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Economía, sociedad y territorio

versión On-line ISSN 2448-6183versión impresa ISSN 1405-8421

Econ. soc. territ vol.14 no.46 Toluca sep./dic. 2014

 

Reseñas

 

Causas y posibles soluciones de la desigualdad en la sociedad desde la percepción de Joseph E. Stiglitz

 

Causes and possible solutions to inequality in society from the perspective of Joseph E. Stiglitz

 

Eduardo Morales

 

Stiglitz, Joseph E. (2012), The price of inequality, Allen Lane the penguin press, London, 414 pp., ISBN: 978-1-846-14693-0.

 

Recibida: 4 de marzo de 2014.
Aceptada: 12 de marzo de 2014.

 

Se ha iniciado en el medio académico de Estados Unidos un movimiento opuesto a la ortodoxia sobre el funcionamiento del sistema político y económico. Joseph E. Stiglitz (Premio Nobel de Economía, 2001) figura como un representante de ese movimiento a través de sus investigaciones editadas, destacando su más reciente publicación a la que se alude en el título de la presente reseña.

Stiglitz deja entrever con claridad su rebeldía académica en contra del marco jurídico, político y económico vigente en su país. Las afirmaciones están fundamentadas con más de 650 citas de fuentes fidedignas, apoyadas con entrevistas a representantes de los movimientos sociales y políticos de oposición del Norte de África, Europa y en especial los Indignados de España y Occupy Wall Street en el vecino país del norte.

Estados Unidos, afirma, ha dejado de ser el territorio de la igualdad de oportunidades, porque 1% de la sociedad con mayor poder adquisitivo ha moldeado el sistema político y económico conforme a sus intereses, propiciando con ello inestabilidad e incertidumbre. El autor responsabiliza al sector financiero de los problemas que aquejan a ese país, pero reconoce que todavía puede hacerse mucho para mejorar al sistema financiero, a fin de que se apoye a la economía sin someter a toda la sociedad a excesivos riesgos.

La crisis financiera de 2008-2009, opina el autor, fue el momento apropiado para introducir reformas sustanciales, pero fueron truncadas por los intereses políticos y económicos de quienes favorecen el status quo. Un sistema financiero sano y estable funciona mejor para la sociedad, pero se requiere que los políticos y los reguladores financieros enfoquen su interés en ella, para lo cual se necesita voluntad política.

En este texto que se reseña, México se cita en varias ocasiones, pero los comentarios al respecto no son muy afortunados; también se comenta sobre países que están logrando un desarrollo económico y social. Se reconoce que el autor no pretende generalizar la problemática de Estados Unidos en el resto de la comunidad internacional donde prevalece el sistema de mercado, pero resulta evidente que numerosos problemas son comunes.

En el primer capítulo El problema de Estados Unidos con el 1 por ciento, el autor afirma que la crisis financiera de 2008-2009 erosionó el sueño americano, el de la tierra de las oportunidades, al aumentar la concentración del ingreso en el 1% más rico de la población, con respecto al periodo 2002-2007. Los rasgos principales son: la pérdida de patrimonio y el estancamiento de los sueldos y salarios, lo cual acrecienta la inestabilidad política y el surgimiento del populismo.

La preocupación dominante de Stiglitz es la desigualdad en Estados Unidos, atribuida a las distorsiones del mercado, porque los incentivos están dirigidos a apropiarse de la riqueza de otros, en vez de crear nueva riqueza. Sólo así se explica por qué la familia propietaria de Walmart detenta la riqueza equivalente a la del 30% más pobre de la sociedad.

Apoyado en datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de 2011, Estados Unidos ha dejado de ser el territorio de la igualdad de oportunidades. La población estadounidense ubicada en la línea de la pobreza representa 37%, formando parte del incómodo grupo de países como España (40%), México (38.5%) y Corea (36%).

El deterioro en las oportunidades llega al campo de la educación: los niños exitosos escolarmente y que forman parte de los segmentos pobres de la población tienen menos posibilidades de graduarse que los niños de ingresos altos; a las instituciones académicas de prestigio sólo acude 9% de estudiantes de familias de ingresos bajos, mientras que 74% provienen del 25% del segmento más alto de la sociedad (presumiblemente el restante 17% son estudiantes extranjeros).

También la desigualdad de oportunidades se puede apreciar a través del origen étnico; en el periodo 2005-2009 las familias blancas perdieron en esos años 16% de su patrimonio, mientras que las familias afroamericanas 53% y las familias hispánicas 66%.

