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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.36 Guadalajara jul./dic. 2012

 

Avances de trabajo

 

Familia patriarcal y trabajo artesano: una forma organizativa laboral sustentada en el parentesco

 

Patricia Moctezuma Yano

 

Doctora en antropología. Profesora-investigadora en el Departamento de Antropología de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Morelos. Correo electrónico: moctezumapaty@hotmail.com.

 

Recepción: 26 de enero de 2012.
Aceptación: 11 de junio de 2012.

 

Resumen

El siguiente análisis, sobre el papel de la familia patriarcal en la transmisión y desarrollo productivo de la alfarería en dos entidades artesanas especializadas en la producción de enseres de cocina, tiene por objeto contribuir al estudio de estructuras organizativas sustentadas en el parentesco y su impacto en la transmisión y desarrollo de algún oficio artesanal. En las entidades de Tlayacapan, Morelos y de Amozoc, Puebla, sobresalen dos principios relativos al parentesco en la organización del trabajo alfarero: el patrilinaje y el agnado, que influyen de manera significativa en la capacidad del artesano para generar y consolidar un taller. En este análisis comparativo veremos cómo ciertas prácticas culturales relativas al parentesco, como la descendencia unilineal, la residencia y los principios en torno a la herencia influyen en la continuidad de este legendario saber artesano y en la preponderancia de la figura masculina en la producción de enseres de cocina de gran tamaño.

Palabras clave: patrilinaje, parentesco y organización laboral, masculinización del oficio alfarero.

 

Abstract

Patriarchal family has been a basic organizational structure for many handicraft workshops among the peasant villages in Mexico. From a micro-approach and anthropological view, this paper analyses the influence of two kinship cultural practices that take place in the transmission and organization of pottery production. This article compares how the patriliny and agnatic kinship principles operate in the learning of the occupation and generation of family workshop among the artisans of two legendary communities specialized in the elaboration of cook pots for Mexican traditional food. The masculinization of this occupation depends on different cultural issues and among them stand out the kinship principles like patriliny, heritage and residency, which are cultural practices that explain the predominance of the masculine figure in pottery production.

Keywords: patriliny kinship and labor organization, masculinization of the pottery handicraft.

 

Introducción

En los pueblos alfareros de México es usual que el trabajo artesano utilice los recursos humanos y económicos que provee la familia patriarcal para la organización del trabajo. En dicho contexto era usual que la artesanía guardara una relación complementaria con la agricultura de subsistencia (maíz y frijol, calabaza o chile) y por lo regular la producción artesana cumplía una doble función económica: el autoaprovisionamiento y la de intercambio comercial para adquirir otros bienes necesarios.

Sin embargo, esta relación complementaria entre la agricultura y la artesanía ha quedado propiamente en el pasado por diversos factores, entre los cuales sobresalen las continuas crisis agrícolas, la búsqueda de ingresos vía migración, la mayor oferta educativa y laboral para los jóvenes descendientes de familias artesanas, y la mayor apertura de la gente por otros estilos de vida y pautas de consumo.

En Tlayacapan, por ejemplo, la agricultura de subsistencia se ha visto muy aminorada y algunos artesanos rentan sus tierras a los productores agrícolas de hortalizas –chayote, pepino, pimiento morrón, tomate y jitomate–, dejando atrás los cultivos tradicionales de cacahuate, maíz y frijol. En lo que respecta a la alfarería, digamos que en gran medida se conserva la producción de enseres de cocina, pero desde hace una década se registra la elaboración de un nuevo rubro cerámico: los objetos decorativos de barro.

El desarrollo de este nuevo género artesano descansa en los principios técnicos y organizativos que los artesanos han aquilatado de la producción de enseres, y el auge que registra su consumo obedece a diversos factores, de los que sobresalen dos: uno, la afluencia del turismo, que favorece la venta de objetos suntuarios, y que en parte ha sido promovida por instancias como la Secretaría de Turismo, dado los atractivos de la entidad, entre los cuales están el paisaje de las montañas, los balnearios circunvecinos, restaurantes de comida típica, el convento agustino de San Juan, la compra-venta de terrenos ejidales para la construcción de casas de fin de semana, y la apertura de una carretera que facilita la comunicación de Tlayacapan hacia Cuernavaca y el Distrito Federal. Y dos, que de esta mejor comunicación de la entidad hacia el exterior se ha visto favorecida la afluencia de intermediarios comerciales, tal que hoy en día la entidad se postula como centro de acopio y redistribución de objetos cerámicos procedentes de distintos estados de la República (Puebla, Oaxaca, Michoacán, Jalisco, Estado de México) e incluso este desarrollo ha favorecido la llegada de otros comerciantes de productos artesanales de otros rubros, como joyería, muebles, textiles, etcétera.

En Amozoc, la segunda entidad alfarera de nuestro análisis, también se ha registrado un sinfín de factores que han ocasionado cambios sustanciales en la producción agrícola y artesanal. Uno de carácter muy significativo es la acelarada venta de las tierras ejidales y comunitarias de la entidad, que han dejado de ser de labor para convertirse en terrenos de construcción de casas y comercios porque así lo demanda el crecimiento urbano de la ciudad de Puebla. Aunado a lo anterior, en la última década se han construido varias carreteras, entre otras el periférico, y esta mejor comunicación ha favorecido el desplazamiento de los habitantes de Amozoc a la capital poblana en búsqueda de nuevos horizontes laborales y educativos, colocando a la alfarería en una alternativa ocupacional, no más la opción principal que solía ser antaño entre las familias artesanas.

Así las cosas, hoy en día los artesanos de estas entidades tienen tres opciones: unos mantienen el oficio e incluso han desarrollado complejas estrategias organizativas y técnicas; otros lo han abandonado por completo, y algunos alternan la artesanía con otra actividad, sobre todo en empleos temporales en el sector servicios.

Pese a las consecuencias que ha traído consigo el mayor acercamiento de ambas entidades a la vida moderna, no se han observado, hasta ahora, otras formas distintas al taller familiar, el cual descansa en los recursos humanos y económicos que provee la familia patriarcal. Y es precisamente el objetivo del presente trabajo contribuir al análisis de las funciones culturales de dicho modelo familiar en la continuidad y desarrollo de tan legendario oficio artesanal. Para ello, presentaremos las funciones culturales que observan ciertas prácticas relativas al parentesco en la transmisión del oficio alfarero y la generación de un taller artesano. Iniciaremos con una revisión de los antecedentes del modelo familiar patriarcal y luego veremos cómo operan las normas de residencia, descendencia y herencia bajo el modelo familiar patriarcal, para mostrar con casos etnográficos cómo inciden en la organización del trabajo y en la enseñanza del oficio.

 

Un acercamiento histórico y etnográfico al oficio alfarero

A lo largo de mis investigaciones sobre la alfarería en las entidades de Zipiajo, Coeneo y Patamban (Moctezuma, 1994; 1998; 2001; 2002), en el estado de Michoacán, observé que la mujer solía ser la figura en quien recae la responsabilidad del oficio artesano. Dicha especialización genérica laboral obedece a un sinfín de factores, entre los cuales sobresalen los siguientes: la primacía del varón en el trabajo agrícola y una producción de enseres de cocina enfocada al autoaprovisionamiento, hecho que explica el interés de la mujer por conservar esta tradición alfarera.

