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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.6 Ciudad de México  2001

 

Reseña

 

Ser hombre de verdad en la Ciudad de México. Ni macho ni mandilón

 

Anna M. Fernández Poncela*

 

Matthew Gutmann. México, Colegio de México, 2000.

 

*Docente e investigadora del Departamento de Política y Cultura de la UAM-Xochimilco.

 

...la noción que apuesta por una identidad masculina mexicana uniforme y eterna carece totalmente de mérito. Lo que se necesita es un análisis revisionista que haga hincapié en la complicidad de la antropología en la creación de estereotipos como el del macho mexicano. Dar por cierta una forma de masculinidad mexicana o latinoamericana ubicua significa básicamente recurrir al arcaico marco de los rasgos de carácter nacional (p. 353).

 

Es alentadora la aparición de obras, en los últimos tiempos, con aire fresco y que invitan a la reflexión, sobrepasan la heterodoxia del discurso y creencias, incluso de los dictados de estudios anteriores. La hipótesis del pesimismo milenarista sucumbe y la imaginación a la hora de la investigación de Feyerabend encuentra adeptos.

A los textos de Helen Fisher, El primer sexo,y James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, ha seguido el de Matthew C.Gutmann, Ser hombre de verdad en la Ciudad de México. Ni macho ni mandilón. Así, a mi interés y trabajos en torno a las relaciones de género y a los que versan sobre cultura popular, ha proseguido este libro que aúna ambos aspectos, creo yo de manera magistral, y que de cierta manera contiene algunas de las directrices teóricas que guían las obras antes mencionadas pero aterrizándolas más en la práctica, además de aplicarlas a un contexto cercano a mí: la sociedad mexicana, años noventa, y en la colonia de al lado.

Recordé, por ejemplo, cómo un profesor de la Universidad de Barcelona, en sus clases de historia, repite de vez en cuando a su alumnado: "todavía existen las clases sociales". Rememoré cómo los centroamericanos de varios países insisten en presentarse como potentes sexualmente y generosos procreadores de hijos. Evoqué cómo las primeras palabras de algunos mexicanos, tras percatarse de mi calidad de extranjera, era el vanagloriarse que "el machismo lo inventamos los mexicanos", antes o después de los chistes contra gallegos. Y nunca olvidaré la vez que me perdí en Santo Domingo en un pesero y que me ofreció la oportunidad de presenciar una situación —una niña cantaba a su padre una canción en donde se maltrataba a la mujer merecidamente porque era mala— que inspiró mi libro ¡"Pero vas a estar muy triste y así te vas a quedar"! Construcción de género en la canción popular mexicana, de próxima aparición.

Sin embargo, más allá de lo entrañable en lo afectivo, la terminología de mi juventud marxista, el empleo de la conceptualización gramsciana, y sobre todo, ese ir contracorriente, romper viejos mitos, enterrar desacertados estereotipos, abrir espacios, traer aire fresco, limpiar de telarañas los análisis sociales y desempolvar contradicciones reales, están los materiales que Gutmann nos ofrece para probar sus resultados. La información y datos, los testimonios y explicaciones en boca de los propios protagonistas, sumado esto a sus disquisiciones teóricas e interpretaciones empíricas, de gran riqueza, agudeza y profundidad, son una excelente combinación.

