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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.4 Ciudad de México  2000

 

Reseñas

 

Las peligrosas relaciones de las ciencias biomédicas con el nazismo

 

Fernanda Núñez*

 

* Investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia-Veracruz.

 

Desde hace tres décadas las historiadoras feministas han llamado la atención sobre la importancia de las ciencias biomédicas para la construcción de la justificación "científica" de la superioridad masculina. Tomando el relevo de la teología cristiana que durante siglos afirmó la inferioridad moral de las mujeres y su cercanía a las potencias diabólicas, la ciencia biomédica se empeñó durante dos siglos en construir la inferioridad "científica" o por lo menos intentó convencer de la naturaleza —otra— de las mujeres. Pero este análisis, esta denuncia de la naturaleza profundamente ideológica de la ciencia biomédica no ha permeado todavía completamente el mundo de la reflexión de los científicos sociales. Creemos que aprovechando los trabajos "del grupo de reflexión sobre la pertinencia de los estudios sobre el racismo", que tienen de hecho mucho que ver con los estudios de género en cuanto a la reticencia que provocan, podemos intentar mostrar las ambiguas y terribles relaciones que las ciencias biomédicas han tejido con el racismo en general y el fundamento ideológico del régimen nazi en particular. En este ensayo a medio camino entre el comentario y la reseña utilizaremos la obra editada por Benoít Massin (ed.), L'hygiéne de la race, (2 vols., La Decouverte y Siros, París, 1998). Estoy convencida de que esta obra merece más que una clásica reseña, pues su lectura abre perspectivas nuevas y fundamentales de investigación.

 

Una obra maestra

La historiografía sobre el periodo nazi es infinita y se constituyó tempranamente como un saber universitario con sus especialistas, sus congresos, sus órganos de difusión. En medio de esta ambigua institucionalización, periódicamente, sólo algunos textos tienen la capacidad de provocar fuertes movimientos de opinión y acaloradas discusiones abriendo a la brava nuevas perspectivas de investigación. La obra L'hygiene de la race es uno de esos libros provocativos que intenta examinar o reexaminar dos cuestiones fundamentales para el estudio de ese período; la de las teorías eugenistas y la de las relaciones más que estrechas que la política de exterminación de masas organizada por el Tercer Reich entretenía con las ciencias biomédicas más de punta de ese tiempo.

Esta obra en dos volúmenes presenta un intento de reflexión sobre las concepciones biomédicas alemanas dominantes de 1870 a 1945, analizadas a través de la reconstrucción de la historia social y de los objetivos profesionales de sus corporaciones científicas así como de los contenidos de la ciencia misma.

Paul Weindling, autor del primer volumen, es historiador de medicina y biología de Oxford y Peter Weingart, autor del segundo, es sociólogo de la ciencia en Bielefeld (Alemania). Ambos autores son considerados como referencia máxima en sus campos de análisis. El editor Benoît Massin, autor de un largo y denso prefacio, nos explica que escogió esos textos porque tratan sobre el conjunto de la historia del eugenismo alemán y no sobre tal o cual aspecto particular, y que son los más exhaustivos, precisos y rigurosos. La obra se tradujo y editó en acuerdo con los dos autores y la casa editorial.1 El libro de Paul Weindling va desde la unificación alemana al fin de la República de Weimar (1870-1932), el de Peter Weingart analiza el periodo nazi (1933-1945). El editor añade algunos capítulos suplementarios, sobre aspectos no tratados.

