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Archivos de cardiología de México

versión On-line ISSN 1665-1731versión impresa ISSN 1405-9940

Arch. Cardiol. Méx. vol.74 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2004

 

Artículo especial

 

Significados del corazón en el México prehispánico

 

The heart's significances in prehispanic Mexico

 

Miguel León Portilla*

 

* Premio Nacional de Ciencias Sociales (Historia y Filosofía 1981), Miembro del Colegio Nacional. Investigador Emérito del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

 

Correspondencia:
Miguel León Portilla.
Instituto de investigaciones Históricas de la UNAM, CU, México D.F.

 

Al doctor Fause Attié

Muchos fueron los significados que tuvo el corazón para los antiguos mexicanos. Sólo que, a varios siglos de distancia, ¿qué interés puede tener para nosotros conocer lo que pensaron ellos acerca del corazón?

Para responder a esta pregunta, me plantearé otra: ¿qué importancia tiene y qué significa realmente lo que llamamos México prehispánico en el contexto de la historia universal? Algunos sonreirán tal vez escépticamente como insinuando que su importancia es nula o en todo caso muy pequeña. Ahora bien, de lo que pensemos sobre lo que fue el México prehispánico a lo largo de su evolución de varios milenios, dependerá el posible interés por conocer lo que en ese ámbito cultural se pensó acerca del corazón.

No haré aquí un resumen de la historia prehispánica de México. Sólo enunciaré algo que debe tenerse como bien comprobado. En el gran contexto de la historia universal han existido tan sólo unos pocos focos de civilización originaria. Han sido ellos los que, sin influencia ajena, dieron el paso al urbanismo, la estratificación social, con formas cada vez más complejas de organización política, económica y religiosa. A ellos hay que atribuir los primeros cómputos calendáricos, las primeras formas de escritura, las primeras redes de comercio y también tempranos propósitos de expansión. Esos núcleos de civilización originaria marcaron para siempre los estilos de vida y cultura que después, con variantes y enriquecimientos, se han desarrollado a lo largo de la historia universal.

Núcleos civilizatorios surgieron en Egipto, Mesopotamia, en el Valle del río Indo y en el del río Amarillo en China. No sucedió esto en Grecia ni en Italia ni en Japón o Corea. Grecia e Italia son impensables sin la influencia de Egipto; Japón y Corea no se hubieran desarrollado como lo hicieron, si no hubiera influido sobre ellas el núcleo civilizatorio de China.

Pues bien, la importancia del México prehispánico, lo que se ha llamado Mesoamérica, proviene del hecho de que constituyó él un foco de civilización originaria fuera del Viejo Mundo. Con limitaciones, hubo otro en el área andina de América del sur. En el México prehispánico se desarrolló un amplio urbanismo, acompañado de complejas formas de organización social, política, económica y religiosa. Hubo manifestaciones extraordinarias de lo que hoy llamamos arte: arquitectura con templos y palacios, pintura mural, escultura, literatura. Sólo aquí, fuera de Europa, Asia y África, se concibieron cómputos calendáricos de gran precisión, se descubrió el concepto de cero, antes que en ningún otro lugar del mundo, se inventaron varias formas de escritura y hubo libros y bibliotecas.

Creo que en esto se halla el argumento que justifica porqué puede interesarnos conocer lo que en el México prehispánico se pensó acerca del corazón. Fue éste un foco de civilización originaria, que a lo largo de los siglos desarrolló diversas variantes. De ellas atenderé a una, la que fue propia de los pueblos de habla náhuatl o mexicana. Y me fijaré en el grupo más conocido y mejor documentado, el de los mexicas o aztecas. Éstos fueron herederos de milenios de cultura, a partir de los olmecas, teotihuacanos y toltecas. Pero también fueron innovadores en las ciudades que erigieron, de modo especial en México Tenochtitlán y en otras muchas de sus creaciones. De cuanto expresaron ellos acerca del corazón, atenderé a lo más sobresaliente en cuatro campos semánticos: la lengua, la literatura, la medicina y la religión.

