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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.5 no.39 Guadalajara ene./jun. 2014

 

En la mira

 

Machos y machistas. Historia de los estereotipos mexicanos

 

Zeyda Rodríguez Morales

 

Machillot, Didier. Machos y machistas. Historia de los estereotipos mexicanos. México: Paidós, 2013.

 

Licenciada y maestra en Sociología, doctora en Ciencias Sociales. Profesora investigadora de tiempo completo en el Departamento de Estudios de la Comunicación Social del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara y forma parte del cuerpo académico: "Política cultural: discursos hegemónicos y actores sociales". Correo electrónico zeydaisabel@hotmail.com

 

Recepción: 8 de octubre de 2013.
Aceptación: 17 de enero de 2014.

 

El tema de este texto constituye uno de los asuntos sustanciales de la cultura mexicana y sus términos: machos, machismo o machistas, han pasado a ser parte del lenguaje cotidiano, tanto del habla común como dentro del ámbito académico. No obstante, el que sean de uso tan común, no implica que sepamos con certeza desde cuándo se gestaron, cuál fue su origen, su evolución, y su sentido pasado y contemporáneo. El presente libro nos ilustra sobre éstas y otras cuestiones.

El texto está estructurado en cuatro capítulos. El primero se titula "Entre raza y clase: en los orígenes del macho vulgar"; el segundo se llama "Los machos revolucionarios: entre raza, clase y nación. Figuras del Nosotros"; el tercero se denomina "Machismo y machos: figuras del Otro"; y el cuarto recibe el nombre "De los estereotipos nacionales a los machos de Jalisco".

Observando estos títulos adivinamos que su lógica anuncia dos cosas, que estamos ante un trabajo que incluye un recorrido histórico y que, al mismo tiempo, vincula la averiguación sobre estos términos con una reflexión acerca de los temas de la identidad, tanto la individual, expresada en la aspiración de ser muy machos; la colectiva, referida a la creación de una idea de México como un país de machos; o la atribuida por otros, a través de un juicio crítico encerrado en el término, los hombres machistas o este país machista. Tal es el tránsito del Nosotros a los otros que dibuja el autor.

En el afán de lograr su empresa, Didier Machillot da razón al nombre del grado que le otorgó la universidad de Poitiers, doctorado en ciencias de la Sociedad, pues aunque su especialidad es en antropología, su trabajo de investigación le hizo adentrarse en territorios propios de la historia, la filosofía, la sociología, la literatura, el psicoanálisis y hasta del cine mexicano.

Volviendo al título de este libro, retomo las palabras del autor al referirse al concepto de estereotipo. Este término alude, siguiendo a Jahoda a las "creencias que conciernen a las clases de individuos, de grupos o de objetos que son preconcebidos; es decir, que no provienen de una nueva apreciación de cada fenómeno, sino de hábitos de juicio y de expectativas de rutina" (Machillot, 2013: 117).

Es decir, los estereotipos generalizan nuestro conocimiento sobre el mundo social, consisten en imágenes típicas que bajo una sola denominación, compactan información en cierta medida, distante de la realidad, cuyo nivel de abstracción no impide que jueguen una función fundamental, la de constituirse como espejos a través de los cuales nos auto reconocemos y reconocemos a los otros, por lo que forman parte de los procesos reflexivos, tanto de los individuos como de las colectividades, que buscan responder a la pregunta ¿quién soy?, ¿quiénes somos nosotros? ¿quiénes son ellos? A este referirse a los otros corresponde el término heteroestereotipo. Muestra de algunos de ellos son las bonitas estampas de lotería que ilustran la portada del libro.

De este modo, producir conocimiento sobre los estereotipos y heteroestereotipos que ordenan las identidades es de enorme relevancia para los estudiosos de la sociedad. Sobre ellos se edifican estructuras mentales que justifican desigualdad, injusticia, discriminación, afanes de superioridad, aceptación de la subordinación, entre otras cosas.

En su prefacio, el autor sintetiza el hallazgo general de su trabajo, y lo cito:

el término macho surge durante los acontecimientos revolucionarios, con mayor precisión entre 1910 y 1915, pero su popularidad es un poco posterior, puesto que vendrá con una literatura y, sobre todo, con un cine de inspiración nacionalista, que pondrá en escena a una región idílica, Jalisco, habitada por jinetes, machos a la vez, valientes y seductores: los charros (ibidem: 12).

Sin embargo, indagar sobre este proceso es lo interesante de la obra. En su trabajo se evidencia cómo los machos no surgen de la noche a la mañana sino que son producto de un tránsito al interior de las mentalidades, que va depositando de un estereotipo a otro, cualidades, habilidades, defectos, valores, etcétera a lo largo de los años.

Este recorrido inicia en tiempos de la conquista. Este hecho real, violento y objetivo vino en paralelo con otro de tipo cultural, imaginario, de denominación de parte del poderoso. Primero se nombró a América en género femenino y con características salvajes, una naturaleza a la cual había que dominar y civilizar. Luego, vendría la catalogación de sus habitantes comenzando por el color de su piel. La idea de raza conllevaba el afán de superioridad de los blancos/europeos sobre los indios que, aún mezclándose con los anteriores, no lograban rebasar su inferioridad como mestizos.

