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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.6 Ciudad de México  2001

 

Reseña

 

Tabú. Sexo, identidad y subjetividad erótica en la antropología

 

Diana Reartes* y Elena Castañeda**

 

Don Kulick y Margaret Wilson (eds.). Routledge, Londres y Nueva York, 1995.

 

* CIESAS, D.F.

** CIESAS, D.F.

 

Tabú o la vida sexual de los antropólogos, como también podría llamarse parafraseando la obra de Malinowski, puede ser considerado un ensayo transgresor al abordar la subjetividad erótica del etnógrafo en i el trabajo de campo y considerar los múltiples roles que la misma juega en la producción del conocimiento antropológico.

A partir de su propia experiencia así como de conversaciones mantenidas con otros colegas, los editores Don Kulick y Margaret Willson llegaron a la conclusión de que la subjetividad erótica de los etnógrafos podía constituirse en un dispositivo para cuestionar supuestos epistémicos, teóricos y metodológicos de nuestra disciplina tales como la validez y significado de la dicotomía nosotros-otros o las jerarquías sobre las que se construye el trabajo antropológico.

A pesar de las dificultades reconocidas por los compiladores para conseguir las contribuciones debido a la negativa a discutir públicamente acerca de la propia sexualidad como si ésta fuera algo inadecuado, el proyecto editorial pudo concretarse y el libro abarca un amplio espectro de experiencias y relaciones en lugares tan disímiles como Grecia, Indonesia, Corea, Bruselas, Tonga, Etiopía o St.Vicent.

Es importante señalar que al tener en cuenta que lo sexual en una cultura presenta tal variabilidad no sólo a su interior sino entre los diferentes grupos que la conforman y aún entre los sujetos, los editores no impusieron una definición de sexualidad o sexo a los autores, por lo que los diferentes capítulos cubren una amplitud de temas y aspectos de la subjetividad erótica y la sexualidad, abarcando relaciones heterosexuales como homosexuales así como encuentros atravesados por lo placentero y otros en los que prevalece el peligro, la violencia y la represión.

Los autores de los artículos —en su mayoría mujeres— que conforman el texto demuestran cómo las experiencias sexuales del antropólogo pueden constituir un punto de vista ventajoso desde el cual reflexionar acerca de un conjunto de premisas centrales de la disciplina, tales como la naturaleza del trabajo de campo,el papel de la subjetividad en la comprensión reflexiva y la validación y el significado de la dicotomía yo-el otro.

Posiblemente las preguntas centrales que animan la obra sean: ¿por qué los antropólogos evitaron las relaciones románticas y sexuales en el campo?, o si las tuvieron, ¿por qué las ocultaron, no hablaron o escribieron acerca de ellas?, ¿es ético mantener vínculos erótico-sexuales con nuestros informantes? Las preguntas aluden a una especie de regla no escrita y no cuestionada que expresa la prohibición de no involucrarse sexualmente con los miembros de la comunidad que se estudia, ya que esto es considerado impropio y éticamente incorrecto.

Si la antropología desde sus inicios tuvo como preocupación la sexualidad de los nativos, interesándose por estudiar las relaciones de parentesco, la promiscuidad, el incesto o la monogamia, ¿por qué olvidó o negó la sexualidad de los propios antropólogos? En la introducción, Don Kulick considera que la principal razón de esta reticencia ha sido la forma en que la antropología fue constituida como ciencia objetiva dedicada al análisis de las costumbres de los otros, por lo que la biografía y la posición del investigador no se constituyeron en objeto de reflexión. De ahí que podamos decir que el conjunto de los artículos de Tabú posibilita el cuestionamiento de algunos mitos de la disciplina antropológica como el de la objetividad, la imparcialidad o la neutralidad, a partir del reconocimiento de las condiciones históricas, culturales y políticas que posibilitan, en primer lugar, el encuentro con el otro y en segundo lugar, estructuran y limitan la interacción.

Reflexionar sobre el deseo sexual en el campo puede hacer tambalear la relación investigador-investigado al borrar la línea entre rol profesional y rol personal así como las bases y la producción del conocimiento antropológico y, lo que es más importante, evidenciando su parcialidad al dar cuenta de cómo todo conocimiento antropológico se encuentra posicionado también genérica y sexualmente.

En este sentido, para varios autores el silencio disciplinar acerca del deseo en el campo es una forma en que los antropólogos pueden eludir asuntos tales como la jerarquía, la explotación y el racismo. Para otros, en cambio, el vínculo erótico-sexual entre antropólogo y nativo, en ocasiones, no disuelve la diferencia y contrariamente, ilumina las desigualdades en términos de raza, estatus socioeconómico, educación y posición en la jerarquía social.

El silencio acerca de la subjetividad erótica de los antropólogos también ayudó a ocultar o disimular las condiciones colonialistas que hicieron posible la continuidad del discurso unidireccional acerca de la sexualidad del otro, manteniendo el comportamiento sexual de los nativos como el punto irreconciliable de diferencia entre nosotros y ellos.

