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Desacatos

On-line version ISSN 2448-5144Print version ISSN 1607-050X

Desacatos  n.18 Ciudad de México May./Aug. 2005

 

Testimonio

 

Benita Galeana: fragmentos de su vida y su tiempo*

 

Daniela Spenser

 

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Distrito Federal. spenser@prodigy.net.mx

 

Me choca esa palabra: no le encuentro
chiste. El feminismo no me convence. Me
desagrada ese sello: soy una luchadora
social y punto.

BENITA GALEANA, I9941

 

Benita vive, la lucha sigue; Benita vive, la lucha sigue; Benita vive, la lucha sigue y sigue y sigue", declamaron puño en alto las amigas y amigos de Benita Galeana el 17 de abril de 1996 al año de su fallecimiento. En la antesala del auditorio en la Casa del Periodista, en donde tuvo lugar el homenaje a Benita, las paredes fueron tapizadas con cuadros que la recordaban por medio del pincel y la pluma. Benita fue retratada, además, en numerosos artículos periodísticos y en algunos programas de televisión y video, y su vida fue plasmada en una radionovela. Varias escuelas, estancias de niños y cooperativas llevan su nombre. Póstumamente, la vida de Benita ha sido exaltada como "el pilar de la lucha del pueblo mexicano". Por su valor, Benita fue condecorada por varios gobiernos en México y en el extranjero. Ya durante su vida, pero sobre todo después de su muerte,que se celebra año con año,Benita ha sido rodeada de un halo mítico; no faltan quienes dicen inclusive que tenía poderes extrasensoriales. Así, pues, ¿quién fue Benita Galeana para que la gente que la conoció siga evocando su risa estentórea, su sentido del humor, su amor a la vida, y la recuerde por su collar de milagros que en lugar de la Virgen de Guadalupe tenía colgada la efigie de Lenin?

Benita nació el 10 de septiembre de 1907, o pudo haber sido 1904, en San Jerónimo de Juárez, Guerrero.2 Nunca le importaron las fechas exactas, pues sus referencias para medir el tiempo eran los nacimientos, las defunciones y las caídas de los camaradas perseguidos por uno y otro presidente de la República. El tiempo se diluía entre los mitos y los recuerdos que llevó adentro a lo largo de toda su vida. La madre de Benita murió cuando la niña tenía dos años; el padre, Genaro Galeana Lacunza, alguna vez el hombre más rico del pueblo, se consumió poco a poco en el alcohol.

Desde niña Benita conoció la pobreza junto con la violencia. Después de la muerte de su padre, Benita, de seis años, se fue a vivir con Camila, su hermana mayor, para ayudarle con los trabajos domésticos: moler el nixtamal, hacer y vender tamales y cuidar a los niños pequeños de su hermana. Benita aprendió a golpes y a cambio de pocas satisfacciones los trabajos de la casa y del campo. Uno de sus más grandes anhelos fue ir a la escuela para aprender a leer y escribir. Casi de manera simbólica el deseo más intenso de Benita fue poseer un par de zapatos, pues representaban no sólo la liberación de las privaciones sino la oportunidad de irse del pueblo y emprender una vida propia. La ciudad de México era el destino ideal, pero pasarían varios años antes de alcanzarlo.

Benita conoció el abuso masculino en la casa de Camila. Pedro, el esposo de su hermana, vio en Benita a la sirvienta que a diario tenía que prepararle y servirle la comida. Una noche la mano de Pedro buscó el cuerpo de Benita. La joven no sólo lo rechazó, sino que agarró el machete y le cortó dos dedos. De allí en adelante no iba a permitir que los hombres se aprovecharan de ella. Por el contrario, Benita aprendió a aprovechar sus relaciones amorosas para irse abriendo, poco a poco y con tropiezos, camino hacia una vida mejor. Sin embargo, este instrumento de liberación resultaría un arma de doble filo.

Para salir del mundo opresivo que representaban la casa de Camila y el pueblo, Benita soñaba con el hombre que le daría amor y dinero. El sueño siguió siendo sólo un producto de su imaginación mientras que la opresión se tornaba insoportable, por lo que Benita trató de escaparse del pueblo, pero fue interceptada en el camino por los familiares de las amigas que la acompañaban y tuvo que regresar. Sin poder aguantar más su situación, se fue a vivir con otra hermana a Acapulco. En aquella casa, sin embargo, se repitió la historia del sojuzgamiento a la autoridad, el trabajo duro y los golpes. Después de algunos meses, Benita buscó refugio en el matrimonio con Salvador Solano, un modesto escribano, con quien llevó una relación sin amor y sin alcanzar la satisfacción económica con la que soñaba. Ignorante de la sexualidad y la maternidad, a los cinco meses de haberse juntado con Salvador -cuyo trabajo apenas les daba de comer a la pareja y a su madre— Benita cayó en la cuenta de que estaba embarazada. Entonces, ante la perspectiva de vivir con un hombre a quien no amaba y con una suegra que la presionaba para que se pusiera a trabajar y a ayudar al marido, Benita decidió encarar su suerte y con escasos recursos se refugió en casa de unos conocidos en donde dio a luz una hija. En aquellas circunstancias, el nacimiento de Lilia no fue un momento de dicha: "Felizmente nació una nena tan fea, que parecía una changuita prieta. ¡Fea que estaba mi hija!"3

Sin recursos para mantenerse a sí misma y a su hija, Benita regresó a San Jerónimo para trabajar en lo que sabía hacer mejor: vender comida en la calle. Una vez en que Lilia se enfermó seriamente y Benita no podía seguir trabajando ni tampoco tenía dinero para pagar al médico, recurrió nuevamente a un pretendiente: "Me acordé que un general me había hecho el amor. Fui a verlo"4 El general pagó la curación de su hija, pero a cambio exigió que Benita se fuera a vivir con él sin la niña. Ella asintió, aunque por suerte la convivencia se frustró y al poco tiempo pudo volver con su hija. En otra ocasión en que no tenía dinero, se juntó con un hombre que vendía mezcal en el pueblo y se lo había vendido a crédito a ella para que lo revendiera. Benita comentó su decisión de irse a vivir con él con resignación y con un dudoso júbilo: "Al fin que sólo soy una mercancía para los hombres. Y ¡después de todo no lo querré!"5

Benita se sintió desvalorada, sin familia que llamara suya y con ganas de irse lejos de la realidad de la cual parecía no haber escapatoria. El mezcalero le podía ofrecer esa oportunidad, pero llegando a Acapulco la obligó a dejar a su hija a cambio de seguir caminando con él. Benita optó por esa alternativa, aunque él tampoco era el hombre ideal: "Lo único que yo veía era que me trataba bien, tenía que comer, vestía bien. Mandaba yo a los mozos. Era la señora del ricacho"6

Yendo de pueblo en pueblo con su próspero vendedor de licores, Benita no perdía la esperanza de llegar algún día a la ciudad de México. La oportunidad se presentó una vez que el mezcalero se ausentó y Benita fue a cobrar el dinero que un cliente le debía. Era el año 1925 o 1926. Con el dinero por fin pudo llegar a la anhelada capital, aunque la incertidumbre de lo que iba a encontrar la obligó a dejar a Lilia con la abuela paterna en Acapulco. Empezaba un nuevo capítulo en su vida.

