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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.15-16 Ciudad de México  2004

 

Saberes y razones

 

Entre la temeridad y la responsabilidad. Masculinidad, riesgo y mortalidad por violencia en la sierra de Sonora*

 

Héctor Eloy Rivas Sánchez

 

Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

 

Resumen

El artículo presenta los resultados de una investigación cualitativa y cuantitativa que tuvo como objetivo explorar la articulación hipotética entre masculinidad, conductas de riesgo y mortalidad por violencia en comunidades rurales de la sierra de Sonora a lo largo del siglo XX. Esto con la finalidad de buscar indicios empíricos que ayudaran a reconocer si las formas de ser hombre en la sierra de Sonora predispusieron conductas imprudenciales de los varones en la región que condicionaron la mortalidad por accidentes y otras causas violentas. Para lograr tales objetivos el autor recurre a la utilización de metodología etnográfica, histórica y estadística. Los hallazgos de esta investigación contribuyen a problematizar y a matizar los planteamientos que se han realizado desde los estudios de las masculinidades en relación con el vínculo entre masculinidad, conductas de riesgo y mortalidad.

 

Abstract

This article presents the results of a qualitative and quantitative piece of research the object of which was to explore the hypothetical articulation between masculinity, risk behavior and mortality through violence in rural communities in the Sonora mountains throughout the 20th Century. Its aim was to find empirical clues that help recognize if the forms of being a man in the Sonora mountains predispose toward rash behavior that conditions mortality due to accidents and other causes of violence among males in that region. To achieve the objective the author uses ethnographic, historical and statistical methodology. The results of this research contribute to problematize and nuance the proposals made from the studies of different types of masculinity with regard to the connection between masculinity, risk behavior and mortality.

 

INTRODUCCIÓN

El estudio y la reflexión académica en torno a los hombres como sujetos genéricos es un fenómeno relativamente reciente en México. Es a partir de la década de 1990, como producto de la emergencia de los llamados Men's Studies en Europa y Estados Unidos, impulsados a su vez por el movimiento feminista, que se expande en nuestro país el interés por el estudio de los varones y aparece en las instituciones académicas una tendencia a la consolidación de lo que hoy conocemos como "los estudios de las masculinidades".

Herederos de las reflexiones teórico-políticas inauguradas por el feminismo y su crítica al papel que desempeñan los varones en la configuración y conservación de los sistemas de organización social que tienden a excluir a las mujeres de los beneficios económicos, políticos y simbólicos producidos socialmente, los estudios de las masculinidades han puesto en el centro de sus preocupaciones analíticas los temas relacionados con el ejercicio del poder y la violencia a la que predisponen determinados modelos de masculinidad. Así, de manera acelerada se ha gestado un movimiento académico y político que produce análisis científico y promueve la acción política orientada al cuestionamiento de algunos aspectos que se consideran nocivos de las formas de ser hombre en nuestra cultura.

El trabajo que aquí se presenta forma parte de esta corriente de análisis científico que tiene como objeto de estudio las identidades masculinas y comparte el mismo interés político, aunque su intención, de modo más general, es contribuir al debate académico sobre las masculinidades a partir de la exposición de los resultados de una investigación que el autor llevó a cabo durante dos años en la sierra de Sonora y que, al parecer, no concuerdan del todo con lo que hasta hoy se ha planteado, al menos en México, con relación a la masculinidad, las conductas de riesgo y la mortalidad.

Este artículo fue realizado a partir de la información arrojada por una investigación etnográfica, histórica y estadística que explora la manera en que los patrones de género condicionaron (o no) la evolución y comportamiento de la mortalidad en una comunidad rural de la sierra de Sonora a lo largo del siglo XX. Aunque los objetivos de esta investigación son más extensos, en este trabajo me interesa analizar el comportamiento de la mortalidad de los varones ocasionada por accidentes y otras causas violentas ocurrida durante el periodo que va de 1930 hasta 1999. Esto, con la intención última de analizar la articulación hipotética entre masculinidad, conductas de riesgo y mortalidad y buscar indicios empíricos que puedan ayudarnos a reconocer si las formas de ser hombre en la sierra de Sonora implicaban conductas de riesgo e imprudenciales que condicionaron la mortalidad de varones y mujeres en la región.

Para lograr tales objetivos, se recurrió a recabar información cuantitativa y cualitativa. En primer lugar, se elaboró una base de datos sobre la mortalidad total ocurrida durante los años que van de 1930 a 1999, a partir de las actas de defunción del municipio. Con la ayuda del programa estadístico SPSS se procedió a realizar un análisis estadístico descriptivo que permitiera dar cuenta del comportamiento de la mortalidad durante el periodo estudiado. Para lograr una interpretación más completa de los datos cuantitativos se realizó un trabajo etnográfico con entrevistas informales a varones de distintas edades y observación participante, además de un trabajo de revisión histórica en los archivos judiciales del municipio a través del cual se pudo acceder a testimonios de jueces, peritajes médicos y declaraciones de los implicados que ayudaron a indagar el contexto en el que ocurrieron los accidentes y las muertes violentas, así como a entender si los incidentes que provocaron la muerte estuvieron mediados por conductas de riesgo o imprudenciales de los varones.

 

MASCULINIDAD Y VIOLENCIA: DEL "MACHO ACOMPLEJADO" A "LA MASCULINIDAD COMO FACTOR DE RIESGO"

Los esfuerzos intelectuales por analizar el papel que juegan las formas de ser hombre en el ejercicio de poder, las conductas temerarias y la predisposición a la violencia no son nuevos en nuestro país. Durante el periodo del México posrevolucionario, en diálogo constante con la construcción de un Estado revolucionario y como búsqueda de sentido de una identidad nacional, se generaron una serie de inquietudes intelectuales por entender el papel que jugó la "psicología del mexicano" en la configuración del cataclismo de rabia y sangre que había acontecido durante el periodo revolucionario (Stern, 1995). Esta serie de intentos intelectuales, iniciados por Samuel Ramos en 1934 y planteados de una manera más refinada por Octavio Paz 16 años más tarde, derivaron en una serie de diagnósticos que de alguna manera "inventaron" una comunidad imaginada de la cultura nacional mexicana y la relacionaron con el cataclismo de su época (Stern, 1995: 208). Los portadores de esa cultura nacional construida en el siglo XX eran, según dice Stern, los mexicanos volubles que se ofendían a la menor provocación, fanfarrones de su masculinidad y que no temían a la muerte.

Es a través de estos esfuerzos intelectuales como se construye en México un estereotipo del "macho mexicano" como hombre "hermético", "agresivo", "impasible", "expuesto al peligro", que usa la violencia "de forma descarnada" (Paz, 1970: 28-73) y "busca la riña para elevar el tono de su yo deprimido" (Ramos, 1977: 54), entre otras características que, según Paz y Ramos, se derivan de un complejo de inferioridad generado por la experiencia castrante de la conquista española (Paz, op. cit.: 74; Ramos, op. cit.: 51) y que explicaban la rabia con la que había explotado la Revolución Mexicana y las riñas en las que se enfrascaban los varones mexicanos todos los días.

La emergencia de los estudios de género en el mundo y la llegada de los estudios de las masculinidades a nuestro país inauguraron una nueva perspectiva de análisis sobre los varones que viene a poner en duda el estereotipo del "macho" acomplejado, temerario y violento que dibujaron los diagnósticos "del mexicano", y que desplaza las explicaciones sobre el origen de las conductas masculinas a un plano distinto.

