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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.46 Ciudad de México sep./dic. 2014

 

Legados

 

Recordando a Eric Wolf

 

Juan Vicente Palerm

 

University of California-Santa Barbara, Santa Barbara, California, Estados Unidos. palerm@anth.ucsb.edu

 

Mi presentación tiene un carácter más anecdótico que las anteriores. Trata de recuerdos personales que tengo de Eric Wolf desde niño. Los recuerdos hablan de Wolf y de su estrecha relación con Ángel Palerm y conmigo. La necrología que Eric Wolf escribió para Ángel Palerm, publicada en el American Anthropologist, termina diciendo: "Para mí fue como un hermano mayor a quien extrañaré muchísimo". Reclamo entonces a Eric Wolf como un tío que tuvo una presencia importante en mi vida, tanta o más grande que la de mis tíos naturales: de niño y adolescente fue cariñoso conmigo y curioso de mis asuntos, de aspirante antropólogo me brindó dirección y ánimo, y como colega cuestionó, siempre con crítica aguda pero constructiva, mis propósitos de investigación. Recurro a algunos recuerdos, vivencias y correspondencia para ofrecer otro perfil, más privado y personal, de Eric Wolf.

Conocí a Eric en 1951 cuando apenas tenía siete años y él 28. De hecho, lo conocí antes que Ángel Palerm. Me acuerdo perfectamente porque me pareció como galán de Hollywood o posiblemente por la impresión que me llevé ese día cuando mi padre regresó a la casa con la mitad de la cara vendada. El caso es que el momento quedó firmemente grabado en mi memoria. Eric tocó a la puerta de nuestro departamento de la calle Ebro en la colonia Cuauhtémoc una noche en busca de mi padre, creo que enviado por Julian Steward —su director de tesis—, quien conoció a Palerm indirectamente por su trabajo en Tajín, patrocinado por el Institute of Social Anthropology de la Smithsonian Institution, que él dirigió. Pensó, con buen tino, que había puntos de convergencia intelectual entre los dos jóvenes recién egresados y que el encuentro les podía resultar beneficioso.

Mi hermano Armando y yo nos encontrábamos solos en la casa esa noche, pues mi padre se encontraba hospitalizado por una infección de ojo. Eric se esforzó por explicarnos con mucha paciencia quién era y por qué buscaba a Palerm, pero la verdad es que no le entendimos absolutamente nada. En retrospectiva, pienso que fue por sus acentos alemán-austriaco y estadounidense encimados sobre su, entonces, castellano boricua. Sacó una libreta de su morral de cuero, que ya entonces usaba como parte de su indumentaria, y escribió una nota que dejó a nuestro cuidado con instrucciones de entregarla a nuestro padre. Sospecho que se retiró de nuestra casa con poca confianza en que los dos escuincles completaran el encargo.

El caso es que poco después Ángel Palerm y Eric Wolf se encontraron y dio comienzo una larga, estrecha y fructífera relación que duraría hasta la muerte de Palerm en 1980. Los unió no sólo su interés por una antropología emergente que incluía de manera central temas y problemas de la sociedad moderna y cuestiones de justicia social, sino sobre todo su condición y experiencia de exiliados, su fraternidad como excombatientes armados contra el fascismo y su intolerancia sin cuartel a cualquier guiso absolutista o totalitario que limitara los derechos individuales y la libertad de pensamiento. Compartieron también el interés por el marxismo "científico" no doctrinario que aplicaron a sus investigaciones y que definió sus muchas discusiones teóricas, no siempre resueltas, pero que alimentaron la investigación empírica de los dos. A final de cuentas, en el prólogo de su Europe and the People Without History, Wolf lamentó que Palerm muriera antes de leer su manuscrito, hecho que lo privó de sus penetrantes comentarios. Wolf, sin embargo, tuvo la oportunidad de comentar los ensayos incluidos en el último libro de Palerm, Antropología y marxismo.

