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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.34 Guadalajara jul./dic. 2011

 

La teoría

 

La práctica del hogar. Espacios ambivalentes para identidades ambivalentes

 

Fernando Calonge Reíllo

 

Recepción: 15 de agosto de 2011
Aceptación: 24 de octubre de 2011

 

Resumen

Este artículo reflexiona sobre la manera como las mujeres de las clases medias altas y altas de Guadalajara, Jalisco, construyen los hogares para sus familias y en el proceso se dotan a sí mismas de su identidad como mujeres. El artículo ha seguido un tipo de análisis que, en lugar de abundar en la importancia de los discursos e ideologías sobre el hogar, enfatiza el componente de las prácticas espaciales. De esta forma se ha podido demostrar que las mujeres encuentran su identidad de género no desde la imposición de lógicas abstractas, como la del patriarcado o la de la división público privado, sino desde una creación y una vivencia cotidiana de los espacios generizados del hogar.

Palabras clave: Hogar, prácticas espaciales, identidad de género, domesticidad.

 

Abstract

This paper reflects on the ways middle and upper class women in Guadalajara, Jalisco, make a home for their families and, in so doing, create their own gender identities. Instead of stressing how discourses and ideologies shape the home, this paper underscores the relevance of spatial practices. Thus, it shown how women find their gender identities not through the abstract logic of the patriarchy or the private/public divide, but by creating and experiencing the gendered spaces that constitute the home.

Key words: Home, spatial practices, gender identities, domesticity.

 

La investigación

El artículo que aquí se presenta forma parte de un más extenso proyecto de investigación, titulado: Vivir en los cotos1: cotidianidad, género y violencias, que realicé en el Centro de Estudios de Género (UdeG) junto con la doctora Manuela Camus Bergareche y que contó con la financiación del Conacyt. El proyecto se centró en estudiar las formas de vida de mujeres y hombres que habitaban en fraccionamientos cerrados de clase media alta y alta en la Zona Metropolitana de Guadalajara, sobre todo en el municipio de Zapopan. En su ejecución se realizaron 37 entrevistas a habitantes, 25 a mujeres y 12 a hombres, y ocho entrevistas a expertos, urbanistas, geógrafos y especialistas. El trabajo de campo se realizó entre agosto de 2009 y abril de 2010.

La mayor parte de las entrevistas se realizó en los domicilios de los informantes, así que se pudo hacer una extensa observación de los fraccionamientos cerrados y de los domicilios. Esta observación se complementó con visitas guiadas y con trabajo de campo en otras áreas de la ciudad: colonias colindantes, mercados populares y plazas comerciales, fundamentalmente. Las y los entrevistados pertenecían a fraccionamientos cerrados como Rancho Contento, Valle Real, condominios de Naciones Unidas, Ciudad Granja y de Ciudad Bugambilias, Las Cañadas, Azaleas, etcétera.

 

Enfoque

Desde la realización de mi tesis doctoral (Calonge, 2006) tuve una serie de problemas a la hora de asentar ciertos presupuestos teóricos provenientes de los estudios de género y, en particular, de la literatura feminista, dentro del trabajo de campo. Conceptos como lo público y lo privado, el patriarcado, la maternidad, el cuidado, y un largo etcétera, aspiraban a explicar y a resumir la configuración de las relaciones de género presentes, al menos, en las sociedades modernas.

La dificultad provenía de que, a la hora de realizar el trabajo de campo y mirar, situadamente, cómo se estaban produciendo y reproduciendo estas relaciones, buena parte de esos presupuestos se me hacían enteramente inaplicables y, por tanto, inservibles. Según se presumía, el género se producía a nivel de las representaciones o de los discursos sociales y, en el peor de los casos, obedecía a lógicas abstractas casi universales. Y lo que se ofrecía a mi mirada eran unos sujetos en proceso, ubicados en unas coordenadas espacio-temporales muy concretas, y que se estaban produciendo con una particularidad tal que se perdía desde enfoques tan "desubicados"2 y generalistas como los que se me brindaban desde la teoría.

Desde ese momento me he esforzado por encontrar, aplicar y desarrollar otro tipo de análisis mucho más comprometidos y respetuosos con el trabajo de campo y que sirvan, sobre todo, para atender y poder llegar a una comprensión de toda esa particularidad. Con el paso del tiempo se me hizo enteramente evidente que todos estos esfuerzos debían de pasar siempre por un análisis de los espacios sociales con los cuales se vinculaban3 mis investigaciones.

De esta manera se me ha ido presentando un compromiso metodológico fundamental que consiste en que, en todo momento en que se está realizando el análisis de resultados y su escritura, debe de hacerse el esfuerzo por resituar cada una de las afirmaciones en alguno de los contextos espaciales en los que se desarrolló la investigación.

En lo que respecta al género, esta premisa tiene alcances muy importantes en la medida en que veta todo tipo de generalización o desustantivación obrada sobre el objeto. Al contrario, de lo que se trataría sería de prestar atención y respetar esa otra lógica pragmática y siempre espacial con la que se produce siempre la acción social situada.4 Según está propuesta de análisis, la diferencia y desigualdad de género no se estarían originando por la reproducción de los discursos de género, y mucho menos por la reproducción de lógicas metafísicas como la del patriarcado. Al contrario, estarían engendrándose siempre en concretas situaciones de emergencia de los sujetos y del propio género.

Como intentaré mostrar en el artículo, estas situaciones tienen un componente espacial ineludible, el que permite vincular el espacio a la identidad por la intermediación del cuerpo. Así, las diferencias de género pasarían no por una llana diferenciación discursiva o categorial como buena parte de la tradición sociológica de las "representaciones sociales" supone, sino por diferenciaciones sustantivas que se inscriben al mismo tiempo en los espacios y en los cuerpos. Desde esta perspectiva, las diferencias de género se derivarían de la producción y de la inserción de los sujetos en un espacio físico y social generizado. El hacerse como mujeres u hombres no podría entenderse, entonces, descontando la experiencia espacial de todos esos lugares y emplazamientos generizados. Así, si quisiéramos encontrar el género, tendríamos que mirar cómo está distribuido en el espacio y por los cuerpos de los sujetos.5

Desde esta perspectiva es como quisiera enfocar la construcción del hogar y la producción espacial del género; así, el hogar no sería una abstracción que fundamenta la división de lo privado y de lo público, que atrapa a la mujer en el primer ámbito y al hombre lo propulsa al segundo.6 No sería una constante que fundamenta a expensas de la particularidad de cada caso la división entre los géneros. El hogar siempre menta una localización, un emplazamiento, y procesos muy particulares de emergencia de los sujetos y del género.

