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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.9 Ciudad de México  2002

 

Reseñas

 

Del mariachi y la china poblana como identidad nacional en el siglo XX a lo diverso y heterogéneo en el siglo XXI

 

Salvador Sigüenza Orozco

 

Ricardo Pérez Montfort, 2000, Avatares del nacionalismo cultural. Cinco ensayos, CIDHEM, CIESAS, México, 150 pp.

 

Universidad Complutense de Madrid.

 

Los teóricos que en la segunda mitad del siglo XX han estudiado la nación y el nacionalismo, han caracterizado dos modelos para explicar dicha doctrina.1 Así, tenemos la nación política y la nación cultural.

En términos generales —no es objetivo del presente realizar un acercamiento exhaustivo a ambos tipos de nación— la nación política encuentra su origen en la ideología de la Revolución francesa, mientras la nación cultural se remonta al romanticismo alemán del siglo XIX. Es decir, en ambos casos la nación y el nacionalismo se consideran un fenómeno reciente y, por lo tanto, moderno.

La nación política, que Anthony Smith también llama cívica o territorial, es un modelo en el que la nación está compuesta por un territorio histórico, una idea de comunidad de leyes e instituciones colectivas y un sentido de igualdad legal entre todos los miembros de la comunidad, es decir, los ciudadanos.

Por su parte, en la nación cultural o étnica son fundamentales la comunidad de nacimiento —con énfasis en el linaje— y la cultura nativa, principalmente la lengua y las costumbres.

En el momento en que se pretende aplicar dichos modelos a una realidad determinada, podemos encontrar elementos de ambos modelos que se combinan en diferentes maneras y en grados diversos; en ocasiones predominan los elementos cívicos y en otros, los étnicos.2

Ambos modelos, más que ser un molde rígido, presentan ideas y concepciones que reflejan el dualismo alcanzado por el nacionalismo; en ellos juega un papel importante la identidad nacional (que puede ser cívica o étnica).

Para el caso mexicano existen diversos trabajos que explican desde diferentes perpectivas —antropológica, sociológica, histórica— qué es el mexicano, haciendo análisis de su identidad y de su sentir nacional; entre los varios autores podemos mencionar rápidamente a Guillermo Bonfil, Octavio Paz, Roger Bartra y Enrique Florescano, quienes con sus estudios han tratado de ahondar en nuestra esencia.3

A partir de lo anterior podemos considerar que el libro de Ricardo Pérez Montfort puede ubicarse dentro de la perpectiva étnica de análisis de la realidad nacional. Con ello no queremos decir que el autor asuma que México ha tratado de construir una nación predominantemente étnica, sino que el análisis desde esta perspectiva permite abordar un aspecto de la construcción nacional, el cultural, como una realidad cambiante.

Más aún: en el caso de México no se puede hablar propiamente de una construcción étnica nacional porque la población del territorio es heterogénea, lo que sí hubo en la década de los años veinte fue un proyecto encabezado por José Vasconcelos para que se reconociera en el mestizo la suma de las virtudes de españoles e indígenas, y en el mestizaje la solución a los problemas del país.4

Parafraseando un poco lo dicho por los nacionalistas italianos cuando unificaron la península en la segunda mitad del siglo XIX ("ya tenemos Italia, ahora hagamos a los italianos"), resulta que con su trabajo Pérez Montfort pretende "investigar y documentar las múltiples vías a través de las cuales se construyeron diversas identidades populares-oficiales" en el México de la primera mitad del siglo XX. Es decir, cuál fue el camino seguido por las elites para crear una identidad nacional posrevolucionaria popular que incluyera a la mayoría de la población, es decir, la población rural.

En este sentido, es preciso apuntar que la cultura nacional y el nacionalismo cultural son elementos inherentes al Estado liberal, por lo que partiendo de la premisa de que la homogeneización de los estados latinoamericanos fue asumida en su momento como idea fundamental, el autor presenta una serie de ensayos que, bajo el eje cultura-construcción de la identidad-nación, presenta procesos de construcción de identidades en México.5

Una vez triunfante la Revolución, fueron las elites y la intelligentsia quienes se propusieron hacer del campesino, del México rural e indígena, el objetivo central de la política social: caminos y escuelas paulatinamente empezaron a multiplicarse por el país. La influencia francesa del Porfiriato muy pronto sería superada por el proyecto posrevolucionario, que en su aspiración de generar una identidad cultural auténtica y propia, terminaría negando el pluralismo cultural del país y divulgando estereotipos falsos de la cultura popular.

