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Archivos de cardiología de México

versión On-line ISSN 1665-1731versión impresa ISSN 1405-9940

Arch. Cardiol. Méx. vol.79 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2009

 

Homenaje póstumo al Dr. Fause Attie Cury

 

Mensaje de la familia Attie

 

Message from the Attie family

 

México D.F. a 17 de febrero del 2009

No podrás morir
Debajo de la tierra
No podrás morir
Sin agua y sin aire
No podrás morir
Sin azúcar, sin leche
Sin frijoles, sin carne
Sin harina, sin higos
No podrás morir.
Sin mujer y sin hijos,
No podrás morir
Debajo de la vida
No podrás morir.
En un tanque de tierra
No podrás morir.
En tu caja de muerto
No podrás morir.
En tus venas sin sangre,
No podrás morir.
En tu pecho vacío
No podrás morir
En tu boca sin fuego
No podrás morir.
En tus ojos sin nadie
No podrás morir
En tu carne sin llanto
No podrás morir
No podrás morir
No podrás morir
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
No podrás morir.
Tu silencio enterramos,
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
Tu dolor clausurado
No podrás morir.

JAIME SABINES

"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón, seguirá hablando."

R. TAGORE

Nobleza obliga.

Honrar la memoria de mi padre en nombre de mi familia en este homenaje es una labor delicada que me enorgullece profundamente. El ejercicio de la memoria hace que vengan a mí infinidad de anécdotas y recuerdos, muchos de ellos que entretejen la historia de nuestra familia con la de esta noble institución.

Estamos hoy reunidos aquí para celebrar la vida de Fause Attie, más que para celebrar su muerte.

Estamos hoy reunidos aquí para celebrar la vida de un hombre y su legado hacia nosotros. Un corazón generoso que, aunque ha dejado de latir, nos acompaña.

Mi padre fue, si puede decirse así, un hombre común, venido de un pueblo como muchos, de una familia como muchas; pero lo que lo hizo especial fue la exaltación de aquellos valores humanos que vuelven a un hombre ordinario en un hombre extraordinario. Los valores de justicia, honradez, amor incondicional a su mujer y a sus hijos, lealtad hacia sus amigos y una ternura desbordada hacia sus nietos: Eugenia, María, Camila, Valentina, Juan Cristóbal. La dedicación a sus pacientes, el amor a su profesión y a su instituto.

Porque mi papá cuidó del corazón en todos sentidos, y terminó por ser el corazón de una casta de médicos e investigadores que se unieron a su ímpetu académico.

También se convirtió en el corazón de nuestra familia y hoy su corazón escribió una postrera carta, una carta que llevamos dentro. Hizo de su corazón un tintero, una fuente de sílabas, de relatos, ahora de despedidas.

Heredero de una tradición migrante por necesidad, fue hijo de una familia proveniente del Líbano que se estableció en Brasil. Las despedidas nunca le fueron ajenas. Llevó a cabo sus estudios de preparatoria y medicina en Río de Janeiro, lejos de sus padres en Minas Gerais, separación que se convirtió en una larga ausencia tras su decisión de formarse como cardiólogo en un país muy lejano.

Llegó a México después de recibir su carta de aceptación como residente de cardiología enviada, quién iba a decirlo, por el Dr. Salvador Aceves. Cuenta la historia que México se había convertido en el lugar elegido, donde llevaría a cabo su búsqueda de conocimiento y realización personal. Sin embargo, lo que sabemos de cierto e intuimos de su corazón es que eligió a Rosa Martha como su patria, su tierra fértil donde florecer y dar frutos.

De esta parte de la historia dan cuenta las dedicatorias de sus primeros libros. En Discordancias atrioventriculares, la dedicatoria reza: "A Salvador Aceves, quien con sus enseñanzas, consejos y cariño paternal señaló la ruta de mi vida". Y en Cardiopatías congénitas: "Para mi esposa Rosa Martha. Lo que soy, y lo que puedo valer, se deben en gran parte a la comprensión, al estímulo y al cariño que me ha dado. Con Rosa Martha, Carmen Leticia y Eduardo, se integra una familia que es mi gran vanidad y mi legítimo orgullo".

Mi papá fue un hombre que vivió la vida plenamente. Las adversidades a las que se enfrentó en su historia sólo sirvieron para poner en marcha su capacidad para recuperarse. Su interés por el estudio y el privilegiado ojo clínico lo hicieron un médico destacado casi desde sus inicios y su trabajo modificó en muchos aspectos el estudio, pronóstico y tratamiento de las enfermedades del corazón. Pero llevó su profesión más allá. No fue azaroso que decidiera dedicarse al corazón de los niños. Su estudio era el vehículo para infundir esperanza en las vidas que empiezan.

Era un hombre con ganas de vivir, apegado a la vida hasta en las cosas más simples: brincar olas, jugar con sus perros, cocinar, construir sus maquetas de trenes y viajar con Rosa Martha y sus nietos. Porque no había viaje familiar al que se negara; el 23 de diciembre, al notificarle su diagnóstico, quiso que nos fuéramos a desayunar todos juntos, hiciéramos algunas compras e insistía en no cancelar nuestro ya tradicional viaje de fin de año. Fue por su intenso apego a la vida que supusimos que ésta sería una batalla más. Jamás habríamos podido prever la gravedad de su estado de salud y lo complicada que sería la lucha por recuperarla. Pero Dios, la vida, el destino, marcaron el desenlace según lo previsto en la constitución eterna de las cosas.

En esta capacidad previsora que tanto lo caracterizó, se dio tiempo de escoger en manos de quién pondría el destino de su salud. Durante estos aciagos 51 días, su lucha por la vida combinó la incansable dedicación de sus médicos y el infinito cariño de sus amigos. No nos alcanzará la vida para agradecer a Octavio, Sergio, Marco, Vincenzo, Juan Pablo y Sandra las horas de su vida consagradas a la batalla. La lista de amigos que nos demostraron su cariño y apoyo se tornó muy larga, encabezada por Rosi y Lorena, ejemplos de amistad, solidaridad y compañía. A todos gracias.

El dolor de su ausencia, lo inesperado de su enfermedad, el hueco sin su voz, su olor, su cuerpo, se torna por momentos insoportable. Pero el vacío que hoy sentimos es sólo una ilusión si lo comparamos, con todo lo que nos dio.

Retomamos de nuevo las palabras de Sabines, otro migrante mexicano–libanés:

Papá por treinta o cuarenta años,
Amigo de mi vida todo el tiempo,
Protector de mi miedo, brazo mío,
Palabra clara, corazón resuelto,
Te has muerto cuando menos falta hacía,
Cuando más falta me haces, padre, abuelo,
Hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
Pañuelo de mis ojos.
Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos completos,
En un sitio, de algún modo.
Algo le falta al mundo y tú te has puesto
A empobrecerlo más y a hacer a solas
Tus gentes tristes y tu Dios contento.

 

Carmen Leticia Attie y Aldo A. Suárez
Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez,
Tlalpan, México D.F. , México

 

Nota

*Discurso pronunciado el día 17 de febrero de 2009 en el Auditorio del Instituto Nacional de Cardiología, con motivo de su homenaje póstumo.

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