Después de estos estudios, hacia el 2011 iniciamos nuestra investigación en las entidades alfareras de Tlayacapan y Amozoc, y encontramos que el varón es la figura que ostenta el papel preponderante en la producción de enseres de cocina.1 Interesados por conocer los factores que influyen en la masculinización de este oficio, registramos que la organización del trabajo descansa en la infraestructura que provee el modelo familiar patriarcal, en el que dos vínculos a nivel intergénero masculino –uno entre el padre y el hijo y el otro entre los hermanos– son claves en la continuidad y desarrollo artesanal.

Si bien este hecho explicaba en parte la importancia del varón en estas tradiciones alfareras, precisábamos saber de dónde había venido este modelo como pauta organizativa para el desarrollo artesanal y explicar así su injerencia en el quehacer alfarero. Encontramos que en las sociedades campesinas de sesgo mesoamericano, en concreto aquellas herederas de la cultura mexica, como Tlayacapan y Amozoc, el sistema familiar cognaticio y la forma matrimonial multifamiliar (Kellog, 2005: 116) eran las formas organizativas predominantes.

En dicho sistema familiar la filiación se traza tanto por línea femenina como masculina, y la forma matrimonial abarcaba varias familias, las cuales compartían un mismo espacio residencial en el que tenían lugar varias actividades cotidianas, entre ellas precisamente la alfarería, y participaban distintos parientes: colaterales (primos, tíos); laterales (entre hermanos) y las más de las veces del mismo sexo, y entre parientes de diferentes generaciones, como abuelo y nieto (ibidem: 103).

Después, en la época poscolonial, el matrimonio multifamiliar y el sistema familiar cognaticio y otros principios organizativos observaron una serie de cambios cognitivos y culturales respecto a la concepción de la familia y el matrimonio, y en consecuencia la composición de los grupos domésticos se volvió más sencilla y de tamaño más reducido (ibidem: 116), dando paso a una descendencia unilineal, trazada por vía paterna y una preferencia por un matrimonio sustentado en una pareja y enfocado en la figura masculina, en la cual la mujer funge en tanto cónyuge del varón, esto es: el modelo familiar patriarcal. Sin agotar aquí los antecedentes históricos organizativos, vayamos ahora a conocer cuál es el papel que juega el modelo familiar patriarcal en la organización del trabajo y en el desarrollo de la alfarería, donde veremos cómo algunas pautas organizativas de sesgo mesoamericano prevalecen y son claves para que un artesano conserve la alfarería como alternativa ocupacional. Una de ellas es la inclusión de varios parientes –hermanos, tíos y tías, primos y abuelos, así como parientes afines y colaterales– en la realización de tareas cotidianas; así, por ejemplo, en la producción de objetos cerámicos ayudan desde niños hasta personas de la tercera edad. Otra forma es la inclusión de varios parientes masculinos en la enseñanza del oficio, llámese abuelo, tío, padrino, primo, aunque la responsabilidad recae, sobre todo, en el padre.

En el actual modelo familiar patriarcal la descendencia se traza de manera unilineal por vía masculina, en este caso del padre, lo que se conoce como patrilinealidad, principio a través del cual todos los parientes descendientes reconocen un mismo ancestro común y se saben pertenecientes a un grupo social mayor que la familia, el linaje, cuya pertenencia brinda a sus miembros un sentido de identidad familiar y social grupal, bajo el cual los individuos tienen ciertos derechos, como heredar el oficio artesano, y a su vez cumplir con ciertas prerrogativas sociales; así, cuando un artesano va a construir un horno los parientes masculinos de su linaje se ofrecen a ayudarle, llámese parientes colaterales (tíos y primos), aquellos de filiación intergeneracional (abuelos), desde luego los parientes laterales (hermanos), e incluso llegan a participar parientes afines/rituales, como padrinos, ahijados y compadres.

Otra norma cultural que da sustento al modelo familiar patriarcal es aquella relativa a la residencia posmarital. En la sociedad mexica era costumbre que al contraer matrimonio uno de los cónyuges se desplazaba a su nueva residencia, la cual podía ser virilocal (por parte del hombre) o bien uxorolocal (por parte de la mujer) (ibidem: 113). Hoy en día, tanto en Tlayacapan como en Amozoc, la residencia posmarital es virilocal y por vía paterna; es decir, al contraer matrimonio la mujer se traslada a vivir al recinto doméstico donde viven los padres de su marido, al menos los primeros años de la unión. Cabe aclarar que por efecto de la migración, y en general por los cambios de valores culturales entre los jóvenes matrimonios, se registra una preferencia por residencia neolocal, pero por cuestiones económicas ésta se restringe a muy pocos casos y la mayoría sigue la residencia patrilocal, más por necesidad económica que por convicción cultural.

Por último, la herencia es la otra norma cultural que rige al modelo familiar patriarcal, y en el contexto cultural de las entidades de Tlayacapan y Amozoc el varón suele tener la preferencia; aunque por diversos factores, entre otros la migración masculina, la mujer está dejando de ser necesariamente heredera residual (Arias, 2005: 547-563; 2009). En lo que respecta a la herencia es importante destacar que en algunos hogares todavía se registra cierta preferencia hacia el último hijo, quien suele heredar los mejores bienes del padre –horno, casa, animales, terrenos, moldes para hacer la loza, etcétera– y a cambio de esta preferencia el último hijo está obligado a sostener y cuidar a sus padres hasta su muerte, aun cuando contraiga matrimonio.2

Esta normas relativas a la descedencia, residencia y herencia nos muestran el papel preponderante del varón en sociedades como Tlayacapan y Amozoc, donde la mujer funge en tanto cónyuge del varón y el principio agnaticio adquiere un papel importante en el aprendizaje y generación de un taller artesano. Este principio organizativo, sustentado en el parentesco, resalta el vínculo que se teje entre varones emparentados de manera consanguínea y descendientes de un mismo ancestro común: los hermanos. Se trata de un principio que operaba desde tiempos prehispánicos y hasta la fecha suele desenvolverse con el apoyo de otros vínculos de parentesco (Kellogg, 2005: 103), llámese el intergeneracional, como entre abuelo y nieto, o bien entre parientes colaterales, digamos entre primos y/o sobrinos y tíos, en el cumplimiento de diversas tareas en torno al quehacer artesanal.

Hoy en día, en Tlayacapan y Amozoc el principio agnaticio funge un papel muy importante en la capacidad de un artesano para generar y consolidar un taller; de manera que es usual encontrar que los hermanos se apoyen entre sí en la producción y venta de enseres, y expresiones como las siguientes denotan la importancia de este vínculo en el desarrollo artesanal: "Los hermanos Tlacomulco son los meros cazueleros de Tlayacapan", o bien para el caso de Amozoc se escucha decir: "Nadie hace mejor los cazos que los hermanos Soledad".

