Introducción
En el año 2018 ocurre una movilización feminista inédita en su repercusión mediática y de extensión en todo Chile. Según Lamadrid y Benitt (2019) la ascensión de una presidenta mujer el año 2006 y la aparición de un movimiento estudiantil con mucha fuerza “abrió un nuevo período político” (p. 3). Para las autoras, las movilizaciones feministas en alza desde el año 2013 -año en que se establece a nivel nacional el “Día por un aborto libre, seguro y gratuito - están entrelazadas “con la activación de toda la sociedad” y “con los estudiantes como protagonistas emblemáticos” (p. 10). El 2018 se caracterizó por la gran asistencia a marchas de convocatoria feminista y el apoyo obtenido por la opinión pública. La encuesta CADEM señaló el mismo año que el 71% de la población apoyaba las demandas. Esta tendencia ha seguido en alza siendo la marcha del 8 de marzo del 2020 histórica a nivel de participación al reunir a 2 millones de personas en Santiago según sus organizadoras y replicándose en todo Chile (El Mostrador Braga, 2020).
En el análisis que se ha realizado de la movilización de 2018 como el peak de la expresión en esta nueva ola, Olga Grau (2018) subraya la dinamización de muchos y distintos colectivos de mujeres, así como las tensiones generacionales entre las activistas (p. 94). Grau también pone énfasis en que la violencia sexual fue una de las demandas eje de la movilización y se desplegó discursivamente en “todas sus manifestaciones”, tales como: acoso, abuso, violencia, ofensa, violencia física, violencia simbólica (Grau, 2018, p. 95).
El presente artículo tiene como objetivo describir el amplio “marco contra la violencia machista” extendido por las protestas feministas del año 2018. Para ello se trabajó con documentos públicos y desde una metodología cualitativa.
Líneas Teóricas
En el estudio de los movimientos sociales suele plantearse el desafío metodológico de la medición de su “éxito” o “fracaso”. Sin embargo, -tal como señalan (Bosi y Uba, 2009)- aquello podría opacar el énfasis en un enfoque cultural que es menos estudiado en comparación con lo ubicado en los resultados del área estrictamente “política”, esta última entendida como política pública, leyes, elecciones, instituciones, entre otros (Bosi y Uba, 2009, p. 409). Una propuesta enriquecedora en el estudio de movimientos sociales sería relacionar las influencias entre lo nombrado como “cultural”, lo “político” e incluso lo biográfico (Bosi y Uba, 2009, p. 413).
Apelando a una “sensibilidad cultural” (Noonan, 1995) en el estudio de los movimientos sociales (MS), resulta pertinente la perspectiva del framing process o proceso de enmarcado con el fin de poner énfasis en la comprensión de los MS como productores de significados y no como meros vehiculadores de estos (Snow y Benford, 2006). Los autores que trabajan desde el framing process se basaron en el concepto de “marco” de Erving Goffman (1974) adaptándolo al estudio de los movimientos sociales. Goffman define al marco (frame) como “los principios de organización que gobiernan los acontecimientos sociales y nuestra participación subjetiva en ellos” y el análisis del marco (frame analysis) como el “examen de la organización de la experiencia” (Chihu Amparán, 2006, p. 80).
En el caso de los MS, interesará entenderlos como agencias de significación y así observar y analizar cómo se realiza el trabajo de elaboración de un marco (frame) para la acción colectiva con posibilidades de generar resonancia en la sociedad (Snow y Benford, 1988). Snow y Benford (1988) plantean que hay grupos de factores que explican el “eco social” de un marco, tales como las “tareas del enmarcado” y las “restricciones fenomenológicas”. Dentro del primer grupo, se estima que los MS deben identificar una situación de agravio o diagnóstico compartido, luego se genera un pronóstico para la solución del problema y, finalmente, un llamado a la acción que motive a otras/os. Mientras más sólida sea la relación entre estas tres acciones, más posibilidades de ser escuchado tendrá el movimiento. Por otro lado, están las restricciones fenomenológicas que deben tomarse en cuenta en función del objetivo y dirección de la acción colectiva. Dentro de estas restricciones estaría que el enmarcado tenga credibilidad empírica, que exista una afinidad con la experiencia o vida cotidiana y que haya una fidelidad narrativa con la cultura donde el marco se desarrolla.