Estados Unidos, opina Stiglitz, ya no puede verse como el modelo a seguir para el resto del mundo, los niveles de desigualdad son los más altos entre los países industrializados de economía de mercado. Según un dato contundente de Naciones Unidas, la tasa de desarrollo humano, que mide ingreso, salud y educación en 2011, Estados Unidos figuró en la posición 23, detrás de casi todos los países europeos. La explicación es sencilla: los países europeos, especialmente los nórdicos, ofrecen educación universal y salud a sus ciudadanos.

Ha sido un mito el desregular la economía y reducir el tamaño del Estado; los hechos son contundentes. El sector financiero ha contribuido a la actual desigualdad de la sociedad, en particular durante la crisis 2008-2009. Nadie en el sector financiero lo ha negado. Además, el sistema fiscal en Estados Unidos es regresivo. Los sindicatos fuertes que habían desempeñado un papel importante en reducir las desigualdades han sido moldeados por la política.

En el segundo capítulo La búsqueda de la renta y haciendo una sociedad más desigual, el autor señala que la inequidad no sólo sucedió, sino fue creada. Las fuerzas del mercado hicieron su papel, pero no actuaron solas; las fuerzas y los intereses políticos hicieron su labor.

Hay dos formas de enriquecerse: crear riqueza o apropiarse de la riqueza de otros de manera abusiva. Esto equivale al juego suma cero, cuando unos pierden otros ganan. Los gobiernos no corrigen los fracasos del mercado porque están convencidos de que es infalible; no entienden que la mano invisible de Adam Smith tiene que ser ayudada para obtener mejores resultados para la sociedad.

Ante esto, el sector financiero ha procurado con toda intención que los errores del sistema de mercado no se corrijan puesto que no están interesados en que se establezcan mejores reglas para ser más competitivos el verdadero propósito está orientado a que el sector sea más redituable. Esto explica que el sector financiero sea cada vez menos transparente, ya que le favorece mantenerse en la opacidad, pretextando el secreto bancario y la privacidad de la información.

Los dueños de los bancos tienen una enorme red de firmas consultoras dedicadas al cabildeo, a fin de persuadir a los legisladores para que no sean objeto de mayores regulaciones. Al referirse a los hombres de negocios, sostiene que en el fondo no quieren más competidores porque disminuye la rentabilidad; para ello promueven decisiones que favorecen la formación de monopolios o cuasi monopolios. En otros términos, no buscan ser más eficientes.

Existen múltiples formas para enriquecerse, entre ellas: recibir del Estado concesiones a precios excesivamente bajos. El ejemplo más común es otorgar a una empresa el monopolio de un invento por un periodo de tiempo. El autor sostiene que el verdadero objetivo del sistema es redistribuir el dinero de la sociedad a favor de los inmensamente ricos y las corporaciones. Cada vez que el gobierno otorga concesiones, derechos o facilidades a cambio de nada, no se necesita ser un genio para llegar a ser rico.

Stiglitz sostiene una tesis controvertida al afirmar que los países más desiguales son los que tienen más recursos naturales (Estados Unidos, México, Brasil, Venezuela, entre otros). Por el contrario, son más igualitarios los que carecen de recursos naturales (Noruega, Finlandia, Alemania, Lituania, entre otros). Sin embargo, Noruega tiene recursos naturales abundantes y es una de las sociedades más igualitarias.

Por otro lado, en el capítulo tercero Los mercados y la desigualdad, Stiglitz afirma que Estados Unidos es una sociedad desigual y esa inequidad va en aumento, a menos de que se haga algo para impedirlo, agregando que tarde o temprano quienes toman las decisiones más importantes en ese país se darán cuenta de que una sociedad desigual no funciona eficientemente, por lo que no será estable ni sostenible.

El sistema de mercado está enmarcado por leyes, regulaciones e instituciones, por lo que los mercados tienen diferentes consecuencias distributivas. Estados Unidos trabaja para favorecer al 1% de la sociedad con mayor poder adquisitivo y, en consecuencia, 99% trabaja con desventaja.

La globalización sin restricciones o una excesiva integración a la economía mundial contribuyen a la creciente desigualdad. Se sostiene además que las instituciones financieras de Estados Unidos favorecen la libre movilidad del capital, logrando que dicho país sea el líder de los derechos del capital sobre los derechos de los trabajadores. Los dueños la riqueza demandan aún más derechos a favor de la libre movilidad dentro y fuera del país. Sin embargo, los dueños del dinero se oponen a las leyes que exigen más transparencia y rendición de cuentas, lo cual permitiría conocer los abusos que cometen en la prestación de los servicios de crédito y la banca.