Como el mismo autor reconoce que los cinco ensayos que integran Avatares del nacionalismo cultural son intentos independientes para explicar el fenómeno en México, intentaremos una aproximación a esos cinco acercamientos desde su perspectiva particular; sin dejar de apuntar por ello que tienen un hilo conductor ya que si primero se presentan algunas reflexiones acerca del nacionalismo en América, luego se abordan elementos que son fundamentales en la explicación del cómo se construye lo nacional en un territorio determinado: la educación, los medios masivos de comunicación como la radio, y manifestaciones culturales como la música, la indumentaria y los bailes.

Además, las fuentes nos indican que se ha incursionado por un camino poco explorado: discursos oficiales, testimonios personales, hemerografía, registro de patentes y documentos cinematográficos permiten armar un recorrido por el quehacer cultural de México en la primera mitad del siglo XX, desde una perspectiva básicamente centralista en la que se nos ofrecen expresiones oficiales y populares, representaciones nacionales y locales, las formas en las que se han divulgado y las repercusiones que han alcanzado.

El libro inicia con una serie de reflexiones acerca de la herencia nacionalista en América Latina, haciendo un esbozo general acerca de la construcción de estereotipos, de los que acertadamente se apunta que si bien son creados en la academia, se vigorizan en tres campos, entrelazados fuertemente: la cultura popular, la actividad política y los medios de comunicación masiva.6

A raíz de los procesos independentistas, dichos estereotipos se reprodujeron, aceptaron e impusieron en lo popular —aunque no sabemos con certeza la profundidad de su aceptación, misma que seguramente estaba relacionada directamente con la presencia de medios y vías de comunicación— ya como referencia local, ya como mecanismo frente a ambiciones externas (reconquistas, guerras).

En este aspecto, los estudios costumbristas jugaron un papel fundamental, ya que al ser elaborados por aquellos que ejercían el poder, al tiempo que permitían reconocer una identidad regional eran elementos de legitimación; de esta manera, los grupos en el poder demostraban referencias autentificadoras de lo propio. Así, el discurso oficial ligaba el costumbrismo con la llamada "identidad nacional".

Pérez Montfort señala que fue a mediados del siglo XX cuando se dejó sentada claramente la diferencia entre los estereotipos y los estudios culturales serios. Los primeros dedicados al consumo masivo, al turismo y a la legitimación patriotera; mientras que los segundos se vincularon con el análisis serio de las ciencias sociales y las artes.

En los últimos cincuenta años ha habido en nuestro país avances en la diferenciación de los elementos mencionados en el párrafo anterior, aunque el México de entre-siglos requiere que dichos estudios profundicen más y tengan un mayor impacto social. No sólo debe quedar claro que mientras la cultura popular es dinámica, abierta y cambiante, además de auténtica, el estereotipo suele ser estático y cerrado, además de fingido. Hace falta ahondar los estudios sobre el tema; por ello Pérez Montfort apunta:

Si en verdad se quieren defender y entender las múltiples culturas populares americanas habría que comenzar por desmontar estos procesos estereotipificadores y falsificadores de las expresiones auténticamente populares del continente americano.7

Los otros cuatro ensayos muy pronto discurren hacia lo que será el objeto central del análisis: la aproximación al nacionalismo cultural en México a través de la educación, la música y la difusión radiofónica, lo que representa una aproximación al estereotipo de lo mexicano como resultado de la Revolución.

En este caso llama la atención que la construcción de dicho estereotipo tenga fuertes raíces en la región central y el occidente de México, cuando son regiones que no se caracterizan por una herencia histórica y cultural tan intensa como los estados de Oaxaca, Chiapas y la península de Yucatán, pero sí por ser el eje político de la historia nacional. Asistimos así a la construcción de lo que Michael Billig llama "nacionalismo banal", una forma de estar en el mundo desde lo cotidiano que es, a la vez, individual y colectivo y por lo tanto válido para una totalidad.8

Pérez Monfort atribuye acertadamente a las elites intelectuales y políticas la reproducción y construcción de imágenes nacionales a partir de las regionales, construyéndose así una imagen nacional que es referente fundamental para el discurso oficial y que relaciona a las costumbres con la identidad nacional.

