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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.3 no.26 Guadalajara nov. 2007

 

En la mira

Huellas de la misoginia

María Eugenia Suárez de Garay1 

1 Profesora-investigadora del Centro de Estudios de Género de la UdeG. México. Correo electrónico: marulanda24@hotmail.com.

Caballé, Anna. Una breve historia de la misoginia. Antología y crítica. Lumen, Barcelona: 2006.


La misoginia no es una enfermedad de nuestros días, sino que posee una apretada y lejana historia. Decía André Glucksmann, filósofo francés, que “el odio más largo de la historia, más milenario aún y más planetario que el del judío es el odio a las mujeres”. Anna Caballé recoge esta idea en su magnifica antología Una breve historia de la misoginia. Y es que Caballé al abordar la historia de la misoginia en España o, mejor dicho, la representación literaria de la misoginia -desde la edad media hasta el siglo XVI, el periodo barroco, el siglo XVIII, el XIX y el XX- y ofrecer textos testimoniales del desprecio, odio y descalificación de las mujeres, confirma las huellas que ha dejado la misoginia explícita en tantas y tantas obras y autores clásicos en la pervivencia del pensamiento misógino en la sociedad española de hoy, no sólo por parte de los hombres sino también de las mismas mujeres.

Anna Caballé, en la introducción de su libro, da cuenta del desdén con el que se ha tratado la literatura escrita por mujeres y constata los innumerables signos de la involución actual que cree ver en la imposibilidad de superar el androcentrismo dominante, adscribiéndose de esta manera al pesimismo actual sobre la evolución del feminismo. Y aunque ciertamente la misoginia literaria es un reflejo de las distintas variantes en la consideración peyorativa de la mujer, ha jugado un papel preponderante en la legitimación de una marginación histórica. De ahí que mencione dos hechos que en España permitan sostener esta tesis de la involución: la violencia contra las mujeres que se mantiene y la forma exponencial en la que han crecido los espacios que fomentan la obsesión femenina por el aspecto físico. Por ello, con cierta voluntad vindicativa, dedica este ensayo a las mujeres jóvenes de hoy y les dice “para que sepan lo que se dijo y aun se dice de ellas”.

El libro reúne por capítulos a los grandes misóginos medievales -Don Manuel, Jaume Roig o Pere Torroella, pasando por los Siglos de Oro, Quevedo-, el siglo XIX hasta llegar al XX, donde aparecen textos de autores como Ortega y Gasset, y otros contemporáneas de Gabriel Albiac o Francisco Umbral. Caballé parte de la edad media, justo en la época de florecimiento del ideal del amor cortés, donde se vitupera a las damas en los poemas de juglares más populares. Con la novela La Celestina, de Fernando de Rojas, según señala la autora, la figura de la alcahueta sin escrúpulos alcanza su máximo esplendor. El capítulo tres, “Donde hay rosas, hay espinas”, Caballé lo dedica a Francisco de Quevedo y a Baltasar Gracián. Del primero sorprende su abrumador desprecio por las prostitutas y por las mujeres con deseos de “aculturarse”. Y del segundo, su fijación con esa idea demoníaca que atribuía a las mujeres. En ambos casos, sus ideas y perturbaciones son bastante corrientes, pero por desgracia parece que siguen vigentes en muchas mentes hasta el momento en que escribo estas líneas.

El capítulo cuatro, titulado “Petulantes y petimetras”, está dedicado al siglo XVII, tiempo de la ilustración, época en que se debate con cierta seriedad sobre la presencia femenina en los espacios sociales. Para la autora se trata de una época que marca un punto de inflexión entre los antiguos prejuicios sobre la inferioridad de la mujer y sus nuevas exigencias en todos los ámbitos vitales: “Las mujeres siguen siendo objeto de reflexión hostil y de crítica, pero ahora se trata de abordar situaciones prácticamente inéditas que tienen que ver con determinadas aspiraciones femeninas, vinculadas a una clase aristocrática y mundana -las madames o petimetras- que se erige en principal motivo de las sátiras masculinas” (Caballé, 2006: 184). Sobre todo porque se les atribuye la responsabilidad de la decadencia de las costumbres y el “endeudamiento de las familias a causa del gasto excesivo que supuestamente contraen en su arreglo personal” (Idem.). Sin embargo, las peculiaridades del contexto desencadenan a su vez escritos en defensa de las mujeres. Así el siglo se abre con la Defensa de las mujeres, de Feijoo, redactado entre 1725 y 1727 y se cierra con otras dos defensas, esta vez escritas por dos autoras ilustradas, Josefa Amar e Inés Joyes.

