Introducción
A partir de la década de los setenta se observó una tendencia a la convergencia en la participación de mujeres y hombres en los mercados laborales, sin embargo, a partir de los años 2000 el incremento en los niveles de participación de las mujeres en el trabajo remunerado se ha estancado en la gran mayoría de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) (Flabbi, 2012).
En el caso de la educación superior, las brechas de género en la participación se han reducido ampliamente, pero qué roles de género aún tienden a reproducirse en los ramos de formación en los que participan las mujeres en contraste con los hombres (Flabbi, 2012; Conover, Khamis y Pearlman, 2021). Este fenómeno se relaciona de manera directa con las desigualdades de género en los mercados laborales, particularmente en las brechas referentes al sector y actividad económica en el que se insertan mujeres y hombres.
En América Latina estas dinámicas se incrementan a partir de los avances en materia de derechos de las mujeres, los cambios culturales impulsados por el movimiento feminista y las crisis económicas que perturban la región a partir de la década de los ochenta; observándose un ingreso masivo de las mujeres al trabajo remunerado junto con el incremento de sus niveles de profesionalización, teniendo un perpetuación del problema de precarización laboral e ingreso por competencias (Rosenbaum, Kariya, Settersten y Maier, 1990).
En este contexto es que este trabajo tiene por objetivo analizar las dinámicas de egreso por áreas del conocimiento de mujeres y hombres, en contraste con su participación en los mercados laborales en México en el periodo 2020-2021; haciendo énfasis en que los roles de género continúan afectando la segmentación en los campos de formación y los sectores de inserción en el trabajo remunerado de mujeres y hombres, proceso que tiende a reproducir las desigualdades entre mujeres y hombres de manera estructural.
Los estudios que relacionan la población egresada de la educación superior con su inserción al mercado laboral lo hacen usualmente con la intención de evaluar la empleabilidad de quienes egresan, concepto basado en las competencias que adquieren quienes estudian distintos campos de formación en relación con las necesidades de los mercados laborales, así como el nivel de ingresos al que acceden las personas por nivel educativo (Laos, 2004; Solé-Moro, Sánchez-Torres y Argilia-Irurita, 2018; Cruz y Pérez, 2018). Lo anterior tiende a estar anclado en la visión economicista de la educación que surge de los paradigmas tecnológicos que privilegian la eficiencia y el funcionalismo de la educación orientada a las necesidades de los mercados laborales.
El presente artículo parte desde una visión que enfatiza la relación entre los roles de género y las desigualdades que persisten en la educación superior y la segmentación laboral. Las causas de las desigualdades de género en la educación sin duda preceden a la educación superior, tienen un grado de complejidad que excede los límites de este trabajo; asimismo, el análisis estadístico está limitado en su alcance para establecer relaciones de causalidad rigurosas.
En ese sentido, se recomienda consultar el trabajo de investigaciones actuales acerca de las causas que reproducen los roles y estereotipos de género en los distintos niveles de educación que continúan desincentivando a las mujeres a especializarse en los campos de las ciencias exactas, la tecnología y las ingenierías. Asimismo, se recomienda trabajar metodologías cuantitativas que analicen las dinámicas entre la población egresada y su inserción a los mercados laborales desde la perspectiva de género.
Teniendo en cuenta lo anterior, este trabajo comienza por contextualizar la participación de mujeres y hombres en la educación y los mercados laborales de la mano de los cambios realizados al modelo de producción, que se implementan en el neoliberalismo, dadas las implicaciones que esto ha tenido en la demanda de fuerza laboral especializada.
Por último, se procede a detallar la metodología utilizada para conducir un análisis estadístico que permita observar el total de personas matriculadas, tituladas y egresadas por género y campo de formación al cierre del ciclo escolar de 2020, en contraste con la población ocupada, subocupada y desocupada por género, por sector y actividad económica en México al II trimestre de 2021.
Desigualdades de género en las tendencias en la educación y los mercados laborales a partir del neoliberalismo
La etapa neoliberal del capitalismo se ha caracterizado por profundos cambios en la organización económica global y, por ende, en los tipos y condiciones de trabajos que se ofertan en los mercados nacionales. Las olas de privatización, liberalización y flexibilización han permitido una modalidad deslocalizada de la producción que ha dividido los procesos de diseño, proveeduría y ensamble en múltiples etapas que se llevan a cabo en distintas regiones y países3.