El patrilinaje como el agnado, como formas organizativas sustentadas en el parentesco, conlleva cada uno a la conformación de un grupo social distinto a la familia. Son instancias que se sutentan en un principio de solidaridad y una fuerza corporativa las identifica, mas esto no exenta de posibles conflictos entre sus miembros, aunado a que varios factores amenazan estas cualidades como: la búsqueda de ingresos vía la migración, la oferta educativa conlleva a cambios de valores de las personas, y proliferan nuevas formas de trazar la pertenencia social al margen de las relaciones de parentesco. De la influencia que estos principios organizativos relativos al parentesco ejercen en la herencia, descendencia y residencia nos vamos a enfocar en las funciones culturales que despliegan en la enseñanza y desarrollo del oficio alfarero.

 

Un acercamiento etnográfico a los aspectos culturales en el aprendizaje artesanal

Respecto a los antecedentes de la alfarería en ambas entidades, encontramos que en el mundo mesoamericano los habitantes de los pueblos solían hacer enseres y sembrar diversos productos para autoproveerse e intercambiar comercialmente (Garibay 1982: 571). Mas fue en la época poscolonial que se promovió la elaboración de utensilios de cocina para abastecer la demanda de la población urbana y rural. Se sabe que en Tlayacapan se hacían, además, recipientes para almacenar agua y lebrillos como tinas para el aseo personal (Rojas, 1973: 241).3 En el caso de Amozoc, así como en pueblos vecinos, la gente solía hacer recipientes de cocina para el autoconsumo, y durante el periodo fundacional de la ciudad de Puebla de los Ángeles se promovieron varios oficios artesanos, entre ellos la alfarería, para abastecer la demanda de la metrópoli (Churchill, 2001).

En la actualidad las entidades alfareras se distinguen por la producción de utensilios de cocina de gran tamaño, cuyo consumo se concentra entre la población rural de ascendencia campesina que gusta de guisar en leña para muchos comensales en distintas festividades, unas relativas al ciclo vital –bautizo, boda– y otras de compromisos comunitarios (cargos religiosos, compromisos ejidales, etcétera).

En ambas, el oficio alfarero se reconoce como un saber masculino, y por lo tanto el varón es el principal protagonista de su transmisión y desarrollo. No obstante, la mujer ayuda en distintas tareas vinculadas a la ejecución del proceso productivo (limpiar, acomodar, esmaltar las piezas,...). Cabe aclarar que hasta la década de los setenta, cuando en estas comunidades casi nadie utilizaba estufa ni recipientes de peltre ni aluminio, las mujeres eran alfareras y hacían las piezas pequeñas y medianas utilizadas diariamente para cocinar. En ese entonces, digamos que había una complementariedad genérica productiva, en la que la mujer hacía las piezas de menor tamaño y los hombres se especializaban en los enseres grandes. Pero aun en estos tiempos, el saber artesano se consideraba un trabajo masculino, dado que en el contexto sociocultural de Tlayacapan y Amozoc el hombre es la figura que aporta los ingresos al hogar y todo aquello que hagan las mujeres se considera una extensión de sus obligaciones domésticas, apreciación coherente con su papel como cónyuge del varón en el modelo familiar patriarcal.

En ambas entidades, la socialización del individuo como artesano inicia en la niñez y su participación nunca cesa, ya que las personas de la tercera edad suelen ayudar en diversas tareas relativas a la producción, como acarrear los utensilios al horno, esmaltarlos, arrimar herramientas de trabajo y demás. En la pubertad inicia propiamente el aprendizaje: primero a preparar el barro y hacer piezas pequeñas. Después, en la adolescencia, se adquiere la destreza de hacer enseres grandes, y en la juventud finaliza la formación del alfarero con el dominio de la cocción de la loza.

Lo anterior nos confirma que a lo largo del ciclo vital familiar va cambiando el suministro de mano de obra familiar masculina, de manera que en un taller los hermanos mayores ayudan al padre a hacer piezas grandes, mientras los menores hacen las pequeñas. Conforme los hermanos mayores contraen matrimonio, los menores los relevan en la manufactura de enseres grandes, y así sucesivamente.

Además del ciclo vital, existen otros factores que intervienen en la inserción laboral de los varones en el trabajo artesanal, entre ellos: 1) los recursos humanos disponibles, básicamente mano de obra familiar para trabajar en la artesanía, y 2) los recursos materiales que tiene cada familia, llámese espacio disponible para edificar un taller u horno (y la capacidad monetaria para ello), comprar herramientas de trabajo y materiales como esmalte, leña y barro.

Tanto en Tlayacapan como en Amozoc, en las relaciones laborales se sustentan vínculos de parentesco a nivel intragénero masculino. Una de ellas es la relación de carácter horizontal, que tiene lugar entre hermanos, y la relación laboral entre hermanos y padre, cuya naturaleza es mas bien vertical porque el padre funge como el supervisor del trabajo. Y la otra relación de parentesco que es relevante, laboralmente hablando, tiene lugar a través de la descendencia unilineal paterna en dos sentidos, a saber: a) una relación es de carácter intergeneracional, a través de la cual los abuelos transmiten a sus nietos su legado de conocimientos artesanos, y b) entre parientes colaterales, llámese entre primos o sobrino-tío. Y en menor proporción los vínculos de parentesco entre parientes afines, como yerno-suegro y padrino-ahijado, suelen jugar un papel importante en la transmisión del oficio entre algunas familias.

Cabe resaltar que existen casos excepcionales en los que el saber artesano se hereda del lado materno, es decir, en algunos casos quien ostenta la herencia del saber artesano es una mujer, quien cuenta con parientes alfareros y les solicita que le ayuden a enseñar a sus hijos, e incluso a su marido si se muestra interesado o carente de empleo. Este caso es común también entre viudas o mujeres con marido ausente por diversos motivos (migrante u abandono); incapacitada para trabajar, ante la carencia de un varón proveedor del hogar, la mujer recurre al apoyo de sus parientes artesanos para que enseñen a sus hijos los secretos de la alfarería. Como podemos apreciar, aún en los casos en los que una mujer se interesa por propiciar la enseñanza de la artesanía como opción laboral, el oficio se identifica como eminentemente masculino. Ilustremos a continuación todas las observaciones aquí descritas sobre los usos culturales de la descendencia, la residencia y la herencia en el aprendizaje artesanal.

 

La alfarería de Tlayacapan, Morelos: un legendario saber artesano

San Juan Tlayacapan4 se localiza en las tierras altas del estado de Morelos; la producción de objetos cerámicos de uso cotidiano de gran tamaño data de tiempos prehispánicos. Algunos productores de enseres hacen también candelabros e incensarios esmaltados en negro para la celebración de Todos Santos.5

Se distinguen tres géneros cerámicos y en todos se utilizan moldes para la manufactura; de acuerdo a sus características los clasificamos así: 1) enseres de cocina: cazo y cazuela, y en muy pequeña proporción olla y jarro; 2) cerámica ritual que incluye tres tipos: a) cazos y cazuelas pequeños y medianos esmaltados en negro para decorar las ofrendas en la celebración de los Fieles Difuntos; b) la producción de figuras zoomorfas y antropomorfas bañadas en un engobe blanco hecho a base de yeso y decoradas en vivos colores,6 y c) en fechas recientes la producción de figuras decorativas de barro.