En el caso del activismo feminista, desplegado en el 2018, interesa examinar especialmente la construcción del marco contra la violencia y las posibilidades que tuvo de ser escuchado en la arena pública. Para aquello, además de la sensibilidad cultural en el estudio de los movimientos sociales, interesa darle un sitio a lo que Sara Ahmed (2017) llama las “economías afectivas” de una sociedad. Esto resulta especialmente relevante en las reivindicaciones feministas debido a la relevancia que en las movilizaciones del 2018 tuvieron las demandas por acoso y abuso sexual. En la centralidad de la “experiencia” que tanto ha destacado la epistemología feminista (Trebisacce, 2016), adquiere importancia lo que Ahmed destaca como la dificultad de politizar el dolor; la autora se pregunta sobre la posibilidad de que -una experiencia en general atribuida al mundo privado- se pueda hacer colectiva. Es decir, sobre cómo se introduce el dolor en la política y la dificultad para representarlo, codificarlo y, por lo tanto, traducirlo (Ahmed, 2017, pp. 47-51). Adicionalmente, se presenta el riesgo de “fetichizar la herida” y con esto dificultar el paso hacia la acción colectiva al dejar el dolor fijo en la “cultura testimonial” (Ahmed, 2017, pp. 65-68).
Sin embargo, los antecedentes de la movilización feminista del 2018, sumados a la atmósfera transnacional de denuncias frente a la violencia machista, no dejan duda de que este tipo de experiencias logró movilizar y obtener escucha. La hipótesis que se plantea es que se logró generar un “marco maestro” (Snow y Benford, 2006) sobre la “violencia en todas sus formas” que -como sucede con los marcos maestros- permite dar cuenta del surgimiento de un ciclo de protesta. Para estos sociólogos, los marcos maestros puntúan, atribuyen responsabilidades y articulan, pero además tienen una escala mayor que los marcos específicos. Adicionalmente, los significados generados convocan ampliamente, existe una innovación táctica y se refieren de manera más genérica a agravios diversos e históricos.
Metodología implementada
Para responder a este objetivo, la aproximación fue cualitativa y de carácter descriptivo. La técnica aplicada fue el análisis documental mediante trabajo de archivo. Se analizaron documentos públicos, específicamente medios de comunicación electrónicos que en algunas ocasiones incluían documentos de organizaciones, manifiestos y otros. Cabe destacar que, dentro de la literatura sobre movimientos sociales, la prensa se ha considerado material empírico sólido (Koopmons y Rucht, 2002; Kriesi, Koopmans, Dyvendak y Giugni, 1995).
Se analizaron documentos de la totalidad del año 2018 en los siguientes medios: El Mostrador, La Tercera, EMOL, The Clinic, CIPER. La selección de fuentes se hizo considerando que -aunque es imposible eliminar el sesgo total- es necesario procurar que este sesgo sea sistemático (Kriesi, Koopmans, Dyvendak y Giugni, 1995). En el caso de Chile, se consideraron dos empresas por su alta cantidad de tiraje en formato impreso de diarios (La Tercera y El Mercurio) que también tiene alto nivel de lectura en su versión electrónica (Digital News Report, 2020). Tal como se ha constatado en distintos estudios sobre prensa chilena, son medios que en su trayectoria han tendido a una línea editorial conservadora y que dan cuenta de una posición monopólica a nivel nacional (Sunkel y Geoffrey, 2002). Es por ello que se revisaron también los medios El Mostrador, The Clinic y CIPER que corrigen en cierta medida este sesgo y, además, otorgan espacios centrales a las columnas afines a nuestro objetivo e incorporan voces del activismo feminista. Si bien se revisó todo el año 2018, la mayor concentración de noticias se produce en el mes de mayo y el rango de meses en que existen noticias o columnas relacionadas es entre abril y noviembre.
Se revisaron 300 documentos/noticias bajo palabras clave relacionadas con “movimiento feminista” “protesta feminista”, “feminismo”, “mayo feminista” y “feministas”. De estos, 195 fueron codificables en función de los objetivos de la investigación. La codificación se realizó mediante el software
Atlas. Ti construyendo una pauta de observación con códigos preestablecidos a partir de los antecedentes y marco teórico de la investigación. Estos fueron: construcción del agravio en argumentos, construcción del agravio en consignas e imágenes, atribución de responsabilidades y politización de las emociones.