Al referirse al FMI, se destaca lo que ha sido vox populi: el Departamento del Tesoro de Estados Unidos orienta las políticas de esa importante institución internacional al favorecer los recortes al presupuesto en naciones con problemas financieros. Estos lineamientos conducen a los problemas de recesión y depresión económicas. Por otra parte, enfatiza lo que ya había expresado el autor en otro de sus libros, Globalization and its Discontents, al mencionar que la globalización sin límites lástima a la población ubicada en el segmento inferior de la sociedad, debido a los recortes presupuestarios, en especial, el gasto social.

México es objeto de una afirmación bochornosa, al aseverarse que los países asiáticos se han beneficiado enormemente del sector exportador que les ha permitido disponer de recursos para la educación pública y para reinvertirlo en la economía, generando más empleo. El autor añade que existen grandes perdedores, citando el caso de los agricultores de maíz en México, quienes han visto reducir sus ingresos al tiempo que Estados Unidos subsidia a los productores del maíz con el fin de bajar los precios en el mercado mundial.

Han quedado atrás los tiempos en que Franklin Roosevelt promovió la sindicalización de los trabajadores. Ahora los grupos conservadores de Estados Unidos (republicanos), promueven el debilitamiento de la sindicalización porque perciben que los sindicatos son una fuente de rigidez e ineficiencia. Esta posición conservadora se abandera en el nombre de la flexibilidad y la libertad.

Los grupos más adinerados de la sociedad estadounidense tienen una tasa impositiva promedio mucho más baja que el resto de la población. La tasa impositiva media en 2007 para las 400 familias más ricas de Estados Unidos fue solamente de 16%, en lugar de 20.4% para el resto de la sociedad.

Otra forma de visualizar lo injusto del sistema fiscal es el que se refiere al tratamiento de las empresas que invierten en el exterior a través de subsidiarias. Las ganancias que obtienen estas empresas no son objeto de impuestos en Estados Unidos y sólo se gravan cuando ese dinero es introducido al país. De esta manera, se crean empleos en el exterior pero no en el país donde se origina la inversión.

Stiglitz afirma en el capítulo cuarto, Por qué es importante, que Estados Unidos está pagando un alto precio por la enorme y creciente desigualdad, pero se tiene que hacer algo. La clase media, especialmente la de bajos ingresos, pagará el precio por la creciente desigualdad. Las sociedades muy desiguales no funcionan eficientemente porque no son estables ni sustentables en el largo plazo, en particular cuando un grupo de la sociedad detenta demasiado poder económico e influye en las políticas que adopta el gobierno que casi siempre le benefician.

El autor se opone con firmeza a la idea que sostiene que la desigualdad es buena para el crecimiento. Por el contrario, advierte que cualquier cosa que se haga en contra de la inequidad, como elevar los impuestos a los ricos, beneficiaría a la sociedad.

El FED (Sistema de la Reserva Federal), por razones ideológicas, parece desconocer las ventajas de reducir los impuestos al sector más pobre de la sociedad o el de realizar mayores gastos en infraestructura. Por esas mismas razones, en el FED se piensa que los mercados operan de manera eficiente y que no es posible una nueva burbuja financiera porque existen correctores automáticos.

Para demostrar sus afirmaciones, el autor recuerda que varias decenas de millones de familias pensaron que estaban siendo más ricos de lo que habían sido. En un año, cerca de un millón de millones de dólares fueron tomados en préstamos hipotecarios, los cuales se orientaron al gasto en consumo, pero la burbuja hipotecaria fue destructiva al dejar a decenas de millones de familias casi en la ruina financiera; un número considerable de estadounidenses perdieron sus casas y muchos más enfrentarán una vida con problemas financieros.

En Una democracia en peligro, capítulo quinto, el autor opina que las modernas teorías sobre política y economía consideran que los resultados de los procesos electorales tienen que reflejar los puntos de vista del promedio de los ciudadanos, y de ningún modo el de las élites; sin embargo, las urnas electorales muestran las discrepancias entre lo que quiere la mayoría de los electores y lo que lleva a cabo el sistema político, el cual funciona sobre la base de un dólar un voto.

El sistema de mercado en Estados Unidos está diseñado por la política, la cual determina las reglas económicas, mismas que, a su vez, están diseñadas para favorecer a 1% de la sociedad con mayor poder adquisitivo. Cuando las relaciones dentro de la sociedad se colapsan, crece la desilusión y los ciudadanos pierden la confianza. Actualmente, Estados Unidos y, desde luego, numerosas sociedades enfrentan la desilusión y la desconfianza.

Stiglitz introduce en su análisis el concepto de capital social que incluye los factores que contribuyen a la buena gobernanza tanto del sector público como del sector privado. El capital social descansa en la confianza, de manera que las personas pueden sentir certidumbre cuando son tratadas con dignidad y justicia. A partir de ese momento se devuelve esa confianza a la otra parte. La credulidad es el elemento que mantiene la cohesión de la sociedad; cuando ésta se pierde la sociedad es disfuncional.

