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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.3 no.21 Guadalajara jul. 2005

 

En la mira

El maternalismo en los movimientos de mujeres en América Latina

Anayanci Fregoso Centeno1 

1 Investigadora del Centro de Estudios de Género-UdeG. México. Correo electrónico: anayancif@yahoo.com

Luna, Lola G.. Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política. Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad, Universidad del Valle, La Manzana de la Discordia, Santiago de Cali: 2003.


Los artículos que se presentan reunidos en este libro nos permiten reconocer las preocupaciones que han dado vida al trabajo de la historiadora española. Si bien a lo largo de estos últimos quince años ha repensado algunas de sus primeras afirmaciones, como ella misma lo dice, esto se puede ver en los artículos que aquí se publican, que muestran una mayor reflexión y madurez en los temas que la ocupan. Interesada por la historia de América Latina, Lola G. Luna centra su trabajo, como lo explicita el título del libro, en tres temas: la renovación de la historia política, los movimientos de mujeres en Latinoamérica y el género, y cómo estos grandes temas se relacionan en el contexto latinoamericano en general y en el caso colombiano en particular. Aunque cuando se refiere a los movimientos de madres contra la violencia, toca también el caso de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina; el grupo Comité de Madres Arnulfo Romero (Comadres), en el Salvador; y las Madres de Héroes y Mártires, de Nicaragua.

La autora comienza señalando la poca incorporación de la literatura sobre historia de mujeres en la historiografía, y asegura que esto se debe a la desconfianza de los historiadores por los estudios que tienen a las mujeres como sujeto protagonista de la historia, lo que ha provocado que la historia de mujeres sea todavía hoy vista de manera parcial; la demanda que la historia de mujeres hace de nuevas categorías de análisis y nuevos marcos teóricos para el estudio, y la desestabilización de la disciplina misma a partir de estas nuevas propuestas analíticas que exigen, asimismo, que las viejas categorías -vigentes todavía para el análisis de la historia política- se transformen en función de los nuevos conflictos, sujetos sociales, para que así puedan realmente ser útiles a las nuevas perspectivas de análisis de la historia. Se refiere concretamente a las categorías de política y economía como las dos grandes perspectivas que por más de cien años han regido el análisis de la historia política, pero que contemplan al hombre como sujeto único de la historia, en correspondencia con los roles tradicionales de género socialmente asignados. Asimismo, han sido categorías que han estado por encima de cualquier otra; lo que Luna propone es que éstas sigan siendo consideradas en el análisis sobre movimientos sociales de mujeres, pero que se crucen con otras categorías como género, raza y clase, con la misma importancia.

Si hoy nos puede resultar evidente la necesidad de cambiar, de repensar, lo que se entiende por política y economía, porque en su sentido tradicional han dejado fuera las formas políticas de relacionarse propias de las mujeres -en relación con las instituciones, los movimientos sociales, con el poder-, Lola G. Luna incita, siguiendo las propuestas del posestructuralismo, a deconstruir dichas categorías para alcanzar a ver las distintas manifestaciones políticas de los “nuevos” sujetos de estudio. Sobre la historia social, asegura que la historia de mujeres consigue develar el maniqueo que entraña la frontera entre lo público como espacio político masculino, y lo privado como lo estrictamente doméstico femenino, según la definición de política en términos tradicionales. Y siguiendo el concepto de poder según Foucault, Luna hace énfasis en que los espacios de la vida cotidiana en los que las mujeres han sido protagonistas son también políticos, y les han permitido a éstas poner en circulación el poder, tejer constantemente nuevas redes que, evidentemente, después ejercitan en relación con los hombres, las normas y las instituciones.