Hasta hace una década, lo más representativo de esta entidad era la producción de enseres de cocina, pero desde entonces la elaboración de figuras suntuarias, por cierto de pésima calidad, ha cobrado gran importancia por su demanda en el mercado. Se trata de un proceso productivo de fácil elaboración y aprendizaje, o como dicen los artesanos es "tan sencillo como hacer gelatinas con un molde", y además el material requerido para su elaboración es más barato y requiere de una sola quema; todas estas cualidades técnicas, en definitiva, no conlleva la elaboración de enseres y por eso algunos productores están prefiriendo ahora este género cerámico. Cabe destacar que esta tendencia a desplazar la producción de utensilios por figura decorativa es una tendencia usual en el país, como por ejemplo en Tonalá, Tlaquepaque, en Dolores, Hidalgo, en el Estado de México, e incluso en Ráquira, Colombia.

La presencia de estas figuras ha llevado a los artesanos a ponderar las ventajas técnicas, productivas y comerciales de cada género cerámico para que, en función de sus recursos humanos y materiales, los artesanos decidan entre tres posibles opciones, a saber: 1) permanecer y especializarse en los enseres, b) abandonar estos para dedicarse a la producción de figuras, c) combinar uno y otro género cerámico de acuerdo a los recursos humanos y materiales de la familia, así como atender a la fluctuación oferta-demanda en el mercado (Moctezuma, 2009).

El género cerámico de las figuras de ornato ha traído innumerables cambios técnicos y organizativos en esta tradición alfarera, entre los que sobresalen la contratación de mano de obra extra familiar, un incipiente desarrollo de maquila a domicilio, a través de la cual un artesano, con cierto poder adquisitivo, manda hacer determinada cantidad de piezas a un artesano con menor solvencia económica, y la estrategia de compra-venta de piezas ya cocidas, para únicamente dar el acabado necesario (idem).

Este cambio de un género cerámico a otro, pese a todas estas innovaciones, no ha puesto en entredicho al modelo familiar patriarcal sino al contrario, se ha respaldado en el mismo para lograrlo. Veamos a continuación, con un caso concreto, cómo las relaciones de filiación (la adscripción a un patrilinaje y el principio agnaticio), favorecieron al artesano para cambiar a otro género cerámico.

 

Juan Toscano y sus hermanos: el principio agnaticio en la continuidad y desarrollo del oficio artesano

Juan aprendió a hacer cazuelas con su padre, Margarito Toscano, y desde luego no faltó la asesoría de los abuelos tanto materno como paterno, a lo largo de su aprendizaje como alfarero, y en el cual también tomaron parte sus hermanos mayores. Se casó con Juanita, a quien, siguiendo la costumbre de la residencia patrilocal posmarital, llevó a vivir a casa de los padres de él. A unos cuantos meses de casados Margarito le dio, al igual que a sus otros hermanos al contraer matrimonio, un pedazo de terreno para que pudiera construir dos cuartos, uno para domiciliarse y otro más pequeño para taller.

Esta forma residencial se extendió por diez años, en los cuales Juan compartía el horno con su padre y sus hermanos. Juanita, ajena al quehacer artesano por provenir de una familia campesina, aprendió con su suegra y cuñadas los roles y tareas que debe realizar la esposa de un alfarero, como ayudar a acomodar y limpiar enseres, preparar alimentos para los que están quemando, barrer y limpiar el horno, cubrir el barro con plásticos para conservar la humedad...

El hecho de que muchos compartían el horno los obligó a adoptar la estrategia de agendar un día a cada quien o bien realizar quemas colectivas. Y pese a la solidaridad que prevalecía, no faltaban los disgustos o las diferencias entre las mujeres en casa, que compartían recursos materiales –lavadero, cocina, etcétera– y defendían los intereses de sus cónyuges en torno al quehacer artesanal.

Bajo estas condiciones, la productividad alfarera a la que podía aspirar Juan era muy reducida, simplemente por no contar con un horno de tiempo completo; de manera que optó por buscar trabajo fuera del pueblo. Laboró como obrero en una fábrica textil durante cinco años, luego como zapatero y después como peón de albañil algunos años. En sus ratos libres hacía un poco de cazuela o bien ayudaba a alguno de sus hermanos o a su padre en la producción de loza.

Sus hermanos siguieron la misma estrategia de combinar el trabajo extralocal con la alfarería para mantener a sus hijos, ya que como eran pequeños no podían ayudar en el taller. Como todos trabajaban a ratos los utensilios de cocina, acordaron realizar quemas en común para completar la cantidad de loza requerida por horneada, así como comprar los materiales necesarios en conjunto para conseguir un mejor precio por mayoreo (barro, leña, greta) también salían juntos a vender a diferentes plazas de la región (Ocuituco, Yecapixtla, Yautepec, etcétera), y compartían los gastos del flete. La estrategia de combinar el trabajo artesanal con algún empleo extralocal duró muchos años, pero llegó el día en que tanto el precio de la loza como los sueldos en los empleos extralocales bajaron. Ante esta situación tres de los hermanos de Juan emigraron a Estados Unidos7 en busca de nuevas opciones laborales. Juan quería unírseles pero su mujer lo disuadió porque precisamente en esos días el padre de ella falleció, heredándole un terreno. Esta herencia les permitió dejar el recinto patrilocal y construir una casa independiente, en la cual Juan construyó, al fondo del patio, un horno y un pequeño taller. Al principio trabajaba cazuela pero unos años más tarde, asesorado por su primo, incursionó en la producción de figuras decorativas –portarretrato, portaespejo, cruces, mariposas, flores de alcatraz y girasol en distintos tamaños y modelos, etcétera. Ganaba más e invertía menos en tiempo y dinero en la compra de material requerido para producir las figuras. Estas ventajas técnicas y productivas terminaron por convencer a Juan de dejar atrás la producción de utensilios, ya que además de las ventajas productivas ya mencionadas, podía comprar las figuras ya hechas para sólo decorarlas. Las compraba entre los vecinos alfareros de San Bartolo, Cohuecán o bien a los revendedores de piezas suntuarias provenientes de los talleres ubicados en la periferia de la ciudad de Cuernavaca.8

Para decorar estas piezas Juan contrató a dos empleadas, además de contar con el apoyo de esposa e hijo en la ejecución de dicha fase. Mientras ellos pintan, él prepara barro para hacer figuras, como bases de lámpara y pantallas, pedidos de distintos clientes; para entregar el monto requerido, periódicamente, Juan contrata a dos de sus hermanos en la manufactura: José Luis y Rodrigo le trabajan en los fines de semana solamente, dado que entre semana laboran como jardineros en sitios cercanos al pueblo. Juan les paga a destajo y en una jornada de seis horas hacen aproximadamente tres docenas, de manera que su ingreso diario oscila entre 140 y 200 pesos al día.

Son muchas las reflexiones que se desprenden del caso anterior, pero centrándonos en el tema de las relaciones de parentesco, en el desarrollo artesanal del taller de Juan podemos resaltar que la implementación de la estrategia de contratar mano de obra familiar remunerada y la compra de figuras ya hechas le ha permitido cambiar la producción a otro género cerámico.

