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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.5 Ciudad de México  2000

 

Reseñas

 

Carlos Vélez Ibáñez. Visiones de frontera. Las culturas mexicanas del suroeste de Estados Unidos

 

Mariángela Rodríguez

 

México, Miguel Ángel Porrúa-CIESAS-SEGOB,1999

 

 

Investigadora del CIESAS.

 

El libro de Carlos Vélez Ibáñez, Visiones de frontera, constituye la aproximación más total y completa que se ha escrito en cuanto a estudios sobre la población mexicana en Estados Unidos. Aborda el problema como un hecho social total de acuerdo a la propuesta de Marcel Mauss; desde la época prehispánica hasta la actualidad. Se remonta al análisis de las raíces culturales a partir del material arqueológico y desde ahí recrea su propia reflexión sobre la estrecha relación existente entre las culturas mesoamericanas, el norte de México y el sudoeste de los Estados Unidos. Analiza las rutas de comercio con una perspectiva procesual histórica y de estructura. Esta visión le permite dar inicio a la deconstrucción de la frontera política entre México y Estados Unidos.

Dicho proceso sólo es posible desde la dimensión cultural y esto precisamente, es lo que hace el autor. Este intercambio entre culturas queda demostrado a partir de los restos arqueológicos, del juego de pelota con las elaboraciones propias, de los hohokam por ejemplo; del culto compartido de Tezcatlipoca, hecho que demuestra que el Gran Sudoeste norteamericano constituyó parte de todo, que conformó un complejo sistema de intercambio; comercio y redistribución que tuvieron su expresión simbólica y cultural. En este caso particular, actúa como arqueólogo haciendo estratigrafía, proceso del cual emerge una visión inquietante y nueva sobre la población mexicana de Estados Unidos. En relación con estos grupos étnicos demuestra que se encontraban con un alto desarrollo tecnológico a la llegada de los españoles, hecho que se evidencia con la existencia de los vestigios de infraestructura hidráulica y, en consecuencia, un importante desarrollo de la producción agrícola. Esta visión es contraria a las ofrecidas por los cronistas del siglo XVI sobre la zona, a partir de las cuales se creó el mito del Gran Sudoeste de Estados Unidos como una región vacía.

Desde el comienzo, el autor nos advierte que utilizará la etnobiografía como puesta de entrada a sus reflexiones. Para él, la emoción y el análisis son dos dimensiones que se juntan, hecho poco usual en las ciencias sociales que claman por la objetividad y la imparcialidad como criterios "científicos" con una muy clara resonancia positivista (sobre este punto volveré más adelante).

Se distancia también del llamado "presente etnográfico", que ofrece visiones congeladas y desvitalizadas de la cultura, que sólo muestran el esqueleto social, es el caso de las visiones estadísticas.

Otro mito importante que desmonta es el de la españolidad de Nuevo México y California, estereotipo racista creado a partir de las alianzas establecidas por los nuevos pobladores anglos en busca de legitimidad, con las antiguas elites españolas de estos estados. A este primer estereotipo, se sigue de "mexican", así con todo su contenido peyorativo. Este hecho se instaura desde los primeros años de la guerra México-Estados Unidos y que continúa hasta la actualidad. Aparecen en escena entonces, los llamados por Carlos Vélez "héroes culturales" en una clara impugnación a la caracterización propuesta por Eric Hosbawm que los nombra bandidos sociales o rebeldes primitivos.

Cuando el autor recupera todas estas luchas para el análisis, su mirada se detiene en el papel que las mujeres han desempeñado, dimensión que incorpora permanentemente en el análisis.

Esto implica para el autor una visión feminista, no en el sentido de una mirada desde el lugar de las mujeres, sino con una capacidad para entretejer la emoción y el análisis "objetivo" en una adecuada tensión. Desde este lugar reflexiona sobre la gran densidad de las relaciones de la familia extendida de los mexicoamericanos, verdadero reservorio de conocimientos sobre el intercambio recíproco, y la confianza como importantes valores de la comunidad, estas penetrantes observaciones son preocupaciones de muy larga data del autor.

Por otra parte, analiza con datos estadísticos lo que él llama poéticamente la "distribución de la tristeza", pandillas, crimen, enfermedad mental y física, la sobre participación en la guerra...

Una de las cosas más interesantes que hace Carlos Vélez al analizar las luchas por espacio y lugar de los mexicanos en Estados Unidos, es la de tomar en cuenta las bases culturales de toda lucha política. En este sentido las sociedades mutualistas de la clase trabajadora constituyen un cemento cultural muy importante; observa en paralelo, el substrato libertario que está en la base de la cultura de los México americanos; hecho que permite comprender el surgimiento del movimiento chicano, la lucha de los obreros agrícolas liderada por César Chávez y Dolores Huerta y hasta la presencia de anarcosindicalismo de los Flores Magón.