Adscritos a la tradición teórica constructivista que enfatiza el carácter histórico, artificial y construido de las identidades sociales, los estudios de las masculinidades entienden que las formas de ser hombre, lejos de ser producto de la naturaleza o de la composición genética de las personas, son producciones culturales derivadas de complejas pedagogías sociales que, a partir de una lectura de los genitales, transforman los cuerpos anatómicamente machos en hombres culturalmente masculinos. En esta concepción, el ejercicio de la violencia y el poder por parte de los hombres deja de ser pensado como producto de una supuesta naturaleza esencial, o por razones de la posesión de un "yo deprimido", y pasan a ser ubicados como derivación de los procesos de construcción de la identidad masculina que, aun en la diversidad de formas que adopta, implica de manera constante: 1) la separación violenta del universo de la madre y lo que representa lo femenino, 2) el sometimiento a una serie de pruebas de demostración pública de la virilidad, y 3) la progresiva formación de una personalidad rígida, poderosa y violenta.1

En México, es el antropólogo Benno de Keijzer quien se pliega a esta tradición teórica y se vale de las evidencias empíricas que proveen los estudios antropológicos y sociológicos en otras partes del mundo para desplazar las explicaciones sobre el ejercicio de la violencia y las conductas arriesgadas y temerarias de los varones a un plano antropológico y cultural. En "el varón como factor de riesgo" (1997), trabajo pionero en este campo, De Keijzer señala que aunque se puede reconocer la existencia de una diversidad de formas de ser hombre es posible ubicar en México "un modelo hegemónico de masculinidad" culturalmente construido a partir de una forma dominante de socializar a los hombres. Este modelo de socialización tiende a incorporar en los varones una serie de valores como la "competencia, la agresividad y la independencia" que, al ser interiorizados a través de este sistema pedagógico, estimulan el desarrollo de "conductas violentas y temerarias" (De Keijzer, 1997: 202) que condicionan la manera en que habitan el mundo y organizan sus relaciones humanas.

Retomando el concepto de tríada de la violencia desarrollado por Michael Kaufman (1987), De Keijzer señala que estos valores asignados socialmente al varón y las conductas temerarias a las que predisponen estos valores una vez incorporados, los llevan a constituirse en un factor de riesgo en tres sentidos: riesgo hacia sí mismo, riesgo hacia mujeres e infantes, y riesgo hacia otros hombres. Los datos estadísticos que expone parecen darle la razón: los hombres son los principales protagonistas de la violencia doméstica y portadores de infecciones sexualmente transmisibles por descuido imprudencial (De Keijzer, 1997: 206-207); también son quienes presentan con mayor frecuencia enfermedades derivadas del consumo de alcohol, tabaco y drogas; los principales perpetradores de homicidios y protagonistas de las muertes por violencia y otras causas evitables. Y, debido a todo esto, son quienes presentan mayores tasas de mortalidad general y menor esperanza de vida en comparación con las mujeres (op. cit.: 210-211).

Diversas investigaciones que se realizan en varias partes del mundo, en México y en América Latina, refuerzan lo dicho por Benno de Keijzer. La mayor parte de la producción científica en torno a las masculinidades coincide en encontrar un modelo de masculinidad en el que los hombres se caracterizan por poseer una ideología sexual competitiva homofóbica y violenta (Kaufman, 1987;Kimmel, 1997) y una tendencia casi invariable a mostrarse "fuertes", activos, "temerarios", "valientes"; capaces de "enfrentar riesgos" y "desafiar la muerte" (Bonino, 1992). Buscan el respeto a través de duelos verbales (Fagundes, 1995) y son capaces incluso del asesinato cuando está de por medio su "honor de hombre" (Polk, 1994); grandes consumidores de alcohol, preñadores, autónomos y proveedores exclusivos en el hogar (Gilmore, 1994; Viveros, 1997) son otras de sus características.

En resumen, tenemos que los estudios de las masculinidades, con su ojo atento a los sistemas sociales pedagógicos que construyen las identidades de género en determinados contextos históricos y culturales, han desempeñado un importante papel en el cuestionamiento de los estereotipos esencialistas del "macho" mexicano que construyeron en el siglo XX los estudios de "el mexicano" y que permanecieron arraigados en las representaciones colectivas durante muchos años. La perspectiva que aquí adoptamos es precisamente la que se deriva de la mirada constructivista de los estudios de género y las masculinidades.

Ahora bien, después de la gran cantidad de análisis científico que se ha producido en torno a las masculinidades y que, aun en su diversidad y complejidad, ha evidenciado la manera en que la socialización de género estimula en los varones una serie de conductas de riesgo y de actitudes temerarias, pareciera que no queda mucho que decir y que el intento por abordar el vínculo masculinidad, riesgo y mortalidad está condenado a la repetición o confirmación de lo que ya se ha planteado. Sin embargo, una revisión de la producción sobre masculinidades nos revela que, con excepción de los trabajos de Benno de Keijzer y Luis Bonino, con mayor circulación y reconocimiento en el ámbito académico, es muy escasa la producción que aborda de manera central la articulación entre identidad masculina y riesgo a partir del análisis de la mortalidad. En un intento por contribuir a la acumulación de conocimiento sobre el tema y de ahondar en el debate y la problematización de lo que se ha planteado hasta el momento he iniciado el estudio del papel específico de las conductas de riesgo e imprudenciales de los varones en el comportamiento de la mortalidad por accidentes y otras causas violentas en una comunidad de la sierra de Sonora.

Ofreceré un panorama general de las características demográficas de las comunidades estudiadas, asentadas todas en el municipio de Baviácora, Sonora, así como del comportamiento de la mortalidad general y la mortalidad por accidentes y otras causas violentas ocurridas en la región a lo largo del siglo, siempre señalando las diferencias por sexo y edad del comportamiento del fenómeno. Después de esto, apoyándome en información tomada de los archivos judiciales y peritajes médicos, realizaré un análisis cuantitativo que muestre el papel específico que han desempeñado las conductas imprudenciales de los varones en la ocurrencia de decesos por violencia y accidentes. Finalmente, con la información etnográfica de esta investigación realizaré una interpretación que dé cuenta de los elementos socioculturales que han estado condicionando el comportamiento de la mortalidad por accidentes y otras causas de muerte violenta en los varones de esta región de la sierra de Sonora.

 

CARACTERÍSTICAS GENERALES DE BAVIÁCORA, SONORA

Baviácora es un municipio asentado en la sierra de Sonora, ubicado a 100 km al noreste de la capital del estado y a 150 km al sur de la ciudad de Douglas, Arizona. Con una superficie aproximada de 989.96 km2, que representa 0.46% del total estatal, este municipio se compone de 19 pequeñas localidades y una cabecera municipal que conforman una parte importante de la subregión del Río Sonora. De población mayoritariamente mestiza, las comunidades que conforman este municipio se han dedicado tradicionalmente a la agricultura de subsistencia y la ganadería, aunque sus habitantes muy recientemente se han incorporado al trabajo manufacturero con la llegada de una planta maquiladora asentada desde principios de la década de 1990 en la cabecera municipal.

Como ocurre con la mayoría de las comunidades rurales de nuestro país, Baviácora ha tenido una población flotante debido principalmente al fenómeno de la migración de los jóvenes y adultos a los centros urbanos más cercanos (Hermosillo y Douglas) en busca de fuentes de empleo. Por esta razón, y la disminución progresiva de las tasas de defunción, la población ha fluctuado de manera considerable a lo largo del siglo XX, mostrando un lento pero sostenido crecimiento desde la década de 1930 (2 340 habitantes) hasta alcanzar 4 661 habitantes en la década de 1970, periodo en el que alcanzó su año más elevado de población. Según datos del INEGI (2000), posterior a esta década, la población ha mostrado una tasa de crecimiento anual de -0.66 hasta quedar estacionada en 3 724 personas en el año 2000, de las cuales 1 948 son varones y 1 776 mujeres.

 

LA MORTALIDAD GENERAL Y LA MORTALIDAD POR ACCIDENTES Y OTRAS CAUSAS VIOLENTAS (ACV)2 EN BAVIÁCORA, SONORA: 1930-1999

La mortalidad general

En los últimos setenta años, el municipio de Baviácora ha experimentado lentas pero significativas transformaciones en lo relativo al comportamiento de la mortalidad general. A lo largo del siglo, la tasa de mortalidad general descendió más de 100%. De 12.8 defunciones por cada mil habitantes que se presentaban en la década de 1930, la tasa de defunción en la década de 1990 fue de 5.2 defunciones por cada mil habitantes. Lo mismo ha ocurrido con las principales causas de muerte de la población: a principios de siglo eran las enfermedades infecto-contagiosas como enteritis (señaladas como infecciones intestinales o fiebres no especificadas), diarreas, tuberculosis, sarampión y disentería. En contraste, durante la década de 1990 el mayor número de fallecimientos se debió a las llamadas enfermedades crónico-degenerativas (cardiopatías y diversos tipos de cáncer) con lo que quedaron desplazadas las enfermedades infectocontagiosas a los últimos lugares en la tabla de mortalidad general. Estas transformaciones siguieron el patrón de comportamiento nacional en lo que respecta a la disminución progresiva de las tasas de defunción y al crecimiento inversamente proporcional entre muertes por enfermedades infectocontagiosas y enfermedades crónico-degenerativas (Fernández, 1981).

