SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número31Mujer rebelde: testimonio de Odilia Romero HernándezEn torno a los feminismos de la diversidad índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.31 Ciudad de México sep./dic. 2009

 

Legados

 

Aportaciones a una genealogía feminista. La trayectoria política–intelectual de Mercedes Olivera Bustamante

 

Contributions to a Feminist Genealogy: The Political–Intellectual Trajectory of Mercedes Olivera Bustamante

 

Mariana Mora

 

Posdoctorante del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social–Distrito Federal. mariana_mora@yahoo.com

 

Como académicas feministas vinculadas a proyectos liberatorios, no solamente de las mujeres, sino de sus pueblos enteros, tenemos la gran tarea de ubicar los esfuerzos actuales en trayectorias propias y de construir nuestras genealogías a partir de las experiencias y aportaciones de otras feministas. Éste es un paso indispensable para visibilizar la producción de conocimientos, subordinados por procesos dominantes, que nos permiten buscar respuestas creativas a los tremendos retos que enfrentamos en la actualidad.

En ese sentido resaltamos aquí la larga trayectoria de la doctora Mercedes Olivera como luchadora social, feminista e intelectual. Para las mujeres que hemos estado cercanas al zapatismo en Chiapas y hemos apoyado la lucha por la autonomía de los pueblos indígenas, Mercedes es, sin duda, un referente para acercarnos al quehacer político y a la producción de conocimiento ligado a movimientos sociales. Su labor en Chiapas y en Centroamérica durante cerca de cuatro décadas ofrece contribuciones significativas a los proyectos feministas y a las propuestas de investigación que se sitúan entre la academia y los procesos organizativos de justicia social. El siguiente ensayo, basado en una serie de entrevistas realizadas a Mercedes Olivera desde 2007, ofrece un recuento de los eventos críticos en su formación personal y de las reflexiones que marcaron el rumbo de su participación política intelectual.

 

DE LA ANTROPOLOGÍA APLICADA A LA ANTROPOLOGÍA CRÍTICA

Cuando Mercedes Olivera ingresó a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en 1956, la disciplina antropológica llevaba casi dos décadas ligada al proyecto de Estado–nación y, como parte del mismo, la investigación se ejercía de forma aplicada. Con el conocimiento académico se buscaba incidir en la realidad, por lo que éste representaba una especie de ingeniería social al servicio de las instituciones gubernamentales, inseparable, además, de la ideología del desarrollo. La antropología hegemónica de la época se enfocaba en aplicar soluciones técnicas a los problemas nacionales. Su problema era el indígena y su atraso histórico, y la solución encontrada fue "modernizar a los indígenas por medio de la modernización de sus culturas de comunidad" (Rus, 1977: 3).

Poco después de concluir sus estudios, una experiencia en particular le hizo cuestionar el propósito de la antropología y su labor como antropóloga. En un proyecto con unidades campesinas nahuas en Puebla, Mercedes fue testigo de la manera en que la combinación de una fuerte presencia cristiana y lo que ella identificaba como los usos y costumbres locales mantenían a las mujeres del pueblo en situaciones de opresión. Así lo recuerda:

Yo veía, por ejemplo, un ritual que le decían la ceremonia del petate. Veía la manera en que las mujeres se tenían que hincar ante las autoridades del pueblo y pedir perdón. Se arrastraban llorando hasta que los demás las perdonaran. Yo recuerdo haber pensado: "¿De qué tengo yo que perdonar a esta mujer?" Lo que había hecho era simplemente tener hijos antes de casarse, como era costumbre en la comunidad. El sentido de la ceremonia era reafirmar la humillación que, de acuerdo con su rol, debían tener las mujeres ante las autoridades de su familia y de la comunidad.

Hechos como éste la llevaron a cuestionar el papel de los antropólogos, particularmente la forma en que la profesión puede avalar formas de opresión. En este caso, ella fue testigo de cómo sus colegas, desde una visión culturalista, justificaban la opresión de las mujeres nahuas con el argumento de que "así es la cultura de los indígenas".

