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Economía, sociedad y territorio

versión On-line ISSN 2448-6183versión impresa ISSN 1405-8421

Econ. soc. territ vol.9 no.31 Toluca sep./dic. 2009

 

Artículos de investigación

 

Aglomeraciones productivas y territorio: en busca de una manera más holística de entender sus contribuciones al desarrollo

 

Productive conglomerations and territory: Searching for a more holistic view to understand their contributions to development

 

Víctor Ramiro Fernández-Satto, María Belén Alfaro-Re, Carina Lucila Davies-Vidal*

 

* Universidad Nacional del Litoral, Argentina. Correos-e: rfernand@fcjs.unl.edu.ar; mbalfaro@fce.unl.edu.ar; carinadavies@yahoo.com.ar.

 

Recibido: 27 de mayo de 2008.
Reenviado: 29 de mayo de 2009.
Aceptado: 3 de junio de 2009.

 

Resumen

En el presente trabajo se examinan las condiciones necesarias para convertir las aglomeraciones productivas en potenciales instrumentos de desarrollo, particularmente en contextos periféricos. Se presentan dos enfoques teóricos relevantes: la nueva geografía económica y los aportes que enfatizan los factores no económicos. Por último, se retoman dos contribuciones teóricas, la primera para comprender el comportamiento de las aglomeraciones productivas en la dinámica global capitalista, mientras que la segunda destaca la importancia de las trayectorias nacionales y el Estado nacional.

Palabras clave: aglomeraciones productivas, desarrollo regional, dinámica capitalista, trayectorias de dependencia, multiescalaridad.

 

Abstract

This paper examines the necessary conditions to transform productive conglomerations into potential development tools, particularly in peripheral contexts. We present two main theoretical viewpoints: the new economic geography and the contributions that emphasise non-economic factors. Finally, we retake two theoretical contributions, the first one in order to understand the behaviour of productive conglomerations under global capitalist dynamics, whereas the second one highlights the importance of national trajectories and the National State.

Keywords: productive conglomerations, regional development, capitalist dynamics, dependency trajectories, multi-scale.

 

Introducción

Al menos en los últimos 20 años, uno de los hechos más novedosos tanto en los enfoques teóricos vinculados con el análisis y la formulación de estrategias de desarrollo, como en los procesos para comprender las transformaciones socioeconómicas e institucionales, es el posicionamiento de las regiones como nodos estratégicos (Sabel, 1994; Ohmae, 1995; Castells y Hall, 1994; Scott y Storper, 2003). Junto con ello destaca la apelación a las aglomeraciones productivas (AP) como elementos centrales para dar cuenta de los fundamentos de ese reposicionamiento.

Sin embargo, esa convocatoria no ha quedado circunscrita a un ejercicio académico, sino que, de la mano de la difusión de los conceptos de clusters, distritos industriales, sistemas regionales de innovación y regiones de aprendizaje, ha servido de plataforma para alimentar las políticas de desarrollo regional y local y, más genéricamente, las de competitividad tanto en los países centrales como en los periféricos. Innumerables gobiernos nacionales, instituciones (como la Unión Europea) y organismos supranacionales de asesoramiento y políticas (por ejemplo, la OCDE, 2001, el BM1 y el BID)2 han apelado a esos conceptos y, con ello, al papel de las AP como instrumentos estratégicos para alentar o implementar esas políticas (Fernández et al., 2008).

Atento a este exigente papel que asumen, de manera creciente, los procesos de aglomeración productiva en la configuración del territorio,3 el presente trabajo pretende poner en discusión en qué medida las aglomeraciones pueden ser instrumentos idóneos para fomentar el desarrollo integral e integrador de una región –principalmente en un contexto tan desigual como el latinoamericano– desde una perspectiva holística que supere el análisis localista e intraterritorial. Para cumplir con este propósito el trabajo se estructura sobre las siguientes preguntas:

a) ¿Cuáles son los dispositivos teóricos más relevantes que han dado fundamento a este posicionamiento estratégico de los procesos de aglomeración?

b) ¿Son esos dispositivos teóricos convergentes o plenamente complementarios entre sí? ¿Qué aspectos los diferencian?

c) ¿Son todos ellos consistentes al momento de presentar una perspectiva/estrategia de desarrollo para el escenario latinoamericano y para los países periféricos en general?

d) ¿Bajo qué condiciones/contextos pueden o podrían las AP transformarse en un instrumento efectivo para contribuir a esa perspectiva o estrategia de desarrollo territorial?

Con el propósito de responder a las interrogantes planteadas, el trabajo consta de tres partes. En la primera, y en relación con la pregunta uno, presentamos de forma resumida dos cuerpos de aportaciones que, más allá de las heterogeneidades internas y la evolución particular, dan cuenta de dos perspectivas diferentes para el análisis y fundamento de los procesos de aglomeración. Para los objetivos del presente trabajo, nos centramos de manera exclusiva en esas contribuciones, aunque debe aclarase que ello no necesariamente agota ni las investigaciones existentes ni las discusiones posibles en torno a la función de las AP como instrumentos de desarrollo. En primer lugar evaluamos la contribución devenida del campo de los economistas, ligada a la nueva geografía económica I (NGE I), para luego complementar nuestra respuesta marcando las aportaciones diferentes y al mismo tiempo críticas surgidas de un cúmulo de contribuciones provenientes –de manera dominante pero no exclusiva– de los geógrafos económicos, que conforman la nueva geografía económica II (NGE II).4

En la segunda parte analizamos el contraste de estas perspectivas que, además de que nos permiten visualizar las heterogeneidades que se encuentran en esos enfoques regionalistas e identificar las debilidades que esconden ambos enfoques, aporta una plataforma útil para encarar la tercera interrogante del trabajo. Mediante su respuesta vemos las limitaciones que tales perspectivas presentan –y fundamentalmente las expresadas en la NGE II–, debido al progresivo cerramiento localista e intraterritorialista adoptado por la propuesta, al momento de ofrecer un instrumento de desarrollo integral e integrador.

Finalmente, en la tercera parte, y para responder a la cuarta interrogante, ofrecemos algunos insumos alternativos y necesarios para recolocar a las AP en un escenario teórico y operativo más realista y consistente que les permita operar como instrumentos de desarrollo para las macro y micro regiones periféricas. Para avanzar en dicho desafío retomamos la demanda de algunos geógrafos económicos respecto de recuperar el análisis de las AP emprendido por las NGE (I Y II) en el marco de las dinámicas, transformaciones y efectos que conforman el sistema capitalista.

Esto lo hacemos mediante la recuperación de dos cuerpos teóricos que, aunque diferentes, son complementarios para el análisis holístico propuesto, y dentro de éste para la consideración –comparada– de las AP posicionadas en la periferia latinoamericana y en el este asiático.

Un primer enfoque (3.1) contribuye a analizar las AP en las especificidades del sistema capitalista, considerando las desigualdades que surgen en las mismas en el contexto de las dinámicas contradictorias de ese sistema y sus formas de resolver las tendencias a las crisis. En este sentido examinamos las asimetrías entre y dentro de dichas aglomeraciones emergentes a partir de las estrategias espaciales –globales– del capitalismo.

Un segundo enfoque (3.2), de matriz institucionalista, marca la función que cumplen las trayectorias nacionales y, en ellas, el Estado nacional en la dinámica estructural que presenta el anterior enfoque de contribuciones, para configurar escenarios globales menos vulnerables para las AP. Retomando los principales elementos de las trayectorias nacionales de las experiencias del este asiático, de manera contrastante con América Latina, se presentan lineamientos esenciales para constituir una plataforma diferenciadora desde la cual pensar una contribución efectiva de las AP para un desarrollo integral e integrador inserto en una estrategia nacional.

Por último, realizamos una muy breve revisión de los resultados, que esencialmente intenta dar cuenta de los vectores a incorporar en la investigación (y en las políticas) sobre las AP, el territorio y sus vínculos con el desarrollo.

 

1. Dos perspectivas de la nueva geografía económica para el análisis de las AP

A partir de la crisis del régimen de acumulación fordista y del keynesianismo, diversas contribuciones académicas intentaron posicionar las regiones y –junto a ellas– los procesos de aglomeración productiva como instancias estratégicas para operar en el contexto de profundización del proceso de globalización y de consolidación de la economía del conocimiento. A continuación se exponen de manera resumida las principales aportaciones de dos enfoques teóricos relevantes que contribuyeron a dar fundamento a ese reposicionamiento desde dos perspectivas diferentes. La primera contribución proviene del campo de la economía, la nueva geografía económica (NGE I), y la segunda, la nueva geografía económica II (NGE II), conformada por un grupo de geógrafos, sociólogos y economistas que no pertenecen a la corriente dominante. A partir del análisis comparado de ambos enfoques, intentaremos identificar las debilidades que éstos presentan a la hora de elaborar estrategias de desarrollo para los escenarios periféricos.

1.1. Las aglomeraciones productivas en la geografía de los economistas

A fines de la década de los ochenta comienza a surgir, particularmente por medio del economista Paul Krugman, una corriente autodenominada nueva geografía económica, la cual intenta explicar la formación de una gran diversidad de formas de aglomeración en el territorio. Para tal fin, la NGE I ha rescatado elementos provenientes de distintos autores y escuelas teóricas, recuperando la importancia de viejas ideas, ya conocidas entre los geógrafos, aunque no lo suficientemente analizadas.

Esta corriente toma como punto de partida los enfoques de localización espacial de clara inspiración neoclásica, sobre todo los modelos espaciales elaborados por Von Thünen (1966), Weber (1929), Christaller (1966) y Lösch (1954), quienes intentaron analizar la disposición geográfica del mercado considerando los factores de producción y los costos de transporte generados por la distancia entre los mismos. Sin embargo, la NGE I desplaza de manera cualificadora el instrumental de análisis geométrico al que se reducen los aportes de la localización, por un análisis matemático que le permite modelar y estilizar su argumento.

