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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.5 no.44 Guadalajara jul./dic. 2016

 

La teoría

Trabajo sexual y feminismo, una filiación borrada: traducción de "inventing sex work" de Carol Leigh (alias Scarlot Harlot)

Santiago Morcillo1 

Cecilia Varela2 

1CONICET-UNSJ, Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: santiagomorcillo@gmail.com

2CONICET-UBA, Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: ceciliainesvarela@gmail.com


Resumen:

En esta introducción a la traducción del texto de Carol Leigh, reponemos brevemente el contexto de los debates feministas presentes en el surgimiento de la idea de trabajo sexual. Además brindamos una clave de lectura que permite comprender la importancia actual de esta traducción en el marco de una fuerte polarización del debate feminista sobre la prostitución y la transnacionalización de la campaña contra la trata de personas.

Palabras clave: trabajo sexual; feminismos; prostitución

Abstract:

In this introduction to our translation of "Inventing sex", we briefly describe the context of feminist debates in the emergence of the idea of sex work. We also offer a key to understanding the current relevance of this translation in the context of a strong polarization of the feminist debates on prostitution and the trans-nationalization of the campaign against human trafficking.

Keywords: prostitution; sex work; feminisms

Introducción1

¿Por qué traducir un texto escrito hace casi 20 años que rememora acontecimientos de mediados de la década de 1970? No es una novedad que la prostitución ha suscitado y suscita intensos debates al interior del movimiento feminista. Desde algunos feminismos abolicionistas el discurso del "trabajo sexual" ha sido atribuido al "lobby de la prostitución" y a la "industria sexual" -entendida como un conglomerado mafioso. Además, en el contexto de la actual campaña contra la trata de personas con fines de explotación sexual y la reactivación del debate sobre el estatuto de la oferta y demanda de servicios sexuales, se imputa la creación de la idea de "trabajo sexual" al llamado "proxenetismo internacional" o la industria internacional del sexo2. Aquí la denominación "trabajo sexual" es vista como un mero eufemismo que sólo responde a los intereses de los proxenetas.

Esta operación discursiva produce un borramiento de los procesos de emergencia de la categoría "trabajo sexual" y su estrecha ligazón con las luchas de las mujeres. El texto aquí traducido aporta a la elaboración de una genealogía que permita comprender la raigambre epistemológica -y por ende política- de esta categoría. En esta reconstrucción, resultará crucial entender que el movimiento feminista ha sido parte de las condiciones de posibilidad para la emergencia del discurso del trabajo sexual.

En el relato de Carol Leigh aparecen las tensiones surgidas en el feminismo a mediados de los 70'. La autora muestra las profundas discusiones sobre las sexualidades femeninas y la pornografía, entre otras que atravesaban (y atraviesan) a este movimiento. En sintonía con el influjo de los feminismos lésbicos y de mujeres afrodescendientes que ponen en crisis la homogeneidad del sujeto "mujer", el discurso del trabajo sexual y los movimientos de prostitutas plantearán interrogantes sobre el lugar que el feminismo tiene para ellas.

La idea de "trabajo sexual" emerge entre distintos levantamientos y surgimientos de organizaciones de prostitutas. Aquí podemos pensar en COYOTE (Call Out Your Old Tired Ethics) que nuclea a prostitutas en Estados Unidos desde 1973, en la experiencia de la toma de la Iglesia de Saint Nizier en Francia en 1975, o, en ese mismo año, la fundación del English Collective of Prostitutes en Inglaterra. En los ochenta también aparecen movimientos de prostitutas en América Latina: la Asociación de Trabajadoras Autónomas "22 de Junio" de El ORO, en 1982 (Ecuador); la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay (AMEPU) en 1986, y un año más tarde la Asociación de prostitutas de Río de Janeiro (Brasil). A mediados de esta década tendrá lugar el primer Congreso Internacional de Putas que reúne a movimientos de prostitutas de todo el mundo.

En aquel momento de efervescencia hay varios significantes -como puta o prostituta- que también son reivindicados por estas mujeres. La denominación "trabajadora sexual" aparece como una de las formas de luchar contra la estigmatización y, al mismo tiempo, tender puentes entre mujeres trabajando en distintos sectores del mercado sexual (prostitutas, actrices porno, bailarinas eróticas, etc.). Si bien este término ha sido ampliamente difundido, es importante destacar, como lo hace Carol, que la idea del "trabajo sexual" no se propone lograr una teoría totalizadora de los intercambios de sexo por bienes económicos, sino propiciar un espacio para habilitar voces de prostitutas en el diálogo feminista. En el presente contexto de polarización del debate en torno a la prostitución, recuperar este texto y hacerlo accesible a los hispanoparlantes busca contribuir a un desplazamiento de las posiciones absolutas, y retomar la polifonía propia de un movimiento que hace de la crítica una herramienta fundamental.

