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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.10 Ciudad de México  2002

 

Presentación

 

Vientos del norte

 

Nombrar, clasificar, definir, determinar quiénes son y qué hacen los pobladores del norte fue una de las labores que se dio a los agentes de la Iglesia durante el periodo colonial. Era difícil nombrar con certeza a quienes vivían en el desierto de forma nómada o en lugares de acceso restringido. El ensayo de Cecilia Sheridan, que inicia este número, propicia la reflexión sobre el espacio inmenso que se abría hacia el norte y lo que significaban para los frailes colonizadores las grandes distancias y las pocas facilidades de cubrirlas. Los habitantes de esta región, que no habían desarrollado una "civilización" de la manera en que los pueblos del sur lo hicieron, fueron denominados chichimecas, palabra náhuatl que designaba a todos, sin importar la lengua que hablaran ni sus historias. Los españoles utilizaron este nombre por mucho tiempo; sólo después del siglo XVII y más durante el XVIII fueron afinando la descripción de quiénes eran los pobladores del norte y cuáles sus costumbres y prácticas. Durante el periodo de colonización se puede decir que nunca hubo paz completa. Siempre cabía la duda sobre quiénes se agrupaban en misiones; los frailes sospechaban que, tal vez, "aquellos indios" podrían estar planeando algo contra ellos. Y no se equivocaron, pues en California los franciscanos tuvieron que utilizar formas complejas para conseguir la información de lo que pensaban los pobladores de sus misiones.

A través de la historia se ha confirmado que las prácticas religiosas o médicas que no se subordinan a las ideas de los colonizadores son estigmatizadas y se las clasifica como "brujería". Susan Deeds escribe sobre esas prácticas, en la época colonial, que incluían el uso del toloache (datura). La trasgresión de mujeres inspiradas en la libertad y cómo sus encantos hacían que débiles sacerdotes sucumbieran a las "tentaciones del demonio". Las culturas del norte, por una razón intrínseca de uso y explicación del mundo, no desaparecieron con la conquista pese a la violencia física o psicológica. Persistieron y cuando fue necesario se ocultaron. Cedieron sólo en ocasiones, como narra Robert Jackson, cuando los chumash pensaron que los frailes traían una magia mejor que la practicada por sus chamanes, pero cuando la enfermedad se hizo presente y la magia de los frailes no funcionó, los indios regresaron a sus conocimientos ancestrales, se rebelaron, huyeron de las misiones y empezaron a matar españoles.

Para una posición hegemónica, lo diferente es una agresión, se encuentra en el pasado y en el presente; con la deconstrucción sistemática y crítica de las fuentes históricas se descubren los puntos flacos de la hegemonía. La clasificación del territorio, las dificultades de enmarcarlo en conceptos claros y bien definidos cuando se desconocían sus dimensiones y las prácticas tradicionales de sus habitantes, construyó mitos. Determinismos como "Aridoamérica", "salvajes", "bárbaros", "chichimecas", sólo reflejan la ignorancia que sobre el norte se ha tenido. Para romper ese círculo vicioso y despejar algunas incógnitas acerca de lo que verdaderamente ocurrió, Cecilia Sheridan, especialista en el tema, ha congregado a otros especialistas como Susan M. Deeds, Cynthia Radding, Robert Jackson y Héctor Cuahutémoc Hernández, para compartir su visión de este territorio. Sus ensayos llegan como Vientos del norte, frescos y estimulantes.

Los artículos que Desacatos presenta en este número, si bien no abarcan toda la problemática de las culturas del norte, se complementan al señalar distintas perspectivas históricas y nuevas interpretaciones de lo que fue la conquista de estos pueblos.

Cuando a través de estas lecturas vislumbramos el norte de México, su especificidad se puede distinguir, no hay cánones comunes al resto de país, fue muy suya la forma de relacionarse con la tierra; no era sólo el cultivarla, sino la caza y la recolección de productos para el uso y el comercio; emigrar en el invierno, resguardarse del frío en cañones y cuevas. La Corona española había encomendado a los jesuitas la labor de evangelizar a los habitantes de lo que hoy son los estados de Sinaloa, Sonora y Baja California norte y sur. El ensayo de Hernández muestra cómo, en un momento cuando los jesuitas son expulsados de las colonias americanas, los yaquis y mayos recuperan su poder y vuelven a reforzar sus convicciones y la posesión de su territorio. Lograron mantener sus tierras y no pagar tributo. La constancia fue que los indios lucharon por mantener sus derechos sobre la tierra y el agua —escasa salvo en las vegas de los ríos— y obtuvieron triunfos más allá de las fronteras.

