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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.35 Guadalajara ene./jun. 2012

 

Avances de trabajo

 

Haciendo cuerpos, haciendo género. Un estudio con jóvenes en Cuernavaca

 

Itzel A. Sosa-Sánchez1, Joaquina Erviti2 y Catherine Menkes3*

 

1 Candidata a doctora en sociología. Asistente de investigación de la Universidad Laval de Canadá. Autora del libro "Los significados de la salud y la sexualidad de jóvenes: Un estudio de caso en escuelas públicas de Cuernavaca", editado por el Inmujeres. Correo electrónico: itzel-adriana.sosa-sanchez.1@ulaval.ca

2 Doctora en sociología. Investigadora en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM. Pertenece al SNI, nivel III. Correo electrónico: erviti@unam.mx

3 Doctora en sociología. Investigadora titular de tiempo completo del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM-UNAM). Pertenece al SNI, nivel I. Correo electrónico: menkes@servidor.unam.mx

 

Recepción: 29 de abril de 2011
Aceptación: 27 de mayo de 2012

 

Resumen

El presente artículo presenta resultados de una investigación cualitativa sobre la construcción y los significados sociales del cuerpo en jóvenes mexicanos. En este artículo se presenta el análisis de las entrevistas semiestructuradas y las entrevistas grupales realizadas en barrios populares de la ciudad de Cuernavaca. Los resultados evidencian cómo el tener un cuerpo de hombre o de mujer, el hacer cuerpo, forma parte de complejos procesos y trayectorias de aprendizaje renegociados de forma continua en los cuales juegan un rol central los condicionantes de género. Así, los agentes sociales aprenden lo que significa el ser hombre o mujer (haciendo género), el actuar y ser tratados e identificados como tales de una manera socialmente situada. Es así que la experiencia de hacer género para estos jóvenes está anclada en y a través del cuerpo.

Palabras clave: cuerpo, cambios corporales, género, identidades sociales, jóvenes.

 

Abstract

This article aims to present the findings of a qualitative research regarding the social construction of the body and its meanings among Mexican youngster. Thus, we present the analysis of the semi structured interviews and the group interviews holded with youngsters of different popular neighbourhoods in Cuernavaca. The findings show that having a woman's body or men's body and the fact of "doing gender", is a central part of complex learning trajectories processes continuously renegotiated where gender relations play a central role. The social agents learn what means to be a man or a woman (doing gender), which implies a certain way of acting, being treated and to be identified in a socially located way. So, "doing gender" is experienced in and through the body.

Key words: body, body changes, gender, social identities, youngsters.

 

El cuerpo es un objeto metafórico que funciona como base para significados que expresan nuestra relación con la sociedad (Herzlich 1995) y es posible conceptualizarlo como un nudo de significaciones vivientes (Esteban 2004). Es preciso pues pensar de forma recíproca al cuerpo y a la sociedad, asumiendo que el cuerpo siempre está inserto en la trama del sentido y que las interpretaciones que hacemos sobre él son contingentes en lo histórico y lo social y siempre están enmarcadas en procesos sociales, culturales y políticos. por lo tanto, el cuerpo, como objeto de estudio sociológico, puede y debe ser pensado como un nudo de estructura y acción a través del cual se pueden analizar los vínculos entre los sujetos sociales, el cuerpo y la sociedad (Esteban 2004).

Lo anterior significa reconocer que los procesos macrosociales estructuran, a través de los contextos locales, la relación entre la experiencia subjetiva del cuerpo con la sociedad y viceversa. Adicionalmente, si bien los procesos de construcción social de los sujetos y de la asignación de identidades de género comienza mucho antes de lo que ha sido denominado como la adolescencia y la pubertad, se da sobre todo en este período que los sujetos afinan su mirada sobre la organización genérica de la sociedad en la que habitan.

Podemos afirmar que, a partir de la pubertad y de la adolescencia las identidades y relaciones de género transforman sus significados produciendo una amplia gama de simbolizaciones y prácticas sobre las diferencias sexuales y las relaciones de género, y sobre aquello que significa ser hombre o mujer y ser tratado como tal en el grupo social al que se pertenece, es decir, de una manera socialmente situada (Paechter 2007, Asakura 2004).

En este sentido la relación entre los cuerpos e identidades es recíproca, en tanto la presentación y el uso del cuerpo es fundamental para la formación de las identidades, lo cual no se reduce a ser mujer o varón sino a actuar, parecer y lucir en lo corporal y gesticular como tales (Evans 2006). Es también en la adolescencia que se intensifican diversas estrategias normalizadoras dirigidas a moldear lo mismo las identidades de género que los comportamientos emocionales y sexuales (Lupton y Tulloch 1998), intensificándose el aprendizaje de ciertas prácticas y usos corporales relativas al "ser hombre" o al "ser mujer".

Es preciso aclarar que reconocemos como problemáticas y arbitrarias las definiciones sociales sobre la adolescencia y la pubertad. Atrás de estas categorías se encuentran las apuestas y luchas entre los grupos sociales que intentan alterar o conservar determinadas representaciones de la realidad, así como las asignaciones del lugar que ocupan (según la edad) los sujetos sociales en la jerarquía social (Bourdieu 1978, Sosa-Sánchez 2005).

Adicionalmente, reconocemos que la división en clases de edad, así como sus contenidos sociales, son construidos por cada grupo social en función de sus condiciones objetivas de vida y de sus condiciones y estrategias de reproducción social. A pesar de lo antes mencionado, consideramos que para la pubertad los sujetos sociales han experimentado un prolongado contacto e inmersión con las prácticas institucionales que recrean las jerarquías de género en el orden social.

 

Cuerpo, habitus y género

El cuerpo es el depósito de disposiciones enraizadas o mejor dicho incorporadas, donde la hexis corporal (una determinada organización durable del cuerpo y de su despliegue en el mundo) puede ser entendida como una mitología política realizada, vuelta disposición permanente, manera durable de desplegar el cuerpo, de hablar, caminar, sentir, pensar (Bourdieu 1980). Desde esta perspectiva, el cuerpo deviene una historia incorporada en la que los esquemas prácticos a partir de los cuales éste es organizado, aparecen a la vez como el producto de la historia, o de la historia objetivada en habitus y estructuras, así como el origen de prácticas y de percepciones que reproducen esta historia (Bourdieu 1980). El cuerpo socialmente objetivado es un producto social que debe sus propiedades distintivas a las condiciones de su producción y en el cual el habitus corporal implica un proceso de inculcación determinado. Es decir, un doble movimiento de interiorización y objetivación conecta el cuerpo a las estructuras y al sujeto.