Los efectos de estas transformaciones en los dos elementos centrales de los mercados laborales, la oferta y demanda de trabajo, han sido profundos y cada vez más dependientes de las necesidades del capital internacional, lo cual tiende a generar barreras en el acceso a oportunidades de trabajo dependiendo del país de origen y residencia, nivel educativo y género.
En ese sentido, la oferta laboral ha tendido a polarizarse hacia los nichos de alta tecnología, servicios financieros, legales y biomédicos considerados de alto valor agregado en las cadenas de valor y proveeduría (Milanovic, 2019); en contraste con los sectores llamados de baja calificación, que han tendido al estancamiento de los niveles de ingresos emparejados con la caída del poder adquisitivo del salario.
En el caso de las mujeres, Sheba Tejani (2012) señaló que la feminización del empleo característica de los ochenta y noventa en los países del Sur Global respondía a las necesidades de competencia del capital por trabajo barato en sectores que requerían una mayor fuerza laboral y bajo nivel de especialización.
Sin embargo, cuando estas industrias inician procesos de convergencia tecnológica o upgrading hacia sectores más intensivos en capital, se observa una defeminización del empleo (Tejani, 2012). Este fenómeno está relacionado con los campos de formación de los que egresan mujeres y hombres, porque si bien las mujeres que acceden a la educación superior han rebasado a los hombres en nivel educativo (Flabbi, 2012), continúan egresando en su mayoría de carreras orientadas a las ciencias sociales, administrativas, servicios sociales, educativos y de salud (ANUIES, 2021).
En el caso de México, la perspectiva neoliberal en la educación y la estructura productiva y de intercambio se implementó por medio de las reformas estructurales que cambiaron las prioridades de la agenda pública y sus ámbitos de intervención. Lo cual se ha visto reflejado en la puesta en marcha de una visión economicista de la educación superior, que surge de los paradigmas tecnológicos que privilegian la eficiencia y el funcionalismo de la educación con las prioridades del sistema económico (Medina-Durango y Posso-Suárez, 2010).
Desde estos paradigmas, se ha mercantilizado la educación superior con un sentido práctico hacia la especialización de la fuerza laboral, demarcando a la educación superior como una necesidad de competencia para la inserción al mercado laboral. Sin embargo, cuando se analizan los mercados laborales en el caso de México, se observa que las reformas estructurales no han significado una oferta laboral para la población especializada, sino que generaron oportunidades de trabajo de baja calificación y poco capaces de absorber a la fuerza laboral.
Lo anterior refleja una desarticulación entre la educación superior y las oportunidades de empleo en el modelo de producción actual; aunado a ello, la segmentación de género en la educación superior es un elemento clave para comprender la persistencia de desigualdades entre mujeres y hombres en los mercados laborales.
Las mujeres continúan egresando de campos de formación de las ciencias sociales, administrivas, servicios sociales, educativos y de la salud, mientras se mantiene una muy baja matrícula y egreso en las ciencias exactas e ingenierías (Barone y Asirelli, 2020).
En ello se observa una continuidad de los roles y estereotipos de género, con fuertes implicaciones en la reproducción de las desigualdades de manera estructural, sobre todo, en el contexto neoliberal en donde la demanda de trabajo especializado en nichos de alta tecnología e innovación ha precarizado la calidad y el nivel de ingresos de los empleos en otros sectores.
Aquí es importante puntualizar que la educación refiere a los múltiples procesos de aprendizaje, así como la capacidad del ser humano de transmitir la cultura y las tradiciones a las nuevas generaciones conforme un sentido de pertenencia y colectividad (Blauer y Fuentes Olivares, 2011). Es decir, el papel de la educación superior mantiene una tendencia a transmitir roles y estereotipos de género que se traducen en limitantes estructurales para la participación equitativa de las mujeres en los mercados laborales.
Lo anterior debe analizarse de manera conjunta con el modelo de producción neoliberal y los cambios que ha generado en la demanda de fuerza laboral. En ese sentido, Claudia Matus (2009) definió a las Instituciones de Educación Superior (IES), específicamente las universidades, como productoras de capital humano para el mercado de trabajo global. Mientras que Laura Jiménez (2012) mencionó que la inequidad que existe en la sociedad se refleja en las propias instituciones educativas; en síntesis, se trata de un proceso que se refuerza mutuamente en donde intersectan las variables de género, la economía global y la oferta educativa.
En suma, en el contexto actual, la educación superior funge un doble rol, primero como un espacio de formación especializada que responde a las necesidades del modelo de producción global, y segundo, como facilitadora de la socialización de roles y estereotipos que perpetúan las desigualdades que se reflejan en los campos de formación en los que se insertan mujeres y hombres.
