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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.22 Ciudad de México sep./dic. 2006

 

Reseñas

 

De diversas antropologías y lecturas sobre la ciudad

 

Sergio Tamayo

 

Antropologías y Estudios de la Ciudad. Escuela Nacional de Antropología e Historia, vol. 1, año 1, enero-junio de 2005, México.

 

Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México-Distrito Federal. sergiotamayo1@prodigy.net.mx

 

 

Este es el primer número de la reI vista Antropologías y Estudios de la Ciudad. En el título lleva la intención y la paradoja. Es excelente su contenido. Es bienvenida porque para muchos significa contar con un medio de difusión de nuevas teorías e ideas refrescantes desde la perspectiva de tantas disciplinas entrelazadas que estudian las ciudades.

Este primer número cuenta con diez artículos, clasificados en cinco secciones: "Expresividades", "Juventudes", "Políticas de identidad", "Espacios de apropiación" y "Documentos de trabajo". La primera sección cuenta con tres textos, ubicados en los estudios culturales, que abordan el análisis semiótico de varios filmes y un cómic. En "Juventudes" encontramos también tres artículos que estudian grupos juveniles de distintas clases sociales en relación con la apropiación y la representación de nuevos espacios sociales. "Políticas de identidad" contiene dos ensayos que hablan de temas distintos pero referidos a la construcción de identidades urbanas, uno a partir del análisis de la acción colectiva, y el otro de las representaciones de algunos sectores sociales de la ciudad de Puebla. La sección "Espacios y apropiación" incluye un artículo que reflexiona metodológicamente sobre la forma de abordar el estudio cultural de los centros comerciales. Finalmente, "Documentos de trabajo" da a conocer un texto de Abilio Vergara, director de esta revista, quien reflexiona sobre la producción de conocimientos desde la antropología urbana.

Diversos temas, corrientes y metodologías; diversos lugares, espacios y ciudades; diversos sujetos, autores y disciplinas. El número, a pesar de su variedad —o quizá debido a ella— está bien equilibrado en la forma y en la calidad de los contenidos. Román de la Campa, profesor de literatura en la Universidad Estatal de Nueva York, hace un análisis semiótico de la película documental Buena Vista Social Club. A través de ese examen podemos dilucidar las nuevas situaciones de Cuba, país impactado brutalmente por la globalización. Se asoma allí una Cuba que parece estar en búsqueda de sus propias raíces nostálgicas. Román encuentra esa inquietud cultural de los isleños que se suma, dice, a la nostalgia territorial del exilio miamense.

El autor expone brevemente el contexto donde se produjo el nuevo cine cubano. Ahí se representan los nuevos estilos de vida cotidianos, como en las películas Fresa y chocolate y Guantanamera. Explica el enorme impacto que el Buena Vista Social Club tuvo a nivel mundial, desde la premiación de los Grammies hasta su nominación para el Oscar. No todo, dice De la Campa, puede explicarse únicamente por la autenticidad de los cantantes cubanos, por la trascendencia de la música criolla o por el valor intrínseco de la tradición de la música de la década de 1940 en la época actual. Tiene que ver con el impacto de la globalización sobre audiencias europeas, latinoamericanas y estadounidenses, así como también el impacto sobre la propia Isla. Román de la Campa hace un excelente análisis semiótico del documental, primero desde el punto de vista de la calidad musical. Analiza la intención del productor musical Ry Cooder en la selección de las canciones y el manejo artístico. Después interioriza la significación de la película, comparándola con otras obras del realizador Wim Wenders. Lo importante, me parece, es encontrar la multidimensionalidad de los efectos de la globalización. Dicho documental corresponde a una estética capaz de llenar los imaginarios transnacionales porque se mueve entre lo sublime —es decir, en una temporalidad inconmensurable—, lo exótico —o sea, la ficción poscolonial cubana— y lo contradictorio —el valor cultural que se redescubre (no le queda de otra) en el plano del mercado global—.

De la Universidad de Plymouth, Reino Unido, la especialista en cine y literatura Maite Villoria analiza varias películas colombianos para explicar la apropiación de imaginarios urbanos ciudadanos en la ciudad de Medellín. Es interesante la relación que establece entre la cultura del sicario y la literatura colombiana contemporánea, lo que ahora se conoce como la novela del sicariato o la sicaresca colombiana. Marta Villoria dice que la ciudad es una proyección de imaginarios sobre el espacio. Es por eso que el imaginario del espacio urbano depende de la posición cultural y social de los personajes retratados en las novelas. Para explicar esta relación la autora abre un apartado donde contextualiza la violencia urbana en el país. Después se ubica entre las definiciones de Castoriadis y De Certeau sobre imaginarios para explicar cómo la novela del sicariato expone el imaginario de una ciudad apocalíptica. La ciudad descrita en estas novelas no sólo ofrece posibilidades para pensarla, sino que revela el imaginario urbano que la construye. Ese imaginario es precisamente el referente extraliterario de los textos.

