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La ventana. Revista de estudios de género

Print version ISSN 1405-9436

La ventana vol.5 n.40 Guadalajara Jul./Dec. 2014

 

La teoría

 

El capitalismo de acumulación flexible y las movilidades laborales y espaciales de las mujeres en el área metropolitana de Guadalajara

 

Fernando Calonge Reillo

 

Recepción: 1 de febrero de 2013.
Aceptación: 25 de marzo de 2014.

 

Resumen

El presente artículo ofrece una panorámica local sobre cómo las mujeres son segregadas laboral y espacialmente según se vinculan con los procesos de acumulación flexible del capitalismo global en el Area Metropolitana de Guadalajara. Frente a la dominante de análisis de esta formación económica que se centra en estudiar las posiciones ocupadas por los trabajadores hombres en las ciudades globales de los países desarrollados, pretende reflexionar sobre esas otras posiciones que representan las mujeres, en ciudades de segundo o incluso tercer orden mundial. De esta forma, junto a las principales dinámicas globales, se evidencian otras particularidades propias del contexto local, y que se superponen a la segregación urbana que viven las mujeres económicamente activas del Area Metropolitana de Guadalajara.

Palabras clave: Segregación urbana, mujeres, capitalismo global, acumulación flexible, segregación espacial.

 

Abstract

This paper tackles a survey on woman's space working segregation they are integrated in the global capitalism of flexible accumulation in Guadalajara's Metropolitan Area. Against the mainstream analysis that relies on the central positions of men living in global cities of developed countries, the paper reflects on marginal positions embodied by women in second or third world cities. In doing so, it exposes, besides global dynamics, some particularities coming from the local context that represent the urban segregation of active women in Guadalajara's Metropolian Area.

Keywords: Urban segregation, women, global capitalism, flexible accumulation, space, segregation.

 

Introducción

El corpus de la discusión sobre los últimos ajustes urbanos vinculados a los procesos de acumulación flexible del capitalismo global es extenso y prolífico. Sin embargo en su mayoría se centra sobre posiciones tradicionalmente centrales para el desarrollo de las esferas públicas y mercantiles: las posiciones, trabajos y ocupaciones que realizan los hombres en aquellas ciudades nodales en el desarrollo mundial.

Con este artículo pretendo focalizar la atención en cómo se expresan esas dinámicas globales en la intersección de otras posiciones menos centrales y, por tanto, menos estudiadas. En particular, me interesa mostrar cómo las mujeres viven estas tendencias recientes de los sistemas económicos internacionales, y cómo lo hacen cuando se ubican en un área metropolitana que está lejos de ser epicentro de los procesos mundiales de acumulación,1 como es el Área Metropolitana de Guadalajara.2 El interés deriva del hecho de que, al cruzar estas dos características, se nos aparecen las otras caras de un capitalismo global que, de otra manera, aparece como opresivamente totalizador.

El referirme a mujeres, y el situarlas en una ciudad de segundo o tercer orden mundial, implica necesariamente el hablar de segregación urbana. El presente artículo pretende ser un primer acercamiento 'macro' a los procesos globales, pero también locales, de segregación urbana de las mujeres. para sustentarlo, realizo un breve recuento sobre cómo la literatura ha retratado los procesos de segregación del capitalismo global, su repercusión sobre las ocupaciones y la forma particular como estaría obrando sobre las tradicionales segregaciones de género. A continuación muestro los datos existentes3 para el Area Metropolitana de Guadalajara. En particular ofrezco información básica sobre cómo se comportan los niveles femeninos de actividad, en comparación con los masculinos, y realizo una sucinta radiografía del tipo de ocupaciones que las caracteriza a ellas, en comparación con las que los caracteriza a ellos. Y con el supuesto de que los fenómenos laborales tienen una íntima relación con los espaciales, añado un último epígrafe donde analizo la forma como las mujeres son segregadas espacialmente en el Area Metropolitana de Guadalajara, donde los fenómenos de centralidad y suburbanización desempeñan un papel primordial. De esta forma se evidencia la paradoja de que, si bien las mujeres son las grandes relegadas de esos procesos de acumulación flexible; sin embargo, es sobre su misma exclusión desde donde se trabaja hacia la precarización de las condiciones laborales que posibilitan esa misma acumulación.

 

Elementos para la segregación

Al día de hoy, una de las fuerzas que con mayor intensidad está modificando las dinámicas socio-urbanas la constituyen los procesos globales de acumulación flexible. Si bien los orígenes del movimiento globalizador vinculado al capitalismo pueden trazarse hasta los finales de la Baja Edad Media (Madisson, 2006: 53-4) no es sino hasta la década de 1980 cuando el crecimiento económico deja atrás una perspectiva local o nacional, y se adentra en su dimensión global. Esta última etapa del capitalismo trae consigo cambios muy importantes dentro del sistema productivo que tienen un reflejo fundamental en la organización de la estructura urbana.

Parte de los análisis realizados han seguido la pista a los reajustes dentro de la producción industrial y las repercusiones que ello ha tenido con los procesos de urbanización.4 Más en particular, se ha señalado cómo tras la conocida etapa del fordismo, en que los sistemas 'científicos' de organización del trabajo acarreaban la integración de las actividades productivas para la fabricación en masa de bienes de consumo, se ha producido un agudo reajuste de los procesos que inaugura un período conocido como post-fordismo. O más específicamente, una etapa en que asistimos a "un proceso generalizado de fragmentación de los diferentes elementos del proceso del trabajo en el que se generan nuevas unidades productivas especializadas, pero funcionalmente relacionadas" (Scott y Stopper, 1986: 27).

Si existe una palabra que resuma estos fenómenos de desintegración productiva y de reajuste, esa es flexibilización. Los procesos de acumulación flexible descansan en la posibilidad de proceder a profundas y súbitas desinversiones en un emplazamiento determinado, para poder buscar nuevas oportunidades de inversión mucho más lucrativas. De esta manera focos tradicionales de industrialización sufren agudas desestructuraciones, y nuevos espacios a escala global se convierten en epicentros para la acumulación (Soja, 2003: 279). Dentro de este sustancial cambio, el tiempo sustituye a la dimensión, en tanto que lo importante ahora no es tanto el tamaño industrial para la producción masiva, sino la capacidad de acomodarse, lo más rápidamente posible, a las nuevas ventajas competitivas inscritas ya en los diferentes espacios del mundo (Sassen, 2000: 72).