De igual manera, las reflexiones feministas han enfatizado en la dimensión política del cuerpo, la cual se refiere al cuerpo humano como herramienta de domesticación, disciplinamiento, identificación y resistencias (Wolputte 2004). Fue principalmente desde el feminismo radical en la década de los setenta, que diversas autoras señalaron el control de los varones sobre los cuerpos de las mujeres, sobre todo en lo referente a la reproducción y a la sexualidad) (Alsop et al. 2002). Esta perspectiva sugiere que el cuerpo y la sexualidad de las mujeres son campos políticos definidos y disciplinados para la producción y reproducción. En consecuencia, las mujeres, a diferencia de los hombres, son su cuerpo (Lagarde 1997, Rich 1990), el cual, en general, tiende a serles expropiado mediante diversos mecanismos. Así, se convierte en un deber resguardar los cuerpos femeninos de comportamientos que lo alejen del ideal femenino deserotizado y lo familiaricen con su destino reproductivo (Vance 1992).

En cuanto al género, éste puede ser definido como "un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los sexos y, a la vez como una forma primaria de relaciones significantes de poder" (Scott 1996: 289). Por su parte, Young (2004) lo ha definido como un atributo de las estructuras sociales, dado que la heterosexualidad normativa es un aspecto fundamental del género en tanto estructura la vida social, la cual es siempre privilegiada, esperada y asumida incuestionablemente como natural. Este privilegio no sólo jerarquiza sino que margina las prácticas (sexuales, corporales, discursivas, etcétera) que la cuestionan. Así, se ha señalado que la heteronormatividad no sólo define los preceptos relativos a la sexualidad y al cuerpo sino que regula y define en términos normativos distintos ámbitos de las relaciones sociales y de la vida en sociedad (Jackson 2006).

La misma importancia poseen las elaboraciones feministas que sugieren que las diferencias sexuales entre mujeres y hombres son históricas, culturales y contingentes, más que fijas y naturales. Esto implica reconocer la relación simbiótica entre el cuerpo y la naturaleza, rechazando los determinismos biológicos o sociales (Lupton 1995, Young 2004). Por su parte, bajo influencia de corrientes postmodernistas y posestructuralistas, han emergido teorizaciones que establecen relaciones complejas y contingentes entre cuerpos, sexo, sexualidades y géneros. Se ha cuestionado la oposición binaria entre los sexos, las sexualidades y los géneros, así como las nociones que aludían a identidades, anatomías y cuerpos "fijos" o "estables", que habían dominado las teorizaciones iniciales, sugiriéndose la necesidad de problematizar al cuerpo e incorporarlo como una parte central de la teoría de género (Butler 1993 y 2005).

Asimismo se ha indicado que no sólo el género, sino las divisiones biológicas y jerárquicas de la humanidad en hombres/mujeres, asumidas como naturales y no problemáticas (como los cuerpos masculinos), están mediadas por lo social, lo que transforma las diferencias anatómicas en distinciones significativas a nivel de la práctica social (Delphy 2002 y 2003, Young 2007). Esto ha implicado repensar cómo el género moldea el modo de pensar el cuerpo y las diferencias biológicas, asumiendo que el sexo biológico no precede al género (Butler 2005 y 1993) y que más bien pensamos y conocemos el cuerpo a través del género. Desde esta perspectiva se ha sugerido que la distinción sexo/género, expresa teóricamente una dicotomía social, en la que la categoría "sexo" se aplica a divisiones y distinciones que son sociales (Delphy 2003). Esto no significa negar la materialidad del cuerpo ni de la diferencia sexual, sino hacer evidente la maleabilidad de dicha materialidad expresada en su variabilidad histórico-social, reconociendo sus repercusiones políticas y el rol que juega en la reproducción de las desigualdades de género.

Partiendo de este bagaje teórico-conceptual y de reconocer que en las etapas de la adolescencia y juventud ocurren importantes cambios físicos (biológicos) en el cuerpo de las personas, los cuales implican cambios en las interacciones e identidades sociales, nos propusimos explorar cómo los jóvenes experimentan los cambios corporales, así como los significados sociales asociados a éstos y los posibles efectos en el entorno social. Partíamos asimismo del supuesto de que estos cambios corporales se experimentan en forma diferente según se trate de cuerpos masculinos o femeninos, lo que implica también prácticas y arreglos sociales particulares. Para ello, realizamos un estudio cualitativo con jóvenes mexicanos de bajos recursos, enfatizando las consecuencias de los cambios corporales en la configuración de geografías genéricamente diferenciadas (físicas y simbólicas).

 

Metodología

Se realizó una investigación sociológica interpretativa con jóvenes de Cuernavaca, Morelos, entre noviembre de 2008 y marzo de 2009. Se recopiló información a través de un cuestionario socio-demográfico, de entrevistas semiestructuradas individuales y grupales. En las entrevistas individuales y grupales se indagó acerca de los significados, percepciones, creencias y valoraciones en torno al cuerpo, la sexualidad y el riesgo, así como sobre la experiencia de los cambios corporales y las consecuencias en las interacciones sociales. En total, se realizaron 12 entrevistas individuales (6 mujeres y 6 varones) y dos grupales, una con varones (6 participantes) y otra con mujeres (12 participantes). La duración de las entrevistas individuales fue de 80 minutos en promedio y la de las grupales de 90.1

Los participantes en el estudio fueron seleccionados mediante un muestreo intencional no probabilístico (Glasser y Strauss 1967).2 Los criterios iniciales de selección fueron la edad, tener entre 14 y 22 años, y el lugar de residencia, que habitaran en alguno de los barrios populares de la ciudad de Cuernavaca. Los y las participantes en las entrevistas individuales fueron contactados en un céntrico organismo juvenil donde concurren jóvenes a realizar actividades recreativas de carácter gratuito. Los participantes en las entrevistas grupales fueron contactados en un bachillerato técnico al cual asisten estudiantes de diversas regiones y barrios populares de Cuernavaca.