Asimismo, su concepción de espacio también la aproxima a la teoría neoclásica, concibiendo éste como un fenómeno estático, que contiene elementos económicos y sin posibilidades de adecuarse a las transformaciones sociales de los diferentes países (Ramírez, 2001).

Ahora bien, distanciándose de la teoría de la localización desarrollada en un escenario de competencia perfecta y rendimientos constantes, la NGE I logra superar las limitaciones técnicas existentes para modelar la relación entre competencia imperfecta y rendimientos crecientes (Krugman, 1991b), a partir de introducir elementos de la teoría del comercio internacional. Su preocupación reside específicamente en este último tipo de relaciones comerciales, aunque plantea que la mejor manera de comprender cómo funciona la economía internacional es comenzar con el análisis de lo que sucede dentro de un país. En consecuencia, argumenta que gran parte del comercio es resultado de una especialización arbitraria basada en la existencia de rendimientos crecientes en un escenario de competencia imperfecta (Krugman, 1991a), a lo que contribuye la incorporación del modelo Dixit-Stiglitz, que permite explicar la competencia imperfecta (Dixit y Stiglitz, 1977). A su vez introduce, de la teoría del comercio internacional, el modelo de transporte planteado por Samuelson (1954), donde los costos de transporte se incluyen en el bien enviado (Krugman, 1991a; Fujita y Krugman, 2004).

La recuperación de estas contribuciones se complementa con otras que provienen, por un lado, de la heterodoxia del desarrollo, con la noción de causalidad circular acumulativa desarrollada por Myrdal (1959) y, por otro, mediante la noción de eslabonamientos de Hirschman (1958), lo que cuestiona las asunciones ortodoxas.

A partir de los principios de causalidad circular acumulativa (Myrdal, 1959; Kaldor, 1957, 1962), Krugman (1991a) elabora el modelo centro-periferia, reconsiderando el argumento por el cual un suceso histórico y accidental es capaz de generar una serie de cambios que contribuyen a reforzar el sentido (centrípeto o centrífugo), en el cual se inició el proceso. Este círculo vicioso/virtuoso excepcionalmente se puede revertir por cambios exógenos, ya que el reforzamiento del movimiento inicial es propio de la lógica interna con la cual el proceso se desarrolla, limitando la existencia de mecanismos compensadores (Myrdal, 1959).

En este sentido, la NGE I pone particular énfasis en los eslabonamientos hacia delante (el incentivo de los trabajadores de estar cerca de los productores de bienes de consumo) y hacia atrás (el incentivo de los productores de concentrarse donde el mercado es mayor) que reforzarían el proceso de concentración (Hirschman, 1958), y permitirían que la región con mayores ventajas continuara atrayendo la localización de los agentes económicos en detrimento del área menos favorecida.

Esta corriente articula todo estos aspectos, tanto los que provienen de la teoría neoclásica como los de la heterodoxia, por medio de los modelos matemáticos, herramientas que otorgan a este enfoque el calificativo de novedoso. Resultado de esta original combinación de elementos, sus aportaciones, y principalmente los de Krugman, analizan la dinámica generada por la interacción de los factores que potencian –fuerzas centrípetas– y que desalientan –fuerzas centrífugas– los procesos de aglomeración espacial mediante el modelo centro-periferia. Entre las primeras (petas) –y recuperando nuevamente las contribuciones del enfoque neoclásico– destacan las tradicionales fuentes externas de economías marshallianas: las externalidades derivadas de la difusión del conocimiento, las ventajas de la densidad de los mercados de cualificaciones especializadas y los encadenamientos hacia delante y hacia atrás (Marshall, 1890). No obstante, se sostiene que la concentración económica también puede generar efectos adversos, como el aumento de la renta de la tierra o la congestión, fuerzas que impulsan la desaglomeración (fugas). En definitiva, según Krugman, la aglomeración surge cuando los efectos centrífugos son menores en relación con las fuerzas centrípetas, y donde la historia juega un papel muy importante.

El campo modélico que sintetiza a la NGE I pretende dar respuestas esenciales acerca de los factores incidentales en la localización espacial de las actividades económicas y, al mismo tiempo, ilustrar el modo en que las interacciones entre rendimientos crecientes a nivel de empresa, costos de transporte y movilidad de factores, pueden hacer que los procesos de concentración se refuercen o debiliten.

Si bien los fundamentos de la NGE I hacen una fugaz mención a la presencia de los factores no económicos, como el conocimiento, la cultura y las normas sociales, y admiten que están muy en boga en geografía (Fujita y Krugman, 2004), su relevancia se relativiza, ya que tales aspectos no constituyen un modelo formal matemático que permita incluirlos en el análisis que los economistas hacen de las aglomeraciones.

De esta novedosa y compleja combinación de elementos sobre la cual la NGE I construye su argumento y las modelizaciones, resultan dos aspectos que la distancian de la teoría neoclásica: a) la posibilidad de múltiples equilibrios, donde la historia es la que determina cuál de las muchas estructuras posibles es la que surge; y b) una topografía irregular y espacialmente no simétrica, que la diferencia de la convergencia asumida por la perspectiva neoclásica (Barro y Sala-i-Martin, 1995).

No obstante esos resultados y las diversas fuentes teóricas, la NGE I persiste en un alineamiento con aspectos esenciales del enfoque neoclásico, principalmente en el argumento de la búsqueda individual de la maximización de los beneficios económicos, lo cual restringe su capacidad de penetrar en las dinámicas y variables acciones no económicas que vinculan al espacio con la economía.5

Precisamente uno de los aspectos más originales del argumento de Krugman para explicar los fundamentos de los procesos de aglomeración, fue entrelazar elementos provenientes de diversas teorías (Ottaviano y Thisse, 2005). Toma como punto de partida los enfoques teóricos espaciales de base neoclásica para reintroducir la dimensión espacial en la economía, pero luego se distancia de los mismos y da lugar, por un lado, a un gran espectro de contribuciones teóricas pretéritas, heterogéneas y diferentes entre sí y, por el otro, a aspectos más actuales de la economía que lo aproximan a los enfoques heterodoxos.

Ahora bien, ¿son sólo los sujetos individuales maximizadores de las ganancias –separados de la cultura, la historia, el poder y las instituciones– los que modelan las relaciones entre la economía y el espacio? La respuesta no se puede encontrar en la NGE I, que fiel a las corrientes dominantes de la economía intentó explicar y fundamentar los procesos de aglomeración productiva, centrada exclusivamente en los aspectos económicos, pero alcanza una explicación parcial en el conjunto de aportes que configuran la NGE II, como veremos enseguida.

1.2. Las aglomeraciones productivas en la economía de los no economistas6

En forma paralela a lo desarrollado por la NGE I, se configura una segunda corriente teórica significativa: la NGE II, que analiza los procesos de aglomeración desde una postura diferenciada, a partir de la relevancia otorgada a los factores no económicos. Si bien es sobre este último aspecto que se fundamentan y convergen las contribuciones de la NGE II, es posible identificar una heterogeneidad de enfoques dentro de este cuerpo teórico.

Entre los trabajos pioneros que sirvieron de base para el desarrollo de esta corriente, se encuentran, por un lado, los de Piore y Sabel (1984), que proponen un nuevo modelo de especialización flexible como alternativa a la crisis del fordismo. Para ello recuperan los estudios de caso de diversas aglomeraciones (como los distritos industriales italianos, Baden Wuttemberg, entre otros) como la más clara demostración empírica de sus postulados teóricos, y por medio de los cuales sería factible generalizar esta estrategia de producción desde aquellas experiencias exitosas fuertemente arraigadas en un contexto institucional específico, hacia otros escenarios socioterritoriales. Por otro lado, encontramos las aportaciones de la Escuela Californiana (Scott, 1988; Scott y Storper, 1987) que, a partir de la combinación de elementos de la Escuela de Regulación y el enfoque de los costos de transacción, enfatizan las ventajas estáticas proporcionadas por el desarrollo combinado de procesos de desintegración vertical del trabajo al interior de la empresa, y una división social del trabajo en el territorio con una marcada aglomeración espacial (Scott, 1988).

Ambos enfoques redescubrieron la región como espacio privilegiado de las formas flexibles de acumulación, concentrándose en las externalidades positivas, como las economías de escala y alcance producto de la especialización y la reducción de los costos de transacción (Fernández, 2001).

Sin embargo, a partir de mediados de los ochenta y principios de los noventa, y en coincidencia con el debilitamiento de estos enfoques fundadores, un grupo de científicos sociales exploró la asociación de los factores no económicos con el territorio para dar cuenta del papel que las formas de coordinación/cooperación público-privadas cumplen, no sólo en la generación de ventajas estáticas basadas en la flexibilización por desintegración y asociación, sino también en la producción de ventajas dinámicas fundadas en la creación de formas colectivas de conocimiento e innovación.

El papel estratégico asumido por esta última capacidad otorgada al territorio, desde mediados de los ochenta tuvo una contribución pionera en el conjunto de aportaciones provenientes del grupo francoitaliano del GREMI,7 con autores como Maillat y Aydalot. Este enfoque de los medios innovadores (milieus) intentó dar una visión global del desarrollo económico territorializado, caracterizado por la competencia mediante la innovación, la cual surge a partir de la capacidad de cooperación de los actores, configurando un capital relacional (como el know-how, las habilidades, los conocimientos, las asociaciones, entre otros aspectos) específico de un territorio. Esta noción se convirtió en una herramienta capaz de explicar las diferencias en las trayectorias del desarrollo regional (Crevoisier, 2004).