En México fue nuevamente un hombre, Manuel Rodríguez, quien la acogió. Manuel la quería pero no podía proporcionarle los medios para que los dos se mantuvieran y Benita ahorrara para poder traer a su hija. Fue entonces cuando Benita empezó a trabajar en el cabaret El Viejo Jalisco en la calle de San Juan de Letrán. El trabajo resultó bien pagado; consistía en tomar y bailar con los clientes. Benita era una mujer bella, de facciones pronunciadas y de una gracia genuina, pero sin educación alguna ni habilidades que le permitieran escapar de "la interminable compra y venta".7 En su pueblo Benita había aprendido que la virginidad era el don supremo de una mujer. También en el cabaret resultaba que la mujer virgen tenía un valor superior a otra que no lo era. Benita, cada vez más abusada, se hacía pasar por virgen para aumentar su propio valor.

Con los ingresos provenientes del cabaret y con lo que aportaba Manuel, Benita pudo ahorrar lo suficiente para ir a Acapulco por Lilia. Ante la negativa de la abuela de entregarle a la niña a menos que Benita le pagara una fuerte suma de dinero en compensación por haberla cuidado, Benita decidió llevársela sin pedirle permiso a nadie. Perseguidas por la policía, a salto de mata, Benita y su hija llegaron a la ciudad de México.8 Benita dejó el cabaret y se fueron con Manuel a vivir a una vecindad. El ambiente era hostil, los vecinos se espiaban unos a otros y la violencia familiar era el pan de todos los días. Benita misma no fue ajena a las peleas ni con otras mujeres ni con su marido. Con una, de nombre Isabel, Benita se agarró, si no a cuchillos, a tenedores: "Se lo clavé por las costillas. El tenedor se le quedó prendido. Se armó el escandalazo."9 Vino la policía y se llevó a Benita. Manuel fue por ella, pagó la multa y al salir "me arrimó una cachetada que me sentó en el suelo". El policía vio la disputa violenta entre la pareja y encerró a Manuel. Benita intercedió por él y al salir y caminar unas cuadras "me agarró otra vez a cachetadas. Me tiró y luego me cogió de los cabellos y me arrastró".10

Manuel Rodríguez introdujo a su esposa en el trabajo y las ideas elementales del Partido Comunista Mexicano (PCM). En el partido Benita encontró por fin el medio que correspondía a su naturaleza rebelde. De allí en adelante se entregó al trabajo partidario en cuerpo y alma, sin medir las consecuencias ni los costos personales. Benita se incorporó al PCM en 1927, cuando la organización encabezaba las memorables campañas de solidaridad con los obreros italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, condenados injustamente a muerte por los tribunales estadounidenses, y con el pequeño ejército loco de Augusto César Sandino en Nicaragua, entonces invadida por los marines de Estados Unidos.

El partido era una organización minúscula pero vociferante, cuya dedicación sincera a las luchas obreras y campesinas contrastaba a menudo con la falta de unidad en su seno y con el fracaso en sus esfuerzos por organizarlos. El trabajo partidario se guió por los principios del comunismo internacional, concebidos por la Tercera Internacional con sede en Moscú, que los militantes adaptaban a la realidad mexicana. En el Sexto Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en el verano de 1928 en Moscú y en el que participó el PCM, la política comunista dio un viraje radical. Respecto a México, el nuevo rumbo significó que el PCM retiraría su apoyo al gobierno mexicano, lo condenaría por fascista y lucharía por su derrocamiento. La consigna del Comintern a los partidos comunistas de enfrentar "clase contra clase" tenía que ser una lucha contra el gobierno sin tregua ni contemporización. Fue en medio de este ambiente de radicalismo exacerbado y sectarismo a ultranza que se templó el carácter comunista de Benita.

Si bien Benita había ingresado al partido porque Manuel militaba en él, poco a poco se ganó su propio lugar; al fin y al cabo, las reivindicaciones populares que el PCM defendía por lo general no le eran nada ajenas. Estando Manuel en la cárcel y después de que ella también fuera encerrada sin saber bien a bien por qué, reflexionó:

Viendo la injusticia que cometían conmigo, empecé a pensar que entonces mi marido también estaba preso por una causa justa y que yo debería seguir el camino de él: luchar por los demás, por los pobres, por los oprimidos, como me decía mi marido. Y como yo ya había llevado una vida arrastrada, ya conocía lo que era la miseria y el hambre, comprendí que el único camino que debía seguir era el de los trabajadores.11

El marco de referencia ideológico que subyacía a la mi-litancia de Benita era sencillo y claro, sin contradicción alguna. A Benita no tenían que contarle sobre las privaciones, la explotación y la opresión, y los últimos años de la década de 1920 le confirmaban que el Estado y el capitalismo eran los verdugos de los obreros y los campesinos.

En enero de 1929 el joven y carismático comunista cubano Julio Antonio Mella, adversario de la dictadura de Gerardo Machado en su país natal, fue acribillado en el centro de la ciudad de México. Para eludir la responsabilidad de una investigación seria, el gobierno de Emilio Portes Gil detuvo a su compañera y también militante comunista, Tina Modotti, acusándola de haber cometido un crimen pasional. En octubre tuvo lugar el "crack" en Wall Street y millones de obreros se encontraron en la calle, primero en los países industriales y luego en los países que estaban en la periferia dependiente del capitalismo avanzado. En enero de 1930 México rompió las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Los comunistas veían en ello la intervención de la mano larga del imperialismo estadounidense.