En ambos casos se procedió a invitar de manera generalizada a quienes asisten al organismo juvenil y a las y los estudiantes de cinco grupos del bachillerato técnico.3 A quienes mostraron interés en participar se les aplicó un breve cuestionario preguntándoles características sociodemográficas generales, lo cual nos permitió elegir a quienes participarían en las entrevistas. Se privilegió incluir a personas con variabilidad en determinadas características demográficas como edad, nivel de escolaridad, status sexual (sexualmente iniciado/ no iniciado) y características de la familia de origen que pueden incidir en la experiencia del cuerpo y sus cambios.

El cuestionario inicial permitió reconstruir el contexto demográfico y socioeconómico de las y los jóvenes que participaron en el estudio, respecto al cual se analizó la información recolectada. Las entrevistas fueron audio grabadas previo consentimiento de los y las participantes en el estudio. La mayoría de las entrevistas individuales fueron realizadas en parques o cafeterías del centro de Cuernavaca, mientras que las grupales se llevaron a cabo en un salón del bachillerato técnico.

La edad media de las personas participantes en las entrevistas fue 18 años, mientras que quienes integraron los grupos focales tenían en promedio 16. Sólo uno de cada cuatro era "sexualmente iniciado", en proporción equivalente hombres y mujeres. Todos eran solteros y no convivían con una pareja. Uno de cada tres era económicamente activo, como empleados en el rubro de ventas. Dos de cada tres eran estudiantes de bachillerato y cuatro de los varones no estudiaban al momento de la entrevista. En cuanto a las familias de origen de la mayoría de los y las integrantes de la muestra, la mitad de los padres y las madres de familia laboraba en empleos no especializados (meseros, taxistas, comerciantes, obreras, estilistas, etcétera) y contaba con estudios de educación básica o media básica. Nada más tres participantes en el estudio provenían de familias en las que alguno de los padres (o ambos) contaba con estudios en licenciatura.

El proceso de sistematización de los datos recabados en campo tomó como base las recomendaciones de la teoría fundamentada. En el continuo ir y venir de la teoría a los datos, durante el análisis interpretativo se enfatizó en la comparación continua de patrones y variaciones en los datos, así como en la inclusión de categorías y conceptos emergentes, permitiendo tener una lectura más integral del fenómeno en estudio.

Para la codificación de las entrevistas, organizamos la información de acuerdo con los principales temas explorados en las guías de entrevista: cuerpo, sexualidad, cambios corporales y riesgo. Nuestro objetivo en este proceso era identificar el rol de los condicionantes de género en la construcción de las narrativas acerca de la experiencia con los cambios corporales, la identificación de riesgos y barreras en la interacción social, así como en la aceptación o resistencia a las normas sociales imperantes.

Después de una lectura cuidadosa de cada texto de las entrevistas, se hizo una primera codificación, usando los temas de las guías de entrevista. En este proceso nos enfocamos en identificar contradicciones y discordancias en los textos. En las siguientes lecturas nos propusimos identificar regularidades empíricas y ejemplos de ambivalencia. En una segunda y tercera codificación buscamos nuevos códigos que emergieran de los textos mismos: geografías corporales y simbólicas, espacios generizados, relaciones de poder y cuerpo. Los fragmentos incluidos en este trabajo fueron seleccionados a partir de su relevancia y pertinencia, obedeciendo tanto a regularidades empíricas como a casos límite o extremos.

 

Hallazgos y discusión: Haciendo cuerpos, haciendo género

Los resultados evidencian cómo el tener un cuerpo de hombre o mujer, el hacer cuerpo, forma parte de procesos complejos y trayectorias de aprendizaje continuamente renegociados en los cuales juegan un rol central los condicionantes de género. Así, los agentes sociales aprenden lo que significa el ser mujer u hombre (haciendo género), el actuar y ser tratados e identificados como tales de una manera socialmente situada.

Esta perspectiva permite pensar las identidades (sociales, sexuales y de género) como procesos continuamente renegociados enfatizando en la existencia de múltiples masculinidades y feminidades contextualizadas. Bajo esta perspectiva, es el contexto el que da los contenidos de lo que significa ser, actuar y ser reconocido como un varón o una mujer en los distintos momentos del ciclo de vida. De igual manera, esta aproximación subraya el rol central del cuerpo, no sólo físico, sino los significados dados al mismo y las múltiples y dinámicas prácticas sociales, socialmente situadas, de hacer género (Paetcher 2007).

 

Cambios corporales en los cuerpos masculinos y femeninos de los y las jóvenes

Los cambios experimentados en la voz y el incremento de las dimensiones corporales, sea de estatura, del ensanchamiento de la espalda, de incremento de peso corporal, etcétera, sobresalen en los testimonios de los varones entrevistados acerca de los cambios experimentados en la adolescencia. En las narraciones de los participantes se enfatiza el cambio de voz, el desarrollo de la musculatura y la aparición de vello corporal en los cuerpos masculinos, tal como lo vemos en los testimonios de Héctor (19 años) "en la adolescencia empiezas a ver los cambios en tu cuerpo, la voz te cambia, te salen vellos donde no tenías" y Patricio (15 años) "mi voz fue cambiando y sí me estaba marcando (el cuerpo)". Como podemos apreciar en estos testimonios, los participantes resaltan como significativos aquellos cambios corporales asociados con imágenes que giran en torno a un cuerpo masculino relacionadas con la fortaleza y la resistencia física.

Es importante señalar que la fuerza corporal no es necesariamente una ventaja adquirida, sino una característica inherente de ser hombre. En este sentido, el cuerpo fuerte no es necesariamente sólo el que posee mayor fuerza o resistencia física sino "aquel capaz de 'resistir' mejor los embates que la vida le ofrece a un hombre" (Aguirre y Güell 2002: 16). Asimismo, es preciso resaltar la importancia que se da en la mayoría de los testimonios al cambio de voz. Esto puede estar relacionado con que uno de los signos de hombría por excelencia es la voz grave, una con la capacidad de hacerse escuchar con más facilidad que las que poseen matices más suaves o débiles.