Sin embargo, las contribuciones en torno al papel de la innovación colectiva y el rol estratégico del territorio vinculadas al GREMI y los milieus ganaron fuerza hasta mediados de los noventa (Camagni, 1991; Maillat, 1995), no sólo a partir del aporte de otros componentes de ese grupo (Capello, 1999; Ratti et al., 1997), sino también, y de forma creciente, por medio de la capitalización de las contribuciones de la perspectiva evolucionista e institucionalista del sistema nacional de innovación (Lundvall, 1992; Nelson, 1993; Freeman, 1995), la realizada por los enfoques de sistema regional de innovación (Cooke y Morgan, 1998; Cooke, 2001; Asheim e Isaksen, 2002; Braczick et al., 1998), así como el de regiones de aprendizaje (Florida, 1995; Asheim, 1996).

Los teóricos de la NGE II recuperan los aportes de la perspectiva del medio innovador y el enfoque en la arquitectura institucional propio del sistema nacional de innovación, para sumarle su particular interés por la dimensión territorial. Es decir, trasladan esa noción a los ámbitos regional y local para analizar la función que cumple el territorio en potenciar y obstaculizar los procesos de innovación y aprendizaje colectivos, lo que explica la denominación de sistema regional de innovación.

De igual modo, la idea de regiones de aprendizaje vino a destacar la importancia de la región en la nueva era del capitalismo, donde las regiones se convierten en puntos focales para crear conocimiento y aprendizaje, transformándose en importantes fuentes de innovación y crecimiento económico (Florida, 1995). Esta noción subraya la importancia del aprendizaje interactivo en sistemas industriales espacialmente delineados como base para la innovación y el cambio en modernas economías desarrolladas (Malmberg, 1997).

Estas aportacioness originaron el surgimiento de otros conceptos introducidos para resaltar los vínculos entre los factores no económicos y la conformación de las ventajas dinámicas mediante la innovación. Uno de los conceptos más relevantes fue el de interdependencias no comerciales (untraded interdependencias) desarrollado por Storper (1995), el cual refiere a las redes de los actores sociales, institucionales y económicos que configuran un determinado ámbito territorial. Dichas relaciones no mediadas por el mercado, las cuales complementan a las interdependencias comerciales (traded), les permitirían a los actores regionales involucrados generar los cambios tecnológicos y organizacionales para propiciar el desarrollo.

De manera complementaria, las redes fundadas en normas y compromisos colectivos, caracterizadas por fuertes lazos de cooperación y confianza, permiten generar y reproducir un sólido capital social (Putnam, 1993). La consecuencia más importante del surgimiento de este componente en un territorio consiste en potencialidades abiertas para impulsar aprendizajes colectivos constituidos mediante un proceso social de conocimiento acumulativo, basado en dicho conjunto de reglas compartidas y procedimientos (Capello, 1999). Tal lógica colectiva potencia el desarrollo de procesos de innovación, es decir, da lugar a una capacidad de generar e incorporar conocimiento que dé respuestas creativas a los problemas presentes, factor clave para mejorar la competitividad de las empresas; y asimismo favorecer el desarrollo de un territorio (Camagni, 1991; Méndez, 2002).

Esta perspectiva viene a afirmar que la innovación, al entenderse como resultado de un proceso interactivo, no depende de las acciones individuales sino de la existencia de un medio institucional local, regional o nacional capaz de promover el comportamiento asociativo que favorezca dicho proceso. De esta forma, factores intangibles como la confianza o la lealtad pueden jugar un rol positivo en la generación de conocimiento e innovación colectiva (Cooke y Morgan, 1998; Morgan, 1997).

Para que estos procesos se desarrollen es imprescindible la existencia de una adecuada densidad institucional (Amin y Thrift, 1995) en el territorio, lo cual refleja que el crecimiento económico depende no solamente de la economía dura o los recursos físicos, sino también de la infraestructura informativa blanda (MacLeod, 2001). El concepto de densidad institucional incluye la relación y sinergia interinstitucional, la representación colectiva por numerosos entes, un objetivo industrial común y una serie de normas y valores culturales compartida, aspectos que generan mayor legitimidad, alimentan las relaciones de confianza, estimulan la capacidad empresarial y consolidan el enraizamiento de la actividad económica en el medio local. Así, las instituciones de carácter blando, es decir, aquellas características socioculturales presentes en el espacio –y que permiten una apropiación y valoración particular–, se transforman en la clave del crecimiento económico (Rodríguez-Pose, 1999).

La incorporación de estas ideas ha ido acentuando la presencia de un giro cultural e institucional en la NGE II para dar cada vez mayor énfasis a las dimensiones sociales y culturales de la economía (Cumbers et al., 2003). Como parte de este cambio cultural de la geografía económica, se incrementó el interés por las instituciones considerándolas elementos centrales para la construcción sociocultural de la economía (Martin, 2003).

En resumen, el complejo de aportaciones que integran la NGE II incorpora al análisis de las aglomeraciones y la proximidad geográfica en el territorio aspectos como las relaciones no comerciales –incluyendo el capital social–, las estructuras institucionales, las redes, los procesos de innovación y el aprendizaje colectivo, entre otros, así como las ventajas dinámicas que favorecen el desarrollo económico de regiones que se encuentran condicionadas por su trayectoria de dependencia (path dependence). La incorporación de estas ideas, alimentadas en gran medida por las contribuciones de la economía evolutiva e institucional y por la sociología económica, ha enriquecido y ampliado el debate teórico, lo cual ha contribuido a desarrollar nuevos métodos y a abrir la investigación geográfica a las aportaciones provenientes de otras ciencias sociales (Rodríguez-Pose, 2001). De esta manera, la NGE II se ha posicionado como un enfoque crítico en el estudio de las aglomeraciones al propiciar una interpretación de los procesos de aglomeración productiva que pretendió superar, mediante el énfasis en aspectos socioculturales e institucionales, la perspectiva de la NGE I.

 

2. Contraste de las nuevas geografías económicas. Diferencias, inconsistencias y falencias de ambos enfoques teóricos

Mediante el análisis de los factores no económicos que configuran la actividad económica de un territorio, la NGE II aportó una perspectiva de análisis que, al menos parcialmente, permite superar las debilidades que presentaba el enfoque de la NGE I. Pero, a pesar de configurarse como un enfoque en buena medida alternativo, la NGE II no ha quedado exenta de algunas limitaciones para comprender el desarrollo regional, sobre todo en territorios periféricos, las cuales se abordan en esta sección, junto con un análisis comparativo de los dos cuerpos teóricos desarrollados.

Entre las críticas generadas desde la NGE II hacia la NGE I se encuentran las que se refieren a los sustentos teóricos neoclásicos, a los cuales se alínea esta última. El restablecimiento de las viejas teorías de la localización para los geógrafos significa un retorno a ideas ya abandonadas en virtud de su debilidad explicativa y su marcado sesgo positivista (Martin, 1999).

En un contexto de desconocimiento mutuo entre economistas y geógrafos, la ignorancia de los primeros por la vasta literatura producida por los geógrafos, pareciera hacer de cuenta que el gran cuerpo de trabajo de estos últimos sobre el crecimiento y desarrollo regional no existe (Martin, 2003). La NGE I tampoco ha considerado seriamente las aportacioness de la economía evolutiva e institucionalista en relación con las instituciones, la historia, la cultura, el cambio tecnológico y el capital humano, los cuales ofrecen un importante potencial para el estudio contextualizado del espacio (Moncayo, 2001), así como su construcción social.

En su objetivo de construir modelos generales de localización económica, los economistas han apelado a instrumentos de elevada abstracción matemática, obviando factores sociales, institucionales, culturales y políticos. Sin embargo, no se les puede otorgar una importancia marginal a estos aspectos, ya que determinan, en gran parte, las posibilidades o restricciones para localizar y desarrollar aglomeraciones económicas en determinados espacios –y no en otros– (Martin, 1999, 2003). Este vacío de los aspectos institucionales y demás factores no económicos en el análisis de la NGE I se explica por la imposibilidad de incorporarlos en un sofisticado modelo matemático, lo que se suma a la falta de preocupación por generar políticas públicas, con respecto a las cuales la NGE I ha realizado pocos esfuerzos (Fujita y Krugman, 2004; Schmutzler, 1999).

De manera divergente con buena parte de las contribuciones provenientes de la NGE II, la NGE I tuvo un escaso desarrollo de trabajos empíricos sobre su cuerpo teórico como consecuencia, en gran parte, del desinterés propio de sus fundadores. Incluso el mismo Krugman reconoció que la NGE I "ha sido más exitosa al plantear cuestiones que al responderlas mejor, se creó un lenguaje con el cual discutir asuntos, que al crear herramientas para resolver aquellas discusiones" (traducción de los autores con base en Krugman, 1998: 15-16).8

A pesar de esto, el trabajo de Krugman fue capaz de traducir viejas ideas a un lenguaje atractivo para los economistas, quienes se habían mostrado poco interesados en las contribuciones teóricas provenientes de la geografía.

Las debilidades mencionadas del enfoque de la NGE I, sumadas a su concepción de espacio como una entidad estática, carente de conflictos, apenas contenedora de elementos económicos, la cual no está llamada a ser un elemento estratégico dentro de su explicación de las causas que determinan las localizaciones de las actividades económicas, revelan la incapacidad de considerar las especificidades propias de cada territorio (Ramírez, 2001). Ello conlleva la ignorancia del vínculo entre las relaciones de producción y las infraestructuras sociales subyacentes en la noción de región (Scott, 2004), pasando por alto las comunidades reales en escenarios históricos, sociales y culturales reales (Martin, 2003) que configuran un territorio.

Esta falta de consideración por parte de la NGE I de las acciones colectivas como plataforma desde la cual es posible generar procesos que propicien el desarrollo, genera importantes discrepancias con la comunidad geográfica para la cual el espacio mismo es una estructura que se produce y reproduce socialmente (Soja, 1985). El mismo adquiere características específicas determinadas por los procesos de apropiación de ese espacio que condicionan, en gran parte, su particular trayectoria socioeconómica y el modo de gestión y de su ordenamiento. La NGE II se valió del vacío de los factores no económicos de la NGE I para sumarlos a su análisis, y de esa manera contribuir a abordar de forma más completa los procesos de aglomeración.

