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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.3 no.23 Guadalajara jul. 2006

 

En la mira

Los fundamentos de la palabra

Martín Reyes Pérez1 

1 Profesor-investigador de la Universidad de Guadalajara. México. Correo electrónico: ainirav@cencar.udg.mx

Saettele, Hans. Palabra y silencio en psicoanálisis. UAM-Xochimilco, México: 2005.


El libro de Hans Saettele invita, y tal vez exige, varias lecturas. En mi caso, lo he recorrido en tres ocasiones, dicho lo cual me embarga la duda sobre la propiedad de una afirmación tal cuando se trata de presentar un libro.

Mencioné la palabra “recorrido” porque creo que es la indicada para describir el vínculo que establecí con el texto de Hans Saettele, psicoanalista, doctor en filosofía, con especialidad en lingüística y literatura por la Universidad de Zurich y actualmente adscrito al departamento de educación y comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana, institución responsable de la edición del libro: he deambulado en sus páginas, he trazado en él varias trayectorias.

Nos encontramos ante un libro complejo, escrito cuidadosamente y soportado por una amplia investigación bibliográfica, y a cuyo respecto podría resultar conveniente establecer de entrada lo que no es.

Así, habría que decir que el libro de Hans no es un manual, alguna especie de “introducción” al psicoanálisis lacaniano; tampoco se encuentran en sus páginas consignas de fácil memorización, las que cumplen el papel de “santo y seña” de nuevas grupalidades o bien del grano de arena que hace posible la coagulación de la identidad.

En sus páginas no se hace semblante de poesía y tampoco se acuña un nuevo psicoanalismo, esa especie de evangelio, ya denunciado por Robert Castel, que predica el advenimiento de la “peste” psicoanalítica, de la necesaria “revolución” que habría de afincarse en los divanes para desde ahí marchar por las anchas avenidas de la historia con mayúscula.

Si se enfoca el diseño general, las pretensiones del autor, el entramado de los argumentos, podríamos decir que el libro de Hans Saettele es una problematización de las cuestiones medulares del psicoanálisis: la discursividad que le es propia, el deseo y la falta, la clínica en el campo del lenguaje, el silencio como fundamento de la palabra.

No hay frases hechas en este libro: es un libro conciso, compacto y, sin embargo, abierto en todas sus costuras a la discusión contemporánea. Tal vez en esto último resida la impresión de “dificultad” que uno se forma al dar los primeros pasos en la lectura, pues las referencias del autor no circulan en nuestro medio, sea porque no se han traducido, sea porque son prácticamente inaccesibles en bibliotecas o librerías.

Al recorrer el libro, uno puede hacerse una idea precisa de los vectores que cruzan el campo del psicoanálisis, así como de los temas que se investigan y discuten en Europa y en nuestro país.

Por sus páginas desfilan filósofos, poetas, escritores, psicoanalistas en un abanico que va de los autores que podemos designar, a falta de una palabra mejor, como “consagrados” -Kant, Nietzsche, Heideeger, Celan, Pessoa, Foucault, Proust, Freud, Lacan- hasta aquellos otros que, como él mismo, se encuentran comprometidos de cuerpo entero en la investigación psicoanalítica.

El autor traza, desde la perspectiva que es propia del psicoanálisis, lo que Foucault llamaba un “diagnóstico del presente”: encontramos señalamientos e indicaciones que apuntan a dar cuenta de esa “otra” cara de la clínica que es la reflexión sistemática en torno a lo que Freud designó como “el malestar en la cultura”.

En nuestra época, nos dice el autor, quien sigue en ello a Sergio Benvenuto, el “principio del placer” -a su vez reducido a un “principio de gusto”-, adquiere el carácter de “nuevo superyo de la modernidad” y en tanto tal deviene, cosa que la melancolía muestra, en el “obstáculo más pernicioso para el goce”. De manera paradójica -llega a ocurrir-, agrega párrafos adelante, ahora retomando a Charles Melman, que al diván del psicoanalista concurren cada vez con más frecuencia sujetos que hablan de su “atrapamiento en un goce en exceso” y ya no para encontrar una salida “y no la neurosis, a la conflictiva inherente al deseo”. Así las cosas, en la modernidad lo que peligra es precisamente el deseo, que viene a ser desplazado sea por el goce, sea por el “buen gusto”.