A partir de 1951, Wolf tuvo una presencia sostenida en mi vida cotidiana. En el verano de 1954 acompañé a Wolf, Palerm y Pedro Armillas en sus extensos recorridos por el Acolhuacan. Más sobre esto después. En 1956 viajé con Wolf y Palerm desde Washington, D. C. al Distrito Federal y de ahí a San Cristóbal de las Casas, pasando por Oaxaca y Salina Cruz. Regresamos en plena temporada de lluvias por la costa del Golfo a Veracruz sobre lo que entonces era una carretera de terracería sin puentes. Calculo que pasé al menos 20 días sentado en el asiento trasero del carro escuchando las conversaciones incesantes de los dos antropólogos, disecando los múltiples y variados paisajes naturales y humanos de Estados Unidos y Mesoamérica. Cuando, mucho después, leí Sons of the Shaking Earth me di cuenta de que ya había internalizado mucho del material e ideas que el libro contiene.

En 1957 pasé parte del verano en Charlottesville, Virginia, como huésped de los Wolf. Eric me llevó a Monticello, la casa de Thomas Jefferson, y me enseñó sobre todo la parte productiva de la plantación, incluyendo las barracas de los esclavos y la colección de apeos agrícolas —paleotécnicos— y, con mucho menos énfasis, la parte doméstica y elegante del palacete "italiano". Durante la primera mitad de la década de 1960, cuando yo estaba todavía en preparatoria, recuerdo largas conversaciones en nuestra casa sobre Cuba, la campaña electoral que llevó a Kennedy a la Casa Blanca y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, incluso en relación con la marcha sobre Washington, donde residíamos en 1963. Durante una visita, leyó con interés un trabajo que escribí para mi clase de inglés sobre la novela Lord of the Flies, de William Golding, a partir de la conocida dicotomía Hobbs-Rousseau sobre la naturaleza humana. Me felicitó y me mandó a leer El origen de la desigualdad entre los hombres de Rousseau y otra novela de Golding, The Inheritors, basada en materiales antropológicos, con los cuales reescribí el ensayo, que fue galardonado por el distrito escolar de mi escuela. También me sugirió leer Moby Dick, de Melville —creo que era su novela preferida, pues no fue la primera ni la última vez que me hizo esta recomendación—, cosa que no emprendí sino hasta años después, pero sin lograr entender su fascinación por esa novela.

A partir de 1968 intercambié cartas con él desde España con cierta regularidad. Durante esos años Wolf se encontraba inmerso en su trabajo de campo en Italia, interesado en temas del Mediterráneo, pero también combatiendo las recriminaciones suscitadas en la AAA [American Anthropological Association] por el incidente Tailandia, que siguió sobre los talones del escándalo Camelot, es decir, por el uso de antropólogos para fines militares y para apoyar acciones de contrainsurgencia en América Latina y el sureste asiático. El 5 de enero de 1971 se quejó de la desaparición de correspondencia de su despacho en la Universidad de Michigan, que atribuyó a un robo llevado a cabo por agentes federales y poco después se mudó a Nueva York. Con su permiso, un grupo de estudiantes de antropología en Madrid publicamos y difundimos sus artículos sobre campesinos, su ensayo sobre la formación de la nación y su artículo "Anthropologists on the Warpath in Thailand", publicado con Joseph Jorgensen en el New York Review of Books, en un momento en que los antropólogos españoles apenas estaban descubriendo los trabajos de Robert Redfield sobre el campesinado y de Pitt Rivers sobre España. Con su asesoría introdujimos al país literatura antropológica actualizada sobre los campesinos y el Mediterráneo. Además, creo que la inquietud que suscitaron los casos Tailandia y Camelot, especialmente entre la juventud, sacudieron a la antropología española que se encontraba todavía en una etapa inocente e ingenua. Por cierto, vale la pena recordar que la amonestación que recibió Wolf de la AAA por levantar el asunto Tailandia en 1970 hace resonancia con la censura que recibió Franz Boas de la misma Asociación en 1919 cuando denunció en una carta publicada en la revista The Nation el desempeño de antropólogos como espías, refiriéndose, entre otros, a los trabajos de Sylvanius Morley en Yucatán.

