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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.5 Ciudad de México  2000

 

Reseñas

 

Leticia Reina (coord.). La reindianización de América Latina. Siglo XIX

 

Romana Falcón

 

México, Siglo XXI Editores-CIESAS, 1997

 

El Colegio de México.

 

Por la calidad de los estudios de caso y la importancia del tema indígena en la América Latina del día de hoy, el volumen de artículos compilados por Leticia Reina constituye una notable aportación. Con ello, esta autora hace una suma considerable a sus ya clásicos estudios sobre la historia indígena y campesina mexicana.

Los capítulos de este libro, además de estar rigurosamente basados en archivos y material primario, contienen reflexiones metodológicas así como ciertas discusiones en torno a conceptos interpretativos. El lector puede encontrar aquí tanto ideas inteligentes y aventuradas como propuestas de investigación que abren caminos para reflexionar y comprender el pasado y el presente.

Un hilo conductor une a esta obra, lo cual le da una congruencia que no siempre se logra en las compilaciones de congresos y seminarios. Dicha unidad estriba en explorar las múltiples formas en que participaron las comunidades indígenas en la conformación de los Estados nacionales. Con ello, se adentra en uno de los procesos de larga duración y de mayor relevancia en el nacimiento y desarrollo de varios países latinoamericanos. En efecto, al cortar las amarras con España y Portugal, la llamada "cuestión indígena" constituía uno de los problemas medulares que tendrían que aclarar la identidad de sus habitantes y para resolver las diversas identidades como nación.

Al lograrse la separación formal de las metrópolis del viejo mundo, existía una herencia aún muy viva de las antiguas civilizaciones prehispánicas en la forma de ver el mundo, de relacionarse en sociedad, y de concebir y construir un futuro deseable. Sin embargo, y a pesar de la amplia participación que tuvieron los indígenas en algunos procesos de independencia, los proyectos de nación que se propusieron nunca pusieron en duda la prominencia de la civilización occidental por encima de las culturas precolombinas. Poco espacio se dejó a la posibilidad de fundir ambas herencias civilizatorias. Como aclara Jorge Pinto en su magnífico estudio sobre los mapuches en Chile, fue en el siglo XIX cuando el Estado nacional actuó de manera realmente implacable contra los indígenas dejándose caer "sin contemplaciones" sobre las comunidades que aún sobrevivían.

La adopción del modelo occidental como dominante dio lugar a que se creara, dentro del conjunto de estas sociedades, países minoritarios que se organizaban según normas, aspiraciones y propósitos de esta civilización, mismos que no eran compartidos, o sólo eran parcialmente, por el resto de la población. Se trata de lo que, para el caso mexicano, Guillermo Bonfil denominó "el México imaginario" frente al "México profundo". Desde el río Bravo hasta la Patagonia, las relaciones entre esos dos mundos han sido conflictivas y esporádicamente violentas a lo largo de siglos. Por lo que se ve, lo seguirán siendo. De manera muy simplificada, puede señalarse que la coincidencia de poder, riqueza y adopción del modelo occidental en un polo y la de sujeción, pobreza, resistencia y herencia prehispánica en el otro, no es un hecho fortuito, sino resultado de un patrón colonial que no había sido cancelado en el interior de estos Estados y que, en buena medida, aún persiste.

La reindianización de América Latina entusiasma por romper la insularidad típica de los estudios en nuestro continente. En el caso de los historiadores y antropólogos mexicanos -ignoro a cuantos otros latinoamericanos nos hermana este rasgo- prácticamente nunca solemos rebasar el marco de las investigaciones que nos lleven más allá del río Bravo o del Suchiate. Aún más marcada es nuestra renuencia a lanzarnos a formular reflexiones comparativas o teóricas. Y no es, precisamente, que en este libro se logre un balance de todos los países de América Latina -dominan los estudios sobre México pero, así con todo, se incluyen trabajos sobre Bolivia, Perú, los Andes centrales, Brasil, Guatemala, Ecuador y Chile-, ni que haya un esfuerzo sistemático por bordar en torno a teorías y conceptos que permitan profundizar el análisis histórico. Pero se dan pasos importantes en ambas direcciones gracias a la forma en que está organizada esta obra. En efecto, el volumen coordinado por Leticia Reina gira sobre tres grandes ejes temáticos y conceptuales: la articulación de la comunidad con el estado, las rebeliones indígenas y el sistema de alianzas y la reelaboración de identidades.

Esta agrupación temática permite una visión de lo que es general y de lo que es peculiar en los grandes procesos que, a lo largo de siglos, fueron conformando a las naciones latinoamericanas. Mencionaré un par de éstos. Para empezar, la lucha por la tierra y el agua. En el siglo XIX, las comunidades indias de Latinoamérica sufrieron los embates de la expansión de las haciendas, de la agricultura comercial y de la certeza con que las elites suponían que el progreso y el bienestar de las naciones había que cifrarlo en la propiedad privada y el ciudadano. Una convicción general recorría todo el mundo de occidente -tanto europeo como latinoamericano-: que la posesión en común de las tierras -lo que implicaba toda una forma de ver el mundo-no era más que una rémora a la modernización, el progreso y la felicidad de estos países emergentes. Esta acometida en contra de las corporaciones la podemos constatar por igual, en la venta de tierras comunales de Bolivia, en el gran proyecto de Simón Bolívar por instaurar el liberalismo agrario en las tierras de Cuzco; o bien en Maranhao, Brasil donde se consideraba que para favorecer los cultivos de algodón y el arroz era necesario ocupar las tierras vírgenes que desgraciadamente se encontraban "infestadas de gente bravía. Mientras no se les ahuyente de ellas no puede haber cultura vigorosa".

