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Desacatos

On-line version ISSN 2448-5144Print version ISSN 1607-050X

Desacatos  n.30 Ciudad de México May./Aug. 2009

 

Reseñas

 

El estudio interdisciplinario socioespacial de la diversidad religiosa

 

The Interdisciplinary Sociospatial Study of Religious Diversity

 

Jaime Preciado Coronado

 

Renée de la Torre y Cristina Gutiérrez Zúñiga (coords.), 2007. Atlas de la diversidad religiosa en México. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; El Colegio de Jalisco; El Colegio de la Frontera Norte; El Colegio de Michoacán; Universidad de Quintana Roo; Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación; Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México.

 

Universidad de Guadalajara, Guadalajara, México. japreco@hotmail.com

 

En Las reglas del método sociológico (1895)1, Emile Durkheim se constituye en uno de los analistas pioneros de las relaciones entre espacio y sociedad. Una de sus propuestas centrales será la morfología social, que entiende el espacio como sustrato de la vida colectiva; así, la forma y distribución de grupos sobre el territorio, su hábitat, sus vínculos y comunicaciones, forman la matriz de la "fisiología social" con la que explica la génesis y el funcionamiento de las instituciones, a las que ubica como fuente de transformación de la sociología.

Posteriormente, con El suicidio (1897)2, Durkheim aportará nuevos elementos para el análisis socioespacial, pues establece como hecho social un fenómeno propiamente individual, ya que éste da cuenta del "estado moral" de una sociedad, en el que las religiones detentan las variables explicativas y cuyo comportamiento en las regiones estudiadas es heterogéneo. Católicos, protestantes y judíos optan por el suicidio en proporciones diferentes con respecto a cada religión y su manifestación espacial muestra también ciertas regularidades, que configuran el mapa de las regiones francesas de la época.

Grupos, instituciones, sujetos, conforman una lógica socioespacial que encuentra en las religiones, según Durkheim, el fenómeno social elemental del cual se derivan los demás. Esta conclusión se inscribe en un debate de época entre lo sagrado y lo profano, el individuo y la sociedad, cuyas diferencias y contrastes socioespaciales van documentando otras disciplinas, como la antropología —con Marcel Mauss a la cabeza—, que está descubriendo la multiplicidad de sujetos en culturas y civilizaciones diferentes de la occidental. A la par, la antropogeographie de Friedrich Ratzel (1882)3 contribuirá al interés por esta diversidad étnica, cultural y religiosa, al vincularla con la geopolítica, que interroga paralelamente la relación entre espacio geográfico, sociedad y Estado.

La actualización de esos añejos debates en torno a los estudios socioespaciales en las ciencias sociales es un primer aporte que destaco del Atlas de la diversidad religiosa en México. Los trabajos aquí reunidos enriquecen la comprensión de una sociedad cada vez más diferenciada internamente, no sólo por la desigual distribución demográfica y económica con la que se distinguían tradicionalmente los grupos sociales en el territorio, sino además por el énfasis cultural que implican los estudios sobre religión y, en particular, sobre la diversidad religiosa, un campo de conocimiento con fuertes raíces en el pasado que cobra actualmente, por el auge de religiones no católicas en nuestro país, una renovada pertinencia.

Las coordinadoras de esta obra, en su "Introducción", se deslindan de las sociologías de la religión de inspiración anglosajona a causa de su carácter simplificador, que asimila linealmente el cambio religioso como efecto de la transformación económica que supone la modernidad capitalista. Max Weber y su apuesta secularizadora encerrada en la privatización de la esfera religiosa, provocada por el "desencantamiento del mundo", son contradichos precisamente por la diversidad religiosa que crece y se reproduce en México, como lo documenta y comprueba esta obra.

El pluralismo religioso constatado en el Atlas aporta, además, un enfoque teórico que supera esas limitaciones, al resaltar las características socioespaciales de esa diversidad religiosa que persiste y crece, pues las y los autores encontraron que las teorías de la secularización no hallaron eco en América Latina, donde se mantiene y reproduce, bajo patrones sincréticos, el fervor y la religiosidad popular. En sus regiones y naciones pueden verse singularidades como la teología de la liberación, elaborada por comunidades eclesiales de base católicas y algunas protestantes, a la par de estrategias de expansión misioneras de todas las iglesias supeditadas a pautas geopolíticas para lograr su implantación o crecimiento, pues las instituciones religiosas no son ajenas a los temas del desarrollo, como la pobreza, la salud, la vivienda o los servicios públicos.