 

La riqueza de significados de la palabra yóllotl, corazón

La raíz de yóllotl es la misma que la del verbo yoli que significa "vivir". Dado que la lengua náhuatl es polisintética o sea que estructura vocablos compuestos -más aún que el griego o el alemán- dispone de un rico conjunto de afijos, partículas que se anteponen, intercalan o posponen, siempre integrándose al vocablo, confiriéndole diversos sentidos. Así, en tanto que yoliliztli, es "acción de vivir", yóllotl es forma abstracta que denota lo que es propio o esencial de lo enunciado por la raíz del vocablo. En consecuencia la voz yóllotl significa la esencia o fuerza de la vida, lo que es propio del serviviente.

Tal es la significación primordial de este vocablo náhuatl, lengua que hasta hoy siguen hablando cerca de dos millones de personas en México y otro slugares en América Central. De yóllotl se derivan numerosas palabras compuestas que dejan entre ver una gama muy grande de significados. Éstos son algunos ejemplos: yollo, tiene sentido abundancial, significa etimológicamente "rico de corazón" y vale tanto como "inteligente; agudo de ingenio". Yolo-tica, "con corazón", es decir con valor". Yoliuhyaliztli, literalmente, camino o salida del corazón", se entiende como "albedrío, libertad". Yollocáyotl, es a la letra, "plenitud de corazón", "inteligencia".

De los muchos compuestos con yollo, escojo algunos que dejan ver su enorme riqueza semántica: Yolo-matiliztli, literalmente "conocimiento con el corazón", o sea "prudencia, cordura". Yolo-quixtia, "sacar el corazón o meollo de algo", desentrañar un significado. Yol-nonotza, "llamar al corazón", "meditar". Yolteotl, "dios en el corazón", bello compuesto que denota la idea de "pintor y escribano". Yollo-tlacaquini, "el que escucha al corazón", "hábil, experto".

Como puede verse -y podría aducir otros muchos ejemplos- el corazón, yóllotl, se asocia a las facultades cognoscitivas, volitivas y creativas. Y añadiré que se asocia también a sentimientos como los de ser comprensivo, dolerse del mal ajeno; ser generoso; enfadarse; actuar con cuidado; con valentía; tener ánimo; obrar con buena gana; ser fiel. Desde luego que la significación de los compuestos puede tener un sentido negativo si se estructuran con vocablos de tal connotación. Así hay compuestos que significan, obrar con rudeza, con grosería, con falsedad, con agresividad, con furia, con terquedad, con locura, con aflicción y hasta con embrujamiento.

A tal género de connotaciones negativas pertenecen vocablos como; yolpoliuhqui, literalmente corazón destruido, es decir "desatinado, trastocado". Yolpozoni, corazón espumante, "iracundo, enfurecido"; yolmiqui, corazón muerto, "rudo de ingenio"; teyolcuepaliztli, torcimiento del corazón, "corrupción".

Imposible es aducir todo el gran caudal de palabras en las que está presente el semantema yol-, confiriendo sentidos relacionados, todos ellos, con las ideas de corazón y vida. Una sola formación lingüística añadiré a las que he citado. Pertenece al género que se conoce como difrasismo y consisteen la yuxtaposición de dos vocablos cuyo acercamiento es evocación de una tercera idea. Ejemplos de difrasismos son: cueítl, huipilli, "falda, camisa", que evoca la idea de mujer en su aspecto sexual; mitl, chimalli, "flecha, escudo", para significar la guerra; xóchitl, cuícatl, flor, canto, que connota, "belleza y poesía". El difrasismo que aquí interesa es ixtli, yóllotl, "rostro, corazón", que denota la idea de "persona". Ixtli, el rostro, evoca la fisonomía moral; yóllotl, el corazón, la esencia o fuerza de la vida.

Lo expuesto deja ver suficientemente la rica presencia lingüística de yóllotl, vocablo que, con sus derivados y compuestos, abarca varias páginas en los diccionarios del náhuatl. De su presencia en las composiciones literarias dan fe, entre otras, varios cantos y poemas.