En años recientes, Estados Unidos ha tenido una importante erosión de la confianza debido principalmente al sector bancario. Lo saben todos aquellos que fueron víctimas de la banca de inversión en la pasada crisis financiera y en las prácticas abusivas de los créditos y las comisiones de las tarjetas de crédito.

Nadie duda de la importancia de un mercado de bienes y servicios competitivos, por lo que también debiera ser importante un mercado de ideas competitivas. Esto último ha sido deliberadamente distorsionado porque la sociedad no tiene acceso a la información que necesita para conformar un juicio, debido al sesgo que introducen los medios de comunicación y aún el gobierno.

Otra forma de visualizar los peligros que acechan a la democracia es el que se refiere a la práctica ampliamente conocida de apoyar con dinero a un candidato para un puesto de elección popular, lo cual representa una forma de orientar su opinión en torno a un propósito determinado. La percepción ciudadana identifica estos actos como corrupción, lo cual propician que se pierda la fe en la democracia. En estas circunstancias, el sistema político basado en una persona un voto ha sido cambiado para favorecer los intereses del 1% de la población.

La desilusión entonces se refleja en una menor participación política, especialmente en los grupos de ingresos más bajos de la sociedad. El autor cita que en las elecciones presidenciales recientes en Estados Unidos la participación ciudadana fue en promedio de 57%, pero en las elecciones para diputados en años no relacionados con elecciones presidenciales ha sido en promedio de 37.5%. La desilusión es aún mayor en el electorado joven, especialmente después de la crisis financiera 2008-2009, con 20%, lo cual explica el movimiento conocido como Occupy Wall Street.

La mayoría de la sociedad estadounidense percibe ahora que es esencial reformar el sistema político, partiendo de la reforma del sector financiero a fin de que responda a los deseos de la mayoría de la población, reduciendo la influencia del poder político del dinero. El autor refuerza sus apreciaciones retomando una afirmación de Paul Krugman la cual refiere que "la extrema concentración del ingreso es incompatible con una verdadera democracia" .

Desde la perspectiva del autor, la globalización es conducida por 1%, a través del cual se evaden impuestos y se erigen en personalidades distinguidas a los titulares de los corporativos. En la globalización los países excesivamente endeudados han perdido el control de su destino, habiéndolo cedido a los acreedores, dueños del dinero y, en ocasiones, a países.

El FMI representa a los acreedores, como ocurrió recientemente con Grecia, donde el Banco Central Europeo y la Comisión Europea están dictando los parámetros de su política económica y la designación de gobernantes tecnocráticos, no elegidos por la sociedad. Si el país no trabaja en la dirección que dictan los mercados financieros, entonces las agencias de calificación crediticia rebajan el nivel de su solvencia. Los mercados financieros logran entonces su propósito.

Para Stiglitz la tesis de la libre movilidad de los capitales entre países sólo beneficia al sector financiero. Dicha liberalización no promueve el crecimiento económico, pero acrecienta la inestabilidad y la desigualdad. Al no contar con la total simpatía de algunos gobiernos sobre la propuesta de la libre movilidad de los capitales, el sector financiero no se ha frenado y ha llegado a instancias como la Organización Mundial de Comercio para forzar la liberalización de los mercados financieros.

El poder de las ideas es el poder suave de Estados Unidos, basado en un sistema educacional que forma líderes de otros países, con el propósito de que implementen esa forma de pensar. Así, Estados Unidos ha ejercido por largo tiempo su influencia. Sin embargo, el autor reconoce que el modelo estadounidense está perdiendo su prestigio. La credibilidad está declinando porque se percibe que el dinero compra a los políticos y éstos instrumentan políticas que acrecientan la desigualdad.

Inicia el autor, en el capítulo sexto 1984 está con nosotros, con el planteamiento: ¿Cómo una democracia basada en una persona es igual a un voto, 1% fue capaz de moldear las políticas a su favor? Entre las explicaciones figura el limitado conocimiento del problema de la desigualdad. La mayoría desconoce que 20% de la sociedad estadounidense con el más alto ingreso tiene 85% de la riqueza.

Se desconoce que la desigualdad ha aumentado en los últimos diez años. Igualmente, se reconoce que las percepciones y las creencias de la sociedad son moldeables y muestran la facilidad en que se pueden cambiar nuestras opiniones.

En la sociedad estadounidense ha permeado la idea de que mercado es el camino hacia un mayor bienestar, sin considerar que éste es también la ruta para expoliar al consumidor a través del poder monopólico, o para explotar al prestatario carente de información financiera por medio de prácticas que si no son ilegales, lo deberían ser.