El primer capítulo de este texto describe un largo proceso de tres siglos que a través de las voces de diversos autores de la época, fue asociando a los mestizos con las características atribuidas a la plebe, por ejemplo, "relajamiento de la moral, el alcoholismo y la suciedad de las clases populares de la ciudad de México", ideas venidas a su vez de autores europeos que mostraban una visión organicista de lo social, las clases económicamente desprovistas eran vistas como un mal, una enfermedad de la cual cuidarse. Dice el autor, "la marginalidad atribuida a la herencia es naturalizada por la supuesta superioridad de las razas" (ibidem: 26). A esto se agregarían argumentos dispuestos en dicotomías donde blancos y mestizos se asociarían con pureza vs suciedad, bondad vs maldad, orden vs conflicto, paz vs violencia, ciudad vs campo.

En el trabajo se hace énfasis en la labor catalogadora realizada por el grupo de los científicos durante el Porfiriato. Una vez más el pensamiento europeo se cuela hacia nuestro país y en una amplia variedad de textos se construye una visión con pretensiones científicas donde se basaba la clasificación de los mexicanos en tres clases: indígenas, criollos y mestizos, éstos a su vez divididos en superiores y vulgares. Los mestizos vulgares a su vez, emparentarían con la llamada plebe ínfima, los pelados, los léperos, todos ellos pobres y con una sexualidad animalizada, desenfrenada y sin moral alguna.

Lugar especial le concede el autor al texto de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México publicado en 1934, en el proceso de situar a los machos dentro de la esencia de la mexicanidad. Este autor es el primero en usar la expresión macho dentro de un trabajo académico. Macho se asocia con un ser "violento, grosero, irritable, peligroso, impulsivo, fanfarrón, superficial, desconfiado, inestable y falso" (ibidem: 48). La psicología entonces se suma como un saber cuya intención es dar sustento científico a la inferioridad.

El segundo capítulo del libro ahonda en el período de la revolución. En estos años, los corridos y las novelas constituyen fuentes valiosas para rastrear su sentido. En ellas se observa que se convierte a los mestizos vulgares en héroes de la revolución lo cual los coloca como sujetos que contribuyen a la construcción de nuestra Nación, de un Nosotros.

El nacionalismo que emergió con la revolución llevó hasta el otro extremo el significado del macho. José Vasconcelos en su libro La raza cósmica, elevó hasta el cielo a los mestizos (casi/dobles del mestizo vulgar), en su obra se proclama su superioridad racial. Los machos se convirtieron entonces en los responsables del cambio gracias a su valentía y por ellos, héroes patriotas, el porvenir de México es luminoso.

Este cambio también ocurrió a nivel gráfico, la Virgen de Guadalupe se vuelve protectora de los indígenas y de las castas y adopta una tez morena, junto con ella, el águila y la serpiente, ennoblecen el origen indio de esta nación plasmado en su bandera.

Junto con esto el indigenismo se convierte en ideología de Estado.

Es en este punto que a las características del macho, ya no todas negativas, se agrega la de su disposición al sacrificio por una nación. Dice Machillot,

la exaltación del héroe sacrificado también es una apología de la obediencia. Se construye así todo un código de honor para fundar la sumisión del individuo a las necesidades del caudillo y del colectivo (ibidem: 94).

A esta cualidad se suma otra más, la de la virilidad. México entonces es una nación de hombres valientes, rudos, broncos, en suma: machos.

Construido este estereotipo vemos también que se genera su opuesto, el de los homosexuales, los cuales cargan con la negación de las cualidades anteriores. No defienden su nación, por tanto, son afrancesados, traidores; no son machos, por tanto, son afeminados. De aquí deriva la actitud homofóbica de funcionarios, escritores y pintores muralistas contra figuras como Novo, Villaurrutia y Cuesta, que lejos de sustentarse en sus cualidades artísticas, se ensañan sobre su sexualidad y por ende, en su antinacionalismo. En los ataques contra los contemporáneos profundiza también el libro.

Otro hito en este recorrido es la obra de Octavio Paz, especialmente, su libro El laberinto de la soledad. Aquí, en su análisis sobre la cultura mexicana, Paz define al macho como un ser introvertido y hermético, de actitud activa (Zeus violador de mujeres) frente a la pasividad de la mujer, "es el poder arbitrario, la fuerza sin freno y sin cauce que resume la agresividad, impasibilidad, invulnerabilidad y la violencia sin alma" (Paz, citado por Machillot, 2013: 89). A esto agrega otra característica, su imposibilidad para comunicarse, "la soledad que se devora a sí misma y que devora lo que toca, el extraño" (ibidem: 122), finaliza.

Así, llegamos al tercer capítulo del trabajo, el que se dedica al machismo. Este término, dice el autor, es fruto de la reflexión que los científicos sociales hacen del macho. Con él designaron a los comportamientos machistas como una ideología que los descalifica y patologiza, al tiempo que estigmatiza a quienes los practican. En este capítulo, Machillot repasa la obra de diversos psicólogos y psicoanalistas que explican las razones del machismo en México.