 

Acolhuacan,1954

Durante varios fines de semana del verano de 1954 una pequeña tropa de chamacos acompañó a Ángel Palerm, Pedro Armillas y Eric Wolf en sus recorridos por el Acolhuacan. Salíamos del Distrito Federal de madrugada, apretados como sardinas en un Jeep Willis destartalado que Wolf había manejado con Palerm desde Illinois, parábamos en el mercado de Texcoco para comprar fruta y comida, y subíamos al Tetzcutzingo remontando terrazas sembradas con maíz y magueyes. De ahí, nos encaminábamos sobre los cerros en busca de sitios de interés arqueológico y visitando comunidades campesinas y sus entornos. Una o dos veces al día parábamos en algún paraje remoto donde Armillas, con su bastón, demarcaba ciertas áreas que asignaba a cada chamaco con instrucciones de recoger todos los tepalcates que pudieran encontrar y meterlos en bolsas de papel numeradas. Armillas, por cierto, cojeaba marcadamente de una pierna debido a una herida que recibió combatiendo el golpe franquista en España. Mientras "cosechábamos" tepalcates y obsidianas —las obsidianas nos las quedábamos nosotros— los tres mayores se sentaban bajo la sombra de algún pirul donde platicaban y discutían con ánimo y calor no necesariamente temas antropológicos, examinando de cuando en cuando el producto de nuestros esfuerzos.

Años después caí en la cuenta de que dichos materiales fueron utilizados para establecer una cronología tentativa del desarrollo económico, social y cultural del Acolhuacan septentrional y para generar algunas hipótesis de trabajo, que fueron plasmadas en dos artículos escritos por Wolf y Palerm —"Sistemas agrícolas y desarrollo del área clave del imperio texcocano" y "Agricultura de riego en el viejo señorío del Acolhuacan"— que, según los estudiosos del tema, orientaron la dirección de la investigación arqueológica y etnográfica de la región y, además, revitalizaron a la arqueología y a la etnohistoria del Valle de México con nuevas preguntas y problemas.

El impacto de dichos trabajos, en retrospectiva, me sorprende un poco. No sólo por la "cuadriculación" poco ortodoxa de Armillas, quien con su bastón apuntaba y decía: "tú de aquel arbusto a esa piedra y tú de la piedra al árbol", sino especialmente debido a nuestras prácticas alarmantemente selectivas y prejuiciadas. Pronto descubrimos que ciertos tepalcates recibían bastante atención de los mayores —en particular unos rojos y fragmentos con asas— mientras el resto pasaba más bien inadvertido, de manera que empezamos a buscar y recoger los que evidentemente eran más deseables. Además, en nuestro afán por satisfacer, nos salíamos de nuestros espacios asignados en busca de los tepalcates más apreciados. Ignoro si Armillas controló nuestras arbitrariedades, pero estoy seguro de que la muestra que recolectamos no cumpliría con los cánones más relajados de la arqueología moderna; sin embargo, las cronologías resultantes pasaron la prueba del tiempo y las hipótesis generadas impulsaron productivamente la investigación y la teoría.

Un día, mientras recorríamos los valles altos cerca de San Jerónimo Amanalco, llegamos a un pequeño manantial —ojo de agua— que inmediatamente atrajo la atención de los jovencitos empolvados y acalorados. Como es natural, empezamos a aventar piedras con la intención de salpicar a los otros, pero apenas habíamos comenzado con esta diversión cuando aparecieron dos hombres vestidos de calzón blanco y cargando una escopeta quienes procedieron a detenernos por dañar el manantial y molestar sus aguas. Nos encaminaron enseguida hacia su pueblo para comparecer ante las autoridades locales. Durante la marcha forzada, Palerm y Wolf platicaban interesadamente con nuestros guardas, mientras Armillas, algo indignado, regañaba con su elevada voz a su hijo Ignacio, que según él había provocado el relajo que nos metió en el embrollo. Afortunadamente, a la entrada del pueblo, Wolf convidó a todos refrescos y cervezas, lo cual, y tal vez algo más, logró nuestra liberación. Regresamos al Distrito Federal ya entrada la noche, agotados y empapados por un aguacero veraniego que nos sorprendió en la caminata de regreso al carro. Todos los chicos acabamos con fuertes resfriados, lo que nos tuvo en cama durante varios días. Poco después Wolf contrajo hepatitis y pasó varias semanas convaleciente en casa de mis abuelos. Posteriormente Wolf y Palerm escribieron: "Los manantiales están vigilados estrechamente por los vecinos de San Jerónimo Amanalco para impedir el acceso a los extraños. Según creencia popular, los manantiales están protegidos por guardianes sobrenaturales del agua —singular: anaki; plural: anáke— que castigan a los que perturban las aguas". Sin duda que dimos con los guardianes del pueblo y sospecho que también sufrimos con Wolf del poder punitivo de los anáke.