Por su parte, en general, las mujeres participantes, perciben que los varones experimentan sus cambios corporales sin ser conscientes de ello. Esto se puede apreciar en la respuesta de Irma (22 años), "creo que ellos lo viven muy en la inconsciencia, como que no son tan conscientes de los cambios que tienen". Esta inconsciencia se relaciona con el distanciamiento de los cambios corporales que las mujeres perciben en los varones. Tanto en los discursos de ellas como en los de los varones emerge la percepción de que éstos atraviesan sus cambios corporales de una manera menos drástica y difícil.

También es relevante que los varones perciben y construyen discursivamente los cambios corporales de las mujeres como más complicados, e incluso más importantes. Así nos lo señalaba Vicente (16 años):

El hombre en sí no cambia tanto físicamente, al hombre no le importa tanto cambiar físicamente, a la mujer yo creo que sí, ha de ser más complicado, porque hay más cambios y sí les importan más. En la mujer crece el busto, se le achica la cintura, es un crecimiento más radical. Al hombre no le importa tanto cambiar físicamente.

Esto sugiere que si bien en el caso de los varones la apariencia corporal constituye un elemento importante en la configuración de sus identidades sociales y de género, éste no es el eje central de las identidades masculinas.

De igual manera resalta que los cambios corporales de los varones aparecen, tanto en los discursos de las mujeres como en los de los varones, como menos visibles y "difíciles" que los cambios experimentados por las mujeres, tal como nos lo expresaba Laura (22 años): "creo que en las mujeres y más por la menstruación, es más difícil; como que en los hombres no se ve básicamente el cambio".

Es también relevante que el convertirse en mujer se vincule de forma significativa a un evento corporal que tiene una relación directa con el ciclo reproductivo, con el hecho de estar en posibilidades físicas de quedar embarazada. Así, podríamos afirmar que el convertirse en mujer, por el hecho de tener la primera menstruación, es uno de los diversos mecanismos y arreglos sociales mediante los cuales se conceptualiza a la mujer a partir de su destino reproductivo (Lagarde 1997, Vance 1992), vinculándola en el nivel de lo simbólico a dicho destino y a un cuerpo de mujer reproductivo y también, por lo mismo, a un cuerpo vigilado, acotado, no apropiado por quien lo posee. Estos discursos también están vinculados con los conocimientos de la biomedicina acerca del proceso de embarazo y que se incorporan al conocimiento popular, es decir, el riesgo del embarazo.

Sin embargo, el vínculo entre la menstruación y la capacidad reproductiva (es decir, la menstruación como un indicador de que el ciclo fértil en la vida de una mujer ha comenzado) no siempre está presente en las vivencias y discursos de las participantes, sobre todo en las primeras menstruaciones, y entre las más jóvenes (menores de 15 años). Por ejemplo, el testimonio de Irma nos permite evidenciar que es a través de las conversaciones del grupo de pares que se aprende acerca de esta relación: "con las amigas te enteras de que ya puedes ser mamá y no lo crees, bueno yo no lo creía" (Irma, 22 años).

Es notable que, a diferencia de lo que ocurre con mujeres de otras generaciones (Martin 1992), los testimonios sugieren que las participantes en este estudio experimentaron la llegada de la primera menstruación como un evento normal. Por ejemplo Mariana (16 años) comentaba "(...) según mi mamá me dijo que era normal (la menstruación), y me dije 'pues es normal, total si me pasa pues ya'". Esto se relaciona no sólo con la diseminación de los discursos médicos (difundidos por las campañas y los cursos sobre biología de la reproducción), sino también con una mayor apertura (en términos generales) para hablar de la menstruación en el entorno cercano, principalmente, a partir de compartir e intercambiar experiencias con otras mujeres sobre la menstruación (charlas con madres, hermanas, amigas, etcétera).

Sin embargo, pese a que las participantes (sobre todo las menores de 18 años) hayan experimentado la menarquia como un evento normal y sin asustarse, existe la tendencia a percibir la menstruación como un evento molesto como podemos apreciar en el testimonio de Liz (14 años): "Primero dije: no, no me voy a asustar, no soy la única, y no sentí alegría tampoco porque dije: '¡ay, qué flojera!', pero lo tomé como normal".

En este punto, es preciso señalar que las actitudes y creencias acerca de la menstruación están relacionadas y son construidas según el contexto social. Así, experimentarla como un evento incómodo o molesto es resultado de la ausencia de ajustes sociales en los espacios públicos (escuelas, lugares de trabajo, etcétera) que respondan a las necesidades y particularidades que tienen las mujeres durante sus ciclos menstruales (Young 2007).

No obstante, es necesario indicar que la manera en que la menstruación es experimentada e interpretada no es estática. Así, las participantes mayores de 20 años tienden a subrayar que la percepción actual que tienen de sus menstruaciones es más positiva que la que tenían cuando empezaron a hacerlo.

Para concluir este apartado es necesario resaltar que el cambio de estatus experimentado por estos jóvenes en torno a los cambios corporales es vivido de manera compleja y problemática, lo cual podremos apreciar en nuestro siguiente punto.

 

De los efectos de los cambios corporales en el cambio de estatus: orden corporal y género

Los testimonios de los participantes indican que éstos percibieron un trato diferente en la escuela, la familia, en el grupo de pares y en general en el entorno social, a partir de los cambios corporales experimentados en la pubertad y la adolescencia. En los testimonios de los varones, el hecho de crecer y convertirte en hombre, tiende a ser asociado con tener más privilegios o libertades, tal como nos narra Héctor (19 años): "como hombre, cuando creces tienes más privilegio, toman más (en cuenta) tu opinión en tu casa, ya puedes opinar qué te parecen o no las reglas, tienes voz y voto".

Por el contrario, en el caso de las mujeres, si bien la mayoría de los testimonios aluden al rol central que juega la visibilidad de sus cambios corporales en el entorno social, éstos no necesariamente se asocian a mayores privilegios o libertades. En este estudio, resalta que todas las participantes señalaron un cambio significativo en la manera en que se les trataba en distintos escenarios sociales (la familia, la escuela, la calle, etcétera) a partir de que se les empieza a ver diferente. Por ejemplo, así reflexionaba Teresa, una joven de 22 años, ante la pregunta de si la trataban diferente a partir de estos cambios corporales: "sí, te empiezan a ver diferente, te empiezan a ver ya como una señorita, ya no eres una niña, el trato es diferente en el momento que empiezan a ver que tu cuerpo crece, sí empieza a cambiar la forma en que te tratan".