La resultante es la dispersión territorial de unidades productivas semi-autónomas y especializadas, que ahora tienen que ser coordinadas horizontalmente por las funciones propias de la gestión y el comando. (Soja, 1989: 212). En esta tesitura las actividades de coordinación y comunicación de todos aquellos procesos estructuralmente desintegrados se vuelven cruciales, y sustituyen como motor de la economía a la fordista producción industrial. Son los servicios de apoyo a los negocios, como los legales, los financieros, de contabilidad, publicitarios y de consultoría. Como señala Sassen, "estos servicios pueden ser considerados como parte de la capacidad de aprovisionamiento, en la medida en que facilitan el ajuste a unas circunstancias económicas cambiantes" (Sassen, 2000: 61).

Ahora bien, para que todo esto pueda suceder, antes se han tenido que tomar decisiones fundamentales hacia la desregulación de las economías nacionales. Sólo permitiendo la libre salida y entrada de capitales dentro de las fronteras nacionales es como se pueden favorecer estos acelerados procesos de inversión y desinversión. Como muy bien señala Massey, para el caso del Reino Unido, el auge presente de los procesos de acumulación flexibles no sería posible sin ciertas decisiones políticas, como las que asumió Margaret Thatcher, que desprotegieron los mercados y poblaciones locales (Massey, 2008: 51).

Estas transformaciones que tuvieron lugar en la escala global, se han expresado de forma muy particular en ciertos cambios experimentados tanto por los empleos como por los propios espacios urbanos. Por el lado de los primeros, la flexibilización ha calado dentro de los procesos de organización del trabajo,5 segmentando profundamente el mercado laboral en torno a los polos del privilegio y de la desventaja (Hiebert, 1999: 342). Junto a los triunfadores del capitalismo (publicistas, gerentes, relaciones públicas, consultores, financieros, etcétera), una gran capa de la población, expulsada de la industria, y precipitada en el agudamente desregulado sector de los servicios personales (limpieza, cuidados personales, seguridad, servicio doméstico), se vería forzada a prestar su fuerza de trabajo en condiciones altamente inestables y a muy bajo costo para el sostenimiento y beneficio de los primeros (Massey, 2008: 70). Como advierten Sassen y Davis, los sectores punteros de la economía basarían buena parte de su prosperidad en la existencia de una gran disponibilidad de personal mal remunerado, rayando la informalidad, a través de complejas fórmulas de subcontratación (Sassen, 2000: 123-125; Davis, 2006: 178).

En los países ricos la segmentación del mercado laboral es muy importante desde el punto de vista de los propios procesos productivos, porque, como ha sugerido Soja (1989: 217) hace innecesario el tener que desplazar las inversiones a países pobres en busca de la competitividad en base a bajos salarios. Cuando en la propia metrópoli se dan condiciones laborales de precariedad, bajos salarios y alta desprotección, ya no es necesario deslocalizar ciertas actividades de producción y transformación intensivas en el uso de mano de obra. De esta forma, no es casual la superposición de clases sociales triunfantes junto a grandes masas de trabajadores informales ubicados en el nivel de subsistencia. Como Soja (2000: 162) sugiere, la organización global del capitalismo implica también la necesidad del empobrecimiento y desprotección de la masa de trabajadores, que, como añadiría Harvey, se convierten de esta manera en nuevas reservas para subsiguientes procesos de acumulación (Harvey, 2005: 35-6).

Ahora bien, estas reestructuraciones en el seno del mercado laboral no dejan de tener consecuencias para la configuración de los espacios urbanos. Por el lado del espacio, ya señalaba Massey que las geografías de la ocupación son también otras tantas geografías del poder y de la influencia (2008: 144). Estos cambios a escala urbana configuran lo que Soja denominó la Ciudad Capitalista, Corporativa y Monopólica, donde:

(...) la producción industrial se concentra cada vez menos en torno al centro de la ciudad, al desplazarse las fábricas a los anillos periféricos que inicialmente fueron residenciales, y cada vez más al exterior hacia centros de industrias satélites (...) Como resultado, los antiguos núcleos urbanos se terciarizan, reemplazando las antiguas industrias por un número creciente de corporativos, oficinas gubernamentales, instituciones financieras y servicios de apoyo y actividades de seguridad (Soja, 1989: 179).

La ciudad queda así desestructurada, o más bien, fragmentada, viviendo sobre la yuxtaposición de predios para las más variopintas actividades, o sobre la coexistencia, regulada por muros y bardas, de poblaciones enriquecidas junto a colonias miseria (Cabrales y Canosa, 2001: 241; Merry, 2001: 17).

Sin embargo, con ser estos análisis muy elocuentes por todo lo que descubren sobre las últimas transformaciones de las ciudades, dejan de lado un aspecto fundamental para comprender los procesos de flexibilización: el género. Como bien señalara McCall (1998: 381), la mayor parte de la literatura ha realizado un análisis sobre los procesos de reestructuración económica basados en la figura del trabajador hombre y no ha atendido al rol económico que desempeñan las mujeres.

La consideración hacia cómo los movimientos globales de inversiones, bienes, servicios y mano de obra se asienta (y modifica) estructuras preexistentes de género, es tanto o más necesaria por cuanto, se sostiene, la fisionomía del actual sistema económico está feminizándose. El que el actual modo de producción se feminice tiene varias implicaciones. En primer lugar se asiste a una entrada masiva de la mujer dentro del trabajo mercantilmente remunerado. En segundo lugar, esta entrada se produce en aquellos puestos más precarios, flexibles y desprotegidos porque, ideológicamente, las mujeres 'únicamente' habrían de complementar con aportaciones monetarias suplementarias el todavía indiscutido ingreso principal hombre. Finalmente las ocupaciones dejarían de distribuirse en un mercado laboral puro, para segmentarse en función del género, de forma que ciertas actividades cada vez más importantes para el modo de producción serían definidas como femeninas (Caraway, 2005: 400) -fundamentalmente los servicios personales y buena parte de los servicios de apoyo a la producción. Así, un nuevo modelo productivo, basado en características habitualmente asociadas al empleo femenino, sustituye al clásico modelo fordista del breadwinner.6

Entre las peculiaridades que hay que atribuir a esta nueva etapa del capitalismo está, sin lugar a dudas, la de apoyarse sobre el trabajo de una mano de obra barata y flexible en cuya provisión las mujeres, como sostiene Townsend (1991: 28), han contado con el dudoso privilegio de representar ventajas competitivas sobre los hombres. Las empleadas temporales y ocasionales, una figura en otro tiempo residual dentro de la organización de la producción, se ha hecho hoy central dados los procesos de desintegración vertical y la flexibilización de las contrataciones de mano de obra.

Además, los avances tecnológicos sobre los que descansa la producción actual, han tendido a descualificar los puestos de trabajo del personal operario, hasta el extremo de que no se necesitan habilidades especiales a pie de producción (Villareal y Yu, 2007: 367). Esta circunstancia, que en México fue fundamental para la entrada de mujeres no cualificadas al mercado laboral (De la O y Medina, 2008: 63), se ha hecho endémica, favoreciendo las señaladas dinámicas hacia la feminización de la economía.

