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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.3 Ciudad de México  2000

 

Saberes y razones

 

Comentario: Entre-modernidades

 

Sara Makowski Muchnik*

 

* FLACSO-México.

 

Cuando los ecos de la globalización preconizan que el mundo se ha vuelto único y homogéneo se constata, paradójicamente, que las capas de lo social son más densas, fragmentadas y diferenciadas. Los niveles y los nexos tradicionales de articulación societal se han erosionado tanto que su lugar está habitado por un conjunto de sospechas acerca de la propia naturaleza del vínculo social.

La explosión de la diversidad, el estampido de las asintonías entre integración social y diferenciación cultural, y las discontinuidades en los ámbitos de la experiencia y de la conciencia delinean contornos del mundo contemporáneo que parecen difíciles de transitar.

Los artículos de Pratt, De la Peña y Rosaldo presentan, a mi modo de ver, claves de lectura centrales para explorar los más recientes procesos de transformación social. Si bien cada uno de los textos trabaja sobre temas específicos de la contemporaneidad como lo son las marchas y contramarchas de la Modernidad no metropolitana, las tensiones entre el universalismo homogeneizador y el particularismo diferenciador, y la factura de los pactos nacionales y ciudadanos, los tres convergen en la interrogación, a partir de las actuales condiciones de complejidad y diversidad, sobre la producción de sentidos socialmente vinculantes. En otras palabras, estos trabajos abordan la cuestión del "cemento de la sociedad", parafraseando a Elster, en el sentido de indagar la materia de la cual está hecha la cohesión social: los horizontes de futuro, los proyectos colectivos y las suturas imaginarias.

En Modernidades, otredades, entre-lugares de Mary Louise Pratt encontramos una primera clave de lectura que nos lleva a recorrer el problema de las definiciones y las construcciones de las otredades. Ese imperativo de la Modernidad que confina al sí mismo a mirarse en el espejo del otro es el origen de las inclusiones y exclusiones que conforman el orden social, y una suerte de dispositivo de visibilidades y discursividades sobre las relaciones —de subordinación o autosubordinación— entre nosotros y los otros, internos y externos. Centralmente, las formas de nominar y caracterizar a las otredades —bárbaros, salvajes, mujeres, atraso, resabio arcaico, etc.— son parteras de los tipos de "encuentro" que el orden social construye como válido.

El estatuto que en la Modernidad tienen las otredades determina, en gran medida, el tratamiento hacia la diferencia. Otredades conformadas desde la desigualdad, la invisibilidad y la exclusión arropan una idea del otro que no se interpela desde la igualdad y el reconocimiento, sino desde la cosificación y la desubjetivización: otros silenciados, minusválidos y subyugados recorren las geografías de la Modernidad. Ir al "encuentro ético con la otredad" (Cornell, 1991) obliga a encontrar entre-lugares (más allá o más acá de las modernidades) para generar lazos sociales igualitarios fundados en procesos de profundización del contacto. Quizás éste sea uno de los retos más importantes para las actuales sociedades multiculturales en el sentido de poder traspasar los discursos y las prácticas orientadas meramente a gobernar las diferencias, para abocarse a la tarea de construir vínculos interculturales que sean donadores de sentidos más equitativos y tolerantes al orden social.

La modernidad comunitaria de Guillermo de la Peña nos acerca al tópico de la reconstrucción de las comunidades en escenarios dislocados de la centralidad Estado-Nación e irrigados de fragmentación socio-cultural. La pérdida creciente de vigencia de la sinonimia entre Estado y Cultura ha descorrido el velo de las homogeneidades y de las hegemonías con las que la cultura nacional re-escribía las diferencias regionales y locales.

El reordenamiento de las comunidades a partir de la orfandad del Estado y a la luz de la emergencia de particularismos de diversos signos, atraviesa fuertemente el problema de la naturaleza del lazo social al instalar en el centro de la discusión el tema de la solidaridad. Existe la posibilidad, tal como lo sostiene De la Peña, de rearmar el lazo social en torno a destinos colectivos que pivoteen alrededor de comunidades incluyentes capaces de refuncionalizar identidades orientadas a consolidar vínculos con otros grupos fundados en el diálogo y en la participación democrática. Es el regreso de la utopía en tiempos de desencantamientos tardomodernos. Otra vez, parece que la vitalidad de la imaginación social no late ni en la Modernidad ni en la Posmodernidad, sino en los intersticios de algunas entre-modernidades.

Finalmente, en La pertenencia no es un lujo: procesos de ciudadanía cultural dentro de una sociedad multicultural Renato Rosaldo desmonta uno de los contratos básicos del vínculo social moderno: la ciudadanía como categoría universal. En tanto repertorio de derechos y obligaciones, la ciudadanía operó un doble movimiento al constituirse como mecanismo de integración social al mismo tiempo que de exclusión de las particularidades y las diferencias.

El tránsito de la categoría de ciudadanía desde la esfera jurídico-política hacia la cultural está empapado de inversiones simbólicas que le restituyen, a su abstracto carácter agregante, la diversidad cultural, la diferencia y el localismo. Las consecuencias de este movimiento no son menores para la conformación de un tejido conectivo de lo social: la renegociación del contrato nacional.

Foto 2

En el plano del mundo de la vida, esta reformulación tiene correlatos en términos de la construcción de la pertenencia, la adhesión y el reconocimiento. La experiencia vital se imprime en la dimensión cultural de la ciudadanía y da cuenta de las operaciones de apropiación y resemantización que realizan los propios ciudadanos en el trabajo cotidiano de sentirse parte de una comunidad mayor.

Lo que por un lado parece ser una ampliación de las valencias de la ciudadanía —con sentidos políticos, sociales, civiles, económicos y culturales— puede ser leída también como una suerte de particularización de esta categoría que ha llevado a una proliferación de canales de expresividad más allá de lo político. Las posibilidades de constituir agregación social parecen potenciarse; el reto es, más bien, generar sentidos vinculantes a partir del reconocimiento de la diferencia.

Repensar las posibilidades del orden social en tiempos de globalización y reencantamientos premodernos nos obliga a transitar por estas tres claves de lectura que se desprenden de estos textos: asumir el tema de la invención de las otredades como un dispositivo genético de las posibilidades del encuentro con la alteridad; reconstruir las comunidades sobre nuevas formas de solidaridad y desde horizontes más abiertos e inclusivos; y rearmar los contratos nacionales y ciudadanos sobre la base del reconocimiento del Otro en tanto sujeto activo que es portador de diferencias y especificidades.

A la luz de la complejidad social no parece quedarle a las sociedades contemporáneas otra vía que la de transitar los caminos del diálogo y el reconocimiento para deconstruir los sentidos glabales y totalizantes como miras a potenicalizar encuentros interculturales.

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