Las participantes en general durante la adolescencia tienden a percibir, como veremos más adelante, que sus cuerpos comienzan a ser abiertamente observados y a ser objeto de "comentarios" en los espacios públicos, sobre todo en las calles. En los testimonios de las jóvenes entrevistadas, estos cambios corporales van acompañados de diversos mecanismos mediante los cuales las mujeres normalizan y aprenden a experimentar sus cuerpos, en contextos donde éstos son continuamente examinados y evaluados, sobre todo por las miradas masculinas.

Así lo podemos apreciar en las palabras de Liz (14 años): "(los chicos) eran muy morbosos, se te quedaban viendo, te decían cosas, normal". Este testimonio indica que el ser objeto de miradas y actitudes morbosas por parte de los varones, sobre todo en los espacios públicos, puede resultar para estas jóvenes no sólo familiar sino normal. En este sentido, aprender a resistir y a ignorar estas prácticas puede ser visto como uno de los aprendizajes necesarios constitutivos del ser mujer, en contextos como el de este estudio. La misma joven, ante los cuestionamientos de la entrevistadora sobre qué le decían los varones y si le molestaba, contestaba: "no, porque siempre decían puras babosadas: 'mira, ¿ya viste? esa ya tiene más que esa'; 'se le están hinchando más las caderas que a la otra'; o, 'ya está más alta', 'está más bonita esta que esta'".

Este testimonio, sugiere también que las mujeres desde edades tempranas, en este contexto sociocultural, aprenden a banalizar y a interpretar como normal la inspección y comparación continua de sus cuerpos y de sus cambios corporales, al tiempo que aprenden a banalizar este tipo de prácticas no dándoles importancia. Este escrutinio social sobre los cuerpos femeninos puede ser conceptualizado como uno de los dispositivos de regulación espacio-temporal, incluyendo el espacio simbólico, a través del cual los cuerpos de las mujeres son monitoreados y clasificados según su valía, a partir de los valores hegemónicos de belleza, castidad, dominio de las técnicas corporales hegemónicas del grupo social de referencia, etcétera, y según diversos criterios en donde se intersectan factores como los de clase social, edad, raza y generación.

Interesa subrayar el carácter normativo de las nociones sobre la apariencia y la belleza que son a su vez elementos fundamentales de la vida y las culturas urbanas modernas. Estas normas se relacionan con elementos centrales de la vida social y reflejan diferentes relaciones de poder. A este respecto, Adelman y Ruggi (2008) sugieren que el género y la sexualidad están implicados en estas definiciones, desde la producción discursiva que promueve en las mujeres de diferentes edades la casi obligación de tener un cuerpo perfecto como una parte central de sus identidades.

Sin embargo, es también necesario señalar que algunas mujeres elaboran estrategias de resistencia o acomodación frente a estas comparaciones y valoraciones sociales continuas sobre sus cuerpos, respondiendo de distintas y complejas maneras ante la cosificación4 y evaluación de sus cuerpos. Así, lo sugiere el testimonio de Tania (16 años): "Nosotras éramos el cuarteto de las feas; mis compañeros nos clasificaban por grupos, que las populares del salón, que las más desmadrosas, nosotras éramos así como las ñoñas y feas. Y a nosotras no nos importaba". Así, las evaluaciones (tanto positivas como negativas) de los cuerpos de las mujeres no son vividas ni experimentadas de manera simple y homogénea por las jóvenes.

En los testimonios emergen reacciones significativas ante los cambios corporales y el desarrollo físico de las mujeres, lo que no necesariamente emerge de la misma manera en los testimonios de los varones. Esto nos puede llevar a afirmar que en la experiencia de los varones relativa a los cambios corporales no existe la expectativa social y el aprendizaje asociado a ésta de que sus cuerpos sean evaluados de forma abierta y continua, y que hacia éstos se dirijan comentarios, miradas o continuas vigilancias. Esto no significa negar que lo contrario ocurra, es decir que las mujeres y las sociedades evalúen y jerarquicen la valía de determinados cuerpos masculinos sobre otros y que sobre estos cuerpos existan vigilancias específicas (como el acatamiento de la heteronormatividad). Sin embargo, en el caso de las mujeres adquiere especial relevancia dado que ellas son su cuerpo (Lagarde 1997) y éste se constituye a partir de las desigualdades de género en un elemento central de la valoración social de las mujeres.

Mientras que en los testimonios de las participantes sobresale que es sobre todo a partir de los cambios corporales experimentados durante la adolescencia, que se perciban más comentarios y "piropos" en las calles, tal como lo señala Tania (22 años): "cuando te empiezas a desarrollar, yo me acuerdo que recibía más piropos en la calle, de lo regular, estás pasando por este cambio y te gritan, y tú así de '¿Por qué? ¿Qué pasa?'".

En el testimonio anterior, la participante establece una relación entre el inicio del desarrollo corporal, el incremento de los piropos y la falta de explicaciones al respecto. Esto apunta a la manera en que son leídos los cambios corporales femeninos en los espacios públicos, al tiempo que evidencia que el ser objeto de las miradas y comentarios masculinos si bien genera un "no saber por qué sucede eso", como hemos venido viendo a lo largo de este texto, se vive e interpreta, en un contexto como el de este estudio, con cierta normalidad y familiaridad.

Expresiones como "te empiezas a desarrollar, yo me acuerdo que recibía más piropos en la calle, de lo regular", sugieren que se percibe un vínculo entre los cambios corporales y recibir más piropos en la calle. Asimismo, este testimonio alude a un contexto en el cual se naturaliza que los cuerpos femeninos continuamente sean objeto del acoso verbal de los varones y de una continua sexualización, en los espacios públicos. Así, se torna comprensible que un cuerpo de mujer en desarrollo sea evaluado no sólo en sus dimensiones corporales sino en relación con los usos sociales del mismo. A primera vista incluso pareciera que estos "comentarios" (piropos) pueden ser recibidos y valorados positivamente por la participante. Sin embargo, al profundizar más en la entrevista de Tania sobre cómo se experimentaban estos piropos, añadió:

Es penoso (silencio), aunque por un lado en mi casa me dijeron "es que es normal que crezcas" y en la calle recibía los piropos; y te sentías mal porque estabas creciendo, me acuerdo que me sentí, avergonzada. Así de: "¿Por qué me ven? ¿Por qué me gritan?". No entendía. Cuando estás pasando por el proceso, es como vergonzoso, hasta te sientes avergonzada de tu mismo cuerpo.

