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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.34 Guadalajara jul./dic. 2011

 

La teoría

 

La ciudad pensada, la ciudad vivida, la ciudad imaginada. Reflexiones teóricas y empíricas

 

Paula Soto Villagrán

 

Recepción: 4 de septiembre de 2011
Aceptación: 24 de octubre de 2011

 

Resumen

Este artículo examina las principales discusiones teóricas y empíricas que se han establecido en torno a la relación entre ciudad y género. Se trazan puntos centrales en la crítica feminista de la ciudad, así como los principales trabajos empíricos que documentan la diversidad de experiencias vividas por las mujeres como colectivo en la vida urbana.

Palabras clave: Ciudad, género, experiencias, lugares, imaginarios.

 

Abstract

This paper examines the main theoretical and empirical arguments that have been brought to bear around the relationship between city and gender. Central points are laid out on a feminist critique of the city, as well as the main empirical studies documenting the diverse experiences of women as a group in urban life.

Key words: City, gender, experiences, places, imaginaries.

 

La asignación a la mujer de un lugar concreto no es sólo la base de
un amplio abanico de instituciones que van de la familia al puesto
de trabajo, o del centro comercial a las instituciones políticas, sino
también un aspecto esencial del pensamiento ilustrado occidental,
de la estructura y división del conocimiento y de los temas que
deben estudiarse dentro de tales divisiones.

Linda McDowell

 

Las ciudades representan una compleja trama material y simbólica en constante construcción, cuya dinámica urbana ha sido interpretada desde distintas perspectivas. En efecto, las ciudades se construyen con planos, calles, casas, parques, pero también con múltiples y diversas formas de vivir en ella. En este sentido el ordenamiento urbano se ve cada vez, y con mayor fuerza, desbordado por las heterogéneas vivencias, itinerarios, imágenes, prácticas, en cuanto las personas van estableciendo vinculaciones con los espacios urbanos a través de procesos históricos, simbólicos, afectivos, perceptivos (Delgado, 2007; Tello y Quiroz, 2009). En este contexto de análisis, las geógrafas feministas consideran por un lado que las referencias espaciales están en la base de las nuevas reconceptualizaciones identitarias, ubicando a las ciudades como escenarios estratégicos para pensar la alteridad; por otro lado, han manifestado cierta insatisfacción con las explicaciones positivistas sobre la ciudad, y han planteado una apertura a los procesos simbólico-culturales de la vida social, que advirtiendo la complejidad y la heterogeneidad urbana nos indican la necesidad de comprender la percepción, valoración y acción de sujetos históricamente situados (Bondi, 1993; McDowell, 2000).

Considerando estos planteamientos, posicionamos la discusión en dos dimensiones. Por un lado, en un registro empírico, puntualizando de manera especial las transiciones y los cambios en la investigación urbana desde una perspectiva de género; por otro lado, en un registro de elaboración teórica donde se pone de manifiesto las implicancias que tiene en el análisis de la ciudad, la consideración de las mujeres como sujetos y el género como categoría de análisis. Para esto hemos dividido esta reflexión en tres apartados analíticos. Una primera parte denominada "La ciudad pensada", destinada a repasar algunas críticas feministas a la ciudad elaboradas en las ciencias sociales; en particular, se profundizan los desarrollos que desde la geografía humana han sido fundamentales para construir una geografía feminista1 de la ciudad. Una segunda parte de este trabajo, designada "La ciudad vivida", examina la vida cotidiana y su espacialidad, a partir de un conjunto de evidencias empíricas. Inicialmente la reflexión se focaliza en un análisis estructural que muestra las restricciones espaciales de las mujeres en su cotidianeidad; posteriormente se analizan, con la óptica de la subjetividad, algunos apuntes empíricos que muestran las posibilidades de rupturas e innovación que el espacio urbano puede brindar. Finalmente, una tercera parte de este trabajo ha sido denominada "La ciudad imaginada". En este apartado la discusión se sitúa en las percepciones, ideas, esquemas mentales y representaciones espaciales que las mujeres construyen de los lugares en la ciudad, en particular se aborda el sentido del lugar, el paisaje y los espacios del miedo. Para cerrar nuestra reflexión proponemos algunas ideas que presentan los horizontes y nuevos objetos que comienzan a surgir y que es necesario considerar en futuros trabajos.