Pese a esta renovación que se produjo con el giro cultural e institucional en la NGE II, al intentar superar las debilidades que existían en el campo académico –y principalmente en la NGE I– en torno a la explicación de los procesos de aglomeración productiva, la NGE II también presenta algunas inconsistencias para este análisis.

Al priorizar el estudio al interior de las mismas y al considerarlas como unidades cerradas y aisladas de su contexto, se ven seriamente limitadas las posibilidades de determinar las potencialidades y las restricciones de estos territorios en el marco más amplio de la economía global. Es decir, se ha desatendido el rol de las articulaciones externas que condicionan los alcances de la acción colectiva y la capacidad competitiva de esas AP (Fernández y Vigil, 2006).

Estas limitaciones se evidencian también en su imposibilidad de explicar los procesos de crecimiento y desarrollo desigual más allá de unos pocos (y reiterados) casos de estudio, sin alcanzar, hasta el momento, la consolidación de un sólido cuerpo empírico en torno a los nuevos desarrollos teóricos acontecidos al interior de las disciplinas que los abordan, como la geografía económica (Rodríguez-Pose, 2001).

En relación con las AP como instrumentos de desarrollo, en el intento de trasladar a la realidad –y sobre todo para procurar la institucionalización de las ideas de este enfoque– es donde se evidencian las principales debilidades de la NGE II, y a partir de ello se alzan las críticas más severas. El traspaso de los enfoques académicos a estudios de caso, y la consecuente aplicación/difusión de los organismos supranacionales y de los policymakers mediante la formulación de políticas en los distintos niveles escalares, estuvo acompañado de conceptualizaciones borrosas que dificultan su aplicación y operacionalización (Markusen, 1999), y carecen de rigor metodológico y una tendencia a favor de la descripción en detrimento del análisis. Cuando se utiliza una evidencia empírica, generalmente se limita a una serie de escasos y poco originales casos, lo cual podría explicar por qué la disciplina ha tenido un impacto limitado sobre las políticas públicas (Rodríguez-Posse, 2001; Martin, 1999). En este sentido, se entrevé la posibilidad de que los instrumentos cuantitativos de los cuales se valen los economistas salgan al encuentro del frágil instrumental metodológico de la NGE II.

De manera paralela, y a pesar de su concepción de espacio, la NGE II se contradice al considerar que es factible trasladar las experiencias exitosas a cualquier región del mundo, elaborando propuestas dominadas por la ahistoricidad y la ignorancia de los contextos sociales particulares. A su vez, los mismos casos que en algún momento se exhibieron como ejemplos destacados del modelo de especialización flexible, comenzaron a dar muestras de cierta fragilidad (Paniccia, 2002).

Ahora bien, tanto la NGE I como la NGE II al recuperar las AP y la región han contribuido a colocarlas en el centro del debate vinculado al desarrollo económico-territorial, generando amplias críticas en torno a sus limitaciones. Una de las deficiencias que comparten ambos enfoques es que destacan la importancia del papel de las instituciones en el ámbito regional, y descuidan la instancia nacional. Es decir, se privilegia el análisis de la sinergia regional-global, subestimando al Estado-nación como generador de políticas públicas que tienden a redireccionar comportamientos de regiones periféricas y espacios en crisis o estancados hacia formas de organización y funcionamiento más dinámicas (Fernández, 2001), como veremos en la tercera parte de este trabajo.

No obstante las inconsistencias expresadas, y como se mencionó al principio de este apartado, la NGE II se ha posicionado como una perspectiva crítica y, al mismo tiempo, diferenciadora y alternativa respecto del rol asumido por las AP en la NGE I, proponiéndose cubrir los aspectos que vulneran las argumentaciones sobre el origen, evolución y dinamismo de las AP. Alimentada desde ese complejo conjunto de elementos que conectan con el giro cultural y sociológico (Crang, 1997; Martin, 1999; Amin y Thrift, 2000), ha brindado aire fresco a las instituciones promotoras, al punto de posicionarse como uno de los enfoques dominantes en las estrategias de desarrollo regional que procuran compatibilizar las mejoras de competitividad y cohesión social no sólo en los países y macrorregiones centrales, sino también en aquellos periféricos y emergentes (Fernández et al., 2008).

Ahora bien, todavía debemos enfrentar la tercer interrogante que formulamos al inicio del trabajo: ¿son estos enfoques que recuperan el papel protagónico de las AP –especialmente los conformados en torno a la NGE II– instrumentos idóneos para promover un desarrollo regional integral, fundado en la incorporación protagónica de las regiones periféricas?

De acuerdo con la recepción inicial de la NGE II en los organismos internacionales y con el creciente número de programas promovidos por éstos apelando a las AP como epicentro de ideas y acciones, la respuesta desde el interior de la NGE II pareciera que es positiva. En tal sentido, este enfoque teórico muestra una cara alentadora y proactiva en relación con la posibilidad de impulsar políticas de desarrollo cuyo centro son las AP territoriales, lo que contrasta con la NGE I paralizada en la identificación de los fundamentos de los procesos de aglomeración y su papel de motores del desarrollo, así como en la identificación de los argumentos que limitan o impiden los procesos de convergencia regional (Puga, 2002).

Es decir, la NGE II ha estimulado la promoción localizada de procesos de cualificación de las organizaciones territoriales para desarrollar formas flexibles y obtener vías altas de respuesta a la globalización, y al mismo tiempo para multiplicar los nodos generadores de la innovación y los aprendizajes colectivos que conducen a posiciones exitosas en la economía del conocimiento. Sin embargo, en cuanto a las respuestas a la pregunta formulada, los datos muestran que de este dispositivo teórico no surgen componentes consistentes para explicar por qué, pese a la creciente presencia y buen posicionamiento otorgado a las regiones y a las AP, se multiplican las asimetrías interregionales y territoriales y se fortalece el emplazamiento privilegiado y excluyente de determinados nodos territoriales (Fernández et al., 2008). Este solo hecho deja una primera y contundente respuesta negativa a esa pregunta, aunque a la vez se abre el cuestionamiento sobre los fundamentos de esa respuesta.

Dichos motivos se deberían buscar en la considerable pérdida de muchos análisis regionalistas de una visión holística y estratégica, capaz de posicionar a las regiones y las dinámicas de aglomeración en el marco de los procesos de transformación global del capitalismo (Harvey, 1982; Harvey y Scott, 1989). La pérdida de esa visión se ha traducido en una notable falta de consideración de los procesos que no tienen lugar being there (Gertler, 1995), sino que impactan over there como resultado de los múltiples flujos que perforan las realidades regionales y se fusionan con las trayectorias históricas y las condiciones estructurales internas (Massey, 1994; Amin, 2004).

Para operar de la mejor manera estos últimos aspectos, lo que se impone no es una revolución teórica descomunal o una invención sin precedentes sino, más bien, intentar una recuperación genuina y bien articulada de muchas contribuciones que abordan agregadamente los complejos procesos socioeconómicos e institucionales del capitalismo. La consideración de estos aportes, o bien ha ido desapareciendo o nunca fue contemplada por las investigaciones regionalistas, los cuales se han centrado selectivamente en los entornos intralocales y en las especificidades intrarregionales, así como en el desempeño de las empresas en dicho entorno (Perrons, 2001; Scott y Storper, 2003).

Aunque estos últimos autores son atinados en su demanda por una recuperación más holística de los estudios de la NGE II, no han sido muy específicos en precisar qué implica esa recuperación. Es decir, ¿qué implica convocar a la comprensión del capitalismo?, ¿cuáles son sus significados y efectos sobre las AP? y ¿cuáles sus actores o elementos centrales que deberíamos tener para comprender los efectos de la inserción de las aglomeraciones en el sistema capitalista?

En la tercera y última parte del trabajo nos ocupamos de responder a estas interrogantes, al igual que a lo planteado en la introducción acerca de las condiciones en las cuales estas AP podrían contribuir a un desarrollo como el indicado.

 

3. En busca de una perspectiva más holística para el análisis de las aglomeraciones productivas como instrumentos de desarrollo

Para responder a las últimas preguntas planteadas, se requiere determinar un conjunto de aspectos por medio de la recuperación de dos grupos de aportes de los cuales se desprenden reflexiones específicas en relación con los procesos de aglomeración productiva:

a) Aquellas contribuciones que recuperan una lectura del capitalismo como un sistema específico, inserto en una forma reproductiva de larga duración (Arrighi, 1999; Harvey, 2004, 2007a; Amin, 1976; Gunder, 1991; Dos Santos, 2003).

b) Las aportaciones vinculadas al campo institucionalista que rescatan la presencia de las trayectorias de dependencia (path dependences) nacionales, y en éstas los roles estratégicos del Estado (Mann, 1997); y asimismo resaltan las trayectorias específicas de desarrollo que ha seguido gran parte del este asiático (Weiss, 1998; Wade, 1990; Amsdem, 1989, 2004). Más que mostrar las fuentes de las desigualdades en las que se reproducen las AP, la recuperación de estos elementos contribuye a formular bases alternativas para un desarrollo nacionalmente contenido de esas aglomeraciones.

3.1. Las aglomeraciones como fuentes de desarrollo en la dinámica del capitalismo

La primera de esas corrientes abre la posibilidad de concebir al capitalismo como un sistema de larga duración (Braudel, 1984), que se expande movido por la necesidad de dar continuidad a la acumulación y ampliar la ganancia (Harvey, 2004, 2007a). Esta forma de acumulación encuentra como puntos constitutivos fundamentales múltiples procesos de acumulación molecular, en cuyo interior se expresan –con variables formas de coherencia interna– diferentes regiones, es decir, determinadas unidades con fronteras borrosas. Éstas han sido encarnadas, según Harvey, tanto por los distritos industriales oportunamente exaltados por Marshall, como por el complejo de argumentos regionalistas alentados por diversos autores, como Perroux con sus polos de desarrollo o el propio Krugman y sus procesos de autoorganización espacial (Harvey, 2004: 88-89), argumentos todos que –como vimos– fundamentan la relevancia de las aglomeraciones por la NGE.