Durante la multicitada crisis económica, el sector financiero estadounidense moldeó las percepciones de la sociedad con el objetivo de salvar a los bancos, pretextando que así también se salvarían la economía y los empleos. Los rescates financieros ejercidos por el Estado con recursos provenientes de la sociedad redimieron tanto a los bancos como a los banqueros, los accionistas y los tenedores de los bonos de los bancos. El autor afirma que nunca en la historia de la humanidad muchos habían dado mucho por tan pocos, que ya fueron demasiado ricos, sin pedir nada a cambio.

Los rescates financieros que supuestamente estaban dirigidos a la recapitalización de los bancos, que hubiera significado más financiamiento para la sociedad, desafortunadamente no sucedieron. El dinero de los rescates se fue para pagar los bonos a los banqueros, dejando a un lado la recapitalizaron de los bancos. La percepción de la sociedad ha sido que el comportamiento de los banqueros fue desleal e injustificado.

Una situación similar ocurrió con el estallido de la burbuja hipotecaria, en la cual millones de propietarios de viviendas se encontraron con severas dificultades al adeudar más por sus casas que el valor de las mismas. Por ello, la percepción de la mayoría de la sociedad sigue siendo que los rescates financieros fueron indeseables. La percepción generalizada consiste en que el gobierno y los bancos no hicieron lo suficiente a favor de los propietarios de las casas; millones de esos propietarios las perdieron.

Sostiene Stiglitz que existe una batalla ideológica dentro de Estados Unidos que afecta el papel del gobierno. Por un lado, están los que piensan que los mercados funcionan bien y que la mayoría de los fracasos son del gobierno. Los grupos conservadores exigen reglas de juego correctas que son aquellas que dan ventajas o favorecen a los grupos ricos, pero que perjudican al resto de la sociedad.

Otra manera de visualizar la posición conservadora es la siguiente: los mercados siempre funcionan y los gobiernos siempre fracasan. El sesgo ideológico de los grupos conservadores pasa por alto que los bancos dañaron severamente a la economía global con hipotecas riesgosas y tóxicas, que a su vez afectaron a la sociedad, especialmente a los grupos vulnerables.

Los gobiernos son instituciones creadas por humanos, y todos ellos, como las instituciones que crean, son falibles. Los gobiernos fracasan del mismo modo que los mercados. Los grupos conservadores intencionalmente omiten que los éxitos de China obedecen en buena medida al papel sobresaliente del gobierno. En países de alto nivel de ingreso y bienestar como los nórdicos, los gobiernos han tenido un rol sobresaliente.

El binomio liberalización/desregulación, clave en las exigencias del sector financiero, no va acompañado con la exigencia a favor de la transparencia y rendición de cuentas. La opacidad se hizo evidente con los fracasos y escándalos de empresas como la petrolera ENRON en 2001. Los grupos conservadores se oponen a las regulaciones en campos como la contaminación ambiental, el trabajo infantil, el soborno de empresas para conseguir favores comerciales, abusos a los derechos humanos, por citar algunos.

Stiglitz sostiene, en el capítulo séptimo ¿Justicia para todos? Cómo la desigualdad erosiona el Estado de Derecho, que la percepción cada vez más generalizada en la sociedad de Estados Unidos es que se necesita un Estado de derecho más fuerte.

¿Por qué se necesita un Estado de derecho? Porque en cualquier sociedad una persona que puede lastimar a otros tiene que enfrentar las consecuencias de sus acciones, a fin de evitar el riesgo de crear un incentivo perverso en la sociedad. A este respecto, el autor presenta el episodio de la burbuja hipotecaria de 2008, ocasión en que los bancos realizaron operaciones financieras imprudentes y abusivas, donde prevaleció la opacidad y el fraude que pusieron al sistema económico al borde del colapso. Los bancos hicieron uso de su enorme poder político para neutralizar cualquier acción orientada a introducir medidas regulatorias para proteger al usuario del crédito de las prácticas abusivas.

Stiglitz una vez más arremete contra los bancos al referirse a la Ley de Quiebras de Estados Unidos (Bankruptcy Law), afirmando que dicha legislación involucra, por un lado, al acreedor (el banco) y, por otro, al deudor (persona o empresa). En una situación en que el deudor no puede pagar lo que adeuda, las nuevas disposiciones de la ley de quiebras favorecen invariablemente a los acreedores (durante la crisis financiera reciente ocho millones de familias perdieron sus casas).

Se entiende que todo Estado de derecho es perfectible; sin embargo, los bancos han sabido encontrar los huecos jurídicos de esta situación. Se cita la tesis de los bancos denominada " Too big to fail" (demasiado grande para fracasar), en la cual los grandes bancos saben que si sus políticas operativas y financieras son excesivamente riesgosas, tienen la certeza de que serán rescatados por el Estado.