Pero no sólo a aquéllos se debe la existencia de lo que suele llamarse como "típico". Muchas veces los viajeros extranjeros reproducen la imagen del charro o de la china poblana porque esa es la imagen que vienen buscando, por lo que al llevarla de vuelta a sus lugares de origen refuerzan esa imagen en sus países, lo que contribuye a que desde los mismos gobiernos se muestre al extranjero esas imágenes "típicas" que se quiere ver, lo que equivale a que una realidad poco conocida se simplifique para hacerla asequible y atractiva visualmente. ¿No es más real ir por alguna carretera del sur de México y encontrarse con campesinas triques o tzotziles trabajando el campo, que hallar a una china poblana o a un charro caminando en alguna ciudad mediana del centro u occidente del país? A partir de la simplificación de la realidad suelen emitirse valores que son al mismo tiempo inexactos o erróneos y pueden tener una fuerte carga positiva o negativa.

El nacionalismo al que hace alusión el autor se apoyó en dos elementos: uno defensivo ante la presencia de Estados Unidos, y otro reivindicativo con la autoafirmación de lo propio. A partir de este último elemento se estructuró la labor educativa del régimen posrevolucionario, con un sujeto: el pueblo analfabeto, y con un objetivo muy claro: la construcción cultural e ideológica de la nacionalidad mexicana.

Las expresiones de cultura popular —apunta Monfort— formaron parte de la educación nacional homogeneizadora y junto con las bibliotecas trataron de dar a la nación su sentido de lo mexicano, palpable a través de la tehuana, el charro y la china poblana, que empezaron a ser lugar común en el folklore construido desde el centro del país y que se reproducía una y otra vez en fiestas y actividades públicas, tratando de lograr uno de los objetivos centrales de la política de la Revolución: la incorporación de los pueblos indígenas a la vida "civilizada" —"haciéndolos mestizos", valga la expresión— y, por lo tanto, al proyecto de nación.

Las comunicaciones y sobre todo la educación estaban encaminadas a lograr el deber ser, modernizar al pueblo y modelarlo con base en el proyecto del estado posrevolucionario. La construcción nacional iba dirigida a las masas, al "pueblo mexicano de los años veinte que se reconocía como rural, provinciano, pobre, marginado, pero sobre todo mayoritario"; a través de la educación y de los proyectos que la Secretaría de Educación Pública (SEP) impulsó (castellanización, bibliotecas, fomento a la lectura, bellas artes), los estereotipos fueron adquiriendo carta de naturalización.

Desde la misma SEP se impulsaron —apunta Pérez Monfort— las figuras clásicas del charro, la china poblana, la tehuana y el indio tarasco; poco a poco su difusión les dio el carácter de representantes de la cultura nacional. Señala que fue fundamental la labor de quienes contribuyeron con sus conocimientos o sus ideas a construir dichas figuras y a difundirlas (periodistas, literatos, estudiosos), con la característica que al hacerlo desde la capital del país, evidenciaron el centralismo que ha estado presente en muchos aspectos de la vida pública de México.

Aun así, de las cuatro figuras mencionadas únicamente dos de ellas adquirieron el rango de estereotipo capaz de unificar al país (el charro y la china poblana), mientras los demás estereotipos adquirieron importancia en el ámbito regional; aunque nuestro autor reconoce que ".. .todos en su conjunto eran capaces de integrarse como elementos centrales del 'alma nacional' ya que representaban al actor fundamental del nacionalismo cultural: el pueblo".

Además de la escuela con sus festivales y programas, o de los festejos oficiales que solían incorporar en sus Noches Mexicanas o en cualquier otra celebración cuadros y atuendos "típicos"; hubo un elemento que, a juicio de Pérez Montfort, evidenció fuertemente el interés del Estado para fortalecer el vínculo entre los valores supuestamente mexicanos y los valores oficiales: el muralismo. Un rápido recorrido por los corredores del edificio que ocupa la SEP en la ciudad de México permite ver las figuras del charro, el indito o la china poblana representados en el arte plástico. Así, la expresión artística en tanto recurso de identidad se une al discurso oficial.