Varios de los autores hablan sobre fronteras móviles, fronteras que caminan y parecen desdibujarse en el horizonte. Para quienes deambulaban por el extenso territorio del norte de México, la frontera era una entelequia que existía sólo en el papel. Poco a poco se fue materializando el concepto y ahora se ha levantado hasta una pared, un muro, no infranqueable, mas se puede ver que parte de esa ignorancia, ambición y deseo de control que sobre las culturas y territorios del norte existió y existe.

Nuevas prácticas de la heurística y hermenéutica llevan a los historiadores al análisis crítico de las fuentes primarias y secundarias de información, al señalar la ironía de los hechos, tales como la expulsión de los jesuitas y la tristeza de los antagonismos dogmáticos, como los estigmas culturales que reprueban el conocimiento de los otros. Los ensayos en la sección de "Saberes y Razones" sobre las identidades, los territorios y lo imaginado conducen a profundizar en la construcción de la historia de México de norte a sur y con ello tener una mejor visión de este país. Esto ha sido uno de los objetivos de Desacatos al presentar este número.

Espacios y paisajes que se desprenden de varios mapas históricos a través del tiempo, mapas que se sobreponen unos a otros, dibujando y desdibujando las fronteras del norte de México, se han ido configurando. Sin embargo, el análisis crítico del discurso de la historia del norte va más allá de la geografía, tiene que ver con el tiempo y viaja del pasado al presente; llega hasta la actualidad con las situaciones y percepciones políticas de sus protagonistas. El tejido social, muchas veces lleno de prejuicios en la construcción del conocimiento, nos presenta a las arbitrarias fronteras como naturales y estáticas, y lo que hoy se descubre en la lectura de estos artículos es que las fronteras pueden ser dinámicas y flexibles, sobre todo cuando, gracias a la movilidad de sus habitantes, se observa un territorio que interactúa de múltiples formas, no sólo en México sino en toda América Latina. Un ejemplo es el estudio comparativo que hace Radding sobre la percepción de frontera que se realiza en Bolivia y en México.

Vientos del norte muestra la realidad de frontera y no sólo de una frontera física por conquistar, sino de una frontera ideológica, cultural y social permanente que establece barreras e interpreta realidades desde diversas perspectivas. De ahí que este número de Desacatos se acerque a ofrecer un pequeño ramo de distintas posiciones que rompen viejos esquemas y muestran una visión de la historia con nuevos enfoques que permiten mirar a estados como Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Baja California en su relación con Arizona, Texas y California.

Tita Braniff aporta su experiencia y visión como estudiosa de la arqueología y sugiere los mapas para contextualizar los ensayos. El comentario lúcido y provocativo de Juan Luis Sariego plantea la necesidad de polemizar sobre algunos puntos que aún no se han dilucidado y que permanecen abiertos.

La mirada tiene la capacidad de barrer el horizonte de norte a sur para observar, desde una nueva perspectiva política, a una América Latina compleja y apasionante. Así la vislumbra la mirada ágil y perspicaz de Christian Gros, que presenta su visión a partir de la historia de países como Perú, Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia y México, entre otros, ante la nueva encrucijada de la multiculturalidad y el reconocimiento por los gobiernos de la condición plural de las naciones latinoamericanas. Analiza de forma brillante la reconsideración de las fronteras en toda América Latina cuando señala: "¿Qué queda ahora de la nación si sus fronteras pacientemente construidas desaparecen al provecho de una cultura planetaria donde vemos claramente al sur del río Bravo quién manipula y recoge las ventajas?"

En un tema distinto aunque no tan diferente, Miguel Bartolomé incursiona en la múltiple problemática de la construcción "nacionalitaria" y sus procesos manifiestos en los movimientos indios. Un caso significativo de violencia es el que presenta Carlos Y. Flores, el del conflicto armado entre los q'eqchi' de Guatemala y la mano poderosa y violenta del Estado, la difícil tarea de sobrellevar el complejo de culpa y cómo los protagonistas logran sublimar lo vivido.

No es una sola sino varias las visiones sobre la problemática latinoamericana y necesario un reconocimiento a quienes se han dedicado a descifrarla. Es Stefano Varese quien recuerda, en la sección "Legados", a dos grandes de la antropología latinoamericana: Guillermo Bonfil y Martin Diskin, y de esta forma hace un homenaje a quienes, en su práctica cotidiana y a través del humanismo, aportaron sus trabajos a las luchas de los pueblos.

En la búsqueda de nuevas explicaciones del presente e innovadoras perspectivas hacia el futuro, quienes colaboraron en este número proponen una visión incluyente de la historia de México y América Latina.

Margarita Dalton

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