 

La ciudad pensada: críticas feministas a la ciudad

Hay acuerdo entre las teóricas feministas de la ciudad que la lógica con que opera el género utiliza como uno de sus principales mecanismos de control la organización del espacio y el tiempo, la cual actúa en la vida de las mujeres imponiendo unos límites y fronteras, rutinizando y naturalizando con ello prácticas legitimadas para el orden social genérico.

Un primer planteamiento crítico se ha orientado a generalizar la idea de que la organización del sistema urbano se funda en un proceso de planificación que no considera la situación y condición social de las mujeres, las necesidades e intereses específicos derivados de su ubicación en la división sexual del trabajo y su estatus de género, poniendo en tela de juicio la planificación y el diseño urbano por su carácter eminentemente sexista (Hayden, 1980; Ortiz, 2006).

Así, el espacio urbano se nos presenta aparentemente como el resultado de una sociedad sin diferenciación entre hombres y mujeres; sin embargo, se toma el punto de vista masculino como criterio interpretativo, los hombres son la norma y de acuerdo con ellos se explican los funcionamientos espaciales dentro de la ciudad. La evaluación crítica apuntaba a que la ausencia de la distinción genérica en la concepción del espacio urbano impedía ver que las estructuras espaciales eran expresión de los procesos sociales y de los comportamientos humanos.

Aún cuando el sello masculino del espacio construido no necesariamente condicione nuestras vidas de forma determinante, hay una serie de valores simbólicos asociados a este, que influyen de forma directa o indirecta en nuestro diario vivir (Molina, 2006: 14).

Un segundo planteamiento muestra cómo la invisibilidad de las mujeres en la vida urbana es fortalecida por la adscripción a roles fijos. Estos roles construyen estereotipos que naturalizan lo femenino asociado a mujer-madre, ama de casa y esposa. En efecto, estos estereotipos se expresan en representaciones geográficas de tipo binarias tales como: público-privado, ciudad-suburbio, trabajo-hogar, reproductivo-productivo, mente-cuerpo. Estas oposiciones son resultado de construcciones ideológicas, más que descripciones empíricas, y afectan directamente entre otros, al ordenamiento urbano y la estructura espacial. De hecho las generalizaciones que se hacen de "la mujer" tanto para situarla dentro o fuera, en lo público o en lo privado estereotipan y reducen las posibilidades de movilidad de las mujeres en la ciudad (Bondi, 1993; McDowell, 2000; Saegert, 1981).

Un tercer planteamiento es la sostenida crítica al supuesto del urbanismo moderno de la división de espacios para vivir, trabajar, consumir, recrearse, lo que ha tenido efectos diferenciales por género. En efecto, el no considerar a las mujeres como trabajadoras asalariadas ni considerar el trabajo doméstico como trabajo, tiene consecuencias visibles en las desigualdades espaciales a las que son sometidas, por ejemplo, la disociación entre lugares de trabajo y el hogar implican para las mujeres dobles desplazamientos y hasta triples jornadas para cumplir con sus tareas en el espacio público y en el privado (Massolo, 2005).

Es innegable que la introducción del concepto de género marca una clara especificidad en el análisis espacial de la ciudad. En primer lugar, su introducción orienta el análisis hacia la desnaturalización de las clásicas dicotomías tales como público-privado, abierto-cerrado, centro-periferia, producción-reproducción. Al mismo tiempo, su introducción trae consigo la adopción de las nociones de masculinidad y feminidad (Prats, 2006; Quintero, 1999). En segundo lugar, la introducción del concepto de género permite visibilizar entramados de relaciones de poder que cruzan diferentes escalas espaciales, entre las cuales el cuerpo aparece como "el nivel más elemental de penetración del poder, el lugar donde todas las esferas de poder se concentran" (Bru, 2006: 465). Pero más allá del cuerpo, se multiplican los emplazamientos materiales y simbólicos del poder: los puestos de trabajo, los espacios domésticos, los lugares de esparcimiento, los centros comerciales, las plazas, el barrio, la comunidad; todos ellos pueden ser analizados como variaciones geográficas de la masculinidad, la feminidad y sus significados (Massey, 1993; McDowell, 2000). En tercer lugar, la introducción del enfoque de género trae consigo el supuesto de que las identidades no contienen esencia femenina ni masculina, por el contrario, desde la investigación geográfica se ha hecho hincapié en una visión amplia que permita relacionar determinadas formas de identidad de género con otras categorías analíticas tales como la etnia, edad, nacionalidad, clase, etc., que siempre dejan sus marcas materiales y simbólicas en la identidad (Monk y García Ramón, 1989; Ortíz Baylina y Prats, 2008).