La invención del trabajo sexual3

Carol Leigh (alias Scarlot Harlot)

Yo inventé el trabajo sexual. No la actividad, por supuesto, sino el término. Esta invención fue motivada por mi deseo de conciliar mis metas feministas con la realidad de mi vida y la vida de las mujeres que conocí. Quería crear una atmósfera de respeto, dentro y fuera del movimiento de mujeres, hacia las mujeres que trabajan en la industria del sexo.

Como hija de unos desencantados padres ex-socialistas, me crié entre relatos desalentadores sobre el fracaso de las luchas políticas. El cinismo de mis padres me planteó un desafío: ¿por qué no suscribir a una filosofía de la esperanza y la afirmación? Yo me convertiría en una rebelde optimista, una artista, una poeta, y encarnaría los ideales de paz y amor. Mis padres me dijeron que me pusiera un corpiño... y que no fuera tan naif.

Me desarrollé políticamente junto a muchas de las feministas de la "tercer ola". En los años setenta, me di cuenta que los políticos que yo admiraba eran hipócritas, hablaban de toma de consciencia y de justicia pero me trataban "como una niña". Eran cerdos machos chauvinistas'. El feminismo fue una revelación para mí. Al parecer mi madre, sus amigas, mis abuelas y mis tías habían aceptado su estatus como ciudadanas de segunda clase. Pero este era un nuevo mundo moderno lleno de utopías para el cambio social.

En los comienzos de los años 70, leí autoras feministas, empezando por Betty Friedan, GermaineGreer, Kate Millet, Phyllis Chesler, y Ti-Grace Atkinson. Ellas me ayudaron a entender como mi propio poder estaba coartado por la "opresión internalizada". La misoginia tenía ecos en mi religión. Mis parientes varones recitaban plegarias en hebreo agradeciendo a "Dios" por no haberlos hecho mujer ¿dónde estaban las grandes líderes y artistas femeninas? Si antes era tímida y titubeante, me volví orgullosa de mí misma, y ese orgullo fue mi fuente de inspiración y poder.

El feminismo no fracasaría a causa de las mismas debilidades que destruyeron el sueño socialista de mis padres. Recordé los relatos de sus camaradas que defendían a Stalin y las internas políticas autodestructivas de la izquierda sectaria, los troskistas contra los leninistas contra los marxistas. Las mujeres eran diferentes a los varones, más atentas y protectoras. Si las mujeres pudieran participar plenamente en el mundo, podríamos ver el fin de la pobreza y la guerra. Tal vez el patriarcado era la raíz de la jerarquía y la opresión. Tal vez el feminismo podría guiarnos en el camino de la igualdad y la paz. A través de mi activismo pacifista desarrollé lo que yo consideraba una política "femenina" basada en la compasión. Si las mujeres tuviéramos más poder, haríamos justicia en el mundo.

¿Cuál sería mi rol en este movimiento? Artística y filosófica, orientada a lo esencial, comenzaba la traición a mi género a través del lenguaje. El masculinismo del lenguaje dejaba a las mujeres en el anonimato. En Language and Women's Place, RobinLakoff explicaba como las revisiones lingüísticas podían ser usadas por las feministas como una herramienta. Como poeta y artesana de la palabra, estaba intrigada por el potencial del activismo lingüístico para sacar a las mujeres del anonimato y escribir orgullosamente nuestra nueva historia.

Yo tenía un sentimiento profundo de ser al mismo tiempo testigo y participante del comienzo de la reinvención de la femineidad. Sin embargo, desde un inicio me enfrenté a las contradicciones. La "nueva mujer" podría ser marimacho e intelectual. Podría abarcar la realidad de todas las mujeres, excepto que no debería ser tradicionalmente femenina. Aunque comencé a desdeñar la femineidad me preguntaba: ¿este rechazo de la "femme" no se traducía en una condena hacia la mujer? Yo no era precisamente andrógina con mi poesía romántica, mi pelo teñido, mi cuerpo voluptuoso y mi "promiscuo" apetito por los hombres. ¿Era posible un feminismo que respetara a las mujeres reales y al mismo tiempo buscara ampliar sus posibilidades? En este pequeño rincón del patriarcado, donde nosotras luchábamos por las migajas de la autodeterminación, la hostilidad horizontal era la regla. Me di cuenta que las mujeres tal vez no eran tan "buenas" después de todo. Traté de ocultar mis preferencias sexuales, corté mi pelo y dejé de escribir poemas a Sara Teasdale.