Visto históricamente, esos procesos moleculares de acumulación de base regional abarcan desde las grandes ciudades-Estado del Mediterráneo hasta las contemporáneas ciudades globales del centro (Sassen, 2002) y la periferia (Friedmann, 1997), pasando por los nodos regionales de menor escala centrados en el conocimiento, la innovación y la acumulación flexible (Storper, 1997).

Todas ellas se insertan en –y responden a– un sistema superior, formado por procesos de acumulación donde interseccionan las lógicas del poder del capital y del poder territorial e institucional. En esa intersección se retroalimentan las estrategias expansivas del Estado y el capital, colocando al territorio como un punto de convergencia estratégico y móvil que funda la inconstante geografía del capitalismo (Storper y Walker, 1989).

La panorámica y al mismo tiempo exhaustiva exposición de Arrighi (1999) sirve para dar cuenta de cómo la continuidad de la acumulación y la ganancia impulsan constantemente al capital hacia su expansión en el territorio, al tiempo que demandan para ello una intervención estratégica del Estado. Este último, por su parte, vinculado sobre todo a las unidades hegemónicas, encuentra en el capital los fundamentos para sus propios objetivos de expansión-control territorial, convirtiéndose en una precondición esencial para el capital para la superación de sus autobloqueos. Posterior a Westfalia,9 dichos procesos de concertación que unen al capital y al Estado han tenido como interlocutores centrales a los Estados nacionales. De hecho, el inestable y permanentemente expansivo proceso de acumulación capitalista se puede leer desde entonces a partir de un sistema interestatal con epicentro en determinadas unidades político-económicas hegemónicas (Arrighi, 1999).

Sin embargo, como Harvey particularmente ha resaltado, la continuidad de la acumulación y la ganancia de manera constante se ve amenazada por la recurrente tendencia a las crisis de sobreacumulación presentes en el sistema. Dicha tendencia, lejos de disuadir, refuerza las vinculaciones entre el capital concentrado –y sus formas financieras– y el Estado para desarrollar lo que Harvey denomina la solución espacial a la crisis. Este proceso implica la exportación del capital excedente hacia otros territorios, la mayoría de las veces desde países centrales a otros periféricos, lo que conlleva una expansión territorial (Harvey, 2007b).10

Precisamente lo que venimos presenciando desde la década de los setenta es una crisis progresiva del capitalismo y su ciclo hegemónico liderado por Estado Unidos, en un intento por superar las crisis sistémicas a partir de una masiva exportación de los excesos de capital (y fuerza de trabajo) que supone la solución espacial. Ello ha significado la transformación cíclica de enormes stocks de capital hacia formas financieras, desde las cuales se buscan nuevos posicionamientos materiales en escenarios alternativos donde pueden recuperar rentabilidades en –también nuevos– microprocesos de acumulación con base regional, a partir de capitalizar allí costos de las fuerzas de trabajo, recursos naturales, adquisición de nuevos mercados, etcétera.

Dicho proceso acarrea efectos negativos que explican la profundización de las desigualdades entre y dentro de esas unidades moleculares de acumulación de base regional y, con ello, las limitaciones que pesan sobre las AP para transformarse en instrumentos de un desarrollo social y territorialmente integral, como analizamos a continuación.

3.1.1. La dinámica global y las desigualdades entre las aglomeraciones productivas

Fuera de las unidades regionales de microacumulación, la reubicación de determinados stocks de capital dirigidos a superar la sobreacumulación conlleva efectos muy desiguales que afectan aquellas AP que no son receptoras de esas reubicaciones.

En primer lugar afecta a aquellas unidades espaciales –y, en ellas, a las AP– ubicadas en países desarrollados desde donde se producen desplazamientos de capital –sobre todo bajo formas financieras, pero también productivas–. Posiblemente los ejemplos de ciudades estadounidenses, como Detroit (Sugrue, 2005), sin descontar aglomeraciones pertenecientes a las regiones de antigua industrialización inglesa como Liverpool, Manchester, Sheffield o Newcastle (Massey y Megan, 1982), contribuyen a mostrar las profundas y negativas consecuencias que se pueden originar en estos centros de producción ante el debilitamiento de la capacidad de generar empleo y oportunidades rentables de inversión que suponen esas reubicaciones de los stocks de capital sobreacumulados.

Paralelamente, estos últimos son alentados por las crecientes capacidades de deslocalización y recentralización productiva que las innovaciones tecnológicas ponen a favor de las grandes compañías transnacionales (Andreff, 2003), y las posibilidades de operar eclécticamente, ajustando las decisiones de inversión a las posibilidades devenidas de un conjunto de factores, que pueden ir desde menores costos de la fuerza de trabajo a nuevas disponibilidades energéticas o de infraestructura, nuevos mercados, etcétera (Dunning, 1988).

En segundo lugar, los procesos de reubicación y expansión del capital afectan a la multiplicidad de centros regionales e instancias de AP –efectivas o potenciales– no seleccionadas en la exportación de capital. Al respecto, primero cabe indicar que esas reubicaciones de capital son altamente selectivas, tanto en los países centrales como en los países o macrorregiones en desarrollo.11 En este último caso, visto en forma holística, macrorregiones enteras se benefician cada vez más en desmedro de otras donde se desenvuelven miles de AP, como evidencia la diferente capacidad de recepción de inversiones y comercio mostrada por la región asiática en relación con la latinoamericana en los últimos años (CEPAL, 2007).12

Pero, ¿por qué decimos que inicialmente resultan perjudiciales? Las transferencias de stocks de capital y su materialización implican para el resto de las suprarregiones y sus AP, efectos claramente desiguales. Como bien indica Harvey, las reubicaciones de capital sobreacumulado "se incrustan en la tierra constituyendo un depósito de activos materiales locales, lo que podemos llamar un entorno construido" (2004: 92-93), al tiempo que se acompañan de múltiples y selectivas intervenciones estatales, corporizadas en infraestructuras tradicionales y no tradicionales, destinadas a dar cobertura y protección a esas reubicaciones, como lo han suscrito autores tan diversos como Polanyi, Weber o el propio Harvey.

El capital incrustado y la conformación de esos entornos conllevan la configuración de importantes fuerzas de tracción (flujos financieros de conocimiento, capacidades, fuerzas de trabajo, nuevas inversiones, etc.) en favor de esos micronodos de acumulación regional, que pulsan hacia el desecamiento de las otras instancias productivas aglomeradas –y no aglomeradas–, especialmente aquéllas que conviven en el mismo territorio nacional. El análisis contextualizado de escenarios periféricos como el latinoamericano da cuenta de que el proceso, a su vez, no se ubica en un vacío histórico, sino que esas AP no beneficiadas se inscriben en trayectorias marcadas por procesos históricos económica y territorialmente centralizadores (Véliz, 1980). Es decir, los procesos myrdalianos de causación circular acumulativa resaltados por Krugman para dar cuenta de las fuerzas centrípetas, intervienen aquí para destacar las fuerzas que especialmente durante los ochenta y noventa consolidaron la concentración económica regional y una profundización de las disparidades regionales (Markusen y Campolina, 2003).

Ante el escenario que resulta de lo expuesto, las AP sobre las que basan sus análisis y puntos de referencia los exponentes de la NGE I y II, pasan a ser un conjunto de nodos selectivos resultado de una excepcional dinámica histórica y estructural que, como indicamos, se fortalece y no se revierte en el nuevo escenario, profundizando las divisiones internas e internacionales del trabajo entre los mencionados micronodos de acumulación regional y el resto de las AP.

Ahora bien, las asimetrías potenciadas por las reubicaciones de la acumulación de capital vienen a complementarse con otros aspectos que experimentan las AP respecto del desarrollo, también claramente descuidados por los enfoques de la NGE I y II: las desigualdades entre aglomeraciones que pertenecen a unidades nacionales y macrorregionales ubicadas diferencialmente en los espacios centrales y periféricos.

En efecto, bajo el persistente régimen de competencia interestatal de base nacional posWestafalia –no obstante los profundos cambios reescaladores del proceso de globalización (Brenner, 1999)–, los procesos de reasignación selectivos del capital sobreacumulado reafirman las hipótesis que resaltan las desigualdades estructurales que derivan de los intercambios asimétricos entre espacios y Estados centrales y periféricos, como lo presentó el pensamiento dependentista, aun con sus diferencias internas (Gunder, 1991; Prebisch, 1981; Dos Santos, 2003). En tal sentido el escenario latinoamericano, más allá de sus transformaciones en las últimas tres décadas y las diferentes trayectorias entre sus países miembros, continúa siendo un caso apropiado para evidenciar que persiste una estructural condición de producción e intercambio desigual con apropiación de excedentes. Éste se centra esencialmente, ya no en una división geográfica entre poseedores de industrias y de recursos para la producción primaria, sino en un patrón desigual del acaparamiento tecnológico y de condiciones de productividad (Di Filippo, 1998). Este distanciamiento entre países (regiones) centrales y periféricos –uno de cuyos primeros observadores fue Prebisch–, se ve alimentado por un esquema donde predomina la inserción e inversión trasnacional (crecientemente oligopólica y concentrada), fuertemente desconectado de los actores endógenos (pequeños y medianos). Este proceso impide a esos actores –y a las AP donde se insertan– absorber y recrear el progreso técnico, así como retroalimentar de manera dual las desigualdades (Tavares y Gomes, 1998).