Cabe destacar que esto fue posible, también, gracias a la herencia de su esposa, que permitió mudar de casa y construir un horno propio, y desde luego el apoyo de sus hermanos en la manufactura de figuras le ha permitido a Juan consolidar su taller; hecho curioso si tomamos en cuenta que sus hermanos, por ser mayores que él, en la infancia le enseñaron a hacer cazuela y hoy en día fungen como sus trabajadores de fin de semana. Desde luego, esta contratación es conveniente para Juan, pero también para sus hermanos, ya que pueden obtener un ingreso que complementa lo que perciben como jardineros y a su vez fortalecen el sentido de mutuo apoyo que se brindan por ser hermanos. Esta solidaridad fincada en el principio agnaticio, varones emparentados de manera consanguínea y descendientes de un mismo ancestro en común, se manifiesta en expresiones cotidianas, donde se reconoce la calidad de la factura de los enseres de sus hermanos, o como Juan lo expresa:

Los hermanos Toscano estamos unidos de por vida porque todos comimos del mismo horno desde mis abuelos y hasta de más antes y estamos comprometidos a apoyarnos entre nosotros para seguir en esto de la loza.

Pese a este principio de solidaridad y apoyo mutuo "incondicional", estas relaciones laborales fincadas en el parentesco no están exentas de conflictos, hecho que se manifiesta en la tendencia de muchos talleres por separar el ámbito doméstico del laboral; tendencia que nos da cuenta de una posible transición de una producción familiar de baja tecnificación a una semiindustrializada (Narotzky, 1988), la cual ha sido favorecida por el desarrollo de estrategias productivas, tales como la contratación de mano de obra extrafamiliar y el desarrollo de una incipiente maquila a domicilio.

Si bien el taller de Juan ejemplifica la transición de un género productivo a otro, en Tlayacapan hay artesanos que han preferido mantenerse en la producción de los enseres de cocina, género cerámico en el que, por cierto, no se ha registrado ninguna de estas estrategias e idóneamente suele preservarse la ubicación del taller en el mismo recinto doméstico, hecho que favorece la participación de un círculo grande de parientes en las actividades cotidianas, entre otras el quehacer artesanal, y favorece la enseñanza del oficio entre los varones menores de casa. Por otra parte, este caso nos muestra la importancia que tiene el número de integrantes masculinos en el trabajo alfarero: el hecho de haber tenido un solo hijo varón, no le permitió a Juan dedicarse a la producción de enseres de gran tamaño, dado que técnicamente su elaboración requiere de más mano de obra familiar masculina.

Es importante resaltar que en Tlayacapan los jóvenes procedentes de familias alfareras prefieren hacer figuras en lugar de enseres, por varios factores: uno es que se trata de un proceso productivo más sencillo y menos costoso en cuanto a material, trabajo y tiempo, y por lo mismo permite a muchos de ellos compaginar el trabajo artesano con el estudio o bien con la ejecución de algún empleo temporal de medio tiempo, básicamente trabajos relativos al sector servicios (ayudantes de albañilería, plomería, jardinería, mozos, cargadores...).

Aunado a lo anterior, la explosión demográfica en México dificulta la posibilidad de los padres para heredar un patrimonio a sus hijos, por ejemplo un terreno donde ubicar un taller y espacio suficiente para poner a secar los enseres, mientras que comprar figuras cocidas exenta al artesano de requerir de un horno y espacio, y concentrase solamente en la decoración y venta. El ejemplo nos muestra la importancia del principio agnaticio y el patrilinaje en la continuidad del oficio alfarero. Ahora veamos cómo son las cosas en la segunda entidad de nuestro análisis comparativo.

 

La producción de enseres de cocina: una tradición alfarera de Amozoc, Puebla

Amozoc de Mota se localiza a 18 kilómetros al oriente de la ciudad de Puebla. La entidad es conocida por su trabajo de espuelas y joyería en plata, la herrería y la alfarería.9 Amozoc goza de gran reconocimiento por la calidad de sus enseres, sobre todo los cazos para preparar el mole poblano y las cazuelas para hacer el arroz que acompaña a dicho platillo: se trata de utensilios representativos de la tradición culinaria poblana, cuyo consumo abarca no sólo a quienes hacen estos utensilios, sino que se considera el platillo que representa la autenticidad de la comida mexicana a nivel nacional y extranjero.10

Se trabajan piezas de gran tamaño –cazuelas, cazos y ollas para preparar alimentos con una capacidad que oscila entre 7 y 30 kg– y en menor proporción se hacen estos utensilios de tamaño mediano (menor a 7 kg) hasta jugueteros y en muy pequeña proporción se hacen jarros con capacidad desde un cuarto hasta 5 litros, mientras que la producción de anafres y comales quedó en el pasado porque ya muchas familias utilizan estufa. Algunos de los alfareros que hacen enseres trabajan objetos rituales (incensarios y candelabros) que se utilizan para la decoración de las ofrendas en la celebración de Todos Santos.

Si bien nuestro estudio se centra en los productores de enseres, es importante mencionar que en la entidad se trabajan también figuras zoomorfas y antropomorfas, las cuales conforman conjuntos escultóricos, como por ejemplo nacimientos (para vender en las fiestas decembrinas),11 y en pequeña proporción juguetes de barro –carritos, alcancías, ocarinas en forma de animal, árbol de la vida, etcétera.12

Cabe aclarar que a diferencia de Tlayacapan, el género de las figuras se desarrolló de manera muy independiente al de los utensilios de cocina y en el pueblo quienes trabajan enseres no hacen figura y viceversa, salvo casos excepcionales que hemos registrado de productores de enseres que han incursionado en la producción de figura, pero al parecer no han sido del todo exitosos, hasta ahora.

De acuerdo a lo anterior, se puede afirmar que la producción de enseres, en el caso de Amozoc, es una especialización productiva que además observa cierto grado de desarrollo técnico y organizativo, manifiesto en el desarrollo de complejas estrategias, entre las cuales sobresalen: 1) la contratación de mano de obra extrafamiliar remunerada, 2) la tendencia, cada día más clara, por separar el taller del ámbito doméstico a una área independiente, 3) la compra-venta de piezas en crudo, 4) la maquila a domicilio, y 5) una compleja fragmentación del proceso productivo, sustentada en una división del trabajo altamente especializada, en la que unos realizan la manufactura y otros llevan a cabo la cocción y venta de los utensilios.

A pesar del avance de estas relaciones capitalistas en la organización del trabajo artesanal, prevalece el modelo de la familia patriarcal como la infraestructura del quehacer artesanal, en el que tanto el principio de descendencia unilineal vía paterna, el patrilinaje, así como el principio agnaticio subyacen en el aprendizaje y el desarrollo del oficio alfarero.13

La especialización en la división del trabajo, para la ejecución de las fases que integran el proceso productivo, ha llevado a una reafirmación de la masculinización del oficio, la cual se manifiesta en la existencia de dos tipos de alfarero. Uno es el dueño de horno, quien posee los conocimientos técnicos para supervisar la ejecución de cada una de las fases. Cuenta con los recursos materiales –horno, taller, herramientas de trabajo y solvencia económica para cubrir los gastos de producción–, llámese la contratación de mano de obra o la compra de piezas crudas, así como humanos, esto es, mano de obra familiar disponible para el trabajo artesano. El dueño de horno lleva a cabo la venta de los utensilios a través de intermediarios (venta por mayoreo y medio mayoreo) y si cuenta con algún vehículo sale a rematar su loza a las plazas cercanas a la entidad.