A pesar de los esfuerzos para homogeneizar "la cultura nacional", la misma pluralidad cultural del país, aunada a las condiciones geográficas (dispersión de las poblaciones, falta de caminos y de escuelas en zonas aisladas, poca penetración de medios de comunicación), no permitió que la tendencia unificadora oficial permeara por completo en la sociedad, conservándose muchas de las manifestaciones culturales de diferentes pueblos y regiones. Durante los últimos veinte años y a través de diferentes mecanismos (propuestas indígenas, programas oficiales, planes internacionales) se ha revalorado la diversidad cultural del país, a través de diversos proyectos en los que se procura que sean los mismos pueblos quienes asuman totalmente aquellas tareas que tienen que ver con lo que se ha denominado usos y costumbres indígenas.

A partir de este contexto se nos presentan los tres ensayos restantes: el de Silvestre Revueltas como compositor, una semblanza de la radio en México, y las características y peculiaridades de los sones como género musical en el país.

Una de las manifestaciones que a juicio de Pérez Monfort tuvo mayor impacto en la sociedad fue la música, sobre todo la que se ha identificado como música vernácula, cuyos momentos más importantes ubica entre los años 1920-1950. En estos años vivió un compositor que aunque contribuyó a incrementar dicho acervo musical, a juicio de nuestro autor "su personalidad, talento y vínculo personal" le dieron cierta especificidad: se trata de Silvestre Revueltas.

En el ensayo "Silvestre Revueltas por escrito", se nos presenta a un músico que, a pesar de estudiar en la ciudad de México y en Chicago, reconoció que su inspiración fundamental se debió a los músicos de pueblo. A través de dicho texto tenemos un acercamiento al compositor y al músico, al reconocimiento a su obra que vino a enriquecer de manera importante el acervo musical nacional; también hay una aproximación a sus ideas acerca de la importancia de la creación artística.

Pérez Montfort recoge una anécdota del compositor. Cuando Revueltas compuso Janitzio en 1933, año en que Lázaro Cárdenas fue electo candidato presidencial del Partido Nacional Revolucionario, hubo la suspicacia de que lo hizo "para quedar bien" con el futuro presidente; ante ello, declaró que Janitzio era la isla de un lago feo y que su esfuerzo iba dedicado a embellecerla con música, en un esfuerzo proturístico.

Por lo que toca a la semblanza de la radio en México (1925-1955), además de señalar la influencia de los medios masivos de comunicación en la opinión pública de la época, se aboca sobre todo a presentar la canción mexicana —música bravía y mariachi— como elemento de identidad entre los diferentes sectores de la población, y una crónica del 25 aniversario de la XEW y de la radio como pionera en la difusión de parámetros culturales.

Un análisis detallado de la programación de la W nos permite conocer que además de tocar aspectos deportivos, musicales, cómicos y periodísticos, a través de sus ondas hertzianas desfilaban las principales figuras de la canción mexicana, pues como reconocía Emilio Azcárraga Vidaurreta en 1943, era papel de la radio dar esparcimiento y distracción, si con ello además se reproducía una y otra vez el "sabor nacional", entonces su papel estaba más que justificado.

Así se nos recrea no sólo el edificio de la W, sino también la presencia de cantantes que crearon toda una época: Emilio Tuero, Jorge Negrete, Lucha Reyes, Gonzalo Curiel, Toña la Negra, Luis Pérez Mesa, Rosita Quintana, Francisco Gabilondo Soler, entre otros. La radio fue un importante trampolín para el éxito de muchos de ellos, además que también puso su grano de arena para la difusión de la que se llamaría música mexicana; no olvidemos que las ondas hertzianas llegaron primero que los caminos a muchos pueblos del país.9

La radio se nos presenta como un antecedente directo de la televisión (recuerdo que cuando era pequeño, mi madre hablaba sobre las radionovelas) que, además de beneficiar política y económicamente a aquellos que se han impulsado por medio de sus ondas, forjó principios y contenidos sociales y parámetros culturales de la "gran familia mexicana".

Por último, en su acercamiento al son como un género aceptado típicamente como mexicano, el autor se refiere a sus variaciones en mariachi, jarocho y huasteco. Es indudable que el primero es el que identifica plenamente a "lo mexicano", aunque se reconoce en el son a una música mestiza resultado de la mezcla de tres raíces: española, indígena y negra. Además, los sones presentan una serie de variaciones de acuerdo a la geografía en que se producen, pues en su dinámica intervienen factores económicos sociales, naturales y hasta políticos que les dan rasgos distintivos.