 

La ciudad vivida: evidencias empíricas

En sus orígenes, la geografía feminista, para capturar la relación entre género y medio urbano, se dirigió a examinar cómo las condiciones materiales de la vida cotidiana contribuyen a producir la inequidad de género. En este sentido el entorno urbano fue visto como un espacio privilegiado para analizar las localizaciones, la movilidad y la percepción de los espacios urbanos:

Los hombres y mujeres utilizan de forma distinta ese espacio exterior según la división sexual del trabajo, lo que condiciona que sea la mujer quien realice la mayor parte de movimientos por compras y servicios (como asistencia a centros sanitarios, llevar a los niños a la escuela...), con lo cual la percepción del espacio será muy distinta para hombres y mujeres, con independencia de que éstas trabajen fuera del hogar o no (Sabaté, 1984: 43).

La idea fundamental en juego aquí es que la invisibilidad de las mujeres dentro de las ciudades ha producido barrios, calles, transportes y servicios inapropiados para sus necesidades. En esta línea argumental la crítica feminista enfatiza el acceso desigual a los bienes y servicios dentro de la ciudad, esto significa que el ambiente urbano impone ciertas restricciones a la movilidad y a la percepción del espacio y esto resulta determinante en la capacidad de moverse en él.

Ahora bien, un punto de partida ineludible es el clásico trabajo con parejas de clase media de Everitt (1974). Este autor explica que la menor movilidad y conocimiento de la ciudad se da paradójicamente entre las mujeres que trabajaban fuera del hogar —comparativamente con relación a los hombres y amas de casa—, esto debido a que las mujeres asalariadas tienen que realizar, además de su jornada laboral, los trabajos del hogar. Con ello, la movilidad potencial femenina producto del trabajo remunerado se ve inhibida por la reducción del tiempo cotidiano.

Por otro lado, en el estudio de la geografía española se observará un fuerte interés en el tema de las percepciones del espacio urbano. Un trabajo con carácter pionero en este contexto es el de García Ballesteros y Bosque Sendra (1989) sobre la ciudad de Segovia. Este trabajo muestra cuestiones interesantes en cuanto a las diferencias de género, por ejemplo, mientras que los varones perciben mejor los límites administrativos de la ciudad y los amplían a las carreteras que confluyen en Segovia, por su parte, las mujeres desarrollan itinerarios que conducen insistentemente a sus alrededores cercanos. Si consideramos la percepción de la distancia también se expresan estas diferencias. En este sentido se constató que las mujeres destinan mayor tiempo para los mismos recorridos que los varones. Finalmente, las investigaciones de estos geógrafos muestran que el espacio subjetivo de las mujeres expresa un espacio vivido más reducido, más lineal y organizado alrededor de una sola calle. Estas características deben ser vistas con cuidado, pues existen otras categorías que problematizan estos resultados, tales como la condición socioeconómica, la edad, el nivel de instrucción, entre otras (Sabaté, 1986; Díaz, 1989).

En algunas investigaciones recientes en América Latina2 también se ha evidenciado que los patrones de movilidad urbana tienen una importancia primordial cuando se trata de analizar la vida cotidiana de las mujeres. En este sentido se ha afirmado que las mujeres se desplazan más a pie y en transporte público, siempre tienen varios proyectos actuando simultáneamente (Molina, 2006). Así mismo, en un día laboral, la población femenina tiene la mitad del tiempo libre respecto a los varones, quienes trabajan dos horas menos que ellas en promedio, y en un día no laboral, las mujeres trabajan el doble que ellos (Falú, Rainiero y Morey, 2002; Molina, 2006).

En cualquiera de los casos, el principal efecto en la vida de las mujeres es lo que Lindón (2006a) ha denominado como "modos de habitar menguados", es decir, la exclusión de las mujeres de la complejidad urbana, la que supone una exclusión en el acceso a paisajes urbanos (exclusión visual), a la diversidad de otredades, a la multiplicidad de encuentros y experiencias propias de la vida urbana. Esto evidentemente genera barreras simbólicas que terminan operando como mecanismos sutiles pero bastante efectivos para demarcar los usos de la ciudad.