Además, la demanda de mano de obra se realiza sobre sujetos previamente sexuados, y predefiniendo una segregación sexual del trabajo. Así, es normal que en la industria maquiladora las mujeres ocupen determinados puestos relacionados con la habilidad manual, y con tareas tradicionalmente atribuidas a las mujeres como la confección, el vestido y, en menor medida, la electrónica (De la O 2006: 115).7 Igualmente los gestores de la industria trasnacional de la exportación suelen preferir a las mujeres, porque su supuesta mayor docilidad y menor beligerancia, hace mucho más fácil el manejo del personal y de la mano de obra (Villareal y Yu, 2007: 369, Silvey, 2000: 144 y Wright, 1997: 279).

Lo que comenzó siendo espacios periféricos en la producción, dentro de la etapa del fordismo y de la producción integrada vertical, con el paso del tiempo se fue haciendo central para el nuevo formato de acumulación flexible propia del capitalismo especulativo presente. Los antiguos sectores productivos basados en el citado modelo del breadwinner fueron flexibilizándose, y el tipo de puestos de trabajo atribuidos habitualmente a las mujeres, se hizo canónico dentro de esta nueva fase del capitalismo. Así, la propia De la O advierte cómo a partir de la década de 1980 cada vez más hombres, expulsados de los sectores estables de la producción, sufrieron agudos procesos de descenso laboral, y tuvieron que emplearse en la industria maquiladora pasando a ser una fuerte competencia para la mano de obra femenina (De la O, 2006: 111) en puestos de trabajo previamente feminizados.

Como quiera que sea, no hay que desconocer el hecho de que buena parte de los atributos de estos trabajos 'femeninos' fueron conferidos por la posición que las mujeres ocupaban dentro del sistema reproductivo de la mano de obra. Al quedar ellas obligadas socialmente a dedicarse a los cuidados de la familia y descuidar su propia trayectoria profesional, cuando se incorporaban al mercado laboral lo hacían con bajas cualificaciones y con la necesidad de ocuparse de manera flexible para poder desempeñar sus funciones de cuidadoras. Así, la mujer buscaba una flexibilidad en el mercado laboral que le permitiera cumplir con su principal obligación y fijación en el núcleo doméstico (Kwan, 1999: 371). Desde este reconocimiento, se ha desarrollado toda una literatura que explora cómo la fijación de la mujer en la esfera doméstica dificulta su acceso al mercado laboral, y le impone muy serios condicionantes de equidad salarial o ascenso laboral (las llamadas teorías del entrapment).8 Así, se ha documentado que, conforme aumentaban los integrantes de la familia y, en consecuencia, las obligaciones atribuidas del cuidado para las mujeres, disminuía la presencia de las mujeres en empleos profesionales, con la consiguiente merma en sus ingresos (Budig, 2006: 746).

Sin embargo, la llegada temporal de la mujer al mercado laboral ha cobrado tintes de definitividad, lo que, unido a la flexibilización de los anteriormente estables empleos masculinos, comporta no pocas tensiones y necesidades de negociación al interior de los hogares.

Tan así ha sido, que ya hay quien habla de un nuevo modelo de dualearned households,9 (Wyly, 1999: 332) como sustituto del modelo breadwinner, o de fórmulas de domesticidad mucho más flexibles (Cravey, 1997: 174) ante la 'disfuncionalidad' de la familia nuclear para las presentes exigencias del mercado laboral.10

En consecuencia, tanto la reciente evolución del sistema productivo como los reajustes que suceden al interior de los hogares están actuando como fuentes principales de segregación por género en las grandes ciudades. Frente a la mayor fijación espacial de las mujeres, los hombres derivarían buena parte de sus ventajas en el mercado laboral de su mayor capacidad de movilidad y de flexibilidad espacio-temporal (Carlson y Persky, 1999: 240 y Boyer, 2004: 210). Por eso, como subrayan De la O y Medina para el caso del trabajo en la maquila (2008: 56) los hombres suelen escenificar trayectorias laborales mucho más móviles y, en algunos casos, ascendentes.

No es casual, por consiguiente, dentro de la reciente economía feminizada, encontrar a las mujeres en los sustratos más bajos del mercado laboral. Esto es especialmente cierto para las menos educadas (McCall, 1998: 400). En su caso, junto al señalado 'entrampamiento' espacial, hay que sumar que su escasa cualificación las retiene en aquellos nichos laborales más desventajados y con menos perspectivas a futuro, como es el caso de industrias en decadencia (Hiebert, 1999: 349). En ocasiones este cúmulo de estereotipos se retroalimenta. Mujeres, cuyo futuro no era la cualificación ni el desarrollo profesional, terminan ocupando los escalones más bajos del mercado laboral, donde, como no están destinadas a ningún ascenso ni promoción, no reciben ningún tipo de capacitación, ni entran en programas formativos (Wright, 1997: 279).

Pero la segregación tiende a reproducirse también en las posiciones más elevadas de la estructura laboral. Aunque se ha documentado que, sobre todo en los empleos profesionales de cuello blanco, las diferencias salariales entre mujeres y hombres son menores (Budig, 2006: 743), las dificultades de ascenso, promoción y reconocimiento son más estorbosas para las mujeres que para los hombres. En ocasiones las propias evoluciones tecnológicas, aunadas a otra segregación de género, la que viven las mujeres dentro del espacio educativo, propende a generar las inequidades. Pese al creciente acceso de las mujeres a la universidad, el que éstas estudien sobre todo programas humanísticos evita que luego puedan ser empleadas en los trabajos técnicos que reciben un mejor reconocimiento y prestaciones dentro del sector productivo (McCall, 1998:400).

Todo este género de discriminaciones sufridas en el mercado laboral y que implican la obtención de unos salarios apenas por encima del umbral de supervivencia, hacen que muchas mujeres eviten la situación de empleadas y desarrollen estrategias de auto-empleo. Como indica Budig (2006: 726), las auto-empleadas, cuando menos, evitan los procesos discriminantes que suelen intervenir con sus jefes o incluso entre compañeros. Esto hace que las mujeres profesionales puedan esperar encontrar retornos económicos más equitativos respecto a sus compañeros si se auto-emplean, antes que si decidieran ocuparse en alguna empresa (Budig, 2006: 741).