Metodología
Las interacciones entre la educación superior y los mercados laborales son complejas y pueden ser observadas desde distintos ángulos. En el caso de México, las desigualdades en el acceso a oportunidades educativas y laborales se contextualizan en la etapa neoliberal del capitalismo en donde las cadenas de valor y proveeduría inciden de manera importante en los mercados laborales formales e informales, así como en la oferta y acceso a la educación superior a nivel nacional.
En dicho escenario una variable que intersecta de manera transversal es el género, mujeres y hombres dadas las condiciones de desigualdad tienen acceso a oportunidades distintas desde la educación básica hasta la superior, así como al ingresar a los mercados laborales. En ese sentido, desde la mirada de la economía feminista, este trabajo pone en el centro a la categoría de género, haciendo énfasis en sus aspectos relacionales y en las jerarquías sociales y económicas (Espino, 2010), con el objetivo de comprender de manera integral las interrelaciones entre quienes logran egresar de la educación superior por campos de formación y el escenario de los mercados laborales en los que pueden insertarse en el país.
Para lograr dicho objetivo se llevó a cabo un análisis estadístico desagregado por género utilizando los Anuarios Estadísticos de Educación Superior (ANUIES) sobre el ciclo escolar 2020-2021 con datos a diciembre de 2020, así como de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), y el Índice de Tendencia a la Pobreza Laboral (ITPL) del Consejo Nacional para Evaluar la Política Social (CONEVAL) al segundo trimestre del 2021. Esto permite observar el total de personas matriculadas, tituladas y egresadas por género y campo de formación junto a la población ocupada, subocupada y desocupada por género, sector y nivel educativo.
Discusión de los Resultados
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE, 2021) el 50.7% de la población de 15 años o más en México se considera económicamente activa (PEA), entre la cual existe una brecha importante entre la cantidad de mujeres, siendo económicamente activas sólo el 44.75%, y la tasa masculina que es del 76.65% (INEGI, 2021).
De la población ocupada, (95.56% con respecto a la PEA), el 67.2% se reporta como subordinada y remunerada, mientras el 22.4% trabaja por cuenta propia. Dicha población se encuentra laborando principalmente en las actividades económicas correspondientes al sector terciario en donde participa el 61.63% de la población ocupada y al sector secundario que aglutina al 24.83% de la misma (INEGI, 2021).
Desagregando por género los sectores y sus actividades económicas se observan diferencias importantes en la Gráfica I. Por un lado, un importante protagonismo de las mujeres en el sector servicios, por otro lado, una mayor participación de los hombres en los sectores secundario y primario. Es decir, es común considerar los servicios de salud como de cuidado que reflejan la tendencia de la sostenibilidad de la vida.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, base 2013, estimaciones a julio de 2021. INEGI.
A su vez, al desglosar los sectores por actividades en la Gráfica I se muestra que, en el caso del sector secundario, el 97.3% de las mujeres ocupadas se dedican a la actividad manufacturera, al contrario del porcentaje de los hombres que están insertos en este sector que corresponde solamente al 55.57%. En el sector terciario las diferencias no son tan amplias, pero sí se refleja una mayor participación de las mujeres en el comercio, los restaurantes y servicios de alojamiento, así como los servicios sociales y diversos.
Es importante recalcar que el panorama de los sectores y actividades económicas en el país está íntimamente conectado con las cadenas de valor y proveeduría a nivel internacional, en donde la posición de México ha sido caracterizada por impulsar la atracción de Inversión Extranjera Directa (IED) orientada al sector secundario con la ventaja comparativa de ofertar fuerza laboral a bajo costo que depende hasta en un 75% de la importación de bienes intermedios y produce un moderado valor agregado (Osorio, Mungaray y Jiménez, 2020).
De igual manera, en lo que respecta al sector terciario, el comercio internacional de servicios empresariales, profesionales y técnicos; así como los de informática e información, insertos en las Cadenas Globales de Valor es una tendencia creciente. De acuerdo con el estudio realizado por Guilles (2018), en América Latina 7 de cada 10 empleos creados por la demanda extranjera final emanan del sector terciario, en donde la mayoría de estos corresponde a servicios empresariales4.
En este contexto, el ingreso laboral promedio de la población ocupada durante el segundo trimestre de 2021 fue de $4,380.71 MXN, siendo para el caso de los hombres ocupados de $4,755.36 y para las mujeres $3,803.92; observándose una brecha por ingreso laboral de género del 20% (CONEVAL, 2021). Esta brecha, junto con otros factores, está relacionada a la segregación horizontal que traslada los roles y estereotipos de género a la producción y el intercambio.