El plan de análisis fue en su mayoría recurriendo al análisis de contenido en función del sistema de categorías construidas y relacionando datos, contexto de los datos y objetivos del análisis (López-Aranguren, 1996, p. 556). Además, se recurrió al análisis de discurso especialmente para el análisis de consignas, utilizando los elementos dados por la pragmática del habla (Austin, 1990) al considerar que los actos de habla tienen una dimensión locutiva (literal), ilocutiva (intencionada) y perlocutiva (que repercute en la audiencia).
Resultados. El agravio en argumentos
La centralidad de la “afinidad con la experiencia” (Snow y Benford, 1988) estuvo presente a lo largo de la protesta feminista del 2018. Se graficó en la convicción de que “todas las mujeres han vivido algún episodio de violencia en su vida” (Cumplido, en Sepúlveda Garrido, 2018) o que “una se vuelve feminista por necesidad” (Brito, en Vargas, 2018). No obstante, el discurso desde estas experiencias tiene un énfasis en la proyección activa, es decir, desde una perspectiva que -como resalta Sara Ahmed- trae los vínculos dolorosos al ámbito de la acción política para luego librarse del dominio del pasado (Ahmed, 2017, p. 68; hooks, 1989).
De los factores facilitadores para hacer posible la disposición a la acción pública destaca la muestra de evidencia empírica de la violencia machista comprobando una opresión que es sistémica. Además del esfuerzo de recolectar y comprobar casos de acosos y abusos sexuales en las universidades, se mostraron agravios de otro orden, tales como condiciones laborales desiguales que se traducían, por ejemplo, en “los porcentajes escandalosamente bajos de profesoras titulares, decanas o rectoras” (Navarro, 2018). Otro facilitador fue que la voz hablante tenía una retórica ilustrada colectiva que dio cuenta de la formación política sobre género y feminismo. Federico Navarro nombró a esto como una “protesta letrada” -especialmente de las universidades más prestigiosas- quienes ofrecen una voz más “sofisticada, informada y atrevida” en un giro en “la relación tradicional de asimetría de poder y saber entre los estudiantes y profesores” (Navarro, 2018). Sonia Montecino afirma que el movimiento del 2018 tiene un “carácter esencial” dado por las estudiantes que se explica en gran medida por la formación que han recibido por parte de centros de estudios de género abiertos postdictadura en muchas de las universidades que se paralizaron (DW, 2018).
La relevancia del activismo desde las Universidades es coherente con lo primordial que fue la demanda por “educación no sexista” dado que esta se percibe como parte del marco de la violencia en la medida que tendría una relación directa con los abusos y las invisibilizaciones. La académica Olga Grau señala que hay “una suerte de idealización o descorporeización de lo que ocurre en los espacios universitarios” (2017). En la universidad, continúa Grau, ocurre algo parecido a lo que pasa con la institución de la familia y provoca el mismo efecto: impedir “ver o reconocer los actos de abuso de poder y el abuso sexual” (Grau, 2017, p. 77). Con el ciclo de protesta feminista los espacios universitarios se abren “a una nueva verdad, la de las violencias presentes en ellos” (Grau, 2017, p. 79). Aquello explica que muchas académicas también se hicieran parte de esta causa lanzando declaraciones colectivas de carácter estructural: “No buscamos una universidad más neoliberal con perspectiva de género. Buscamos transformar la educación” (Rojas, 2018).
En un estrecho período de tiempo, se confrontaban visiones del mundo que el feminismo evidenciaba. En esa línea no pasó desapercibida la frase del ministro de educación, Gerardo Varela, donde se refería a las experiencias de acoso en las universidades como “pequeñas humillaciones” que habría que evitar (Marín, 2018). Es interesante el contexto de la frase del ministro, pues se hace paradójicamente presentando las medidas para responder al movimiento estudiantil feminista. Sin embargo, el marco de interpretación dado por la protesta permite entender esta frase como lo que la académica Mónica Gerber denominó “el fundamento de un gran malestar social” frente al desprecio de las experiencias relacionadas con el marco de la violencia y, sobre todo, de la violencia sexual (Gerber, 2018).