También saben esos bancos que, por sus dimensiones, si alguno de ellos incurre en delitos financieros, las autoridades competentes no les exigen trasparentar sus operaciones por el peligro de crear una atmósfera de desconfianza en la sociedad que perjudique al sistema económico. Los delitos financieros, según el autor, no son sancionados; basta señalar que ningún alto funcionario de esas instituciones se encuentra en la cárcel.

Por lo anterior, la desigualdad en la sociedad no se resuelve a través de un Estado de derecho más fuerte. Ahora, la demanda generalizada de la sociedad es la de Libertad y justicia para todos, donde están los dos valores supremos de la sociedad.

En el capítulo octavo, La batalla por el presupuesto, se menciona una vez más la multicitada crisis del 2008-2009, que, entre otros aspectos, provocó una caída sin precedente de los ingresos gubernamentales y el aumento del déficit de las finanzas y la deuda del gobierno. Se optó por el camino fácil, el de la austeridad, pasando por alto que el presupuesto y las políticas fiscales y de gasto también pueden conducir a promover el crecimiento y mantener bajo control las posiciones deficitarias de las finanzas gubernamentales.

Además, el autor considera que el Congreso estadounidense no ha dado la debida ponderación a las intervenciones militares en Iraq y Afganistán ni a las reducciones de impuestos a los grupos de altos ingresos, a los gastos controvertidos para desarrollar nuevas armas, así como la costosa renta que representó el programa gubernamental de compra de fármacos a empresas farmacéuticas, sin la debida negociación de precios, entre otros.

Asimismo, Stiglitz sostiene que el sistema fiscal en Estados Unidos está diseñado para favorecer a los dueños del capital. En 2003, el presidente George W. Bush redujo la tasa impositiva a los dividendos para situarla en un máximo de 15%, menos de la mitad de la tasa que se aplica a los ingresos por sueldos y salarios. Si de verdad fuera seria la decisión de reducir el déficit de las finanzas gubernamentales, simplemente sería a través del aumento de las tasas impositivas a los sectores de la población de altos ingresos, porque son ellos los que se llevan la tajada más grande.

Igualmente, existen otros caminos para corregir las finanzas gubernamentales como la eliminación de los tratamientos especiales, así como los subsidios a las grandes corporaciones. Asimismo, otra posibilidad es la introducción de impuestos más altos a las rentas, a los que contaminan el medio ambiente y los que explotan los recursos naturales que les pertenecen a la sociedad. Para el autor, las tasas fiscales para el sector financiero tienen que reflejar, en parte, los costos que repetidamente han impuesto al resto de la sociedad. Se advierte entonces que para Stiglitz es una falacia la tesis que aboga por recortes en los salarios y los presupuestos, mismas que no podrán restablecer la prosperidad de la economía.

La austeridad es uno de los peores mitos que enfrenta la sociedad. La historia ha demostrado que casi nunca ha funcionado, porque las recesiones económicas son causadas por la falta de demanda, de manera que cuando los gobiernos llevan a cabo recortes en el gasto público, éstos reducen aún más la demanda global y aumenta el desempleo. Otro de los mitos con respecto a la austeridad es que conduce de manera automática la confianza en la sociedad, pero, como es bien sabido, la credibilidad no se puede construir sobre mayor desempleo y más pobreza.

También es un mito equiparar la administración del presupuesto de una familia con el presupuesto de un gobierno. Las familias no pueden reformar la macroeconomía al gastar más de los ingresos que reciben; en cambio el gobierno sí lo puede hacer. Además, los recortes al gasto gubernamental disminuyen la demanda global y destruyen empleos, lo que no sucede con los recortes en las finanzas de un hogar.

El autor arremete una vez más contra los grupos conservadores de su país, quienes cometieron errores durante la crisis financiera, entre los que se mencionan: subestimar la profundidad y la duración de la crisis; pensar que el problema fundamental fue solamente financiero, sin considerar que las dimensiones del problema requería de cambios estructurales; e ignorar la creciente desigualdad y su impacto sobre lo que había sucedido antes de la crisis. La tasa de ahorros familiares promedio llegó a cerca de cero, llevando a las familias a un proceso de desahorro, inclusive ahorros negativos, entre otros.

En el capítulo noveno, Una política macroeconómica y un Banco Central por y para el 1% de la sociedad, el autor destaca que la responsabilidad más importante del gobierno es mantener la estabilidad global de la economía; sin embargo, no es suficiente con señalar de manera repetitiva que se encuentran bajo control la inflación, el precio de la moneda con respecto a otras monedas, los flujos comerciales y la inversión.