La primera parte, titulada “La región de la sexualidad”, está consagrada a desplegar el proceso de “mostración del deseo en lo triple del placer”, lo que implica destacar la posición de heterotopía que el deseo ocupa en relación con “lo triple del placer”.

Retomando a Jean-Claude Milner, el autor establece que “la sexuación se puede ahora pensar como el esfuerzo de anudamiento entre los tres términos que el sujeto de la modernidad tiene que llevar a cabo y el malestar freudiano como efecto de la imposibilidad para realizar los anudamientos entre dos términos sin la exclusión del tercero”.

“Lo triple del placer” es un trío de conceptos que permiten al autor indagar en el campo de la historia de la sexualidad; el triple está compuesto por placer, acto sexual, amor. Hans Saettele trata de pensar los resortes del “malestar freudiano”, que consistiría en la imposibilidad de anudar dos sin excluir al tercero: sea placer y acto, lo que lleva a tomar el placer sexual como patrón medida de todos los placeres, sea amor y placer, lo que garantiza la emergencia de los placeres amorosos, no necesariamente ligados al acto sexual, sea el amor y acto sexual, de donde surge el significante de la vida sexual feliz, que paradójicamente excluye al placer mismo.

Podemos referirnos, para citar un ejemplo de este anudamiento de dos con la exclusión del tercero, a la operación llevada a cabo por Octavio Paz en uno de los libros donde aborda la cuestión del erotismo, La llama doble, texto en el que el poeta anuda el placer -que él llama erotismo- con el amor (tal sería la “llama doble”) excluyendo tajante al acto sexual, al que de plano califica de “animal”.

El diagnóstico del malestar en la cultura llevado a cabo por Saettele, le permite situar las coordenadas que hacen posible y necesaria la práctica del psicoanálisis: habrá que reconocer, de entrada, la universalidad de la exclusión de uno de los tres términos para luego dedicarse sistemáticamente a “hacer aparecer el término eludido”, lo que implica ubicar los cortocircuitos, las fallas en el anudamiento, así como poner en cuestión la prisa del sujeto en “mantener unidos los términos restantes”.

En esta primera parte, el autor distingue la “historia de la sexualidad” a la manera de Foucault con aquella que interesa al psicoanálisis. Habría que anotar, en principio, que para el filósofo el abordaje del sujeto consiste en lo que podríamos llamar el proceso de “subjetivación”; es decir, en la constitución de un sujeto en el campo que le abre la experiencia de su apresamiento en las redes del poder y el saber y que en cambio, para el psicoanálisis, lo esencial se centra en la “proyección sobre los hechos culturales”, digamos la literatura y las artes, de la noción de sujeto que acá se delimita como sujeto del lenguaje, imagen del cuerpo, cuerpo real. Mencionado esto, queda claro que el “sujeto” que aborda el filósofo y el psicoanalista es muy distinto: para el primero es una flexión, un punto de fuga en el dispositivo del saber-poder; para el psicoanálisis, en cambio, el sujeto es real, en el sentido en que Descartes lo extrae de la articulación significante, es decir, una nada, un vacío y, en tanto tal, anudado a una imagen corporal y a un cuerpo real.

Pero también aquí encontramos una vía para distinguir el campo que es propio del psicoanálisis de aquella modalidad de ejercicio del poder, en la cual Foucault inscribe al psicoanálisis, y que es la biopolítica.

En el tercer apartado, “La puesta en discurso”, el autor analiza la discursividad que es propia del psicoanálisis, y de esa manera muestra en forma puntual y rigurosa que la relación dialógica que define su discursividad, aunada a la “suspensión radical de las pretensiones de validez por la regla fundamental”, hacen posible que el psicoanálisis se distinga radicalmente del dispositivo de la confesión que, como se sabe, es el eje que articula, según la lectura arqueológica, al psicoanálisis con el dispositivo de la sexualidad.