Señala en su introducción: "Por lo menos, llegué finalmente a la conclusión de que muchas de las imágenes que los antropólogos han ido creando sobre los hombres mexicanos de la clase trabajadora están equivocadas y son dañinas. Por ejemplo, mientras que el 'hombre mexicano típico' era representado a menudo como un macho mujeriego y bebedor, esa imagen pasaba por alto, en gran medida, las actividades relacionadas con la paternidad en la vida de millones de hombres mexicanos. Resultaba obvio que era necesario hacer un nuevo análisis de la masculinidad y la modernidad en México" (p. 21). Y es que como señala ya en su último capítulo, "como actores sociales, los hombres y las mujeres tienen que lidiar con libretos y escenarios que no escogieron. Sin embargo, lo que hacen creativamente dentro de estas restricciones sociales y culturales, así como la originalidad con que representan sus papeles, no es algo predestinado. Hay espacio para maniobrar y este mismo espacio es el que ha ocupado sobre todo nuestra atención en este estudio: los padres alcohólicos que mecen a los bebés para que se duerman; las madres que les pegan a sus hijos; los niños que compiten con sus hermanas para ir por las tortillas; los hombres jóvenes que se drogan con cemento y procrean niños a los que nunca conocerán, y las madres y los padres que están decididos a no educar a sus hijos para ser machos mexicanos" (p. 349).

Como señala, siguiendo a Marx, las identidades son abstracciones pero determinadas históricamente, y como él mismo añade más adelante, no sólo la cultura crea hombres y mujeres, sino que éstos a su vez crean a la primera. Por ello, parte de la intención de romper imágenes creadas, identidades asignadas para adentrarse en "qué significa ser hombre para los hombres y mujeres que viven en la colonia popular Santo Domingo de la Ciudad de México", puntualiza desde la primera frase del primer capítulo. Entiende la identidad masculina como lo que los hombres dicen y hacen para ser hombres, teniendo en cuenta también las perspectivas femeninas sobre el asunto, cuestión ésta muy importante.

Para ello se vale de concepciones tales como la creatividad y capacidad del cambio, el pluralismo de convicciones contradictorias y la diversidad intra-cultural. Y de conceptos claves en su obra: la conciencia contradictoria gramsciana entre el entendimiento, identidades y prácticas populares transformadoras y las dominantes, producto de la reproducción de la conciencia heredada. Unas y otras, es obvio que conviven, pero la identidad de género es un producto y manifestación de culturas en movimiento, de un proceso, por eso es cambiante. Y es que la brisa del cambio, cuando no la tempestad del mismo nunca dejan de sonar o rugir a lo largo de las páginas de este libro. Cambio en el enfoque, novedad en el estudio, diversidad en las teorías, y transformación en la aplicación de las técnicas de investigación, incluso en la presentación del redactado final y el estilo del lenguaje empleado en el mismo.

Queda claro que el machismo y el macho, su significado estereotipado, es un lastre cultural y social del cual no se puede fácilmente uno desprender, en todo caso se ha de depositar en alguien, como los protagonistas de su estudio hacen: los sectores populares, los habitantes del campo, las generaciones anteriores. Eso sí, los que se toman en serio responder las preguntas sobre el tema, nunca son así. Los que no, se autoidentifican sin problemas, porque no van a romperle la imagen al gringo... Tal vez los hombres no son tan cariñosos con sus hijos ni tan cercanos a las tareas domésticas como algunos expresaron, pero como señala Gutmann, no hay engaños: "En lo referente a los quehaceres domésticos realizados por los hombres de Santo Domingo, en mis intentos por distinguir entre dichos y hechos, me enfrenté a menudo no sólo con el problema más directo de que los hombres no hacían todo lo que decían, sino con la enigmática cuestión de por qué los hombres (y con frecuencia las mujeres) procuraban convencerme de que ellos participaban más en las tareas que solían considerarse como femeninas, es decir, resultaba significativo analizar las palabras de mis amigos y no sólo tomarlas como contrapunto de sus acciones, pues incluso los hombres de Santo Domingo que participan relativamente poco en los asuntos domésticos, con frecuencia hacen comentarios acerca de lo mucho que están cambiando las cosas en cuanto a los quehaceres del hogar. Quizá porque le estaban explicando la situación a un estadounidense, muchos hombres describían los cambios en términos de "así solían ser las cosas en México para los hombres". Sus palabras dejaban claro que vivir en la ciudad de México en la actualidad significa participar, en mayor o menor grado, y de buena gana o no, en los debates contemporáneos sobre temas que llevan implícitamente significados de género, como el quehacer doméstico" (p. 224).