El testimonio de Tania pone en evidencia cómo los procesos de cosificación y sexualización del cuerpo de las mujeres en los espacios públicos contribuyen a que, en ocasiones, las jóvenes experimenten sus cambios corporales e incluso sus propios cuerpos con vergüenza. Lo anterior sugiere la necesidad de diferenciar entre la percepción propia de los cambios corporales y la construcción social a partir de sus consecuencias. La banalización, en el testimonio anterior, del continuo acoso del que son objeto los cuerpos de las mujeres se explica tanto por la regularidad como con la normalización de estos comportamientos de los varones. Sobresale también que la participante interprete así estos comportamientos, a saber, el que los varones digan cosas y asedien a las mujeres en los espacios públicos.

Lo antes mencionado dificulta visibilizar los fundamentos políticos e ideológicos que participan en este fenómeno, facilitando la conformidad a estas prácticas y su constancia y reproducción a través del tiempo en contextos como el de este estudio (y en otros en México). Estos comportamientos y prácticas sociales masculinas suelen emerger y ser presentados, a pesar de su frecuencia, como hechos aislados irrelevantes y carentes de lógica (Fredikson y Roberts 1997), como ocurre en los testimonios de los y de las participantes. Estas prácticas forman parte de dispositivos disciplinarios en los cuales subyace una lógica social que sólo puede ser entendida en el contexto de un orden corporal que condiciona las expectativas y posibilidades que regulan lo corporal y lo deseable, lo reclamable, etcétera, así como las prácticas sociales contextualmente apropiadas. Es a partir de esta lógica social subyacente que se torna comprensible que los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos, sobre todo de aquellas que van solas o acompañadas de otras, se vuelvan reclamados de forma pública y social por los varones, como uno de los mecanismos socialmente apropiados de reafirmar su masculinidad.

A su vez, en las mujeres existe el mandato implícito de aceptar con pasividad dicho reclamo e incluso de tener expectativas sociales de que esto suceda, es decir, que las "piropeen". Es cierto que no todas las mujeres experimentan y responden de la misma manera a la cosificación sexual y a la sexualización, dado que variables como la clase social, la edad, y el nivel de escolaridad, entre otras, juegan un papel central en las respuestas y la manera de vivirla. Sin embargo, a la par de este proceso de normalización, en diversos testimonios emergió la estrategia de ignorar la existencia de estas prácticas. Es el caso de Olga de 16 años quien señalaba:

Cuando salgo con mis primas, normalmente hay siempre cualquier persona que chifla o nos grita algo pero los ignoramos. Creo que eso es porque nos empezamos ya a ver como mujeres, no como niñas, y por eso nos molestan. A mí nunca me han molestado porque siempre los he ignorado. A mí, mientras no me hagan nada, no me afecta".

El testimonio de Olga pone en evidencia hasta qué punto se viven con normalidad estas prácticas de acoso o se presentan así en el discurso. Esto sugiere que el aprendizaje de las disciplinas corporales involucradas en los procesos de crecer y hacerse una mujer implica aprender a ignorar y a trivializar el acoso en los espacios públicos. En contextos marcados por desigualdades de género y la erotización de las relaciones desequilibradas de poder, existen arreglos sociales a partir de los cuales, y como parte del proceso de reafirmación de la masculinidad y la feminidad, se construyen expectativas sociales relativas a las reacciones y comportamientos de escrutinio y verbalización de dicho escrutinio por parte de los varones hacia los cuerpos de las mujeres, así como maneras socialmente organizadas de responder a los mismos.5 La banalización y normalización de estas prácticas invisibilizan el contenido socialmente organizado, así como los procesos de disciplinamiento y socialización que están implicados en dichos comportamientos en diferentes espacios sociales y a través de los cuales se actualiza el orden social.

Es también relevante problematizar cómo interpretan los participantes varones esta apropiación y escrutinio de los cuerpos femeninos. En el siguiente testimonio, obtenido en situación de entrevista grupal, se pone en evidencia que los hombres al igual que las mujeres, en general, normalizan y trivializan estas prácticas. Ante la pregunta de ¿qué pasa cuando el cuerpo de las chicas empieza a cambiar en la adolescencia? los chicos comenzaron a silbar como si estuvieran en la calle ante una chica, se reían y bromeaban al respecto. Al cuestionar de nuevo al grupo acerca del porqué de estas reacciones, los jóvenes respondían "a que te llama la atención la chica porque está bien buena la chica".

Sobresale que prácticamente nadie de entre los y las participantes en las entrevistas individuales y grupales conceptualiza de inicio estas prácticas —el hecho de decirles cosas a las chicas, o de recibir comentarios en los espacios públicos— como formas de acoso, agresión o incluso como una forma de violencia de género6 de la cual son objeto sobre todo las mujeres en los espacios públicos. Sin embargo, dos de las participantes (ambas de 22 años y empezando la universidad), al narrar las experiencias de estas prácticas de escrutinio y rememorar las emociones que les han provocado, afirmaron sentirse intimidadas e incluso violentadas.

Al respecto, autoras como Pascoe (2007) sugieren que las charlas entre varones son un importante medio de socialización de formas de masculinidad, aceptables y esperables en el grupo de pertenencia. A través de estas charlas se aprende a ver a las mujeres como objetos sexuales y se socializan formas de aproximarse y conquistar a las chicas socialmente apropiadas. Incluso, estas prácticas de acoso, así como el ignorarlas o trivializarlas, por parte de los varones y las mujeres son expresiones de violencia simbólica y comunitaria.7,8 Esto, a partir de considerar que la primera es una forma de violencia que impone sumisiones que no son incluso percibidas como tales, apoyándose en expectativas colectivas y en creencias socialmente compartidas (Bourdieu 1994). La violencia simbólica es difícil de resistir pues "está entretejida en la cultura, lo que la legitima simbólicamente" (Lamas 2003: 117) y su eficacia reposa en que reproduce la lógica de dominación (Lamas 2003).