Pero antes, en la segunda parte, “La cuestión de la escritura”, encontramos otro camino para tomar posición con respecto a la crítica foucaldiana: el psicoanálisis no toma partido por una “sexualidad ruidosa y manejada por el poder”, lo que en modo alguno implica que se inscriba en la “tendencia irrefrenable, constitutiva de toda cultura, de sustraer a la palabra para dejarla en el silencio”.

La reflexión que Saettele nos invita a hacer, particularmente en este apartado en el que aborda la cuestión de la escritura desde una perspectiva eminentemente clínica, consiste en destacar que “el silencio es apoyo ontológico para el momento y se podrá decir que sostener la relación del silencio en la palabra es la posición enunciativa ética originaria que hay en la palabra”.

Por esta vía, Hans Saettele se ve llevado a considerar la poesía, en particular al poeta del silencio, a Paul Celan, pues en el acto de la escritura poética se lleva a cabo “el trabajo de sostenimiento del silencio en relación con la palabra”; el silencio no es una capacidad, digamos la de callar, y tampoco se reduce a la falta de efectuación de un acto de habla: el silencio está en el fundamento de la palabra. De ahí que cobre relevancia “preguntarse cómo el fundamento de la palabra está siendo afectado por procesos que operan sobre el sujeto del lenguaje en su relación con la imagen del cuerpo y con el cuerpo real”.

En este punto, el autor enfoca tres entidades clínicas que muestran cómo el silencio puede llegar a equivaler a una “velación constante del objeto”; es decir, a un proceso en el que “un real imposible parece hacer retorno en el lugar del silencio para siderarlo”.

Este término, sideración, bien podría hacer las delicias de los astrólogos, con poco que recordemos que el verbo de base es “el latín siderari, estar marcado por una influencia maligna de los astros”, si bien sideratus significa, en la medicina, “marcado de apoplexia, paralizado”; pues bien, considerando la sideración melancólica, autista y psicosomática del silencio, Saettele pone de relieve la “dimensión estructural” del silencio en la “interacción dialógica” llamada psicoanálisis.

Foucault señala, en el primer tomo de su Historia de la sexualidad, que el psicoanálisis forma parte de esa voluntad de poder, característica de Occidente, que se encamina a hacer hablar al sexo, en producir confesiones, en diseminar en el cuerpo focos de excitación y puntos de anclaje del podersaber. En cambio, la lectura del texto de Saettele, quien no se refiere en este punto de manera explícita a Foucault, nos permite sostener que el método y el diálogo clínico que son propios del psicoanálisis no se inscriben en el juego de lenguaje llamado confesión, pues en lugar de coaccionar al sujeto a poner en palabras su deseo de sexo, el método psicoanalítico parte de “la especificidad de lo escrito en su relación con el lenguaje y la palabra”, en la medida justamente en que “la cuestión de la escritura se coloca en el campo del silencio”, ya que ella, la escritura, nos hace ver “cómo es posible algo así como un decir desde el silencio”.

Estas consideraciones valen, antes que nada, como testimonio de los recorridos que he llevado a cabo en el texto de Hans Saettele. Podemos incluso decir que esta presentación no es otra cosa que el piano que se coloca en un puente; “porque un puente [dice el Libro de Manuel, escrito por Cortázar], aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen, un puente es un hombre cruzando un puente. Una de las soluciones es poner un piano en ese puente y, entonces, habrá cruce. La otra, tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí para que haya cruce”.

Si el libro de Hans Saettele, Palabra y silencio, admite ser leído varias veces es, sencillamente, porque es un “puente hacia y desde algo”, es un hombre leyéndolo. Queden estas palabras, entonces, como un mero pretexto para que usted cruce, recorra, deambule por este libro-puente.

* Martín Gabriel Reyes Pérez. Psicoanalista, profesor-investigador de la Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: ainirav@cencar.udg.mx

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