Para exponer brevemente parte del contenido de la obra podríamos partir de la constatación de que los médicos fueron el grupo profesional más densamente nazificado. No sólo más rápido sino más plenamente que cualquier otra profesión y en tanto que nazis hicieron más que cualquier otra profesión por el Tercer Reich.2 Porque los médicos y biólogos no se contentaron con adherirse pasivamente al nazismo y volverse seguidores, sino que jugaron un papel activo y director en la iniciación, administración y ejecución de cada uno de los programas nazis de exterminio más importantes. El interés en el análisis del desarrollo de las teorías eugenistas desde la segunda mitad del siglo XIX es el de mostrar que la práctica nazi se inserta perfectamente en un conjunto de trabajos, teorías y recomendaciones sobre el "mejoramiento de la raza", en los cuales trabajaron durante décadas los investigadores alemanes arios y judíos, nazis e izquierdistas. Así la ley eugénica de esterilización, promulgada por los nazis en 1933, fue preparada en tiempo de Weimar en Prusia y fue dirigida por un social-demócrata, por genéticos, psiquiatras y médicos higienistas famosos, de los cuales, algunos, a causa de sus orígenes judíos, tuvieron que emigrar después de 1933. La versión nazi fue elaborada por psiquiatras como Rüin y genéticos como Lenz. La eutanasia de los discapacitados físicos y mentales "incurables" fue exclusivamente el hecho de médicos, psiquiatras y pediatras, a veces los más famosos de su profesión. Es casi cierto incluso que ningún médico recibió jamás la orden de matar a los pacientes de los centros psiquiátricos o a los niños discapacitados; sólo les fue dado el poder de hacerlo e hicieron su tarea sin protestar y a veces incluso por su propia iniciativa. El censo y después el "tratamiento" por esterilización, castración, electrochoques, eutanasia y otras mutilaciones de los "antisociales" (marginales, vagabundos, jóvenes delincuentes, etc.), criminales "hereditarios" gitanos y homosexuales, fueron llevados a cabo por médicos legistas, biocriminólogos, genéticos humanos, psiquiatras y antropólogos.

Hoy se considera que "los médicos nazis" que trabajaban en los campos de exterminio, como el famoso doctor Mengele, lejos de representar una minoría sádica o enferma que hacía una "seudociencia" eran, al contrario, un sector fundamental de la investigación biomédica, proponiendo "material humano" para los investigadores de la mayoría de los grandes centros universitarios de investigación, cuyas investigaciones eran autorizadas y programadas por las autoridades universitarias y dotadas de financiamiento oficial. Los resultados eran comunicados en congresos científicos sin que nadie jamás pensase en protestar. El momento de la eutanasia era decidido en función de los imperativos de la investigación, e incluso no era necesario ser nazi para recibir "material humano".

Por decreto de Himmler, sólo los médicos estaban habilitados a gestionar la "ecología" de los campos de exterminio, seleccionando, desde la llegada de los trenes los elementos destinados a ser eliminados. El programa de exterminación estaba manejado de principio a fin por médicos. Antropólogos, genéticos, demógrafos, psiquiatras y médicos intervenían en todos los niveles de esta gigantesca máquina tecnocrática biomédica controlando genética y racialmente el derecho a la vida, al matrimonio, a tener hijos, al trabajo, y a las ayudas sociales, a la salud inmediata y futura del conjunto de las poblaciones gobernadas por el Tercer Reich. Sosteniendo una verdadera "biocracia" las ciencias biomédicas vivieron en simbiosis con el nazismo.

Esas relaciones fueron ocultadas durante más de 45 años, hasta que los profesores de facultades que habían participado en esas "investigaciones" desaparecieron de las esferas del poder médico. Las nuevas generaciones de investigadores no tenían ninguna razón para ocultar las ambigüedades y actuaciones de sus antecesores. Por otra parte se empezaba a discutir la naturaleza misma de la ciencia y a dudar sobre los cánones que rezaban que la ciencia era intrínsecamente democrática y virginalmente apolítica. Paradigmas que habían permitido considerar a la ciencia nazi como una seudociencia, practicada por dementes y maniáticos, y que también habían permitido a los científicos alemanes al terminar la guerra el presentarse como "víctimas" del nazismo. Massin recuerda que quien analizaba las "muestras" mandadas por el doctor Mengele desde Auschwitz, era el instituto del premio nobel Butenandt. Con la versión apologética aceptada por la opinión mundial, los científicos alemanes, cuyo saber era fundamental para la reconstrucción de Europa o los laboratorios yankees, fueron exculpados de todo pecado, lo que permitió a ambiguos personajes con un curriculum nazi perfecto de seguir dirigiendo las grandes instituciones biomédicas alemanas hasta los años noventa.

