mercado, producen una serie de espacios y significados para ser recreados y consumidos. Un aspecto importante es que los turistas al mismo tiempo que consumen, generan experiencias e imágenes para reproducir estos mismos lugares. De esta forma, "el turismo es simultáneamente un producto cultural y un productor de cultura", como hace notar Medina Lazansky (2006: 16).

En síntesis, el turismo se constituye como una economía y un proceso sociocultural orientado a producir espacios, significados y experiencias destinados a satisfacer las necesidades y prácticas del ocio (López y Marín, 2010 y 2012). Es parte de un proceso mercantilista, de modernización y de crecimiento del capitalismo que alienta el consumismo en la sociedad y aumenta la inversión de capitales en nuevas infraestructuras, nuevos espacios de consumo y la fabricación de más productos culturales (Meethan, 2001). Asimismo, se trata de un proceso hegemónico que se consolida a partir de ideologías y políticas de desarrollo, transformaciones culturales y pautas de consumo, para convertirse en eje orientador de la economía y la vida social en países de todo el mundo, lo que a la vez articula y jerarquiza lugares, organizaciones y agentes en diversas escalas (Mowforth y Munt, 2009).

Es por medio de este sistema global que el turismo y sus diversas formas de desarrollo trastocan economías, territorios, paisajes y culturas, que forjados a lo largo de prolongados y complejos procesos históricos se transforman paulatinamente en productos turísticos con nuevos significados, integrados a sistemas distintos a los de su origen (Lanfant, 1995). Esto incluye espacios de vida, recursos naturales, arquitectura, artesanías, danzas, rituales, etnicidad, etc. (Marín, 2010; López, 2010; Boissevain y Selwyn, 2004; Edensor, 1998; Lippard, 1999; Wood, 1998; Pereiro, 2010; Bruner, 2005). Algo fundamental es que el turismo no sólo se desarrolla articulado al mercado sino también al poder, de manera que muchas de las transformaciones mencionadas, incluyendo invenciones de la historia y las tradiciones, están vinculadas a la formación y consolidación de los Estados nacionales (Castañeda, 1996; Picard y Wood, 1997; Breglia, 2006).

En este sentido, el estudio del turismo adquiere coherencia y pertinencia al formular interrogantes sobre las formas en que la cultura, la gente y los lugares son incorporados al mercado como mercancías turísticas. Desde luego, interesa saber cómo los espacios y la cultura revisten nuevos significados y valores, cuáles son los agentes y qué papel desempeñan en la mercantilización y el desarrollo de los lugares turísticos, qué implicaciones sociales, culturales y territoriales tiene esto en las sociedades locales, de qué manera los grupos locales se integran o se articulan al turismo internacional y finalmente cuáles son las respuestas para enfrentar, responder y beneficiarse del mismo.

Este amplio contexto permite comprender la importancia del turismo en nuestra sociedad, las múltiples formas en que se expresa y las profundas repercusiones que derivan de su instrumentación y desarrollo. Por estas razones resulta pertinente la publicación de un número de la revista Desacatos dedicado al tema, en el cual presentamos artículos originales que contribuyen a un mayor conocimiento sobre los procesos emergentes asociados al turismo. Se trata de aproximaciones teóricas y etnográficas de antropólogos de México, España y Portugal, que proponen una mirada a distintos escenarios relacionados con el turismo indígena, el turismo de haciendas, las áreas naturales protegidas y la patrimonialización de los lugares.

En principio, Xerardo Pereiro Pérez nos presenta el trabajo "Reflexión antropológica sobre el turismo indígena", un texto de discusión teórica en el que el autor hace una exhaustiva revisión de la literatura especializada y formula reflexiones basadas en su propia experiencia al haber estudiado el tema entre los gunas de Panamá. Para Pereiro el turismo indígena no sólo debe entenderse como un producto turístico más, sino también como un nuevo modo de hacer turismo. Nos dice que si bien se basa en las nuevas tendencias del turismo internacional interesadas en explorar la naturaleza y la diversidad cultural y está influido por modelos y principios propuestos por organismos internacionales —sustentabilidad, participación comunitaria, reducción de la pobreza, etc.—, también es posible vincularlo con los movimientos sociales indigenistas y los movimientos sociales de turismos alternativos y altermundistas. Su particularidad fundamental —que desde luego entraña importantes implicaciones— es que los protagonistas, los grupos indígenas, son objeto de consumo y sujetos de producción en el contexto del turismo.

Por su parte, Ángeles A. López Santillán, en su artículo "Turismo y desarrollo sustentable en áreas protegidas o sobre los 'nuevos' contrasentidos para la producción y el marasmo en el ámbito rural", analiza la reorientación de la política pública en México que ha dado impulso al turismo en áreas naturales protegidas y que supone el reordenamiento y la reterritorialización del medio rural, escenarios de producción de la desigualdad impuestos por una lógica de reproducción del capital. Se trata de una formulación teórica y la construcción de un argumento que se sostienen y a la vez permiten estudiar el circuito ecoturístico Puerta Verde, circunscrito al Área de Protección de Flora y Fauna Yum Balam, al norte de Quintana Roo. La autora vincula la vida de sociedades campesinas concretas con el proyecto neoliberal global y muestra —fuera de los discursos académicos ideologizados y superficiales— las posibilidades y alcances de la etnografía, así como una mirada crítica.