Dentro de estos procesos de segregación por género, la ubicación urbana de las mujeres no deja de tener, tampoco, importantes consecuencias. Hay que recordar que buena parte de la decisión sobre la ubicación de la familia suele proceder de las necesidades de movilidad del hombre, y no de la mujer. Esto ha producido el fenómeno denominado la 'solución suburbana': el desplazamiento de las familias a las áreas residenciales de los suburbios de la ciudad (Bondi y Rose, 2003: 231). Sin embargo, en los suburbios las mujeres tienden a aislarse de los contactos y las redes de apoyo, de forma que se ven solas ante la obligación social del cuidado de la familia (Schwanen, Kwan y Ren, 2008: 2119). Ante esta tesitura el referido mecanismo del 'entrapment' se impone más pesadamente. En las áreas suburbanas las mujeres ocupadas logran menores ingresos, dado que tienen que elegir trabajos más próximos a una casa en la que se encuentran solas para la subvención de las necesidades domésticas (Carlson y Persky, 1999: 250).

Con estas dinámicas de segregación documentadas en otros ámbitos, y contando con las últimas evoluciones del capitalismo global, cabe ahora preguntarse por la situación particular que se evidencia en el Área Metropolitana de Guadalajara. En concreto nos interesa comprobar la segregación social y espacial que viven las mujeres. Estaremos atentos a las dimensiones laborales y espaciales que puedan estar forzando la segmentación y marginación de determinados grupos de mujeres. Además, aprovecharemos la oportunidad para reflexionar sobre cómo las tendencias globales del capitalismo se expresan o tienen que modificarse al contacto con la realidad del Área Metropolitana de Guadalajara que se ubica en un segundo o tercer orden dentro de las ciudades globales.

 

Las condiciones generales para la segregación de las mujeres en el Área Metropolitana de Guadalajara

La discriminación sobre las mujeres es un hecho que atraviesa muy diversos ámbitos. Así, ya se ha señalado cómo la vinculación de las mujeres con lo doméstico está mediatizando la segregación que viven en los mercados laborales. Como se indicaba, según las mujeres van sumando nuevos vínculos a sus vidas, incorporan otras tantas exigencias de cuidado que entorpecen su abierta entrada al mundo del trabajo remunerado. El caso de Guadalajara no es la excepción. Conforme van acumulando vínculos familiares, las mujeres de la ciudad van añadiendo también más dificultades para trabajar y para hacerlo en óptimas condiciones.

Como se ve en la tabla 1, el nivel de participación de las mujeres en la actividad económica remunerada es muy alta en tanto no mantengan ningún tipo de vinculación familiar. Son más del 70% de las mujeres las que se encuentran económicamente activas. El elemento fundamental para que esa participación descienda dramáticamente es el convivir con una pareja o el casarse. Cuando entran en esta situación, trabajan ya menos de la mitad del total. Pero no sólo el acceso a la actividad remunerada se ve afectada por las obligaciones que van contrayendo en sus familias. También el tipo de actividad y sus condiciones. Al casarse, emparejarse o tener hijos, el porcentaje de mujeres económicamente activas que trabajan dentro del marco formal de un contrato se precipita de igual manera, y se queda en el 38.61% de los casos para las primeras, y en el 36.72% de los casos para las segundas. Observamos también descensos en las horas semanales trabajadas (de 40.15 a 35.70 y 35.50 horas respectivamente), tiempo que a buen seguro se rescata para las actividades del cuidado. Y aunque la remuneración conseguida por hora trabajada se mantiene en niveles similares, al trabajar menos tiempo, los montos totales mensuales ganados descienden de $5,303 para las que no tienen compromiso, hasta los 4,651 y los 4,517 para quienes ya los adquirieron.

Estas dificultades de incorporación al mercado laboral remunerado tienen su origen en las obligaciones domésticas que socialmente se les encomienda a las mujeres emparejadas o con hijos e hijas. Cuando observamos las razones de la inactividad, en las mujeres una situación que resalta sobremanera es la de encontrarse dedicadas al cuidado del hogar.

En términos generales, las mujeres en el Área Metropolitana de Guadalajara presentan niveles de actividad mucho menores que los hombres (del 50.08% en comparación con el 79.31%). En la tabla 2 podemos observar que una buena parte de esa inactividad se debe a la circunstancia de que las mujeres se encuentran a cargo del hogar. Del total de mujeres inactivas, el 68.64% lo está porque se encuentra ocupada en las 'obligaciones' domésticas.

Esta forma, en que lo doméstico se impone como un impedimento para la equitativa integración de la mujer en la actividad económica remunerada nunca será suficientemente destacada. Aparte de los propios estereotipos y discriminaciones vividas en el espacio laboral, la precondición de tener que cuidar el hogar actúa como el principal factor de segregación para las mujeres. A partir de este hecho, en el Área Metropolitana de Guadalajara observamos una participación de las mujeres en el mercado laboral en desigualdad de condiciones respecto a los hombres. Como ya ha quedado subrayado, el tener que mantenerse más cercanas al ámbito doméstico y desarrollar la mayor parte de su tiempo dedicándose a los cuidados, hace que sólo puedan optar por empleos más flexibles, precarios y mal remunerados, los propios de esta nueva fase del capitalismo global.

Aunque la literatura ha señalado que una fuente segura para la segregación de las mujeres en el mercado laboral es una menor cualificación adquirida, éste no es el caso dentro del Área Metropolitana de Guadalajara. Hombres y mujeres que se encuentran ocupados tienen más de diez años y medio de escuela aprobados. Sin embargo se evidencia que esto no es óbice para que las mujeres se encuentren discriminadas en casi todos los rubros respecto a los varones. Son menos las mujeres que reciben pago por la ocupación que desempeñan (un 93.58% frente al 98.14% de los hombres). Y aunque ellas tienen unos niveles de contratación formal similares a los de los hombres; los contratos suelen ser más temporales que para el caso de ellos (11.60% de los contratos son temporales frente al 9.44% en el caso de los hombres).

Las prestaciones vinculadas a la ocupación son similares en ambos casos. Sin embargo volvemos a contemplar que las mujeres, probablemente por las cargas familiares que tienen, y que son omitidas en el caso de los hombres, pueden trabajar menos horas que ellos (39.35 frente a las 45.13). Lo que sí se ratifica es que las mujeres ganan menos dinero que los hombres. Esto se expresa en la cantidad de dinero ganada por hora trabajada. Los hombres obtienen $33.81 por hora de trabajo, y las mujeres sólo $29.48 (tabla 3). Esto, aunado a que ellas trabajaban de manera remunerada menos horas que ellos, hace que los montos totales obtenidos por ellos sean superiores a los que consiguen ellas en el mercado laboral ($6,248 ellos frente a los $4,744 de ellas). Estas condiciones 'generizadas' de acceso al mercado laboral causan que sus retribuciones tengan que considerarse como un 'complemento' a la principal fuente de ingresos que aporta el hombre.