Si bien todos estos antecedentes son un gran avance en el estudio de la vida cotidiana de las mujeres, en la medida que han contribuido a dilucidar las restricciones societales para la acción de las mujeres en la urbe, pensamos, de acuerdo con algunas geógrafas feministas (McDowell, 2000), que son insuficientes para visibilizar al sujeto que vive la ciudad, sus múltiples experiencias, los procesos de agencia y la complejidad, a través de las cuales se articula la identidad de género con otras categorías como la clase, la raza, la sexualidad, etc., como mediaciones con las estructuras espaciales (Bourdieu, 2000).

Coherente con este planteamiento, en el presente análisis nos interesa ir más allá de la visión de los espacios urbanos como contenedores materiales dentro de los cuales las mujeres organizan su vida cotidiana. Nos planteamos un acercamiento a la ciudad desde el punto de vista de las mujeres como sujetos y sus prácticas espaciales. Es por ello que en lo que sigue enfocamos la atención en el concepto de "lugar" en su dimensión subjetiva, como resultado de la encarnación de la experiencia y aspiraciones de los individuos, una visión ampliamente desarrollada en el pensamiento humanista anglosajón por autores como Tuan (1974).

Con esta aproximación los espacios urbanos y sus diferentes formas de uso y apropiación pueden brindar oportunidades de ruptura o innovación a grupos que han estado históricamente en condición de invisibilidad. Es decir, la idea cotidianidad aquí debe ser comprendida ya no sólo como reproducción sino como un proceso de "innovación, donde es posible ubicar las invenciones, las diferencias que se producen en la vivencia de los acontecimientos y que transforman la orientación previa" (Lindón, 2000: 188-189).

Esta forma de abordar la cotidianidad la podemos observar ampliamente en un conjunto de estudios en torno a disputas por el espacio urbano, respuestas colectivas en procesos de autoconstrucción de vivienda, la gestión barrial y municipal, la organización local de mujeres, la defensa de los derechos humanos, entre otras. Estas acciones colectivas en sus diversas dimensiones son expresión de la gestión del hábitat popular urbano íntimamente vinculada con la idea del "derecho a la ciudad", en el sentido de Lefevbre (1969). En las ciencias sociales este enfoque lo encontramos en el trabajo que han hecho Feijó y Herzer (1991), Valdés y Weinstein (1993), Rossi (2006), Massolo (1996). Para esta última autora el manejo espacial del barrio para las mujeres resultó ser, paradójicamente, tan restrictivo como permisivo, en tanto el control y limitación a la inmediatez espacial facilitaron el entrenamiento y activa participación femenina en la gestión de los asuntos públicos cotidianos, en asociaciones vecinales y redes de solidaridad comunitaria, demostrando capacidad de influencia, liderazgo y eficacia política.3

La principal contribución de esta perspectiva ha sido establecer una relación entre sujeto colectivo y espacio de vida en diferentes escalas, como son la vecindad, el barrio, la comunidad, etc., rescatando así el espacio cotidiano como un lugar que posibilita prácticas de movilización social de las mujeres en la trama urbana.

Ahora bien, en una dimensión diferente esta potencialidad subversiva del espacio puede rastrearse en el vínculo entre cuerpo, lugar y sexualidad en los espacios urbanos, en tanto permite incrementar la visibilidad de sexualidades disidentes. Tal y como lo han mostrado Bell y Valentine (1995), los gays y lesbianas han luchado por cuestionar la existencia de espacios heteronormativos. Reintroducir las formas de resistencia simbólica y espacial de grupos homosexuales en pequeños actos, como besarse en espacios públicos, ha sido interpretado como tácticas para subvertir la concepción de espacios heterosexuales dominantes (Bell y Valentine, 1995). En este contexto los estudios queer han venido a brindar nuevos matices en lo referente al poder, la identidad y el lugar, al plantear profundas críticas a la heterosexualidad como norma.