En realidad la ruptura se debió a tres situaciones que se reforzaban mutuamente: a la política agresiva antiestatista del propio Partido Comunista, a la propaganda anticomunista orquestada por los servicios de espionaje de Estados Unidos que afectaba negativamente las relaciones entre México y Estados Unidos y a la propaganda soviética hostil en contra de todos los gobiernos reformistas. Con los datos que la Secretaría de Gobernación tenía a su disposición sobre los planes subversivos del partido, al gobierno no le cupo la menor duda de que el PCM estaba preparando su derrocamiento, y actuó en consecuencia. Cada vez que los comunistas marchaban por las calles de la capital en protesta por lo que fuera, llegaba el carro de la policía, la "Julia", para llevárselos a la cárcel. Las oficinas del partido fueron cateadas varias veces, su imprenta fue confiscada y finalmente, en 1930, el partido dejó de existir como organización legal.12

Desde que inició su militancia, Benita participó en todas y cada una de las actividades del partido y siempre en primera fila. La cárcel se convirtió en su segunda casa. Se dice que estuvo adentro 58 veces. Cierto o no, Benita aprendió a utilizar la cárcel para seguir combatiendo el sistema desde adentro: organizaba huelgas de hambre, dirigía las voces de las mujeres para que cantaran La Internacional y La Varsovianka cuando no les gustaba la comida o las obligaban a limpiar las celdas. En una ocasión, al saber que a los compañeros se los iban a llevar a las Islas Marías, animó a las otras mujeres en la cárcel para protestar desnudas por la deportación de sus camaradas. En realidad, para el espíritu indomable y audaz de Benita la cárcel era el lugar más apto para expresarse: "¡Yo me sentí en la cárcel como en mi propia casa!"13 La cárcel fue además el lugar donde con más razón aprendió "a odiar el sistema capitalista".14

El trabajo político tuvo prioridad frente a todo lo demás y Benita acabó enviando a Lilia a un hospicio.15 Con un compañero inestable como lo era Manuel, y después de haber adquirido fama de comunista, Benita encontró grandes dificultades para conseguir trabajo y tuvo que volver al cabaret, en donde a nadie le importaban sus ideas políticas. Manuel la abandonó probablemente en 1931 o 1932, pero para entonces Benita había encontrado en el partido el sustituto de un seno familiar y en los camaradas, hermanos y hermanas: "Comprendí que lo mejor para mí era seguir en el movimiento revolucionario. Me dediqué de lleno a la lucha."16

Sin embargo, su vida como militante no debió haber sido satisfactoria del todo, ya que cuando conoció en el cabaret al gerente estadounidense de la compañía de petróleo El Águila, quien le ofreció las comodidades de una casa, Benita dejó el partido y se fue con él a Tampico. Si bien la vida de lujos tuvo su encanto, tampoco la satisfizo, y después de un tiempo se regresó a la capital con el fin de retomar la militancia, "luchando como hasta ahora bajo la bandera del Partido Comunista".17 Con el dinero que le dio el gerente, pudo alquilar una casa y rentar cuartos como un medio para ganarse la vida. Su ingenuidad y su belleza atrajeron a hombres de todas las edades. Algunos la querían como esposa, otros como amante y otros más la adoptaron como su hija.

En retrospectiva, Benita consideró los años de clandestinidad del partido, de 1930 a 1934, como los años dorados del comunismo mexicano que no volvieron a repetirse. A pesar de que la policía confiscó la imprenta, el periódico del partido, El Machete, siguió circulando. Fue entonces cuando la organización le encargó a Benita su distribución. Se paraba a las puertas de las fábricas y talleres para entregárselo a los obreros y aprovechaba cada manifestación para repartirlo. El trabajo no siempre fue grato, pues cuando se topaba con obreros que no simpatizaban con los comunistas, tuvo que escuchar hirientes comentarios machistas sobre su persona, pero no flaqueó: "Muchas veces salíamos de allí casi llorando al ver que nuestros mismos hermanos de clase, los trabajadores, nos trataban así, pero cuando nos encontrábamos con otros obreros que nos respetaban y nos sabían tratar como camaradas, se nos olvidaba todo"18

Aguantar las majaderías de los hombres era un sacrificio menor a cambio de ver que El Machete seguía circulando entre los obreros y que el PCM en la clandestinidad no perdía el contacto con los trabajadores.

La persecución estatal de los comunistas cohesionó al fraccionado partido y lo convirtió en una red de ayuda mutua que su posterior vida legal volvería a disolver. El PCM cuidaba de sus militantes a través del Socorro Rojo Internacional: "El Partido tenía vigilados todos los lugares donde podían estar los caídos en las prisiones. Cuando caían algunos compañeros presos, los seguía hasta la jefatura y se ponían guardias en todas las prisiones"19 El pitazo para avisar era la tonada de La Internacional.

A falta de oficinas y para eludir a la policía, Benita narraba que su célula del partido hacía las reuniones en los parques y las plazas. Aun así la policía solía detectar a los comunistas. Cuando en una ocasión Benita y José Revueltas fueron aprehendidos en la calle, la policía los llevó al Palacio Nacional en coche, pero de allí a la cárcel tuvieron que irse a pie. El traslado fue tan aparatoso que los transeúntes se percataron del operativo. Benita recuerda: "Se formó una escolta de treinta hombres, soldados con bayoneta calada y un oficial... ¡Armas al hombro! ¡De frente! ¡Marchen!, ordenó el oficial"20 La militante que nunca desperdició la oportunidad de hacer un acto de propaganda, gritó mueras al gobierno de Ortiz Rubio y vivas al Partido Comunista de México para llamar la atención de la gente en la calle y tratar de contagiarla del optimismo y entusiasmo revolucionarios. Al fin y al cabo, la crisis capitalista mundial era la demostración de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y que faltaba poco para que la izquierda tomara el poder.

El partido no contaba con grandes teóricos marxistas pero sí con militantes como Benita, dispuestos si era necesario a morir por la organización y por el ideal del socialismo. El fin justificaba los medios, y los métodos de lucha en la calle o en las cárceles no diferían de los empleados en la lucha electoral de un partido que de todos modos no creía en "la democracia burguesa". En 1933 el PCM lanzó a su secretario general, Hernán Laborde, a la candidatura de la presidencia de la República. El día de las elecciones, los comunistas participaron utilizando los métodos de sus contrincantes del partido oficial, que no eran otros que "robarse las urnas y correr para allá".21

A lo largo de su vida, Benita fue una mujer de acción política más que de reflexión. Mientras más difícil la situación, según ella, mejor se sentía. Era precisamente esta actitud resuelta la que inspiraba a las demás mujeres y compañeros a seguirla. Benita decía de sí misma que era "de las barricadas" y "de la calle", siempre resignada a la fatalidad de caer: "Si me muero en ésta, nada más quiero que me envuelvan en una bandera grande con la hoz y el martillo", solía decir a sus compañeros.22 Los exiliados españoles que la conocieron a principios de la década de 1940, cuando participaba en la lucha antifascista, notaron su calidad de militante y comentaron que si además hubiera contado con educación ideológica, México tendría en ella a su Pasionaria.