Esto significa que el hogar no tiene que ser, sistemáticamente, la razón general de la dominación del hombre sobre la mujer.7 A pesar de poder ser objeto de crítica, al observar que, en su interior, sí se desarrollan muy frecuentes y desgraciadas dominaciones,8 ver el hogar sin prejuicios comporta no generalizar situaciones y poder estar atentos, además, a otros muchos sentidos particulares, contradictorios y siempre en confrontación, que está suscitando. De hecho, en el trabajo de campo hemos encontrado cómo el hogar también encarna para muchas mujeres un sentido de protección, seguridad y tranquilidad sin el cual nos sería muy difícil el representarnos sus vidas. Como Leith ha indicado, en ocasiones para las mujeres el hogar puede ser también un espacio de auto-reforzamiento, un lugar en el que poder tomar control sobre sus propias vidas (Leith, 2006: 320-325).

El hogar en nuestras sociedades tiene una importancia fundamental para la construcción de la identidad, desde el momento en que construimos nuestras identidades a la forma de entidades clausuradas, aseguradas y que se poseen a sí mismas.9 Fácilmente, entonces, podemos vincular el establecimiento de las fronteras que separan el sí mismo de los otros, con el establecimiento, cuidado y consideración por esas fronteras que separan el hogar del exterior. Como Lakoff y Johnson (1999: 274) han indicado, el sentirse en control de sí mismo, centrado en la propia identidad, tiene siempre un correlato espacial de centrarse y asegurarse en espacios como el del hogar.

En consecuencia, lo que pretendo es comprobar cómo las distintas mujeres investigadas están construyendo los espacios concretos de sus hogares, cómo los están viviendo y, al mismo tiempo, cómo se están construyendo ellas mismas y al grueso de su familia como sujetos generizados. En su actuar cotidiano ellas no están presas de la lógica discursiva o teórica de las diferencias privado/público; ellas están haciendo de manera práctica y corporal un lugar concreto llamado hogar que, recursivamente, las va a constituir a ellas como mujeres. Al enraizar siempre el análisis en esos emplazamientos particulares de los que deriva el trabajo de campo, podremos ver, además, esos sentidos múltiples y a veces contradictorios que comportan para sus existencias: reclusión, desigualdad, pero también tranquilidad, seguridad, proyección, etcétera.

Estos desarrollos se han podido documentar presentes en los espacios elegidos para la investigación: los fraccionamientos cerrados de las clases medias altas y altas. Acaso estas clases sociales son las que tienen una mayor capacidad económica y social para construir, apuntalar y ordenar sus identidades dentro de los muros de su hogar y ahora también, dentro de los muros del fraccionamiento. Resta para otras investigaciones el observar la forma espacial de ordenar sus identidades de género de las mujeres de clases medias y populares, quienes sin duda enfrentan mayores dificultades a la hora de dominar sus espacios más próximos. Que quede meramente apuntado como hipótesis el que para ellas, acaso, su género se encuentre bajo otra estructura espacial distinta a la del cierre dentro del hogar.

 

Ordenando un hogar. Ordenándose una misma

La presentación de los resultados de la investigación detallará una serie de actividades básicas gracias a las cuales las mujeres irán construyendo un hogar para sus familias: desde la propia construcción y preparación física de los espacios, pasando por la puesta en funcionamiento y dinamización de todas las actividades del núcleo doméstico o la ocupación diferenciada de los espacios donde se encuentra lo 'femenino'. Este informe mostrará cómo las mujeres, haciendo y experimentando los espacios, cumplen con muchas de las funciones que se les confiere como cuidadoras, pero, a la par, cómo pueden llegar a controvertirlas y a ampliar el espectro de sus atribuciones.

 

a) La construcción física

La diferenciación de género que se obra en la inserción de los distintos actores al espacio del hogar comienza desde el momento de su propia construcción física. Ha sido una constante en toda la investigación el encontrar que las mujeres encuentran su papel femenino en la organización y planificación del hogar. Las mujeres han sido las grandes constructoras del hogar,10 y esto desde los aspectos más básicos y materiales. A fin de cuentas van a ser ellas quienes más tiempo van a pasar en la casa, las que se van a encargar del cuidado y la reproducción de la familia y las que, en consecuencia, pueden tener una más clara imagen de lo que va a necesitar el hogar. Por su parte, el lugar que va a realizar la masculinidad de los esposos se encuentra sobre todo fuera del hogar, en el mundo del trabajo y de los viajes. Así expresaba una de las entrevistadas este reparto de espacios:

Como él también quería que yo me sintiera a gusto, que yo buscara un lugar donde yo me sintiera tranquila, y en paz, porque él viajaba a Centroamérica. Él trabajaba todavía con la empresa, y él viajaba mucho por toda Centroamérica, entonces me dijo: "yo necesito que busques una casa donde tú te sientas a gusto y estés en paz" (mujer, zona Panteón Vallarta, clase media alta).

De esta manera, las mujeres solían decidir el lugar de la cocina, el número de cuartos, los baños, la ubicación por plantas, etc., siempre con la perspectiva de cuáles serían los requerimientos básicos de la familia. Ahora bien, aunque sea esto cierto y las mujeres tuvieran una mayor libertad a la hora de decidir sobre los aspectos cualitativos de los espacios, también era una tónica el que los hombres siempre establecían el límite sobre los aspectos cuantitativos: cuánto se podía gastar y qué cantidad de terreno se podía ocupar como máximo.

(...) Pero mi marido dijo: —"yo no quiero que te pases de 250mts de construcción, 280mts, y punto. A ver cómo le haces, pero yo no quiero más—" (mujer, Los Olivos, clase media alta).

Van a ser las mujeres de las clases altas las que dispongan de mayores posibilidades de ordenación del hogar, en la medida en que a ellas los maridos no les van a imponer severas restricciones económicas. Los elevados ingresos alcanzan para poder hacer un espacio a medida de las necesidades de la familia. A medida que hemos ido entrevistando a mujeres de estratos más bajos este campo de acción se estrechaba cada vez más, hasta el punto en que la familia no podía ya diseñar la casa, tenía que comprar una hecha, y tenía que intentar apropiarse de ese espacio genérico, indistinto, y tan poco ideado para la propia particularidad que se intenta encarnar.

En consecuencia, en esos estratos medios, y más tenuemente en los altos, la decoración se convierte en la principal herramienta de que disponen las mujeres para apropiarse de los espacios y construir un hogar. Con el diseño arquitectónico se intenta hacer de un lugar un lugar habitable. Cuando no se tiene a mano esta posibilidad, la decoración es la segunda actividad que consigue acomodar los espacios a la identidad de la familia que se está proyectando. La decoración abre el espacio a la vida humana. Como lo apuntaba una de nuestras entrevistadas:

No, pues es que no. No, es pronto porque todavía ni siquiera termino de cambiar que lámparas, que pisos, detalles que todavía no tenemos. Arriba todavía nos faltan los muebles de escritorio y de televisiones. ¡Claro que de vivirla todavía nos falta! (mujer, Altamira, clase alta).