Todos estos factores conllevan a que en los hogares donde se consigna a la mujer como jefa de hogar se viva en peores condiciones que donde el jefe de hogar es el hombre.

Como vemos, las condiciones de las viviendas son muy similares a si la jefatura del hogar es masculina o es femenina. En algunos casos las viviendas comandadas por mujeres ofrecen mejor infraestructura (en la disposición de servicios de electricidad, agua, drenaje y regadera). Sin embargo los hogares encabezados por mujeres van a la zaga de los comandados por hombres en lo que respecta a la posesión de automóviles y de internet (tabla 4). Sin duda estas dos características redundan en las dificultades de movilidad de las mujeres, reforzando su fijación al espacio del hogar, y condicionando las posibilidades laborales. Pero donde los hogares de jefatura femenina se encuentran en una más clara desventaja respecto a los de jefatura masculina es en el nivel de vida desarrollado. Los ingresos mensuales del primer tipo de hogares son sensiblemente inferiores a los hogares con jefatura masculina (un 27% menos). Esto se traduce en un indicador que si bien no es muy cuantioso, sí delata situaciones agudas de pobreza. En 8.47 de cada 100 hogares de jefatura femenina alguno de sus integrantes pasó hambre en los últimos 3 meses respecto a la realización de la encuesta.

 

Ocupaciones feminizadas para una economía feminizada

El capitalismo global se expresa en el contexto de la ciudad de Guadalajara a través de una feminización muy destacada no sólo de las condiciones del trabajo, sino de las mismas ocupaciones desarrolladas.

Las ocupaciones que más emplean a las mujeres están feminizadas por un doble motivo (tabla 5). En primer lugar porque las mujeres están sobre-representadas en ellas, en comparación con los hombres. Así sucede con las 15 ocupaciones femeninas más importantes, especialmente con la de empleadas de ventas y vendedoras por teléfono, con la de las trabajadoras domésticas y con las secretarias o las trabajadoras de la limpieza. En segundo lugar están feminizadas porque suponen la continuación, en el mercado laboral, de actividades y labores que socialmente se han atribuido a las mujeres. De modo que los trabajos remunerados que asumen las mujeres, en ocasiones no son sino una prolongación de los no remunerados que desarrollan en el hogar. Son los conocidos como servicios personales del servicio doméstico, la limpieza, la peluquería, la preparación de alimentos, o servicios a negocios como secretarias, recepcionistas o cajeras.

A excepción de las ocupaciones comerciales, típica y tradicionalmente muy desarrolladas en Guadalajara, la mayor parte de las principales ocupaciones de las mujeres son propias de las exigencias de esta última etapa del capitalismo global. Ocupaciones de muy bajo perfil y que, por los bajos costos que implican, son servicios para la reproducción ya sea de las propias clases altas, ya sea de sus negocios. En otras palabras, son ocupaciones sobre las que se asienta la gran segregación clasista presente en la ciudad de Guadalajara: empleadas de ventas, servicio doméstico, secretarias, trabajadoras de limpieza, recepcionistas, cajeras, peluqueras, etcétera. Son ocupaciones que, sin en su momento fueron residuales, en este período del capitalismo de acumulación flexible se convierten en centrales. De esta forma, este período del capitalismo de acumulación flexible encuentra un suelo propicio en la preexistencia, en el Área Metropolitana de Guadalajara, de una mano de obra femenina muy poco cualificada que vive en situaciones de informalidad y precariedad.

El que el mercado laboral esté segmentado implica no sólo la sobre-representación de las mujeres en los estratos inferiores de las ocupaciones, sino también su escasa presencia en los superiores: las ocupaciones mejor remuneradas y aprovechadas por el capitalismo global, en su expresión particular dentro del Área Metropolitana de Guadalajara.

Al comparar estas ocupaciones mejor valoradas del Área Metropolitana de Guadalajara con las que habrían de ser las punteras del capitalismo global, tenemos que señalar ciertas particularidades de la urbe que matizan las dinámicas globales descritas en otras ciudades. Así, hay que señalar el peso que tiene en la metrópoli de Guadalajara de la herencia que ha caracterizado el sistema político en Guadalajara y México. Así sucede con la ocupación de los funcionarios (a la que pueden sumarse: supervisores educativos y coordinadores y directores en salud), que es por entero ajena a la nueva economía financiera y de apoyo a los negocios, y representa las características de una ciudad con alto índice de empleo público y burocracia. Igualmente, existen ciertas ocupaciones vinculadas con la dirección y la gerencia que se orienta a áreas tradicionales, y no punteras, de la producción. Así sucede con la dirección en actividades agropecuarias, industrial y de la construcción, los supervisores de la extracción, albañilería y construcción o los especialistas en actividades agropecuarias.

Más propias de esta fase última del capitalismo de acumulación flexible serían las ocupaciones de investigadores y especialistas en ciencias sociales, contadores, auditores y especialistas en finanzas y economía11 o los directores en servicios financieros y administrativos, y los especialistas en sistemas computacionales. De esta forma los individuos más reconocidos del mercado laboral mexicano no son propiamente los representantes de los sectores prominentes de la economía global; en el caso de Guadalajara, estas ocupaciones aparecen integradas junto a otras más tradicionales y que han caracterizado a los modos de vida propios de las clases altas tapatías.

Sean las ocupaciones mas aventajadas propias de la particularidad local de Guadalajara, o respondan a las nuevas necesidades del capitalismo global, lo cierto es que en todas ellas la presencia de las mujeres es baja. Especialmente relevante es su infra-representación en las actividades directivas, sobre todo en aquellas actividades más 'pesadas', y que tradicionalmente han sido coto privado de los hombres: directores de producción agropecuaria, industrial y construcción (24.95% de mujeres) y supervisores de construcción (ninguna mujer como supervisora). Pero también sucede en los empleos que hemos consignado como técnicos, requeridos por este último capitalismo, y a los que no llegarían las mujeres debido a que las carreras que ellas eligen están más relacionadas con las humanidades. Así, las investigadoras y especialistas en ciencias sociales representan sólo el 35.33% de los empleados, y las investigadoras y especialistas en sistemas computacionales tan sólo llegan al 14.19% del total trabajadores.

Sin embargo, dentro de estas ocupaciones de alto perfil, sí observamos una mayor paridad en las ocupaciones relacionadas con la salud: las coordinadoras de servicios de salud representan un 44.39% del total, las directoras de salud un 41.57% del total y las médicas generales y especialistas un 48.32% del total. No hay que ignorar el hecho de que la entrada de las mujeres a estas ocupaciones de alto nivel se realiza a través de tareas y actividades tradicionalmente atribuidas a la mujer, como el cuidado de la salud.