 

El corazón en la literatura náhuatl

Copiosa es la cosecha de producciones literarias en las que el corazón es tema recurrente. Sólo unas cuantas recordaré. Sea la primera aquélla con la que comienza la compilación que se conserva en la Biblioteca Nacional de México con el título de Cantares mexicanos. Aparece en ella un poeta que quiere recoger las más bellas flores. La primera palabra que expresa es ésta: ninoyolnonotza que significa "hablo y hablo con mi corazón". Y enseguida se manifiesta cuál es el tema de ese diálogo: "¿dónde encontraré bellas, fragantes flores? ¿A quién se lo preguntaré...?" (Cantares mexicanos, 1 r.).

Reflexionar es dialogar con el corazón. Éste sabe muchas cosas. Es como un libro de pinturas:

Mi corazón de cantor
es pintura de muchos colores (67 v.).

El corazón conoce la belleza de las flores y los cantos, son ellos su riqueza en la tierra:

Mi corazón lo sabe:
escucho un canto,
contemplo una flor,
¡ojalá no se marchiten! (21 v.).

El corazón es morada del Dador de la vida; él ilumina su interior. Por eso el corazón es sabio:

Tloque, Nahuaque,

el Dueño de la Cercanía y la Proximidad,
brilla con su luz
en la casa de tu corazón (2 v.).

Con la luz y el calor del Dador de la vida nacen las flores en el corazón, exclama otro cantor:

Doy principio aquí,
yo cantor,
flores brotan de mi corazón,
hermosos cantos de mi corazón,
con ellos alegro al Dador de la vida (21 r.).

Pero también se aflige el corazón:

Llora mi corazón, se aflige,
quiero convertirlo en flor (36 v.).

Un último canto traeré al recuerdo henchido de esoterismo en torno al lugar del origen primordial de cuanto existe:

En Tamoan que alucina,
hago que abran sus alas los cisnes,
en la casa de Tamoanchan
está el libro de tu corazón,
es él tu canto (24 r.)

De fuente muy distinta vienen estas breves referencias al corazón. Nos introducen ellas al tercer campo semántico de nuestro interés, el del corazón en la antigua medicina. Escuchemos:

Yollotli, nemoani: el corazón, por el cual se vive.
Totonqui, teyolitia, es caliente el corazón, hace vivir a la gente.
Tecuitini, palpita.
Moyolpaqui, mi corazón se alegra.
Chocholoa,
da saltos,
Noyolloanimati,
conozco a mi corazón.
Noyollo conmati,
siento a mi corazón.
Quicemitqui yn yollotli, el corazón todo lo gobierna.

(Códice florentino, X, 27).

 

El corazón en la medicina prehispánica

Sabido es que varias son las fuentes para el estudio de la medicina prehispánica de los pueblos náhuas. Las principales son el Libellus de Medicinalibus Indonum Herbis, (Librito acerca de las hierbas medicinales de los indios) por el tepahtiani, Martín de la Cruz, médico náhua de Tlatelolco, que lo escribió en náhuatl. Su traductor al latín en 1552 fue Juan Badiano. Es éste un herbario en el que convergen dos formas de concebir la naturaleza. Las plantas se pintan al modo europeo pero con añadidos de índole indígena, tales como las raíces y el señalamiento de los medios pedregosos, acuáticos u otros, en que crecen. El texto original se escribió en náhuatl pero enseguida se puso en latín. Otra fuente son los numerosos textos recopilados también en náhuatl por fray Bernardino de Sahagún. Los incorporó éste a su Historia general de las cosas de Nueva España hacia 1575. Son textos de enorme interés acerca de las partes del cuerpo, sus padecimientos y posibles remedios. Mención particular merece también la magna aportación del protomédico de Felipe II que investigó en México entre 1571 y 1577. Su obra, intitulada Historia natural de Nueva España, ha sido editada en varias ocasiones, siendo la última la excelente presentación lograda por investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, aparecida en siete volúmenes entre 1960 y 1980. A estas fuentes pueden añadirse otras, siendo una muy importante la que consiste en la perduración del saber de los herbolarios indígenas que hasta hoy mantienen vivos sus conocimientos medicinales.