El predominio en la antropología del énfasis en la distancia y las diferencias que nos distinguen de los sujetos a los que estudiamos tanto como la negación del involucramiento con los mismos, lleva implícito su estatus subordinado y la perpetuación de un discurso colonialista.

Las condiciones históricas, políticas y económicas que han y continúan posibilitando que los antropólogos realicen trabajo de campo en determinados países y comunidades y con ciertos grupos humanos, son el resultado de historias de colonización y explotación por lo que este hecho no puede ser eludido cuando se analizan las relaciones eróticas entre antropólogos e informantes.

Otra de las razones de la ausencia de una reflexión sobre las experiencias eróticas de los antropólogos fue el desdén que la disciplina ejerció hacia las narrativas personales, y otra no menos importante es la fuerza de la presencia de la dicotomía intelecto / emoción, que supuestamente distingue a la ciencia de otras formas de conocimiento y que permanece en la base de la epistemología antropológica.

Desde esta perspectiva, las emociones son secundarias en la construcción teórica. Sin embargo, como es señalado por Gearing (p. 211), en el trabajo de campo como en toda nuestra vida, las sensaciones, las emociones y el intelecto operan simultáneamente en la estructuración e interpretación de nuestra experiencia de mundo, por lo que es indispensable transformar el modelo de observador participante desapasionado en un actor comprometido emocionalmente con los sujetos con los que trabaja.

Los ocho capítulos que conforman el libro —cada uno fue escrito por un autor diferente—, pueden agruparse a partir de la reflexión que estos antropólogos realizaron sobre su propia experiencia. Así, los trabajos de Killick (capítulo 3) y Altork (capítulo 4) exploran el poder estructural que el imaginario sexualizado de los antropólogos implícitamente otorga a las nociones de campo y etnógrafo. Ambos autores, al escribir acerca del "sexo en campo", literalmente refieren a la relación de la sexualidad en el campo, no obstante, cada uno asume una posición distinta. Killick —varón heterosexual— problematiza la ampliamente aceptada construcción de un sujeto masculino, heterosexual, que tiene la posición de control, respecto de la representación del campo como femenino. Altork —mujer heterosexual— se representa el campo como andrógino, y reflexiona sobre la necesidad de cambiar la relación y los roles de género, permitiendo así la posibilidad de realizar una práctica de campo más "sensual" y "sensorial". Mientras que para Altork se trata de permitir que la experiencia del campo penetre en el antropólogo, la propuesta de Killick refiere a la penetración del antropólogo en el campo. El posicionamiento de estos autores tanto "del" como "dentro" del campo tiene dos niveles: uno personal y otro metafórico, que se influencian mutuamente. Tales posiciones indudablemente conducen a reflexionar acerca del papel que juegan las imágenes metafóricas en el mantenimiento de las relaciones jerárquicas entre la empresa antropológica y el mundo del cual derivan su saber, así como la manera en que estas imágenes influyen el tipo de información que los etnógrafos consideran de valor en términos de interés antropológico.

Blackwood y Bolton, ambos de orientación homosexual, imaginan el campo desde perspectivas distintas. La perspectiva de Blackwood (capítulo 2), es la de un campo que excluye o incluye su identidad lesbiana; en tanto se siente marginada del mundo heterosexual en general, no acepta las divisiones metafóricas de una antropología heterosexualmente estructurada. Para Bolton (capítulo 5), en cambio, el campo es un campo gay que imagina interactivo consigo como etnógrafo, lo que no obsta para que discuta si es ético utilizar los encuentros sexuales privados como información antropológica. Ambas posiciones redundarán, indudablemente, en el tipo de información que cada uno como etnógrafo recoge y el tipo de análisis que produce a partir de ésta. Estas diferentes perspectivas ilustran la razón por la que la etnografía no puede ser definitiva, pues cada texto corresponde a la perspectiva de un antropólogo, en una espacio específico, en un momento particular del tiempo y en su singularidad. Los trabajos de Altork, Blackwood, Bolton y Killick revelan explícitamente que, mientras que los conceptos y relaciones entre el campo y el etnógrafo usualmente tienen una expresión metafórica permeada por el género masculino o femenino, la apreciación del campo como un campo sexualizado supone una complejidad mayor, con muchas más aristas.

Los autores del otro conjunto de trabajos, reflexionan en torno a la manera como el campo y la gente que lo habita los afectó como sujetos sexuales, de ahí que se ven obligados a confrontar temas no incluidos en los discursos antropológicos en torno al trabajo de campo. Estos temas se relacionan con la posición sexual del etnógrafo dentro del campo más que la sexualización del campo en sí misma. El tema central del trabajo de Dubisch (capítulo 1) son "sus reacciones a ser una mujer extranjera en Grecia", lo que la lleva a reflexionar acerca de la antropóloga en dos posibles vertientes: como actor sexual y como objeto sexual en ese contexto; un aspecto importante de este trabajo es el delicado balance resultante de la relación entre "el que sabe" y "el que es investigado". A partir de una sorpresiva visita que uno de sus informates le hiciera, Dubisch reconoce la sutil jerarquía que se había establecido entre ellos.