En los años setenta, estudié escritura creativa en la Universidad de Boston. Más tarde, a mediados de los setenta, fundé un taller de escritura para mujeres, el Hampshire Street Women's Poetry and Fiction Cooperative. El grupo estaba dedicado a "mejorar las imágenes de las mujeres" a través de la reinvención del lenguaje y de las propias mujeres. Los principios feministas que desarrollamos apuntaban a que las mujeres encontráramos nuestra propia voz y consecuentemente nuestro poder en el planeta. La verdad sobre las mujeres estaría basada en la realidad de nuestras vidas, más que en los estereotipos patriarcales.

Las relaciones al interior de nuestro grupo de mujeres escritoras fueron el telón de fondo para muchas de mis creencias sobre lo que ahora es conocido como trabajo sexual. Aquí conocí a mi primera mentora feminista, Marcia Womongold, quien escribió Pornography: License to Kill. Marcia me hizo conocer el trabajo de Merlin Stone sobre la mitología de las diosas, Ancient Mirrors of Womenhood. Yo admiraba la posición aguerrida de Marcia y su crítica desvergonzada y celosa del privilegio masculino. Aunque aprecié cómo mi mentora me marcó con su feminismo, Hinda Paquette, una stripper-poeta de nuestro grupo de escritura, se quejaba que de la posición anti-porno de Marcia era sentenciosa y condescendiente. Yo estaba interesada en esta dicotomía, y en su cuasi tórrido romance. Discutí mis preguntas sobre feminismo y la industria del sexo con mis amigas, pero la mayoría tenía poco para decir. Finalmente, Celeste Newbrough, una admirada vieja feminista, poeta y activista lesbiana, me confió que ella hacía "salidas" cuando necesitaba dinero. Yo estaba shockeada e intrigada.

A mediados de los años setenta, hice el tour de Women Against Pornography en los negocios porno de Boston. Recuerdo una joven mujer inspirada tomando entre sus manos las revistas con fotos de mujeres desnudas en las librerías y despotricando contra las imágenes. Su perspectiva me recordó las veces que yo había sido llamada una "zorra" y la vergüenza que sentí por ser femenina. Me sentí protectora de mis hermanas desnudas -ahora lo llamamos "empatía hacia las putas".

Me di cuenta de que las perspectivas feministas de las activistas anti-porno no coincidían con mis creencias. Ser castigada como una zorra fue parte de la manera en que fui oprimida por el patriarcado que condenaba mis inclinaciones sexuales. La ideología anti-porno evocaba esa condena. De todas formas, no quería tomar partido. Las mujeres en las revistas porno me hacían sentir a la vez expuesta y envidiosa. Deseaba un análisis que incorporara mis necesidades contradictorias: liberarme de la vergüenza sexual y también criticar y cambiar el imaginario sexual de nuestra cultura. Tendría que buscar más allá.

Para 1978 ya había tenido demasiado de la atmósfera mezquina y represiva de Boston. Mi remera decía "New England es para los masoquistas". Quería estímulos, aventura e inspiración para mi poesía. Me mudé a San Francisco y de repente me encontré bastante sola. Mi amante, quien se había mudado conmigo desde Boston, rompió conmigo. Mi autoestima estaba más baja que nunca. Comencé a trabajar como moza pero no ganaba lo suficiente para pagar las cuentas que había acumulado al mudarme. Mi jefe empezó a estar encima mío. Sin amigos ni dinero, me sentí desesperada. También había tenido fantasías de ser una prostituta pero nunca lo había considerado seriamente. Vi los carteles en las calles "¡Sexo! ¡Masajes! ¡Chicas!". Marcia Womongold lo habría desaprobado, pero ella estaba a tres mil millas. ¿Por qué no? Después de todo Gloria Steinem había trabajado como conejita de Playboy y había escrito sobre ello. Ernest Hemingway había ido a la guerra y había escrito sobre ello. Ti-Grace Atkinson en Amazon Odysey, había retratado a las prostitutas como luchadoras callejeras en las líneas de fuego de la batalla de los sexos. Tal vez yo podía trabajar como prostituta. Al menos podía intentarlo... sólo intentarlo.