Wolf y Palerm sugieren que las observaciones que completaron sobre la agricultura y las comunidades del Acolhuacan septentrional —en el valle, somontano y la sierra— se prestan a una interpretación "redfieldiana" con base en el paradigma del continuo folk-urbano. Sin embargo, escriben, esto sería falso y llevaría a serios errores. En el presente etnográfico, la agricultura y las comunidades de la sierra se encuentran, sin duda, poco desarrolladas y políticamente marginadas en comparación con las del valle que están fuertemente integradas a la sociedad y la economía urbana, pero las fuentes históricas y los restos arqueológicos señalan que estuvieron en el pasado prehispánico más desarrolladas y perfectamente cohesionadas al señorío acolhua. Describen, entonces, un declive económico, político y cultural de las comunidades de la sierra desde la Colonia hasta el presente, y concluyen que la situación actual de marginación de las comunidades indígenas no ofrece una guía útil ni verdadera para establecer su situación en el pasado. Esto, a mi parecer, sembró una idea fundamental que poco después desarrollaría Wolf con más filo analítico y teórico en sus conocidos artículos sobre las comunidades campesinas —e. g., "Types of Latin American Peasantry: A Preliminary Discussion" y "Closed Corporate Peasant Communities in Mesoamerica and Central Java"—, y que Palerm sintetizaría más tarde teóricamente en su "Articulación campesinado-capitalismo: sobre la fórmula M-D-M" y otros ensayos incluidos en su Antropología y marxismo.

 

Apalache, 1956

Como mencioné antes, en el verano de 1956 viajé con Wolf y Palerm de Washington a México. Nos trasladamos en un Ford verde del 53 que Wolf acababa de cambiar por su viejo Willis. Los dos adultos decidieron cruzar por los Apalache con el propósito de recorrer partes de Tennessee para, entre otras cosas, observar el paisaje rural del Tennessee Valley Authority (TVA). El TVA, por cierto, fue un proyecto de desarrollo regional basado en un gran plan hidráulico que formó parte del New Deal del presidente Roosevelt. Además, Wolf tenía recuerdos nostálgicos del lugar, pues de joven había pasado ahí un verano con el Highlander Folk School en un programa de reforestación, y a Palerm le interesaba visitar el pueblo de Farragut por sus alusiones catalanas. David Farragut, héroe de la Guerra Civil y el primer almirante de las fuerzas navales de Estados Unidos, fue hijo de Jordi Farragut Mezquida, originario de Ciutadella, Isla de Menorca, quien además luchó con los rebeldes en la Guerra de Independencia de las colonias americanas.

Recuerdo que mientras Wolf negociaba la carretera montañosa, angosta y llena de curvas muy cerradas, los dos —uno judío secular y el otro ateo— comentaban con mucho ánimo y risas las advertencias exageradas que un predicador evangelista transmitía con mucha excitación por la radio. "Prepare to meet your Maker and to pay for your sins by burning in hell!" —"¡Prepárate para conocer a tu Creador y para pagar por tus pecados ardiendo en el infierno!"—, exclamaba el predicador mientras Wolf rebasaba a un camión sobrecargado con grandes troncos de madera. El sermón del predicador era, además, puntualizado por las muchas pancartas colocadas sobre los márgenes de la carretera con alusiones religiosas como "Jesus Loves You" —"Jesús te ama"—, "Repent sinners" —"Arrepiéntanse pecadores"— y "Satan wants your soul" —"Satanás quiere tu alma"—.