Simultáneamente, y como parte del mismo proyecto, notó que desde la disciplina no se cuestionaban las causas de la pobreza. La perspectiva culturalista, influenciada por el funcionalismo, identificaba la marginación socioeconómica como resultado de un atraso cultural que se tenía que subsanar. En esencia, los indígenas eran pobres por ser indígenas, no debido a razones históricas y a las estructuras político–económicas que mantienen a esta población en los escalones más bajos de la sociedad.

Sus experiencias en el trabajo de campo en Puebla le hicieron reflexionar sobre los límites de la antropología mexicana para evidenciar condiciones de opresión y explotación. Más que generar conocimientos para transformar la realidad social de los pueblos —que era su motivación personal—, la doctora Olivera observó que la disciplina servía para seguir reproduciendo las mismas condiciones de marginación. A partir de esta toma de conciencia, optó por dejar la antropología vinculada a la academia para "trabajar directamente con los campesinos para construir un cambio social".

Apenas en los inicios de su profesión, de esta experiencia temprana se desprenden dos inquietudes que marcarían el rumbo de sus actividades como luchadora social y como intelectual. En primer lugar, un cuestionamiento sobre la utilidad de la producción del conocimiento antropológico y su impacto en la reproducción o posible desestabilización del poder. En segundo lugar, la necesidad de entender y desarticular las formas en que la explotación económica genera condiciones de opresión vinculadas a sistemas patriarcales y a la discriminación étnica. Refiriéndose al mismo proyecto en Puebla, Mercedes narra:

Después me di cuenta que los que estábamos participando en ese estudio, lo que en realidad estábamos haciendo era generar información para que una empresa alemana pudiera identificar la mano de obra adecuada para sus negocios. Fue un abuso de nuestro trabajo. Empecé a analizar la forma en que los países del centro usan, desde una visión culturalista, el conocimiento de la periferia para los intereses de los países industrializados.

Sus reflexiones estaban emparentadas con las de otros jóvenes de su generación, como Guillermo Bonfil Batalla, Rodolfo Stavenhagen, León Duran y Juan José Rendón, antropólogos que provocaron rupturas importantes con los viejos esquemas de la antropología mexicana. Cuestionaban el impacto del enfoque estructuralista y culturalista que se desarrollaba en México bajo la influencia de la academia estadounidense, sobre todo de la escuela de Harvard, en Chiapas. A partir de ahí, iniciaron una crítica sistemática al integracionismo de la política indigenista.

Estos cuestionamientos llegaron a una confrontación directa durante el segundo Congreso Indigenista, que tuvo lugar en Pátzcuaro, Michoacán (1968). Frente a los representantes nacionales, entre ellos Alfonso Caso, los nuevos antropólogos emitieron una crítica pública. A pesar de la resistencia de los antropólogos que ocupaban puestos importantes en el poder, la postura crítica revisionista logró posicionar sus aportaciones en los debates públicos institucionales y académicos. En su caso, la búsqueda de nuevos espacios de transformación llevó a Mercedes Olivera a implementar proyectos de investigación ligados directamente a la acción social.

 

LA INVESTIGACIÓN PARA QUÉ

A principios de la década de 1970, Mercedes se estableció en Chiapas para intentar modificar el papel del Instituto Nacional Indigenista (INI) y de las instituciones gubernamentales. Gonzalo Aguirre Beltrán, entonces subsecretario de Cultura, la nombró encargada de la Escuela de Desarrollo en San Cristóbal de las Casas. En ese momento, la doctora Olivera consideraba que la decisión se debía a la apertura del pensamiento de Aguirre Beltrán y a cierto reconocimiento a las críticas hacia el indigenismo, que se reflejaban no sólo en el nuevo puesto que le habían asignado, sino en el nombramiento de Guillermo Bonfil como director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y de Salomón Nahmad como director del INI. Consideraba este trabajo como una oportunidad para poner en práctica sus planteamientos teóricos, particularmente el relativo al desarrollo de políticas pedagógicas no desde un enfoque integracionista, sino desde la recuperación de la etnicidad. Aprovechó su formación marxista y su experiencia en métodos de educación popular para intentar fomentar la enseñanza bilingüe y bicultural con alumnos choles en la zona norte del estado. Sin embargo, justo cuando estaba por plasmar el esfuerzo emprendido en un documento escrito, Aguirre Beltrán la despidió del puesto y la acusó de "generar un movimiento indio como el movimiento negro [los Black Panthers] en Estados Unidos".