En todo caso, la sinceridad del autor es inusual, y bien merece un aplauso: "En ocasiones, quizá, se comportaron como creían que un antropólogo esperaría que lo hicieran", confiesa en una ocasión, porque ya está bien de dictar cátedra desde la ficticia posición elevada de la sapiencia académica objetiva y distante. También tiene la franqueza al mostrar su desagrado provocado por algunas situaciones donde se vio directamente involucrado, como cuando unos borrachos se instalaron una madrugada frente a su departamento, o cuando le presentaron a un grupo de hombres "machos" y ante sus comentarios que denigraban a las mujeres.

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Otra cuestión loable es que cuando la realidad no se transforma, por lo menos hay que tener la perspicacia de profundizar más en las explicaciones existentes al respecto a veces tan simplistas, esencialistas y planas. "El incremento de la violencia doméstica de Santo Domingo no indica que los hombres hispanohablantes, en todo tiempo y lugar, tengan ciertas prácticas culturales que están muy arraigadas, sino más bien que en la actualidad las relaciones de género han experimentado un desarraigo cultural mediante un proceso sumamente conflictivo. Para muchos hombres ha sido muy difícil asimilar la independencia de las mujeres y algunos intentan evitar asumir la responsabilidad de sus acciones violentas culpando de sus arranques al 'sistema machista mexicano'" (p. 312). Aunque el autor no lo menciona: para eso sirven los estereotipos, justifican y legitiman socialmente, en este caso las acciones de los hombres particulares contra las mujeres.

Otras cuestiones acertadas son el entretejimiento del yo como narrador en primera persona, que si bien le reduce la apariencia de objetividad y demuestra cierta tendencia a la subjetividad a través del propio involucramiento, por otra parte, le genera mayor veracidad y realismo a sus exposiciones.

Gutmann deja claro al respecto: "Así, mi estilo de entrevistar era más el de una conversación informal que el de una inquisición. No sólo planteaba preguntas, sino que daba mi opinión" (p. 63), justifica el autor desde las primeras páginas. Y con gusto se permite el lujo de llevar y traer anécdotas de su vivencia en México, en distintos ámbitos y con diferentes sectores, todas ellas de contrapunto para profundizar su objeto de estudio: ser hombres en Santo Domingo. Como el académico del cóctel en San Jerónimo que llevó a tantas interpretaciones de clase, la foto de José Enríquez en el Centro Histórico que tantos comentarios disímiles y contradictorios produjo, etcétera. Eso sí, a veces la utilización de la ingenuidad gringa —me dijo, me contó— a la que él alude específicamente en una ocasión como estrategia de acercamiento y conocimiento del otro. Es el caso de cuando ve junto a unos amigos pasar un coche de boda, y bromean sobre el tema, puede ser un arma de doble filo, pues sus informantes le siguen el juego, y bien pudiera ser que, en más de una ocasión dijeran lo que él quería oír, o lo que ellos consideraban que debían de decir. Pero en esto el antropólogo es consciente, es difícil evitar tales situaciones tan comunes en el ejercicio de investigación.

Lo que también es indudable, es que "mi presencia en Santo Domingo afectó, sin duda alguna, el modo en que algunos de mis amigos se sentían y se comportaban en relación con su función de hombres en la práctica de ser padres y en el trabajo doméstico, y quizás provoqué que se plantearan nuevas preguntas sobre la masculinidad en general. Yo también he quedado 'manchado' por mi investigación en la colonia, en el sentido de que mi propia comprensión de género, sexualidad y ser padre ha sido alterada por las percepciones e ilusiones de mucha gente en Santo Domingo" (p. 350), en ese viaje de ida y vuelta hacia el otro que es la antropología, o que debe ser, a modo de un juego de espejos, donde las descripciones densas y los guiños de Geertz se abren paso.