 

La mortalidad general por ACV

No obstante lo anterior, la mortalidad por accidentes y causas violentas (ACV) ha tomado un ritmo distinto. La investigación sobre mortalidad y los datos oficiales coinciden en señalar que, a nivel nacional, la estabilidad en el tiempo de las tasas de mortalidad por accidentes y causas violentas, en contraste con la disminución progresiva de la mortalidad general, llevaron a que este tipo de muertes comenzaran un ascenso significativo en la estructura de la mortalidad hasta llegar a colocarse como la principal causa de muerte desde la década de 1980 (Hernández, 1989). Esto aplica sólo parcialmente para el caso de Baviácora, municipio en el que las tasas de mortalidad por ACV mostraron una relativa estabilidad a lo largo del siglo, pero una tendencia al estancamiento en cuanto a su aportación porcentual al número de muertes totales, sobre todo en las últimas dos décadas. En efecto, durante la década de 1930 se presentaron 0.47 fallecimientos por cada mil habitantes; después de llegar a su punto más alto en la década de 1940 (0.54por mil), la tasa de mortalidad por estas causas mantuvo un comportamiento oscilatorio pero descendente durante las últimas tres décadas del siglo hasta llegar a 0.46 en la de 1990.

No obstante esta permanencia a lo largo del tiempo y la progresiva tendencia a la baja de las tasas de mortalidad general, las muertes por accidentes y otras causas violentas han ascendido su posición en la estructura de las principales causas de muerte de manera muy tenue. En la década de 1930, estas muertes se ubicaron como la sexta causa de muerte general, contribuyendo a explicar 4.5% de las muertes ocurridas para ese periodo. A pesar de que su contribución neta a la mortalidad general fue distinta en cada periodo, este sexto lugar fue mantenido hasta la década de 1980, en que asciende su nivel para colocarse en la cuarta causa de mortalidad general. Durante la década de 1990 este tipo de muerte aumentó su contribución porcentual de manera significativa, pero siguió ocupando el cuarto sitio dentro de las principales causas de muerte. Por estas razones, podemos decir que la mortalidad por ACV en el municipio estudiado ha mostrado un comportamiento parecido al que se presentó a nivel nacional en cuanto a su relativa estabilidad, aunque, a diferencia de éste, su aportación porcentual a la mortalidad general ha sido mucho menos significativa.3

 

Diferenciales por sexo de la mortalidad por ACV: los hombres y el monopolio de las muertes violentas

A pesar de lo anterior, los datos cobran una dimensión distinta cuando atendemos a los diferenciales por sexo de este tipo de fallecimientos y su contribución diferenciada a la estructura de la mortalidad general. A lo largo del siglo XX podemos observar que los fallecimientos por accidentes y causas violentas ocurrieron principalmente entre hombres: 72.2% en 1930,90% en la década de 1960 y 88.8% en la de 1990. Juntas, las causas de muerte por ACV de los varones aportaron 4.5% de las muertes totales ocurridas en 1930,3.6% en 1960 y 8.46% en la década de 1990. Esto, en contraste con las mujeres quienes sólo contribuyeron con 0.8% de las muertes totales en 1930, porcentaje que permanece casi sin variación y con una tendencia a la baja durante las décadas posteriores, para terminar con el aporte de sólo 1.05% de las muertes totales en la última década del siglo XX (una excepción en el caso de las mujeres lo constituye la década de 1940, época en la que la mortalidad por violencia y accidentes aportó 2.33% de las muertes totales).

Estas diferencias por sexo en cuanto a la aportación de las muertes violentas a la mortalidad general muestran que los hombres contribuyeron de manera muy significativa a la configuración de la estructura de la mortalidad general. Al ser los protagonistas de más de 80% de las defunciones por esta causa ocurridas en cada periodo, podemos decir que el lugar que ocupan las muertes por ACV a lo largo del siglo dentro de la tabla de las principales causas de muerte de la población general fue producto de la aportación mayoritaria de los hombres.4 Esto es particularmente cierto y notorio para la década de 1990, periodo durante el cual los accidentes y las violencias figuraron como la cuarta causa de muerte general y donde, según muestran los datos, los hombres aportaron 88% de las defunciones totales.

 

La mortalidad por ACV según edad y sexo: el monopolio de los hombres jóvenes en las muertes por violencia

Una vez analizado someramente el papel diferenciado de los varones y las mujeres en lo que respecta a las muertes por accidentes y violencia, y señalar que son los varones los principales protagonistas de este tipo de decesos, pasemos a observar los grupos de edad en los que se concentran mayoritariamente los niveles de mortalidad por esta causa.

El gran porcentaje de las muertes por accidentes y violencias de los hombres en el municipio estudiado ocurrieron entre los 15 y los 44 años de edad. Esta concentración de decesos dentro del rango citado es particularmente clara para las décadas que van desde 1940 hasta 1980, periodos en los cuales los hombres de esta edad registraron 66.2, 58.8, 66.6, 71.4 y 83.3% respectivamente. Siendo más precisos, los datos señalan que es entre los 15 y los 24 años cuando se presentan la mayoría de los decesos por esta causa de muerte con un promedio por década de 23.8% de los decesos totales ocurridos durante todo el siglo y con muy ligeras modificaciones en el periodo. Los grupos de edad que secundaron en número de muertos al grupo de jóvenes menores de 24 años fueron los hombres de 25-34 años y el de 35-44 años que aportaron 18.1% ambos. Aquí es importante señalar que la década de 1960 es una excepción: 55.5% de los decesos totales se presentaron en hombres de 30-44 seguidos por los decesos de los hombres de 15 a 24 años.

Para el caso de las mujeres pudimos observar que los decesos por esta causa de muerte, al tomar en cuenta la edad de las fallecidas, aparecen muy dispersos a lo largo de las décadas, observándose, no obstante, una regularidad de decesos por esta causa entre los 5 y 14 años en las décadas de 1940 y 1980. Sólo en la década de 1990 las muertes se concentran en el grupo de los 15 a los 29 años.

 

RECAPITULANDO

De lo expuesto anteriormente podemos resumir que:

1. La mortalidad general por accidentes y otras causas violentas se ha mantenido relativamente estable a lo largo del periodo estudiado. Debido a esta estabilidad y a la progresiva tendencia a la baja de los niveles de mortalidad general, las muertes por ACV fueron ascendiendo progresivamente su posición en la estructura de las principales causas de mortalidad general, aunque de manera muy tenue, a diferencia de lo ocurrido a nivel nacional.

2. Los hombres son los principales protagonistas de los decesos por accidentes y causas violentas. A lo largo del periodo estudiado, aportaron, casi sin variación, entre 80 y 90% de los fallecimientos totales por esta causa. La estabilidad en el tiempo de las tasas de mortalidad por violencia de los varones, en contraste con la progresiva tendencia a la baja de la mortalidad general a partir de la década de 1950 explica por qué la mortalidad por ACV de los varones contribuyó a modificar sustancialmente la estructura de la mortalidad general, colocando en cuarto lugar las ACV dentro de las principales causas de muerte en la última década del periodo estudiado.

3. La mortalidad por ACV se concentra principalmente en los hombres que tienen entre 15 y 24 años de edad, con pocas transformaciones a lo largo del periodo estudiado. Esta tendencia ha ido ligeramente modificándose a partir de la década de 1980 y 1990. En estos decenios, los hombres que tienen entre 25 y 34 años de edad y los que tienen entre 35 y 44 han tendido a igualarse en cuanto al número de fallecidos a los que tienen entre 15 y 24 años.

4. En la década de 1940, las mujeres presentaron un extraordinario número de muertes por accidentes y violencias, particularmente en menores de 5 años. Fuera de este periodo, su mortalidad por ACV ha sido casi insignificante si la comparamos con la que reportaron los varones por estas mismas causas. Sin embargo, luego de un descenso en la década de 1950 y una relativa estabilidad en las décadas posteriores, los decesos por muertes violentas de las mujeres tendieron a aumentar significativamente su presencia dentro de las principales causas de muerte en la década de 1990. En ésta, las muertes por ACV de las mujeres tendieron a concentrarse en las que tienen entre 15 y 29 años de edad.