Lo anterior es consistente con lo señalado por Barone y Asirelli (2020), quienes encontraron que la sobrerrepresentación de las mujeres en las ciencias sociales, humanidades, servicios sociales y educativos, están relacionados con prospectivas laborales menos favorables, con menores niveles de ingreso y más riesgos de estar sobre calificadas para la oferta laboral disponible en estos sectores.
La Tabla I muestra que la industria extractiva y de electricidad, la construcción, los transportes, comunicaciones, correo y almacenamiento, así como los servicios profesionales, financieros y corporativos tienen los mayores niveles de ingresos; todas ellas con mayor participación masculina como se presenta en la Gráfica I.
Actividad económica | Informales | Formales |
---|---|---|
Agricultura, ganadería, silvicultura, caza y pesca | $1,897.93 | $4,450.59 |
Industria extractiva y de la electricidad | $3,903.81 | $8,623.24 |
Industria manufacturera | $3,010.22 | $5,656.81 |
Construcción | $4,420.56 | $7,332.75 |
Comercio | $2,659.62 | $5,511.41 |
Restaurantes y servicios de alojamiento | $2,815.02 | $5,092.62 |
Transportes, comunicaciones, correo y almacenamiento | $4,489.58 | $6,708.19 |
Servicios profesionales, financieros y corporativos | $4,471.75 | $7,166.44 |
Servicios sociales | $4,351.54 | $7,204.14 |
Servicios diversos | $3,029.78 | $6,107.72 |
Gobierno y organismos internacionales | $4,579.46 | $7,103.56 |
Fuente: Elaboración propia con base en el índice de la Tendencia a la Pobreza Laboral (ITPL), CONEVAL, II Trimestre 2021.
Aunado a las claras diferencias de ingreso laboral entre actividades económicas, la brecha de ingresos entre las mismas según situación de empleo formal o informal que oscila entre el 35% y el 57% de diferencia (Tabla I), es un indicador clave para analizar las oportunidades laborales disponibles para la población egresada y/o titulada de la educación superior, considerando que la tasa de informalidad oscila el 55.87% y 57.18% dependiendo si se trata de hombres o mujeres respectivamente (INEGI, 2021).
Lo anterior refleja que más allá de los sectores, las actividades económicas, los niveles educativos y ramos de formación en la educación superior, el panorama de los mercados laborales en México tiene condiciones complicadas para la inserción de la población egresada. La tasa de informalidad y su efecto en los ingresos refleja una falta de oferta de oportunidades laborales formales y con mejores remuneraciones. Lo cual afecta de manera acentuada a las mujeres dados los sectores y actividades económicas en los que se encuentran.
Aunado a la informalidad, en la Gráfica II se presentan condiciones críticas de ocupación5 en el 23.76% de la población ocupada en promedio, siendo los hombres quienes las enfrentan más comúnmente. Lo anterior aunado a una tasa de ocupación parcial y desocupación en donde las mujeres casi duplican el índice, lo cual tiene claras implicaciones de género dada la feminización del trabajo doméstico y de cuidados en los hogares, lo cual limita la cantidad de tiempo disponible que tienen las mujeres para dedicar al trabajo remunerado.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, base 2013, estimaciones a julio de 2021. INEGI.
Como se ha visto con anterioridad, las condiciones de los mercados laborales en el país reflejan no sólo una terciarización de la economía, sino también una precarización de los mismos. Esto impulsa dos fenómenos paralelos: (1) la continuidad de la vida estudiantil que depende de los recursos a los que acceda la persona estudiante, incrementando los niveles de especialización; (2) el abandono escolar a temprana edad para incorporarse a un mercado laboral informal y precarizado. En palabras de Enrique Laos (2004) existe una tendencia demográfica marcada por estos dos fenómenos que conduce al mercado laboral y al sector educativo.
Referente a los datos de la población de 15 años y más con potencial de incorporarse a los mercados laborales, existe un total de 87,492,680 personas de las cuáles el 44% cuentan con primaria básica y 25% con secundaria completa (INEGI, 2021). Al ser la mayoría, estos grupos tienden a incorporarse a los mercados informales y/o más precarizados que no requieren un alto nivel de especialización o calificación.