En su sentido actual, el machismo consiste en "la actitud del hombre que considera que el sexo masculino es naturalmente superior al femenino, y la manifiesta con prepotencia, a la vez que con paternalismo hacia las mujeres, así como mediante demostraciones de fuerza y virilidad", reza el Diccionario del español usual de México citado en la obra. (Diccionario del español usual en México, citado por Machillot, 2013: 149)

A luchar contra el machismo se avocan las feministas, afirma el autor. No sólo comparten la crítica radical a esta ideología sino que se proponen combatirla. No basta comprender las causas de que los mexicanos sean machos, sino que hay que denunciar, castigar y erradicar las violencias cotidianas inflingidas por los hombres y sufridas por las mujeres.

La evolución de los sentidos asociados al estereotipo del macho continúa desde esta nueva perspectiva, la del machismo. Machos por tener un histórico sentimiento de inferioridad, machos por sentirse huérfanos de padre, machos por compartir una cultura de la pobreza, machos por ser alcohólicos, machos por poseer una sexualidad desenfrenada, machos que propician sistemas políticos autoritarios.

Como vemos, en el trabajo de Machillot se constata que el juicio al individuo se expande al de la nación, México entonces, y cito, sería una "nación-infante, primitiva, inmadura, irresponsable, imprevisible, peligrosa, bárbara, opuesta casi de manera natural (...) a la de los pueblos ilustrados, civilizados, que responden a un nuevo ideal democrático" (ibidem: 174). Tan lejos llega el efecto explicativo de la existencia de machos en nuestro país.

Llegamos entonces al cuarto capítulo, el referido justamente a nuestra amada localidad, Jalisco. Y es en esta visión histórica y desde fuera que, para quienes habitamos en este Estado, se revela claramente el proceso por el cual la función metonímica (en su acepción de tomar la parte por el todo) tanto del lenguaje como de las imágenes, produce realidades que se naturalizan y normalizan. En esto tuvo un papel fundamental el cine mexicano.

A lo largo de esta última sección, el autor describe las imágenes del macho aparecidas en amplio número de películas desde la llamada época de oro en los cuarenta hasta los años setenta. Cada actor le imprimirá atributos y características a nuestra idea del macho: Pedro Infante, Jorge Negrete, Fernando Soler, Mauricio Garcés o Vicente Fernández contribuyen a esto.

El autor distingue tres tipos de machos en el cine: el noble y valeroso, incluso simpático; el problemático, celoso, alcohólico y violento; y el juerguista y conquistador. Esta tipología se concreta en diversos personajes: el macho charro y cantador, el macho albañil, el macho escritor o sastre, el macho oficial, soldado o héroe de la revolución, el macho camionero, el macho mecánico, el macho policía o el macho narcotraficante.

Como se mostró en los capítulos previos, el estereotipo del individuo se expande a un estereotipo de la colectividad y entonces ocurre que del macho charro se transita a México, país de charros, avecindados en un lugar en específico, Jalisco, símbolo de la mexicanidad, y en especial Guadalajara y la región de Los Altos.

Estos lugares son llamados por Machillot lugares sólidos, "estables y codificados desde el punto de vista de la identidad, de la relación y de la historia, cuyo poder simbólico motiva conductas esterotipadas" (ibidem: 202).

Como hemos visto en cada capítulo, el análisis que se realiza en este texto no elude nunca al factor del poder en cada uno de estos procesos. Y en este caso, fue pertinente producir en aras del nacionalismo de los años cuarenta, una región paradigmática de lo nacional, una región salvaje, bronca, (expresada en su pasado cristero), católica y conservadora como pocas, con amplias zonas rurales y habitada por personas de tez blanca. Sobre este punto también se elaboraron, cuenta el autor, complejas teorías para sostener que en Jalisco la raza es más pura y sus mejores ejemplares se encuentran en Los Altos, donde abundan las personas con ojos claros. Extraña forma de volver puro lo mestizo.

Finalmente, en la última parte de este capítulo se nos lleva a ahondar en los orígenes de la figura del charro en particular, lo que nos remonta hasta Pancho Villa, los bandidos, los chinacos, y la posterior asociación con la china poblana, su mejor pareja para bailar el Jarabe Tapatío.

Como ustedes pueden apreciar, el recorrido del trabajo es amplio y ambicioso. Los resultados de su investigación muestran cómo el asunto de las identidades involucra la mirada de diversas disciplinas para lograr dar cuenta de la compleja forma de construirnos como un Nosotros respecto a unos Otros, que a su vez nos permite identificarnos como sujetos individuales. Este libro ilumina cómo en torno a un asunto en particular, el macho y el machismo, en la producción de subjetividades colaboran saberes, instituciones y discursos que siempre, desde ciertos poderes, generan ideologías particulares poderosas y perdurables.

El trabajo de Machillot abona en mucho a la comprensión de este rasgo característico de personalidades y culturas y permite vislumbrar sin pretenderlo, lo complicado de generar socialmente identidades colectivas e individuales distintas, mucho más igualitarias y justas entre los géneros.

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