Ahora bien, la discriminación se debe no sólo al tipo de ocupaciones desarrolladas, sino a la desventajosa situación que viven las mujeres, respecto a los hombres, en unas mismas ocupaciones. Incluso en aquellas ocupaciones feminizadas que vimos hace un momento, las mujeres tienen peores circunstancias laborales que sus compañeros los hombres.

Según se expresa en la Tabla 7, y para una misma ocupación, emplear a una mujer significa, en mucha mayor proporción, no preocuparse por las formalidades del contrato de lo que representaría el tener que emplear a un hombre. En algunas ocupaciones la desproporción de contratos a los hombres respecto a las mujeres es muy destacada. Sucede con el trabajo doméstico (ellos, en el 15.67% de los casos disponen de contrato frente al 1.16% de las mujeres)12 con los trabajadores en la preparación y servicio de alimentos (31.25% hombres con contrato frente al 21.84% de las mujeres con contrato) y con los agentes y representantes de ventas (66.99% de los hombres contratados frente al 26.41% de las mujeres).

Algo similar ocurre con las horas de trabajo a la semana. Sólo en muy escasas ocupaciones las mujeres trabajan más que los hombres, y lo hacen en muy escasa proporción de más. Sin embargo, en ocupaciones como los trabajadores domésticos, los agentes y representantes de ventas o los vendedores ambulantes, los hombres tienen jornadas laborales que sobrepasan en un 36% cuando menos las jornadas de las mujeres. Hay una doble circunstancia que explica esta menor intensidad del trabajo de las mujeres. Por el lado de la oferta de trabajo, las mujeres disponen de menos tiempo desocupado por las obligaciones domésticas para poder emplearse. Pero, por el lado de la demanda de trabajo, las distintas actividades económicas cuentan con las mujeres como piezas temporalmente periféricas.

La segregación de las mujeres dentro, incluso, de las ocupaciones segregadas por género opera finalmente a través de los salarios. Tan sólo las trabajadoras domésticas y las vendedoras ambulantes obtienen mejores ingresos que sus contrapartes masculinos. En el resto de estas ocupaciones feminizadas, los hombres ganan más por hora trabajada que las mujeres. Las mayores diferencias las encontramos entre los comerciantes de establecimientos (que ganan un 46.4% más que ellas) y entre los trabajadores de limpieza (que ingresan un 64.4% más que ellas, por hora trabajada). En resumidas cuentas, la tendencia en estas actividades de la economía feminizada implica el contar con una mano de obra lo más informal posible, prescindible, y a la que se deban ofrecer los mas bajos ingresos. En el Área Metropolitana de Guadalajara esas características las están personificando las mujeres.

 

Algunas formas de expresión espacial de la segregación

Como ya señalamos, los fenómenos de segregación social son inseparables de los fenómenos de segregación espacial. Las formas de vida se inscriben en los diferentes lugares de la ciudad, y dibujan dinámicas espaciales específicas. En el Área Metropolitana de Guadalajara la segregación que sufren las mujeres en el ámbito económico también tiene sus formas de expresión espacial. En estas manifestaciones juega un papel fundamental la dinámica que vincula al centro con la periferia, los procesos de urbanización con los de suburbanización.

Ya se ha discutido la forma como el desplazarse a habitar los suburbios acarreaba para las mujeres la ruptura de no pocos vínculos sociales y de apoyo, que las podían ayudar a compaginar 'obligaciones' domésticas y trabajo remunerado. El resultado solía ser un menor acceso de las mujeres suburbanas al mercado laboral. En el Área Metropolitana de Guadalajara este extremo lo comprobamos si observamos la distribución a lo largo del territorio de los hogares comandados por mujeres (mapa 1).

La centralidad es fundamental para encontrar un mayor número de hogares en cuya cabeza se sitúa una mujer. El Área Metropolitana de Guadalajara socialmente ha estado segregada por la línea que sobre el mapa traza la Calzada Independencia, entre un oriente empobrecido y popular, y un occidente próspero y acomodado. Pero para la expresión de este indicador de las jefas de familia no parecen existir grandes diferencias. Tanto el centro oriente como el centro poniente poseen los más elevados niveles de hogares con jefaturas femeninas. Si acaso en la zona occidente se extienden algunos radios a lo largo de los cuales se prolongan los hogares con, proporcionalmente, mayor número de jefas de familia. Así sucede con las vías López Mateos, Tepeyac y Ávila Camacho-Laureles, solo hasta su intersección con Periférico Poniente.

En general casi todos los indicadores sobre la incorporación de la mujer al mercado laboral expresan unas pautas de centralidad similares, aunque quizá algo menos marcadas. Es interesante introducir otros indicadores, porque comienzan ya a aparecer matizaciones más relevantes entre la zona oriente y la zona poniente. Por ejemplo, considerando el porcentaje de mujeres activas por AGEB, nos aparece ya un más alto grado de actividad femenina en la zona del occidente del Área Metropolitana de Guadalajara (mapa 2).

Las diferencias por indicadores tienen una fácil lectura. Las mujeres en la zona occidente de la ciudad tienen una mayor participación económica que las mujeres de la zona oriente, aunque ello no se traduce en que sean más reconocidas como jefas de familia. Las mujeres en esta parte occidental comenzarían a incorporarse más al mercado laboral, pero todavía bajo el formato del complemento a la jefatura masculina, nunca propiamente como jefas de hogar.

Aparte de esta circunstancia, hay que consignar otra matización. La mayor presencia de mujeres activas en la parte occidente parece reducirse a lo que fueron ensanches para la clase media alta y alta a partir de la década de 1960, en una dinámica de expansión todavía típicamente urbana. Así sucede en la propia zona de Ciudad del Sol y colonias circunvecinas, y en el eje Ávila Camacho. En la dinámica de crecimiento más reciente para estas mismas clases altas, ligada con la suburbanización, la creación de fraccionamientos cerrados, y la constitución de la ciudad fragmentada, que aparece dibujada en la zona de Ciudad Bugambilias y el Palomar, se revierte esta tendencia hacia una mayor incorporación de la mujer a la actividad económica remunerada. Sin duda, aquí la suburbanización, según ya se señaló, está jugando en contra de las posibilidades de empleo para las mujeres.

Mención aparte merecen las colonias La Tuzanía, Lomas de Zapopan y circunvecinas, de estrato social notablemente inferior. En estas áreas de la zona periurbana norponiente, viven poblaciones mucho más pobres y humildes y encontramos una considerable presencia de mujeres incorporadas a la actividad económica remunerada. Este hecho acaso haya que vincularlo a la gran demanda de mano de obra para el servicio doméstico y demás servicios personales que plantean los fraccionamientos cerrados vecinos de clase alta y que componen la llamada Zona Real.14

Los escasos niveles de actividad de las mujeres en las áreas suburbanas de la ciudad tienen su complemento con los elevados niveles de actividad de los hombres, como se aprecia en el siguiente mapa 3.