Existen otros datos igualmente importantes como el desempleo, la deserción escolar en cualquiera de sus niveles, el grado de morbilidad de la sociedad, la proporción de la sociedad por debajo de la línea de pobreza y la desigualdad económica y social de la población, entre otras. El autor enfatiza que la crisis es la evidencia irrefutable del colosal fracaso del enfoque conservador que tiene un enorme costo para la sociedad.

Según Stiglitz, la autoridad monetaria de Estados Unidos, la FED, pudo haber evitado los factores que llevaron a la crisis financiera 2008-2009, pero no lo hizo, permitiendo al sector financiero ser una vez más el ganador, acrecentando la desigualdad en la sociedad. La negligencia (o intencionalidad) de la FED ha derrumbado dos mitos: la lucha contra la inflación en los últimos 25 años ha sido la clave en la prosperidad económica, y la estabilidad económica de esos años se ha logrado por la independencia del Banco Central (FED).

La banca central tiene, igualmente, un nuevo enfoque basado en la tesis de la flexibilidad del mercado laboral, eufemismo para expresar que los salarios y prestaciones tienen que reducirse al mínimo para el trabajador. La política monetaria basada en tasas de interés bajas no ha conducido a la recuperación económica como se esperaba; por el contrario, ha estimulado la absorción de capital barato en detrimento del empleo.

Los rescates financieros promovidos por el gobierno para ayudar a las instituciones financieras se otorgaron sin la obligación de no interrumpir el flujo del crédito y capitalizar a los bancos. Los dueños de los bancos y los banqueros se asignaron bonos y acciones de los rescates, recursos que se otorgaron a tasas cercanas a cero, con los cuales compraron bonos del gobierno que rinden 3%, para después financiar al mismo gobierno con tasas superiores. En otros términos, un negocio redondo para los bancos.

Las autoridades monetarias de Estados Unidos contaron con los instrumentos jurídicos para instrumentar regulaciones al sector financiero, como la ley Dodd-Frank, que entró en vigor en julio de 2010, pero no tuvieron la intención de implementarla. El Comité del Senado, a su vez, fue el encargado de supervisar el mercado de los derivados (los productos financieros más riesgosos), emitidos por bancos con garantías del gobierno, pero tampoco fueron supervisados.

Respecto a la tesis de la independencia de los bancos centrales, el autor sostiene que ésta se ha erosionado por los mismos bancos centrales de Estados Unidos y Europa, al ser acorralados ideológicamente por el sector financiero. Por esta razón, el rescate de dicho sector no cumplió con la rendición de cuentas y la transparencia. Stiglitz reconoce que algunos gobernadores de la FED advirtieron oportunamente sobre las irregularidades del financiamiento al sector de la vivienda, pero fueron ignorados.

Aunque parece una insensatez, el autor afirma que el desempleo, y no la inflación, debería ser el objetivo central de la política monetaria. La inflación como objetivo central es una hipótesis cuestionable porque en el caso de Estados Unidos y Europa no ha sido éste el problema, sino la elevada tasa de desempleo.

La inflación no es una maldición a la que hay que combatir con todos los medios al alcance; es más bien un impuesto que perjudica más a los sectores de bajos ingresos, pero pregunta Stiglitz ¿qué prefiere un desempleado, un año más sin encontrar trabajo o tener uno o dos puntos de porcentaje más de inflación? También se pregunta ¿qué preferirán los millones de trabajadores que están contratados por medio tiempo o por horas? En cualquier democracia una institución pública, como se pretende es un banco central, debe rendir cuentas a la sociedad, especialmente cuando se toman decisiones fundamentales.

Hay una inquietante revelación sobre el rescate financiero de la AIG (compañía aseguradora más importante de ese país) que benefició principalmente a Goldman Sachs y a importantes bancos extranjeros, dejando al descubierto la falta de supervisión y de regulación de la FED, institución que rescató tanto a la banca estadounidense como a la extranjera. No debe sorprender entonces que la independencia de un banco central haya sido capturada por el sector financiero y, en consecuencia, adopte decisiones que representen los intereses de ese sector.

Stiglitz concluye, en el capítulo décimo El camino a seguir. Otro mundo es posible, que se han erosionado los sueños de prosperidad y de mejores niveles de vida para nuestros hijos, pero no por el sistema de mercado, porque hay países que están en peores condiciones, como también países que han sabido administrar adecuadamente sus retos. Estos últimos se caracterizan por tener economías más eficientes y sociedades más justas, donde los mercados son más competitivos, menos expoliadores y que atemperan los excesos.