En seguida, Irma Gabriela Fierro Reyes ofrece el trabajo titulado "Turismo de hacienda e intervención comunitaria en el contexto rural yucateco. El caso de la Fundación Haciendas del Mundo Maya", en el que analiza la operación de esta institución —creada por un empresario—, con especial atención en los talleres artesanales y en la relación con dos localidades de Yucatán, Temozón y Santa Rosa, en donde participan principalmente grupos de mujeres. La autora construye un escenario de articulación entre un grupo empresarial, una forma de turismo de elite, una organización de intervención comunitaria y grupos de comunidades mayas. Esta articulación permite identificar diversos procesos no exentos de tensiones: la creación de valor en el espacio social mediante el aprovechamiento de la cultura local, el surgimiento de nuevas formas de gestión del desarrollo comunitario, la generación de nuevos espacios de trabajo, la construcción de redes de solidaridad y formas de empoderamiento, así como la reproducción de un esquema de dominación social que restringe la participación autogestiva de los mayas.

Por último, contamos con el texto de Pablo Díaz Rodríguez, Agustín Santana Talavera y Alberto Jonay Rodríguez Darias: "Re-significando lo cotidiano, patrimonializando los discursos", centrado en el caso de la isla de Fuerteventura en el archipiélago canario, España, que experimenta un proceso de reorientación turística a partir del cual espacios, objetos y actividades comienzan a adquirir nuevas significaciones y se convierten en renovados recursos con base en su patrimonialización. Los autores plantean que este proceso de patrimonialización intensivo, que resignifica el medio ambiente, los sitios históricos y la cultura local bajo criterios exógenos que no recuperan las nociones y la participación de los locales, no sólo no mejora la protección de los recursos patrimoniales —tarea que imponen las políticas conservacionistas y el desarrollo del turismo—, sino que debilita y dificulta esta tarea.

Los comentarios a los cuatro textos que conforman la sección "Saberes y razones" corren a cargo de Gabriela Coronado, adscrita a la University of Western Sydney, quien durante los últimos años ha dedicado parte de su atención al turismo y su relación con los procesos culturales, sobre todo en el caso de México, y a quien agradecemos su colaboración. Un aporte extra es la publicación del texto de Manuel Esparza titulado "Los visitantes 'pobres': un aspecto del turismo en Oaxaca" en la sección "Testimonios", trabajo pionero en investigar el turismo desde la antropología en el contexto mexicano, preparado en 1974 para la reunión anual de la American Anthropological Association —la misma en la que Valene Smith organizó su famoso simposio—. Se trata de un breve estudio estadístico y etnográfico verdaderamente singular acerca de los turistas norteamericanos en Oaxaca, no precisamente aquellos adscritos al turismo de lujo sino más bien los viajeros hippies, drop-outs o freaks, trotamundos que subsisten durante largas temporadas en el país, caracterizados por sus estilos de vida alternativos. Un trabajo original motivado en buena medida a propuesta de Guillermo Bonfil Batalla cuando compartía una cerveza con el autor en el centro de Oaxaca y no pudo dejar de advertir la notable presencia de estos visitantes y sugirió realizar un estudio "para saber a qué se debía esa nueva tribu en territorio oaxaqueño".1 En su conjunto, los trabajos presentados son apenas una muestra de la complejidad y la diversidad de los procesos vinculados al desarrollo del turismo, y de la enorme presencia e influencia que éste tiene en varios ámbitos de la vida social. Son también estudios y etnografías que invitan a discutir ideas, explorar territorios y reflexionar sobre los retos de nuestra disciplina.

 

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Nota

1 Comunicación personal con Manuel Esparza, 8 de agosto de 2014.

 

Información sobre el autor

Gustavo Marín es profesor investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), unidad Peninsular. Sus investigaciones se han orientado hacia temas de desarrollo costero, pesca artesanal, territorialidades, turismo y mercantilización de la cultura. Entre sus principales publicaciones se encuentran Holbox. Antropología de la pesca en una isla del Caribe mexicano (El Colegio de Michoacán, 2000) y Vidas a contramarea. Pesca, desarrollo y cultura en la costa de Michoacán (CIESAS, El Colegio de Michoacán, 2007). Es editor del libro El fin de toda la tierra. Historia, ecología y cultura en la costa de Michoacán (El Colegio de México, Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, El Colegio de Michoacán, 2004); coordinador y coautor de Turismo, globalización y sociedades locales en la península de Yucatán (Pasos Edita, núm. 7, 2012), entre otros artículos especializados que abordan el desarrollo del turismo. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I.

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