Frustrada por la falta de posibilidades de entablar procesos de cambio social desde las dependencias gubernamentales, Mercedes decidió vincular la investigación con procesos no institucionales y directamente con los movimientos sociales, opción que ha mantenido hasta la fecha. En 1976 se fue a trabajar a las fincas cafetaleras de la región del Soconusco en Chiapas, junto con las antropólogas Ana Salazar y Ana Bella Pérez Castro. En ese entonces, la situación socioeconómica era de crisis, ya que los precios del café se habían desplomado y los dueños de las fincas, en particular los del norte del estado de Chiapas, habían cambiado la producción de café por la cría de ganado. El cambio de producción generó una situación de proletarización forzada del campesinado. Mercedes recuerda que la población no tenía dónde vivir, ni mucho menos en qué trabajar; se encontraban en calidad de desplazados:

Vi a los campesinos caminando por las veredas. Les pregunté: "¿A dónde van?" Ellos contestaron: "Nuestro patrón se enloqueció, se le metió el demonio, quemó nuestras casas. Estamos buscando otro patrón". Así me decían.

En una comunidad, ella y sus alumnos participaron en una asamblea organizada por refugiados de las fincas. Les hablaron de la revolución de Emiliano Zapata y de que, conforme a la ley, si una persona ocupa una tierra por más de cinco años la puede considerar como su propiedad. Al despertar al día siguiente se encontraron en medio de un poblado vacío. Los peones habían regresado a sus fincas, tras haber tomado la decisión de recuperar sus tierras. Esta decisión colectiva no sólo impulsó una acción social, sino que fue el antecedente de lo que después sería uno de los movimientos agrarios más importantes de Chiapas, impulsado por la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC). Las decisiones tomadas por los campesinos estuvieron relacionadas con múltiples expresiones de violencia. Los peones trataron a los finqueros de la misma manera en que habían sido tratados por ellos, a algunos los colgaron de los árboles, a otros los enterraron hasta la cabeza y "sus ex peones les daban comida y agua". Las acciones campesinas indígenas fueron contestadas, a su vez, con la violencia y la represión del Estado, en particular por el ejército.

De esta experiencia se desprende una reflexión fundamental, que le serviría a Mercedes Olivera al involucrarse en movimientos sociales en el futuro. Por un lado, el impacto que tuvo su participación, el tipo de información que transmitieron y la forma en que fue comunicada, le demostró que el conocimiento de la antropología puede estar al servicio de procesos políticos subalternos. Sin embargo, identificó la complejidad de los caminos por seguir, ya "que no solamente tienes que tener conocimiento de la realidad, sino tener muy claramente definida tu postura política y las estrategias que necesitas para trabajar con la gente, con el movimiento".

Esta tensión, precisamente, ha marcado su trabajo: la necesidad, por un lado, de establecer una postura política, como sujetos y partícipes de la historia, lo que implica mantener cierta seguridad sobre hacia dónde dirigir el conocimiento antropológico. Por otro lado, "tener suficiente claridad para no pensar que somos nosotros los que tomamos o impulsamos decisiones" que ni siquiera han sido asimiladas por los propios pueblos. En su vínculo con el zapatismo, más que en cualquier otra participación política previa, movió la balanza hacia desarrollar proyectos de investigación en la acción sin determinar previamente el rumbo del proceso. Explica la doctora Olivera:

En mi trabajo ahora, uso la investigación como si fuera un espejo, para que los que participan se puedan reflejar, y preguntarse a sí mismos: "¿Qué necesidades tenemos, cuáles son sus causas, cómo responder a los problemas que vemos?" En la práctica cuesta mucho. La población está acostumbrada por siglos al asistencialismo cristiano y gubernamental, a esperar que otros digan lo que hay que hacer, a no asumirmos como sujetos.