El Libellus de Martín de la Cruz, del que existen dos bien logrados facsímiles publicados en México, describe la terapéutica de varias cardiopatías. Menciono algunas. En el capítulo VII habla "del pecho agitado por la angustia del dolor del corazón"; en el VIII describe los remedios "contra el cansancio de los que administran la república y desempeñan un cargo público"

La recopilación de fray Bernardino de Sahagún incluye varios conjuntos de textos en náhuatl sobre estas materias. En algunos casos el fraile franciscano transcribe los nombres de los médicos náhuas que le proporcionaron información. Dos textos aduciré como muestras. Uno se refiere a la planta llamada tlatlancuaye, que es descrita minuciosamente. El testimonio indica en qué casos es recomendable "que la beba en infusión el que se paraliza a partir de su costado y le llega el mal hasta su corazón, como si súbitamente perdiera la conciencia o en el pecho se le asentara el mal...". También ha de beberla aquél al que "empiezan a oprimírsele como con un puño el corazón y el costado...". "Así desaparecerá" [el mal].

De otra planta proporciona también muy interesante descripción. Es la llamada oquichpatli, "remedio del varón". Se dice que sirve para revitalizar "a los varones o también a la mujer que se estragó por excesos sexuales, la que "no puede hacerlo bien al acercarse al hombre o él a ella," es decir que no llegan al orgasmo. Indica luego -como ocurre hoy en el caso del viagra- que no debe consumirse en exceso. "La gente necesita -se prescribe- lo equivalente a nuestro dedo". El exceso puede acaso afectar al corazón.

Veamos ahora algo de lo que sobre el corazón reunió el protomédico de Felipe II, doctor Francisco Hernández. Comenzaré con el árbol llamado yoloxóchitl o "flor del corazón". De él dice Hernández que "tiene hojas como cidro... y flor de figura de corazón" (Hernández, II, XVIII). De él sostiene que la poción de sus hojas "fortalece el corazón y el estómago". Estudios realizados en tiempos modernos confirman que la Talauma mexicana,_tal es su nombre científico_y según lo registra el Herbario de la UNAM. "Los pétalos secos se hierven y se utilizan para el mal del corazón, éste se debe a cambios de presión arterial (Gustavo Pastelín, 205).

Cerca de otros cuarenta son los vegetales que registra y describe Hernández con propiedades cardioterapéuticas. Límites de espacio me impiden referirme a ellas. Considero pertinente al menos invitar a los modernos cardiólogos a tomar nota de su existencia, ya que algunas pueden tener efectivamente varios de los atributos terapéuticos que les atribuyó el protomédico de Felipe II.

Concluyo esta consideración sobre la medicina náhuatl y el corazón recordando de nuevo que no es de despreciar la herbolaria indígena, tanto aquélla de la que dan cuenta los autores que he citado como la que puede encontrarse acudiendo a quienes mantienen vivo hasta el presente no poco de la medicina tradicional indígena. Pasaré ya a considerar el cuarto y último de los campos semánticos en los que tuvo importancia primordial el yóllotl. Me refiero al campo de la religión.

 

El corazón en el universo de las cosas sagradas

Frecuente ha sido en no pocas religiones relacionar los sacrificios de sangre -de animales y a veces también de seres humanos- con el merecimiento propiciatorio del perdón, la obtención de algún bien o la acción de gracias. En el cristianismo, es dogma fundamental la creencia de que la redención del género humano se ha obtenido por el sacrificio sangriento, humano y divino, de Jesús. Éste, en la última cena, trasmitió a sus discípulos el encargo de reactualizar ese sacrificio consumiendo el pan y el vino transubstanciados en su cuerpo y en su sangre.

El Concilio celebrado en Trento en el siglo XVI así entendió las palabras de Jesús, a diferencia de lo que manifestaron algunos teólogos protestantes. Según éstos, había que dar un sentido metafórico o simbólico a dichas palabras. El Concilio, en cambio, definió que en la Eucaristía se reactualizaba el sacrificio sangriento de Jesús.