El agravio en consignas e imágenes
La observación de imágenes y consignas en las movilizaciones del año 2018 contribuyen a la comprensión del marco contra la violencia y a la narrativa del ciclo al que asistimos. Tal como resaltan Snow y Benford (1988), dentro de las tareas del enmarcado, no basta la elaboración de un diagnóstico y un pronóstico. Sino que resulta imprescindible un “enmarcado de motivos” o llamado a la acción mediante la elaboración de consignas claras que justifiquen el paso -y deseo- a la acción tanto de integrantes activas del movimiento como de las audiencias entendidas como potenciales activistas.
Se propone la clasificación según grupos de consignas que resaltan distintos énfasis.
Consignas que muestran o sugieren imágenes opuestas para fortalecer el mensaje: “Cuando el Estado las maltrata, las mujeres se defienden. ¡Nunca más solas!”1 “Choriza2, no sumiza”; “las niñas nunca debieran tener miedo a ser inteligentes”; “ahora que nos escuchan, ahora que sí nos ven”; “el patriarcado ya no nos asusta”, “gritaremos más fuerte que nunca”.
En este tipo de enunciación no se subraya la vulnerabilidad, sino la posibilidad de su transformación mediante la defensa, la valentía, la visibilidad y la pérdida del miedo. Es decir, algo que fue de una forma y ya no lo será más.
Sentencias en modo prescriptivo: “Nunca más sin nosotras”; “ya no basta con protocolos”; “el machismo mata”; “el estado no decide aquí”; “la PUC3 encubre violadores y los titula”; “macho no se nace, la educación chilena lo hace”; “no es no”.
Este grupo contiene interpelaciones que se presentan como sentencias indesmentibles. Algunas se direccionan a figuras más específicas (el Estado, la PUC) y otras son más amplias, como por ejemplo la educación. A la educación formal se le atribuyó una responsabilidad que, incluso, podríamos leer así: la educación chilena hace al macho y el machismo mata, por lo tanto la educación chilena mata. Planteado así, se justifica una urgencia extrema a la transformación de la educación. El cartel “ya no basta con protocolos” (Molina y Ferrer, 2018b) se basa en el afiche de una conocida película chilena llamada Ya no basta con rezar (Francia, 1972) en cuya imagen hay un sacerdote lanzando una piedra. La película tiene como centro la desobediencia del sacerdote a las jerarquías eclesiásticas por su deseo de tener un rol revolucionario en la lucha obrera. En el 2018, la imagen se reemplaza por la de una estudiante lanzando una piedra donde la consigna señalada denuncia la pobreza de la medida nombrada como “protocolos” (contra el acoso sexual) en los establecimientos educacionales. Desde esta enunciación o perspectiva, estas medidas aparecen como insuficientes -si no mentirosas- en cuanto no se sitúan a la altura del diagnóstico y pronóstico hecho por el movimiento: transformación total de la educación patriarcal en curso.
Énfasis en la vulnerabilidad: “Precarización vivimos todas” (Molina y Ferrer, 2018b); “no nací mujer para morir por serlo” (Molina y Ferrer, 2018a); “no más femicidio” (Gutierrez, 2018).
Este énfasis no solo se afirma en consignas, sino que también en relatos donde, por ejemplo, a través de columnas, se interpretaba la motivación para actuar a partir de la reacción de “tantas jóvenes maltratadas, abusadas, vilipendiadas, atropelladas, ignoradas e invisibilizadas” (Pizarro, 2018).
Afirmaciones basadas en solidaridad entre mujeres para frenar la impunidad: “Yo sí te creo”; #Metoo.
Estas afirmaciones -de uso transnacional- apelan a un nuevo “nosotras” que subraya el apoyo entre mujeres, desafiando a un sistema que nos situaba como competitivas y que explica, de cierta forma, el carácter “explosivo” de la protesta feminista producto del excesivo tiempo de impunidad que ahora se responde con una fuerte alianza entre mujeres.
Afirmaciones proyectivas: “educación no sexista, feminista y contra la violencia machista”; “¡aborto legal ya!”
Este último tipo de afirmaciones propone explícitamente el horizonte de un proyecto político.
Finalmente, un análisis especial requiere la imagen de la manifestación con el busto descubierto o “la marcha de las tetas” del 16 de mayo. En las distintas opiniones generadas por esta marcha y recogidas por Alejandra del Valle (2018) destaca la perturbación que generó ver tetas en el espacio público donde se presentaban en todas sus formas y tamaños reales. Esto contrasta con la poca perturbación que ha generado históricamente la violencia simbólica cuando éstas se cosifican y se usan con fines publicitarios.