La combinación del nacionalismo cultural posrevolucionario y el desarrollo de los medios de comunicación masiva hicieron que fuera el mariachi el que alcanzara el rango de "embajador cultural de México"; y, sobre todo en el centro y el occidente del país, está siempre presente en las fiestas populares: serenatas, bodas, cumpleaños, día de la madre.

En fin, el papel de la escuela y de los medios de comunicación durante la primera mitad del siglo XX se nos presenta como fundamental para la difusión de las imágenes nacionales (sobre todo las figuras del charro y la china poblana, así como la música de mariachi), no sólo al interior del país sino también como elemento de exportación, pues en el extranjero mariachi es igual a charro, y éste igual a mexicano, con las connotaciones que implica. Dichas "imágenes nacionales" llegaron a ser "el modelo" a seguir, lo que durante gran parte del siglo XX implicó cierto desdeño de muchos de los valores de un país pluricultural que sólo recientemente se ha ido reconociendo diverso y heterogéneo y en el que las regiones tienen cada vez más importancia para la construcción de la nación.

 

Notas

1 Existe un Centro para el Estudio del Nacionalismo, en la Universidad Centroeuropea (Praga, República Checa).

2 Algunos estudios que permiten un acercamiento más preciso al análisis teórico del nacionalismo son: Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, FCE, 1993. De Ernest Gellner dos obras: Naciones y nacionalismos, México, CNCA/Alianza, 1991;y Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos cambios sociales, Barcelona, Gedisa, 1993. Adrián Hastings, La construcción de las nacionalidades: etnicidad, religión y nacionalismo, Madrid, Cambridge University Press, 2000. Eric Hobsbawm, The Invention of Tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983. Anthony Smith también contribuye a este pequeño listado con dos obras: Las teorías del nacionalismo, Barcelona, Península, 1976,y La identidad nacional, Madrid, Trama Editorial, 1997.

3 Por mencionar brevemente algunos libros de estos autores, tenemos: Roger Bartra, La jaula de la melancolía, México, Grijalbo, 1987. Guillermo Bonfil Batalla, México profundo. Una civilización negada, México, Grijalbo, 1994. Entre las obras de Enrique Florescano cabe mencionar: Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México, México, Nuevo Siglo Aguilar, 1997, y la obra colectiva Mitos mexicanos, México, Nuevo Siglo Aguilar, 1995. También cabe mencionar el clásico de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Madrid, Cátedra, 1995; y la aportación de la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán desde el punto de vista antropológico y sus contribuciones en el campo del indigenismo. Esto no es más que una breve relación, pues existen diversos estudios del nacionalismo y la construcción de la identidad del mexicano.

4 Un acercamiento más preciso a las ideas que el oaxaqueño tenía sobre el mestizaje puede hacerse a través de la lectura de La raza cósmica, Madrid, Imprenta Helénica, 296 pp.

5 A finales del siglo XIX y principios del XX, hubo una serie de movimientos pan-nacionales que pretendían reforzar bloques cuasi continentales: el hispanoamericanismo, el panarabismo, el pangermanismo, el paneslavismo o la Commonwealth. Si bien tenían bases culturales, la industrialización y los medios de comunicación potenciaron su desarrollo. Así, la construcción de la identidad nacional fue una constante mundial que alcanzó sus niveles más degradantes con el nacional-socialismo alemán y el fascismo italiano.

6 Es importante señalar que durante los años a los que se refiere la obra comentada (19201950), hubo un importante movimiento intelectual y cultural, en todo el continente, que consideró fundamental la participación de los pueblos indígenas en la construcción de las naciones latinoamericanas —sobre todo en países como Perú, Bolivia y México, donde la población indígena es numerosa. Una prueba de ese interés fue la fundación, en los años cuarenta, del Instituto Indigenista Interamericano, que entre otras cosas posibilitó el intercambio académico y la publicación de importantes trabajos.

7 Ricardo Pérez Montfort, Avatares del nacionalismo cultural, p.34.

8 Michael Billig, "El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional", en Revista Mexicana de Sociología, año LX, núm. 1, UNAM, México, pp. 37-57.

9 Pérez Montfort señala que la primera autorización para realizar transmisiones radiales comerciales en México se dio en 1923;en 1926 operaban 16 estaciones en el país y para 1945 el número había ascendido a 422.

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