Por eso, la decoración es quizá el proceso de humanización más básico y fundamental respecto al entorno, porque comporta el preparar al espacio para que espere y vaya cobijando el desenvolvimiento de la vida familiar. En este sentido, las mujeres entrevistadas asumen esa crucial labor de humanización de la vivienda, y es en esta serie de actividades físicas y materiales donde van a encontrar una buena parte de su identidad femenina. Ellas son las que van a apropiarse, para todo el núcleo doméstico, de los espacios de la casa, como, por ejemplo, indicaba el siguiente entrevistado:

(...) Eso también ha sido muy interesante que depende mucho de ti el que te apropies del espacio en ese sentido, el que lo hagas tuyo, el que lo hagas vivible. Y también en todos los espacios que hemos vivido desde que hemos estado casados nos hemos apropiado rápidamente. Mi mujer sabe hacer de los espacios algo muy vivible (...) tiene esta habilidad como de dotarle de mucha libido rápidamente. Te voy a decir por esa parte yo no me preocupo mucho porque yo creo que lo va a poder seguir haciendo (hombre, Jardines del Bosque, clase media alta).

La mujer humaniza el espacio para la familia porque establece intercambios "amorosos" con él, porque con su propio cuerpo lo tantea, lo proyecta, lo prepara, lo trabaja. Cuando ha sido la mujer la que elige o incluso hace las cortinas o los cojines, la que pinta o dibuja los cuadros, la que elige y ubica los distintos elementos, es decir, la que decora, la llegada de la vida familiar a la casa se hace mucho más fácil y cálida. Siempre existe un tono de disfrute detrás de afirmaciones como la de la siguiente entrevistada:

Arreglar mi casa, sí. De hecho estoy en un curso de corte y confección. Más que por quererme dedicar a eso, es por hobby, bueno porque ahorita, finalmente ya lo puedo hacer. Y bueno realmente ando viendo qué le hago a la casa, pongo esto, las cortinas, o sea, todo, todo,...entonces yo me pongo a ver qué hago (mujer, San Francisco, clase media).

 

b) Adentrándose en las ocupaciones de cuidadoras

Contra lo que se puede suponer, las mujeres entrevistadas no estaban destinadas desde un principio a ocupar forzosamente el papel de cuidadoras. Sólo son una serie de circunstancias y acontecimientos personales los que recurrentemente las van a llevar a desempeñar esas funciones, de manera que el sentido de necesidad de su papel no hay que encontrarlo en ningún discurso o ideología, sino en la sucesión de estos mismos acontecimientos vitales que, aunque recurrentes y reiterados, no por eso dejan de ser abiertos y contingentes.

Fundamentalmente, hemos encontrado dos acontecimientos cruciales que tienden a preparar a las mujeres para desempeñar las actividades propias del cuidado. Estoy hablando de casarse, primero y, después, del tener hijos. Ambos son fenómenos que van a condicionar efectivamente las múltiples posibilidades de ser mujer, hasta reducirlas especialmente a las labores del cuidado y de la reproducción del hogar.

Que no existe una lógica necesaria subyaciendo a este proceso nos lo muestra la presencia de otras alternativas vitales. Las mujeres entrevistadas no nacían para casarse y tener hijos porque, comenzada la edad adulta, muchas de ellas habían concluido exitosamente sus estudios e incluso se encontraban desarrollando sus propias carreras profesionales. En esos primeros momentos ellas estaban desarrollando su identidad como mujeres por fuera de su inserción en los espacios del hogar y del cuidado. Y también nos habla sobre la ausencia de necesidad del proceso, el hecho de que vivirlo comportara, en muchas ocasiones, un acontecimiento doloroso. No hay necesidad ni naturalidad desde el momento en que recabamos varios testimonios sobre lo difícil que fue para estas mujeres pasar de una etapa de sus vidas en que estaban desempeñándose profesionalmente en la vida pública a un momento en que 'tuvieron' que tomar la opción de dejar sus trabajos para quedarse en sus casas al cuidado de los hijos, como lo recordaba una informante:

Pero ahora te voy a decir una cosa, o sea, parece que lo digo muy fácil, pero también me costó. ¿Qué me costó? Sobre todo cuando salí de trabajar para quedarme en casa, cuando nació mi hijo. Esa etapa, ese brinco,... yo seguía acelerada, y yo quería hacer muchas cosas, y yo creo que el que la llevó emocionalmente fue mi primer hijo, como les pasa a muchas (mujer, Valle Real, clase alta).

Sólo entonces, cuando se produce la boda y, sobre todo, cuando nace el primer hijo, es cuando la mujer reorienta toda su anterior trayectoria vital hacia la crianza de los hijos en la casa. La mujer no puede ser descuidada y esto se materializa en la atención y cuidado cotidianos que va a dedicar a su familia. Porque, para las mujeres estudiadas, una mujer con hijos no alcanza a hacerse mujer si los tiene en estado de dejación y descuido:

(...) Yo tenía uno hijos de muchacha. No tenían una mamá. La mamá estaba siempre trabajando igual que el papá. Tenía una hija de muchacha y luego nació un bebé prematuro y entonces... Y descubrí que los hijos necesitan una mamá y el papá necesita también como más apoyo (mujer, Valle Real, clase alta).

De modo que la mujer aprende a ser mujer en ese camino doloroso por el cual renuncia a otras opciones vitales, y va dedicándose cada vez más al cuidado de los hijos y de la familia. Y dado que es la casa el espacio donde la mujer va "haciéndose mujer", a la inversa, el del hombre es el lugar del trabajo o de los negocios. Si cotidianamente ella se dedica al cuidado de los hijos, él ha de dedicarse a llevar dinero a la casa.

Son estos procesos sobre el reparto de actividades los que, poco a poco, constituyen unos lugares como femeninos y otros como masculinos. En ocasiones las mujeres entran a la exclusividad de las funciones del cuidado porque saben que, dado que nadie les va a librar de ellas, continuar trabajando fuera del hogar significaría una duplicación de trabajos, jornadas y de esfuerzos; progresivamente el trabajo doméstico se convierte en la ocupación principal de la mujer. Esto la hace consciente de que, aunque trabajara fuera del hogar, nunca podría aminorar las cargas que este trabajo principal conlleva:

Si tienes la vida comprada, cualquier cosa, dices, "híjole", pudiera ser que se vinieran tiempos difíciles económicamente (...) Pero no reniego porque yo siempre, ¿como se llama? Es algo que se me duplicaría la chamba, o sea, porque saliendo a trabajar, llegas y aquí te está esperando todo tu mundo. Entonces..., no, realmente no, así estoy a gusto. Te digo, porque mi marido no me friega de, "ay, ya, pues coopera", como a muchas, ¿no? (mujer, San Francisco, clase media).