Invertir más en la sociedad por medio de la educación, la tecnología y la infraestructura, proporcionando además seguridad a los ciudadanos, conducirá a una economía más eficiente y dinámica. En este escenario, ese 1% también se beneficia.

Desde el punto de vista del autor, una reforma económica sustancial aumenta la eficiencia, la justicia y las oportunidades: una buena parte del incremento de la desigualdad, como lo ha reiterado el autor a lo largo del libro, ha provenido del sector financiero, el cual toma demasiados y grandes riesgos.

Los bancos tienen que ser más transparentes en innovación financiera; las compañías emisoras de tarjetas de crédito y los bancos ya no deben implantar comisiones y recargos a su antojo, y se tiene que dificultar a los bancos imponer a la sociedad prácticas depredadoras de financiamiento. Igualmente, se propone frenar hasta donde sea posible el uso de bonos que incentiven a los banqueros a tomar excesivos riesgos, así como apresurar el cierre de los centros financieros conocidos como offshore o paraísos financieros, así como fortalecer y hacer más eficientes las leyes de la competencia.

También se propone reformar las leyes de las quiebras bancarias, procurando que dichas normas sean más amigables con los deudores. Otra de las preocupaciones del autor es finalizar con la práctica de los gobiernos de poner poca atención a los activos públicos porque son patrimonio de la sociedad.

Stiglitz identifica otras áreas donde es necesario realizar reformas fundamentales como las siguientes: finalizar con la carrera armamentista y democratizar el acceso a la justicia; crear un sistema fiscal más progresivo sin excepciones, procurando que la tasa impositiva para los especuladores sea al menos igual a la de los trabajadores que crean la riqueza; mejorar el acceso a la educación, especialmente a los grupos más desfavorecidos; fomentar el ahorro en la sociedad; otorgar sin excepción los servicios de salud; restablecer y mantener el pleno empleo; corregir los desequilibrios comerciales, intentando no vivir más allá de sus medios; la política cambiaria tiene que estar determinada por los flujos de entrada y de salida de capitales y, del mismo modo, los sistemas de pago con el exterior tienen que corregirse para no perjudicar a los exportadores e incentivar a los exportadores. Aboga el autor por una redefinición de las reglas de la globalización.

¿Hay esperanza?, se pregunta Stiglitz. Las reglas del juego han favorecido por largo tiempo a los bancos en detrimento de la sociedad. La cuestión es ¿se puede cambiar? Ese 1% más rico de la sociedad ha trabajado intensamente para convencer al resto que un mundo alternativo no es posible. Este mito ha sido destruido, ya que se puede tener una economía más dinámica y eficiente y una sociedad más justa. Estados Unidos es una democracia, pero no está reflejando el interés de las mayorías lo cual se traduce en el escaso apoyo al Congreso y la baja participación ciudadana en los procesos electorales.

Entre la población, el 1% tiene las mejores casas, la mejor educación, los mejores médicos y los mejores estándares de vida, pero hay algo que el dinero parece no ha comprado, la fe. Las reformas en el sistema político son impostergables; el sistema no puede trabajar si se está perdiendo el sentido de solidaridad comunitaria, cuestión que está dividiendo a la sociedad entre los que tienen y los que no tienen.

El autor destaca que la sociedad estadounidense no tiene el sentimiento de un destino compartido, de compromiso común con la justicia, sino que comparte la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero sólo en lo que se refiere a los derechos civiles, cuando debiera serlo también en cuanto a los derechos económicos.

 

Información sobre el autor:

Eduardo Morales. Mexicano. Maestro en economía por el Colegio de México y licenciado en economía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-investigador de El Colegio Mexiquense, A.C. Sus líneas de investigación son economía y cooperación internacional, integración europea, finanzas internacionales y asuntos monetarios. Entre sus publicaciones más recientes destacan, en coautoría: "La cooperación internacional para el desarrollo: camino difícil e inconcluso" en Carlos Garrocho-Rangel (coord.), El Colegio Mexiquense, A.C., Zinacantepec, pp. 241-278 (2010). "El euro y sus implicaciones internacionales", en Eduardo Morales (coord.), Las relaciones de México con la Unión Europea: retos y oportunidades, El Colegio Mexiquense, A.C., Zinacantepec, pp. 317-335 (2003); "La economía del Estado de México en el contexto del siglo XXI", en Eduardo Morales (coord.), La economía del Estado de México: hacia una agenda de investigación, El Colegio Mexiquense, A.C.-Gobierno del Estado de México, Zinacantepec, 501 pp. (2004); Una nueva visión de la política internacional de México. Relaciones con la Unión Europea, Universidad Iberoamericana-Plaza y Valdés, México, 200 pp. (1997); México hacia la Globalización, Diana, México, 491 pp. (1992).

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