El otro tipo de alfarero es el trabajador especializado en ejecutar las fases relativas a la manufactura, de ahí que se le nombre manufacturador. Se concentra en la hechura de los enseres y los vende crudos a algún dueño de horno. Se concretan en esta fase porque carece de los medios para realizar la cocción –horno, solvencia económica para pagar material y mano de obra, dificultad para salir a vender y desconocimiento técnico para esmaltar y quemar. Aquellos manufacturadores que se especializan en hacer incensario y candelabro utilizan el torno para su elaboración; de ahí que se les conozca como torneros.14

La contratación de los trabajadores puede ocurrir de dos formas. Una cuando el manufacturador se desplaza al taller del dueño de horno, quien le provee de barro y herramientas. El otro trabajador manufactura las piezas en su casa porque cuenta con los medios para hacerlo –espacio, barro y moldes–; digamos que se trata de un tipo de contratación de maquila a domicilio a través de la cual el trabajador entrega cierta cantidad de piezas crudas, semanalmente, a uno o varios dueños de horno según la demanda.

Y en el último peldaño de estos trabajadores tenemos al técnico que se encarga de la cocción, el hornero, un varón, por lo general joven, que tiene la fuerza física necesaria para cargar y acomodar los enseres en el horno, además de tolerar la contaminación que se desprende al momento de la cocción. Se trata de un técnico que puede o no estar familiarizado con el trabajo artesanal, aunque por lo general desconoce el proceso de su elaboración y no necesariamente procede de familias alfareras. Gana por cocción entre 300 y 600 pesos según el tamaño de horno y la cantidad de piezas por horneada, y suele trabajar para varios dueños de horno.

Como podemos apreciar, esta especialización en la división del trabajo descansa en criterios como la edad, los conocimientos técnicos, los recursos económicos y humanos del artesano, mismos que a lo largo del ciclo vital van cambiando, y nos da cuenta de la compleja jerarquización económica y laboral que caracteriza al gremio alfarero; esto a su vez ha conllevado al desarrollo de complejas relaciones laborales a nivel intragénero masculino, llámese dueño de horno-manufacturador o bien dueño de horno-hornero, las cuales en ocasiones se establecen entre parientes ya sea colaterales, afines y en más de los casos entre hermanos.

Si bien es cierto que el oficio de hacer enseres es particularmente masculino, en ocasiones los dueños de horno contratan mujeres para el día de la quema en tareas como esmaltar, limpiar y acarrear enseres y leña, descargar el horno y acomodar las piezas, entre otras. Además, en el pueblo existen algunas mujeres que carecen del apoyo económico de un varón, como viudas, solteras, madres sin cónyuge –quienes para generar ingresos hacen enseres pequeños y medianos (de una capacidad que oscila desde 15 mililitros hasta cuatro litros) para vender en crudo a precios verdaderamente irrisorios. El bajo precio de estas piezas resulta atractiva para el dueño de horno, quien invirtiendo una mínima cantidad aumenta la variedad de sus piezas a ofertar en el mercado.

Esbozada la complejidad técnica y laboral que caracteriza la producción de enseres, ejemplificamos a continuación la importancia del principio agnaticio en la generación y consolidación de un taller, en el que un hermano funge como dueño de horno y otro como maquilador, en un acuerdo que beneficia a ambos.

 

José Simón y Valentín González Soledad: el principio agnaticio en la producción alfarera

José Simón González aprendió el oficio alfarero de su padre y de su abuelo paterno. Desde niño, él y sus hermanos –Próspero, Valentín, Eusebio, Raymundo y Alan– aprendieron a hacer cazos y cazuelas, y dada la pobreza en que vivían con dificultades cursaron algunos años de primaria.

Durante su adolescencia fueron manufacturadores de enseres de su padre. Y en la juventud, conforme se fueron casando y siguiendo la tradición de la residencia patrilocal, su padre le dio a cada hijo un pequeño terreno adjunto a la casa para que cada uno hiciera un cuarto donde habitar y adecuar un sitio para hacer loza.

Bajo esta forma de residencia, los hermanos ya casados y sus respectivos hijos compartieron durante varios años un mismo patio, donde se llevaban a cabo diversas actividades cotidianas. Compartían el mismo horno, compraban materia prima (leña, greta, barro) en conjunto para obtener precio por mayoreo; si bien cada uno manufacturaba sus piezas, se ayudaban además de hacer quemas en conjunto.

En estas condiciones de escasos recursos lo que podía producir cada hermano era muy poco, y como todos tenían niños resolvieron salir en busca de empleo fuera del pueblo; en sus ratos libres hacían algo de loza o bien ayudaban a su padre a trabajar sus cazos.

Raymundo, por ejemplo, trabajó de obrero en una fábrica textil. Eusebio desempeñó varios empleos de mozo en distintas tiendas de autoservicio y de preferencia en aquellos donde le dieran seguro social y contar con este apoyo para la salud de su familia; así, por ejemplo, ahora trabaja en la tienda departamental "Elektra" y en sus ratos libres ayuda a sus hermanos, José y Valentín, en la producción de loza.

José trabajó de albañil y como ayudante de electricista para sacar adelante a la incipiente familia, pero en cuanto llegó la adolescencia de los hijos y por lo tanto estaban aptos para hacer loza, retomó la alfarería. Valentín también tuvo su trayectoria ocupacional fuera del pueblo; trabajó de obrero en distintas fábricas tanto en Puebla como en Tlaxcala, y en ocasiones fue peón de albañil. Aunque estaba muy ocupado siempre fue el brazo derecho de su padre en la tarea de la cocción, experiencia que más tarde le permitió consolidarse como dueño de horno. Afortunadamente su mujer es maestra y le ayuda con los gastos en casa, lo que le permitió ahorrar para comprar una camioneta con la que sale a vender enseres a las plazas cercanas como Tepeaca y San Martín Texmelucan. Además, con el vehículo, Valentín puede salir a vender porque no tiene hijos varones, es decir, no necesita quedarse en el pueblo a enseñar el proceso de manufactura de la loza.

En cambio, la situación económica y familiar de José es muy distinta. Tiene cuatro hijos: Teresa, que ya se casó y vive aparte, José de 19 años, Antonio de 17 y Óscar de 13. José declara tener un fuerte compromiso moral de inculcar a sus hijos tanto el legado de conocimientos de su padre, como el oficio, porque adquirir el conocimiento alfarero les permitirá contar con un resguardo ocupacional. Este compromiso de enseñar a sus hijos los secretos técnicos de hacer cazos y cazuelas dificulta a José salir a vender o quedarse como dueño de horno, es decir, básicamente no hace enseres sino que los compra en crudo o bien contrata manufacturadores.