La vida de mujeres y hombres comienza a asignarse a unos determinados espacios a través de la forma como las respectivas actividades, presuposiciones y expectativas comienzan a entrelazarse y a armonizarse.11 Es a través de estos procesos, nunca decididos, siempre contingentes, como las mujeres van encontrando en el hogar las actividades por las cuales hacerse "buenas" mujeres. Sin embargo, como veremos, el reparto de espacios nunca es tajante, la mujer no se puede identificar exclusivamente con lo doméstico y el hombre con lo privado, porque dicho reparto depende siempre de una lógica pragmática de las circunstancias que puede forzar a impugnaciones o a cambios.

 

c) Engendrando la calidez del hogar

Si algo nos queda claro, después de la realización del trabajo de campo, es la certidumbre de que un hogar es mucho más que una asociación instrumental de individuos. El hogar y la familia se proponen mucho más que la subvención mutua de necesidades y los valores que los caracterizan exceden los meramente utilitarios. El hogar va a quedar caracterizado por ser ese ambiente cálido que cobija el despliegue de la vida humana. En las entrevistas se hacía patente que en las familias el varón ocupaba los papeles eminentemente instrumentales a través del desempeño de su trabajo remunerado y mercantilizado, mientras que la mujer va a ser la que encarna los valores afectivos en el desarrollo de las distintas actividades del cuidado realizadas dentro de la vivienda. Como terminamos de observar, una de esas tareas dedicadas a conferir a la casa un ambiente de calidez era la de la propia decoración.

Pero junto con la decoración aparece otra actividad que se figura clave para hacer de la vivienda un verdadero hogar: la elaboración de los alimentos y la nutrición. Nutrir no equivale a un simple "dar de comer", nutrir incluye organizar una minuciosa selección de los alimentos, el diseño de menús balanceados y la preparación cuidadosa de las comidas con la intención de asegurar la reproducción de los cuerpos, pero también de las almas, de los miembros del hogar. Esa atención a la preparación de unas comidas saludables y nutritivas la hemos encontrado en varias de las entrevistas realizadas:

Aquí en la casa cuido mucho lo que es el valor nutricional. Tenemos en la familia antecedentes de diabetes y... yo estoy empezando con problemas de diabetes y por eso como que pongo más énfasis (mujer, Naciones Unidas, clase media alta).

Y es que a través de la cocina la madre transfiere una parte de sí misma al resto de su familia. Cocinar no es una tarea más, en la medida en que implica depositar una parte importante del propio trabajo y de la dedicación en unos alimentos que luego, por la digestión, van a entrar a formar parte del propio organismo de los hijos y el esposo. De esta forma la cocina es una especie de alquimia sustancial por la cual la mujer se ofrece para la reproducción de sus seres queridos. Por eso, darse a los demás encarna en un estado de los platillos que es al mismo tiempo físico y espiritual: la sazón. La sazón es un estado comprobable de la preparación de los ingredientes y de las especias, pero también es un arte y un gusto, un amor en el saber combinar los alimentos y dejarlos justo al gusto de la familia, de manera que alrededor de la comida se combinan siempre muchos más elementos, como señala un entrevistado:

F. C. ¿Y aquí de la cocina se encarga su esposa o...? Entrevistado— Sí, mi esposa (...) Aparte que a mi esposa le gusta. Ella hace las cosas que a mí me gustan, y hace la comida exquisita, de todas maneras. Fíjate que una de las cosas que me gusta de ella es que tú puedes irte a la feria... y es bien bonito que tengas a alguien aquí esperándote en quien pensar (hombre, Azaleas, clase alta).

De modo que sólo las manos de la esposa pueden ofrecer los alimentos a los organismos de sus niños y su marido. Por eso, aunque una buena parte de las familias entrevistadas disponían de mujer del servicio doméstico, las mujeres eran muy reticentes a relegar esta importante labor de la preparación de los alimentos. Ellas son las esposas, las únicas que tienen el derecho a darse amorosamente a su familia a través de la cocina:

F. C. Y luego, por ejemplo, la comida de a diario ¿te encargas tú de ella?

Entrevistada: Sí, yo, desde siempre he cocinado, desde chiquita.

F. C. Y por ejemplo con eso ¿la muchacha te ayuda? Entrevistada: Sí, hay cosas que también ella sabe hacer. Pero soy como celosa. Como que siempre he cocinado yo y me gusta, ¿eh? Aparte del celo, me gusta y les gusta a ellos como les cocino entonces lo hago con más gusto (mujer, Valle Real, clase alta).

Que la comida no es una simple preparación e ingesta de alimentos lo demuestra el hecho de los esfuerzos que en ocasiones realizan las mujeres por juntar a toda la familia a comer. Para la consolidación de la familia no es lo mismo comer separadamente que poder disfrutar de una comida conjunta. Comer juntos hace hogar, en la medida en que se comparte una de las actividades más básicas del ser humano, como es la alimentación. En ocasiones, la dinámica de la familia tiende a dificultar este objetivo, los niños tienen horarios diferentes en sus escuelas o actividades, el marido llega tarde de trabajar... Sin embargo, a pesar de las dificultades, la mujer intenta que en algún momento la familia se dote de unidad viéndose compartir los alimentos juntos. Como una entrevistada señalaba:

Y para mí es muy importante juntarlos a la hora de la comida, a ratos... Ya van a tener sus horarios porque yo he peleado mucho. Peleado en el buen sentido por el espacio de sí comer todos juntos. Un tiempo a mi esposo le dio por: "ya voy a trabajar tiempo corrido, llego a las cinco de la tarde a la casa y me quedo aquí toda la tarde". Le digo: "pues mira, a ver quién te acompaña a comer y con quién vas a platicar (...)" (mujer, Las Cañadas, clase alta).

Reuniendo a todos a la hora de comer, la mujer puede supervisar con regocijo cómo cada uno de los miembros de la familia va ingiriendo los alimentos que ella ha preparado con tanto gusto. Es su momento, ella los ha convocado y disfruta verlos aceptar gustosos esa especie de ofrenda que tanto tiempo tardó en preparar. Aunque ella tenga que ocupar un lugar periférico, nunca podría perderse ese momento:

Entrevistada: Sí. Y la barra la hicimos para que, en la mañana que desayunan, esté ahí más cerca. De hecho, la mesa casi no la utilizamos.

Entrevistadora: ¿Ah, no...? Parece muy cómoda, como está tan cerquita también.

Entrevistada. Sí, ¿no? Yo me quedo allá. Yo como de aquel lado. Y el que esté come aquí. En la mañana nomás Arturo, el grande, se sienta aquí. Y yo les voy sirviendo. Luego ya se va él a la escuela y baja mi marido y mi hijo Sebastián. Y los dos se sientan ahí. Y yo como parada o jalo una de éstas... así. (mujer, San Francisco, clase media).