Los suburbios, por las razones ya señaladas de lejanía respecto a los círculos familiares y de apoyo de la ciudad central, fuerzan el regreso a patrones de segregación tradicionales en los que las mujeres se mantenían separadas de la actividad económica remunerada por ser ésta un papel sustancialmente masculino. Resulta significativo observar, por el lado de la actividad económica de los hombres, sus menores niveles de actividad en las zonas centrales (donde las mujeres eran más activas y representaban porcentajes mayores en la jefatura de hogar). En las zonas periféricas, donde las mujeres permanecen mayormente en el hogar, los hombres deben de intensificar su incorporación al mercado de trabajo remunerado. Esto es especialmente destacado en las zonas aledañas a focos de demanda intensiva de trabajo. Sucede alrededor de la Carretera Libre a Zapotlanejo y en las colonias Las Pintitas-Santa Rosa del Valle, por el importante corredor industrial del Salto, pero también con las colonias próximas al Cerro del Colli y de San Juan Ocotán, por su cercanía con los fraccionamientos cerrados de clase alta que tienen a su alrededor (Ciudad Bugambilias-Santa Anita, y la Zona Real al nor-poniente).

Sin embargo hay que realizar una salvedad. La salida de las mujeres de la actividad económica remunerada, y la intensificación de la actividad de los hombres en la zona periférica de la ciudad tiene la excepción de los fraccionamientos de clases altas. Aquí, los hombres no compensan la escasa participación económica de las mujeres aumentando la suya propia. Para asegurar los procesos de reproducción social tradicionales entre las clases altas, les basta poner en valor el propio capital social anteriormente acumulado, o el mayor valor conferido a su trabajo y cualificaciones. Así lo muestran los niveles más bajos de actividad masculina en los desarrollos de clase alta de la periferia de la ciudad de López Mateos Sur, concretamente en los fraccionamientos de Ciudad Bugambilias, El Palomar, La Rioja, El Manantial y Santa Anita Club de Golf.

 

Conclusiones

Una de las tendencias más prominentes del capitalismo global pasa por lo que sucede en los hogares de ciudades como Guadalajara. La vinculación de las mujeres con los trabajos domésticos, junto con sus necesidades monetarias motivó que en su día comenzaran a acudir al mercado laboral en busca de 'complementos' a la principal fuente de ingresos del hombre. Por continuar con la obligación de reproducir el hogar, su vinculación con el mercado laboral se produjo a través de la flexibilidad, en trabajos temporales, de tiempo parcial y mal remunerados. Sin embargo, esas fueron características que, con el paso del tiempo, habrían de imponerse como dominantes dentro de una gestión flexible de los procesos de producción del capitalismo actual. Es una de las razones por las que se habla de la reciente feminización de la economía.

En Guadalajara se ha comprobado cómo la acumulación de vínculos familiares y de obligaciones de cuidado comporta que las mujeres salgan menos, y en peores condiciones, a emplearse en el mercado laboral remunerado. La discriminación dentro del hogar se traduce en una segregación vivida en el mundo del trabajo: las mujeres empleadas aspiran a trabajar menos horas, los niveles de informalidad y temporalidad son mayores, disfrutan de menos prestaciones y ganan menos dinero. Estas peores condiciones laborales, a su vez, refuerzan la discriminación en el hogar puesto que, si bien existe un considerable número de mujeres que son económicamente activas; esto no se refleja en que se las llegue a considerar como jefas de familia. Estas tendencias a escala global tienen su fiel manifestación en el Área Metropolitana de Guadalajara.

La posición de las mujeres en el mercado laboral, no obstante, es paradójica. Porque si son las menos y peor reconocidas, sin embargo no por ello se dejan de consignar como las más importantes para la evolución del capitalismo global. La feminización de la economía comporta una segmentación del mercado laboral, en la que las mujeres, por sus peores condiciones de trabajo, establecen a la baja el patrón de empleo promedio para el resto de la economía. Por ello, incluso en las ocupaciones mayoritariamente femeninas, las mujeres eran, en comparación con los hombres, las que tenían mayores niveles de informalidad o las que recibían más bajos salarios. Por los datos recabados, las mujeres son cruciales para el capitalismo en su estrategia de flexibilización y precarización de las condiciones laborales también en el Área Metropolitana de Guadalajara.

En el área, objeto de estudio, observamos una marginación evidente de las mujeres respecto a las ocupaciones punteras para su reproducción como orden económico. Ahora bien, aquí hay que señalar una especificidad que caracteriza a esta urbe. Si bien en esta urbe se reproducen algunas de las ocupaciones dominantes para el capitalismo global, como las de especialistas, investigadores y técnicos, y en ellas las mujeres tienen una presencia residual respecto a los hombres, se presencian algunos rasgos que dibujan cierta particularidad de esta ciudad respecto a las dinámicas globales. Así, la segregación clasista y laboral tradicional de la ciudad ha pivotado alrededor de ocupaciones propias del sistema estatal y burocrático mexicano, como las de los funcionarios, supervisores y directores de servicios prestados por el Estado, y de ocupaciones directivas pero de sectores tradicionales de la economía como directores del sector agropecuario, industrial o de la construcción. Sin embargo aquí las mujeres también se encuentran desplazadas por la predominancia de hombres. Por consiguiente, desde el punto de vista de las mujeres, es indiferente que en el Área Metropolitana de Guadalajara las ocupaciones directivas sean las propias del capitalismo fordista y tradicional o las de nuevo capitalismo de acumulación flexible; ellas quedan relegadas de estas ocupaciones en ambos casos.

El capitalismo global no comporta una fuerza y una tendencia perfectamente perfilada. Posee contradicciones internas, paradojas, y muchas de ellas son trabajadas desde la propia segregación socio-urbana en clave de género. Una de estas contradicciones reside en las últimas tendencias habitacionales registradas en buena parte de las ciudades mundiales: la fragmentación de la ciudad. Este fenómeno comportaba la ruptura de la continuidad en la ciudad, la salida, por ejemplo, de las clases altas a los nuevos fraccionamientos de lujo en la periferia y el área suburbana, y su yuxtaposición con colonias pobres y desfavorecidas. El Área Metropolitana de Guadalajara no es una excepción a esta dinámica. Sin embargo, se observa un claro retorno en estas áreas suburbanas a patrones más tradicionales en el reparto de los roles de género. En los suburbios de clase media y alta, lejos de las redes de apoyo, las mujeres se están retirando en mayor medida de la actividad económica, y su posición está siendo recuperada por los hombres. Para las clases medias y altas, este proceso de suburbanización y de salida de la mujer de la actividad económica remunerada implica un serio retroceso en la lenta serie de conquistas hacia la igualdad de género.