En contraste con proyectos de investigación que dirigió en otros momentos, en los que el investigador se colocaba en la vanguardia con el fin de "concientizar al pueblo", ahora Mercedes considera que,

[…] en vez de "concientizar" imponiendo, creo que es el investigador el que tiene que tomar conciencia de su papel. El ejercicio a través del contacto establece una relación respetuosa, diferente a la manipulación que, sin darnos cuenta, hacíamos antes los académicos comprometidos con la justicia.

En ese sentido, en su trabajo reciente, sobre todo con mujeres indígenas en Chiapas, la doctora Olivera pretende impulsar proyectos que conllevan una intervención en las condiciones de vida y el trabajo con organizaciones desde otra perspectiva, en un posicionamiento dialógico, que ella considera que debe basarse en el respeto y la escucha mutuas.

 

CONTRIBUCIONES A LOS FEMINISMOS

La propuesta metodológica de investigación de Mercedes Olivera está íntimamente ligada a sus proyectos como feminista. De hecho, han sido las investigaciones con mujeres indígenas las que más han impactado su forma de acercarse a la producción de conocimientos. Desde 1980, ha trabajado en múltiples espacios con mujeres chiapanecas y centroamericanas, particularmente con refugiadas guatemaltecas, con niños y mujeres en Nicaragua y El Salvador, y en los Altos y la zona norte de Chiapas.

En cada uno de estos trabajos su enfoque político se ha orientado a fomentar la autodeterminación de las mujeres partiendo, sobre todo, de los espacios íntimos, "para facilitarles su proyección hacia los espacios públicos que hay y que tendrían que transformar para alcanzar sus autodeterminaciones individuales y colectivas". Mercedes explica que sus estrategias han sido múltiples y han combinado la sensibilización, la construcción de espacios propios, la formación de conciencia individual y colectiva, y la creación de procesos organizativos para el ejercicio y defensa de sus derechos.

Ella considera su experiencia de trabajo más integral y profunda la colaboración con la organización de refugiadas guatemaltecas en el exilio Mamá Maquín. En ese entonces, trabajaba con la organización no gubernamental (ONG) Centro de Información y Análisis para la Mujer Centroamericana (CIAM), que había sido contratada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La organización se dedicaba a implementar trabajos de investigación–acción para concretar y desarrollar las capacidades de liderazgo de las propias mujeres. Sin embargo, cuando ellas asumieron su papel, empezaron a cuestionar la perspectiva feminista de las investigadoras y sus actitudes paternalistas. Mercedes recuerda que después ellas tomaron sus propias decisiones y dejaron a las mujeres de CIAM al margen. Las acusaron de imponer su agenda como ONG y no como académicas:

Fueron choques muy violentos que nos movieron el piso a nivel personal y nos forzaron a reflexionar sobre nuestro eurocentrismo y nuestro racismo internalizados. Esas experiencias nos obligaron a transformar nuestras agendas políticas como feministas y repensar en cómo se desarrollan investigaciones colaborativas.

La ruptura se transformó en nuevas relaciones de colaboración en las que CIAM fue contratada por las dirigentes de Mamá Maquín para trabajar con las refugiadas guatemaltecas, concretamente en la elaboración de estrategias de participación en el proyecto de retorno a sus comunidades, que controlaban los varones integrantes de las "Comisiones Permanentes". En el trabajo conjunto se logró la participación de las mujeres en negociaciones con el gobierno de Guatemala y en la gestión sobre el derecho de las mujeres a la tierra en los nuevos asentamientos de retornados. Las mujeres refugiadas obligaron a Mercedes y a sus colegas a enfrentar las relaciones desiguales de poder que existen entre mujeres debido a sus condiciones de clase, raza o etnia, y a sus experiencias históricas.