La diversidad religiosa abarca espacios donde lo público y lo privado se superponen, por lo que las coordinadoras del amplio equipo interdisciplinario que produjo el Atlas proponen no abandonar la relación entre modernidad capitalista y cambio religioso, pero sí eliminar la concepción lineal que opone tradición y progreso. Se acercan así a enfoques abiertos a la indeterminación, la multidireccionalidad e imprevisibilidad, que autores como Gilberto Giménez han utilizado en las ciencias sociales latinoamericanas, los cuales pueden dar cuenta de la dinámica interacción entre el cambio religioso, los procesos socioculturales y el carácter excluyente de la supuesta modernidad capitalista.

Diversidad, heterogeneidad, continuidad–discontinuidad, multicausalidad del fenómeno religioso, son acertadamente analizadas bajo el formato de un atlas geográfico, cuya orientación teórico–metodológica es también una aportación a las ciencias sociales, particularmente en el campo del análisis socioespacial. En este Atlas se combinan la búsqueda de exhaustividad que esos trabajos suponen con los estudios de caso que muestran la riqueza de lo concreto, lo cual corrige y orienta el enfoque original.

Hervé le Bras, en su libro Les trois France (1995)4, aborda la compleja relación entre religión, familia y Estado, bajo una metodología similar que combina atlas y ensayo (y que a la francesa puede equivaler al estudio de caso), en la que: "Dentro del ensayo, los hechos singulares, los acercamientos brillantes e inesperados esconden a menudo un relajamiento de la comprobación" mientras que el atlas "sería inadecuado por las razones contrarias. Mostrando solamente, no demuestran nada. Pasada la fascinación que ejercen, la mayor parte de los atlas parecen inútiles y gratuitos".

Acertadamente, el Atlas de la diversidad religiosa se propone un doble esfuerzo: por un lado, revaloriza las fuentes censales mexicanas de los últimos cincuenta años, las critica y las reorganiza con un rigor metodológico selectivo que permite (re)interpretar los datos ofrecidos en la escala nacional, estatal y municipal y, por otro lado, selecciona e investiga aquellos casos sugeridos por un acucioso estado del arte sobre los estudios de las religiones en México y Latinoamérica, además de reinterpretar los estudios de caso existentes de acuerdo con los intereses de la investigación sobre la diversidad religiosa en México.

Se produce así un atlas que es sensible a las tendencias recientes de los estudios socioespaciales propuestos desde una nueva geografía, la cual aborda tres procesos imbricados entre sí5: primero, el de las escalas, que van de la local, que corresponde a la experiencia vivida, y la nacional, que es la de las ideologías, a la mundial, que es la realidad "rebelde" de lo macro; segundo, el del poder, que implica las jerarquías entre centro y periferia, así como sus combinaciones: el centro en la periferia y la periferia en el centro (que son complementarias al concepto de "semi–periferia" propuesto por Wallerstein); y tercero, los procesos históricos socioculturales.

Implícitamente, la obra incorpora esta estructura tripartita y se divide en tres partes. La primera parte, "Descripción de la diversidad religiosa", que hace un recuento exhaustivo de las distintas iglesias y denominaciones que contienen los censos de las últimas cinco décadas en los agrupamientos censales nacionales, estatales, municipales y, cuando es pertinente, en las áreas geoestadísticas básicas. La segunda parte, "Factores del cambio religioso", aborda los rostros económicos, étnicos, y la movilidad geográfica de las modalidades religiosas, así como el papel de la urbanización en el cambio religioso. En la tercera par–te se recogen los "Acercamientos monográficos", que se elaboraron expresamente para seis casos considerados como representativos de la diversidad religiosa en distintas regiones.

En las "Conclusiones", las coordinadoras del Atlas resaltan los aspectos que comprueban las hipótesis de partida, lo cual no agota, evidentemente, la riqueza del análisis y de los aportes del conjunto del libro.

La diversidad y el cambio religioso en México pasan por el análisis del declive relativo de la hegemonía católica y la presencia de lo no católico en el país y sus regiones. La primacía del catolicismo ha descendido en algunos estados, pero lo católico sigue siendo mayoritario. En Guanajuato, 97 de cada 100 personas son católicas, mientras que en el otro extremo, en Chiapas, 68% es católica. Los estados del sur mexicano son más proclives a la diversificación religiosa, seguidos por los estados fronterizos del norte. Las regiones centro y centro–occidente de México se reafirman como el núcleo duro del catolicismo.

En la década de 1980 empieza el declive católico en las regiones sureñas, al igual que en aquellas donde es mayor el índice de marginación y en las periferias pobres de las grandes ciudades. Es ahí donde se da un mayor incremento de quienes optan por una religión distinta a la católica, aunque también se incrementan los "sin religión", por la presencia en esas regiones de religiones étnicas ancestrales, las cuales se esconden en esa categoría censal.