Por otro lado, hay también una cita implícita a la escena de la violencia sexual, lo que Paula Labra -dueña de una tienda de lencería- dibujaba como la diferencia de marchar semidesnuda con la seguridad de que no vendrá “un hdp y nos agarre las tetas” (del Valle, 2018). A partir de aquello, se subraya la fortaleza de lo grupal femenino para la pérdida del miedo. La desnudez de mujeres evocaría a la violencia sexual o a su posibilidad. Con una marcha de este tipo se subvierte esa amenaza abriendo la imaginación política a otras escenas. Las manifestaciones políticas son siempre expresiones de “puestas en valor”, y al “sacar” las tetas a la calle se sugiere que estas pierden valor para la idea dominante y lo recuperan para las dominadas: “las sacamos al aire cuando queramos”.
¿A quién se interpela?
Desde el punto de vista de Snow y Benford (1988), la atribución de responsabilidades forma parte fundamental del trabajo de enmarcado. En el caso de la movilización feminista, esta se extendió desde los victimarios “directos” hacia las instituciones, siendo las más notorias las universidades y el gobierno. En las primeras, la demanda se dirigió hacia autoridades de estas, desde decanos de facultades hasta los mismos rectores. Ocurrieron sucesos inéditos, como la pronunciación feminista ante elecciones internas de autoridades de las que formalmente no forman parte las y los estudiantes. En el caso de una facultad de la Universidad de Chile se expresaron protestas con carteles en contra de un candidato a decano al que se acusaba de no haber investigado situaciones de acoso sexual y se instalaron carteles que decían “Tu voto decide si mañana me siento segura o no” (Navarro, 2018). Es decir, se hace una manifestación pública de rechazo a alguien que -sin ser victimario directo- se identifica como responsable.
Así también, se le dio énfasis a dar nombre tanto al agravio como a quien agravia. La vocera de la Universidad de Chile, Danae Borax, señaló: “nos parece irrisorio que no se quiera nombrar a quién acosó y se pueda nombrar en todos los medios a quién denuncia” (Fernández, 2018). La relación entre las víctimas y el silenciamiento en Chile es profunda y también se ha tematizado a propósito de las experiencias postdictatoriales. Por ejemplo, las denuncias de torturas se asociaron a un nuevo ciclo de denuncias por las violaciones a los DDHH en que se abría un tabú. Aquello hizo salir a la luz pública experiencias en que las víctimas de tortura se restaban de espacios por la posibilidad de encontrarse con torturadores (Verdugo, 2004). Winn y Stern también lo plantean a propósito del Informe Rettig4 en Chile donde la comprensión de la “verdad” era identificar a víctimas, pero no al victimario (Winn, Stern, Lorenz y Marchesi, 2014, p. 217), situación que se replicó en el Informe Valech5 (Santos Herceg, 2020). En el caso de la protesta feminista del 2018, se planteó algo similar al explicitar la injusticia de la sobreexposición de la víctima en contraste con la protección de la identidad del acusado (Vargas, 2018). El quiebre en la defensa de un mecanismo de protección y silencio -propio de política transicional (Santos Herceg, 2020)- podría formarparte de una dimensión democratizadora general que refleja una desobediencia frente a esta matriz nacional del silencio.6
Como parte de la experiencia obligada del silencio se instaló en el frontis de la PUC el lienzo que decía “nos han callado, ahora es cuando” (Molina, 2018). Aquello se acompaña de una puesta en escena vistosa donde hubo manifestantes encapuchadas y con el busto descubierto que colocaron sostenes en estatuas del lugar desplegando pancartas que decían “la institución forma ‘violadores’” (Molina, 2018). La oposición al silencio se expresa al poner nombre a los agravios (violaciones), al decir quienes agravian (en este caso, se puede inferir que se incluye a pares, compañeros de curso y no solo a profesores) y también en la apropiación corporal llamativa: cuerpos semi desnudos e interviniendo estatuas que se han asociado a lo sacrosanto e intocable.