Hicimos noche en un pueblito cerca de Knoxville, en una casa de huéspedes, el único lugar que encontramos. A la entrada del pueblo habían colgado una gran manta que se extendía de un lado de la calle al otro y anunciaba la celebración de un aniversario de Davy Crockett —los 170 años de su nacimiento—, cosa que me excitó bastante, porque la popular serie de televisión con el personaje histórico estaba en pleno apogeo. Davy Crocket, por cierto, es el héroe popular de Tennessee. Murió en El Álamo, Texas, peleando contra las tropas mexicanas de Santa Anna en 1836.

Cenamos en un pequeño café, también el único que encontramos. Cuando entramos al lugar se hizo un gran silencio y todas las caras de los comensales voltearon hacia nosotros con curiosidad y desaprobación a la vez. Una vez sentados, ordenamos hamburguesas. La camarera nos recordó discretamente que era viernes, insinuaba que debíamos pedir pescado, pero Wolf explicó con igual discreción que no éramos miembros de esa Iglesia y que podíamos comer carne. "Okay, honey, coming right up" —"Enseguida, joven"—, dijo la camarera y desapareció. Al rato regresó con las tres hamburguesas, pero entre el pan, con sus acostumbrados aderezos, habían colocado unos pastelitos de pescado molido —"fish sticks"—. Al salir del café, Wolf le mencionó al cajero, que también hacía de cocinero, que habíamos pedido hamburguesas y nos habían servido pescado. El cajero-cocinero respondió: "Yes, she told me" —"Sí, me dijo la camarera"—. Y, levantando la voz para que los otros comensales pudieran oírlo, añadió: "And you shouldn't bother coming back for breakfast" —"Y no se molesten en regresar para desayunar"—.

Al día siguiente, sin desayuno y mientras Wolf y Palerm saldaban la cuenta de la posada, el dueño les dijo que deberían hacer algo conmigo porque era un embustero: "Le pregunté de dónde era y me dijo que de México y yo sé perfectamente cómo se ven los mexicanos". "He's pulling my leg" —"me está vacilando"—, agregó. Los adultos le explicaron que, en efecto, era mexicano y que íbamos camino hacia allá. Obviamente molesto, respondió: "Well, you best be on your way cause folks round here don't apreciate your kind" —"Pues mejor sigan su camino, pues por aquí no nos cae bien la gente como ustedes"—. Una vez en el coche Wolf volteó hacia Palerm y preguntó con cierta incredulidad: "¿Nos corrieron del pueblo, verdad?". Desconcertados por el rechazo sureño, seguimos el camino hacia Arkansas, pero ya sin desviarnos para visitar ese pueblo de Tennessee llamado Farragut.

En el verano de 1972, cuando el CIESAS [Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social], que primero fue Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS-INAH), se estaba gestando —como posiblemente algunos de ustedes recordarán—, Ángel Palerm y Eric Wolf organizaron un seminario sobre "Campesinos", que se celebró durante julio y agosto en el salón de gala del Castillo de Chapultepec. Acudieron como ponentes jóvenes antropólogos latinoamericanistas —Jorge Dandler, Michael Taussig, Jorge Ochoa y Jean Meyer—, estudiosos mexicanos —Arturo Warman, Rodolfo Stavenhagen, Enrique Florescano y Efraín Hernández Xolocotzi— y los especialistas internacionales más reconocidos del momento —el mismo Eric Wolf, Friedrich Katz, Eric Hobsbawm y Teodor Shanin, que en ese momento establecían el Journal of Peasant Studies—. Eric Wolf fungió como moderador y Ángel Palerm, como agente provocador. Se trataron temas concernientes a la economía y sociedad campesina, movimientos y rebeliones campesinas, y desarrollo rural contemporáneo, tanto en términos monográficos como comparativos entre casos mexicanos, latinoamericanos y europeos. Los ponentes permanecieron en México durante la totalidad del programa y un nutrido y diverso público acudió a las sesiones, que derivaron en resonadas discusiones polémicas y marcaron nuevas direcciones para la investigación empírica. A mi entender, el impacto del seminario en México fue considerable y muy estimulante para una nueva generación de campesinólogos mexicanos. Para mí fue crítico, pues el seminario y en especial mis conversaciones con Wolf dieron forma a la investigación de campo que luego realicé en España para mi disertación doctoral, publicada por la Universidad Iberoamericana bajo el título de Los nuevos campesinos.