El eugenismo o la higiene racial no fueron inventados por Hitler, impregnaban ya las ciencias biomédicas en la mayoría de los países entre los cuales estaba Alemania pero también Suiza, Suecia, los Estados Unidos, Francia, etc. La diferencia es que el régimen nazi dio licencia a los médicos eugenistas para matar, cuando en los países "democráticos" no pudieron aplicar sus recomendaciones eugenistas. No hay que olvidar que en los EUA, "faro de la democracia", se promulgaron leyes que de 1907 a 1960 permitieron esterilizar alrededor de 60 000 enfermos mentales, discapacitados psíquicos, supuestos criminales "hereditarios" y otros "ladrones de pollos" (negros).

Aunque el eugenismo haya tenido un lugar fundamental en el conjunto ideológico político que orientó la política nazi, hasta 1980 su historia estaba por hacerse, a partir de entonces se asistió a una explosión editorial sobre el tema, apareciendo entre 1980 y 1992, 130 libros y 90 tesis de doctorado, sin olvidar un importante número de artículos.

Esta nueva reflexión se construyó paralelamente a los progresos de la ingeniería genética, a la posibilidad de seleccionar embriones, de conservarlos e implantarlos, a la posibilidad de modificar el patrimonio genético humano o de seleccionar a los humanos antes de su nacimiento. Resucitó el fantasma del eugenismo que se creía enterrado y que reaparecía no en grupúsculos de ideólogos seudocientíficos, sino en el corazón de la ciencia médica y genética más adelantada. De repente, el fin de la confianza absoluta en la ciencia "benefactora del género humano", se acompañó de la conciencia en la necesidad de que la sociedad civil se dotara de organismos para controlar el desarrollo de la ciencia.

 

El eugenismo, una utopía de la razón

Thomas More en su Utopía (1515) imaginaba un examen prenupcial, en el cual los novios se desnudaran y expusieran a la mirada del otro su constitución física y belleza. Campanella, en su Ciudad del sol en el siglo XVII, va más lejos: la inspección de los futuros esposos es confiada a un magistrado sabio y experimentado, más armado para decidir lo adecuado del matrimonio que los novios mismos. Para tener un juicio objetivo, observaría a los jóvenes desnudos haciendo ejercicios. Una vez escogidos los novios en función de la cualidad de la descendencia que se esperaba generar, otros dos expertos, el médico y el astrólogo determinarían el mejor momento para la procreación. Masson hace notar que Campanella es probablemente uno de los primeros en lanzar el topos más recurrente del pensamiento eugenista: el hombre cuida mucho la reproducción de sus animales, pero se muestra indiferente con respecto a la reproducción de su propia especie. Durante los siglos XVII y XVIII numerosos médicos europeos dedicaron sesudas veladas a escribir ensayos "sobre la manera de perfeccionar al genero humano" o sobre el "método para tener hermosos niños". A finales del siglo XVIII en Francia se ve la aparición de los dos elementos claves del pensamiento eugenista, la idea de la selección científica de los pretendientes a la reproducción, permitiendo la separación entre reproductores deseables e indeseables, y la noción de una reproducción racionalizada sometida ya, no a la libertad individual, sino al imperativo del interés general. En todos los casos el legislador debe inspirar su decisión en la ciencia. Para sostener su proyecto de renovación moral del género humano la República necesita ciudadanos fuertes y sanos, por eso hay que poner fin a la anarquía reproductiva y prohibir el matrimonio a los individuos degenerados y enfermos. Cabanis, filósofo materialista no teme afirmar que el hombre debe "atreverse a revisar y corregir la obra de la Naturaleza". El eugenismo, incluso en su versión pesimista de fines del siglo XIX con su fobia a los productos del mestizaje, se inscribe en un movimiento de ideas de progreso y utopía, el eugenismo mira hacia el porvenir, un provenir construido por y para los hombres.