A lo largo de su vida, en el partido lo mismo que en el cabaret, Benita conoció el machismo, el maltrato y la explotación de las mujeres por los hombres. Esa experiencia le hizo pensar que para que las mujeres superaran su posición subordinada, necesitaban educarse y participar en la vida pública. El feminismo nunca llegó a convencerla, pues lo veía como una corriente que contraponía a las mujeres frente a los hombres. Adicionalmente, Benita y el PCM veían el feminismo como una táctica burguesa que distraía a las mujeres de sus tareas fundamentales: la liberación de las campesinas y las obreras de la opresión y explotación, no como género, sino como clase social.23

Benita no concibió el papel de la mujer en la lucha de clases como algo diferente del papel desempeñado por el hombre. A diferencia de una Concha Michel, quien defendiera la especificidad de la mujer en la sociedad sin negar que las mujeres compartían algunas causas con la clase trabajadora,24 Benita veía el problema de la igualdad de la mujer y del hombre de manera más sencilla y sin distinción de género. La huelga, el desempleo y la pobreza no discriminaban a la mujer frente al hombre. La desigualdad entre los géneros se resolvía con la superación de la mujer por medio de su incorporación a la vida social activa en lugar de quedarse en su hogar. En realidad, el cuidado de la casa y la maternidad ataban a la mujer al hombre. Así, la liberación de la mujer era incompatible con su papel como encargada del hogar.

Benita criticaba la infidelidad de los hombres del partido a los compromisos del amor y el maltrato de sus compañeras, pero atribuía su comportamiento a la moral burguesa. Para superarse, los hombres simplemente tenían

que volverse mejores comunistas. Ella creía que los hombres y las mujeres tenían la misma oportunidad para superarse, y que al liberarse el hombre, se beneficiaba la mu-jer,y viceversa. Con su ejemplo, Benita quería darles ésta y otras lecciones a las demás mujeres, pero sentía que su analfabetismo se lo impedía. Consciente de esta desventaja, Benita no descansó en toda su vida para superarla.

La militante de la calle participaba con sus camaradas del partido en los congresos de obreras y campesinas de la década de 1930 en un frente amplio de mujeres comunistas y mujeres que pertenecían al Partido Nacional Revolucionario. La discusión de posiciones y el trabajo de persuasión no eran el lado fuerte de Benita, y la militante "de las barricadas" participaba aquí más bien en calidad de corifeo del partido. Cuando en uno de los congresos, en 1934, se suscitó un zafarrancho entre las comunistas y las penerristas en torno a varios asuntos, incluyendo el de la prostitución,25 Benita participó defendiendo físicamente a las mujeres comunistas extranjeras para que en el cruce de los golpes no las alcanzara la policía, pues ello hubiera significado su deportación segura.26

Benita concibió el papel del partido no sólo como un instrumento de lucha, sino también como un medio de educación masiva así como de superación individual. En este terreno le parecía a la militante que el partido dejaba mucho que desear, pues "no le reconoce ser o desarrollo del ser a sus mujeres".27 Benita misma criticaba al partido por no haber hecho más por sus miembros. En su caso propio, opinaba que el partido debía haberle enseñado a leer y escribir, pero ni eso, "ni siquiera un 'Buenos días, Benita' he recibido de Laborde"; no por vanidad sino "por encauzarme, por mejorar mi trabajo revolucionario, por hacer de mí, aconsejándome o estimulándome, una luchadora más consciente y capaz. He sentido que me han dejado sola con mi ignorancia".28 En otras ocasiones, Benita se inclinaba a justificar estas faltas de atención reconociendo que Laborde y los demás cabecillas estaban tal vez demasiado ocupados con las exigencias de la lucha política para mirar hacia abajo por el bienestar de los miembros rasos del partido. En realidad, Benita había aceptado la necesidad de la organización jerárquica del partido y del centralismo y no le preocupaba demasiado el que no fuera verdaderamente democrático. Además, Benita sentía una atracción irresistible hacia los jerarcas de la organización y caudillos de la izquierda.

A mediados de la década de 1930, en medio de la euforia nacional cardenista, Benita conoció a Humberto Padilla, "un pequeñoburgués, recientemente ingresado al Partido".29 Fue el primer gran amor de su vida y Benita se fue con Humberto a Chiapas y a Campeche, adonde fue comisionado para trabajar como ingeniero ferrocarrilero. La estancia en el sureste duró un año, probablemente entre 1936 y 1937. Cuando regresaron a la capital, entre Benita y Humberto surgieron disonancias en torno a la reincorporación de Benita al partido y su recuperación de Lilia. Humberto se oponía a ambas cosas y en 1938 la abandonó. Para entonces, el partido apoyaba al régimen cardenista y Benita pudo conseguir empleo en una oficina de correos. Fue entonces que decidió contar sus experiencias después de haber dado tantas vueltas. Utilizando la máquina de escribir que Humberto no se llevó, Benita empezó a llenar hojas y hojas con los episodios de su vida.30

Entregada al trabajo del partido, en la redacción de su órgano informativo El Machete (que circulaba bajo el nuevo nombre de La Voz de México), conoció al periodista Mario Gill. Mario quedó cautivado por la personalidad de Benita, y su vocación de escritor sucumbió ante los episodios extraordinarios que ella tecleaba. En 1939, Mario Gill y Benita se juntaron como pareja en una unión que duraría hasta 1973, cuando Gill murió.

Benita nunca llegó a dominar las letras, sin embargo, tenía el don de narrar los episodios de su vida y los mitos de su pueblo de manera cautivadora. Mario Gill reconoció el valor literario de aquellas narraciones y se ofreció a componer el libro de las hojas sueltas, mecanografiadas con todo y los errores ortográficos, en las que Benita había plasmado los recuerdos de su infancia, su adolescencia y sus primeras andanzas fuera de su pueblo. Entre los dos trabajaron el manuscrito unos dos años hasta que en 1940 apareció el libro titulado Benita. El libro se ganó al público inmediatamente y fue reimpreso varias veces. En 1994 salió su versión en inglés.31

Benita fue un libro fuera de lo común, pues daba voz a la mujer cuya rebeldía en contra de la opresión asfixiante de la familia y las costumbres pueblerinas pocas veces pudo ser escuchada. El libro cubre unos treinta años de la vida de Benita y de México, desde la primera década del siglo XX hasta la de 1940. Gill aprovechó la fuerza de las narraciones para entretener y para instruir a los lectores. El relato sigue la progresión de una mujer ignorante e ingenua de pueblo hacia su compromiso con un México de los pobres y no con el poder. Benita contiene episodios extraordinarios por medio de los cuales se perfila una mujer que siempre encontraba una salida a sus infortunios, que en ocasiones demostró una inusitada valentía, aunque a veces parecía ser a costa de su hija o en contra de sí misma. Gill permaneció fiel al espíritu lúdico de Benita. El libro era una ventana a través de la cual era posible percibir la vida social del barrio en la capital y la vida interna del Partido Comunista.