Sólo ha existido un caso en todas las entrevistas en que la mujer parecía despreciar esta labor de la preparación de los alimentos y la supervisión de las comidas. En el resto de los casos las mujeres encontraban una parte importante de su identidad como mujer en este tipo de espacios y actividades. El caso excepcional, que apunta a una lenta redefinición de roles, no en vano lo representa una mujer de las élites ilustradas. Ella es profesora en una preparatoria, llega también tarde al hogar, y ya no tiene inconveniente, al contrario, es una liberación, el que sea la mujer del servicio la que prepare de comer:

Exacto, entonces ella (la mujer del servicio) limpia la casa, hace la comida. Mi marido viene a comer, entonces le sirve la comida a él, nos limpia la ropa. La verdad, de la casa casi no hacemos nosotros nada, hago mi cama y guardo la ropa pero pues nada más (mujer, Rancho Contento, clase alta).

 

d) La dinamización del hogar

La decoración y la nutrición componen, por tanto, las dos actividades fundamentales por las cuales las madres entrevistadas consiguen dotar a sus viviendas de un ambiente de hogar; sin embargo, más allá de la calidez conseguida, también de ellas depende la realización de otras muchas labores que hacen que el hogar funcione. Dada la escasa colaboración que las mujeres encuentran en sus esposos son ellas las que cargan con una larga serie de tareas. Respecto a estas tareas el enfoque es especialmente utilitario. El resto de la casa, a diferencia de la cocina y del comedor, se organiza ya con fines estrictamente instrumentales, tiene que ser cómoda y conveniente.12

Sin embargo, no hay que olvidar que estamos hablando de familias de clase alta y media alta, esto significa que muchas de ellas cuentan con empleadas domésticas que cargan con las labores más insidiosas, como el lavado, el planchado o la limpieza. Aunque no suele ser difícil ver a las madres entregadas puntualmente a estas ocupaciones, van a ser otras tareas, más reconfortantes, las que retengan en mayor medida su atención. Y es que conforme crece el nivel económico de la familia, también crecen las necesidades creadas que hay que satisfacer; así, por ejemplo, las mujeres siguen igualmente ocupadas, pero en labores como la administración de la casa, la propia decoración, la crianza de los niños, o el estar llevándolos y trayéndolos a las múltiples actividades en que los tienen inscritos.

No cabe duda de que las mujeres actúan como auténticas directoras de esa orquesta que es la familia. Ellas son las que la dinamizan desde la primera hora de la mañana, levantándose más temprano que nadie y comenzando a realizar los preparativos de la reproducción del hogar. Así sucede con el desayuno, actividad inconcebible sin la organización y preparación previas que realiza la madre:

Ella a las 4:30 o 5:00 a.m. ya está en pie y así, que haciendo cositas, que preparando el café, o que el lonche de la niña, o algo. Se levanta o se pone a leer la Biblia un rato hasta las 5:00 o 5:30 a.m., y luego ya se baja. Y yo, yo me levanto un poquito más tarde y desayuno (hombre, Naciones Unidas, clase media alta).

El día a día de la madre, así, se resume en esas mil actividades nimias, sin aparente importancia, pero que sumadas hacen posible la vida coordinada de toda la familia. Sin la realización de todas estas actividades el funcionamiento del hogar sería a todo punto inconcebible, de modo que desplazándose y organizándose por el hogar es como la madre consigue organizar y coordinar todas las actividades de la familia. En ocasiones, pese a no existir ninguna tarea material que realizar, la mujer organiza sus horarios aunque sea sólo por prestar compañía y por estar cuando el resto de los miembros del hogar, sobre todo el esposo, van a acudir a la vivienda. Así, esta entrevistada, aunque ya había salido por la mañana temprano a llevar a su hija al colegio y podía irse directamente al trabajo, sin embargo decidía volver a la casa para acompañar al esposo:

(...) Pero, ¿saben? prefiero regresar a mi casa, bañarme con calma, desayunar junto con mi esposo, organizar mi casa y luego ya salir a trabajar (mujer, Las Cañadas, clase alta).

Éste también es el caso de esta otra mujer que organiza sus tardes para poder acompañar a su marido cuando está más desocupado:

(...) Y por ejemplo mi esposo a veces se queda aquí ya en las tardes. Cuando viene a comer ya no se regresa en la tarde, y entonces nos vamos al cine. O a veces yo me voy a la oficina con él cuando se queda allí (mujer, Valle Real, clase alta).

 

e) La creación y la ocupación de los espacios femeninos

Como observamos, las mujeres entrevistadas asumen los roles tradicionales femeninos no porque se lo indique un discurso social, una ideología, o debido a la oculta lógica del patriarcado subyacente a las relaciones sociales, sino a través de la realización de incontables y persistentes actividades, localizadas en unos muy concretos espacios. Si permanecemos atentos, la razón de su ser se encuentra localizada en estos emplazamientos, en su vulgaridad y cotidianeidad, antes que en aparatosos mecanismos de reproducción o dominación social.

Estas formas de lo cotidiano, en su persistente dialéctica, van constituyendo unos espacios de lo femenino. Son las mujeres quienes los organizan y quienes los preparan; pero, a la inversa, es ocupándolos y viviéndolos como, a su vez, ellas se "hacen" y se sienten mujeres. Obviamente uno de estos espacios de lo femenino es la cocina, dada la importancia que tenía para la definición del rol de madre de un hogar.

Puesto que en la parte interior va a tener lugar ese intercambio amoroso mediado por la preparación de los alimentos, la cocina, en muchas de las ocasiones, va a ser un espacio que disfrutar. Cuestionadas, muchas de nuestras informantes señalaban que su espacio favorito de la casa era la cocina:

Como a mí me encanta la cocina y es donde paso más tiempo de día. Osea, ya en la cocina sí le dije al maestro, oye, ni vas a intervenir. Y me puse a estudiar y todo... libros de, para que fuera... aparte que estuviera bonita. A mí algo que es básico, si te fijas, la iluminación y la ventilación. Me encanta que haya ventanas y luz (mujer, Naciones Unidas, clase media alta).

Pero no sólo la cocina es el lugar que las mujeres, de manera diferente a los hombres, indican como el preferido. También suele suceder así con los baños. Las mujeres no sólo eran las encargadas de hacer que el hogar funcione; ellas asumen también la tarea de hacer que el hogar luzca bonito, que sus miembros estén aseados, con la ropa planchada, que los niños vayan peinados a la escuela. Y entre todos los miembros se sitúan, sin duda, ellas mismas, de modo que en ciertos sectores de las clases altas comienza a cundir el culto por el propio cuerpo, por la belleza. Son muy frecuentes las visitas a los gimnasios, a la estética o spa, incluso son también muy referidas las operaciones de cirugía.13 Y, como lugar privilegiado del cuidado y cultivo de la belleza, aparece el baño mismo, pero no sólo para ellas. Las madres van a reproducir en sus hijas ese mismo cuidado por presentarse y aparecer bonitas. En el hogar, van a ser las primeras en infundir sobre las hijas el sentido de la delicadeza, en la medida en que intentan proporcionarles ese espacio de su baño propio para cultivarla. Así, cuando se piensa en construir nuevos baños para atender a las necesidades de una creciente familia, es frecuente pensar primero en las hijas. Como indicaba al respecto la siguiente entrevistada:

Entrevistadora: —Y la que se vería premiada ahora sería la

hija...