En el caso de la población ocupada, el 22.91% solamente cuenta con educación primaria, el 27.58% de esta tiene secundaria y el 24.47% una carrera profesional o técnica (estudios de educación superior). Esto refleja que las necesidades del mercado funcionan bajo una lógica de incorporación sin educación superior, otro dato que resulta en la misma conclusión es la tasa de población desocupada con educación superior que es del 29.99% y del 2% cuando se trata de profesionales con un posgrado.
Haciendo énfasis en la educación superior6, sólo el 30% de la población entre 18 y 23 años se encuentra atendida en alguna de las modalidades de educación superior. En seguimiento del total de las personas de 15 años y más que estudian, sólo 25 de cada 100 estudiantes llegan a egresar de alguna licenciatura, mientras que 1 de cada 100 lo hace de una carrera técnica profesional, y sólo 2 de cada 100 ingresa a un posgrado (SEP, 2020); estos datos son consistentes con la estructura del sistema educativo que se presenta por enfoque de competencias donde el objetivo es insertarse conforme a las necesidades del mercado, es decir, conseguir mano de obra barata que permita obtener mayores ganancias (Jiménez, 2012).
Como se aprecia en la Gráfica III, de los dos últimos ciclos escolares existe una mayor cantidad de mujeres matriculadas, egresadas y tituladas del sistema de educación superior en su totalidad; asimismo, se muestra que sólo el 17.10% de la matrícula logra egresar, y sólo el 10.55% se titula, esto quiere decir que obtienen una cédula profesional y título universitario.
Fuente: Elaboración propia con base en datos estadísticos del Anuarios Estadísticos de Educación Superior (ANUIES) Ciclo escolar 2020-2021 y 2019-2020.
Es contrastante que haya más mujeres que egresen y que se titulen de la educación superior, pero sean menos mujeres quienes se inserten en los mercados laborales, en donde además, cuando lo hacen, suelen acceder a menores remuneraciones, empleos parciales e informales en el sector terciario de la economía y la industria manufacturera, y que la educación superior sigue reproduciendo por la necesidad del mercado de incorporar mano de obra barata a sectores productivos y de servicios. Lo anterior evidencia cómo los roles diferenciados por género están implicados en la estructura social y económica; moldeando las oportunidades a las que acceden mujeres y hombres dentro de un contexto particular7.
Haciendo una revisión por áreas de conocimiento, se observa que para el ciclo escolar 2020-2021 existe una tendencia a las áreas de conocimiento en ciencias sociales y económicas administrativas para las mujeres y hombres, pero una segmentación mayor para los hombres hacia los campos de formación de la ingeniería, manufactura y construcción.
Por lo tanto, si bien la mayoría de la población con educación superior se especializa en las áreas de ciencias sociales, económicas y administrativas; son más las mujeres en estas áreas del conocimiento, que como ya se presentó en los párrafos anteriores, se refleja en los sectores y actividades económicas en donde se ocupan más las mujeres y que, además, tienden a tener menores remuneraciones que los sectores y actividades en donde quienes estudian ingenierías, ciencias exactas, manufactura de mayor valor agregado y construcción.
Áreas de conocimiento | Titulados Mujeres |
Titulados Hombres |
Egresados Mujeres |
Egresados Hombres |
---|---|---|---|---|
Administración y negocios | 69,322 | 48,264 | 122,084 | 87,175 |
Agronomía y veterinaria | 3,915 | 5,829 | 7,291 | 10,567 |
Artes y humanidades | 9,571 | 6,605 | 17,258 | 12,174 |
Ciencias de la salud | 49,358 | 24,436 | 68,960 | 33,509 |
Ciencias naturales, matemáticas y estadística | 8,023 | 7,335 | 11,543 | 10,870 |
Ciencias sociales y derecho | 54,670 | 35,263 | 97,741 | 62,498 |
Educación | 45,602 | 16,337 | 65,049 | 23,601 |
Ingeniería, manufactura y construcción | 31,405 | 71,327 | 48,700 | 110,602 |
Servicios | 7,212 | 6,773 | 13,990 | 12,707 |
Tecnologías de la información y la comunicación | 6,874 | 17,535 | 10,736 | 28,676 |
Total general | 285,952 | 239,704 | 463,352 | 392,379 |
Fuente: Elaboración propia con base en datos estadísticos de los Anuarios Estadísticos de Educación Superior (ANUIES) Ciclo escolar 2020-2021.