En abril de 1978 me encontré con Eric Wolf en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Los dos nos dirigíamos a Mérida, Yucatán, para participar en la reunión anual de la Association for Applied Anthropology pero, afortunadamente para mí, nuestro vuelo fue cancelado debido a mal tiempo en Yucatán y pasamos el resto del día encerrados en un hotel del aeropuerto comiendo, platicando y tomando cervezas. Hablamos sobre todo de mi ponencia, que trataba de la economía doméstica de ejidatarios de El Bajío y de la importancia que habían alcanzado en ella sueldos devengados en Estados Unidos, en particular en la agricultura del estado de California. La ponencia partía de una reflexión en torno a Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky y la articulación de modos de producción que permitía dilucidar cuestiones acerca de la reproducción del trabajo campesino en México y de la acumulación del capital en California. El trabajo enfatizaba las estrategias adoptadas por las familias campesinas para maximizar el envío de trabajadores a California y cómo los dólares ganados ahí subsidiaban no sólo el consumo y reproducción del grupo familiar, sino también a la economía agrícola de la revolución verde impulsada por el Estado.

Wolf, que en esos años elaboraba su libro Europe and the People without History, comentó que el tema ya estaba suficientemente tratado y, aunque siempre sería bienvenida más documentación etnográfica acerca de la economía doméstica campesina, lo que le resultaba más interesante, novedoso e imperativo era el tratamiento etnográfico de la economía agraria capitalista, o sea, de las compañías, empresas y empresarios en California que ocupaban la mano de obra campesina mexicana. Esto requeriría seguir a los trabajadores abajeños a sus lugares de trabajo en California para observarlos, lo cual, en su opinión, permitiría completar el análisis de la conexión de interdependencia que existe entre los campesinos mexicanos y el capital agroindustrial de California, además de someter a revisión crítica las hipótesis de trabajo derivadas de las aportaciones teóricas de Luxemburgo y Kautsky.

En 1981 seguí a California a los trabajadores migrantes abajeños y ahí permanezco, como tantos otros migrantes que nunca imaginaron que se quedarían del otro lado de la frontera. Me dedico al estudio histórico y etnográfico de la agroindustria en California y su persistente e incómoda conexión con trabajadores mexicanos extraídos temporal o permanentemente del agro mexicano, así como a la reciente formación de nuevas comunidades de mexicanos en el paisaje agrícola de California. Además, desde la Universidad de California en Santa Barbara me dedico a la formación de antropólogos mexicanos y estadounidenses, los impulso para que se dediquen a estos importantes temas de nuestro tiempo. Me consta que Eric Wolf apoyó mi nombramiento académico en California y el primer grant —"apoyo financiero"— que recibí de parte del Social Science Research Council para mi investigación en California.

Tengo, pues, una gran deuda intelectual con mi "tío" Eric, aunque nunca fui formalmente su alumno, y un enorme agradecimiento personal por las muchas cosas que hizo para apoyar mi desarrollo personal y profesional.

Información sobre el autor

Juan Vicente Palerm es profesor de mérito en la Universidad de California en Santa Barbara (UCSB). Recibió el título de doctor en antropología social por la Universidad Iberoamericana (1983) y fue miembro fundador del Departamento de Antropología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (1975). Ocupó la dirección del Center for Chicano Studies de la UCSB (1984-1994), la dirección del University of California Institute for Mexico and the United States (UC Mexus) (1994-2003) y fundó la Casa de la Universidad de California en México. Se dedica al estudio del surgimiento de una nueva sociedad rural en California, resultado de la reestructuración de la agroindustria y de la sedentarización masiva de trabajadores agrícolas en California procedentes de México.

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