Entrevistada: —Sí, sí.

Entrevistadora: —Con el cuarto de baño propio...

Entrevistada: —Sí, sí; es que ya ves que las niñas son más

delicaditas (mujer, Naciones Unidas, clase media alta).

La cocina y el baño son los espacios que se crean como fundamentalmente femeninos y en los cuales las mujeres encontrarán y realizarán su identidad como mujeres. Pero también existen espacios en la casa que podemos denominar compartidos, lugares que son preferidos tanto por los hombres como por las mujeres. No obstante, estos lugares no dejan de representar sentidos diferentes para ambos géneros.

Así sucede con las recámaras. Los hombres han indicado con frecuencia que la recámara es el espacio de la casa donde más a gusto se sienten; para ellos, la recámara es sinónimo de descanso. Después de haber estado tensos en los espacios públicos del trabajo y de los negocios, la vuelta al hogar y, en particular, el descanso en la recámara, representa para ellos la certeza de la recuperación y de saber que la sucesión de esfuerzos y prevenciones ha llegado a su fin. Sin embargo, las mujeres no valoran su recámara porque en ella pongan un punto y final a todos los trabajos desempeñados en el exterior, más bien sus trabajos se despliegan en el transcurso del día en ese mismo interior de la vivienda. Si ellas prefieren la recámara es por la manera como han sido capaces de decorarla y de disponerla, por la forma como han hecho de ella el epicentro de la vivienda del cual emanan casi todos aquellos valores de calidez y confort que constituyen al hogar.

 

f) Cuando la vida en el hogar se hace difícil        

Dentro de la vivienda hemos podido contemplar a nuestras entrevistadas sumidas en la labor de la creación del hogar.

Ellas se han hecho mujeres en la medida en que han ido asumiendo día con día la realización de estas tareas. Estos procesos no han sido ajenos a la aparición de cierto sentido de autorealización, derivado de la certidumbre de que se ha conseguido construir un espacio habitable. Sin embargo, como también vimos, esta autorrealización cotidiana en el papel de creadoras de un hogar, también ha tenido contraprestaciones. Son todas aquellas ocasiones en que las mujeres han tenido que renunciar a otras muchas posibilidades de hacerse como sujetos. El que no hayan podido fructificar estas otras trayectorias alternativas, el que se hayan tenido dificultades para dibujar formas paralelas de ser mujer, habla del aprisionamiento cotidiano de lo femenino dentro de los espacios de la domesticidad.

Una de las contradicciones más notorias del papel de creadora del hogar consiste en que la mujer está construyendo un espacio habitable, pero la mayor parte de las veces ese es un espacio habitable para otros. La mujer se encarga de dotar al hogar de ese ambiente de calidez cuando ella misma, en muchas ocasiones, no tiene un espacio propio donde sentirse ella misma, a gusto y reconfortada. A este respecto han sido reiteradas las ocasiones en que las entrevistadas se apenaban por no poder disponer de cuartos propios donde poder dedicarse a sus actividades preferidas: manualidades, costura, estudio, lectura, y un largo etcétera. Así lo confesaba una de las entrevistadas del fraccionamiento Las Cañadas:

(...) Me gustaría tener un espacio propio, o sea mío. Hazte cuenta con mi escritorio. Mi propio estudio. Pero digo: pues no, no se puede que cada quien tenga su propio estudio porque entonces imagínate la casa llena de cuartos (mujer, Las Cañadas, clase alta).

El no disponer de un espacio propio significa carecer de la posibilidad de realizar las actividades más reconfortantes y, en cualquier caso, es síntoma de que los espacios de la casa se preparan para todos menos para la mujer, y esto a pesar de que es ella la propia creadora del hogar. El no tener un lugar propio implica que la mujer, si aún así persevera en realizar sus actividades, tiene que estar incómoda ocupando los lugares de los demás, preocupada constantemente por ordenar y no dejar sus trastos y "tiliches".

Entrevistada: —Yo diciendo "me tienes que esperar. Luego los guardo...". Y a mí se me va el rollo, luego se me olvida que tengo este pendiente de recoger, porque lo tengo que dejar para hacer otra cosa...

Entrevistadora: —Claro, sí te hace falta un espacio realmente.

Entrevistada: —Sí sería padre porque te viene un pendiente y no tiene uno que recoger. Porque se ve terrible u ocupas el espacio también y hay que estar moviendo, quitando, moviendo, quitando (mujer, Valle Real, clase alta).

Y es que a través de la construcción del hogar la mujer se significa como un ser orientado a la abnegación forzada, hecho para el servicio a los demás. Lo veíamos más arriba, cuando la mujer es presionada a renunciar a su carrera laboral para volcarse en el cuidado del marido pero, sobre todo, de los niños. En este proceso la mujer va vaciándose de intereses propios, y hace suyos los que son del resto de la familia. A diario, en el arreglo y el cuidado del hogar, ella encuentra otras tantas oportunidades para ir renunciando a sí misma.

Esta orientación de la propia vida hacia el resto de la familia puede volver a ser traumática cuando va faltando la familia, cuando los hijos e hijas van creciendo e independizándose. Si la vida de la madre había estado volcada hacia los hijos, cuando éstos se marchan se va a encontrar enteramente sin objetivo, sin finalidad. Así es como se narra ese lento pero inexorable proceso que lleva a los hijos a abandonar la casa:

No, pues claro, el primero yo lloré como Magdalena y el segundo me dijeron: "Ay, ya estás acostumbrada". Pero no, voy a llorar como Magdalena como el primero. Y por Ana Cristina voy a llorar más porque es mujer (mujer, Altamira, clase media alta).

Al final la casa se queda vacía, pierde a todos aquellos elementos en el cuidado de los cuales la madre puso todas sus energías y sus desvelos. La sensación del "nido vacío" no es para nada extraña a estas mujeres:

Hay muchas ahorita que ya tienen sus hijos que ya están creciendo, que ya a lo último... una de las señoras que juega tenis se casó joven. Y trae un problemón emocional... el síndrome del "nido vacío", que lo único que hace es venirse a jugar tenis. Trae su ropa de tenis nueva, última moda, y de ahí en más no tiene nada. Vacía. Yo le dije, "¿Por qué no te metes a estudiar algo?", "ponte a hacer algo" (mujer, Valle Real, clase alta).