 

MASCULINIDAD, IMPRUDENCIA Y MORTALIDAD. APROXIMACIONES CUANTITATIVAS PARA LA COMPRENSIÓN DE LAS CAUSAS DE MUERTES VIOLENTAS

El análisis sobre el comportamiento de la mortalidad antes mencionado, que muestra las diferencias tan abismales entre la mortalidad de hombres y mujeres y revela el claro protagonismo de los varones en los índices de mortalidad por accidentes y otras causas violentas, podría ser explicado como producto de la exposición gratuita a riesgos, la ausencia de autocuidado y los patrones de conducta autodestructivos a los que, según nos han mostrado los estudios de las masculinidades, predispone el modelo dominante de identidad masculina en nuestra cultura. Sin embargo, no podemos hacer todavía este tipo de aseveraciones, pues los datos expuestos no iluminan el peso específico que pudieron tener las conductas imprudenciales de los varones en la ocurrencia de los decesos por accidentes y otras causas violentas. Para indagarlo, realizaré un análisis estadístico que toma en cuenta variables cualitativas como el carácter imprudencial o no imprudencial del incidente que provocó el deceso. Se efectuó a la luz de una revisión histórica en los archivos judiciales del municipio que nos dio la posibilidad de tener acceso a la lectura de los peritajes médicos y judiciales y las declaraciones de testigos y personas implicadas en los incidentes que provocaron la muerte.5

 

A) La mortalidad por ACV según tipo de conducta implicada en el deceso

La primera aproximación estadística nos señala que del total de fallecimientos de los varones por accidentes y otras causas violentas ocurridos durante el periodo estudiado, los derivados de incidentes en que hubo conductas imprudenciales por parte de los varones fueron menores que los decesos en los que no intervinieron este tipo de conductas.

En términos generales, la principal causa de muerte por ACV fue los "otros accidentes no imprudenciales", nombre genérico que agrupa, para fines estadísticos, los decesos por descarga eléctrica, los accidentes ocurridos en el trabajo o en la casa, los ocurridos por inmersión en agua y otro tipo no especificado. Esta primera causa de muerte por ACV aportó 38.6% de los decesos totales, seguida por los accidentes de transporte en que perecieron 20.4% de los hombres. En tercer lugar, con 12.5% de los decesos totales, se encontraron los homicidios; la cuarta causa de muerte por ACV se debió a envenenamientos accidentales (10.2%). Los suicidios figuraron en quinto lugar, aportando 9.1% de los decesos totales, seguidos de las intoxicaciones por alcohol (4.5%), las caídas accidentales (2.2%) y los accidentes causados por el fuego (2.2%).6

 

Las muertes por conductas imprudenciales

Agrupadas las muertes ocasionadas según el carácter "imprudencial" o "no imprudencial" que motivó la ocurrencia del deceso, nos encontramos con que sólo en 34.1% de los decesos totales hubo conductas de riesgo, es decir: 1) accidentes por exceso de velocidad o en los que estuvo presente el alcohol (5.7%); 2) homicidios, todos ocasionados por riñas en donde estuvieron involucradas la defensa del honor y "la hombría" de alguno de los participantes (12.5%); 3) accidentes en el trabajo donde estuvo presente el alcohol (5.6%); 4) suicidios (5.6%), y 5) intoxicaciones por alcohol (4.5%) (véase el cuadro p. 78).

 

Las muertes por conductas no imprudenciales

A diferencia de lo anterior, los decesos ocurridos por incidentes no imprudenciales representaron 57.9% de los casos totales. Desglosados los datos, tenemos que estas muertes ocurrieron por: 1) accidentes en la casa o el trabajo donde no se registró la presencia del alcohol ni otros actos imprudenciales (18.1%); 2) muertes por descarga eléctrica y asfixiados por inmersión en agua (11.2%); 3) accidentes de transporte ocasionados por fallas mecánicas, derrapes por mal estado del camino o carretera y choques con ganado en los que el peritaje no menciona la presencia de alcohol o exceso de velocidad (10.2%); 4) envenenamientos accidentales por picadas de animal ponzoñoso y con insecticidas (10.2%); 5) suicidios de hombres señalados por el peritaje médico como "enajenados de sus facultades mentales" (3.4%); 6) caídas accidentales en caballo (2.2%), y 7) accidentes causados por el fuego (2.2%) (véase el cuadro p. 78).

 

La mortalidad por ACV según edad y tipo de conducta: los hombres imprudentes mueren jóvenes

Las muertes por conductas imprudenciales según la edad

Es interesante observar la variación en el tiempo de los decesos por accidentes tomando en cuenta la edad de la víctima y el carácter imprudencial del incidente. Sobre este punto pudimos constatar que las muertes por imprudencia masculina ascienden significativamente desde la década de 1940 y se concentran particularmente en varones cuyas edades fluctúan entre los 15 y 29 años de edad, rango de edad que aporta 36.6% de las muertes imprudenciales acaecidas durante las siete décadas estudiadas. Esto es más claro para el caso de los accidentes automovilísticos, en cuyo desenlace estuvieron casi invariablemente presentes el alcohol y el exceso de velocidad, los suicidios y los homicidios. Llama la atención el hecho de que, con anterioridad a la década de 1960, los principales decesos por incidentes imprudenciales en los hombres se debieron a homicidios perpetrados en un contexto de homosocialidad, alcohol y disputas que implicaban la defensa del honor masculino en los cuales se encontraban implicados hombres de entre 35 y 44 años y 15 y 24 años de edad. Después de la década de 1960 las muertes por homicidio disminuyeron significativamente. De representar entre 18 y 35% de las muertes totales por década, desde 1960 descienden a posiciones muy bajas. A partir de esa década y en concordancia con la llegada de las carreteras, que comunicaron a la mayor parte de los pueblos del Río Sonora, los accidentes automovilísticos ascendieron significativamente al mismo ritmo que comenzaron a descender los homicidios. En los accidentes automovilísticos se encontraron siempre implicados hombres de entre 15 y 24 años que manejaban bajo los efectos del alcohol y a exceso de velocidad o en el marco de una de las dos condiciones, seguidos por los hombres de entre 30 y 34 años de edad.

Es interesante observar que los hombres de entre 30 y 44 años, que secundan en número de muertes por imprudencias a los jóvenes de entre 15 y 29 años, fueron mayoritariamente víctimas de homicidios (5 de 7), fenómeno que se presentó hasta la década de los setenta, mientras que los jóvenes de 15 a 29 años monopolizaron casi 60% las muertes por accidentes de transporte, suicidio y homicidio. Para el caso de las muertes por accidentes automovilísticos y el homicidio, es importante señalar que esto se presentó particularmente en las décadas de los ochenta y los noventa.

 

Las muertes por conductas no imprudenciales según edad

Las muertes por accidentes no imprudenciales según grupos de edad mantuvieron un comportamiento diferente a lo largo del tiempo. Los más afectados fueron los menores de cinco años, casi todos ellos fallecidos por causa de envenenamientos por picadas de animal ponzoñoso y caídas accidentales. El grupo de edad que los secundó fue el de 25-34 años, quienes fallecieron principalmente por accidentes de trabajo, electrocutados por descarga eléctrica y explosiones en mina, ahogados por inmersión en arroyo y accidentes de transporte. Esto ha variado a lo largo del siglo de manera por demás interesante. Mientras que en las primeras tres décadas estudiadas, entre 1930 y 1960, las muertes se debían a envenenamientos accidentales (concentrados en menores de 5 años), ahogados en arroyo y electrocutados por rayos (concentrados en menores de 34 años), durante la década de 1960 ascienden significativamente los accidentes de transporte, los accidentes laborales (en mina y por descarga eléctrica) y los decesos debidos a asfixias por inmersión en agua en menores de 19 y mayores de 35 años.