Sin duda alguna, el siglo XIX representó un retroceso respecto al anterior. Si en el siglo XVIII se impuso, aunque fuera en las clases altas y aristocráticas un ideal de la mujer mundana e inteligente, en el XIX deviene “objeto (y víctima) de un nuevo y necesario arquetipo” (Ibid.: 237). Ahora se le pide sumisión, resignación, recato, domesticación: “sin su colaboración a todos los niveles de la vida doméstica no hay verdadero hogar (burgués)” (Idem.). De ahí que la abnegación se convierta, en muchos de los escritos, el modelo natural de actuar en la vida y en función de esa nueva concepción de la mujer hay que prever y juzgar su comportamiento.

En este vasto recuento de la misoginia no se salva nadie. Por ello a ratos no resulta tan agradable leer esta antología, sobre todo si se contempla que hay que enfrentarse con la devastadora misoginia de autores que se consideran de “grueso calibre”. Por ejemplo, Miguel de Unamuno escribe “Una señora o señorita en un salón, en un baile, en una solemnidad, en un palco de teatro, no me interesa absolutamente nada; interésame, sí, cuando vuelve a ser ama de casa, mujer de su hogar o trabajadora de su campo”. Destacan o ¿desalientan? las palabras de Alfonso X el Sabio, que consideraba a la mujer “Confundimiento del hombre, bestia que nunca se harta, peligro que no guarda medida”, o de Gregorio Marañón, “En todas las que han dejado un nombre ilustre en la historia, se pueden descubrir los rastros del sexo masculino”; o del mismo Quevedo, que dice de la mujer “Es bueno cuando está en la sepultura”. Asimismo las de Pío Baroja, “La mujer actual elegante no tiene vida interior ninguna. Parece que el poco cerebro que tenía se le ha evaporado. Lo único que le queda fuerte es la religión, pero como una ramificación del egoísmo. Como la mayoría creen que después de la muerte se va a volver a vivir, se quieren preparar un sitio confortable para más allá; lo mismo que se piensa en invierno en la villa que se va a alquilar en verano”.

Respecto a la misoginia de las propias mujeres, también hay de todo. Mujeres complacientes con el sistema, como el caso de Pilar Primo de Rivera que declaró: “las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios a inteligencias varoniles”, o un comentario de la escritora Carmen Martín Gaité que arranca con un contundente: “La influencia de las mujeres, ¡qué sarta de mentiras!”. O los juicios de Almudena Grandes, “Entre las escritoras de mi edad hay muchas que son unas petardas, que van llorando por ahí, convertidas en unas pobres chicas tiernas a las que los críticos quieren tocar el culo y se sienten acosadas sexualmente, y reclaman apoyo por ser chicas. Para aclarar mi postura, diré que hay pocas mujeres en las que se pueden detener los libros de literatura”. ¿Traiciones de género, frivolidades rentables en el mercado mediático o guiños de ironía femenina jugando al equivoco? Sea como sea, lo cierto es que Caballé hace una denuncia crítica de la misoginia de estas mujeres de manera precisa y acertada con la selección de sus citas, justo en estos tiempos donde la hegemonía del discurso masculino “feministamente correcto”, y su hipocresía, lo inundan todo.

Una breve historia de la misoginia tiene un gran valor en términos de cultura literaria, pero quizás su más grande aportación es la valentía crítica con que su autora se lanza a este recorrido peculiar, itinerario contra fémina ilustrado con citas de las letras hispánicas que sin duda nos ayuda a comprender una realidad que ha ensombrecido la vida de tantas mujeres al teñirla de prejuicios y estereotipos. Dice Oliver Sacks, el famoso escritor americano, que recordar es siempre reconstruir, no reproducir. De ahí que en este camino insidioso y sinuoso que nos está tocando vivir no está de más recordar esta breve historia de la misoginia.

Anna Caballé es especialista en géneros biográficos, profesora de literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Barcelona. Entre sus obras destacan La vida escrita por las mujeres (Lumen); Francisco Umbral: El frío de una vida (Espasa-Calpe); y Carlos Castilla del Pino: cinco conversaciones sobre la psiquiatría, la felicidad, la memoria, los libros (Península).

* María Eugenia Suárez de Garay. Doctora en antropología social. Profesora-investigadora del Centro de Estudios de Género de la UdeG. Correo electrónico:marulanda24@hotmail.com.

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