Me quiero detener aquí a analizar cómo a partir de la etnobiografía como método, cuenta su propia experiencia y la forma como lo impactó el movimiento chicano. Esta oportunidad fue la ocasión no sólo para reflexionar sobre el poder en general sino sobre la propia internalización de la estructura patriarcal machista, y el sufrimiento que implicó la deconstrucción de tales estructuras. De aquí emerge de él no sólo una nueva visión de la frontera, sino también la necesidad de romper las propias fronteras.

Siendo congruente con lo que él mismo plantea, las visiones de la frontera sólo pueden ser múltiples, desde distintos lugares y espacios, polifónicas y holográficas; éstas hablan desde el material arqueológico, desde el personaje de una novela, o desde los miembros de la clase obrera de los campos o ciudades. Con esta perspectiva de análisis los márgenes se transforman en centrales tales como lo entendió Stuart Hall; esta mirada lo lleva a conclusiones muy interesantes como por ejemplo, la necesidad que tiene la hegemonía anglo de fijar límites, su obsesión por lo fijo e inmóvil; los sectores populares fluyen y este fluir se expresa en procesos culturales polisémicos, de lucha y de creación cultural; flujo cercano a lo que Pierre Bourdieu llamó "lugares de la indeterminación" en los que cobran nuevos significados el tiempo y el espacio. Ésta es la visión del autor frente a la literatura y los murales, en los que es muy clara la búsqueda del tiempo y el espacio mítico. Con enorme maestría aplica el análisis interpretativo, el de la descripción densa, propuesto por Clifford Geertz a estos textos literarios y pictóricos y el resultado es un novedoso experimento de análisis cultural, al que le añade formas muy contemporáneas del análisis literario como son la propuesta de Bajtin en cuanto lo grotesco en la cultura popular, el humor y la ironía con la que el mismo Vélez Ibáñez lee la obra de Richard Rodríguez, la recuperación de la polifonía y las nuevas significaciones de tiempo y espacio propuestas por los teóricos de la posmodernidad. Esta es la misma lucha del autor en el ámbito académico, en el que busca disputar un lugar a la hegemonía anglo, para la reflexión sobre la importante presencia de la cultura mexicana en Estados Unidos, en proceso permanente por la recuperación de su tiempo y lugar cultural.

Pero este continuo luchar no se queda aquí. Los chicanos ven todavía con enorme estupor; el racismo y la visión de clase de algunos intelectuales mexicanos. Uno de ellos tan importante como Octavio Paz que en El laberinto de la soledad nos dice: ".. .el pachuco es un clan impasible y siniestro que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar. Esta actitud sádica se alía a un intento de auto humillación busca atraer la persecución y el escándalo. Podría creerse que escribía uno de los agentes de policía de Los Ángeles."

Otra perlita de éstas donde veo con tristeza cómo se filtran las visiones de clase y ese racismo soterrado que caracteriza a la "cultura culta" mexicana son las palabras de Guillermo Sheridan, quien escribe en Letras Libres de noviembre pasado lo siguiente: "Los chicanos y sus proveedores mexicanos se apartan de la plural cultura original, y con la excusa de expandirla, la mutilan en un neonacionalismo de caricatura sobrepoblado de coatlicues; ambos aprovechan esta TLC/NAFTA ideológico y sentimental que vacía en el mismo perol peyote aztlonista, zempasuchil milenarista pachulí antiprogresista rosas guadalupanas y epazote marquista." Lo anterior produce vergüenza ajena. No sólo se van de este país por falta de oportunidades nuestros campesinos; los asesinan en la frontera o, si la libran y si bien les va, se establecen en Estados Unidos y gracias a ellos el país no se hunde; las remesas sostienen y han amortiguado desde siempre la crisis permanente en la que nos coloca "la acumulación primitiva permanente" de la que hablaba Roger Bartra. Además les exigimos que hablen español perfecto; porque cuidado y se equivocan, les caemos encima y les endilgamos el ser pochos.

Tampoco se les ocurra desarrollar una estética propia llena de vitalidad y finalmente de amor a México porque no hay perdón posible. Les cae la lápida de la estética clasista que se horroriza ante lo naco. Pido que se haga una reflexión autocrítica y pasemos por el tamiz de la inteligencia y de la sensibilidad de fenómeno cultural de gran envergadura, de los mexicanos de Estados Unidos y respetemos su defensa por su propia ciudadanía étnico cultural que muestra además su enorme voluntad de vivir y sobrevivir.

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