No cabe duda de que este libro fue atrevido para su época. No sólo expresa la rebeldía de una mujer, sino que también desafía el puritanismo del Partido Comunista que se presentaba ante el pueblo como el vigilante de la moral proletaria y la pureza ideológica. La del libro es una comunista ejemplar pero contradictoria. Así como pudo ser fiel al partido, lo fue a sus muchos maridos. Al parecer, el PCM le pidió a Benita que tachara los pasajes referentes al cabaret, pero la autora se negó a hacerlo aduciendo que de aceptar esa exigencia, borraría una parte de su vida.32

Junto a los episodios dramáticos, en el libro de Benita no faltan narraciones divertidas que tal vez no sucedieron tal y como fueron contadas, pero que le añaden al libro el sentido lúdico que caracterizó su vida. En una ocasión, al pegar carteles en la calle, Benita sintió que era perseguida. El agente de policía, el temible Sotomayor, alcanzó a Benita y quiso quitarle la pila de propaganda que tenía en sus manos. Ella no se dejó: "Se me ocurrió echarle encima el cubo del atole... Mientras él se limpiaba los ojos, le pegué la propaganda en el cuerpo"33 Por si fuera poco, le dio un puntapié en la espinilla y le quitó su revólver. Armada de valor y con pistola, se dispuso a hacer un discurso, en el que intercaló las consignas del partido, recordó a Julio Antonio Mella y condenó al gobierno de Portes Gil. La verdad histórica pudo haber sido otra, pero ese instante de comedia de golpe y porrazo tenía un valor propagandístico que la autora y Gill le querían imprimir al libro.

Si bien para Benita el Partido Comunista era el lugar de refugio y solaz por el resto de su vida, curiosamente no compartía su rabia antitrotskista, que databa de finales de la década de 1920 y que fue azuzada con la llegada a México del veterano bolchevique en 1937. Un episodio que Benita narró en su primer libro y que repitió en el siguiente fue el intento de José Revueltas de expulsar a los trotskistas del partido, probablemente en 1930. Benita los defendió y el encolerizado Revueltas la quiso expulsar a ella. Benita consideraba a los trotskistas mexicanos como sus viejos camaradas, pues con ellos había compartido luchas en la calle, y nunca llegó a comprender los argumentos por los que el partido los expulsó y luego los condenó al ostracismo. Los camaradas le habían explicado que Trotsky era "un individuo que en una época estuvo por accidente a favor de los trabajadores, pero luego traicionó a la Revolución".34 No obstante la explicación del partido, Benita no quedó convencida y nunca desconoció a sus amigos, aun cuando los servicios de seguridad soviéticos se coordinaban en México para liquidar a Trotsky de una vez por todas.

Aunque se involucró en el atentado a Trotsky en mayo de 1940, fue de una manera totalmente fortuita. Benita y Mario Gill tenían alquilada una casa grande en el centro de la ciudad en la que habían más cuartos de los que necesitaban. Estos los rentaban a gente del partido que no tenía donde vivir. Uno se lo alquiló a Andrés Salgado y a su compañera Isabel Chavarría y otro al pintor Luis Arenal. En el asalto a la casa en la que vivía Trotsky en el barrio de Coyoacán participó, como se sabe, el pintor David Alfaro Siqueiros, pero también colaboraron Isabel Chavarría y otros artistas. Después del atentado la policía buscó a Isabel y dio con la casa de Benita. Se llevaron a la inculpada y rodearon la casa. Benita entró al cuarto de la pareja y encontró uniformes militares, parque, y en los cajones donde los pintores guardaban sus brochas, aparecieron ametralladoras desarmadas. Benita se asustó por la gravedad del hallazgo, mas no participó en la conmoción generalizada porque aquel primer atentado a Trotsky considerado un contrarrevolucionario indeseable en México— había fracasado.35

Para Benita la década de 1930 concluyó con un sentimiento mixto. Si bien la lucha callejera de los comunistas contra el grupo fascistoide de choque semimilitariza-do, llamado los Camisas Doradas, dio salida a su ímpetu revolucionario, notó al mismo tiempo que el partido en la legalidad había perdido mucho del espíritu de lucha que lo había caracterizado cuando estuvo en la clandestinidad. El presidente Lázaro Cárdenas le había dado al pueblo tierra y protección laboral, cosas que Benita creía que el pueblo junto con el partido debían de haberle arrancado al Estado. Con Cárdenas "empezamos a acomodarnos en oficinas, a trabajar y se acabó ese gran partido que había".36

El prestigio del partido ante los obreros y los campesinos mermó todavía más cuando su secretario general, Dionisio Encina, quien por órdenes del Comintern reemplazó a Laborde en 1940, colaboró con Vicente Lombardo Toledano, el dirigente máximo del movimiento obrero aliado con el Estado, y con el Estado mismo bajo la bandera de la lucha antifascista. Sin embargo, el espíritu luchador de Benita no decayó porque el PCM se encontraba de capa caída y sin dirección revolucionaria. La lucha que ella libraba no era de posiciones dentro del partido, sino en la calle y en el campo.

Benita regresaba con cierta frecuencia a San Jerónimo en esos años a ver a su familia y aprovechaba sus viajes para reunirse con los campesinos del pueblo y hacer propaganda para que se organizaran para luchar por la tierra. Para empañar la imagen de Miguel Alemán, quien fue nombrado candidato presidencial en 1945, Benita y sus compañeros del partido viajaron a Acayucan, Veracruz, para organizar ligas de resistencia entre los campesinos que habían conocido en carne propia las pérdidas de sus tierras en manos de las guardias blancas, organizadas en años anteriores por Alemán. En la ciudad de México participaba en cualquier marcha, creyendo que las manifestaciones eran una manera de comunicación con el pueblo: "Cuesta, nos quita tiempo, es tal vez incómodo, pero lo tenemos que hacer para seguir haciendo mella al gobierno. Por lo menos enseñamos la fuerza"37

En 1952 el PCM, a raíz de sus actividades, tenía a varios de sus militantes presos. La organización había hecho distintas propuestas para lograr su liberación, pero ninguna prosperó. Benita, siempre decidida a cometer actos audaces, aprovechó el desfile del primero de mayo en el campo militar para acercarse al carro presidencial: "Que me aviento al carro, me le pego y lo paro. Me agarré de la ventanilla así, de la de atrás. El chofer me golpeó pero no me aflojó. Entonces me pesqué a Alemán de la corbata"38 Y para aumentar el efecto dramático, Benita prosigue en su narración: "Se le sumió la manzanita porque me lo pesqué, pero bien pescado" Benita le exigió al presidente que dejara salir a los presos. No nos dice si Alemán los liberó o no.