Gearing (capítulo 7) da cuenta de la violencia sexual presente en las relaciones heterosexuales en St.Vicent y analiza las implicaciones de su matrimonio con su principal informante en el curso de su trabajo de campo. Explora, también, cómo estos aspectos influyeron la información relevada en su trabajo sobre el género y la sexualidad. Su deseo es que las revelaciones que hace en torno a esta experiencia ayuden a iluminar las estructuras patriarcales que operan tanto en la vida profesional de las antropólogas como en los lugares en donde hacen su trabajo. El trabajo de Morton (capítulo 6) pone el énfasis en la manera en que ella, como sujeto sexualizado, tenía que negociar continuamente su posición: como antropóloga, como madre, como esposa y como mujer extranjera deseable, en Tonga. Moreno, por su parte, describe cómo fue violada a mano armada en Etiopía, por quien era su asistente de campo (capítulo 8).

Para Morton, Gearing y Dubisch, en sus encuentros en el campo prevalecía el estereotipo de la mujer occidental como deseable y promiscua; que esto sea así, está en estrecha relación con el hecho de que las mujeres que no pertenecen al grupo no pueden ser controladas por las normas de la sociedad dominante y por lo tanto, son clasificadas como "fáciles" porque son verdaderamente independientes, y porque no son controladas por el orden social masculino. En una cultura diferente a la propia una mujer puede moverse fuera de sus reglas, puede usar su situación marginal como una vía de rechazo a los estándares culturales; se encuentra en posición de elegir qué normas quiere satisfacer y cuáles ignorar, dependiendo de cuán "respetable" o "desviadada" de la sociedad mayor quiere estar. Es lo que Morton relata de su experiencia en Tonga.

La violencia, tanto física como emocional, es un aspecto relevante de la experiencia de campo de Gearing, Morton y Moreno; sus trabajos ponen de manifiesto la existencia del acoso e incluso la agresión sexual en el campo, aspectos que nunca aparecen mencionados en los manuales de campo, incluso en los publicados más recientemente. Mientras que dentro de la comunidad antropológica sí se discute el acoso sexual en ámbitos académicos, la violencia sexual en el campo es un tópico tabú, aún más que el propio sexo.

En los encuentros y relaciones que el antropólogo establece en el campo, no actúa como un agente aislado; tales relaciones involucran por lo menos dos puntos de vista: el del etnógrafo y el de los sujetos que habitan el área de investigación. Esta percepción dual afecta la manera en que el antropólogo trata o se ve forzado a negociar la reconstrucción de su género y su sexualidad. Estas imágenes, a su vez, son resultado del tipo de interacciones que han tenido lugar previamente entre los lugareños y los que llegan.

Tabú constituye, sin lugar a dudas, una propuesta ética y política en la que los investigadores, asumiéndose como "sujetos ubicados", reflexionan sobre su papel y relación con los actores sociales, resaltando la dimensión dialógica de la experiencia etnográfica. Sus reflexiones evocan los planteamientos de autores como Rosaldo (1991) o Clifford (1995), quienes distanciándose y asumiendo una posición crítica respecto de la composición etnográfica clásica, postulan la redefinición de las modalidades en que la práctica del trabajo de campo queda plasmada en las monografías etnográficas, rescatando el lugar del investigador y su propia experiencia. En contra de la figura del etnógrafo-observador distanciado de sus observados, cuya indiferencia proporcionó a los antropólogos una apariencia de inocencia, invisibilidad y complicidad con el imperialismo de los países centrales, Rosaldo, entre otros, aboga por un etnógrafo "culturalmente visible" en las escrituras etnográficas que evidencien su posición dentro de la interacción social.

Dos son los motivos por los que pensamos que reseñar Tabú valía la pena a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación: el primero es la escasa circulación que ha tenido la obra en la comunidad antropológica mexicana; el segundo, el auge en los últimos años de los estudios sobre sexualidad generados desde las distintas disciplinas sociales. Su lectura es por ello relevante no sólo para los antropólogos, sino para todos aquellos que desarrollan trabajo de campo.

Si la reflexión acerca de cómo el género afecta tanto el establecimiento de las relaciones sociales con los informantes así como la producción misma de los datos posibilitó un fructífero debate respecto del sexismo imperante en la sociología como en la antropología, esperamos que el desenmascaramiento de la sexualidad de los antropólogos en el campo tenga un efecto similar y anime a los colegas a escribir y discutir sobre ello.

 

Bibliografía

Clifford, James, 1995, Dilemas de la cultura, Gedisa, Barcelona.         [ Links ]

Rosaldo, Renato, 1991, Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Grijalbo, México.         [ Links ]

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