El propósito de Edgar Morín, comunicólogo y antropólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México, es mirar la ciudad y algunos lugares desde el punto de vista de la historieta. El pretexto ahora es La familia Burrón, de Gabriel Vargas. El análisis de los personajes en el entramado de la diferenciación social urbana es convincente: Borola, la güereja, esposa abnegada que puede convertise en "encueratriz", esclava del hogar y vedette; Regino, el esposo, un zotaco peluquero; y los hijos, Regino Chico y la Macuca, con el perro Wilson. Además del niño puntual y obediente, están el pepenador borrachín, la desamparada, el sangrón, el ladrón, la tía "chorromillonaria", los caciques, el empresario, el poetastro flaco y holgazán, los policías azules, acólitos del diablo, etcétera. El lugar-personaje es la vecindad, el centro simbólico a partir del cual se entremezclan el mercado, los cabarets, las carpas, las colonias perdidas, las cantinas y las plazas. La ciudad de Vargas, dice Edgar Morín, no es la ciudad Apocalipsis, aún no. La pobreza, el gandalle, se entrelazan con la solidaridad y el chisme.

El estudio cultural de la novela urbana, del cómic, incluso de las películas, permite comprender mejor a la ciudad. Eso es cierto, aunque siempre he pensado que una complementación extraordinaria de estos análisis particulares (sobre autores, personajes, vivencias y su particular imaginario) sería vivir, practicar y etnografiar los lugares descritos. Así, una comparación entre el imaginario del autor y el espacio practicado ¿"real"? de la gente profundizaría la experiencia de conocer y comparar las lecturas de la ciudad.

En la sección "Juventudes" encontramos un texto de Gonzalo Saraví, sociólogo del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), que trata las experiencias de la exclusión de los jóvenes y la apropiación que hacen del espacio público en dos barrios estigmatizados del Gran Buenos Aires. Es uno de los pocos análisis que conozco que no sólo rememora una identidad idílica comunitaria —que muchos antropólogos y culturalistas evocan con proselitismo—, sino que también destaca las desgarradoras contradicciones y conflictos que se presentan en el espacio local, el barrio y la comunidad, que se vuelcan contra los jóvenes, y cómo el comportamiento de estos últimos impacta negativamente en los propios barrios y comunidades. Lanas y Florencio Varela, los lugares analizados, me recuerdan la descripción inequívoca de Marshall Berman sobre el Bronx de Nueva York, y las incisiones de Robert Moses con su "hacha de carnicero" con el fin de penetrar en la supuesta comunidad idílica y meterla a fuerza en la modernidad urbana. Los viejos y los adultos protestaban. La costumbre y los usos del espacio estaban muy arraigados, conservadoramente. Pero los jóvenes no pensaban así. "¿Quieren tirar al Bronx?", decían. "¡Qué lo tiren!!!!", exigían.

Gonzalo Saraví explica la conformación de esos barrios del Gran Buenos Aires como espacios públicos locales, y con ello la generación de estigmas territoriales —estigmas imaginados por los fuereños y por los nativos—. Descubre la diferencia de percepción de la vida al cambiar de barrio. La contradictoria distinción entre nosotros y ellos. La apropiación del espacio público local como cultura de la calle, con normas y valores, prácticas y comportamientos que cada grupo le da y le imprime, que cada grupo interpreta y resignifica. Entonces, dice Saraví, a través de ese espacio practicado es posible comprender el esqueleto del espacio social. Y el capital social, ese término tan de moda en los estudios de gobernabilidad y política, no siempre es un activo sino que puede tomar una forma pasiva y perversa. A veces la cultura no es ese activo transformador que le infieren los analistas. A veces la cultura es una pesada losa sobre los hombros de los seres humanos. Y la liberación debería pasar, necesariamente, por destruir esa lápida que todos cargamos.