Por otro lado, es sobresaliente que algunas participantes mujeres, sobre todo aquellas con mayor escolaridad y de mayor edad cuestionaban la naturalidad de estas agresiones y las vinculaban con el hecho de que socialmente se construye a la mujer como un objeto que debe, al menos en el discurso, permanecer en los espacios privados so pena de exponerse a agresiones, con diversos matices, por parte de los varones en los espacios públicos y quizá también en los privados. Es preciso resaltar no sólo la mayor edad y escolaridad de estas participantes, sino la mayor escolaridad de la familia de origen, así como condiciones de vida más favorables (mayores recursos) lo cual puede incidir en un mayor acceso a discursos de igualdad de género que podrían explicar sus reflexiones sobre este tema.

Al respecto Tania (22 años) comentaba:

tiene que ver con la mentalidad mexicana de la mujer como objeto y la mujer se queda en su casa y en cuanto sale, corre el riesgo de que la vean, y si la ven se tiene que aguantar porque los hombres, si le gritan ¡pues ni modo!

La expresión "si le gritan ¡pues ni modo!" conlleva, hasta cierto punto, implícito el supuesto socialmente compartido de que así son las cosas y alude a la naturalización de diversas formas de violencia y desigualdades de género. Al respecto la misma Tania reflexiona:

Yo nunca he visto que a mi hermano le griten mujeres, nunca, nunca [...]. Yo creo que en la sociedad mexicana como que al hombre le dan, como que "sí, tú crece, grita, observa" y las mujeres: "tú tápate, tú ni digas'".

La frase "yo nunca he visto que a mi hermano le griten mujeres, nunca", hace referencia al supuesto socialmente compartido de que gritar/decir cosas en la calle a las personas del sexo opuesto es considerada y definida como una práctica social masculina: el varón que reclama los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos, que no viceversa, es lo que se asume como normal. En el testimonio de Tania sobresale el importante papel de los procesos socializadores diferenciados genéricamente, en los que los varones son construidos por la sociedad como sujetos predominantemente activos, socializados para observar, gritar, etcétera, mientras que en esta división simbólica y binaria del mundo, a las mujeres se les socializa para taparse, callarse y recibir con pasividad los embates masculinos.

Si bien en algunos testimonios emergió la posibilidad, menos común, de que las mujeres tengan comportamientos diferentes y les digan "piropos" a los hombres, emerge con claridad cómo estos comportamientos tienden a verse mal en las mujeres, las cuales son definidas socialmente como "aventadas" y se arriesgan a ser estigmatizadas9 por el grupo de pares.

 

Reflexiones finales

Los resultados de este estudio evidencian cómo el tener un cuerpo de hombre o mujer, el hacer cuerpo, y la manera en cómo se viven e interpretan los cambios corporales forma parte de complejos procesos y trayectorias de aprendizaje continuamente renegociados que tienen lugar dentro de contextos específicos donde los agentes sociales aprenden a actuar lo que significa el ser hombre o mujer (haciendo género), así como lo que significa ser tratados, identificados, en términos de identidad social, como tales en sus comunidades de pertenencia, es decir de una manera socialmente situada. Esta perspectiva permite pensar las identidades sociales, sexuales y de género como procesos dinámicos y contribuye a identificar los performances relativos a determinadas masculinidades o feminidades en un momento y en un contexto específicos, enfatizando el rol del cuerpo en dichos performances (Paetcher 2007). Estos procesos genéricamente organizados muestran cómo el hacer género implica la actualización de un sistema jerárquico de clasificación que norma las relaciones e interacciones entre hombres y mujeres, sexualiza el poder (Hierro, 2001) y actualiza el orden social.

Además, es preciso señalar el importante papel que juegan en la construcción de los significados dados al cuerpo los discursos pedagógicos, médicos, psicológicos, etcétera, en torno a la sexualidad y los cuerpos púberes y adolescentes. Es también a través de ellos que se construyen identidades sociales, que al igual que los cuerpos adolescentes, al menos discursivamente, tienden a ser presentadas como homogéneas (Lupton y Tulloch 1998). Estas prácticas y discursos sociales sobre los cambios corporales, femeninos y masculinos, en la pubertad contribuyen, como se pudo apreciar en este artículo, a que los varones, pero sobre todo las mujeres, experimenten con frecuencia estos cambios de manera confusa, contradictoria y problemática. En el caso de los varones esto puede explicar en parte la dificultad mostrada durante las entrevistas para hablar de sus propios cambios corporales y de reconocerlos como tan significativos y visibles como los que experimentan las mujeres.

Es también necesario reconocer que los significados dados al cuerpo y los cambios corporales aportados por estos jóvenes son contingentes y dinámicos y adquieren nuevos significados según los diferentes momentos que atraviesen en su ciclo vital. Esto puede ser apreciado por ejemplo en la manera en que algunas de las participantes, sobre todo las mayores, señalaron que la forma en que vivían y experimentaban la menstruación fue cambiando a través del tiempo.

De acuerdo con Grosz (1994) podemos afirmar que la especificidad de los cuerpos, los usos sociales de éstos, las interpretaciones que se hacen de ellos, los cambios que experimentan, y su despliegue en los espacios físicos y simbólicos deben ser entendidos en relación con su momento histórico concreto y no de manera aproblemática y biologizada, asumiendo que no existe el cuerpo en singular, sino cuerpos donde se intersectan en distintos contextos y en distintos momentos de la trayectoria vital, a diferente nivel, categorías como las de raza, generación, cultura, sexo y género. Como otros estudios han documentado (Olavarría y Madrid 2005, Viveros 2003), en este estudio emerge el cuerpo como un elemento central a través del cual se construyen identidades sociales siendo al mismo tiempo locus de las percepciones subjetivas (Viveros 2003). A lo largo de este trabajo también se ha visibilizado lo arbitrario de la naturalidad con la que son investidos los cuerpos femeninos/ masculinos y las implicaciones de esta biologización en la reproducción de un orden social y corporal en el que, según el contexto y los diferentes estados del capital objetivado e incorporado, determinados cuerpos, identidades sociales, prácticas corporales y usos sociales del cuerpo son diferencialmente jerarquizados y valorados.