Tomé un trabajo en un salón de masajes. Desde el primer día estuve fascinada. Entré al salón y fui contratada inmediatamente. Dicen que cuando uno cruza la línea no se puede volver atrás ¿sería yo entonces una mujer definitivamente marcada por el sexo? Me sonaba a propaganda patriarcal. Afronté el desafío. Mi primer cliente era un habitué del salón, guapo, rápido y dulce. Me pidió una francesa, yo no sabía qué era eso pero pude adivinarlo. Estaba fascinada por haber hecho esos 35 dólares tan rápido.

Así como el feminismo había sido una revelación para mí, también lo fue la política de la prostitución. La realidad cotidiana de mi vida como prostituta marcó un impactante contraste con mis concepciones previas. Siempre fui de tomar riesgos (viajé a de New York a Canadá) de manera que el peligro no era extraño para mí. Estaba entusiasmada e intrigada con este ambiente, trabajando con mujeres de todo el mundo quienes eran sorprendentemente fuertes e inteligentes. Con el tiempo desarrollé amistades con estas mujeres, ampliando la conciencia social que tenía como joven universitaria de clase media. Los análisis feministas de la prostitución como expresión última de la opresión de las mujeres no encajaban con la fortaleza y las actitudes que mostraban por las mujeres que conocí. Mis relaciones con estas mujeres y otras personas que conocí en este trabajo formaron las bases para el análisis político que he desarrollado a lo largo de estos 18 años.

Mi propia experiencia había resultado lo contrario a lo que me habían dicho que sería. El sexo en mi vida personal se convirtió en algo excitante. El sexo con los clientes a veces me molestaba y a veces me interesaba. Pero yo había aprendido mi lección como feminista, no me avergonzaría de este "trabajo de mujeres". De hecho yo estaba orgullosa -orgullosa de haber roto este tabú y de no estar avergonzada-. Familiarizada con las dinámicas de la vergüenza sexual, yo sabía cómo resistir su tiranía. Examiné mi ética feminista a la luz de esta nueva ocupación que había encontrado. El feminismo me había enseñado a resistir la sexualización de mi persona, me había cortado el pelo, había dejado de usar lápiz labial y renunciado a la "femme". La contradicción había sido siempre obvia para mí. Estaba supuestamente abrazando mi ser mujer a través de la censura de cualquier expresión cultural de la "femineidad", desde el comportamiento a la ocupación pasando por el vestuario. Pero ahora la serpiente había asomado su cabeza y ofrecido la fruta prohibida -el mito patriarcal que me hace a mí, la mujer sexual, responsable por el pecado original y todo el sufrimiento del mundo-. Necesitaba contribuir a desarrollar una política feminista que ayudara a mis amigas y a mí a navegar en estas contradicciones.

¿Por qué había tan poca información en círculos feministas sobre prostitución y pornografía desde el punto de vista de las mujeres que estaban en esas películas y revistas, y de personas como mi amiga Celeste? Muchas lesbianas habían "salido del closet" como lesbianas pero ¿dónde estaba la prostituta en esta nueva mujer que habíamos estado inventando? Ella había sido degradada y cosificada nuevamente por la retórica feminista y no existía como persona real en las comunidades feministas.

Yo había pasado años trabajando con mujeres para mejorar la imagen de las mujeres, invocando diosas e inventando guerreras en nuestra prosa. Pensé en las prostitutas. Ahora había una imagen que necesitaba ser mejorada. Cuando miré por primera vez en ese espejo y dije "ahí hay una prostituta" supe que redefinir la prostitución desde la perspectiva de las prostitutas sería el trabajo de mi vida.

Aunque a través de la historia las mujeres artistas posaron desnudas y se prostituyeron para obtener su sustento, existen pocos registros de ellas salvo aquellos de los artistas varones que las representaron. Las mujeres fueron exitosamente silenciadas -o por otros, o por su propia vergüenza paralizante-. Pero a partir de ahora sería diferente.

Comencé a asistir a eventos con una bolsa de papel en mi cabeza que decía "ESTA BOLSA DE PAPEL SIMBOLIZA EL ANONIMATO AL QUE SON FORZADAS LAS PROSTITUTAS". En uno de esos eventos conocí a Priscilla Alexander y comencé a trabajar con COYOTE. Pasé mucho tiempo desarrollando ideas en conjunto con otras prostitutas que conocí en salones de masajes, a través de COYOTE, en grupos de apoyo a las trabajadores sexuales como "New Bohemian Prostitute Club" o COW (Can of worms) y con mujeres como Lilith Lash a quien conocí en el ambiente de la poesía de San Francisco. Me sentí de vuelta tanto testigo como participante del comienzo de una nueva visión. Las revelaciones se sucedían, principalmente sobre cómo mi rol de prostituta se relacionaba con los roles de las mujeres en general y sobre cómo el estigma y la vergüenza asignada a las prostitutas evitaba que otras mujeres comprendieran cabalmente estos roles.

