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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.21 Ciudad de México may./ago. 2006

 

Reseñas

 

Resistencias de obreras y vendedoras callejeras en los albores de la industrialización mexicana

 

Gail Mummert

 

Susie S. porter, 2003. Working Women of Mexico City. Public Discourses and Material Conditions, 1879-1931. University of Arizona Press, Tucson, 250 pp.

 

El Colegio de Michoacán, Zamora, Michoacán. gmummert@colmich.edu.mx

 

 

Entre los estudios históricos sobre el trabajo femenino en México, la obra de Susie Porter nos ofrece una mirada refrescante a un viejo problema: las motivaciones y los mecanismos de la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo remunerada. En su rastreo del medio siglo que corre desde el Porfiriato, atraviesa los años revolucionarios y abarca los gobiernos de Obregón y Calles, la autora plantea nuevas interrogantes acerca de los significados del trabajo realizado por mujeres en distintas situaciones: madres-posas, solteras, viudas, abandonadas y madres solteras. Su mirada novedosa se enfoca en la articulación de las condiciones materiales con nociones disputadas de moralidad y con los discursos públicos que le daban sustento ideológico a esta última. Estas dos categorías de materialidad y moralidad, argumenta Porter, son esenciales para comprender a las trabajadoras en los albores de la industrialización mexicana. Obviamente, siguen siendo relevantes hoy día y he ahí uno de los atractivos de este volumen para un público que rebasa el círculo de los historiadores.

La estadounidense Porter inicia su libro con un caso paradigmático, narrado por la descendiente de una viuda guanajuatense con siete hijos, que migró a la ciudad de México en 1910 para encontrar trabajo y sustento familiar en una fábrica cigarrera. Desde este punto de arranque, la autora enfatiza las iniciativas tomadas por las protagonistas de esta historia de la entrada de las mujeres al empleo remunerado extradoméstico, en la bulliciosa ciudad de México de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. No obstante, al pintarnos un panorama de la metrópoli que se enfilaba rumbo a la industrialización, Porter no presenta a trabajadoras libres de controles sociales sobre sus desplazamientos y decisiones. Al contrario, una de las virtudes del estudio consiste, precisamente, en haber desarrollado un argumento convincente, inspirado en un materialismo histórico que presta atención a la confluencia de las condiciones materiales de vida y de los discursos públicos acerca de la moralidad (como sugiere el subtítulo del libro). Así entendemos la decisión de la viuda guanajuatense (y otras como ella) de desechar prácticamente el único destino posible para ella y sus hijas en Guanajuato —ser sirvientas domésticas— y migrar a la capital para poder escoger un empleo dentro de la gama creciente de ocupaciones "apropiadas para mujeres". La riqueza del enfoque de Porter es su invitación a entender cómo las vivencias de la industrialización se inscriben en los cuerpos de las trabajadoras y cómo los discursos discordantes reflejan que los entendimientos culturales suelen ir a la zaga de las transformaciones materiales.

No es casual que la autora haya elegido estudiar un periodo histórico transicional, que abarca el auge y ocaso del porfiriato hasta los intentos de los sucesivos gobiernos posrevolucionarios por construir una nueva nación sobre bases más igualitarias. En este parteaguas entre órdenes sociales, algunos grupos intentaron reforzar añejas divisiones sexistas, clasistas y raciales, mientras que otros las cuestionaron, al ser confrontados con fenómenos como la entrada de niñas a las escuelas públicas mixtas y la convivencia de hombres y mujeres en múltiples escenarios laborales y públicos. En esta época los nuevos ciudadanos estrenaron una constitución progresista y construyeron un aparato estatal de vigilancia sobre los espacios laborales urbanos. Esta vigilancia fue particularmente fundamental en el caso de las trabajadoras: por ejemplo, la creación en 1911 del Departamento de Trabajo, que enviaba sus brigadas de inspectores a recorrer fábricas y talleres, calles y prostíbulos y a levantar encuestas en el espacio laboral. El periodo de construcción institucional culmina con la promulgación, en 1931, de la Ley Federal del Trabajo.

Con buena pluma y un uso imaginativo de una gran diversidad de fuentes históricas, Porter nos muestra la vida cotidiana de las trabajadoras capitalinas durante el porfiriato, la Revolución y la Reconstrucción. Por medio de una lectura cuidadosa de censos nacionales y estadísticas generadas por la flamante Secretaría del Trabajo, informes de inspectores de trabajo, documentos de las instancias de conciliación y arbitraje, y reportajes periodísticos, muestra que la ciudad de México presentaba una economía mixta: por un lado, concentraba grandes fábricas de los dos sectores que más empleaban a mujeres (procesamiento de alimentos y confección de ropa); por otro, proliferaban pequeñas fábricas, talleres y el trabajo a domicilio, junto a un pujante sector de servicios. En sus calles, plazas, parques y mercados municipales pululaban vendedores ambulantes de ambos sexos, que ofrecían alimentos y otros bienes de consumo. Como tal, la gran capital ofrece una doble oportunidad para captar las dos categorías ocupacionales elegidas por Porter —la obrera y la vendedora ambulante— en su búsqueda no sólo de sobrevivencia sino de una vida digna y respetable. La autora las coloca en la intersección de discursos públicos sobre clase y género para lanzar las dos preguntas que servirán de hilos conductores del estudio: En el continuum paradigmático de mujer que oscilaba entre la prostituta y la virgen, ¿dónde ubicaban diferentes sectores de la sociedad capitalina a la obrera y a la vendedora, y cuáles preceptos morales justificaban dicha ubicación? Inversamente, ¿dónde se ubicaban estas mismas trabajadoras en una sociedad fluida y cuáles discursos invocaban para demandar sus derechos ciudadanos y replantear concepciones normativas de femenidad?