Observados en conjunto, estos datos resultan interesantes porque, al reducir a proporciones modestas el peso de las conductas imprudenciales de los varones en el desenlace de las muertes por accidentes y causas violentas, parecen no coincidir con lo encontrado por algunos(as) estudiosos(as) de las masculinidades en nuestro país y otras partes de Latinoamérica. Por ello, nos invitan a preguntarnos acerca del papel que estuvieron desempeñando las formas de ser hombre en la comunidad para que las muertes por violencia y accidentes, mediadas por las conductas de riesgo, sean estadísticamente tan poco significativas frente a las muertes en las que no intervino la imprudencia de los varones. Pero, además, los datos que muestran la concentración de las muertes imprudenciales a principio del siglo y el ascenso relevante de las muertes ocasionadas por conductas no imprudenciales en las últimas décadas nos invitan a desplazar el énfasis exclusivo en la masculinidad y considerar otros elementos socioculturales que pudieron estar condicionando las formas que ha adoptado el fenómeno de la mortalidad de los varones por accidentes y violencia.

Para dar respuesta a estas interrogantes es necesario observar la manera en que los procesos sociales de construcción de la masculinidad en la región condicionan ciertos tipos de muertes imprudenciales en determinadas etapas de la vida del sujeto y bajo determinados contextos, pero también la forma en que las ideologías dominantes acerca del "ser hombre" han condicionado la poca representación de las muertes por actos imprudenciales a lo largo del siglo. Después de esto, para entender la lógica que subyace a las muertes por violencia en las que no intervinieron conductas temerarias, indagaré la manera en que los procesos de modernización y la organización social del género, mutuamente reforzados, han participado en el condicionamiento de la mortalidad por accidentes y otras causas violentas no imprudenciales.

 

EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD: ENTRE LA TEMERIDAD Y LA RESPONSABILIDAD

Observando en conjunto las muertes imprudenciales y las no imprudenciales es posible encontrar un patrón de comportamiento que llama la atención: aunque estadísticamente poco significativas, las muertes por causas imprudenciales mostraron una tendencia a concentrarse entre los hombres cuyas edades fluctúan entre 15 y 25 años, en un porcentaje de 36.6% del total de muertes por ACV a lo largo del siglo.7 En contraste con esto, las muertes por motivos no imprudenciales, estadísticamente más significativas, mostraron una dispersa distribución por edad con ligera tendencia a concentrarse entre los hombres mayores de 30 años y menores de 10, sobre todo en las últimas tres décadas. Esto nos sugiere que fueron los varones menores de 25 años y mayores de 15 quienes mayoritariamente estuvieron involucrados en actos peligrosos, en contraste con los mayores de 29 y menores de 15, quienes fallecieron principalmente por accidentes en los que no intervinieron actos imprudenciales.

Desde mi punto de vista, estos patrones de comportamiento de la mortalidad por accidentes y violencia en los hombres según su edad y el tipo de conducta implicada en los decesos, pueden ser explicados reconociendo: 1) el papel que juegan los rituales de masculinización en la exposición a riesgos por parte de los varones menores de 25 años y 2) el papel que juega el discurso de la responsabilidad y el control corporal masculino durante la edad adulta que lleva a los varones a evitar riesgos y conductas imprudenciales.

 

Rituales de masculinización y riesgo

Durante mi trabajo de campo en la comunidad tuve acceso a una gran cantidad de información que me da pautas para entender los procesos sociales de construcción de la identidad masculina y la manera en que estos procesos, en su fase de rituales de iniciación, predisponen a los varones a involucrarse en eventos de riesgo y tomar parte en una serie de accidentes evitables. En esta región los rituales de institución que participan de la construcción de la identidad masculina se presentan, en primer lugar, en una serie de procesos de diferenciación que operan sobre el cuerpo del varón desde el momento de su nacimiento hasta distintas etapas de la infancia.8 En segundo lugar, y como efecto de los procesos de diferenciación que la sociedad ha inscrito sobre los cuerpos y las mentes de los varones, estos rituales dejan de ser motivados de manera unilateral por la sociedad y empiezan a ser recreados y celebrados por los mismos jóvenes durante la segunda fase de socialización, la cual ocurre regularmente entre los 13 y los 22 años de edad.

Es durante la segunda fase de institución de la identidad masculina que los varones jóvenes sienten la necesidad de mostrarse, principalmente ante los ojos de su grupo de pares y otros hombres adultos, como dignos aspirantes al mundo de "los hombres". Por esta razón, muestran una tendencia a involucrarse en actividades lúdicas y laborales que implican un cierto grado de osadía, audacia y exposición a riesgos, tales como montar caballos, incursionar en el monte e iniciarse en la desvelada, las fiestas y la "pisteada", actividades todas ellas cargadas de significación de género en la medida en que están relacionadas con la emancipación progresiva del cuidado feminizante de la madre, la ruptura simbólica del mundo privado femenino y la aspiración al mundo público masculino. Es precisamente en esta etapa, entre los 13 y 25 años de edad, cuando se presentan el mayor número de muertes por imprudencia de los varones en la región. Y, aunque este proceso de construcción de la identidad masculina tiende a variar en el tiempo, la revisión de los archivos judiciales en la región nos muestra la regularidad con la que se presentaron eventos peligrosos entre los jóvenes varones de este grupo de edad a lo largo del siglo. Tomando en cuenta que este tipo de conductas imprudenciales se da de manera poco significativa en hombres menores o mayores a este rango de edad, suponemos que, aun en sus matices y transformaciones a lo largo del tiempo, estos rituales de iniciación recreados por los varones entre los 15 y los 22 años de edad desempeñaron un importante papel en el despliegue de conductas de riesgo que derivaron en fallecimientos por accidentes y otras causas violentas. Un ejemplo:

La madrugada del 24 de enero de 1938, después de pasar la noche en una fiesta del pueblo vecino, Manuel Martínez, un joven soltero de 21 años, caminaba rumbo a su casa acompañado de tres amigos de la misma edad. Iban abrazados, tocando guitarra, cantando y bebiendo mezcal por un camino de terracería. Cuenta uno de los jóvenes implicados en el accidente que en el camino se encontraron con una camioneta que venía del norte "con su carrera natural, es decir despacio", y que ante eso "todos se hicieron a un lado estirando a Manuel, pues se encontraba en completo estado de embriaguez". En tal estado, Manuel Martínez no pudo controlar sus movimientos. Una vez en la orilla del camino, se ladeó y fue severamente impactado por la camioneta. Agrega su amigo y declarante que "quien manejaba el carro trató de evitar el impacto dando vuelta lo más posible", pero que no obstante sus esfuerzos "le fue imposible evitar el accidente". Agrega, además, que "no pide nada en contra del chofer" en virtud de lo acontecido ya que fue "un accidente imposible de evitar". Los peritos encontraron en el occiso una herida profunda cerca del ombligo y severos golpes en el cuerpo al parecer producidos por el guardafango del carro.9

Pusimos este ejemplo debido a que es muy representativo del tipo de accidentes en los que fallecieron los varones jóvenes de esa edad a lo largo del periodo estudiado. En efecto, de las cinco muertes por accidentes automovilísticos debidas a conductas de riesgo e imprudenciales que se presentaron durante todo el siglo, cuatro, es decir, 80%, fueron provocadas por varones jóvenes menores de 22 años; accidentes en los que estuvieron invariablemente presentes el consumo de alcohol, el desafío a los caminos oscuros y peligrosos, el descuido y, cuando los jóvenes eran quienes manejaban, el exceso de velocidad, todo en un marco de homosocialidad y complicidad con su grupo de pares. Por el contexto y las características de los incidentes, creemos que éstos se presentaron como parte de los rituales de masculinización en los que se involucran los varones jóvenes que se encuentran en la fase de transición de la adquisición de la hombría, actos casi todo ellos que implicaron cierto grado de imprudencia, osadía y exposición gratuita a riesgos.

 

Masculinidad, control y responsabilidad o ¿por qué los hombres evitan la muerte?