 

El eugenismo entre la ciencia y la política

En el volumen II, Weingart muestra cómo desde la segunda mitad del siglo XIX, la intervención creciente de los expertos científicos en las decisiones administrativas, judiciales y políticas, y el hecho de que las normas jurídicas y éticas se fundaran sobre criterios biológicos y médicos va a la par con una politización de la ciencia. Politización en el doble sentido de que las investigaciones son orientadas en función de finalidades políticas, la ciencia se vuelve un instrumento de lo político, y por lo tanto, un lugar fundamental del proyecto social. Lejos de que el eugenismo alemán sea una resurgencia de lo irracional, Weingart ve ahí, ante todo, una voluntad de racionalización de la sexualidad reproductiva cuyas dimensiones son estatizadas y confiadas a expertos en busca de profesionalización. El eugenismo representa de manera ejemplar a la vez las ambiciones políticas de los científicos así como las demandas formuladas por los círculos políticos dirigentes de los científicos para la creación de un aparato tecnológico biomédico destinado a la gestión global de la sociedad. Así el eugenismo funda una biopolítica de la población, justifica el poder absoluto del poder médico en la intimidad sexual y familiar, una biocracia.

 

Un eugenismo "progresista"

Lo más grave es que durante todo el período estudiado, al eugenismo burgués que atribuía la indigencia social de los obreros a una tara hereditaria, los eugenistas socialistas tendían a su vez a biologizar la inferioridad del lumpenproletariado, como la escoria del proletariado. Consideraban que el lumpenproletariado no era una categoría económica sino una categoría biológica, constituida por los desechos de todas las clases sociales, "masa de degenerados, imbéciles y psicópatas". Con estos juicios de la izquierda alemana no debe extrañarnos que la obra de T. Geiger, eminente social-demócrata profesor de sociología en la universidad de Braunschweig, fuera publicada por los nazis, aunque el autor haya sido expulsado de su universidad y haya tenido que emigrar. Él pretendía que una política social de salud debía acompañarse de una selección, si el país no quería ser ahogado por la reproducción de inaptos, por esos gusanos lumpenproletarios, compuestos de fracasados y desechos sociales, en lo esencial subhombres que "desde la matriz materna revelan ser inferiores mentales, morales y muchas veces corporales". En el congreso de la república de Weimar los médicos, diputados especialistas del partido socialdemócrata, temen la baja reproducción de las capas superiores del proletariado y consideran necesaria la esterilización de casi el 30% de la población.

El movimiento eugenista soviético fue sostenido por el Comisario del Pueblo en Salud Pública, Nikolai Semashko. Éste declaró en 1925: "perseguimos objetivos verdaderamente eugenistas, esbozamos movimientos auténticamente eugénicos. No, naturalmente, en el sentido de los eugenistas burgueses... no es ese higienismo el que buscamos. Nosotros aspiramos al saneamiento verdadero de los obreros y campesinos, de la población de los trabajadores, es decir, de la inmensa mayoría de la población, al saneamiento verdadero de la raza". En los países anglosajones vemos el mismo credo en los genéticos progresistas, el libro eugenista del marxista H. J. Muller, propone con la fecundación artificial, con esperma de hombres genéticamente superiores, construir el camino hacia el socialismo.

A principios del siglo XX, la angustia degenerativa es uno de los elementos de la conciencia moderna. Karl Kautsky escribe sin tapujos en su libro Crecimiento y evolución en la naturaleza y la sociedad (1910):

En la sociedad actual, la degenerescencia hace progresos rápidos y terribles, la eliminación progresiva de la lucha por la vida [...] amenaza siempre más y más con degenerar la raza [...] la técnica humana destruye [...] el equilibrio de la naturaleza y facilita a los individuos corporal y mentalmente inferiores no solamente mantenerse en vida, sino también su reproducción. Con el nivel actual de la técnica médica, el hecho de renunciar a la procreación por los individuos enfermizos que puedan procrear hijos enfermos, no es necesariamente renunciar a los lazos del matrimonio.