Machismo lo es todo y no es nada, como queda claro en estas páginas, es un fantasma que recorre el mundo: es tarjeta de presentación para algunos, autojustificación para otros, es broma en ocasiones, en otras reivindicación de identidad, pero en todo caso, si todavía se usa como concepto y se pronuncia como palabra, por alguna cosa será. Lo que hay que buscar y es la tarea principal tras leer esta magnífica obra es: cuál es su funcionalidad social actual, pues ya sabemos en antropología que lo que a veces juzgamos a la ligera de arcaísmos se refuncionalizan y están vivos en el discurso o en la práctica con algún objetivo concreto. Como señala el autor de este libro: "Los estereotipos sobre el machismo constituyen los ingredientes críticos en el capital simbólico empleado por los mexicanos comunes y corrientes. Aun habiendo sido denigrado verbalmente por muchos, el machismo es considerado en México como una parte constitutiva del patrimonio nacional" (p. 57).

Personalmente yo me quedé con la pregunta, si la liberación de la mujer fue fruto de la licuadora, como afirma doña Angela, qué instrumento o hecho ha sido el que ha fraguado la liberación del hombre o el cambio que al parecer este sector social está dando en nuestros días. Y quizás la respuesta está en el libro cuando se afirma que las mujeres han sido las iniciadoras y catalizadoras del cambio —su ingreso al trabajo extradoméstico, la elevación de sus niveles educativos, la reducción de su natalidad, el movimiento feminista y los movimientos populares, y por qué no decirlo, la ruptura de mitos opresores, "hombre macho" y "mujer abnegada" —a lo cual colabora magníficamente esta obra.

En la sociedad, la población, los hombres y las mujeres cambian en la práctica a un ritmo algo más rápido que la cultura, las costumbres sociales, los roles y estereotipos de ser hombre y ser mujer que han quedado grabados en la cinematografía mexicana de la época dorada, por poner un claro ejemplo, y por supuesto de relacionarse entre ellos, esto no hay que olvidarlo. Como también conviene percatarse que el discurso de la gente sí parece estar a la altura de las circunstancias y se adapta rápidamente a las exigencias del guión en cada situación dada, como se comprueba en estas páginas.

Y con la anécdota del payaso en la fiesta de Nezahualcóyotl que Gutmann utilizó para finalizar su encuesta "¿Quién manda en casa?", se puede concluir: ".el hecho mismo de que el poder y el control asociados al género constituyan motivo de bromas y pleitos y sean, además, una materia legítima para hacer conjeturas, atestigua los cambios que, creo yo, han ocurrido y están por suceder en muchos hogares mexicanos" (p. 249).

El autor y la obra resumen su mensaje: "En la colonia popular de Santo Domingo, en la ciudad de México, no está claro qué es lo que puede significar ser macho ni lo que los hombres pueden hacer en el futuro. Hoy lo que se sabe y resulta más significativo culturalmente es que, en ese lugar, las identidades y relaciones de género se caracterizan por la inconsistencia, así como por la arrogancia, el idealismo, la manipulación, la discriminación, el oportunismo y siempre, siempre, por generosas dosis de sentido del humor. Las identidades masculinas en México están profundamente marcadas, no sólo por el nacionalismo, sino por la clase, la etnicidad, la generación y otros factores. Los machos mexicanos no están muertos, como no lo están sus contrapartes estadounidenses o rusos; sin embargo, se ha comprobado que cualquier afirmación que manifieste que la naturaleza de la masculinidad mexicana es uniforme, es decir, que existe un macho mexicano ubicuo, está equivocada" (p. 371).

La presente reseña viene titulada como el libro, con ánimos de claridad descriptiva en torno al contenido de la misma, sin embargo, bien hubiera podido titularse en tono más informal y jocoso: "¿Pos si no somos machos qué somos". Un gringo creando problemas de identidad a los mexicanos.

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