En un acercamiento reciente, y en la perspectiva de la construcción social de los distintos lugares que integran la ciudad, podemos ver cómo, acompañando a las repeticiones rutinarias en la vida cotidiana, hay innovaciones significativas en el uso y significado del espacio. Del lado de las posiciones que dan al sujeto y la subjetividad un papel primordial, encontramos el trabajo de Alicia Lindón (2006a, 2006b), quien analiza la relación entre territorialidad y género, observa cómo en la vida cotidiana de mujeres que viven en una colonia periférica pauperizada en la Ciudad de México hay narrativas que vinculan la experiencia espacial al control espacial en temporalidades específicas. La apropiación de las calles y los espacios exteriores mediante el ejercicio de la violencia y el control del espacio en el caso de mujeres que integran bandas o mujeres policías, que aprenden a ejercer el control y el poder sobre los otros y sobre el espacio mismo, son algunos ejemplos de ello. Lo anterior implica una especie de "empoderamiento territorial de la mujer", poniendo en entredicho esa idea de debilidad genérica. En palabras de Lindón (2006a), para analizar el tipo particular de territorialidad de género es imprescindible considerarla como situacional, multiescalar, teñida por las emociones y por las relaciones de poder.

En esta misma línea hemos analizado algunas prácticas espaciales anodinas, efímeras y en una primera vista insignificante, buscando los significados socioculturales que mujeres habitantes de la metrópolis le asignan. Prácticas como "salir", "vitrinear", "conversar", "recordar", en su dimensión espacial, son significativas no por su persistencia, sino por la importancia que tienen en la configuración de lo cotidiano y en la construcción de un imaginario colectivo urbano que muestra por momentos crecientes búsquedas por romper las continuidades (Soto, 2009).

Estas últimas aproximaciones restituyen la importancia del lugar, las experiencias del habitante, los valores culturales y los procesos de significación como categorías de análisis geográfico de la ciudad.

 

La ciudad imaginada

Las diferentes formas de pertenencia e identidad espacial de género que se expresan en la "ciudad vivida"4 son indisociables del espacio representado e imaginado. Es decir, la experiencia de la ciudad no sólo se reduce a la materialidad, sino que considera las emociones, sentimientos, recuerdos, sueños, miedos y deseos de los sujetos como ejes de la experiencia espacial individual y colectiva. Así, la materialidad del espacio es inseparable de las diversas representaciones que la sociedad construye para interpretarla (Ortega, 2000; Bailly, 1989).

En esta línea argumental, el espacio existe a través de las percepciones. Como lo afirma Bailly y Béguin, nadie puede conocer otro espacio que el percibido (Bailly y Béguin, 1992). De acuerdo con estos autores podemos sostener que la diversidad de espacios vividos, la superposición de percepciones y la posibilidad de simbolizar van íntimamente ligadas a procesos emocionales que dan lugar en nosotros a sentimientos o emociones agradables o desagradables, transformando al espacio en un depositario de significados (Bailly, 1989).

En algunos estudios de geografía de género esta perspectiva de la ciudad representada e imaginada ha sido un camino analítico para acceder a las dimensiones imaginarias en torno al mundo urbano, de este modo la idea de representación espacial ayuda a la indagación sobre temas como el sentido del lugar, el paisaje, la violencia y el miedo.

La interpretación acerca del paisaje y el entorno urbano ha llevado a reconocer la estrecha relación entre lo interior y lo exterior. Esta ruta analítica no sólo piensa lo exterior, sino que pone énfasis en la producción de significados en los espacios interiores domésticos, lo que es muy interesante, pues frecuentemente los trabajos de investigación se han orientado más bien a estudiar los espacios públicos abiertos, y a considerar que la casa, el hogar y la vida doméstica estarían fuera de la ciudad. No obstante lo anterior, en los paisajes interiores de las casas podemos encontrar referentes espaciales para las mujeres que reflejan un particular sentido del lugar y despiertan sentimientos específicos.

El principal aporte de dicho enfoque ha sido renovar la atención por los espacios domésticos, en tanto nos ayudan a comprender la dimensión espacial de la sociedad. En este sentido se afirma que el espacio doméstico está culturalmente pautado y normado y por ello es un espacio en constante construcción. Los espacios domésticos invitan a observar con otra mirada los lugares y los micro-espacios (Collignon, 2010). También cabe señalar que esta preocupación por los espacios domésticos ha implicado una renovación metodológica, en este sentido aparecen trabajos que buscan la dimensión geográfica de las obras literarias femeninas, como una posible construcción cultural de paisajes de género. En esta línea de argumentación un ejemplo estimulante es el análisis de tres novelas australianas realizado por Janice Monk y Susan Hanson, donde se rescata el valor de los paisajes interiores en la búsqueda de la identidad personal (Monk y Hanson, 1989). Este estudio literario da cuenta de la forma en que la descripción detallada de las habitaciones, la idea de la casa como un espacio abierto o cerrado, la interacción entre paisajes interiores y exteriores, las aventuras más allá de los paisajes suburbanos, la migración hacia otros países, incluso la construcción de paisajes imaginarios, son expresiones de autonomía, así mismo mecanismos para sobreponerse a la opresión: "para todas ellas los interiores que valoran se abren a un mundo más amplio y más salvaje donde encuentran su verdadera identidad" (Monk y Hanson, 1989: 38).

En esta misma línea que estrecha la literatura con la construcción de imaginarios espaciales de género en el contexto latinoamericano encontramos interesantes aproximaciones en el análisis de prácticas autobiográficas de mujeres en escritos mestizos y bilingües de escritoras chicanas5, centroamericanas y latinas en general. Los recuerdos agradables o dolorosos vinculados con el lugar dan cuenta del carácter simbólico del espacio, incluso podemos pensar cómo estos significados son estratégicos para pensar el cruce entre identidad y espacio urbano. Borderlands /La Frontera (Anzaldúa, 1999) y Esta puente, mi espalda (Moraga, 1989) nos muestran admirablemente el efecto del desplazamiento espacial en historias de identidad construidas desde la dispersión y la multilocalidad. En este sentido las narraciones autobiográficas de las mujeres se caracterizan por mostrar complejas interacciones entre lenguaje, historia y lugar (Klahn, 2005), en consecuencia despliegan una política de la localización múltiple, reescriben espacios domésticos, hábitat, ciudades, barrios y fronteras, connotando procesos de colonización, exclusiones y marginalidad donde la especificidad del yo se encuentra espacializado en la intersección entre dos culturas, entre dos territorios. De esta forma se produce una escritura y una narrativa que toma la diáspora6 como lugar de producción, reconocen el espacio como un territorio físico, simbólico y político, fundamental en la construcción de la subjetividad, modificando las ideas sobre la identidad como narrativas unitarias de etnia, nación y género. El cuerpo en este contexto se convierte en un espacio de afirmación y confrontación, como un espacio de memoria de cicatrices, de huellas coloniales, un espacio de inestabilidad, ruptura y transgresión.

En otro orden de preocupaciones, pero manteniendo el interés por espacialidades imaginadas de la ciudad, en las últimas décadas surgen las investigaciones en torno a los "espacios del miedo", como un objeto privilegiado de indagación para entender el vínculo entre espacios urbanos y construcción genérica de las identidades. Efectivamente la inseguridad y sus discursos se han integrado en la vida cotidiana de las ciudades con tanta presencia, que es habitual establecer una relación inmediata entre violencia y ciudad, como sostiene Rossana Reguillo "la ciudad asume el rostro de la inevitabilidad de la violencia. Ciudad y violencia se han convertido en sinónimos, en imaginario indisociable, en palabras intercambiables" (Reguillo, 2005). Lo significativo aquí es que existe consenso respecto a que dicha situación tiene componentes de género específico, ya que el temor de los hombres y las mujeres son claramente diferenciables, como es la mayor vulnerabilidad de las mujeres frente a las agresiones sexuales y frente a sus parejas, en comparación con lo experimentado por los hombres (Dammert, 2007; Reguillo, 2000).

A partir de lo anterior podemos afirmar que habría una estrecha relación entre el miedo y el sentido del lugar. El miedo de las mujeres a la violencia y sus efectos espaciales ha sido descrito como "paradójico", por un lado porque habría un desajuste respecto a los lugares del miedo y los de la violencia, ya que si bien la agresión sexual ocurre con mucha mayor frecuencia en el espacio doméstico, son los lugares públicos los que representan mayor temor (Delgado, 2007); y por otro lado, hay otro supuesto que en la realidad no se da y es que quienes cometen las agresiones son desconocidos que no tienen ninguna relación con las afectadas (Morrell, 1998; Del Valle, 2000; Bondi y Metha, 1999). En este sentido, mientras el miedo se asocia con espacios exteriores, en especial las calles se convierten en sinónimos de peligro, hostilidad (Falú y Segovia, 2007), la violencia se ubica espacialmente en la casa. Más aún, se afirma que pese a las diferencias que se pueden documentar en torno a las percepciones del miedo por edad, raza, sexualidad, las mujeres en general comparten un profundo temor en los espacios urbanos (Ortiz, 2007). Esto queda claramente evidenciado en las coincidencias interculturales en torno a las características físico-territoriales con las cuales se asocia los espacios más riesgosos; en el caso de las mujeres peruanas tiene que ver con "la falta de iluminación, el exceso de follaje, la falta de mantenimiento, las calles estrechas y sin salidas, la avenida de circunvalación en zonas despobladas" (Maccasi, 2005). Paralelamente, para las mujeres españolas la geógrafa Ana Sabaté ha afirmado que el miedo de las mujeres se focaliza en parques, callejones, aparcamientos, suburbanos, entre otros (Sabaté, 1995).

En estos términos Bankey (2004) argumenta que para la vida cotidiana de las mujeres la "agorafobia" sería una metáfora de las consecuencias de la socialización de los temores espacial sobre cuerpos, identidades y subjetividades. Pero también es importante puntualizar que desde la perspectiva de la geografía de las emociones, dentro de ellas el miedo, pueden considerarse como productos culturales que se reproducen en forma de experiencia corporeizada, y que pueden ser interrogadas por su papel en la reproducción de las relaciones espaciales (Bondi y Metha, 1999).

 

Algunas reflexiones finales

La experiencia e imagen de la ciudad es indudablemente múltiple, de manera que los contactos con la diferencia y la alteridad no se experimentan de manera homogénea, por el contrario, los posicionamientos de género, edad, pertenencia territorial conllevan diferencias en los modos de experimentar e imaginar la urbe. En este recorrido ha estado latente la idea de que los diferentes objetos de estudio que han vinculado las categorías de género y ciudad son una expresión de debates generales que se han articulado en torno al devenir de la teoría feminista sobre la ciudad, y particularmente en torno a las diversas concepciones del espacio y la ciudad. En esta perspectiva se registran importantes esfuerzos teóricos feministas por trascender la noción de espacio como un producto material, y medible desde afuera que, de acuerdo con la mirada humanista de no reducir el espacio a una realidad material, reivindican las dimensiones culturales de la espacialidad. Una de sus consecuencias ha sido el desplazamiento intelectual hacia lo discursivo, las cuestiones de la representación espacial, la identidad y el poder.

La intención fundamental de este texto ha sido trazar algunos puntos de reflexión teóricos y empíricos. Hemos dibujado algunos caminos analíticos que brindan algunas pistas para entender el momento por el que atraviesan las continuidades y renovaciones en los estudios sobre la ciudad y el género que hoy se desarrollan desde miradas interdisciplinarias.

Para cerrar este debate es de vital importancia enunciar algunos caminos y horizontes a profundizar, particularmente pensando estos procesos en los contextos latinoamericanos, pues la mayor parte de los desarrollos analizados vienen del mundo angloamericano, lo que ha sido significativo en el retraso con que llegan los debates conceptuales.

1) La violencia de género y sus dimensiones espaciales. En especial a partir del fenómeno denominado "feminicidio7" resulta un imperativo profundizar en la intrínseca relación entre violencia y espacio/territorios, pues los fenómenos sociales no están fuera del espacio, tiempo, género, raza, edad; de esta forma el espacio, simbólica y geográficamente, reubica el cuerpo como un espacio de violencia. Si bien podemos ubicar algunos avances en relación con localizar el fenómeno a través de sistemas de información geográfica, se han generado mapas que han ayudado a identificar zonas de riesgo, ubicación de víctimas y asesinos; y es necesario avanzar en esta idea del espacio sólo como localización.

2)  Si bien la perspectiva de género ha logrado ampliar las dimensiones analíticas implicadas en el estudio de la relación migración-género-espacio (Ariza, 2000; Suulamo 2006; Stefoni, 2003), se observa en este campo que escasos estudios se han implementado para indagar en la valoración de los aspectos subjetivos, simbólicos y socio-culturales de diferentes dimensiones del proceso migratorio y su impacto sobre la condición de género. Como lo menciona Ariza (2000), los análisis sobre migración descansan en esquemas interpretativos excesivamente economicistas e instrumentales que dificultan visualizar las interrelaciones entre la migración y otros procesos sociales relevantes. Podemos agregar además que en estos estudios el espacio más bien aparece como un contenedor de los procesos.

3)  Considerar las dimensiones de la sexualidad disidentes, especialmente los vínculos entre cuerpo, identidad de género y espacio. La invisibilidad de grupos de personas que están al margen de las normas de género hegemónicas, así como se ha naturalizado la heterosexualidad y con ello se ha reglamentado el uso del espacio. Una ruta interesante de investigación a nivel latinoamericano ha sido el libro coordinado por Joseli Maria Da Silva (2009), donde entre otros temas se analizan las experiencias espaciales de sujetos que desafían el orden binario femenino-masculino. La ciudad de los travestis, transexuales y drag queen, es la ciudad de los silenciados, excluidos y marginados, pero al mismo tiempo la ciudad de los cuerpos transgresores, en permanente lucha por los derechos ciudadanos.

4) Analizar la situación de niños y niñas en los espacios públicos y privados es una tarea pendiente. El uso del espacio, la sociabilidad urbana, presencia y comportamiento, es sin duda un gran desafío cuando la privatización de la vida social, el uso de las tecnologías y la disminución del número de hijos son factores que problematizan el habitar de niños/as jóvenes, grupos sociales, cuyas voces no habían sido muy atendidas como partes de la vida social. Esto permitiría desarrollar algunas líneas de investigación en lo que se ha denominado "geografías de la infancia" (Ortiz, 2008).

 

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Notas

1 Utilizo indistintamente geografía de género y geografía feminista, pues como sostiene García Ramón, es necesario reconocer los aportes teóricos que ambos términos han realizado la reflexión geográfica (García Ramón, 2006).

2 La red Mujer y Hábitat ha desarrollado un notable aporte investigativo relacionado con el conocimiento de las condiciones de las mujeres latinoamericanas en el espacio urbano.

3 Las apropiaciones expresivas del espacio público en la ciudad han sido consideradas como liberadoras, tal como lo ha sostenido Elizabeth Wilson (1991). A modo de ejemplo se puede mencionar a las madres de los detenidos desaparecidos, específicamente las "Madres de Plaza Mayo", quienes utilizaran su posición marginal como recurso para reclamar la polis, representando públicamente la vida privada, "las mujeres convirtieron la ciudad en un teatro, donde la población entera estaba obligada a participar como espectadora y harían públicas tanto la desaparición de sus hijos como la esfera pública misma" (Franco, 1993: 271).

4 La idea de espacio vivido (Di Méo, 1999) implica por un lado, una nueva concepción del espacio porque además de la materialidad considera las emociones, los sentimientos, los recuerdos, motivaciones, sueños, miedos, deseos, como ejes de la experiencia espacial individual y colectiva. Por otro lado implica una nueva mirada del sujeto, su experiencia particular, las sensaciones y valores de los individuos. En este sentido separamos analíticamente la ciudad vivida de la ciudad imaginada, pero hacemos hincapié en que son inseparables en la experiencia cotidiana de los habitantes.

5 La literatura chicana como movimiento que lleva generaciones de escritores/as de distintos géneros, una literatura contestataria que narra historias no contadas de pueblos silenciados, experiencias de un pueblo que se identifica como perteneciente a una comunidad imaginada (Klahn, 2005:179).

6 La diáspora en el sentido de una historia de dispersión, mitos/memorias de la tierra natal, alineación un país que los recibe, deseo del regreso, apoyo sostenido a la tierra natal, identidad colectiva definida (Clifford, 1999).

7 De acuerdo con la antropóloga mexicana Marcela Lagarde los feminicidios son crímenes de odio contra las mujeres, crímenes misóginos dentro en una enorme tolerancia social y estatal ante la violencia genérica. Esa perversidad está alentada por la impunidad. Al feminicidio contribuyen de manera criminal el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión de autoridades encargadas de prevenir y erradicar esos crímenes. Hay feminicidio cuando el Estado no da garantías a las mujeres y no les crea condiciones de seguridad para sus vidas en la comunidad, en la casa y en los espacios de trabajo, de tránsito o de esparcimiento. Suceden los feminicidios cuando las autoridades no realizan con eficiencia sus funciones para prevenirlos, evitarlos y sancionarlos.

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