José y Valentín no tienen horno porque su padre sigue usando el del abuelo y ninguno de los dos tiene un taller montado porque carecen de espacio suficiente para hacerlo, por lo que rentan el de un alfarero ya difunto, cuya viuda les cobra 1200 pesos semanales por el uso del horno y dos cuartos equipados con tornos y moldes.

Hoy en día trabajan bajo un convenio en el que ambos resultan beneficiados. Entre los dos pagan la renta. José compra el barro, hace las piezas con la ayuda de sus hijos y las vende en crudo a Valentín, quien se encarga de comprar el material necesario para esmaltar y quemar. Prefiere comprar a su hermano no sólo para ayudarlo sino porque garantiza una entrega periódica, semanal, y la calidad de las piezas, lo cual disminuye las pérdidas al momento de la cocción.

Y por su parte José prefiere venderlas a su hermano porque puede pedirle pagos por adelantado por su loza cruda, aunado a que venderla en ese estado le permite ahorrarse la inversión en el material para esmaltar y vender semanalmente le garantiza un ingreso fijo, o como José lo expresa:

En esto de los cazos uno no tiene tiempo para todo. Antes en la época de mis padres uno de hijo trabajaba con el papá desde chico: hacíamos, quemábamos y vendíamos entre todos, mis hermanos y mí apá. Pero los tiempos han cambiado, ya todo es más rápido. A mí me conviene hacer y vender las piezas crudas. No puedo salir del pueblo porque mi esposa anda malita. Y tengo tres hombrecitos, si me salgo, ¿quién les va a enseñar hacer cazos? La cosa no es igual para todos. Mi hermano Valentín en cambio tiene niñas: sólo dos y además están chiquitas, digamos no tiene el compromiso de enseñarle a nadie, y además tienen su camionetita pa'salir a vender, y eso deja más ganancia. Aunque le diré, los que queman tienen pérdidas también. No falta que los cazos se quebren mientras se queman o en el camino, y luego es gasto esmaltar por el costo del material A mí me va mejor vendiendo en crudo porque no gasto, sólo pongo mi trabajo y no descuido enseñarles esto que nos dieron mis abuelos a mis hijos, que a como están los trabajos nadie sabe si el día de mañana lo vayan a necesitar. Y si ya le digo es conveniencia de los dos que unos hagan y otros salgan a vender, porque si uno quiere las dos cosas, como salir lleva tiempo, entonces avanza uno poco en hacer, y prefiero venderla a mi hermano y así ...¡naiden me tima con el pago de mi trabajo!... (José González Soledad, noviembre del 2010).

El testimonio de José nos deja clara la lógica laboral que subyace entre los productores, en este caso hermanos, donde cada uno se ve beneficiado en términos productivos y comerciales, y bajo el principio agnaticio se apoyan mutuamente para que en función de sus prerrogativas familiares y económicas cada quien se vea favorecido. La preocupación de José por inculcar el oficio a sus hijos se visualiza como un legado familiar de no dejar a un lado lo que le enseñaron sus ancestros, laboralmente hablando, y nos da cuenta del papel que tiene la alfarería como resguardo ocupacional.

 

Algunas reflexiones en torno al futuro del modelo familiar patriarcal en la transmisión del oficio artesanal

El peso que tiene el modelo familiar patriarcal en la organización del trabajo artesanal, en las entidades alfareras de Tlayacapan y Amozoc, nos muestra el papel protagónico del varón en el oficio a través de tres relaciones de carácter intergénero masculino, a saber: 1) el vínculo padre-hijo; 2) la relación entre hermanos, y 3) la relación de los hermanos frente al padre.

A pesar de sus importancia, dichas relaciones no tienen el mismo peso en el caso de cada taller, dado que otros factores intervienen en la organización del trabajo y, como podemos apreciar, en los casos etnográficos la composición sociodemográfica del hogar en cada etapa del ciclo vital, esto es, la cantidad y cualidad genérica de la fuerza de trabajo familiar va cambiando, así como los recursos materiales de cada taller. Así las cosas, los recursos humanos se van modificando una y otra vez, por lo que podemos concluir que las relaciones de parentesco no son estáticas como solía plantearse desde la vertiente clásica de la antropología funcionalista (Fishburne y Yanagisako, 1987), sino que cambian y se adecuan al contexto sociocultural.

Aunado a lo anterior, podemos concluir que los factores técnicos juegan un papel importante en la capacidad del alfarero para mantenerse activo en el oficio y favorecer su continuidad como baluarte laboral familiar de una a otra generación. No obstante, es importante mencionar que el desarrollo de ciertas estrategias técnicas, como la compra-venta de objetos crudos y la contratación de mano de obra extrafamiliar remunerada, pueden aminorar el papel de las relaciones de parentesco en la enseñanza y generación de un taller, dando cabida al desarrollo de relaciones laborales no sustentadas en el parentesco y a un mayor desmantelamiento del autoaprovisionamiento como función cultural tradicional de los oficios artesanos.

Dicho distanciamiento de la lógica del autoabasto se manifiesta en un sinfín de procesos entre los cuales resaltan dos de ellos, tanto en Amozoc como en Tlayacapan. Un rasgo que así lo constata es la tendencia a separar el espacio laboral, el taller, del ámbito doméstico. En parte esto se debe al incremento de la incapacidad de los padres para heredar a todos sus hijos un pedazo de terreno, dado el notorio incremento de la población. Otro factor que influye en esta modalidad obedece a la influencia que acarreó consigo una serie de cambios en el estilo de vida; así por ejemplo entre los jóvenes se observa una preferencia por la residencia neolocal y en consecuencia la disminución de un contigente considerable de parientes en la realización de diversas tareas cotidinas, entre otras, las laborales, como, precisamente, la alfarería.

Lejos de poner punto final a la discusión académica en torno a la diferenciación entre hogar, identificado más bien con cuestiones productivas, o sea maneras de generar ingresos, en contraposición a grupo doméstico, que privilegia las tareas reproductivas como la crianza de los hijos (Naroztky, 1988; Fishburne y Yanagisako, 1987), nuestra propuesta es que las nuevas formas de residencia y la preferencia por ubicar el taller, aparte del hogar, vendrán a replantear la usual socialización de los varones al quehacer artesanal en el que diversos parientes –colaterales, laterales, afines– solían tomar parte y se agudizará aún más la tendencia a fragmentar el proceso productivo, de forma tal que unos artesanos conozcan sólo cierta parte del mismo, por ejemplo manufacturar, y otros se concentren en el resto del proceso, llámese decorar o quemar los objetos cerámicos.

Así, podemos ver que la lógica laboral alfarera observa no sólo aspectos grupales y familiares en la transmisión del oficio, sino también un aprendizaje más constreñido a las habilidades individuales de cada artesano. Los aspectos de sesgo grupal son sedimentos organizativos que subyacen de la concepción del trabajo como algo grupal y familiar propio, de una lógica económica enfocada al autoabasto que caracterizó a las sociedades rurales (Good, 2005: 277-279). Mas en las entidades alfareras de nuestro análisis vimos cómo la disposición personal del artesano influye también en el desarrollo artesanal; aunque curiosamente esta capacidad individual se encuentra delimitada por factores que denotan la importancia del trabajo, concebido como algo grupal, y nos referimos al papel del patrilinaje y el agnado en la capacidad del artesano o de los artesanos para generar un taller.