Se hizo evidente para mí que, como otras mujeres, había sido criada para intercambiar sexualidad por supervivencia o alguna ventaja social (por ejemplo un buen esposo o novio). Como resultado de la combinación del estigma de puta, el adiestramiento para intercambiar sexo por seguridad o supervivencia y el temor a la violación (cuyas probabilidades supuestamente aumentaban si una era promiscua) las mujeres estaban frecuentemente en un estado de parálisis. No podían reconocer este "estado de prostitución" en el cual vivían porque una no puede admitir que es una puta. Parecía imposible salir de esta atadura sin reconocer que todas éramos parte de alguna forma de prostitución -las "buenas mujeres" (las novias y esposas) y las "malas mujeres" (las putas y las bolleras)-.

Mis prioridades se alinearon con el objetivo de terminar con estas divisiones entre las mujeres basadas en los distintos contratos que habíamos hecho con varones con el propósito de sobrevivir. Esta búsqueda de comunidad era solo el comienzo, una dirección, no era un análisis exhaustivo de las relaciones sexuales. De hecho, más que desarrollar un "análisis exhaustivo" basado en presupuestos propios de las clases medias (los cuales usualmente informaban al feminismo que yo conocía), quería comenzar a apoyar a las mujeres de todas las condiciones a fin de crear estrategias para el cambio basadas en nuestras diversas experiencias. En otras palabras, quería crear un espacio en el feminismo en el cual incluso las malas mujeres pudieran decir la verdad sobre sus vidas y entonces comenzar a analizar y generar estrategias desde ese lugar.

Pero ¿cómo podían las prostitutas y las mujeres del porno decir la verdad respecto de sus vidas dentro del ambiente hostil del movimiento de mujeres? Las palabras usadas para definirnos acumulaban la historia de siglos de insultos. Algunas feministas usaban insultos contra nosotras como puta y la censura de la pornografía4 como herramienta contra el actual comercio sexual. ¿Cómo podíamos estar orgullosas y luchar por nuestra autorrepresentación y autodefinición? ¿Tendría Hinda que esperar un siglo más para tener su lugar en la familia de las mujeres?

¿Qué palabras podríamos usar para describirnos? La palabra "prostituta" estaba como mínimo marcada. De hecho "prostituta" es también otro eufemismo como mujer de la noche, trotacalles, mujer de vida alegre, etc. "Prostituta" no se refiere al negocio de vender servicios sexuales -simplemente significa "ofrecer públicamente"-. El eufemismo oculta nuestra "vergonzosa" actividad. Algunas prostitutas no usan el término para describirse a ellas mismas pues quieren separarse de sus connotaciones negativas (por ejemplo rebajarse a uno mismo). En contextos políticos yo me refiero a mi misma como prostituta para dotarlo con cierto orgullo, aunque raramente usamos esa palabra para referirnos a nosotras mismas, preferimos "chicas trabajadoras". Pero aquel término choca con mi formación lingüística feminista. Nosotras necesitábamos un término nuevo.

En 1979 o 1980, asistí a una conferencia en San Francisco organizada por Women Against Violence in Pornography and Media. Había intentado presentarme como una suerte de embajadora en este grupo. Yo planeaba identificarme como prostituta, algo que nadie había hecho por aquel entonces en contextos públicos y políticos. Encontré la sala del taller sobre prostitución. Vi un papel impreso con el título del taller que incluía la frase "Industria del consumo sexual", estas palabras sobresalían y me avergonzaron. ¿Cómo podía sentarme en pie de igualdad frente a otras mujeres mientras yo estaba siendo cosificada de esa manera, descripta solamente como algo para usar, oscureciendo mi rol como agente en esta transacción?