Otra problemática clave de toda la historia latinoamericana es la compleja y contradictoria relación entre caudillos, caciques, pueblos, campesinos e indígenas. Varios capítulos arrojan luz sobre estas alianzas verticales que explican mucho de nuestro pasado de dominio y de sumisión. Para el caso de México, Thomson analiza el liderazgo liberal popular en Puebla, mientras que Cecilia Méndez revisa la relación entre caudillos y campesinos en el Perú posindependiente. En ambos ejemplos sobresale un hecho: la habilidad que tuvieron las comunidades indígenas para encontrar mecanismos diversos que les permitirían reforzar tanto su autonomía política como el control de sus recursos.

En términos intelectuales, es éste un libro sólido y, en ocasiones, intrépido. Pone a prueba y refuta hipótesis antiguamente aceptadas y, con ello, crea filones importantes de conocimiento original al tiempo en que abre caminos de reflexión. Por caso, Mario Humberto Ruz al estudiar la etnicidad en las fincas de trabajo de Comitán, Chiapas en el siglo XIX, matiza lo que él llama la "manoseada ecuación" que agrega, en un polo, a la hacienda, cultura mestiza y modernidad y en el otro polo a la comunidad, cultura india y tradición. Contrario a la imagen típica que tenemos de la hacienda mexicana, Ruz muestra a ésta como un espacio estratégico de resistencia desde el cual los indios lograron reelaborar su identidad, incluso de manera más firme que en las antiguas comunidades indias. Fue precisamente en el espacio de la hacienda donde se fortalecieron los rasgos que, un siglo después, aún conocemos como cultura e identidad tojolabal.

Algunos de los problemas que se vislumbran son de gran relevancia historiográfica, como el que aborda Antonio Escobar sobre la compleja relación histórica entre los ayuntamientos y los pueblos indios de la Huasteca. Estos pueblos tuvieron que enfrentar tanto a los actores antiguos del orden colonial como a los nuevos actores sociales que surgieron con el nacimiento de México. Ese fue, precisamente, el caso del ayuntamiento, el cual se convirtió en un espacio de confrontación política empleado y disputado por criollos, mestizos e indios. Ocasionalmente, fue el ayuntamiento la instancia que permitió a las comunidades indígenas hacer perdurar su identidad y sus valores.

Otro ejemplo de esta frescura en la investigación es el análisis que hace Cuauhtémoc Hernández de las rebeliones yaquis del siglo XIX desde un ángulo que los historiadores solemos dejar de lado -tanto por las dificultades en encontrar el material primario pertinente, como por que los documentos son mudos si no se hacen las preguntas adecuadas. Me refiero a la pugna por el poder que se desarrolló no sólo entre los grupos étnicos y la llamada "civilización blanca", sino la que también se entabló entre los propios dirigentes de la sociedades indígenas en Sonora.

Una virtud de esta obra es el interés que muestran algunos de sus autores por analizar el proceso histórico, no como casi siempre se hace, desde los puntos mas altos de la pirámide social, sino a través de la óptica de las comunidades y los indios. Esto se dice fácil pero, como sabemos todos los historiadores y muchos cientistas sociales, lograr este enfoque es extremadamente difícil pues, desgraciadamente, tenemos que trabajar con testimonios generados no por campesinos, indígenas, obreros y otros grupos populares, sino por quienes los dominan, controlan y representan, es decir de manera indirecta, mediada y de trasmano. Mientras Guillermo Palacios aborda esta disquisición metodológica, Jorge Pinto se esfuerza por encontrar atisbos iluminadores de "la voz de los indígenas" de la Araucana quienes, a mediados del siglo XIX, escribieron al presidente chileno para exponer su visión de la guerra de exterminio que padecían y que, en buena medida, obedecía al intento de arrebatarles sus tierras e incorporar plenamente su territorio dentro del Estado Nacional. Los mapuches hablaron de los abusos y atropellos típicos que sufrían: robos, quemas de casas, y hasta de su "muerte presentida". Sus voces son intercambiables con los grupo étnicos de tantos otros puntos de América Latina ayer y hoy.