Sin embargo, estos rituales que involucran la demostración de fuerza y cierto grado de osadía y arrojo forman parte de una fase transitoria dentro del prolongado proceso de construcción de las identidades masculinas. Entre los 20 y los 25 años de edad, etapa en la que unos ya están casados y otros ya sienten la obligación de casarse, los varones comienzan a incorporar progresivamente un discurso normativo que exige responsabilidad en su actuar como hombre adulto; esto es, un discurso que involucra una ética del autogobierno basada en un comportamiento ordenado y disciplinado como parte de las cualidades que debe tener un hombre para ser considerado "realmente hombre".10 Este discurso exige casi siempre un grado de sobriedad, de control sobre sus actos, de capacidad instrumental para el trabajo y de responsabilidad; responsabilidad no sólo para "dar la cara" sobre las consecuencias de sus acciones, sino también para "mantener", que en la comunidad se entiende como un "saber dar la cara" por la familia, cualidades todas ellas que, por oposición, obligan a los varones adultos a alejarse de las conductas que consideran fanfarronas y propias de los "poco hombres", tales como: "andar en pleitos", "en habladas", "ser flojo y mantenido", tomar alcohol en exceso al grado de "hacer escándalo público" o golpear a personas que se consideran socialmente débiles: mujeres, ancianos(as) y niños(as).11

Este discurso de la responsabilidad, como una de las más importantes cualidades que deben tener los hombres en la comunidad, tiene un peso tan importante en el proceso de adquisición de la hombría que durante mi estancia en la comunidad pude observar cómo los jóvenes varones, generalmente entre los 22 y 25 años, muestran ante la comunidad que ya son "hombres responsables" a través de una serie de actitudes de control como tomar alcohol con discreción y moderación; no "hacer escándalos en la borrachera"; dejar de participar en riñas o hacer "espectáculos en público"; no ser burlescos y tratar con "respeto y seriedad" a sus iguales. Estas actitudes coincidían con los relatos a través de los cuales los jóvenes que entrevisté de manera formal e informal me contaban orgullosos la manera en que comenzaron a alejarse conscientemente de actividades que involucran riesgos, como participar en riñas públicas "sin razón" o como jinete en carreras de caballos y monta de toros para buscar modos de vida ordenados y más seguros, así como empleos que les permitieran obtener ingresos estables para poder "mantener" y brindar seguridad a su familia". Un ejemplo:

Una noche de diciembre converso con Arturo, un joven de 25 años, casado y con un hijo. Me comenta que se casó a los 19 años y que un año después entró a trabajar a la maquiladora. Dice que antes de trabajar en la maquiladora se dedicaba a correr caballos y a veces a amansarlos, pero que decidió dejar esos trabajos "porque como jockey se expone mucho uno [a riesgos] y la paga no es segura... además que en la maquila ya estoy asegurado yo y mi familia". Cierra la charla diciendo en voz alta y en un tono que denota cierto grado de sobriedad: "Es que está cabrón. Ya casado tiene uno que pensar en la familia, ¿qué no?"12

Con esta información entendemos que, a lo largo del siglo, no es casualidad el hecho de que sea precisamente a partir de los 29 años cuando los varones mostraron menores tasas de mortalidad por accidentes y causas violentas por conductas imprudenciales. Y, además, por qué estas tasas han mostrado un peso tan poco significativo en la estructura de causas de muerte por accidentes y otras causas violentas. Como vimos, el discurso de la responsabilidad actúa como un cerco invisible que gobierna la conducta de los varones y los lleva consciente e inconscientemente a abandonar riesgos gratuitos y a cuestionar las actitudes que consideran "irresponsables". Ser fanfarrón, arriesgado, violento, abusivo y escandaloso es ser cualquier cosa menos un "verdadero hombre" o, como dicen los varones de la comunidad, "un hombre-hombre, no chingaderas".

 

MODERNIZACIÓN DEFECTUOSA Y ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL GÉNERO: EL CASO DE LA MORTALIDAD MASCULINA POR FACTORES NO IMPRUDENCIALES

Las formas de ser hombre en la región y su énfasis en la responsabilidad pueden explicar el peso poco significativo que tuvieron las muertes violentas por conductas imprudenciales a lo largo del siglo, sin embargo, no ayudan a imaginar las posibles razones por las cuales la tasa de mortalidad por motivos no imprudenciales ha registrado un incremento en las últimas tres décadas. Para entender esto es necesario desplazar el énfasis exclusivo en los procesos de masculinización y las formas de ser hombre y considerar la manera en que los procesos de modernización y el orden de género en su conjunto condicionaron una serie de riesgos que llevaron a los hombres a incrementar sus decesos en las últimas tres décadas.

 

División sexual del trabajo y riesgo de muerte

El municipio de Baviácora, al igual que todos los pueblos de la sierra de Sonora, se caracteriza por poseer una rígida división sexual del trabajo. Ordenada bajo los principios dicotómicos de diferenciación público/privado, exterior/interior, adentro/afuera que caracteriza a la mayor parte de las sociedades occidentales, el orden de las representaciones en Baviácora asocia lo "femenino" con el espacio privado y lo "masculino" con el espacio público. Partiendo de estos principios de diferenciación, y en congruencia con el carácter relacional de las dicotomías que ordenan el espacio social, se asigna a las mujeres actividades consideradas socialmente "femeninas", como cuidar los niños, limpiar la casa, administrar la economía doméstica y, en general, todas las labores propias del "ámbito privado" y del hogar. En sentido contrario, se destina a los varones una serie de actividades consideradas masculinas, como la participación en el mundo de la política, el trabajo fuera de casa, el sostén económico de la familia y otras labores que se desarrollan en la esfera pública y el "mundo exterior".

Esta rígida división sexual del trabajo implica, entre otras cosas, que los varones adultos sean quienes en mayor medida se encuentren expuestos a los riesgos que implica la desenvoltura y el trabajo en la vida pública. En la medida en que pasan el mayor tiempo del día fuera de casa gestionando la provisión de alimentos e ingresos económicos para el sostén de la familia, cultivando la tierra, manejando tractores o máquinas en la fábrica, montando caballos para el pastoreo del ganado, reparando cercos y otras actividades laborales, viven con mayores probabilidades de sufrir accidentes que no necesariamente tienen que ver con actitudes imprudenciales o exposiciones gratuitas al peligro. Sobre este punto, podría preguntarse si el hecho de que los varones realicen las labores que implican mayor grado de peligro no debería llevarlos a ser más cuidadosos, razón por la cual podríamos seguir interpretando este tipo de accidentes como producto de la ausencia de autocuidado propia de la identidad masculina en nuestra cultura. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo. Los datos estadísticos expuestos páginas atrás, a través de los cuales aludimos al comportamiento de la mortalidad por accidentes y otras causas violentas en mujeres, señalan que a partir de la década de 1980 la mortalidad por este tipo de causas ha tendido a concentrarse en las mujeres mayores de 15 y menores de 29 años. Algunas de estas muertes se debieron a la conducción de vehículos de automotor. Esto nos da un ejemplo de cómo las muertes por ACV han tendido a incrementarse y a afectar en mayor medida a quienes se desenvuelven fuera del espacio restringido del hogar.

 

Procesos de modernización defectuosa y riesgo de muerte

Sin embargo, la división sexual del trabajo no explica todo, más bien se ha articulado de manera compleja con cambios sociales más amplios que han ocurrido en la comunidad a partir de las últimas décadas. Los procesos de modernización que iniciaron de manera muy limitada y se consolidaron desde la década de 1970 con la puesta en marcha de infraestructura carretera, la red extendida de electricidad, el incremento en el número de vehículos y la instalación de empresas maquiladoras en la región han creado las condiciones para que las personas estén expuestas estadísticamente a más riesgos de sufrir accidentes que los que implicaba una vida sin electricidad, ni carreteras y con pocos vehículos de automotor. Es justamente a partir de la década de 1970 que la mortalidad por accidentes y otras causas violentas dio un giro en el patrón de comportamiento: los homicidios y los envenenamientos accidentales disminuyeron durante esa década a la vez que aumentaron de manera significativa los accidentes en vehículos de automotor, los accidentes en el trabajo y los muertos por descarga eléctrica.