Al comienzo sugerí que el título del taller debía cambiarse por "Industria del trabajo sexual" porque así se describiría lo que las mujeres hacíamos. Generalmente los varones usaban nuestros servicios y las mujeres los proveían. Hasta donde recuerdo nadie lo objetó. Seguí explicando cuán crucial era crear un discurso sobre el comercio sexual que incluyera a las mujeres trabajando en estas transacciones. Expliqué que las prostitutas son a menudo incapaces de presentarse en contextos feministas porque se sienten juzgadas por otras feministas. Las participantes del taller estaban curiosas y en silencio. Hacia el final creí que había explicado mi punto de vista. Una mujer, también escritora y performer, se me acercó para decirme que ella había sido prostituta en su adolescencia pero era incapaz de discutir esto por el temor a ser condenada.

El término "trabajadora sexual" me resonó. Lo usé en mi unipersonal The Adventures Of Scarlot Harlot, también titulada The Demystification of The Sex Work Industry la cual venía presentando desde 1980, inclusive en el Festival Nacional de Teatro de las mujeres en Santa Cruz en 1983. "Trabajadoras sexuales uníos" dice Scarlot Harlot "El sexo es tan sucio como el poder y el dinero. Puta significa conseguir más".

También notaba lo humorístico en el término, sobre todo porque el sexo es divertido y obtener respeto para las prostitutas es a veces, desafortunadamente, una broma. Cuando Scarlot intenta salir del closet frente a su madre ella dice "la verdad es que yo soy una trabajadora sexual, mami". Su madre le responde "¿qué?, ¿estás trabajando en una fábrica de dildos?"

Creada en el contexto del movimiento feminista, en la conjunción de perspectivas opuestas sobre la prostitución el término "trabajadora sexual" es una contribución feminista al lenguaje. El concepto de trabajo sexual une a las mujeres de las distintas facetas de la industria -prostitutas, actrices porno y bailarinas- a quienes las carencias legales y sociales impiden reconocer sus puntos en común.

Desde la publicación de Sex Work en 1987 el término ha sido ampliamente usado. A nivel internacional "trabajo sexual" y "trabajadora sexual" han sido utilizados por agencias de salud en todo el mundo así como por la Organización Mundial de la Salud. Es usado por activistas en relación al SIDA y en el movimiento de reducción de daños5. El término es traducido literalmente en numerosos idiomas.

El uso del término "trabajo sexual" marca el comienzo de un movimiento. Reconoce el trabajo que nosotras hacemos, más que definirnos a través de nuestro estatus. Después de muchos años de activismo como prostituta, luchando contra el creciente estigma y el ostracismo del feminismo hegemónico, yo recuerdo el término "trabajo sexual" y viene a mi memoria cuán poderoso se sintió el tener, finalmente, una palabra para este trabajo que no es un eufemismo. El "trabajo sexual" no tiene vergüenza y yo tampoco.

Bibliografía

Jeffreys, Sheila (2009). The industrial vagina: the political economy of the global sex trade. London; New York: Routledge [ Links ]

1La introducción fue escrita por el traductor Santiago Morcillo (CONICET-UNSJ) y la traductora Cecilia Varela (CONICET-UBA).

2Ver por ejemplo el planteo de Sheila Jeffreys (2009) o la carta enviada a Amnistía Internacional por la Coalition Against Traffiking in Woman y suscripta por cientos de organizaciones abolicionistas alrededor del mundo (ver en http://catwinternational.org/Content/Images/Article/621/attachment.pdf )

3Publicado en 1997 como "Inventing sex work" en el libio Whores and other feminists compilado por Jill Nagle. Carol Leigh es feminista, trabajadora sexual, artista y miembro de organizaciones de trabajadoras sexuales y en defensa de sus derechos (COYOTE y BayArea Sex Workers Advocacy Network).

4Por ejemplo en la legislación anti-porno propuesta por Dworkin y MacKinnon las imágenes eras clasificadas como degradantes si retrataban a las mujeres como "putas por naturaleza". El término pornografía entonces estaba siendo usado como un arma contra las mujeres marginalizándonos y excluyéndonos de los círculos feministas reconocidos. La raíz de la palabra porno es porne que significa prostitución en griego. La pornografía entonces es la descripción de o por las putas. Aun así, para las activistas anti-porno "pornografía" siempre quería decir imágenes degradantes de las mujeres (nota de la autora).

5La reducción de daños conforma un movimiento internacional opuesto al modelo de abstinencia o al enfoque criminal para lidiar con las adicciones y otras actividades ilícitas. La filosofía de la reducción de daños fue desarrollada por los promotores de salud en programas de prevención del SIDA quienes subrayaban la importancia de ayudar a los usuarios y a otras personas en contextos de ilegalidad a cuidar su salud y bienestar (nota de la autora).

Recibido: 22 de Octubre de 2015; Aprobado: 20 de Junio de 2016

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