Si bien Benita se sentía a sus anchas en la calle, consideraba como deficiencia suya y del partido la falta de trabajo político en las fábricas y en los talleres durante los años del "milagro mexicano". Para corregirla, "anduvimos buscando, nos fuimos a La Lagunilla y escogimos una [fábrica] como modelo para el primer ensayo". Era una fábrica de vestido. Los comunistas se acercaron a las obreras y las azuzaron para que pidieran aumento de salario. La respuesta de los patrones fue despedirlas masivamente. Después del fracaso inicial, los comunistas sí lograron organizar un sindicato en la misma fábrica, pero no sabemos si tuvo éxito en la defensa de las demandas obreras.39

Lilia, la hija de Benita, murió en 1952 a los 27 años por una deficiencia cardiaca. Su muerte afectó a Benita de tal manera que durante un tiempo se encerró en sí misma. Benita no había deseado tener más hijos, pues "no puedo decir que concebí a m'ija con gusto porque no sabía yo gozar el momento".40 Después de la muerte de Lilia, Benita y Mario Gill adoptaron a varias niñas, que de otra manera hubieran quedado en el desamparo; pero aun entonces Benita privilegiaba el trabajo en el partido sobre la maternidad y la manutención del hogar, y nunca encontró la manera de compatibilizar el papel de madre con el de militante. La vida y la suerte de las hijas adoptivas de Benita y Mario Gill siguen siendo un capítulo de su vida sin dilucidar. Una de ellas recuerda la bondad del padre y el carácter dominante y rencoroso de la madre que hacía difícil la convivencia familiar. Otras perdieron el contacto con Benita o se separaron de la madre en discordia.41

La vida de Mario Gill y Benita Galeana se caracterizó por la participación de ambos en el Partido Comunista Mexicano, en los acontecimientos nacionales y por su observación acuciosa de los internacionales. Mario, además, vivió como reportero tales acontecimientos. Los dos visitaron la Unión Soviética varias veces a raíz de la necesidad de tratar el cáncer de Mario. Entre las muchas participaciones que Benita recordaba toda su vida estaba la organización de la colonia Escuadrón 201 a mitad de la década de 1950, en donde los paracaidistas se enfrentaron al Departamento del Distrito Federal y al dueño del terreno para poder construir sus casas. También rememoraba la lucha de los ferrocarrileros en 1958, la de los estudiantes en 1968 y la guerrilla en la década de 1970.

En 1968 Benita trabajaba en el Seguro Social. Fue ella la que empujó a su hija Itanduza para que en octubre fuera a Tlatelolco: "Porque ella era cobarde, me decía no voy y yo le repetía, usted va", aunque después de la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas Benita se sentía culpable y juró que si algo le sucedía, "no descansaría hasta agarrar a Díaz Ordaz como agarré a Miguel Alemán". Benita misma participó en el movimiento estudiantil llevando tortas, medicinas y recados sin medir los riesgos que implicaba hacerlo en una ciudad asediada por la policía y el ejército. En la década de 1970 miraba el prospecto de la guerrilla de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez con abiertas simpatías:

Moralmente yo estaba con ellos, yo vivía feliz por su movimiento y al mismo tiempo preocupada por los actos que cometió el ejército, que iba asesinando a gente pacífica que sólo ayudaba con comida a los guerrilleros.Yo decía a qué horas se extiende la guerrilla, para defender al pueblo. Aunque yo no lo conocía, cada cosa que hacían Lucio y Genaro la aplaudía. Mi corazón siempre estuvo con ellos.42

Después de la muerte del marido en 1973, Benita se encerró en su vida de recuerdos y fantasías. Nunca dejó de hilvanar sus recuerdos y experiencias. Reconoció que su marido le había dado forma de libro a los episodios de su vida; sin embargo, sintió una enorme satisfacción de que las vivencias de una mujer casi analfabeta se pudieran convertir en una obra literaria. En la década de 1970 su capacidad de escribir no había mejorado sustancialmente. Benita admitió que nunca pudo aprender a dominar las letras para escribir y leer, salvo lo elemental. Sin embargo, a lo largo de los años, los mitos, las leyendas y los cuentos guerrerenses rondaban por su mente y después de ver la primera creación de su memoria en circulación, decidió escribir la segunda, pero ya sin la ayuda de Gill. En parte, quería demostrarse que podía sola. Nuevamente llenaba hojas de teclados y apuntes que luego fueron transcritos y editados. Este libro hablado, El peso mocho, fue publicado en 1979.43

El libro recogió los cuentos de su pueblo, un arsenal de memoria colectiva, que cada individuo hacía suyo y lo narraba como si acabara de ver u oír el episodio. Aparecen los ricos y los pobres, las matronas del pueblo, como doña Min Galeana, y sus hijas, cuya virginidad valía oro. También aparecen los arrieros como Lavin el Berrengo, los santos, sus fiestas y sus vestimentas. El libro no es una obra literaria pulida, pero los cuentos reflejan la entonación, los modismos y el idioma vernáculo de Guerrero. Esta vez el editor no cuidó la estructura de los cuentos, que las más de las veces, como la memoria y la invención mismas, no parecen tener un final.

No fue sino hasta la década de 1980 que retomó el hilo de su vida de activista y volvió a participar en la vida pública. El terremoto de 1985 fue uno de los grandes momentos que le permitieron explayar su sentido de solidaridad. En 1988 participó en la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en búsqueda del voto popular y finalmente aplaudió el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en enero de 1994. El ritmo y la intensidad de su participación disminuyeron con el tiempo, pero hasta donde su estado de salud se lo permitía, estuvo presente en todas las jornadas, aunque en los últimos años fuera en una silla de ruedas.44

Benita creía en la lucha popular como un medio para retar al Estado, nunca considerado por ella y sus correligionarios como revolucionario, y arrancarle una que otra concesión. Sin embargo, no vislumbró logros mayores sin el papel dirigente del partido comunista, unido y bien disciplinado. Pero el PCM se disolvió en 1981 para reaparecer como un partido más amplio de izquierda, el Partido Socialista Unificado de México, que después de 1989 se transformó en una de las facciones que conformó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) a raíz de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Benita nunca dejó de lamentar la disolución del Partido Comunista, aunque tampoco pudo quedarse al margen de la vida partidaria, y junto con sus camaradas se adaptó a su manera a las diferentes metamorfosis de su partido original. En esos años, a sus viejas amistades del partido Benita incorporó amistades nuevas que surgieron de las luchas por la democracia partidista y sindical. Esta renovada vida de activista le permitía a Benita alejar la muerte. Además, rayando los 90 años, se enamoró de un hombre varios lustros menor que ella y vivió su última relación amorosa hasta el día de su muerte, el 17 de abril de 1995.