En su artículo sobre jóvenes y espacialidad, Maritza Arteaga recuenta las distintas corrientes que han trabajado sobre los jóvenes y arremete con inteligencia en el estudio de la estrecha relación que existe entre los jóvenes y el espacio urbano. Dos grandes temas son destacados por esta autora: la tensión entre los adultos y los jóvenes, y la tensión entre jóvenes y jóvenes. Esta doble mirada permite, también, romper los esquemas idílicos de las identidades juveniles. Desde Los olvidados de Buñuel hasta los darkies, heavies y taggers de la pos-ciudad, los jóvenes delimitan infinidad de territorios y los marcan: las calles, el cine, la música, el baile, la diversión. La escuela, el barrio, la banda y el cuerpo. De la misma manera en que, a propósito de la segregación social de los barrios bonarenses, se dice que las identidades juveniles no son siempre resistencia sino también adaptación a la moda y al consumo mercantil, jerarquías verticales y violencia interna. Pero la apropiación espacial juvenil es muy distinta, como plantea Maritza Arteaga, entre jóvenes de clase media y chavos banda, entre sectores populares que no son banda y gruperos clasemedieros, entre los jóvenes de las clases altas y los jóvenes pauperizados.

El texto de Regina Martínez y Angélica Rojas, antropólogas del CIESAS, continúa esta apuesta del primer número de la revista Antropologías y Estudios de la Ciudad. La presencia de los jóvenes indígenas en la escuela significa una constante negociación, en un espacio nuevo, de identidades que se fragmentan. Los indígenas excluidos se presentan en un espacio que les restriega con fiereza la discriminación racial y étnica. Pero al mismo tiempo es un lugar donde pueden encontrarse con sus pares, con quienes se identifican culturalmente. La escuela se convierte a la vez en cárcel cultural y en oportunidad de integración, no desde la visión institucional sino la de ellos mismos. Así, hay una joven que encuentra en la práctica del básquetbol la posibilidad de modificar hábitos del vestir. Y el "derecho a tener novia", que remite al "derecho del ser indígena", aunque sea momentáneamente le permite a los jóvenes experimentar la adolescencia no percatada en otros ámbitos.

Mi lectura del texto de Martínez y Rojas subraya el hecho de que no nos dicen qué tipo de experiencia cultural debería ser la mejor para estos jóvenes desgarrados en esa negociación contradictoria de identidades. Por eso me gusta. La forma en que presentan estas transformaciones es tal y como la expresan los jóvenes mismos: contradictoriamente, dialécticamente, violentamente. Los jóvenes indígenas que salen de sus casas buscan, a veces de manera grotesca, la asimilación a la modernidad. Cuando se aferran a ella es muy difícil que regresen al estado original.

La sección "Políticas de identidad" inicia con el texto de Eduardo Nivón, antropólogo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa, conocido y experimentado investigador sobre movimientos sociales. El análisis de los pobladores en lucha de San Salvador Atenco es esclarecedor. Rescata autores conocidos de la sociología, como Alain Touraine, Alberto Melucci y Jürgen Habermas, pero su utilización es novedosa. Después de ubicar el contexto histórico de los movimientos sociales en el valle de México y de situar el objeto de conflicto en el intento de construir el aeropuerto internacional de la ciudad de México en terrenos de los comuneros-ejidatarios, el autor pasa a la revisión de la construcción de la identidad colectiva. Una base social diversa, campesinos afectados, algunos jornaleros y peones, otros comuneros o ejidatarios: elementos que no facilitan, sino que dificultan cualquier intento de elaborar una identificación social unificada. Nivón plantea la dialéctica que se establece entre la necesidad particular y la construcción de un sujeto de carácter universal: el campesino y el ciudadano, el machete como herramienta cotidiana del campesino y el imaginario de la revolución, la defensa de la tierra y la referencia a la defensa del medio ambiente. Me parece que la descripción de Eduardo Nivón es una forma diferente de análisis que muestra que las identidades no siempre se arraigan en la nostalgia por el pasado. Es tradición y modernidad al mismo tiempo. Una forma interesante de acercarse al estudio de los movimientos sociales de cualquier tipo. En especial, cuando lo leía, pensé en los indígenas chiapanecos.