Lola G. Luna afirma que si bien se ha avanzado en el sentido de entender el género como las relaciones sociales entre hombres y mujeres, alejados ya de la perspectiva esencialista que naturalizaba estas relaciones, no se ha conseguido del todo entender lo poderosa que resulta ser la parte política que guarda la definición propuesta por la historiadora Joan Scott sobre el género, ésa que entraña relaciones de poder y que jerarquiza a los géneros. Y, en ese sentido, asegura que si bien muchos movimientos sociales de mujeres se deben abordar dentro de lo que hoy llamamos estudios de género, son también fenómenos que deben estudiarse en términos políticos en el sentido más amplio.

Luna hace hincapié repetidas veces en cada uno de sus artículos en que no se podrá incluir de lleno a las mujeres en el relato histórico mientras las categorías de política y de economía no las contemplen, desde la base de sus definiciones, como sujetos que participan activamente en la política, pero de maneras distintas a los hombres.

Y es apoyados en el género como pueden diferenciarse estas otras formas de hacer política de las mujeres. Para ello propone enfocar el análisis de género en lo político, siguiendo la categoría de análisis propuesta por Joan Scott, que reconoce al género “no sólo como roles sociales o relaciones sociales, sino más profundamente, como un campo primario en donde se articulen relaciones de poder y significados establecidos a partir de la diferencia sexual”.

Siguiendo la propuesta de abordar las diferentes luchas de las mujeres en América Latina con una perspectiva de género, aparece el feminismo llamado de la primera ola, que surgió en las décadas de los treinta y cuarenta en el contexto de los gobiernos populistas y que tuvo su esplendor en la conquista del voto para las mujeres. Ya en estos primeros grupos de mujeres, llamadas sufragistas, aparece el maternalismo como un arma transformadora para las mujeres, que les posibilita la salida a la vida pública cobijadas bajo el rol de género, construido culturalmente como la definición máxima del ser mujer: el ser madres y, en ese sentido, visto como natural y sagrado, características que no podían ser interpeladas ni por los hombres ni por las instituciones. Así, estas mujeres despliegan el maternalismo en su beneficio, dándole un uso social y político y, contrariamente a lo que sucedía en la esfera doméstica, este maternalismo transformador posibilitó, entre otras cosas, que las mujeres en América Latina consiguieran el voto. Después, con el feminismo de la segunda ola, que aparece en el continente en la década de los setenta como respuesta a las dictaduras y los gobiernos autoritarios, se sigue usando el maternalismo como arma transformadora, aunque para estos años hay también posiciones feministas más radicales; algunos de los movimientos de mujeres de las tres últimas décadas del siglo XX que han enarbolado la bandera del maternalismo han ido más allá que el primer feminismo, han conseguido trastocar distintos planteamientos en torno a las normas políticas y de género.

Las Madres de la Plaza de Mayo, por ejemplo, no sólo desvelan el autoritarismo y la violencia cometida por la dictadura argentina, sino que también muestran la inoperancia de los distintos organismos internacionales sobre derechos humanos que no han conseguido castigar el genocidio y los crímenes cometidos contra la humanidad. O las Madres de las Delicias que han conseguido mediar en los conflictos entre guerrilla y gobierno colombianos mejor que las propias instituciones encargadas de hacerlo.

La perspectiva del maternalismo para abordar los movimientos sociales de mujeres en América Latina, el uso que las instituciones hacen de ésta para seguir jerarquizando el género y no ver a las mujeres como gestoras de sus propias vidas, ya no solamente como víctimas, es poderosa y Lola G. Luna lo demuestra exitosamente. Porque además insiste en desgranar de las categorías de maternalismo, género y política, las posibilidades para entender -y cuestionar- las relaciones entre hombres y mujeres, mujeres e instituciones, mujeres y familia, en contextos históricos determinados, para problematizar la idea preconcebida de que las mujeres no se apropian del poder y de que no son capaces de desplegarlo.

* Doctorante en recuperación de la memoria en América Latina por la Universidad de Barcelona. Investigadora del Centro de Estudios de Género-UdeG. Correo electrónico: anayancif@yahoo.com

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