En 1988 se le ocurrió a María Guerra, su amiga de muchos años que, como premio de seis décadas de militan-cia, Benita merecía un viaje a Cuba para conocer a Fidel Castro y contemplar los frutos de la Revolución. Aprovechando la ocasión del Tercer Encuentro Continental de Mujeres contra la Intervención, María organizó el viaje de Benita.45 Una vez en La Habana, Benita vivió el suspenso de si Castro la recibiría o no. Un día, después de esperar cinco horas, "el Comandante la abrazó y le preguntó: '¡Conociste a Julio Antonio Mella?' 'Claro que sí. Yo estuve en la defensa de las cenizas de Mella.'"46 Lo que más recordaba del viaje fueron el abrazo y el beso de Fidel.

El imperialismo había sido uno de los blancos principales del odio de Benita a lo largo de toda su vida. Ella no problematizó la compleja relación entre los Estados Unidos y los países de América Latina y el Tercer Mundo en general. Cualquier tipo de resistencia a los yanquis era bienvenido. Con ese espíritu, Benita aplaudió el en-frentamiento entre el hombre fuerte y de arraigo popular en Panamá, el general Manuel Noriega, y el halcón de la Casa Blanca, George Bush. No le preocupaba que el mismo caudillo panameño hubiera estado al servicio de la CIA ni que fuera un instrumento de los narcotraficantes colombianos para que la cocaína pasara de Cali o Medellín a Estados Unidos a través del territorio panameño. Con el mismo entusiasmo con el que Benita había ido a Cuba, se fue a Panamá un año después para abrazar a Manuel Noriega, ese macho que se les pudo poner al brinco a los gringos. A su vez, Noriega, asediado por el boicot económico estadounidense y por la adversa opinión pública mundial, aprovechó la oportunidad que la admiración de una vieja militante mexicana le brindaba para mostrar al mundo que no carecía de solidaridad internacional.47 Con igual fervor Benita se apostó detrás de Saddam Hussein, mismo que asesinaba a la minoría kurda en su país, cuando tuvo lugar la invasión estadounidense a Irak en enero de 1989. La contemporización de México con Estados Unidos gracias al Tratado de Libre Comercio, según Benita, no era sino la entrega de la patria al imperialismo.48

En realidad, la visión del mundo de Benita no cambió radicalmente desde los tiempos de cuando iniciaba su militancia en el partido a cuando la concluía. La forma de mirar su entorno permaneció en gran medida determinado por la intuición. Su admiración por la Unión Soviética y el socialismo real era inmutable. Si bien Benita se solidarizó con las luchas populares en México, su fe en el comunismo no le permitió ver las reivindicaciones de los pueblos de la misma URSS y de Europa central y oriental por la democratización de sus respectivas sociedades y Estados. Contrariamente a los acontecimientos, Benita se negó a considerar la insurgencia popular en los países del bloque socialista a fines de la década de 1980, que luchaba por lograr cambios en un sistema político y económico obsoleto. Por el contrario, veía en las reformas de Gorbachov la claudicación del socialismo ante el capitalismo.49 No obstante ello, y pese a la debilidad de los movimientos populares en México y en el mundo, pese a sus derrotas, entre las que Benita contó la de los estudiantes en la plaza de Tiananmen en Pekín en 1989, tan comparable con la de las Tres Culturas en 1968 en México, no perdía la fe en el renacimiento del socialismo y en la renovación de las luchas populares.

En la década de 1980 el amor propio motivó a Benita una vez más a sentarse frente a la máquina de escribir y contar nuevos sucesos de su vida. Las admiradoras de Benita exaltaron el manuscrito acríticamente como sus memorias.50 Actos vividos, como Benita llamó su escrito, es un conjunto de episodios, algunos ya narrados en Benita, otros inéditos. Más que memorias, es una reiteración de sus ideas fundamentales y de algunas experiencias nuevas. Entre las primeras se cuenta la idea del temible poder del Partido Comunista Mexicano a fines de la década de 1920. Según Benita, el Partido Nacional Revolucionario "se creó para contrarrestar la fuerza que empezó a cobrar el PC, sobre todo entre las mujeres".51 En realidad, como se sabe, el PNR se había formado para unificar los partidos y grupos políticos dispersos y darle a los caudillos de la Revolución una cobertura institucional. Otra idea que subyace a sus narraciones es la intemporalidad de la lucha de clases como motor de la historia. Benita no concibió la vida de otra manera que no fuera la confrontación permanente entre el pueblo y la burguesía, entre el socialismo y el imperialismo, sin que cupiera mediación alguna entre los polos opuestos.52

En Actos vividos encontramos la correspondencia entre Noriega y Benita desde antes y después de la invasión estadounidense de 1989 y una descripción detallada del viaje de Benita y María a Panamá. El manuscrito incluye, además, versos que Benita compuso para ventilar sus sentimientos de ira a consecuencia del ataque navideño contra Panamá y luego la guerra de Estados Unidos sobre Irak. En éste, como en los demás escritos, Benita logró plasmar fragmentos de la cultura popular mexicana y expresar algunas formas de la solidaridad de México con las luchas de liberación de otros pueblos, el rechazo a la dominación de los países fuertes sobre los pueblos débiles y la tendencia espontánea de organizarse, aunque no siempre se tuvieran ideas claras de qué hacer. La expresión literaria de Benita es, además, una demostración de su percepción selectiva de la realidad, la que le permitió que su fe, la fe en el socialismo, no sufriera corrosión alguna.

Benita se concibió a sí misma como única pero al mismo tiempo como un ser universal.53 Era consciente de la hazaña poco común en su época de haber superado el atraso de su pueblo, y con ingenio, astucia y sacrificios, haber llegado a la capital para asumir el papel de una luchadora social. Lo hizo a nombre suyo, pero a la vez creyó cargar a cuestas la suerte de millones de mujeres mexicanas que habían nacido en las mismas circunstancias que ella. Benita creía que las mujeres como ella eran indispensables mientras existieran otras que siguieran desamparadas social y políticamente. Entretanto hubiera pobreza y explotación, Benita hacía falta para dar ejemplo a las demás mujeres para que continuaran la lucha y su propia superación. Una vez que la lucha triunfara y todas las mujeres se convirtieran en Benitas, su papel central concluía porque la mujer luchadora, entonces, tendría un carácter universal. Hasta que eso no sucediera, Benita creía en su papel protagónico en la historia mexicana que, sin duda alguna, también disfrutó.