La vulnerabilidad estructural de sus instituciones regulatorias y, en general, de sus Estados (Borón, 2003) acarrea una visible incapacidad para condicionar las inversiones asociadas a los afincamientos del capital sobreacumulado a una integración cualificadora con el sistema productivo local. Con pocas excepciones, los análisis sobre el comportamiento de las IED –en las que se fusionen proyectos del capital financiero y productivo transnacional–, dan cuenta para América Latina de esto último (Chudnovsky y López, 2007). Aun en sectores estratégicos como el agroalimentario y los recursos naturales, donde los organismos latinoamericanos cifran las más altas expectativas para que las AP contribuyan a la competitividad y a una mejor inserción en el mundo (CEPAL, 2005), se observa que la ubicación de las grandes unidades transnacionales portadoras del capital sobreacumulado, resultan –con pocas excepciones– escasamente articulados a los actores que componen los entramados productivos regionales, restringiendo los efectos de derrame en favor de estos últimos (CEPAL, 2003). Ello limita estructuralmente las potencialidades competitivas de países y regiones –y dentro de ellas de las empresas, los trabajadores y las AP– que se ven irremediablemente compelidos a autoabastecerse con muy restringidas escalas productivas y de comercialización, así como endebles soportes institucionales. Esa realidad no puede desvincularse de la muy vulnerable y pobre inserción que muestran los entramados productivos latinoamericanos, mayoritariamente poblados por PYMES, para insertarse en las porciones más activas y dinámicas de las cadenas de valor global (Messner, 2002), en un contexto global dominado por las exportaciones manufactureras provenientes de países desarrollados y la pérdida de dinamismo de las exportaciones de materias primas desde América Latina (Bittencourt, 2003).13

3.1.2. La dinámica global y las desigualdades dentro de las aglomeraciones productivas

Las transferencias desenraizadas de los stocks de capital sobreacumulado que genera la solución espacial no sólo acarrean efectos desigualadores entre AP, como acabamos de analizar, sino también al interior de las mismas, afectando una vez más de manera significativa a escenarios periféricos.

Efectivamente, gran parte de esos stocks no sólo asumen forma de creciente liquidez, lo que origina un inusitado proceso de globalización financiera (Chesnais, 1996), sino que en los ámbitos más periféricos busca capitalizar las diferentes ventajas de (re)localización, sobre todo por medio de la combinación de dos procesos: la devaluación y el apoderamiento de activos por medio de la acumulación por desposesión, ampliamente desarrollados por Harvey (2004, 2007a). La devaluación, mas allá de que en principio tiene lugar en los propios escenarios donde se origina la sobreacumulación, se traslada a los ámbitos periféricos para hacer viable el apoderamiento de aquellos activos desde los que se pueden obtener ganancias extraordinarias y, por tanto, una ampliación de los procesos de acumulación.

Para ello, enormes stocks de capital financiero se expanden buscando rentabilidades especulativas de corto plazo u obtener posicionamientos sobre activos de actores locales que sufrieron serias devaluaciones. Para este desalojo por devaluación y desposesión esas formas de capital financiero despliegan diferentes alianzas estratégicas con grandes unidades transnacionales con perfil productivo. Con ellas capitalizan instrumentos fundamentales, como las desregulaciones para ingresar a los diferentes espacios nacionales y regionales y la privatización para el apoderamiento de los activos localizados en esos espacios.

Experiencias traumáticas e internacionalmente reconocidas, como las de Rusia y Argentina en los noventa, permiten ver cómo los contextos de crisis, estimulados por movimientos financieros de corto plazo que agudizan los niveles de endeudamiento hasta situaciones límite, presionan primero con procesos devaluatorios de activos esenciales (como los servicios y el control de los recursos naturales) y luego con acciones concertadas del capital transnacional para el apoderamiento de estos últimos. Dichas experiencias también muestran cómo estos movimientos se acompañan de una tupida intervención estatal, que incluye las transformaciones del Estado. Estas transformaciones implican, junto con el desprendimiento de los activos y las empresas del Estado mediante la privatización, una marcada participación en el desmantelamiento de las coberturas nacionales aseguradas por el Estado de bienestar, así como una descentralización compulsiva de los servicios y funciones de las instancias territoriales subnacionales (Brenner et al., 2005).

Esto último, presente de forma marcada en Latinoamérica durante los gobiernos neoliberales de los noventa (Fernández, 2002), estimula un alto proceso de fragmentación de las formas de gobernancia y un ininterrumpido crecimiento de las formas de competencia interurbana (e interaglomeraciones) (Harvey, 1989; Brenner et al., 2005), que está lejos de traer cohesión interna a las aglomeraciones. Ello se debe, en primer lugar, a que aquellas instancias urbanas que en la competencia interlocal resultan ganadoras, en la captación de la inversión transnacional, se ven obligadas a asumir las consecuencias ocasionadas por sus nuevos huéspedes. Esas fracciones transnacionalizadas de capital también acarrean al interior de los micronodos periféricos de acumulación regional los mismos procesos de incorporación selectivos y de gentrificación (social), ya conocidos en los análisis sobre las ciudades globales de los países centrales (Friedmann, 1997; Sassen, 2002). Sin embargo, los efectos de exclusión, fragmentación y desigualación socioeconómicos territoriales que conllevan esos procesos se ven agravados en las AP de los países periféricos, debido a la ya advertida escasa inserción en las redes productivas regionales y la subordinación de las inversiones a las estrategias de las redes transnacionales y sus headquarters.14 El cerramiento de las mejoras tecnológicas y los incrementos de la productividad al interior de sus plantas y las redes globales que integran, y la limitada capacidad de absorción de fuerza de trabajo, en expansión, contribuyen a reproducir dentro de las grandes aglomeraciones seleccionadas por el capital transnacional, un mercado de trabajo donde la informalidad y la heterogeneidad dialogan con la precariedad, el desempleo, la marginalidad, la delincuencia y el bajo nivel de cualificación de gran parte de la población (Tokman, 2007; Portes et al., 2005). La situación se agrava en gran medida debido a las circunstancias ya comentadas de las pequeñas y micro empresas que dominan el tejido productivo regional.15 Aun cuando podrían operar como densificadoras del entramado, generadoras y difusoras de innovación endógena y cualificadoras de ese mercado de trabajo, esas fracciones del microcapital en general no tiene financiamiento, están aisladas, carecen de escala, tecnología, infraestructuras y soporte institucional sistemático, y también son muy dependientes de los vaivenes impulsivos o contractivos del sistema macroeconómico y las formas de inserción internacional, debido a sus escasos vínculos con las empresas trasnacionales y su poca cooperación horizontal (Cassiolato y Lastres, 2000; Ferrero y Maffioli, 2004; Fernández y Tealdo, 2002).

Por su parte, cuando consideramos el caso de las aglomeraciones no beneficiadas por las inversiones selectivas del capital, pero que guardan una importante tradición industrial en los distintos escenarios nacionales, se constata que las mismas no son capaces de generar por sí mismas procesos de cohesión internos. Por el contrario, nuevamente la radical experiencia neoliberal argentina nos permite verificar que, incluso aquellas aglomeraciones de ciudades pequeñas e intermedias, con larga tradición industrial, no pudieron evitar que se afectaran sus condiciones de reproducción social negativa y sus tejidos productivos se debilitaran en términos similares al escenario nacional (Fernández et al., 2007). Con estos resultados, la existencia de estas AP dista radicalmente de poderse presentar en la forma que lo hacen algunas islas de prosperidad de los países centrales, tomadas como íconos del desarrollo regional aglomerado (Petrella, 2000).

El creciente escenario de competencia interurbana (e interaglomeraciones) y la descentralización competitiva deja en manos de unidades subnacionales institucionalmente débiles y escasamente financiadas, la creciente responsabilidad de autorresolver las sobreexpandidas necesidades derivadas de los efectos señalados, que deben enfrentar tanto los grandes nodos de acumulación elegidos como aquellas AP no beneficiadas por la solución espacial, según argumentó Harvey (2007a). Las coaliciones regionales de ambos grupos de AP regionales se presentan muy fragmentadas e ideológicamente debilitadas como para configurar marcos de intervención estatal y una organización socioeconómica más integradora, que frene las competencias desigualadoras y garanticen internamente determinados pisos de asistencia social a sus poblaciones.

3.2. Las aglomeraciones como fuentes de desarrollo en presencia de las trayectorias nacionales dependientes y los roles estratégicos del Estado (nación)

Cuando observamos las AP desde una perspectiva que considera las dinámicas del sistema capitalista, descubrimos un conjunto de aspectos que, aunque claramente no los consideran las NGE I y II, permiten ver procesos y dinámicas desigualadoras, tanto dentro como entre las aglomeraciones, esenciales para pensar el desarrollo productivo territorial en una forma integral e integradora, especialmente en países y regiones periféricas.

Pero, de acuerdo con lo indicado, ¿cuáles son las expectativas o posibilidades para asociar las AP a ese desarrollo integral e integrado, en un escenario dominado por las transformaciones globales del capitalismo y sus soluciones transitorias a las crisis a las que nos hemos referido?

La respuesta a esta interrogante demanda apelar a un cuerpo teórico diferente y, al mismo tiempo, complementario del examinado, sustentado en una perspectiva institucionalista que invita a pensar la constitución y dinámica de las AP en trayectorias institucionales de alcance nacional que interaccionan con los procesos globales.

Este cuerpo conceptual, a diferencia del antes considerado, no se basa en las formas de continuidad del proceso de acumulación y en los modos de solución de las crisis, sino en los enfoques que analizan la presencia estratégica del Estado y los espacios nacionales en un contexto en el que se verifican trayectorias históricas diferenciadas.

Fruto de lo ya analizado, si bien este enfoque teórico no se ha orientado a problematizar el tema de las AP y éstas no han sido el foco central del análisis, el mismo ofrece una salida para pensar un escenario donde, especialmente aquellas de los países periféricos, puedan cumplir un papel más protagónico en una estrategia de desarrollo territorial consistente.

El esquema parte de entender la presencia de múltiples arreglos institucionales, configurados y condicionados por distintas trayectorias históricas, donde las variadas formas de existencia y coordinación del mercado y el Estado, así como del capital y la fuerza de trabajo, dan lugar a una diversidad de sistemas sociales de producción e innovación (SSPI) dentro del capitalismo (Albert, 1993; Amable, 2003; Amable et al., 1997; Hall y Soskice, 2001).