Ernesto Licona, antropólogo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, trabaja la política de la identidad de manera distinta. ¿Cuáles son las marcas simbólicas en una ciudad? Habría que preguntarles a sus habitantes. La cuestión es volver visibles a las ciudades invisibles La pregunta es sencilla: ¿cuáles son los personajes más importantes de la ciudad? El estudio de Licona lo hace en la ciudad que habita, Puebla, y aplica la encuesta a obreros de la industria automotriz y a estudiantes universitarios. Recordé un trabajo doctoral de un alumno de la UAM, quien hace un estudio similar también en Puebla. Si no se ha desviado mucho de su tema original, la pregunta de este alumno era: "¿Cómo se apropian y se imaginan los niños a la ciudad?" Yo preguntaría además: ¿existe una ciudad de los niños? Creo que de la misma forma, Licona seguramente se pregunta: ¿cuál es la ciudad de los obreros y cuál la de los estudiantes? Habría que reflexionar, como lo hace Ernesto Licona, sobre el tema de la representación, los imaginarios y las marcas de la ciudad. El análisis de este autor se ubica, entonces, en la imagen urbana como imagen mental, en la percepción y el lenguaje del espacio. La imagen urbana, concluye Licona, es un tipo de representación mental producto del lenguaje, la memoria y la práctica social de sus habitantes.

La sección "Espacios y apropiación" está conformada por el artículo de Inés Cornejo, socióloga de la Universidad Iberoamericana, quien profundiza metodológicamente en el tema del "centro comercial", mismo que ha venido trabajando con tino intelectual. Los centros comerciales sirven para ligar, vitrinear, dejarse ver o estar juntos; conforman un lugar de encuentro de los urbícolas en todo el mundo. El modelo analítico de Cornejo subraya la importancia de mirar. Mirar a la socialidad como esa forma lúdica de la socialización, como dijera Maffesoli. La síntesis del modelo de Inés Cornejo es el "diamante cultural". Se trata de un modelo semiótico: el significado del objeto cultural que es el centro comercial; el emisor/creador que genera la propuesta comercial; el receptor/creador-cultural cuyo significado se encuentra en la frecuentación, las representaciones sociales y las prácticas culturales de apropiación simbólica. Estas tres dimensiones se entrelazan con el mundo social, entendido por Cornejo como el contexto pertinente del análisis.

Lo anterior es apenas una semblanza de la gama tan sugerente que presenta el primer número de la revista. El corolario viene a ser la sección denominada "Documentos de trabajo". En este caso se trata de un examen muy cuidadoso de Abilio Vergara, titulado más o menos así: "Desde la posciudad, repensar lo urbano y la antropología o antropología urbana como producción simbólica". Vergara comienza realizando una crítica devastadora sobre la pertinencia actual de los estudios antropológicos, particularmente los de carácter urbano. Hay que replantear, dice, los enfoques y los temas. Hace una síntesis de trabajos fundamentales sobre la cultura urbana en México y los asocia con escuelas importantes de la antropología social y urbana. Por ejemplo, la escuela de Manchester con Hannerz y Clyde Mitchel, así como con la corriente de los contextos significativos de Turner. Los temas posibles, dice Abilio Vergara, son: actores y agrupamientos, espacio y etnicidad urbana; mapas urbanos; lugares, espacios y prácticas; espacios públicos; cuerpo y ciudad; situaciones metropolitanas. Sus reflexiones metodológicas se centran en el individuo y en el grupo que se desplaza en la ciudad. ¿Cuál es la geografía del abastecimiento, del desplazamiento, del entretenimiento, del parentesco y de la residencia? ¿Cómo separa el individuo sus papeles sociales hasta integrar o desintegrar su red social? Una estrategia que no debe olvidarse, dice el autor, es el contexto que debe ser pensado por escalas.

Este es un aporte de Abilio Vergara en una sección que para la revista cobra primordial importancia. Escriban ahí propuestas sobre docencia e investigación en antropología y estudios de la ciudad.

Como podemos ver, el primer número de Antropologías y Estudios de la Ciudad nos hace entender, ahora sí, el porqué del título de antropologías en plural y no sólo de una antropología. Es notoria la acepción de estas pluralidades antropológicas a lo urbano y su intento de asociarse interdisciplinariamente (y yo diría, transdisciplinariamente) con los estudios de la ciudad que no siempre son antropológicos, pero que replantean y aportan significativamente al estudio de la cultura y el espacio.

 

Información sobre el autor:

Sergio Tamayo. Arquitecto egresado de la Universidad Autónoma de México-Azcapotzalco (UAM), maestro en urbanismo por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en sociología por la Universidad de Texas, Austin. Profesor-investigador de la UAM-Azcapotzalco. Sus tres líneas de trabajo son las identidades colectivas, los movimientos sociales y las identidades urbanas; la cultura política, prácticas de ciudadanía y apropiación política del espacio público; y metodologías cualitativas. Algunos libros de su autoría son: Espacios ciudadanos. La cultura política de la ciudad de México (2002) y, como coordinador, con Lidia Tamayo, El arpa de la modernidad en México, sus historias (2000).

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