En el universo sagrado del México antiguo, como en otros contextos religiosos, los sacrificios sangrientos de animales y seres humanos, concebidos siempre en relación con aconteceres primordiales, se realizaban en determinadas celebraciones a lo largo del año. De esto hay testimonios abundantes, tanto en monumentos, como en antiguos libros indígenas, hallazgos de restos humanos, y expresiones de quienes los contemplaron en los años de la Conquista.

A muchos horroriza la sola idea de los sacrificios humanos en los que era muy frecuente la extracción y ofrecimiento del corazón a la divinidad. Pienso que, en vez de horrorizarnos y esforzarnos por negar ese ritual de sangre, lo que verdaderamente importa es buscar su comprensión. Si es impensable el cristianismo suprimiendo la creencia en la redención en virtud del sacrificio sangriento de Jesús, es también verdad que, haciendo a un lado la existencia de sacrificios humanos en el México prehispánico, se vuelven incomprensibles su visión del mundo y el meollo de su religión.

En los relatos cosmogónicos que se conservan en náhuatl se refiere que los dioses se sacrificaron a sí mismos para transmitir la vida a los humanos. El corazón y el agua preciosa, chalchíuhatl, que es la sangre, se conciben inextricablemente ligados a la vida. Ya nos hemos acercado un poco a la gama enorme de significados atribuidos al corazón en los campos semánticos de la lengua, la literatura y la medicina. Podemos así vislumbrar el valor que atribuían los antiguos mexicanos al yóllotl, corazón, y a la sangre, el líquido precioso. El corazón era, según lo muestran la lengua misma y la literatura indígena, la fuerza vital por excelencia. Ofrecerlo a la divinidad -como lo reconocieron frailes misioneros, entre ellos fray Bernardino de Sahagún y fray Bartolomé de las Casas- fue acción de religiosidad, la más grande y profunda.

Fascinados por el misterio de la sangre, los antiguos mexicanos ofrendaban su vida a quienes habían hecho posible, con su propio sacrificio, la existencia del mundo y de cuanto hay en él. Yóllotl, el corazón, concebido como esencia de la vida, era el don más valioso con el que podían retribuir los humanos a los dioses. La medicina les había mostrado cómo preservar la vida y la fuerza del corazón; la lengua náhuatl propiciaba la comprensión de todo lo que significa el corazón; los poetas y los sabios hablaban de él en sus composiciones, comparándolo a veces con la fuerza vital que proviene de la divinidad. Los humanos pensaban que, al ofrendar al Sol sangre y corazón, lo fortalecían e impedían el acabamiento de la edad cósmica en que vivían.

Si admiramos hoy la cultura que floreció en el gran foco de civilización originaria que se desarrolló en el México prehispánico; si queremos disfrutar de su rico legado de arte, y de sus múltiples conocimientos, debemos comprender lo que fue elemento primordial en su ser religioso, el sacrificio de sangre y ofrecimiento del corazón. Recordando esto -es decir trayéndolo al corde, que es nuestro propio corazón- en vez de horrorizarnos, buscamos la comprensión. La ofrenda de sangre y del corazón implicó por parte de los antiguos mexicanos el reconocimiento más hondo de lo que les significaba el yóllotl, corazón.

De modo muy particular los cardiólogos, y también todos nosotros, apreciamos, ahora más que nunca, lo que vale tener un corazón sano y fuerte. Si todavía un alto porcentaje de muertes se debe a cardiopatías, sigue siendo urgente proseguir en la investigación cardiológica y extender al máximo la asistencia médica en este campo. El corazón, como bien lo percibieron los antiguos mexicanos, es lo que hace posible la vida. Todo lo que acerca de él se investigue, se piense y se exprese, inquirir como lo hemos hecho sobre sus significados en una civilización originaria, la mesoamericana en nuestro caso, tendrá relevancia en el mundo de la ciencia y la cultura. Muy acertado fue por todo esto que, al crearse el Instituto Nacional de Cardiología concebido por el sabio maestro doctor Ignacio Chávez, se le diera como lema este apotegma latino: Amor, scientiaque inserviant cordi. Que el amor y la ciencia sirvan al corazón.

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