En la mirada holística que aquí demandamos, la consideración de las variedades de SSPI cobra especial interés para evaluar cómo se consideran las AP –potenciadas y condicionadas– en los distintos arreglos institucionales de alcance nacional, de los que se desprenden diferentes performances y efectos de cohesión y competitividad en las macrorregiones (instancias supranacionales) y países (Lundvall, 2002; Amable, 2004).

La discusión sobre la existencia de los SSPI y sus resultados diferenciados tomó forma en los países centrales, lo que abrió un debate sobre los modelos de SSPI que deben inspirar los procesos de integración supranacional (Amable, 2004), y generó un estimulante marco para evaluar cómo distintos modelos nacionales y supranacionales pueden afectar las políticas regionales y los procesos de desarrollo de regiones y AP periféricas (Fernández, 2007). Por ello, es importante que se consideren para entender las diferencias estratégicas que presentan las AP situadas en la periferia atendiendo a las particularidades de estos territorios.

De manera más específica, su inclusión se vuelve esencial para comprender cómo aquellas trayectorias nacionales que tienen lugar en América Latina y las que se han conformado en el este asiático, configuran escenarios diferentes para que estas AP puedan contribuir efectivamente a un desarrollo integral e integrador.

Como vimos, en las últimas tres décadas América Latina se ha perfilado como un ejemplo casi inigualable de cómo una macrorregión puede ingresar de lleno a la experimentación neoliberal y a los objetivos del capital que busca una solución espacial a los problemas de sobreacumulación, amplificando con ello el debilitamiento y la desigualdad dentro y entre las AP. En cambio, los nuevos países industriales (NPI) –representados sobre todo por Corea, Taiwán y Singapur–, posicionados en principio como países incluso más atrasados que los latinoamericanos, han contribuido a mostrar en los últimos 45 años el ascenso de una región donde un crecimiento constante e incomparable, les permitió ponerse a la altura de los países occidentales (Storm y Naastepad, 2005),16 ha podido combinarse progresivamente con un proceso de redistribución y reducción de las desigualdades (Hernández, 2004).

Aun cuando es innegable que los NPI alcanzaron estos resultados ayudados por un contexto histórico específico, en el que se conjugó un cúmulo de factores, las contribuciones académicas provenientes del mundo anglosajón dieron cuenta de la capacidad de configurar una estrategia heterodoxa y, al mismo tiempo, efectiva por parte de los SSPI desplegados en los diferentes espacios nacionales (Johnson, 1982; Amsdem, 1989, 1994; Wade, 2005; Evans 1995).

Estas contribuciones vinieron a mostrar que dichas trayectorias, más allá de sus importantes especificidades y diferenciaciones, contaron con un conjunto importante de elementos en común sobre los cuales descansa la consistencia de los SSPI y sus estrategias nacionales. Entre esos elementos destacan:

• Un Estado nacional de alta calidad institucional, capacitado para desarrollar una planificación en forma autónoma de las presiones internas y externas, pero al mismo tiempo enraizado con los actores capitalistas nacionales para desarrollar estrategias conjuntas y de retroalimentación (Evans, 1995; Wade, 1990, 2005; Weiss, 1998).

• La preservación y cualificación de un mercado interno que sea compatible con una agresiva inserción internacional, lo que significó apoyos selectivos y ajustados a los actores internos (buscando national industrial champions).

• Una selección concertada, pero estatalmente planificada, de sectores estratégicos ligados a la industria y a la economía del conocimiento (Amsdem, 2004), acompañada de subsidios preferenciales a los actores encargados de promoverlos y de apoyo directo al desarrollo de I&D (Noland y Pack, 2005).

• Una inversión estratégica en educación y cualificación de recursos humanos (Rodrik, 1995) como palanca fundamental para desarrollar la productividad, generar los procesos de aprendizaje y adaptación y un modo más maduro de innovación.

• Una forma nacionalmente condicionada del ingreso de las fracciones transnacionales del capital a esos sectores seleccionados, y –desde esa postura– de interacción consistente en sinergizar con y no subordinarse a dichas fracciones (Dent, 2003).

Al observar desde una visión holística e interrelacionada todo este conjunto de elementos que aporta esta perspectiva institucional –y sus resultados–, comprobamos que las mismas poseen elementos fundamentales para elaborar estrategias donde las AP contribuyan de modo consistente a un proceso de desarrollo regional, operando sobre las debilidades de las NGE I y II consideradas. Entre esos aspectos que estuvieron claramente ausentes en América Latina debemos destacar, en primer lugar, que las AP y su contribución al desarrollo que se promueve tan activamente hoy en todo el mundo, y de manera muy extendida en Latinoamérica, no puede ni se debe considerar en un esquema escalar bipolar, de carácter global-local, que disuelve los ámbitos y los Estados nacionales. Por el contrario, estos ámbitos y, especialmente el Estado-nación, preservan una presencia tan geográficamente variable como relevante frente a la globalización y sus respuestas diferenciadas (Mann, 1997; Gritsch, 2005).

Por otro lado, tales contribuciones lograron mostrar cómo ese exitoso derrotero de los SSPI pertenecientes a los NPI se explicaba a partir de tácticas que, con esa presencia estratégica del Estado-nación, descansan en una clara preservación y ampliación del espacio de autonomía nacional en el proceso de toma de decisiones. Al integrar ese espacio superior de autonomía, las AP insertas en cada uno de esos SSPI terminaron participando en trayectorias nacionales que:

• Recorrieron un camino claramente diferenciado, por un lado respecto del que recomiendan aún actualmente las organizaciones internacionales (Storm y Naastepad, 2005), y por el otro, en cuanto a las trayectorias nacionales latinoamericanas, tanto aquéllas signadas por el modelo de sustitución de importaciones que dominó desde la década de los cincuenta, como las vinculadas al proyecto neoliberal iniciado en la segunda mitad de la década de los setenta.

• Descartando el autoaislamiento y la expulsión de las fracciones transnacionales del capital productivo y financiero, lograron interactuar globalmente subordinando esas fracciones a la estrategia de acumulación endógena.

• Para obtener esto, desarrollaron acciones destinadas a evitar que el ingreso de esas fracciones dominantes del capital trasnacional adquiriera a) la forma localmente desenraizada respecto de los actores locales que se dio en el escenario latinoamericano; y b) la subordinación de las formas productivas del capital a sus patrones de valoración financiera que se asocian por especulación a la acumulación por desposesión.

• Capitalizaron, en cambio, el ingreso de capitales para el desarrollo de las industrias protegidas, lo que les permite diferenciarse de las formas tradicionales de la periferia, fundadas en recursos naturales con deterioro de los términos de intercambios, e ingresar en actividades sensibles de la economía del conocimiento a partir de una fuerte vinculación mediada por el Estado entre el sistema de I&D y los sistemas productivo y financiero

• Conformaron, como resultado de lo antes señalado, un proceso de acumulación endógeno sostenido en el tiempo y acompañado de redistribución capaz de compatibilizarse con la inserción en los mercados mundiales de mercancías.

• Obtuvieron un comportamiento ascendente en el escenario mundial17 que no sólo resulta inigualable en el periodo analizado, sino que también logró convertir a esas economías en las únicas en salir de la situación estructuralmente periférica del sistema mundo (Arrighi y Drangel, 1986).

Todos estos elementos no contradicen los aspectos que se desprenden del primer cuerpo de aportaciones, es decir, no desmienten el escenario complejo y desigualador que impone en el ámbito global el capitalismo dentro y entre las AP ubicadas entre el centro y la periferia. Sin embargo, muestran que, bajo el dominio de dichos procesos, existen trayectorias nacionales diferenciadas y dentro de ellas algunas que –como las de los NPI del este asiático– logran selectivamente constituir un ámbito más propicio para que en las AP germinen procesos de desarrollo integrales e integradores. Dan cuenta de que no es inocuo considerar las estrategias y trayectorias de dependencia en las que las AP se reproducen, y que una trayectoria adecuada demanda una estrategia nacional que reasegure un sólido espacio de autonomía y un Estado altamente cualificado y bien articulado con los actores económicos e institucionales estratégicos.

Ese escenario conlleva la conformación de un cuadro de acción potencialmente institucional y una coalición social interna de base nacional que permita a las AP, desde un punto de vista defensivo, fijar un escenario con mayor alcance y autonomía capaz de evitar las formas de apropiación desposesivas y socialmente devastadoras del capital transnacional y proponer una interacción no subordinada con este último. Desde un punto de vista ofensivo, permitiría a las AP establecer marcos de cualificación internos que integren al conjunto de esas aglomeraciones del territorio nacional y, coordinadamente con el Estado nacional y el capital financiero endógeno, fijar formas de acción y negociación en el mercado global que den entrada a las AP y sus actores estratégicos en funciones avanzadas de las cadenas de valor.

Ahora bien, resulta claro que la experiencia del este asiático que rescata este enfoque teórico institucionalista, no ha tenido como epicentro las AP territoriales para construir desde ellas un escenario de desarrollo abajo-arriba, como el que domina en las estrategias discursivas de la NGE II. Por el contrario, las trayectorias nacionales de los SSPI adoptaron de manera generalizada una forma arriba-abajo, en la cual las aglomeraciones territoriales recibieron los efectos y las directrices de una planificación nacionalmente centralizada en Estados en los que estuvieron ausentes, por largo tiempo, las formas democráticas de gobierno.

Sin embargo, experiencias bien estudiadas del este asiático, como la coreana, muestran que la consolidación del proceso de industrialización tardía y el sostenido proceso de crecimiento, junto al resto de los efectos comentados, permitió que el avance de las formas de redistribución y protección social en gran parte de los países de la región (Ramesh, 2003), diera lugar, sobre todo a partir de los años noventa, a un progresivo y más reciente proceso de descentralización que jerarquiza el protagonismo desde abajo –de los actores urbanos– y, por tanto, la acción desde las AP. Dicho proceso parece, sin embargo, no ser comprensible sino desde una perdurable impronta estatal y una acción multiescalar, donde participe un Estado nacional que ha sostenido activamente su intervención, procurando revertir la sobreconcentración en torno a las grandes AP y favorecer un mayor protagonismo de gobiernos locales opacados por el patrón de organización impuesto desde el Estado desarrollista de posguerra (Bae y Sellers, 2007).