En una sociedad de hombres sin experiencia para el manejo de vehículos de motor, máquinas eléctricas, y con deficiente infraestructura de talleres mecánicos para la reparación y mantenimiento de vehículos y aparatos eléctricos, fue extremadamente común encontrar en los archivos de justicia registros y peritajes de accidentes automovilísticos que estuvieron condicionados por causas relacionadas con la falta de habilidad y pericia en el manejo de estos artefactos modernos. Un ejemplo:

La tarde del 25 de julio de 1972, el señor Javier Santacruz decidió llevar a su hijo de cinco años para "acompañarse mientras realizaba sus labores vespertinas en el campo". A las cinco de la tarde, mientras molía pastura con el tractor, accionó "intempestivamente" una palanca "con la que se despega la máquina que muele la pastura". Ante el movimiento del tractor, su hijo Javier "se asustó y saltó del mismo, estrellándose en el piso con la cabeza". Asustado, el señor Santacruz trasladó a su hijo a casa y, viendo que no reaccionaba del golpe, procedió a llevarlo con el médico del pueblo vecino (la cabecera municipal) para que lo atendiera. Fue demasiado tarde. Mientras el médico lo atendía, el niño falleció de "fractura en el cráneo", según reporta el mismo peritaje del médico. "Después de la tristeza —dice el señor Santacruz— y viendo la triste muerte de mi hijo me sentí muy mal perdiendo el conocimiento y no recobrándolo por lo que fui trasladado a Hermosillo." El señor Santacruz quedó internado en esa clínica durante dos semanas, motivo por el cual no pudo asistir al sepelio de su hijo.13

Accidentes como éste, en los que se percibe falta de pericia y habilidad para el manejo de máquinas, antes que imprudencia, se presentaron con mucha frecuencia a partir de la década de 1970, justo cuando los censos del municipio registran los primeros vehículos de automotor en la región.14

A lo anterior hay que añadir la mayor exposición a riesgos que ocasiona la llegada de una modernización que se caracteriza por su perfil defectuoso (Simonelli, 1987). En la medida en que este municipio de la sierra está asentado en una región de las más pobres del estado, la llegada de la electrificación, el agua potable y las carreteras han sido muy deficientes debido a los pocos recursos que se destinan a consolidar una buena infraestructura. Por esta razón, a partir de la década de 1970 es común encontrarse con accidentes que ocasionaron la muerte de personas por fallas en la infraestructura carretera, tales como volcaduras por baches, choques con ganado por ausencia de señalamientos y atropellamientos por ausencia de semáforos a la entrada de los pueblos (que son atravesados en su totalidad por la carretera), así como atropellamientos y volcaduras por fallas en el sistema de frenos de los vehículos,15 accidentes que representaron 60% del total de muertes por accidentes de transporte ocurridas a lo largo del siglo. A esto también debemos agregar las constantes fallas en el sistema de electrificación que, al requerir reparación con bastante frecuencia, expuso continuamente a los hombres encargados de reparar los defectos del sistema eléctrico y los postes de luz. De las muertes por descarga eléctrica que se presentaron durante el periodo estudiado, 100% ocurrieron una noche de 1981 cuando, después de uno de los constantes apagones, tres varones adultos encargados de la reparación del sistema de electricidad se dirigieron a solucionar el problema "en la noche, mientras llovía y con poca herramienta", según me comentó un lugareño amigo mío que fue testigo presencial de los hechos.16

Lo expuesto anteriormente nos muestra el importante papel que han desempeñado los procesos de modernización defectuosa en el incremento de riesgo de accidentes y fallecimientos por causas violentas; riesgo que se acentúa en los varones debido a que los procesos de modernización han operado sobre la base de una rígida división sexual del trabajo que impone a las mujeres la permanencia en casa y obliga a los varones al desenvolvimiento en los lugares públicos.

 

CONCLUSIONES

En su conjunto, los hallazgos de investigación que se presentan en este trabajo exponen una serie de datos cuantitativos y cualitativos que contribuyen a matizar los planteamientos que se han realizado desde los estudios de las masculinidades en relación con el vínculo entre masculinidad, riesgo y mortalidad. Paso a exponer las razones de esta aseveración.

Por un lado, en concordancia con lo planteado por quienes estudian las masculinidades, los datos confirman el claro protagonismo de los varones en los decesos por accidentes y otras causas violentas, particularmente en edad productiva y reproductiva. En efecto, a lo largo del periodo estudiado, los varones de entre 15 y 44 años de edad aportaron entre 70 y 80% de las defunciones totales ocurridas por este tipo de causas, lo cual, en contraste con la tendencia a la baja de las tasas de mortalidad general, llevó a que estos fallecimientos contribuyeran de manera significativa a modificar la estructura de las principales causas de muerte general y se consolidaran las ACV como la cuarta causa de muerte en la década de 1990. En el mismo sentido, fue posible observar que en la estructura de la mortalidad general de los varones, los fallecimientos por ACV siempre figuraron entre las principales causas de muerte, mostrando incluso una tendencia creciente a lo largo de las décadas hasta colocarse a partir de 1990 como la segunda causa de fallecimientos totales.

Sin embargo, otros datos arrojados por este estudio no concuerdan del todo con lo que se ha planteado desde los estudios de las masculinidades. El análisis que tomó en cuenta el tipo de conducta implicada en los decesos por accidentes y otras causas violentas mostró que las conductas imprudenciales contribuyeron de manera poco significativa a condicionar este tipo de decesos en los varones. Sólo tres de cada diez defunciones por ACV estuvieron mediadas por el consumo de alcohol, manejo en exceso de velocidad, riñas u otras conductas que, de acuerdo con el peritaje médico, consideramos imprudenciales. Además, estos mismos datos señalan una diferencia interesante cuando tomamos en cuenta la edad de las víctimas: dos de cada tres varones fallecidos por conductas imprudenciales tenían entre 15 y 24 años de edad al momento de su defunción, mientras que los varones menores de 15 y mayores de 29 concentraron el mayor número de decesos ocasionados por conductas no imprudenciales en 60% de los casos. En conjunto, estos datos muestran que: 1) las muertes por accidentes y otras causas violentas en la comunidad no fueron ocasionadas por conductas imprudenciales y exposiciones gratuitas al riesgo o al peligro de los varones en 70% de los casos; 2) los varones que con mayor frecuencia fallecieron por razones ajenas a las conductas imprudenciales fueron los menores de 15 y mayores de 29 años, y 3) los varones entre 15 y 24 años son quienes con mayor frecuencia se expusieron a peligros y riesgos asociados a la temeridad.

La lectura de estos datos a partir de la información cualitativa nos mostró que la poca representación de las muertes por conductas de riesgo de los hombres se debió a que en la región existe un modelo de socialización masculina que en la última fase de institución de la identidad de género (entre los 22 y los 25 años de edad), exige a los varones, para ser considerados "hombres de verdad", la demostración pública de una serie de actitudes asociadas a la seriedad y a la responsabilidad, tales como la disciplina laboral, la capacidad para "mantenerse a sí mismos" o "mantener a la familia", el control sobre sus actos, la sobriedad y el respeto a sus iguales, actitudes que los obligan a alejarse de conductas consideradas irresponsables y propias de los "poco hombres", tales como la fanfarronería, la pereza laboral, la incapacidad para ser el sostén de la familia y de sí mismos, el exceso en la ingesta de alcohol y la participación en riñas "sin razón". Este mismo proceso de construcción de la identidad masculina explica la razón por la cual los varones que tienen entre 15 y 20 años de edad concentraron el mayor número de muertes por conductas imprudenciales a lo largo del periodo estudiado. En la medida en que a esa edad los jóvenes se encuentran en una fase de transición hacia la adquisición de la "hombría", muestran una tendencia a involucrarse en una serie de rituales de masculinización que implican casi siempre un cierto grado de riesgo y osadía que los expone a mayor tipo de peligros y a sufrir accidentes que pudieron haber sido fácilmente evitables.

No obstante, el paulatino incremento de la mortalidad por accidentes automovilísticos en las últimas tres décadas, casi todos ocasionados por fallas mecánicas o falta de pericia de los lugareños en el manejo de vehículos de automotor, antes que por imprudencia o temeridad de los varones, mostraron la necesidad de atender a condicionantes más amplios que escapan a la mera lógica de las identidades masculinas. En este caso, los procesos de modernización, a través de la puesta en marcha de la infraestructura carretera y el sistema de electricidad, principalmente, contribuyeron en gran medida a que en las últimas décadas se disparara la mortalidad por accidentes y causas violentas en las que no intervinieron conductas de riesgo gratuito. Esto, como ya mencionamos, invita a considerar otros fenómenos en el condicionamiento de las muertes por ACV y no solamente las identidades masculinas. Esto no implica olvidarse del papel que juega la organización social de género como uno de los condicionantes más amplios de la mortalidad por causas violentas. En la medida en que los procesos de modernización operaron sobre la base de una rígida división sexual del trabajo, que mantiene a las mujeres en el ámbito restringido del hogar y motiva a los varones al desempeño y desenvolvimiento en la esfera pública, el fenómeno de la mortalidad por accidentes y otras causas violentas también se encontró condicionado por las formas que adquiere la organización social del género en la región.