Y este sentimiento de dolor transmitido por las informantes contrasta notoriamente con la actitud que tienen los hombres ante la salida de los hijos e hijas del hogar. En su mayor parte lo ven como un acontecimiento inevitable, como ley de vida, que comporta reacomodos vistos únicamente desde el punto de vista utilitario:

Tenemos cinco hijos, y la mamá, somos ocho. Y ya después de acuerdo a la casa se fue construyendo hacia atrás, entonces ya la casa queda grande. Pero y ya luego piensas para qué tanta casa si los hijos luego se empiezan a casar y te dejan sola la casa (hombre, Azaleas, clase alta).

En definitiva, podemos comprobar que, en ocasiones, las mujeres estudiadas, al mismo tiempo que construyen el espacio de su hogar y se absorben en la construcción de sus identidades y de sus familias, están construyendo los espacios de su confinamiento. Estos espacios domésticos, también del confinamiento, las atan y vinculan como principales sostenedoras, les impiden desprenderse definitivamente para seguir construyéndose en los espacios exteriores y, además, cuando se vacían, cuando los hijos van independizándose, producen el correlato de un vaciamiento identitario. Así es como la ambigüedad queda prendida como valencia en los espacios domésticos que construyen las mujeres de nuestro estudio.

 

g) A la búsqueda del espacio vital

El que estas mujeres hayan encontrado su feminidad gracias al desempeño práctico de ciertas actividades espacializadas significa que no se encuentran aprisionadas en sus papeles por la fuerza insoslayable de la lógica del patriarcado o de las divisiones de los espacios públicos y privados. Su reclusión responde al sentido cotidiano de esas mismas prácticas, y el sentido práctico siempre es un sentido abierto, ambivalente y hasta controvertible. Ello significa que al mismo lado de todas esas oportunidades que las mujeres han encontrado para construir su identidad de género en la construcción de un hogar para otros, también han aparecido otras, menos numerosas sin duda, que las llevaban a ampliar sus espacios vitales y a enriquecer sus identidades.

No hay que olvidar que estamos hablando de estratos altos y medios altos y que, en consecuencia, muchas de las mujeres entrevistadas habían terminado sus carreras profesionales y, antes de casarse, se habían desempeñado por unos años profesionalmente. Sin duda que la mayoría renunció a sus carreras a favor de los hijos y el hogar. Sin embargo, va a subsistir en ellas ese antiguo gusto por la educación y el reconocimiento laboral. De manera que, en cuanto los hijos crecen y dejan de acaparar toda la atención, la mujer vuelve a encontrar la oportunidad de centrarse en sí misma a través, por ejemplo, de los estudios.

Cuando mis hijos ya están más grandes y en cuanto se metieron a la escuela me metí a tomar clases. Primero de literatura, luego de filosofía, luego me fui a tomar un curso de psicología. Empecé ahí a involucrarme con mis estudios. Entonces yo hacía la tarea junto con mis hijos y ellos hacían la suya y yo hacía la mía, entonces así estudié la mitad de un filosofado (mujer, Valle Real, clase alta).

Y como las identidades no están atribuidas por la fuerza de ninguna lógica ni de ningún discurso, sino que se realizan cotidianamente, de igual manera los hombres no están "condenados" enteramente a trabajar fuera del hogar y a desentenderse del cuidado de los hijos. Algunas mujeres, sobre todo las más jóvenes, han sabido acomodar sus actividades pero, sobre todo, han sabido cómo llegar a acuerdos con sus parejas para que ellos también se dediquen al cuidado de los niños los fines de semana, y ellas, así, puedan proseguir con su carrera formativa:

Mira, ahorita viernes, sábado y domingo yo me voy a la maestría, así que mi esposo esos días se dedica a ser mamá y papá de tiempo completo (mujer, zona ITESO, clase media).

Y al igual que con los estudios sucede con el trabajo. Ha sido frecuente encontrar que muchas mujeres conseguían expandir el área de su interés más allá del hogar, y reiniciar sus tareas profesionales. Muchas veces fueron las circunstancias, el llevar un elevado nivel de gasto y enfrentar a épocas de menos ingresos, lo que las devolvió a las actividades remuneradas.

Lo que es importante apreciar es que siempre se producen acomodos entre los distintos requerimientos a que tienen que responder las mujeres. Es decir, las mujeres, por mucho que tengan también la oportunidad de trabajar, nunca "abandonan" el hogar, siguen articulando sus tiempos y actividades al requerimiento de su presencia en la vivienda y en el cuidado. Por eso, la forma paradigmática como las mujeres vuelven al trabajo remunerado es la de la flexibilidad. Asumen, así, tareas que siempre les permitan volver cuando se ocupe a atender a los niños, al marido y a la casa.

El tipo de actividad que encarna paradigmáticamente esa necesidad de la flexibilidad y que, además, apuntala muchos de los valores identificados con la mujer, es la de la venta por catálogo. La venta por catálogo puede producir unos ingresos extras pero, además, permite retornar al hogar cuando se necesite; no implica una competencia abierta en importancia con los emolumentos que trae el marido14, y refuerza el valor femenino de la sociabilidad y de las visitas a las casas de las amigas, así como el de la dedicación al consumo y a ciertos consumos "femeninos" en especial: artículos para el hogar, de belleza, vestidos y zapatos, etc. Pero, junto a la venta por catálogo, también hemos registrado otras muchas actividades no tan tradicionales y que ayudan a materializar alternativas reales para poder ser mujer fuera de las labores del hogar, del cuidado o del consumo. Así, hemos encontrado mujeres que dan clases de yoga o pintura, mujeres que en la casa asisten en el despacho a la actividad económica principal de su marido, mujeres que hacen y venden artesanía, y artículos de manualidades, pero también mujeres que le dedican una jornada laboral completa a ser profesoras o de comerciantes. Además, la casa también puede representar para las mujeres el espacio desde el que proyectar también sus personalidades. Esto sucede cuando, a pesar de todas las dificultades y de todos los requerimientos, ellas consiguen ganarse su espacio propio en el cual poder materializar los intereses que, ahora sí, son de ellas mismas y no del resto de la familia. Así, hemos visto a mujeres que encontraban en la casa un espacio para escribir, para leer, para estudiar, o para ver cine con otros amigos:

Entrevistada: —Y aquí teníamos antes un cuarto de juegos de nuestros hijos, teníamos una mesa de billar. Pero ya nadie juega billar, entonces lo hicimos para nosotros, como una biblioteca.

Entrevistador: —Sí, aquí ponerte a leer. Entrevistada: —Aquí con Cecilia tenemos un club de cine y a veces tenemos aquí nuestra sesión. Aparte, a mí me encanta leer. A mí me gusta mucho, siempre estamos leyendo algo. Entrevistadora: —De leer y de ver.