Si bien esta actitud personal de los artesanos es relevante en la continuidad de la alfarería como alternativa ocupacional, existen otros factores socieconómicos que conllevan cambios en las prácticas culturales relativas a la residencia, herencia y descendencia que, al ser trastocadas, vendrán a cuestionar algunas de las funciones culturales del modelo familiar patriarcal en la preservación de la artesanía como alternativa ocupacional. Dos factores sobresalen en el caso de las entidades analizadas. Uno se refiere a la oferta de nuevas formas de pertenencia social –escuela, clubes deportivos, asociaciones religiosas, entre otras–, que replantean entre los jóvenes la fuerza corporativa del patrilinaje y el agnado. Y otro factor que sobresale es la disminución de la residencia patrilocal posmarital, ya sea por la falta de recursos del padre para heredar a todos sus hijos un pedazo de tierra o por una preferencia cultural a la residencia neolocal (Sandstrom, 2005: 142), y con ello la notable menor participación de los parientes en las actividades cotidianas, como el trabajo artesanal, por lo que a futuro la enseñanza del oficio, así como la consolidación de los talleres artesanos, dependerá no necesariamente de relaciones laborales sustentadas en el parentesco.

Anexo 1

 

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Notas

1 La investigación sobre la alfarería de Tlayacapan y Amozoc estuvo financiada por fondos del PROMEP, a través de la Universidad Autónoma de Morelos y por el FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en el Programa de Coinversiones Culturales) del CONACULTA.

2 Cfr. Robichaux señala que la ultimogenitura es una forma de herencia de sesgo mesoamericano, que por diversos factores se observa más en ciertas comunidades que en otras (2002: 107-161).

3 Cfr. Rojas señala que Orozco y Berra documentaron esta información en su obra Apéndice al Diccionario Universal de Historia y Geografía. Colección de artículos relativos a la República Mexicana, 3 vols., México, J. M. Andrade, 1856.

4 Tlayacapan: su raíz etimológica proviene del náhuatl: tlalli = "tierra" y yakatl= "nariz", "punta", "frontera"; y pan = sobre o encima, o sea "nariz sobre tierra."
Tlayacapan colinda al norte con el municipio de Tlalnepantla, al suroeste con Yautecpec, al este con Totolapan y Atlatlahuacán, y al oeste con Tepoztlán. El pueblo está dividido en tres grandes barrios: Santa Ana, El Rosario y el de los artesanos conocido como Texcalpa.

5 De un total de 65 talleres elegimos 25 como muestra, de acuerdo a criterios como: grado de desarrollo técnico y organizativo, y extensión temporal del oficio en el seno familiar. Después, en estos 25 talleres hicimos entrevistas a profundidad, aplicando la técnica de "historia de vida", para conocer más a fondo la trayectoria laboral del padre y de los hijos en la generación y consolidación de su taller. De acuerdo al censo del inegi, los artesanos se concentran en el barrio de Texcalpa y la alfarería representa 17 % de ocupación laboral de un total de 8000 habitantes. Cabe destacar que el cálculo de este porcentaje es un tanto impreciso, ya que da cuenta del número de talleres, mas no del número de artesanos que trabajan en cada unidad productora.

6 Dichas piezas conforman conjuntos escultóricos que se utilizan en prácticas rituales curativas de sesgo mesoamericano, que se emplean para curar enfermedades espirituales como el "mal de aire"(Rojas, 1973: 248).

7 Los hermanos de Juan han ido a trabajar a Nueva York y Atlanta como meseros, lavaplatos y jardineros.

8 Se hacen otras figuras zoomorfas como: mariposas, pájaros, lagartijas; fitomorfas: manzanas, peras, flores, digamos girasoles, margaritas, y para Navidad se trabajan angelitos, campanitas, esferas, arbolitos de navidad hechos de barro, entre otros.

9 Amozoc de Mota hace alusión al nacimiento de Alonso de Mota y Escobar, quien en 1546 fue arzobispo de Puebla. La etimología de la palabra Amozoc es nahua: de amo = negación y zoquitl = lodo, que significa "lugar donde no hay lodo"; curioso nombre si tomamos en cuenta que se trata de una entidad donde se hacen enseres de barro. Los alfareros se proveen de barro en las minas cercanas a la sierra y en las faldas meridionales del volcán La Malinche. Limita al norte con el municipio de Puebla y Tepatlaxco de Hidalgo; al sur con Cuautinchán; al oriente con los municipios de Tepatlaxco y Acajete, y al poniente con el municipio de Puebla. Sus coordenadas geográficas 18º 00'30" y 19º 12' 12", de latitud norte, y meridianos º 59'18" y 98º 08' 42", de longitud occidental.

10 Iniciamos nuestro estudio en Amozoc, en julio del 2011. De los 89 talleres alfareros registrados según la Unión Artesana de la entidad, hemos visitado 30 talleres y en 15 de ellos realizamos entrevistas a profundidad con la técnica de historia de vida; para conocer a fondo las pautas culturales realizamos 30 entrevistas generales, y hemos elegido10 talleres y entrevistado a 30 artesanos mediante la técnica de historia de vida para conocer su trayectoria como artesanos y el desarrollo de su respectivo taller.

11 Los nacimientos de Amozoc son famosos en el estado de Puebla e incluso se venden en plazas de otros estados. Hay algunos que se hacen de pasta, en lugar de barro, por ser más económicos. Hay además artesanos especializados en hacer figuras navideñas grandes, de un metro y medio de altura, para adornar grandes jardines, patios de los atrios, terrazas. En estos talleres es usual que se contraten hombres para moldear las piezas, y mujeres para decorar las figuras.

12 Uno que otro alfarero hace figuras decorativas que revisten la forma de calavera –antropomorfas, como las catrinas, o zoomorfas, como la un perro con forma de calavera–, los cuales se venden por mayoreo a quienes los ensamblan para montar diversas escenificaciones relativas a la vida cotidiana (una familia cocinando); pasajes rituales (una pareja de novios), entre otras, que se venden, sobre todo, en tiendas de artesanías para el turismo, en vísperas de la celebración de los Fieles Difuntos.

13 En la venta de los enseres participan un sinfín de intermediarios procedentes tanto del estado de Puebla como de estados vecinos –Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca–, acaparadores que rematan en plazas de diferentes circuitos comerciales regionales.

14 Algunos dueños de horno, además de enseres, mandan hacer objetos rituales –candelabro e incensario– con algún tornero; esta combinación productiva, se dice procede de los talleres de la ciudad de Puebla. Pocos artesanos trabajan la cerámica ritual por su elevado costo de elaboración (esmalte y dos quemas), e incluso se necesita tener un segundo horno con compuerta para realizar la segunda quema. Pese a su alto costo de producción e inversión de trabajo y grado de dificultad, los artesanos siguen haciéndolas porque arrojan una significativa ganancia anual.

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