 

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Notas

* Este trabajo se desprende de una investigación que llevé a cabo durante una estancia de dos años (1999-2001) en una comunidad de la sierra de Sonora, mientras me desempeñaba como ayudante de investigador en una investigación antropológica sobre la historia, las características actuales y las tendencias de transformación del orden de género en la sierra de Sonora que coordinó el doctor Guillermo Núñez Noriega, investigador titular en el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD). Mi profundo agradecimiento para él por el apoyo y la asesoría teórico-metodológica que me brindó durante la investigación, así como por sus enriquecedores comentarios al texto. De igual manera, agradezco a mi compañera Rocío Ivonne Verdugo Murúa los agudos comentarios que hizo a una versión preliminar de este trabajo.

1 Es amplia la producción científica que, aun en su diversidad de enfoques analíticos, entiende al proceso de construcción de la identidad masculina como operado en tres fases: 1) la de separación, 2) la de inculcación, y 3) la del sometimiento a pruebas públicas. Véase: Badinter (1993), Godelier (1986), Bourdieu (2000), Gilmore (1994).

2 En la literatura demográfica y epidemiológica sobre mortalidad, incluyendo la Clasificación internacional de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, se denominan muertes violentas a los decesos ocurridos por homicidios, suicidios o accidentes, tipos de muerte cuyo común denominador es que su ocurrencia no estuvo mediada por el deterioro físico del organismo humano (Hernández, 1989). El presente trabajo se centra en el análisis de este tipo de muertes, aunque he preferido utilizar la denominación "muertes por accidentes y otras causas violentas" (ACV).

3 Esto aplica sólo para las décadas posteriores a 1960. El porcentaje que aportaron los ACV a la mortalidad general a nivel nacional fue de 5.5% para la década de 1950 y de 16% para la de 1980 (Hernández, op. cit.), mientras que en el municipio estudiado fue de 6.9 y 8.5 para esos mismos periodos. Como vemos, a mediados del siglo la mortalidad por violencia aportó más muertes a la estructura de la mortalidad general que lo reportado a nivel nacional, mientras que a finales del siglo la aportación de los decesos por ACV disminuyó de manera muy significativa.

4 La década de 1940 es una excepción. En este periodo, la mortalidad por ACV en las mujeres se incrementó sustancialmente en 357% respecto de la década de 1930 y disminuyó un poco la mortalidad de los varones. Con excepción de esta década, los datos señalan que al ser los varones protagonistas principales de las muertes por violencia y accidentes, sus decesos contribuyen sustancialmente a condicionar la estructura de la mortalidad por causas violentas en casi todo el siglo.

5 Los incidentes causantes de la mortalidad por accidentes y violencia que atribuiremos a conductas imprudenciales de los varones se refieren a: 1) riñas; 2) homicidios; 3) todo tipo de accidentes mediados por el alcohol; 4) suicidios en hombres no enajenados de sus facultades mentales; 5) accidentes automovilísticos donde estuvo presente el alcohol y el exceso de velocidad; 6 ) accidentes producto de la utilización de armas de fuego, y 7) intoxicación por alcohol. A todas estas causas de muerte les llamaremos "incidentes imprudenciales" En contraparte, los incidentes que no se reconocen como producto de conductas imprudenciales son los que ocurrieron por: 1) accidentes en casa o trabajo en los que el peritaje no señaló presencia de alcohol u otro elemento que se pueda tomar como imprudencial; 2) asfixia por inmersión en agua o en fuego y otros tipos de asfixia accidental en menores de cinco años; 3) accidentes automovilísticos por derrape en carretera, choque con ganado o fallas mecánicas, siempre y cuando no se registre presencia de alcohol o exceso de velocidad; 4) suicidios de varones que el peritaje médico señale como "enajenados de sus facultades mentales"; 5) envenenamiento accidental por picada de animal ponzoñoso o con insecticida, y 6) caídas accidentales y accidentes causados por fuego en menores de 5 años.

6 Para evitar al máximo los errores en el registro, tuvimos cuidado de desechar algunos casos en los que el peritaje médico o judicial no pudiera dar cuenta de la presencia de actos imprudenciales o exposiciones gratuitas al peligro como causante del accidente. Por esta razón, algunos casos aparecen como "no especificados".

7 Aquí es preciso señalar que este factor no estuvo condicionado por la estructura de población distribuida por edades, pues a lo largo del siglo nunca fue el rango de edad con mayor población.

8 Estos ritos de diferenciación se manifiestan a través de una infinidad de actos simbólicos que operan sobre el cuerpo del varón desde su nacimiento hasta distintas etapas de la infancia. Así, desde el nacimiento es posible observar, por ejemplo, cómo los varones son sometidos a estos rituales de diferenciación a través de los primeros cortes de cabello (que lo distinguirán de la cabellera larga femenina). De la misma manera, también desde el nacimiento y durante los primeros meses de vida, la habitación, la cama y el cuerpo del bebé son adornados con una serie de imágenes y símbolos que en la comunidad evocan lo masculino, abarcando desde los colores, azul y amarillo casi invariablemente, en oposición al color rosa femenino, hasta los objetos que le regalan los amigos y la parentela más cercana: pelotas, zapatos, pantalones, ropa deportiva y otros artículos que en la comunidad representan lo masculino. Durante las distintas etapas de la infancia y la adolescencia, los actos de diferenciación se inscriben en una serie de mandatos que regulan rutinariamente los comportamientos e imponen las formas correctas de peinarse, sentarse, caminar, ponerse el pantalón, etc., siempre en oposición a las formas en que lo hacen las mujeres. Todos estos rituales y estos deberes que se les van asignando a los niños desde su nacimiento y la temprana infancia tienen la función muy eficaz de interiorizar en ellos la diferencia que tienen respecto del "sexo opuesto", emanciparlos progresivamente del mundo privado, considerado "femenino", y prepararlos para el mundo público, asociado a lo "masculino"

9 Archivos de Justicia, caja 1, 1900-1939.

10 La responsabilidad, como una de las cualidades que deben tener los hombres para ser considerados realmente hombres no pesa de manera exclusiva sobre las actuales generaciones, objeto de mi estudio en términos etnográficos. Una investigación antropológica sobre masculinidad, salud y reproducción que realizó Núñez Noriega (2001) con adultos mayores de 65 años en la misma comunidad, nos ayuda a entender la manera en que la responsabilidad y la seriedad que deben mostrar los varones adultos para poseer lo que Núñez denomina la "hombría adecuada" son valores que, aunque han experimentado transformaciones, se encuentran arraigados en la comunidad desde hace décadas.

11 Referencia textual a las expresiones que se utilizan en la comunidad.

12 Diario de campo, sábado 5 de diciembre de 2000.

13 Archivos de Justicia, caja 4, expediente 9, 1960-1968. Baviácora, Sonora, a 20 de agosto de 1972.

14 Según el "Censo de estadísticas de Baviácora" (como se menciona en el archivo), en 1963 había 24 automóviles particulares, un camión de pasajeros, un camión oficial, 12 camiones de carga, dos carretas de tracción animal y dos bicicletas. Esto nos hace suponer que el tractor que manejaba el Sr. Santacruz fue de los primeros en llegar a la región. Archivos Municipales, caja 14, expediente 6, Baviácora, Sonora.

15 Asunto que también se puede relacionar con la ausencia de talleres mecánicos para reparar vehículos y ausencia de una cultura de revisión periódica de las condiciones de los vehículos debido a la inexperiencia en el uso de los mismos.

16 Diario de campo, 2 de febrero de 2000. Lo interesante en este caso es que mi amigo e informante me comentó de estas muertes, que después corroboré en el archivo histórico del municipio, como ejemplo de lo "mal atendidos" que tiene la Comisión de Electricidad a sus empleados que trabajan en el municipio, motivo por el cual mi informante, según me dijo, decidió dejar de trabajar en esta empresa pública.

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