En general, existe un desfase entre la incorporación por áreas de conocimiento en las ciencias sociales y administrativas con un mercado global muy competitivo que privilegia a las ciencias exactas y las ingenierías junto con mercados laborales nacionales altamente precarizados para los egresados de educación superior, al priorizar la incorporación de población con nivel primaria y secundaria (de Vries y Navarro, 2011).
Lo anterior es dado por el posicionamiento de México en las cadenas globales de valor y proveeduría, que continúa atrayendo inversión en etapas de bajo valor agregado, intensivas en fuerza laboral, pero de baja calificación, ofertando poca cantidad de posiciones de más alto nivel jerárquico y remuneración. Esto en conjunto con las desigualdades de género en la educación superior y en los mercados laborales tiende a afectar más a las mujeres que a los hombres.
En el caso de las mujeres que sí egresan de campos de formación y se logran insertar en trabajos de alta especialización, Busch (2020) encontró que esto ha generado dinámicas de segregación entre las mismas mujeres; diferenciando entre aquellas que tienen acceso a la educación superior y a contextos que las incentiven a especializarse en campos de la tecnología y las ingenierías, frente a las que no.
En este caso, se intuye una diferenciación entre las mujeres por país de residencia, dado el modelo de producción global y las oportunidades a las que acceden, como es el caso de México en donde la mayoría de las mujeres que no acceden a la educación superior o quienes lo hacen, aún se mantienen en campos de formación tendientes a menor remuneración y oportunidades de ascenso; dados los roles de género y la desarticulación entre la oferta educativa y los mercados laborales disponibles.
Consideraciones Finales
Al analizar las dinámicas de matrícula, egreso y titulación de la educación superior por áreas de conocimiento en contraste con los mercados laborales por sectores y actividades económicas desde la perspectiva de la economía feminista es evidente que los roles de género tienen efectos profundos en la organización económica, que se perpetúan en el tiempo a través de diversas instituciones que consecuentemente reproducen las desigualdades entre mujeres y hombres de manera estructural; representando barreras para el avance de los derechos de las mujeres y el logro de su autonomía sustantiva.
Particularmente en un contexto donde se mantienen ofertas laborales polarizadas: precarias y de baja remuneración en países en desarrollo en las actividades que se consideran de baja especialización o calificación, en contraste con altos niveles de ingreso en ciertas actividades orientadas a la alta tecnología y usualmente ubicadas en los países desarrollados; valorizando el conocimiento como un activo altamente rentable.
Las causas de las desigualdades de género son complejas, sobre todo cuando se analizan en el contexto del modelo de producción y las tendencias en la oferta educativa. Este trabajo muestra evidencias de cómo la sobrerrepresentación de las mujeres en las ciencias sociales, humanidades, servicios sociales y educativos, están relacionados con prospectivas laborales menos favorables (Busch, 2020).
Además, se señala que la profesionalización y el egreso de la educación superior incluso en los campos de formación de alta tecnología, ingenierías y ciencias exactas, no asegura la absorción en los mercados laborales en el caso de México, dada la oferta de trabajo orientada a la educación básica y media superior. Esta desarticulación entre la oferta de personas egresadas de la educación superior con las oportunidades laborales disponibles afecta de manera acentuada a las mujeres, quienes tienden a trabajar en empleos de menor remuneración y estar subocupadas con jornadas parciales.
Es necesario observar esta realidad con una lente orientada a la acción desde la política pública. Por un lado, es fundamental que los mercados laborales en México transiten a nichos de mayor valor agregado que demanden fuerza laboral especializada que atiendan no sólo a las ingenierias, ciencias exactas, manufacturas y construcción, sino también a ampliar la oferta laboral formal y bien remunerada para el resto de las áreas de especialización.
Es necesario implementar lo anterior desde la perspectiva de género, ya que los procesos de upgrading tienden a expulsar a más mujeres del trabajo remunerado en lugar de mejorar su posición laboral, mientras la discriminación aún opera dentro de los espacios de trabajo, obstaculizando el ascenso vertical de las mujeres, a pesar de ser quienes tienen un nivel educativo más alto.
En secuencia, se tiene el potencial de mejorar las condiciones generales de los mercados laborales, los niveles de ingreso promedio, reducir las condiciones críticas de ocupación; ampliar las opciones de trabajo formales, y por lo tanto, reducir las desigualdades entre mujeres y hombres. Pero para ello es necesario trascender la lógica mercantilista -que no ha logrado equilibrar la oferta y la demanda de trabajo-, con el objetivo de posicionar a la educación superior y el trabajo como espacios que impulsen el desarrollo equitativo de las personas sin distinción de género.