En este intento de acercarse a la llamada "historia desde abajo" podemos deducir una constante de enorme interés histórico, sociológico y antropológico: así como hay patrones generales de dominación y explotación también hay patrones relativamente uniformes con los que aquellos que sufren el dominio retan, responden, se defienden o negocían su lugar dentro del statu quo. Este libro nos permite buscar líneas de unión latinoamericana no sólo desde arriba, desde los proyectos y acciones de las élites -de lo cual sabemos bastante más- sino desde la escala más baja de la pirámide social, lo que constituye una tierra casi incógnita para los historiadores. Me refiero a las similitudes en las formas y artes con que se resiste, presiona, transforma, se crea un abierto desafío o se llega a la rebelión social. Todo ello, como argumenta John Tutino, constituyó las formas de participación de las clases populares dentro de la vida nacional. Y es en este abanico de respuestas donde está la historia profunda que une al campesino y al indígena de Bolivia, Perú, México, Guatemala y demás naciones latinoamericanas.

Muestra de este pasado que nos hermana son las reacciones de los indígenas bolivianos y los de Cuzco. Marta Irurozqui nos presenta la respuesta de aquéllos ante la acometida de las elites modernizadoras. En Bolivia, la defensa de las tierras comunales se hizo primero con base en procesos legales. Pero, para los años ochenta, cuando funcionarios y hacendados habían ya entrampado estos intentos, los indígenas llevaron a cabo importantes rebeliones que incluso buscaron la expulsión de los blancos. Víctor Peralta nos señala similitudes tanto en los embates que sufrieron como en las reacciones que tuvieron los indígenas en el Cuzco. Al erosionarse la "economía moral" que antes les había otorgado un mínimo de seguridad en su subsistencia, lograron una "admirable utilización de la legislación republicana" así como de los canales informales que les permitían paliar el acoso de hacendados y comerciantes. La respuesta en Brasil, que estudia Guillermo Palacios, es coincidente: la fuga de los indios por miedo a convertirse en trabajadores forzados de los ingenios azucareros, y -empujados por el hambre-, levantamientos de los indios de Pernambuco contra el Estado colonial. Los funcionarios de este Estado se horrorizaron de que la resistencia indígena sirviera de precedente y ejemplo a los esclavos y que se trocara en un levantamiento general de indios, esclavos y pobres contra el orden establecido.

La reindianización de América Latina entusiasma por lo significativo de su temática en este fin de siglo XX. La obra rompe la barrera de la historia y nos sirve como reflexión, enseñanza y a veces aviso aterrador para aquilatar lo que está sucediendo. Como en pocos otros trabajos de historia este libro abre una ventana al pasado desde aquí y el ahora. El estudio del pasado quizá nació, como ha señalado Luis Villoro, de la tendencia a pensar que al hallar los antecedentes temporales de un proceso descubrimos también los fundamentos que lo explican. De allí que la historia pueda verse como un intento de explicar el presente a partir de sus antecedentes pasados, o como una empresa al comprender el pasado desde hoy. Esta obra brinda este tipo de reflexiones y paralelismos.

Un tema fascinante que nos invita a considerar esta obra es comparar la visión, el imaginario, la percepción que en el siglo XIX se tenía del indígena con la que tenemos a fines del milenio. Se consignan aquí múltiples notas, por ejemplo, en torno a la supuesta inferioridad racial del indígena. Pinto nos muestra cómo, al mediar el siglo XIX, el importante periódico El Mercurio, en Chile, aseguró que los mapuche constituían una horda de salvajes a la que convenía encadenar o destruir en bien de la humanidad:

Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género humano, y una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización. (p. 141)

Sin duda la visión negativa de los grupos étnicos era entonces mucho más radical en su formulación que la del presente. En este ambiente intelectual y de valores no estaban aún presentes algunos ejes fundamentales de nuestra actual ideología de occidente como son la igualdad de los hombres y de las razas, los derechos humanos, las dudas sobre que la historia de la humanidad es un proceso que debe ser evolutivo ascendente, etcétera.

Pero tal vez esas crudas percepciones del indio no son en el fondo demasiado diferentes a las que sustentan ciertos círculos el día de hoy, como muestran algunas reacciones en torno a la rebelión zapatista, que claman por acabarla, si es necesario con la fuerza. Como solemos concluir los historiadores, en contraste con los sociólogos y economistas deslumbrados con los cambios recientes, mucho del pasado permanece, principalmente cuando se entra al terreno íntimo de los valores y las ideas.

En suma, el tema dominante de este libro lo constituye la inserción de los indígenas en el proceso largo, complejo e inacabado de la formación de los estados nacionales de América Latina. Una tendencia marcó a todo el continente: forzar como único camino posible, uno a la imagen y semejanza de los países europeos. A los descendientes de las culturas prehispánicas se les recriminó ser ajenos a la preocupación de construir a la nación. Se les estimó o despreció en función de lo que aportaban o entorpecían la creación del orden ideal que retenían en mente los hombres que se disputaban el poder. La reindianización de América Latina nos muestra que el nacimiento y desarrollo de estas naciones se puede contemplar de otra manera, donde los grupo étnicos destacan como figuras activas en la historia, y donde dejan de ser las eternas víctimas despojadas y utilizadas como carne de cañón. Aparecen como sujetos creativos, capaces de reelaborar su cultura dentro de un ambiente cambiante y hostil. En suma, esta notable aportación colectiva nos permite reflexionar sobre cómo fue que nuestro continente llegó a ser lo que es y nos proporciona claves para entender dónde estamos y hacia dónde vamos; tarea urgente como ninguna.

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