El incremento de otras opciones religiosas se da principalmente a favor de los evangélicos, pentecostales, bíblicos no evangélicos y protestantes históricos, que tienen iglesias fuertemente consolidadas, a la par de pequeñas sectas o iglesias domésticas atomizadas en el territorio nacional. Las religiones diversas consolidadas provienen de una ola adventista de principios del siglo XIX en Estados Unidos, pero su crecimiento en México ha sido heterogéneo. Mientras que los testigos de Jehová cuentan con el mayor porcentaje de adeptos en México y Latinoamérica, respecto al resto del mundo, y están presentes en 90% de los municipios mexicanos, los adventistas son la única minoría religiosa con propensión a crear regiones donde son hegemónicos, como sucede en varios municipios de Chiapas, Veracruz, Tabasco, y en Chetumal, en Quintana Roo. Municipios que comparten marginalidad, ruralidad y etnicidad.

Los mormones concentran sus adeptos en ciudades medias y grandes, sobre todo en la frontera norte, y su feligresía goza de mejor posición económica y educativa, en comparación con la media nacional. Las iglesias protestantes históricas sí muestran aquí dinamismo y crecimiento, contrariamente a otros análisis, y siguen aumentando su influencia en medios urbanos empobrecidos. La Luz del Mundo es la iglesia evangélica más importante en México, en relación con su feligresía mundial, pero no la más fuerte en el territorio nacional; concentra sus principales adeptos en Guadalajara, Jalisco y Veracruz.

En contraste con Brasil, donde el cambio religioso es protagonizado por megaiglesias nacionales que responden al modelo de empresas de proselitismo arraigadas en los medios electrónicos de comunicación, estas iglesias "electrónicas" no han prosperado en México, donde se impide la propiedad de medios de comunicación a las asociaciones religiosas. Estas iglesias que hacen proselitismo en la televisión por cable coexisten, entonces, con una población indígena que practica "el costumbre" y otras manifestaciones religiosas ancestrales que no han sido cabalmente evangelizadas, o con grupos de creyentes New Age, categorías que son ambiguamente clasificadas en los censos nacionales bajo el rubro de "sin religión".

El análisis demográfico del Atlas concluye que las mujeres son más proclives que los hombres a optar por una religión no católica. El grupo de edad más dinámico en el cambio religioso es el de 15 a 44 años, justo en la etapa reproductiva, al inicio del ciclo doméstico; es decir, una franja de población que potenciará el crecimiento futuro de la diversidad religiosa. Sólo la Luz del Mundo conforma hogares mono–religiosos, con un nivel semejante al de los hogares católicos. En todas las religiones estudiadas predomina el papel misionero de la mujer, por su flexibilidad de horarios y su organización, de ahí que esas comunidades religiosas ofrezcan la reconstrucción de nuevas redes de apoyo y solidaridad que amplían el sentido de familia espiritual.

Se achaca a los protestantes, de manera equivocada, una cultura laboral apta para el mercado flexible, por su proclividad al trabajo por cuenta propia. Sin embargo, al menos la mitad, a veces dos tercios de estos creyentes son asalariados; sólo entre los protestantes históricos hay porcentajes importantes de adeptos que trabajan por su cuenta.

En sus variables étnicas, el Atlas muestra que dos de cada diez pentecostales hablan alguna lengua indígena y que todos los grupos étnicos del país, sin excepción, muestran una tendencia interna a cambiar de religión a lo largo de las dos últimas décadas. Hay una razón organizacional que proviene del dinamismo del Instituto Lingüístico de Verano, cuya labor implicó a misioneros indígenas que operaron, sincréticamente, la conversión al protestantismo. La presencia del pentecostalismo es mayor entre los grupos indígenas, ya que alcanza 19% de esta población, el triple del promedio nacional. Los estados con más alto porcentaje de población no cristiana entre los indígenas son Chiapas, Oaxaca y la península maya.

En las zonas indígenas tzeltales y kanjobales el catolicismo es minoría religiosa, pero así como se observan tendencias de cambio religioso, también se encuentran resistencias frente a ofertas religiosas, como lo muestran los altos índices de "sin religión" entre los huicholes, tepehuanos, popolucas, tarahumaras o kanjobales, donde este índice alcanza hasta un cuarto de la población total. Asimismo, varios grupos indígenas registran altos porcentajes de católicos en espacios donde no crece la población no católica, pero donde coexisten lo católico y las religiones nativistas ancestrales.