Entrevistada: —Sí, también. Películas muchas. Nos encanta también el cine (mujer, Rancho Contento, clase alta).

 

Conclusiones

En este texto mi interés principal ha sido mostrar cómo día a día las mujeres entrevistadas han ido construyendo los hogares para sus familias y también, al hacerlo, han ido encontrando y dotándose de un sentido de ser mujer. En lugar de analizar las ideologías, he preferido poner el acento en la acumulación de estas reiteradas prácticas espaciales por dos razones principales.

Partiendo de la efectuación cotidiana de las prácticas y de la derivada auto-realización es como podemos explicarnos la ambivalencia de la acción social que, de otra manera, quedaría aniquilada por la coherencia lógica de los discursos. Reparando en las prácticas hemos podido ver, sin duda alguna, los dolorosos momentos en que las mujeres habían de renunciar a sí mismas para asumir el cuidado de la casa, de los niños y del marido. Pero, al mismo tiempo, hemos podido registrar también ese sentido de satisfacción derivado del hecho de saberse hacedoras de un hogar, de saber que son ellas las que hacen habitable un espacio como la vivienda y que toda la familia gravita alrededor de su papel.

De esta manera, nunca comprenderemos la complejidad de los fenómenos que se producen al interior del hogar si, de manera unilateral, nos restringimos a analizarlo sólo como el espacio de la reclusión y opresión de la mujer. Y esto porque, como han mostrado buena parte de las entrevistas, uno de los principales factores que se encuentran detrás de esa reclusión misma es el sentido de autorealización y de satisfacción que las mujeres derivaban de su función de cuidadora.

Además, parece quedar claro que haciendo énfasis en las prácticas, en lugar de en los discursos o en las ideologías es como podemos estar atentos a las maneras como unas nuevas prácticas se van infiltrando en los sentidos consabidos y tradicionales del hogar. La lógica de las prácticas no es la de la coherencia, sino la de la adaptación. Y por eso las nuevas situaciones que vivían parte de las familias estudiadas podían comportar nuevas oportunidades para que las mujeres asumieran prácticas que van más allá del cuidado de su familia y de la casa, actividades que se dirigieran a la realización de sí mismas como sujetos con intereses y necesidades independientes.

 

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Notas

1 Coto es un localismo que se emplea en Guadalajara para referirse a los fraccionamientos cerrados.

2 Desubicados en su sentido literal, por no tener sitio en ningún emplazamiento de la vida social tal cual ocurre en el espacio.

3 En mi tesis puede encontrarse un desarrollo sobre cierta epistemología de la "vinculación" con el objeto de estudio, cuyos fundamentos se encuentran en Latour, Whitehead, Deleuze o Haraway (Calonge, 2006: 238-254).

4 Tal y como está proponiendo Bourdieu en las Meditaciones pascalianas, en donde ubica la acción social en un mundo real, físico y social, y no en los metafísicos campos de las diferenciaciones que se derivan de sus primeros análisis (véase, por ejemplo, Bourdieu, 1999: 173-180). En esas páginas Bourdieu se encarga de reflexionar cómo el habitus se deriva siempre de la implicación del actor en un mundo que es a la vez social y material, de manera que los procesos del "acostumbramiento" ganan ahora una componen-te totalmente "corporal".

5 Para una apuesta paralela sobre cómo los distintos regímenes de género se generan espacial y material-mente, puede consultarse Mills (1996: 126). Y para una indicación sobre cómo género y espacio se producen de consuno están las referencias de Bondi (2003: 234) y Hayden (1997: 22-24).

6 Esta idea estaría presente en las principales y primeras líneas de análisis feminista, tanto la marxista (Seccombe, 1975, Harrison, 1975 y Gardiner, 1979), como la del doble sistema (Eisenstein, 1979, Hartman, 1980, Hartsock, 1983) y el feminismo radical (Mitchel, 1971, y Pateman, 1995). Pero también en las formulaciones más recientes de Gamarnikow, 1980, Maroney, 1989, Kane et al. 1994, Schroeder, 2000, Massolo, 2004 y Osnowitz, 2005. Pese a la diversidad de todas estas autoras, siempre vamos a encontrar este hecho fundamental para el análisis: la existencia de un genérico "hogar" instaura casi universalmente, a través de la dominación económica o sexual, la diferencia entre lo privado y lo público y entre las mujeres y los hombres. Para una presentación "canónica" de este enfoque sobre el hogar, lo privado y lo público, puede consultarse McDowell (2000).

7 Para una crítica a este tipo de planteamientos, puede consultarse Yantzi y Ronsenberg, (2008: 313).

8 Detrás de los altos e idílicos valores del hogar, según esta línea de estudios que tan apropiadamente ha referenciado Mallet (2004), se estaría contemplando una persistente opresión y dominación sobre la mujer. En esta dirección, Whitzman (2003), Laub (2007) y Dammert (2007), han señalado que el temor de la mujer a los espacios públicos se deriva sobre todo de unas formas de inseguridad y dominación vividas dentro de los espacios domésticos, que, en el caso de Dammert, se alcanzan a denominar como patriarcales. Desde la perspectiva que aquí sostengo estas afirmaciones no están suficientemente fundamentadas, porque queda sin documentar concretamente las formas particulares como las dominaciones se producen, reproducen y contestan dentro del hogar.

9 Es la configuración que adquieren con el individualismo posesivo, tal y como fue brillantemente retratado por MacPherson (1970: 226-79).

10 Esta circunstancia ha sido destacada también por Mari Ángeles Durán (2008: 35).

11 En una armonía que tiene poco de armónica, desde el punto en que cierra más oportunidades vitales a unas que a otros.

12 Así sucede, por ejemplo, con el lavado y el planchado: "Porque si te quitas la ropa y la llevas a lavar allí o sea no, tienes que bajar todo y quieres planchar una camisa y tienes que bajar a la plancha. ¡Qué flojera! Mejor ya no la planchaste, por ejemplo, que tuviera un patio exterior donde puedes asolear cosas.." (mujer, Las Cañadas, clase alta).

13 Como indicaba una de nuestras informantes: "¿Sabes qué? Yo creo que también es mucho el ejemplo, o sea, como la generación ahorita de muchas señoras es estarse cirujeando, estarse reestirando la cara. No sé si también por miedo a perder al esposo... Los hijos es lo que están viendo, y ya lo ven de lo más normal" (mujer, Valle Real, clase alta).

14 Como ellas mismas señalan, estos recursos ayudan al principal que trae el marido: "Pero si lo ves así no es cierto, porque muchas trabajan. Porque yo tengo amigas así, que tienen su casa, venden por catálogo y le ayudan al marido" (mujer, Valle Real, clase alta).

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