Es también importante resaltar el carácter socialmente construido y organizado de la visibilidad de los cambios corporales femeninos y masculinos, subrayando el importante papel que juegan en esta organización los condicionantes de género y las relaciones de poder. Esta visibilidad/ invisibilidad forma parte de diversos mecanismos sociales a través de los cuales se reproduce no sólo el orden de género sino un orden corporal que permite biologizar prácticas, identidades y discursos que legitiman diversas desigualdades de género y relaciones de poder, normalizando la continua vigilancia y apropiación social de los cuerpos (en particular, pero no sólo, de las mujeres).

Así, es frecuente encontrar en los discursos de los y las participantes la banalización y a veces la valoración en términos positivos de la apropiación de los cuerpos femeninos, lo que produce y legitima diversas prácticas que difícilmente son conceptualizadas como mecanismos de sujeción y opresión que cosifican y sexualizan el cuerpo de las mujeres, contribuyendo a la normalización de diversas formas de violencia, como la simbólica).

Es también relevante señalar el importante papel que juega en estos discursos y prácticas la heteronormatividad, en tanto aspecto primordial del género que regula diversos ámbitos de las relaciones sociales y de la vida en sociedad (Jackson 2006). Si bien en este artículo no profundizamos en la dimensión heteronormativa del hacer género, reconocemos que la heteronormatividad juega un rol central en la manera en cómo los sujetos sociales son constituidos y significan y experimentan sus cuerpos. Por tanto consideramos profundizar más en detalle esta dimensión en futuros trabajos sobre el tema.

Es importante visibilizar también el carácter socialmente estructurado de la apropiación pública (y masculinizante) de los cuerpos femeninos la cual tiene lugar a lo largo de todo el ciclo vital, pero se intensifica desde la pubertad, a partir de la visibilidad social de los cambios corporales experimentados en este período así como los significados sociales en torno a los mismos. Como bien sugiere Brown-Miller (1984) las mujeres descubren de forma continua y a edades tempranas que sus cuerpos son apropiados y valorizados por y a través de una mirada masculina del mundo. Esto contribuye a invisibilizar la arbitrariedad de este fenómeno social construyendo una unidad de sentido (Bourdieu 1980) heteronormativa en la cual los varones aprenden a evaluar y apropiarse de los cuerpos de las mujeres y ellas tienden a normalizar esta apropiación como parte del aprendizaje de lo que significa ser hombre/ser mujer. Como pudimos apreciar en este trabajo resalta la dificultad de los y las participantes para identificar y nombrar esta apropiación de los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos como violencia, a pesar de que algunas participantes señalaron haberse sentido amenazadas e incomodadas en ciertos momentos por estas prácticas.

Para concluir, es importante señalar que no pretendemos hablar de los varones ni de las mujeres, ni de sus experiencias, como si fuesen un grupo homogéneo y como si estos significados y prácticas fueran estáticos. Un hallazgo relevante de este estudio, es la dificultad de los varones para hablar de sus propios cuerpos, sus cambios corporales y de las emociones que acompañaron dichos cambios. Pese a la insistencia de la entrevistadora para que los participantes profundizaran en sus vivencias corporales relativas a los cambios en la pubertad, aquéllos tendían a centrar sus respuestas en los cambios corporales de las mujeres y el carácter problemático de los mismos. Esto puede deberse a limitaciones relacionadas con el marco metodológico, a saber, que la entrevistadora era una mujer y que la entrevista se realizó en un único encuentro.

Asimismo, queremos recalcar que reconocemos la existencia de opresiones y valoraciones diferentes y jerárquicas al interior de las construcciones sociales relativas a las identidades masculinas y de los cuerpos masculinos, en las que la norma por excelencia es el cuerpo masculino, anglosajón, sin ninguna discapacidad, heterosexual, de clase media-alta y joven (Grosz 1994, Delphy 2002). No obstante, conviene enfatizar el carácter socialmente organizado de las prácticas sociales, discursivas y no discursivas, en torno al cuerpo, que emergieron en los discursos de las y los participantes.

 

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Notas

* Las autoras desean agradecer al Instituto Mexicano de la Juventud-Morelos y al CETIS 44 las facilidades brindadas para la realización del trabajo de campo de esta investigación.

1 Sólo un varón participó tanto en las entrevistas individuales como en la entrevista grupal, pues estudiaba en el bachillerato técnico y participaba en las actividades del centro de recreaciones.

2 Este muestreo no especifica de antemano el número de casos a seleccionar y consiste en recolectar datos para generar teoría siguiendo los propósitos teóricos de la investigación así como su relevancia. Se interrumpe cuando se considera que se ha alcanzado la saturación teórica (Alonso 1999).

3 Las autoridades del plantel educativo nos permitieron invitar a las y los estudiantes a participar en este estudio mientras esperaban la llegada de algún profesor. No se nos permitió interrumpirlas clases.

4 El proceso de cosificación implica que las mujeres son reducidas a sus cuerpos, cuerpos que al mismo tiempo les son expropiados y conceptualizados como objetos para el placer y el uso de otros (Fredikson y Roberts 1997).

5 Esto ocurre sobre todo en espacios públicos. Por ejemplo Fredikson y Roberts (1997) han señalado el importante papel que han jugado los medios de comunicación masiva en este tipo de comportamientos que reproducen la fetichización y sexualización de los cuerpos de las mujeres.

6 La violencia de género se define como el conjunto de agresiones que se ejercen contra las mujeres por ser mujeres, que tengan o puedan tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, "...inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada" (Organización de Naciones Unidas 1993).

7 Se entiende la violencia comunitaria como "los actos individuales o colectivos que transgreden derechos fundamentales de las mujeres y propician su denigración, discriminación, marginación o exclusión en el ámbito público". Este tipo de violencia está contemplada en el artículo 12 de la Ley de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia (Inmujeres).

8 La violencia simbólica tiene la doble función de convencer a cada persona de la legitimidad de la presión social que se ejerce sobre ella, desalentando la rebeldía y al mismo tiempo convenciendo a los demás integrantes de la legitimidad de hacer uso de dichas formas de violencia (Juliano 2004).

9 La estigmatización es un mecanismo que produce fronteras para la marginación y la exclusión social, y se entiende por estigma la situación de inhabilitación para una plena aceptación social (Juliano 2004).

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