En esta parte del Atlas se subraya la apuesta ética de las y los autores: el respeto y la comprensión objetiva de la diversidad religiosa. Como Sergio Aguayo señala en El almanaque mexicano, 20086: "De acuerdo con una encuesta de opinión de 2005, sólo 83% de la población se considera católica. Si el censo de 2010 confirma la cifra, seguirá la pérdida de influencia de la iglesia católica […] la diversidad también llegó a las regiones". Lúcidamente, el Atlas disipa temores sobre las amenazas que representa el crecimiento protestante entre los indígenas, sobre la pérdida de identidad de los pueblos, de su cultura tradicional y de sus costumbres étnicas, pues en la parte monográfica se demuestra que las fiestas religiosas preservan la memoria y que persiste la resistencia étnica cultural, que logra una mayor autonomía de sus iglesias locales, en las que se resemantizan los principios religiosos, de los cuales hacen un uso popular y sincrético. Los más abiertos a la diversidad religiosa son los indígenas.

Respecto a la variable económica, el Atlas explica que el crecimiento evangélico y protestante se da en los márgenes del desarrollo económico y urbano. Es en las fronteras sur y norte, y en las periferias urbanas y rurales donde se concentra el incremento de poblaciones no católicas. La concentración de las minorías no católicas se da en los más bajos niveles de bienestar económico. Adventistas, protestantes históricos y pentecostales tienen mayor presencia en estratos económicos inferiores. Los testigos de Jehová están más próximos a la media económica nacional y católica; los mormones y otras iglesias evangélicas presentan niveles más altos que el promedio nacional, pero ningún grupo religioso que crezca, salvo los orientalistas o New Age, se ubica entre las clases altas.

Sinónimo de ingreso a condiciones de vida moderna, la urbanización es un escenario del cambio religioso, particularmente en sus periferias urbanas, lugares donde campa la desregulación y la informalidad, y donde crecen protestantes, paraprotestantes y pentecostales. Sin embargo, las ciudades mexicanas no alcanzan las mismas proporciones de diversidad religiosa que sus pares latinoamericanas. Lo más cercano a esas dinámicas se da en ciudades fronterizas y turísticas del sureste mexicano, que están expuestas a flujos migratorios, o en algunas ciudades fronterizas del norte, como es el caso de Tijuana, analizado en el libro, donde hubo una temprana transnacionalización de esas economías urbanas. Frente a la polarización en condiciones de trabajo y de vida, el cambio religioso influye sobre el poder político local en la construcción del espacio urbano.

Otro elemento de análisis, la migración, revela que el alejamiento de los controles comunitarios y el contacto con nuevos entornos en los que se registra una pluralidad religiosa más añeja abren posibilidades de cambio religioso. Sin embargo, paradójicamente, los estados de mayor migración de larga data son los que tienen el menor nivel de cambio de adscripción religiosa. En refuerzo de ello, las remesas han revitalizado las fiestas patronales locales, a la par que fortalecen lazos comunitarios transnacionales en las prácticas religiosas, los cuales repercuten en la transformación identitaria de la comunidad de destino. Son las migraciones internas las que plantean mayores conflictos, pues en algunos casos el cambio religioso que implica reconstrucción comunitaria desemboca en intolerancias y desplazamientos poblacionales. Estos cambios religiosos, en ocasiones, provocan una migración forzosa para las minorías, como se muestra en el acercamiento monográfico de Chiapas.

Cambio religioso, incremento de la diversidad, características de las minorías religiosas, son temas que trata el Atlas dentro del marco de la diversidad religiosa en México. Los espacios de actuación de estos grupos religiosos configuran complejos territorios donde el concepto de región, los contextos socioculturales históricos y presentes y la articulación entre la escala local y otras esferas extra locales, la construcción nacional misma, demandan un nuevo desafío teórico y metodológico.

Este trabajo, coordinado por Renée de la Torre y Cristina Gutiérrez Zúñiga, en el que participan además 19 autores de siete instituciones que atinadamente apoyaron la realización de esta magna obra, reúne las más modernas técnicas estadísticas en un sistema de información georeferenciado, que incluye un libro y un disco compacto con un placentero diseño, que hace de ellos, además de objetos muy atractivos, una referencia imprescindible para los estudios sobre la religión en México y Latinoamérica, así como una herramienta hermenéutica que impulsa a las ciencias sociales al reconocimiento socioespacial interdisciplinario de la diversidad religiosa.

Febrero 2008

 

Notas

1 Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico, Morata, Madrid, 1993.         [ Links ]

2 Emile Durkheim, El suicidio, Akal, Madrid, 1976.         [ Links ]

3 Friedrich Ratzel, Las razas humanas, dos tomos, Montaner y Simón Editores, Barcelona, 1888–1889.         [ Links ]

4 Hervé Le Bras, Les trois France, Odile Jacob, París, 1995.         [ Links ]

5 Peter Taylor, Geografía política: economía–mundo, Estadonación y localidad, 2ª ed., Trama, Madrid, 2003.         [ Links ]

6 Sergio Aguayo, El almanaque mexicano, 2008, Aguilar, México, 2007.         [ Links ]

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