 

 

Notas

* Quisiera agradecer a David Sweet por su minuciosa lectura y copiosas observaciones para mejorar la calidad del artículo. A Julia Tuñón por el trabajo invertido.

1 Entrevista con Benita por Mari Carmen Sánchez Ambriz, "La mujer eterna de la hoz y el martillo", El Buho, 14 de agosto de 1994.

2 Natalia Martínez Beltrán y Smirna Romero Garibay, "Benita Galeana, los derechos del hombre", en Precursores del agrarismo,Centro de Estudios del Agrarismo en México, México, 1991, p. 22.         [ Links ]

3 Benita Galeana, Benita, Lince, México, 1992, p. 35.         [ Links ]

4 Ibid., p. 37.

5 Ibid., p. 42.

6 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 51.

7 Carlos Monsiváis, "Benita Galeana", en Amor perdido, Era-SEP, México, 1986, p. 133.         [ Links ]

8 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 68.

9 Ibid., p. 73.

10 Ibid.

11 Ibid., p. 76.

12 Daniela Spenser, El triángulo imposible: México, Rusia soviética y Estados Unidos en los años veinte, CIESAS-Miguel Ángel Porrúa, México, 1998, cap. 9.         [ Links ]

13 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 87.

14 Ibid., p. 141.

15 Entrevista con Yamil Pérez Solano, México, 18 de abril de 1996.

16 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 79.

17 Ibid., p. 120.

18 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 109.

19 Ibid., p. 97.

20 Ibid., p. 123.

21 Martínez Beltrán y Romero Garibaray,"Benita Galeana...", op. cit., p. 23.

22 Benita Galeana, Actos vividos, manuscrito inédito. Quisiera agradecer a Salvador Zurita por haberme proporcionado el manuscrito junto con otros materiales que sirvieron de fuentes para este artículo.

23 Anna Macías, Against All Odds: the Feminist Movement in Mexico to 1940, Greenwood Press, Westport, Connecticut, 1982, pp. 105 y 129.         [ Links ]

24 Julia Tuñón Pablos, Mujeres en México, una historia olvidada, Planeta, México, 1987,p. 156; Jocelyn Olcott, Las Hijas de la Malinche: Women's Organizing and State Fromation in Postrevolutionary Mexico, 1934-1940, tesis doctoral,Yale University, 2000.

25 Esperanza Tuñón Pablos, Mujeres que se organizan. El Frente Único Pro Derechos de la Mujer, 1935-1938, UNAM-Porrúa, México, 1992, p. 44.         [ Links ]

26 Julia Tuñón Pablos, Mujeres en México..., op. cit., pp. 36-50.

27 Monsiváis, Amor perdido, op. cit., p. 132.

28 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 115.

29 Ibid., p. 141.

30 Entrevista con Benita por Edmundo Zepeda, Radio Educación, 1994.

31 Benita Galeana, Benita, 1940 (el primer tiraje fue pagado por el banquero Enrique González Aparicio); Benita, México, Extemporáneos, 1975 y Benita, trad. de Amy Diane Prince, Latin American Literary Review Press, Pittsburgh, Pennsylvania, 1994.

32 Entrevista con Benita por Edmundo Zepeda, Radio Educación, 1994.

33 Benita Galeana, Benita, op. cit., p. 81.

34 Ibid., p. 100.

35 Benita Galeana, Benita, op. cit. Véase David Alfaro Siqueiros, "Por qué el 'atentado' contra Trotsky", cap. XVII, en Me llamaban el Coro nelazo, Grijalbo, México, 1977, pp. 355-377.

36 Benita Galeana, Actos vividos, ms.

37 Patricia Rosales y Zamora, "México no aprende de la historia", Ex célsior, 15 de febrero de 1995.         [ Links ]

38 Benita Galeana, Actos vividos, ms.

39 Benita Galena, Actos vividos, ms.

40 Guadalupe Díaz Castellanos, "Desde la cotidianidad. Benita Galeana en la lucha", Fem, año 17, núm. 124, primera parte, junio de 1993, pp. 18-20.         [ Links ]

41 Entrevista con Itanduza Velasco Galeana, 30 de junio de 1996.

42 Benita Galeana, Actos vividos, ms.

43 Benita Galeana, El peso mocho, Extemporáneos, México, 1979.         [ Links ]

44 Entrevista con Salvador Zurita, México, 19 de febrero de 1996.

45 Entrevista con María Guerra, México, 1 de julio de 1996.

46 Elena Poniatowska, "¡Agarren a Benita!", en Benita, op. cit., p. XVI.

47 Entrevista con Jorge Turner, México, 1 de julio de 1996.

48 Alejandro Ortiz González, "La lucha me viene de la sangre: Benita Galeana", El Nacional, 9 de marzo de 1995.         [ Links ]

49 Dora Luz Haw, "Surgirán muchos Marcos", Reforma, 22 de febrero de 1995.         [ Links ]

50 Por ejemplo, Amalia Rivera, "Actos vividos, las esperadas memorias de Benita Galeana"; Patricia Rosales y Zamora, "México no aprende de su historia", Excélsior, 15 de febrero de 1995.

51 Benita Galeana, Actos vividos, ms.

52 Benita Galeana, Actos vividos, ms.

53 Pablo Espinosa, "La ideología del pueblo llegará algún día a su meta", La Jornada, 12 de septiembre de 1994.         [ Links ]

 

Información sobre la autora

Daniela Grollová-Spenser. Originaria de Praga, Checoslovaquia. Reside en México desde 1972 y es investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) desde 1980. Sus primeros trabajos de investigación fueron fruto de varios años de vida en Chiapas. El libro El Partido Socialista Chiapaneco: rescate y reconstrucción de su historia (1988) fue premiado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en su forma de tesis de maestría. Doctora en historia por la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, vertió su tesis en el libro El triángulo imposible: México, la Unión Soviética y los Estados Unidos en los años veinte, publicado en 1998 y en traducción al inglés por Duke University Press en 1999. Desde entonces se ha dedicado al estudio del comunismo en México y de la guerra fría en América Latina. Compiló (con Rina Ortiz) un volumen de documentos de los archivos rusos titulado La Internacional Comunista en México: los primeros tropiezos (en prensa) y acaba de coordinar el libro Espejos de la guerra fría: México, América Central (2004).

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