La vivencia le enseñó que para elaborar una agenda feminista hay que trabajar simultáneamente contra el racismo y el clasismo que prevalecen en nuestra sociedad, incluyendo las relaciones entre mujeres en la elaboración de proyectos. En los últimos años, a raíz del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, la inquietud por ubicar la construcción de las diferencias marcadas por la clase, el género y la etnia desde un planteamiento materialista ha sido uno de los elementos más sobresalientes en sus publicaciones sobre Chiapas. Por ejemplo, en la compilación De sumisiones, cambios y rebeldías: mujeres indígenas de Chiapas (2004), la doctora Olivera utiliza un marco feminista neo–marxista para situar, a lo largo de la historia de México, desde la época prehispánica hasta el presente, las relaciones de exclusión de género, y a partir de la colonia, los cambios acontecidos en el sexismo y el racismo en el estado de Chiapas.

La inquietud por identificar proyectos políticos en común que parten de las diferencias entre mujeres la ha llevado a preguntarse sobre la construcción de los diferentes feminismos. Esto ha generado críticas severas a lo que ella define como un feminismo radical que intenta imponer una agenda o establecer calificativos sobre si un movimiento o un grupo de mujeres es o no feminista. Al respecto, Mercedes escribe:

Nuestro discurso se enriquecería si desarrolláramos la capacidad de aceptar la heterogeneidad del desarrollo social, la diversidad de ritmos de cambio y la variedad de culturas existentes en el país; si tomáramos en cuenta los diferentes modos y grados de subordinación en que vivimos las mujeres; la posición subalterna de las culturas indígenas y los modelos de subordinación genérica que se padecen en Chiapas, así como la inmensa dificultad para transformarlos (Olivera, s.f.).

 

APUNTES PARA UNA GENEALOGÍA FEMINISTA

La combinación de reflexiones ha llevado a Mercedes Olivera a una búsqueda por comprender y participar de forma activa en las reivindicaciones de las mujeres indígenas en Chiapas inmersas en procesos políticos. Ella reconoce que si se les adjudicara a estos procesos la categoría de feminismo, se trataría de uno muy distinto al hegemónico. Desde su experiencia de participación con mujeres de los Altos y del norte del estado, resalta que éste no es un feminismo separado del movimiento político, ya que las condiciones de marginación socioeconómica son realidades imposibles de separar de su ser mujer. Explica:

La necesidad de dar de comer a los hijos en una situación de extrema pobreza es una realidad muy importante entre otras, por eso el feminismo se hace dentro de los procesos para sobrellevar la existencia. Las causas de la explotación económica no están separadas de las posiciones de género, sino son una parte del mismo proceso subordinador del sistema, al igual que lo étnico.

En ese sentido, considera que los planteamientos zapatistas enseñan no sólo la construcción de un mundo nuevo, sino un feminismo con una ética diferente, reflejado en la búsqueda de un camino y formas diversas. Frente a estas construcciones emergentes, la labor de la doctora Olivera ha consistido en participar en el movimiento zapatista y, a la vez, mantener una posición crítica solidaria, una postura que permite acompañar a las mujeres en su lucha por sus derechos al interior de sus pueblos y, simultáneamente, al lado de los hombres y mujeres en la lucha de liberación. Es ahí, desde esa postura muchas veces incómoda y ciertamente delicada, donde pueden gestarse conocimientos nuevos, siempre vinculados a los procesos sociales, que nos permitan construir caminos novedosos hacia la justicia social.

 

Bibliografía

Olivera Bustamante, Mercedes, 2004, De sumisiones, cambios y rebeldías. Mujeres indígenas de Chiapas, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez.         [ Links ]

––––––––––, s.f., "Práctica feminista en el movimiento zapatista de liberación nacional", Lola Press.         [ Links ]

Romero Frizzi, María de los Ángeles, 2005, "Mercedes Olivera: etnohistoriadora propositiva", Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, México (Serie Biografías, núm. 6).         [ Links ]

Rus, Jan, 1977, ¿El indigenismo contra el indígena? Balance de 50 años de antropología en Chiapas, Instituto de Asesoría Antropológica para la Región Maya, San Cristóbal de las Casas (Apuntes de Lectura, núm. 3).         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons