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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.33 Guadalajara ene./jun. 2011

 

La teoría

 

Sexualidades disidentes: entre cuerpos normatizados y cuerpos lábiles

 

Rosío Córdova Plaza

 

Doctora en ciencias antropológicas. Investigadora del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana. Miembro del SNI nivel II. Correo electrónico: ecordova@uv.mx42

 

Recepción: 14 de febrero de 2011
Aceptación: 15 de abril de 2011

 

Resumen

En este trabajo se exploran tres aspectos centrales en la configuración de identidades de trabajadores sexuales viriles y transgénero: 1) la creación y recreación del cuerpo desde la norma; 2) los anclajes en los deseos y las prácticas sexuales, los cuales permiten la configuración de una diversidad de identidades de acuerdo con el sistema de género binario, que pueden funcionar como un cuestionamiento, pero también como una confirmación de la "objetividad" del género, y 3) la aportación de elementos para repensar la noción de disidencia sexual y la crítica al concepto naturalista de heterosexualidad.

Palabras clave: Trabajo sexual, cuerpo, identidades sexuales y de género , heteronormatividad.

 

Abstract

This paper analyzes three key issues regarding the construction of male and transgendered sex workers identities: 1) the creation and re-creation of the body from the starting point of the norm; 2) the foundations on desire and sexual practices that allow a diversity of identities according to a dichotomized sexual regime; and 3) their contribution of elements for a re-definition of sexual dissidence and the criticism of a naturalistic view of heterosexuality.

Key words: Sexual workers, the body, sexual and gender identities, heteronormativity.

 

Kalimán se prostituye en el parque Zamora desde hace alrededor de cuatro años. Radica en Coatzacoalcos, pero visita con frecuencia el puerto de Veracruz para, según afirma, "ganar dinero fácil" y, de paso, satisfacer sus urgencias sexuales, que son muchas, pues él es "negro, de raza caliente" y con que se imagine que es una mujer a la que está penetrando, puede dejar contentos a sus clientes. Por eso, él se considera cien por ciento heterosexual, y cuando algún cliente pretende tocarle los glúteos, le dice "Nel, mejor pégate acá, porque eso es lo que me gusta nada más".

Javi tiene 10 años de casado y es padre de una niña. Además de ser "trailero" de oficio, cuando no le alcanza su salario, busca clientes para complementar sus ingresos. Le parece repugnante pensar que está penetrando a un hombre y saber que va a llegar a su casa a hacerlo con su mujer. Sin embargo, tiene unos ocho años "cotorreando" en el parque Zamora, sobre todo cuando le "aprieta el calcetín", es decir, cuando tiene apremios económicos.

Yamilet se encuentra lista para ir a su lugar de trabajo: la cuadra que ocupa religiosamente de miércoles a domingo en la avenida Circunvalación, de Xalapa. Su horario es variable, pero el sábado procura retirarse relativamente temprano, a no ser que un apuro económico la obligue a quedarse. Es una decisión difícil porque ése es un día de mucho trabajo; pero pocas cosas en este mundo evitarían que, al día siguiente, se vista de "niño" y acuda a la cancha deportiva de la colonia popular donde es el entrenador de un equipo mixto de futbol.

Por su parte, Belinda comenta que le gusta ser mujer, pero también le gusta ser hombre y no rechaza la posibilidad de algún día tener sexo con una mujer, pues le resulta un reto explorar todas las facetas de su sexualidad. Por el momento, le encanta ser sexoservidora, y, a diferencia de la mayoría de sus compañeras, es pasiva y activa, aun cuando posee la envidiada cualidad del passing.

A Coral, sin embargo, nunca le ha gustado penetrar a un hombre. Ella, como mujer que es, ya sea en su trabajo o en sus relaciones de pareja, es completamente pasiva. No en balde sufrió tanto en el "rancho" las golpizas que le propinaba su hermano porque no quería que hubiera un "puto" en casa, para que, a estas alturas de su vida, tuviera que ocultar su feminidad desbordante.

Estos breves fragmentos de la vida de sexoservidores viriles y transgénero llevan a preguntar ¿tiene algo de objetivo, inmutable e irrenunciable el sistema sexo-género?, ¿cómo entender la construcción de una subjetividad heterosexual normativizada en sujetos que observan conductas contrarias a tal heteronormatividad?, ¿cuál es el papel del cuerpo como espacio simbólico de la confirmación cultural de la binaridad del género?

En el presente trabajo se exploran tres aspectos centrales de la configuración de identidades de trabajadores sexuales: 1) la creación y recreación del cuerpo desde la norma; 2) los anclajes en los deseos y las prácticas sexuales, los cuales permiten la configuración de una diversidad de identidades de acuerdo con las matrices culturales del sistema de género binario, que pueden funcionar como un cuestionamiento, pero también como una confirmación de la "objetividad" del género, y 3) la aportación de elementos para repensar la noción de disidencia sexual y la crítica al concepto naturalista de heterosexualidad.

La información etnográfica presentada se recabó entre trabajadores sexuales de las ciudades de Xalapa y Veracruz, durante diversos periodos entre los años 2002 y 2007, mediante entrevistas abiertas y semidirigidas. Los nombres de los informantes se cambiaron para preservar su anonimato, pero se conserva la edad, para ubicar al lector generacionalmente.

 

Cuerpos-ficción

Desde la perspectiva constructivista de la realidad social,1 se estima que todos los cuerpos son ficciones, entendidos a la manera de Clifford Geertz (1995): como fabricados, elaborados, conducidos de acuerdo con los preceptos que dicta una sociedad. Así, los individuos son canalizados en función de una gama finita de posibilidades de subjetivación que se inscriben en un horizonte cultural específico. Ya Pierre Macherey (1990: 178-181), en su análisis sobre el concepto de norma que expone Michel Foucault, señala la importancia de las tesis desarrolladas por este autor desde una perspectiva tanto histórica como epistemológica. Si, por un lado, las normas ofrecen un carácter productivo, es decir, "producen" sujetos y comportamientos en tanto que definen un campo de experiencias posibles (Foucault, 1991, 2000), no es menos central el carácter inmanente de la norma, en su acto simultáneo de creación de todos los elementos que reúne y de los efectos que genera: campos de aplicación, sujetos, conductas, significados, verdades, saberes y transgresiones guardan una relación de constitución e intercambio.

Bajo esta óptica, un orden de sexualidad no estaría imponiéndose a "un sujeto sexual autónomo en relación con el cual las formas históricas de la sexualidad sólo serían manifestaciones fenoménicas más o menos conformes con su esencia oculta" (Macherey, 1990: 180); sujeto que no se doblegaría por la fuerza o tal vez la astucia de su argumento, sino que estaría siendo él mismo pensado y construido en relación con esos cánones. Así, el ámbito de la norma instaura de forma simultánea, en tanto definitoria de su razón de existir, un sujeto constituido y constituyente, un radio de acción, un conjunto de comportamientos, así como su esfera de ruptura, de ahí que la propia cultura proporcione lo que Georges Devereux (1973: 56), siguiendo a Ralph Linton, llama "modelos de conducta incorrecta". Es decir que los comportamientos señalados como contrarios a la normatividad están asimismo estructurados socialmente bajo principios de ordenamiento e inteligibilidad, como si "el grupo dijera al individuo: '[n]o lo hagas, pero si lo haces, es preciso que lo hagas como te indico'".2 Al poner el acento en determinados rasgos significativos, la norma configura su propio horizonte de transgresión.

¿Qué puede entonces resultar más conscientemente performativo pero, al mismo tiempo, más contradictorio que el cuerpo transgénero?, ¿de qué manera el cuerpo heteronormativizado se afianza como tal no obstante la realización de prácticas que lo ponen en tela de juicio entre los sexoservidores viriles? Examinemos.

 

Los cuerpos normativizados

Como ha señalado Judith Butler (1999), en las sociedades occidentales y occidentalizadas existe una relación mimética entre sexo, género, sexualidad y deseo, de forma que existe una inteligibilidad unívoca al interior del sistema de género binario. Para esta autora, la creación y recreación del género se define como una puesta en escena de actos ritualizados que naturalizan la univocidad entre estos cuatro componentes, es decir, el género es entendido como un acto performativo. De esa manera, los anclajes que constituirían el género inteligible se hallan en función de las relaciones y las asimetrías entre hombres y mujeres: tanto prácticas como sujetos y objetos de deseo refuerzan la pertenencia a uno u otro género.

En la región, el modelo hegemónico de sexualidad concibe los deseos varoniles como cargados de urgencias que requieren satisfacción inmediata (Lancaster, 1999; Parker, 1999), de manera que se suele pensar que la sexualidad masculina se prodiga, mientras que la femenina se escatima (Córdova, 2003). La norma dicta que un varón aumenta su masculinidad mientras más actividad sexual tenga, por lo que la focalización en el coito asocia el papel dominante a la penetración, mientras que hace recaer la condena social sobre conductas asumidas como "pasivas" o propias de las mujeres, es decir, ser penetrado/a y estimular manual u oralmente al otro (Córdova, 2003).

Es así que, en un contexto donde el homoerotismo es devaluado y estigmatizado, el solicitar o brindar servicios homosexuales suele acarrear perjuicios a los involucrados si tales prácticas se hacen públicas. De ahí que el trabajo sexual practicado por prostitutos "viriles" (Perlongher, 1999) que ofrecen sus servicios a otros varones se ejerce generalmente de forma soterrada y encubierta. La principal razón de ello radica en la defensa de la identidad de género de clientes y trabajadores. Esto se hace evidente en el proceso de reclutamiento, el cual suele presentarse de manera fortuita: a veces son solicitados por los propios clientes en sitios de diversiones o en los lugares de trabajo de aquéllos. Tal como ocurrió en los casos siguientes.

Yo en ningún momento pensaba llegar a ser así ¿no?, pero estaba una vez comentando con otro mesero, un compañero, que necesitaba juntar dinero para salir de un problema. Iba pasando una pareja, un señor con su esposa, y oyó el comentario y me volteó a ver. A la semana volvió a ir, pero ya solo y me empezó a hacer plática. Me preguntó el horario que yo tenía, en dónde vivía. Después [que] obtuvo todos esos datos, como al tercer día fue ahí con su coche y me invitó a tomar una cerveza. Fui con él, estuvimos tomando y le comenté mis problemas y él me dijo que me podía ayudar, pero sólo que a él le gustaba tener relaciones con hombres y sólo de esa forma me podía ayudar. Yo siento que para él no fue fácil decirme todo eso porque lo pensó mucho y me decía que no me fuera yo a molestar. Accedí y fue la primera vez que tuve relaciones [con otro hombre]. (Morsa, 32 años)

En ocasiones, la iniciación ocurre cuando el trabajador se encuentra en los sitios de oferta de sexoservicios, incluso sin tener conocimiento de lo que ahí ocurre, y recibe una proposición por parte de algún cliente que lo toma por un "entendido" que participa en el "cotorreo":

Un chavo me pagó 120 pesos y [...] él me dijo. Me lo encontré sentado en el parque Zamora, me preguntó que qué andaba haciendo y le dije que andaba dando la vuelta, paseando. Y me dijo que... que si podía hacerle el amor, que me daba 120 pesos. Pues no me negué, yo se lo hice y me dio 120 pesos y así pasó todo. Se me hizo una costumbre de[sde] aquella vez y pues de ahí empecé a modo de tener dinero. Si no, pues no me dedicara a eso (Claudio, 26 años).

Todos los entrevistados manifestaron tener nexos afectivos con mujeres, como parte importante de su construcción identitaria. El hacer explícitos sus preferencias sexuales, vínculos emocionales o, incluso, lazos conyugales con mujeres refuerza una masculinidad que podría ser puesta en duda si admiten que el trabajo sexual entraña algún disfrute.

Yo tengo una mujer pero vivo con ella por temporadas, no tenemos una relación fija, pero tengo dos hijos con ella, mi hija tiene tres años y mi hijo tiene cinco. Como ella no es de aquí, viene y el tiempo que viene aquí estamos juntos. Ella es de Alvarado. Claro que no sabe a lo que me dedico, porque la veo solamente por temporadas (Efrén, 33 años).

Aun cuando los llamados mayates 3 reivindican para sí una masculinidad sustentada en el aspecto viril, en sus parejas femeninas y en la constante afirmación de su sexualidad desbordada, las razones que aducen para justificar su vínculo sexual con otros varones son la presencia continua de urgencias eróticas y las necesidades económicas. La apreciación de que el sexoservicio es una forma de ganar dinero "fácil" se evidenció en la mayoría de los entrevistados:

El cotorreo es divertido, ¿no? Desgraciadamente sí. A veces uno lo busca porque pues... como en la casa, mi esposa está joven y yo no sé qué... mmm... qué chingaderas tengo que yo quisiera estar a cada rato con ella y ella no quiere. Ella nomás quiere una vez, dos veces y ya no quiere. Y hay veces que la verdad ella se va a dejar a la niña a la escuela y yo estoy de pendejo viendo la tele. Y con ver viejas encueradas en la tele ya estoy de pendejo, ya se me paró esa madre y ya me estoy masturbando yo solo (Javi, 32 años).

Los mayates se dedican a atender principalmente a dos tipos de clientela: los llamados "tapados", es decir, varones con marbete de heterosexuales, con frecuencia casados y con hijos, que desean mantener ocultos sus deseos por otros hombres.4 También suelen dar servicio a homosexuales conocidos, a veces de tipo más afeminado y entrados en años. A los trabajadores.

Pues son dos señores nada más que me hablan de vez en cuando, nada más. Y pos es como una enfermedad ¿no? Es como todo, les gusta a ellos, les gusta eso; tienen mujer, tienen hijos y pos dice aquél "Nadie se ha muerto de eso", ¿verdad? (José, 22 años).

Ya que representan la figura varonil del comercio sexual, suelen manifestar una identidad heterosexual o, incluso, bisexual, pero nunca se consideran homosexuales. Como una parte del éxito de los mayates depende de su imagen de macho, de "hombre", una constante en sus relatos es la insistencia en que ocupan siempre la posición activa durante el ejercicio de su trabajo; es decir, siempre son los penetradores, o los que son estimulados manual u oralmente. Aseguran que jamás aceptan ocupar la posición pasiva, pues esto equivaldría a feminizarse como lo hacen sus clientes:

Yo más bien me considero bisexual... me gustan hombres y mujeres. Tal vez me gusta más el sexo con un hombre porque, desde el punto de vista del erotismo, estás con un hombre que puede ser afeminado o bien, digamos, muy masculino; es más erótico ser dominante con alguien que parece ser también muy masculino (Richard, 21 años).

Esta tajante negativa, sin embargo, a veces se desmiente en los relatos de los propios trabajadores, pero siempre es otro, no el entrevistado, quien acepta proporcionar al cliente "la ida y vuelta", como se nombra a la penetración mutua. Por añadidura, la pretensión de hipermasculinidad puede ser también un mecanismo para incrementar el precio del servicio.

La construcción identitaria de los mayates pasa, sin duda, por la negación al acceso a sus glúteos como antesala del ano, que el imaginario social ha asociado con la noción de pasividad y feminidad (List, 2007: 104). La insistencia en el desempeño del papel activo parece ser un punto de anclaje en la narrativa de este tipo de trabajadores del sexo, acorde con las normas culturales para el género masculino que dictan que la sexualidad de los varones debe ser agresiva y avasalladora. Esta manera de encarar la dominación simbólica del principio masculino sobre el femenino se reproduce, al menos en el discurso, en la asignación dicotómica de los papeles sexuales en la relación homoerótica, y en la reducción falocéntrica de las zonas erógenas.

¡Nooo!, ¿qué pasó? Nel, sí me han querido a veces estar agarrando las nalgas. [Pero] les digo "Nel, mejor pégate acá". Porque eso es lo que me gusta nada más, y que me la mamen, la verdad sí. Yo soy cien por ciento activo. Pasivo no, activo cien por ciento. Por algo soy moreno y soy negro, soy raza latina... más caliente. Yo puedo hacer el amor hasta... Yo, cuando tenía mi chava, y siempre he tenido mi novia, a veces hago el amor hasta nueve veces con ella, o las hago venir hasta nueve veces en una sola relación. Cojo seis, cinco veces al día cuando se puede, cuando se siente el cachondeo, cuando se siente la sensación (Kalimán, 24 años).

También es de destacar el contenido racializado de los discursos que repiten los estereotipos de algunos grupos étnicos como más sexuales y potentes. Si se tiene en cuenta que Veracruz es un estado de gran presencia histórica de la tercera raíz del país, el imaginario hipersexualizado de los afromestizos justifica la incursión en el trabajo sexual como una manera de garantizar la disponibilidad de encuentros sexuales para satisfacer un deseo hambriento e indiscriminado del objeto sexual.

La protección de la masculinidad en un contexto donde las prácticas homoeróticas son satanizadas, permite entender este juego de artificio entre los trabajadores y los clientes. El énfasis puesto por los trabajadores en ocupar la posición "activa", su insistencia en las relaciones afectivas con mujeres y en sus urgencias sexuales, su reiteración de los aspectos económicos de la ocupación y de la intermitencia de su dedicación a ella, les permiten defender la identidad de género masculino y una orientación heterosexual. Entre tanto, la posición de cliente requiere del mayor ocul-tamiento posible, hacer el trato de manera inadvertida y obtener satisfacción de forma segura y anónima.

En suma, los anclajes identitarios que ofrecen estos trabajadores sexuales como loci en la conformación de una masculinidad normativa se manifiestan en:

Su asunción como varones heterosexuales, casi siempre con pareja femenina permanente o múltiples parejas femeninas.

Su condición de desempleados, subempleados o con trabajos de baja calificación e ingreso, lo que los obliga a buscar fuentes alternativas de recursos para cumplir con el papel de proveedor.

Defensa de ciertos orificios del cuerpo.

Distanciamiento de los clientes.

Énfasis puesto en el cuerpo normativizado, el falocentrismo, el coito, sus necesidades sexuales desbordadas y apremiantes.

Gran insistencia en una traza unívoca entre ser activo, tener deseos heterosexuales, mantener prácticas sexuales con mujeres y poseer gran

capacidad de dar placer, todo lo cual se presenta como pilar de una heterosexualidad defensiva.

 

Los cuerpos lábiles

Existen, no obstante, las normas del género inteligible, cuerpos que escapan de la lógica unívoca que los regula. En el caso de las trabajadoras sexuales transgénero entrevistadas, la concepción de la necesidad de travestirse y la sensación de estar en un cuerpo equivocado es considerada congénita, o resultado de algún "error", "problema" o "enfermedad" que afecta la "naturaleza" de las personas desde el vientre materno, en un sentido biológico del término. El modelo dicotómico y excluyente de dos sexos anatómicos se afecta en algún momento del proceso de gestación,5 debido a la influencia de factores internos y/o externos, que a veces pueden ser identificados y a veces se presentan como incomprensibles. Al hacer alusión a la base de su transgeneridad,6 que inicialmente fue interpretada como orientación homosexual,7 algunas de ellas comentan:

Es que al pollo le inyectan mucha hormona. Entonces, la mujer, cuando está embarazada, come mucho pollo y después asimila la sustancia hormonal y de ahí salimos nosotros [los homosexuales] (Claudia)8.

Yo lo considero mal, pero pues no encuentro solución para eso. Ya Dios nos hizo así y hay que aceptar cómo somos, qué le vamos a hacer. Luego me decían mis hermanos "¿Por qué eres así?". Yo siempre fui discreto, a que ellos nunca se dieran cuenta. Por eso ellos creen que a los 15, 16 años me volví así, pero no. Luego mis hermanos decían "Es que se volvió así por alguna depravación". Pero no, en mi caso no. (Yesenia , 24 años)

El resultado deviene en la manifestación de rasgos asignados culturalmente como característicos de uno de los géneros, en un cuerpo que tiene como base atribuida dominante a su opuesto conceptual. Pero, por otro lado, tampoco se descartan factores sociales o ambientales en la etiología de la homosexualidad/transgeneridad:

Lo mío es hormonal. Hay gente que se convierte por violaciones, por su familia, porque se desarrolla en un ambiente donde hay mucha mujer o porque luego los padres tienen puro niño y luego quieren tener una niña y la tratan como tal. Yo me di cuenta cuando iba en la primaria, y no lo hice notar en mi casa porque me sentí confundido y dices "Qué onda, qué me pasa". Entonces traté de guardar las apariencias hasta donde más pude. Incluso yo me declaré homosexual hasta la preparatoria. Me dije "Quiero hacer mi vida y no quiero estar frustrado". Y me destapé, como decimos nosotros (La Güicha, 33 años).

Yo así lo sentía de adentro. No me volví homosexual por una violación o equis cosa, como muchos. No. Y no sé si es de nación9 o no sé, pero desde un principio me di cuenta de lo que era (Coral, 36 años).

Los protocolos culturales que sustentan el sistema de género binario basado en la anatomía explican la orientación homosexual mediante la noción de "anormalidad", aducen que es generada por circunstancias biológicas o sociales, ajena a la voluntad de los sujetos, y que se manifiesta tanto en el deseo erótico hacia individuos del mismo sexo, como en una suerte de necesidad de cambiar o afirmar una identidad de género diferente.10

La mayoría de las entrevistadas manifestaron haber percibido su diferencia desde temprana edad, lo que con frecuencia las hizo ser víctimas de agresiones y homofobia:

Desde la primaria se me notaban mis inclinaciones homosexuales. Y pues la verdad sí me cohibió un poco y me empezó a dar pena francamente seguir yendo a la escuela... por la burla de los chamacos, tú sabes, porque no falta quien te esté molestando (Bella, 25 años).

Los primeros intentos por oponerse a la asignación de género de nacimiento, adscribirse a otros roles de género, el afeminamiento conspicuo y el deseo erótico por personas de su mismo sexo orilló a la mayoría de las entrevistadas a abandonar el hogar, ante las presiones familiares:

A mis hermanas les robaba las pinturas, me gustaba arreglarme como lo que soy, ¿no? Como lo que me siento: mujer. Siempre tratando de imitarlas. Desde un principio yo me sentía mujer. Me gustaba ponerme los vestidos de mis hermanas, porque quería ser una de ellas. Pero lo hacía a escondidas porque mi familia era muy machista y tenía miedo. Cuando ellos se enteraron de que yo era así, empecé a tomar mis primeras copas y en el calor de las copas me dio valor y me descaré. Me dije "Por qué voy a esconder lo que soy; si yo me acepto, a mí me viene valiendo lo que los demás digan". El problema es que para poder aceptarme tuve que enfrentarme a la familia (Coral, 36 años).

A los 16 años, cuando terminé la secundaria [dejé mi casa] por mi forma de ser. No nos adaptamos. Hasta la fecha no me aceptan y siempre [recibo] agresiones verbales. Quise alejarme de ellos y evitar ese tipo de problemas porque, como familia que somos, pienso que no vale la pena. Mis hermanos no se ponen a pensar que así es la vida de uno y yo no escogí ser así, ni nada por el estilo, porque las personas que uno quiere se avergüenzan de uno. Con ellos yo trato de comportarme serio, pero es algo inevitable. En una ocasión [me vieron] vestida y fue el día que más rechazado fui, no les gustó (Dulce, 25 años).

No obstante la seguridad que exhiben de haber estado conscientes de su identificación con el género femenino desde la niñez, para las trabajadoras es claro que el cuerpo transgénero tiene que construirse. Por ello, una vez aceptada la necesidad de afirmación de la propia identidad, se inicia el proceso de transformación para obtener el cuerpo de mujer. El "ser hechiza", es decir, "fabricada, confeccionada, hecha", es un ejercicio de creatividad que se logra mediante el uso de prótesis externas; algunas emplean terapias hormonales para lograr el adelgazamiento de la voz y la disminución del vello corporal, mientras que otras prefieren el uso de inyecciones de aceite vegetal para conseguir el aumento en el volumen de senos, glúteos y piernas (Córdova, 2006):

Haz de cuenta que yo era niño y empiezo a tomar hormona... Te cambia todo, te empieza a salir el busto y entonces en la universidad pues era un escándalo, al grado de que una vez en cuarto semestre me dio clases una maestra que no me había dado nunca y pregunta algo y yo le contesto y dice "¿Cómo te llamas?", para ponerme mi participación. Y ya le digo "Me llamo fulanito de tal". Y dice "Ah, tú eres el famoso..." Sí. O sea, toda la zona universitaria sabía que yo tragaba hormonas... luego me vestía [de mujer] y me iba a la biblioteca así, cuando ya empecé a vestirme que llevaba como medio año tomando hormonas... Cambié mucho entonces (Stephanie, 19 años).

Este testimonio muestra cómo la conformación de una subjetividad feminizada requiere de una constante labor de recreación y actualización transgenérica, que se manifiesta en la adopción de apelativos y términos femeninos para autonombrarse y, a veces, en la insistencia de la heterosexualidad de sus relaciones de pareja, es decir, sus vínculos con varones siendo mujeres "trans".

A medida que las entrevistadas se involucraban de manera creciente en las prácticas de travestismo y las hicieron públicas, trataron de establecerse en espacios menos hostiles. Para ello, era indispensable obtener un empleo remunerado, pero las opciones laborales en que puedan ocuparse como mujeres transgénero resultan bastante escasas y el ejercicio de la prostitución se vuelve una actividad casi obligada.11 Es indudable que el ingreso al trabajo sexual está permeado por una condición de clase, aunque no todas las entrevistadas pertenecen a los estratos socioeconómicos urbanos menos favorecidos.12 Las ocupaciones de las entrevistadas, previas al ingreso a una vida pública como mujeres "trans", variaron entre dependiente de tiendas, estudiantes, campesinos, ayudantes de cocina y repartidores de leche. Algunas expresan la explotación de la que eran objeto y la necesidad de soportarla por las dificultades de conseguir un empleo a causa de su afeminamiento conspicuo. Por añadidura, una vez tomada la decisión de travestirse, muchos de los cambios a los que se someten son relativamente permanentes o, al menos, de cierta duración —por ejemplo, el largo del pelo, los tintes, el aumento en el volumen de ciertas áreas del cuerpo, los efectos de la terapia hormonal—, lo que limita los empleos a los que pueden dedicarse y éstos suelen circunscribirse a los espacios de diversión nocturna, como meseras, ficheras o artistas del espectáculo:

Estuve trabajando en un antro como dos años y medio, de barman. Pero me salí porque entraba a las 10 de la mañana, salía tres, cuatro de la mañana y era muy pesado. Porque exigía un sueldo más por el tiempo que yo estaba y [más horas libres para] poder dormir, fue por eso que lo dejé. Después estuve en una juguetería nada más como tres meses, porque supuestamente pasaban clientes que les molestaba que yo los atendiera. Ahorita tengo como año y medio de trabajar de sexoservidora y me siento más a gusto, la verdad sí. Aunque recibe uno también insultos de la gente que pasa, agresiones. Pero me siento más aceptada ahí que en cualquier otro trabajo (Yesenia, 24 años).

Dado lo pobremente remuneradas que suelen resultar las otras posibilidades de empleo, el sexoservicio se vuelve la alternativa para aquellas que no cuentan con otros medios para sobrevivir que vender su fuerza de trabajo, y se convierte en un ámbito de libre expresión de la condición transgenérica:

Empecé cuando tenía 20 años a trabajar de esto y me encanta. Primero era por dinero y curiosidad, por saber qué se siente cuando empiezas a vestirte de mujer, y me empecé a llevar con los que se paraban ahí de más edad. Empecé a ver dinero y decidí trabajar, arriesgándome. He trabajado en una pizzería, cortando el pelo, ayudando en la cocina. He trabajado en lo más bajo y por muy poco dinero y todo el día, porque la gente no te quiere bajar que de estilista y que de cocinero, que de lo más poco, por lo que es uno. No nos dejan desarrollarnos públicamente y aquí, pues, gana uno muy bien (Belinda, 22 años).

Por otra parte, a pesar de que el trabajo sexual puede resultar atractivo por ser mejor pagado que otras actividades, reviste altos niveles de riesgo para quien lo ejerce. En este tenor, aunque no es tipificado como delito en México, la ausencia de una reglamentación en los códigos contribuye a la criminalización de los sexoservidores, al no reconocerlos como trabajadores con derechos y obligaciones,13 además de que oculta los abusos de los que son objeto por parte de las fuerzas del orden público. Sin embargo, el sexoservicio constituye casi el único espacio público, además de ciertos nichos de la industria del espectáculo, donde la persona transgénero puede desarrollar sus preferencias y ganarse la vida exhibiéndolas.

Los fragmentos testimoniales hasta aquí presentados muestran una amplia diversidad de concepciones sobre el cuerpo y el género, que posibilita reflexionar sobre las múltiples posiciones de sujeto que exhiben las trabajadoras sexuales transgénero entrevistadas. Ellas no constituyen un grupo homogéneo que entienda su subjetividad de la misma manera (Hines, 2006). La comprensión de una identidad transgénero y el arribo a su adopción pasan necesariamente por las propias experiencias vitales de las sexoservidoras, las cuales están atravesadas por otros factores, como la clase, la etnia, la edad y, en este caso particular, por el llamado passing; tener un fenotipo femenino y delicado que permita "pasar" más fácilmente por mujer puede ser un rasgo biológico apreciado por las sexoservidoras.

No creas, entre nosotras llegamos a tener problemas porque no todas "pasan" igual. No debería, porque hay clientes para todo. El cliente ya sabe lo que es uno, nunca se le engaña. Luego me dicen "¿Eres mujer o eres hombre?", y yo les contesto "Si fuera hombre anduviera como tú, con botines y de mezclilla". Y si va una así maquilladita, con zapatillas y va uno en la calle, pues como que hasta la forma de caminar cambia. Pero por dentro siento que tampoco voy a dejar de ser hombre; digamos, llevo encima el cuerpo de mujer y por dentro el cuerpo de hombre (Belinda, 22 años).

El caso de Belinda nos acerca a la comprensión de una identidad, fluida, cambiante, acorde con una disposición a experimentar una sexualidad más abierta, como se mencionó antes. Para ella, las prácticas corporales se hallan en sintonía con esa fluidez, y no tiene problemas en desempeñarse como activa o como pasiva. No sucede lo mismo con otras de las entrevistadas. Por ejemplo, Lucy reconoce que no "pasa" y entiende la ambigüedad genérica de presentar rasgos categorizados como masculinos y realizar prácticas consideradas pasivas o "femeninas":

Sí me piden, pero no lo acepto porque siento que... Claro, es una fantasía sexual del cliente, pero no es lo mío definitivamente. Tal vez no soy muy femenino, pero yo sé lo que soy y sé qué es lo que quiero; siento que acostarme con una persona que me está pidiendo algo de ese tipo es igual que yo o peor que yo, y eso no entra en mí. Les he dicho que tal vez si me vieran con pantalón o con short o que ando de tenis jugando pelota, tal vez sí, pero cómo me voy a sentir yo todo maquillado y estar trabajando de esa manera, digamos, de activo (Lucy, 27 años).

Glenda, por su parte, asume esa ambigüedad como una cualidad esencial de su identidad:

Sí me piden que sea yo activa, pero no me gusta. Yo soy pasiva. Hay compañeras que son activas y de todo. Aquí vienen clientes que piden de todo un poco. Pero pues yo me siento lo que soy, soy travesti, soy afeminado, no me siento mujer, ni me siento hombre y estoy satisfecha (Glenda, 49 años).

En tanto que Mireya, convencida de su propia feminidad, también apela a una identidad fija, inamovible y única:

Mis hermanos me llevaban a los bares donde hay mujeres. Pero, ¡ay!, yo andaba así como machorra, vestida como hombre, tratando de fingir lo que no era, y me sentía molesta, cuando lo que quería era ser una mujer atractiva, verme bonita. Me sentía ridícula al ir vestida de hombre. Con tal de que yo cambiara, mi hermano pagaba para que me metiera con las pirujas, [y yo] decía "¿Qué voy a hacer con ella? ¿Tortillas?". No, m'ija, ¡yo soy mujer! (Mireya, 32 años).

En esta dirección, la performatividad transgénero se apoya pero, al mismo tiempo, construye un cierto tipo de realidad, puesto que las complejidades de las formas identitarias son elaboradas y tienen sentido en contextos culturales específicos.

De manera esquemática, es posible ofrecer las siguientes características como distintivas de la población de las sexoservidoras entrevistadas, que funcionan a su vez como loci para la defensa de su feminidad:

Construcción de la memoria que ubica en los años de infancia la sensación de pertenecer al género concebido como opuesto.

Expulsión o abandono del seno familiar, donde a menudo sufrieron violencia; y han sido víctimas de homofobia a lo largo de su vida.

Dedicación al trabajo sexual para vivir su condición transgénero, no sólo como un modus vivendi sino como el espacio de permisividad para llevar una existencia transgénero.

Asunción de tener cuerpos fabricados, que requieren de transformaciones corporales temporales o semipermanentes.

Intercambiabilidad de la posición masculina/femenina. Son generalmente pasivas, pero pueden ocupar la posición activa.

Exhibición de una identidad de género: femenina, aunque a veces mutable, con la sensación de estar en el cuerpo equivocado.

Cuerpos lábiles e inestables, ya que no presentan cirugías de reasignación de sexo, ni las desean, lo que se traduce en la posibilidad de revertir los cambios.

Heterosexualidad reconstruida como mujeres "trans" que gustan de los hombres, ya que muy rara vez se conciben como bisexuales.

 

Comentario final

La existencia de discursos y comportamientos que establecen una ruptura entre la linealidad de los elementos que conforman el género inteligible, cuestiona interpretaciones simplistas sobre el sexo, el género y el erotismo. Es necesario señalar la diferencia entre el deseo y los objetos que lo movilizan, frente a las prácticas sexuales de los individuos. Es decir,

...los sentimientos y los deseos sexuales son una cosa, mientras que la posición subjetiva, la identificación con una posición social particular y la organización del sentido del yo, es decir, la identidad, es otra. No hay conexión necesaria entre comportamiento e identidad sexual (Weeks, 1998a: 216).

De esto se deriva que la relación entre actos y significados sexuales no es fija y que una práctica fisiológicamente igual puede ser entendida y regulada de muy diversas maneras, en función de los esquemas de pensamiento desde los cuales se esté evaluando (Vance, 1989).

Así, la existencia de prácticas homoeróticas puede carecer de significado social, en tanto las personas no las incorporan como parte de su sentido de identidad, o bien su negación o disociación puede constituirse como un punto de anclaje en su construcción como sujetos. El modelo hegemónico que deriva de una concepción de la sexualidad falocéntrica favorece una aprehensión dicotómica de las prácticas como pasivas y activas, asignándoles valoraciones jerarquizantes, de manera que se establece desde el cuerpo una relación entre dominadores y dominados. En esta dirección, el trabajo sexual masculino es un claro ejemplo de la diversidad de posiciones identitarias que pueden elaborarse a partir de una práctica similar, en la que el ámbito de lo social establece matrices culturales, en torno a las cuales articulan su experiencia las sexoservidoras y sexoservidores entrevistados. Estas matrices señalan las prácticas adecuadas para cada papel social y permiten a los individuos autodefinirse y construir una identidad mediante su adscripción a ellas. En el caso de los prostitutos viriles o mayates, la exigencia de masculinidad, el destierro de todo rasgo que consideren femenino de su persona y conducta, la insistencia en la heterosexualidad o en el papel activo durante el coito, protegen de manera simbólica contra la feminización del varón que está realizando conductas que corresponden a las mujeres, como mantener relaciones sexuales con hombres. Esto les permite situarse en el extremo dominador de una relación marcada por el poder, sin perder sus privilegios de género.

Por otro lado, en el caso de las "trans", el nexo naturalizado entre sexualidad y anatomía condiciona que las infracciones a la normatividad se contemplen como inversiones o usurpaciones de los rasgos atribuidos al género contrario, como resultado de anomalías o defectos. Así, la condena social dirigida a conductas, apariencia o prácticas femeninas que suponen que el varón se está ubicando por decisión propia en el extremo dominado de las relaciones de género, tiene que ser justificada simbólicamente mediante el convencimiento de estar en el cuerpo equivocado, lo que opera como elemento reparador del orden social trastocado, en un espacio fuera de la voluntad y/o el control del sujeto.

Así mismo, el afeminamiento, y su modalidad más conspicua encarnada en el travestismo, se presenta como peligroso para el orden social en la medida que diluye las fronteras entre géneros, transgrede los límites corporales e introduce una contradicción interna al negar los postulados básicos del modelo (véase Douglas, 1973: 165-166). Pero, también, constituye la condición para la supervivencia del sistema, al resumir todo lo no deseable, lo deshonroso, lo punible, y simboliza lo que la sociedad rechaza. De ahí su restricción en nichos estigmatizados con alta vulnerabilidad social, como la prostitución, que se encuentran poco protegidos por el aparato jurídico.

William Simon y John Gagnon sugieren que lo que denominan guiones sexuales, entendidos como una sintaxis operativa para la puesta en escena de la sexualidad, puede ser descompuesto a nivel intrapsíquico en un elenco de personajes, para enfrentar materiales incongruentes que permitan darle coherencia a una identidad (Simon y Gagnon, 1999: 33). Esta idea sobre la posibilidad de disociación entre prácticas, símbolos e identidades sexuales individuales, permite explicar la convivencia entre relaciones homoeróticas y la afirmación de total heterosexualidad que exhiben algunos de estos trabajadores. De esa forma, el contacto entre varones puede cargarse de significados extrasexuales y circunscribirse a una operación laboral o mercantil. Como ha señalado Denis Altman (1999: xiii-xiv), al desestabilizar las estructuras normativizadas de los papeles sexuales, se suele caer en la tentación de considerar el comercio sexual masculino como una simple transacción económica, carente de otros significados sociales. Estas otras dimensiones no pueden ser entendidas si no se examinan los protocolos culturales que cargan de sentido los límites sociales de los cuerpos y la cualidad performativa de la mise-en-scène del género.

 

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Notas

1 La perspectiva construccionista descarta los esencialismos y considera que todos los aspectos de la vida humana, aun los considerados más dependientes de imperativos biológicos (como el cuerpo y la sexualidad), responden a contenidos sociales que son adquiridos por el individuo mediante el proceso de enculturación. El sustrato biológico haría referencia a potenciales humanos que requieren de la acción social para su definición y desarrollo (Córdova, 2003; Foucault, 1991; Padgug, 1999; Weeks, 1993, 1998, entre otros).

2 Devereux (1973: 71) afirma que ""toda sociedad lleva consigo no sólo aspectos ''funcionales'' por los que afirma y mantiene su integridad, sino también un cierto número de creencias, dogmas y tendencias que contradicen, niegan y minan no sólo las operaciones y estructuras esenciales del grupo, sino que a veces incluso su propia existencia "".

3 El término mayate es una voz de origen náhuatl que hace referencia a los escarabajos estercoleros. En el contexto de este estudio se aplica como clara alusión al coito anal (Córdova, 2003).

4 En uno de los escasísimos estudios sobre identidad sexual en varones casados que tienen prácticas bisexuales, James Malcolm (2000) sugiere que el fenómeno de bisexualidad u heterosexualidad defensiva, que consiste en mantener una identidad pública de tipo heterosexual y suscribir deseos privados de tipo homosexual, es una manera de protegerse contra el estigma social vinculado con la orientación homoerótica. Esta figura permite entender por qué resulta tan difícil abordar en un trabajo sobre sexoservicio masculino a la otra parte de la relación: los clientes.

5 Para un análisis de la transición del modelo de cuerpo unitario al de dos cuerpos inconmensurables véase Thomas Laqueur, 1994.

6 Es necesario aclarar que transgénero es un término paraguas para definir una comunidad social y política que incluye transexuales, transgéneros, travestis y otros grupos de 'género variable' como drag queens y kings, lesbianas butch, así como mujeres trans que 'pasan'. 'Transgénero' también se ha usado para referirse a todas las personas que expresan el género de maneras no asociadas tradicionalmente con su sexo, se identifiquen o no con el sexo de su nacimiento" (Whittle, 2000: 65. La traducción es mía).

7 Siguiendo la idea de no linealidad entre género y sexualidad, no toda persona trans posee una orientación homosexual.

8 Citada en Jesús Pretelín, 2002.

9 ''De nacimiento''.

10 Esta concepción patologizante se encuentra también en otros espacios, por ejemplo, en el American Psychiatric Association's Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, cuarta edición (1994), se afirma que la identificación persistente con el otro género es un desorden demostrado "por síntomas como un deseo manifiesto de ser del otro sexo, una simulación frecuente del otro sexo, el deseo de vivir o de ser tratado(a) como del otro sexo o la convicción de tener los sentimientos y actitudes típicos del otro sexo" (DMS-IV, en Bordan y De Ricco, 1997, p. 156. La traducción es mía).

11 Como ha sido documentado por Herbert Daniel y Richard Parker respecto de las zonas marginales donde existe la tolerancia hacia los individuos transgénero, "dentro de este mundo (que es también el mundo de la prostitución femenina, el narcotráfico, la homosexualidad y la prostitución de los michés más esporádica ([prostitutos viriles]), dado el frecuente prejuicio y la discriminación, para los travestis casi no hay abierta otra opción para ganarse la vida que la prostitución; como resultado, casi todos los travestis se involucran rápidamente en la prostitución como su actividad primaria" (Daniel y Parker, 1993: 91. La traducción es mía. Véase también Kulick, 1996).

12 Es de destacar que la tolerancia hacia el afeminamiento, acompañado o no de travestismo, ofrece variaciones según la región o grupo étnico donde se presente (véanse, por ejemplo, Alonso y Koreck, 1999: 274; Miano, 1999), y de dicha tolerancia dependerá la existencia de otras opciones laborales para los individuos transgénero.

13 Tanto la perspectiva reglamentarista como la abolicionista promueven en mayor o menor grado la idea de que la prostitución es inmoral y peligrosa, no para las y los trabajadores sexuales, sino para la sociedad. Por su parte, la legalización consideraría al sexoservicio como un trabajo común y corriente, gobernado por las leyes del mercado y sujeto a la legislación laboral (Brants, 1998: 622-623).

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