También hubo una referencia al varón y lo masculino que se expresó en algunas opciones “separatistas” para la acción política, es decir, sin la participación de hombres. En un testimonio de participación en una actividad de feministas auto convocadas en la Región del Biobío, se señala que hubiera sido imposible lograr la comunicación generada con una presencia masculina. A esto agrega que “los hombres nos intimidan y desconfiamos” y “la ausencia de presencia masculina en este espacio me entrega una paz que no recuerdo haber sentido nunca” (Quintana, 2018). Adicionalmente, hay una interpelación a los varones como no reconocedores de sus privilegios y a la insistencia en dirigir una movilización en la que deberían estar en segundo plano. Esto lo nombró Tamara Vidaurrázaga al decir: “esta vez no se trata de ustedes” haciendo referencia a las declaraciones y opiniones de varones con gran presencia mediática que cuestionaban y deslegitimaban tanto la forma y el fondo de las movilizaciones feministas del 2018 pretendiendo mostrar “con perfecta claridad lo que debemos hacer las feministas” (Vidaurrázaga, 2018a). El separatismo, entonces, puede comprenderse como una forma de interpelar y no de aislar. Es decir, donde se desenvuelve y resuelve la pregunta sobre cómo los hombres (estudiantes, profesores, funcionarios, etc.) podían y pueden participar de las movilizaciones (Vera, 2018).
Politización de las emociones
Profundizando en la indagación de la resonancia y los discursos de la protesta del 2018 resulta relevante desentrañar la politización de las emociones vinculadas a la experiencia de agravio y comprobar que esto no es un lugar fijo, sino que oscilante y móvil. Si bien se puede definir la violencia como un marco amplio que permitió comprender una demanda relativamente unificada, es necesario precisar sensaciones y emociones que salen a la luz de manera más específica. Ahmed destaca la importancia de “atender a las diferentes maneras en [que] las ‘heridas’ entran a la política” (Ahmed, 2017, p. 67). En la protesta del año 2018, la noción de abuso y el dolor como experiencia compartida se hizo muy relevante para que la construcción colectiva de la víctima deviniera en movilizadora. Se habló del dolor como aquello “que nos convoca”, “nos conecta” o que “nos atraviesa” (Quintana, 2018) en cuanto mujeres. Además, la experiencia del abuso y la emoción del dolor se tematizó excediendo los espacios universitarios o políticamente constituidos incorporando, por ejemplo, a mujeres del mundo del espectáculo7 con pronunciamientos que se hacían cotidianos desde estos lugares. La experiencia del dolor, abuso y humillación se expresó en distintas ocasiones en las movilizaciones feministas como la base para la publicidad de la demanda. Además, en los múltiples casos de acoso y abuso que se dieron a conocer, especialmente en las universidades, se habló del problema de la burocratización y casi nula funcionalidad de los protocolos o procedimientos (Rivas, 2018). Sin embargo, el carácter de esta queja no es (solo) administrativa, sino que es en cuanto revictimización, es decir, a pasar por alto un dolor que esta vez ya no es -ni quiere ser- privado.
La textura de la emoción política involucra problematizar la simultaneidad de sentimientos/sensaciones, donde los más identificables son la rabia, la indignación, el hastío, el espanto, la vergüenza y la dupla miedo/valentía.
El acallamiento se percibe como violencia y así se vio en carteles que denunciaban los abusos que “aún se callan” (Navarro, 2018).8 Frente a esto, la rabia e indignación como respuestas adquieren un protagonismo frente a la pretensión de ubicar las demandas en el ámbito de lo desproporcionado o absurdo (Energici y Schongut, 2018). Desde la rabia, el acallamiento y el dolor, se juega el asunto de la escucha y de cuál es, metafóricamente, el volumen en que se debe hablar para ser escuchadas. En las marchas del 2018 se repitieron cánticos como “alerta, alerta, alerta machista, que todo el territorio se vuelva feminista” y -lejos de obedecer a las acusaciones históricas sobre la perturbación que genera el “ruido” de lo femenino y lo feminista-, una activista mencionaba en una marcha “la idea es gritar, para que nos escuchen fuerte, ya fueron muchos años de estar calladas” (Segovia, 2018). Según la académica Sonia Montecino, las movilizaciones expresaban una “rabia acumulada”, ya que se transmite la voz de las madres y abuelas de las mujeres que hoy protestan (DW, 2018). El hastío de ser violentadas (Vidaurrázaga, 2018a) es un cansancio que no se traduce en pasividad o imposibilidad; sino en lo contrario. Así entonces, hastío, cansancio y rabia convocan a lo que Vidaurrázaga llama “explotar juntos” ante la violencia y tomarle el peso a lo que aquello ha implicado para toda la sociedad, es decir recuperar el asombro y el espanto ante la violencia sexista para “recuperar la cordura” frente a un mundo que -así- “es invivible” (Vidaurrázaga, 2018b).