En la historia social y cultural que va hilvanando Porter, los eventos y procesos de cambio cobran sentido al entender la influencia de las filosofías políticas de la época. Durante el porfiriato el positivismo y el paternalismo concebían el orden y el progreso como indisociables. Por ello, escuchamos en este libro las ideas de destacados miembros masculinos de la élite (de la talla de Emiliano Busto, productor de estadísticas acerca de la economía mexicana porfirista y defensor de la industrialización en marcha). Otra voz prominente es la de Esteban Antuñano, un industrial textilero poblano, quien legitimaba la entrada de mujeres a las fábricas a través de panfletos que él mismo costeaba y distribuía en la década de 1830. Pero también escucha Porter a voces menos destacadas a través de fragmentos de las "conversaciones públicas" entre, por ejemplo, trabajadoras, empleadores y columnistas de periódicos. El porfiriato se caracterizó por una prensa muy activa: un nutrido número de periódicos y revistas era generado por y para la clase obrera. Porter señala atinadamente cómo aun los analfabetos podían participar en estas "conversaciones públicas", al recurrir a escribanos públicos o a representantes sindicales para enarbolar sus intereses y demandas en la prensa, en los tribunales o en las antesalas de oficinas municipales. De esta manera, ellas también participaban en la construcción discursiva de identidades femeninas.

Las trabajadoras que encuentra Porter en su revisión documental no son homogéneas; distingue entre solteras, casadas y viudas y las experiencias vividas por ellas. Desafortunadamente no analiza etnicidad ni raza, dos ejes de diferenciación que se entrecruzan con clase y género; es una limitación que la autora reconoce de entrada. Resalta la vulnerabilidad en la cual vivían las jefas de hogares conformados por ellas mismas, sus hijos y parientes femeninos; en particular las vendedoras ambulantes tendían a ser jefas de hogar. A final de cuentas emerge una imagen de mujeres trabajadoras conscientes de las posibilidades de lucha para ocupar los espacios públicos que les ofrecían la nueva constitución y legislación. De hecho, la discusión de la autora sobre los distintos usos de los términos 'el pueblo' y 'el público' para enmascarar luchas de clase es uno de los aportes más interesantes del libro.

El manejo que hace Porter de una extensa literatura en inglés y español le permite dialogar simultáneamente sobre varios planos y arrojar hallazgos que, en ocasiones, van a contracorriente de ideas establecidas y que sorprenden por su gran actualidad: un creciente activismo de las trabajadoras de clase obrera para contrarrestar el argumento basado en "la debilidad de nuestro ser"; la persistente centralidad de la moralidad femenina en la forja de las relaciones laborales antes y después de la Revolución Mexicana; la impugnación constante de la honorabilidad de las mujeres que ocupaban la esfera pública en sus trayectos entre el hogar y el centro de trabajo.

Este análisis podría haberse enriquecido con una reflexión sobre la articulación de las demandas obreras con el incipiente movimiento feminista. Lamentablemente, las menciones sobre el feminismo mexicano son muy escasas en el libro. Cabe preguntar: ¿en qué medida los discursos de obreras y vendedoras se construían en torno a sus derechos como ciudadanas, no fundidas con los ciudadanos?

Este libro de Susie Porter ensancha el alcance de los estudios acerca del trabajo femenino en México al explorar la intersección de clase y género en un periodo crítico de la naciente nación. Es una meta muchas veces declarada pero pocas veces lograda. En este sentido, el volumen viene a enriquecer una veta muy prometedora en la historiografía mexicana y latinoamericana: la deconstrucción de la formación de los Estados-nación en los siglos XIX y XX como procesos monolíticos y su replanteamiento como ambiguos y contradictorios, atravesados por luchas culturales para imponer o resistir determinados órdenes de género.

 

Información sobre la autora:

Gail Mummert. Maestra en demografía por El Colegio de México y doctora en antropología social por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Desde 1985 es profesora-investigadora del Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán. Estudia la incorporación de mujeres al mercado de trabajo, la migración mexicana a Estados Unidos y Canadá, las reformas al ejido y los cambios en dinámicas familiares en el campo mexicano. Es autora de Tierra que pica. Transformación de un valle agrícola michoacano en la época post-reforma agraria (1994) y editora de Fronteras fragmentadas (1999).

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