No obstante, existen zonas periurbanas de clase baja (como La Tuzanía-Lomas de Zapopan) donde se observa la tendencia inversa: un incremento de los niveles de actividad de las mujeres. En estos casos, dada la complejidad de los hogares de que hablamos, y de su precariedad económica, las mujeres tienen que intensificar igualmente su acceso a un mercado laboral muy dinámico pero al mismo tiempo segmentado: el que se constituye alrededor de los servicios personales ubicado en las áreas vecinas de clase alta bajo la forma de servicio doméstico, limpieza, lavado y planchado de ropa, etcétera. En el caso de estas zonas periurbanas de clase baja, el mayor acceso de la mujer al mercado no hay que leerlo necesariamente como un paso hacia mayores niveles de autonomía, sino acaso de heteronomía en su supeditación a mercados laborales precarios, informales y que las definen igualmente como cuidadoras. Esta circunstancia se ve agravada por el confinamiento espacial que viven las mujeres en las áreas periurbanas de clase baja. La ausencia y lejanía de servicios y de apoyos familiares propias del extrarradio se une a su discriminación en el ámbito laboral.

De esta forma, igual que las ciudades punteras del capitalismo global como Londres, Los Ángeles, Nueva York o Tokio se constituyeron como excelentes bancos de prueba para conocer qué sucedía en la redefinición de las ocupaciones punteras fundamentalmente masculinas, acaso las ciudades latinoamericanas periféricas puedan convertirse en excelentes bancos de análisis de lo que sucede a quienes ocupan el otro extremo del espectro de las ocupaciones del capitalismo global. Urbes como el Área Metropolitana de Guadalajara deben constituirse en importantes estudios de caso para conocer las tendencias del capitalismo de acumulación flexible a través de lo que les sucede a las mujeres de clase baja en trabajos informales, precarios, temporales y bajo las condiciones de aislamiento de la periferia metropolitana.

 

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Notas

1 En el ámbito Latinoamericano no han faltado los estudios que muestran la vinculación de los agentes y las economías latinoamericanas con los procesos globales de acumulación (ver Guillén Romo, 2007, Ramírez Sáiz y Safa Barraza, 2009). Sin embargo, es tarea de este artículo examinar qué consecuencias acarrearon esos procesos para la segregación laboral y espacial que viven las mujeres en un caso de una urbe de la periferia como es el Área Metropolitana de Guadalajara.

2 El Área Metropolitana de Guadalajara la conforman los municipios conurbados de Guadalajara, Zapopan, Tonalá, Tlaquepaque, Tlajomulco y El Salto. Tradicionalmente ha sido la urbe de mayor influencia en el Occidente de México, al acoger los principales desarrollos productivos y organizar las más importantes rutas comerciales, circunstancia que con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se ha manifestado en su capacidad de difusión en la región de pautas urbanas y de consumo propias de Estados Unidos.

3 Los datos se basan en una explotación propia de fuentes estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en particular de la Muestra del Censo 2010 y de la Encuesta Nacional de Ocupaciones y Empleo. En ambos casos se ha tomado como ámbito territorial del Área Metropolitana de Guadalajara los municipios de Guadalajara, Zapopan, Tonalá, Tlaquepaque, Tlajomulco y El Salto. En el peor de los casos (la Encuesta Nacional de Ocupaciones y Empleo), la base muestra la componen 1,220 elementos, un número suficiente para establecer inferencias estadísticamente relevantes.

4 Ya Lefebvre señaló la necesidad de diferenciar entre el proceso industrializador y el urbanizador, como dos tendencias sobre cuya contradictoria vinculación descansaban los cambios del capitalismo. (Lefebvre, 2000: 70)

5 En su ya clásico trabajo, Polanyi analizaba el capitalismo como la mercantilización de la mano de obra, y la eliminación de cualquier tipo de protección social que la resguardara de imprevistos e infortunios (1968: 74-86).

6 El modelo del breadwinner supone la división sexual del trabajo dentro del hogar, donde el hombre se especializa en el trabajo remunerado, integra el mercado laboral y aporta el único, pero suficiente, ingreso económico, mientras que la mujer se queda confinada al trabajo doméstico que garantice la reproducción del hogar y de la fuerza de trabajo.

7 Se ha reportado (Hanson, 2009: 250) que esta segregación por género se reproduce en el campo de los micro-negocios, quedando sobrerrepresentadas las mujeres en actividades propias de los servicios y el comercio informal.

8 Son las teorías del 'entrapment que señalan cómo las mujeres, al no poder desvincularse de su atadura al espacio del hogar, han de buscar trabajos cercanos al propio domicilio, lo que restringe la posibilidad de encontrar más y mejores empleos (McDowell, 2002: 24, Carlson y Persky, 1999: 239, Gilbert, 1998: 604, Fernández y Su, 2004:554 y Schwanen, Kwan y Ren, 2008: 2111).

9 Los dualearned households serían aquellos hogares heterosexuales caracterizados por la necesidad de que tanto el hombre como la mujer se emplearan remuneradamente para completar un ingreso suficiente. Esta obligación comporta no pocas tensiones de redefinición de roles y redistribución de tareas desde el anterior modelo 'breadwinner'.

10 Como indica Wyly (1999: 316) en Estados Unidos a mediados de la década de 1990 los hogares no familiares ya habían sobrepasado a familias con hijos biparentales en donde la mujer no trabajaba.

11 Aunque esta ocupación también debe vincularse con el aspecto burocrático-estatal de las especiales imposiciones del sistema tributario nacional sobre la actividad profesional y los negocios.

12 No debe pasarse por alto el reducido nivel de formalización de los empleos en el trabajo doméstico, ni de las arbitrariedades a que esta situación puede conducir a las empleadas.

13 En blanco se muestran las AGEBs para las cuales INEGI no ofrece datos.

14 Ratificándose así la dinámica de la fragmentación de la ciudad, con tintes feminizados, que habla de la yuxtaposición de fraccionamientos y colonias de clases altas, rodeadas por cinturones de pobreza que, como verdaderos ejércitos de reserva, son fuentes de mano de obra barata para prestarles servicios personales.

 

Información sobre el autor

Fernando Calonge Reillo. Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. En la actualidad es investigador en la Maestría y el Doctorado en Movilidad Urbana, Transporte y Territorio del Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: fercalonge@yahoo.es

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