En relación con el miedo, la metáfora del grito también se hace relevante. Esto se expresó por ejemplo en el lienzo “porque el partriarcado ya no nos asusta, gritaremos más fuerte que nunca” (Romero, 2018). La negación del miedo se considera un momento necesario para la acción y se observó en la disposición en las marchas a defender el espacio de manera incluso “aguerrida” expulsando a “encapuchados”9 para que no entorpecieran el desarrollo de la marcha (Segovia, 2018).
Por último, cabe mencionar la forma en que se politiza la vergüenza para que deje de ser una emoción privada. El 2018 se tematizó que la protesta hizo adquirir fortaleza para dar a conocer episodios antiguos gracias al trabajo emocional con la vergüenza. Un ejemplo es el de la cantante Denisse Malebrán, quien señaló que, gracias al ambiente generado por las movilizaciones, pudo hacer pública una situación en la que se sintió muy violentada años atrás (2014) pero que no se había atrevido a contar más allá de su grupo íntimo. Esta experiencia consistió en un programa radial (del que ella tuvo noticia posteriormente) en el cual se hizo un “concurso” en donde los participantes debían indicar cuántas cosas cabían en su vagina, existiendo además respuestas sumamente agresivas. La cantante señaló que en ese momento: “solo me sumí en una vergüenza incomprensible de no entender el ‘por qué a mí’” (Malebrán, 2018).
Otro interesante punto de vista sobre el qué hacer con la vergüenza lo presentó la activista del feminismo gordo, Andrea Ocampo, quien acusa la “despolitización” de la vergüenza cuando esta no se vincula a la violencia. En el caso de la gordura, lo ve en la banalización de este sentimiento cuando se trata del cuerpo propio o ajeno.
Conclusiones
La descripción que se ha hecho logra mostrar la complejidad del marco contra la violencia demostrando que está lejos de poder simplificarse en un escenario en que solo existen víctimas y victimarios.
El trabajo de significación dado en la dimensión argumental demuestra la importancia para la resonancia que tiene la afinidad con la experiencia de la violencia, lo que se fortalece además con el rol de la comprobación empírica cuidada y las herramientas adquiridas en torno a los estudios de género y feministas. Todo aquello se relaciona con la educación sexista, apelando a una revisión total de las instituciones educativas. Así construido, la muestra del agravio no fija un lugar de la víctima ni la presenta de manera pasiva. En el caso de las imágenes y consignas es relevante la combinación de elementos defensivos, prescriptivos, dolorosos, solidarios, proyectivos y provocadores. En esta heterogeneidad se dibuja una exposición del agravio desde la desobediencia que abre paso a la novedad en la imaginación política y donde lo performático es un rasgo distintivo. De esta forma, se evita la rutinización de la protesta y se activa un catálogo más diverso de escuchas sociales. La interpelación o atribución de responsabilidades, además, se desplaza y extiende hacia la sociedad y sus instituciones, tematizándose el problema de la sobre exposición de la víctima. Aquello permite avizorar algunos desafíos que apuntan incluso a las raíces de la formación democrática y la relación con una herencia y lógica amplia del silenciamiento que protege a los victimarios y que podría tener una oportunidad de ser cuestionada.
La violencia evoca necesariamente experiencias y emociones. A partir de aquello, la precisión de la politización de emociones contribuye a visualizar el potencial de resonancia cultural de la protesta. En ese sentido, aquella dificultad de traducir el dolor en el ámbito público que plantea Sara Ahmed fue enfrentada con creces. La manifestación en clave de rabia, indignación, hastío, pérdida del miedo, politización de la vergüenza, entre otras emociones, dieron un dinamismo constante a la figura de la víctima dentro del marco de la violencia. Aquello no quiere decir que el esfuerzo se haya concentrado en salir del lugar de la víctima para poder ejercer la acción colectiva, sino que es la lucha de hacer esta figura pública y compleja para conseguir cambios. Y desde esa perspectiva es un marco movilizador que no esencializa a la víctima. El modelo de asociación de la víctima-victimario a una analogía entre pasividad y agencia es subvertido dando paso a posibilidades más complejas y variopintas que caracterizan un ciclo de movilización política activa.