Unas páginas más adelante afirma que

mientras las condiciones de vida del proletariado sigan produciendo tantas enfermedades y discapacitados no se podrá hacerle entender que la higiene racial constituye para él un deber social. En una sociedad socialista, es completamente diferente [...] todas las condiciones de vida que producen hoy la degenerescencia en el proletariado, pero también en las clases superiores, desaparecen. Quien posee aún una herencia sana podrá desarrollarla y reforzarla. Debilidad, invalidez y enfermedades crónicas no serán más fenómenos de masas y sin esperanza. Entonces cuando lleguen a este mundo niños enfermos, su invalidez no será debida a la condición social, sino la culpa personal de los padres El terreno sobre el cual se podrá establecer un eugenismo social eficaz estará firme, la aspiración de la sociedad hacia nacimientos de cualidad. Así el socialismo no aportará solamente a la humanidad una vida de opulencia y de riquezas materiales, no sólo tiempo libre para el ocio, sino también la salud y la fuerza, y se erradicará la enfermedad como fenómeno de masas. Una nueva raza verá la luz fuerte y bella y llena de vitalidad como los héroes de la antigüedad griega, como los guerreros germánicos de la migración de los pueblos.

En estas últimas palabras de Kautsky creemos que podemos entrever un índice de explicación de uno de los misterios del dominio nazi, cómo masas proletarias, que votaban por la socialdemocracia, fueron paulatinamente seducidas por la propaganda nazi, y se volvieron, como lo subraya Christopher Browning en su polémico libro, "verdugos de Hitler".3

Para concluir debemos reconocer que esta obra contiene ricas vetas de información, manantiales de reflexión tanto sobre el período nazi como sobre el nuestro, y eso que nos hemos abstenido de señalar los elementos que podrían nutrir una historia de género. La medicina fue durante décadas una ciencia sexuada y por lo tanto en toda la reflexión sobre las relaciones entre ciencia médica y sociedad, las mujeres están doblemente afectadas, como ciudadanas y como mujeres. Sólo recogeremos el "detalle" que nos propone Masson sobre el desarrollo de la ginecología científica: el doctor Marion Sims, inventor de varios instrumentos médicos y de nuevas técnicas, fundador del famoso New York Women's Hospital, llevaba todas sus experiencias sobre mujeres negras esclavas. Ciertas mujeres fueron así operadas hasta treinta veces sin anestesia, para entender precisamente cómo funcionaba y reaccionaba el cuerpo femenino, lo que le permitió elaborar técnicas seguras para su clientela blanca. Sin comentarios.

La Pitaya, Coatepec, febrero del 2000.

 

Benoît Massin (ed.)
L'hygiéne de la race,
La Decouverte-Siros, París, 1998.         [ Links ]

 

Notas

1 Paul Weindling, presenta una versión abreviada y corregida de los siete primeros capítulos de su libro Health, Race and German Politics, Cambridge University Press, 1989 y Paul Weingart retoma de manera abreviada su participació         [ Links ]n en la quinta parte del libro de Weingart, Kroll y Bayertz, Rasse, Blut und Gene.         [ Links ]

2 Sesenta y nueve por ciento, o sea más de las dos terceras partes de los 90 000 médicos alemanes, eran miembros de por lo menos una de las cuatro grandes organizaciones nazis. A nivel universitario, la nazificación era más total aún, en algunas facultades de medicina donde se ha investigado ese hecho podía alcanzar hasta el 80%, sin contar la participación en organizaciones nazis secundarias.

3 Christopher Browning, Ordinary Men. Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in Poland, Holmes & Meier, Nueva York, 1992.         [ Links ]

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