Vistos globalmente, estos hechos no pueden ocultar que aún es muy incierta y poco vislumbrable la posibilidad de que en estas trayectorias de base nacional surjan modelos que garanticen una alta descentralización y un fuerte protagonismo desde abajo, basado en el conjunto de todas las AP que componen el territorio. También es cierto que el desarrollo de SSPI donde un alto protagonismo estatal y una sólida trayectoria nacional se combinen con un desarrollo desde abajo, fundado en la participación de todas las AP –en especial las periféricas–, es posiblemente el gran desafío del desarrollo regional y de las estrategias que colocan a las AP como centros de ese desarrollo y como dinamizadoras del territorio.

 

Conclusiones

En las últimas dos décadas, las AP han sido colocadas como elementos fundamentales al momento de pensar el desarrollo en general y el desarrollo territorial en particular, al punto de que se han convertido en centros inspiradores de las políticas impulsadas desde instancias internacionales, nacionales y regionales tanto en el centro como en la periferia.

A lo largo de este trabajo hemos propuesto un análisis teórico que, a partir de cuatro interrogantes fundamentales, trata de mostrar que la recuperación de las AP no tienen lugar bajo una producción teórica homogénea y necesariamente convergente.

En el marco del reconocimiento de un nutrido y heterogéneo grupo de aportaciones, hemos procurado reflejar que gran parte de las diversas perspectivas en torno a las AP son agrupables en dos grandes enfoques: los vinculados a la NGE I y las investigaciones de un grupo de economistas de la corriente dominante liderados por Krugman, y aquéllas que surgen de la producción de un grupo dominado por geógrafos y otros científicos sociales, denominado NGE II.

El examen de las especificidades y diferencias que envuelven ambos enfoques, se presenta, al mismo tiempo, extremadamente útil para mostrar sus inconsistencias para que las aglomeraciones territoriales puedan operar como instrumentos o estrategias efectivos de desarrollo. En el caso de la NGE I, sus restricciones aparecen afiliadas a su apego a un enfoque excesivamente cuantitativo y modelador, altamente dependiente de las bases neoclásicas del individualismo metodológico y la maximización de ganancias. Observamos que las mismas le quitan capacidad para reconocer el papel fundamental que cumplen los elementos no económicos –culturales e institucionales– en la conformación del territorio, tanto en el fortalecimiento y cualificación de los procesos aglomerativos como en la generación de las diferencias entre estos procesos. Mediante la recuperación de estos elementos, las aportaciones centradas en torno a la NGE II se presentan como una perspectiva diferenciadora y a la vez superadora de las mencionadas restricciones de la NGE I. Sin embargo, el trabajo sostiene que, al pensarlo particularmente desde el campo de las AP posicionadas en países y regiones periféricas, esa recuperación –aun cuando es enriquecedora– es insuficiente para comprender el papel, las potencialidades y los límites de las aglomeraciones en relación con el desarrollo.

Trabajando sobre estas últimas inconsistencias, sostenemos la necesidad de recuperar una perspectiva más holística que inserte el análisis de las AP y sus vínculos con el desarrollo en el marco de los procesos de transformación global del capitalismo, evaluando cómo las dinámicas y flujos que trascienden fronteras nacionales perforan y redefinen las trayectorias históricas y las condiciones estructurales internas del territorio donde operan las AP.

Hemos mostrado la importancia de considerar estos últimos aspectos para comprender la dificultosa situación de las AP con posicionamientos periféricos y, paralelamente, las diferentes capacidades de respuestas emergentes para aquéllas que pertenecen a distintos escenarios nacionales y macrorregionales.

Con el objetivo de acercarnos a esa mirada holística señalamos la utilidad de dos enfoques teóricos para revelar que, mientras el primero brinda insumos para comprender desigualdades dentro y entre las AP emergentes a partir de la dinámica contradictoria del capitalismo y la formas espaciales de resolver esas contradicciones, el segundo –de matriz institucionalista– destaca la importancia del Estado nacional y las trayectorias nacionales para evaluar el papel y potencialidades de las AP como instrumentos para un desarrollo integral e integrador de un territorio. La incorporación de estos elementos –histórica y espacialmente variables– permiten advertir más claramente la pertenencia de esas aglomeraciones a escenarios más comprensivos, de orden nacional, cuyas trayectorias imponen respuestas y fijan posibilidades diferentes ante los procesos tanto de expansión como de desigualación social, económica y espacial del capitalismo.

Mediante el contraste de escenarios macrorregionales, hemos intentado finalmente dar cuenta de la ventaja posicional de las aglomeraciones que pertenecen a las exitosas experiencias del este asiático respecto de aquéllas ubicadas en el escenario latinoamericano. Esa diferencia se puede entender a partir de una doble capacidad de los espacios y Estados nacionales: por un lado, para brindar una combinación de escalas y autonomía que pongan freno a las estrategias especulativas y las distintas formas de penetración desposesivas y desigualadoras del capital transnacional en sus formas productivas y esencialmente financieras y, por otro, para establecer articulaciones económicas e institucionales internas para cualificar los procesos de acumulación e inserción internacional en los que participen las AP.

Volviendo entonces a la cuarta y estratégica interrogante, ¿bajo qué contextos podrían las AP transformarse en instrumentos efectivos para contribuir a esa perspectiva o estrategia de desarrollo de carácter integral? Estos aspectos recién comentados permiten responder, en principio, que las AP pueden realizar un aporte significativo para alcanzar esto por medio de la generación, tanto al interior como entre las AP, de formas de coordinación y el desarrollo de los factores sociales, culturales e institucionales de un territorio destacados por la NGE II.

Sin embargo, para que esto sea posible, especialmente en países y regiones periféricas como los que dominan en América Latina, es necesario pensar esa estrategia de manera escalar dentro de espacios nacionales y cuerpos institucionales con fuerte presencia estatal, capaces de desarrollar una trayectoria de articulación endógena que vincule integralmente los patrones de acumulación y reproducción social, así como las instancias y actores subnacionales que procuran un protagonismo no subordinador en el orden global.

Esta demanda está lejos de ser una realidad en los países periféricos. Por un lado, las desarticuladas y vulnerables trayectorias que exhiben en general escenarios como el latinoamericano, han favorecido procesos de apertura e integración tanto social como económicamente devastadores para el grueso de los actores y territorios. Por otro lado, y como contraparte de este escenario, la más exitosa e integradora experiencia del este asiático ha cimentado una dinámica de desarrollo ajena al protagonismo abajo-arriba que demanda la participación de las AP regionales.

Sin embargo, para quienes están concentrados en posicionar a las AP como motores del desarrollo y preocupados por dinamizar los, mayoritarios, territorios periféricos del escenario latinoamericano, la experiencia asiática revalorada desde nuestra perspectiva más holística, deja dos enseñanzas fundamentales:

• La necesidad de reconocer el carácter indispensable de la mencionada articulación escalar de alcance nacional y el protagonismo estatal para que un desarrollo integral, configurado desde el dinamismo de las AP, alcance viabilidad en macrorregiones y países que parten de posicionamientos periféricos.

• Y para que esto último suceda, que las dinámicas progresivas de descentralización y aliento al protagonismo de los actores urbanos abajo-arriba, puedan paulatinamente convivir con una base arriba-abajo que garantice el proceso integrado de acumulación y un patrón de redistribución y disminución de las desigualdades que las formas fragmentarias de aliento a las AP, como las impulsadas en América Latina por las agencias internacionales y muchos gobiernos, no garantizan.

 

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Notas

1 Banco Mundial: www.worldbank.org/urban/led/cluster.

2 Para el Banco Interamericano de Desarrollo, véase Rabellotti y Pietrobelli (2005).

3 Se entiende territorio como una construcción social; lo cual implica una apropiación y el control de un espacio geográfico determinado y donde se hacen efectivas determinadas relaciones de poder, cumpliendo una importante función los procesos de aglomeración en esa configuración. Entre los principales autores que sirven de referencia para esta concepción de territorio cabe mencionar a Sack (1986), Haesbaert (2004) y Souza (1995).

4 A lo largo del artículo se utilizará la denominación de nueva geografía económica II (NGE II) para referirnos a este cuerpo teórico heterogéneo conformado por geógrafos, sociólogos y economistas que no pertenecen a la corriente dominante que se diferencia de la NGE I, como analizamos en el presente trabajo.

5 Como cita Allen Scott (2004: 483), "el trabajo de Krugman y de otros a quien inspiró no es neoclásico, ya que se abstiene firmemente de cualquier noción de rendimiento constante de escala y competencia perfecta. Sin embargo, conserva una fuerte afinidad con la línea central del pensamiento económico por la razón de su compromiso con el individualismo metodológico, la maximización de los beneficios individuales con información completa y la maximización de las ganancias de las empresas, y un enfoque exclusivo hacia las relaciones desarraigadas del intercambio" (Dymski, 1996) (traducción de los autores).

6 Con el término no economistas hacemos referencia al heterogéneo grupo de teóricos que conforman la NGE II, destacando que este cuerpo también se encuentra integrado por economistas que no pertenecen a la corriente dominante de la economía.

7 Groupe de Recherche Européen sur les Milieux Innovateurs.

8 No obstante, las aportaciones de la NGE I las retomaron otros académicos interesados en la aplicación empírica de los mismos, por ejemplo Puga (2002) y Ottaviano y Thisse (2005).

9 Tratados firmados en 1648 que originaron el surgimiento de un nuevo sistema de dominio mundial donde todos los Estados constituyen un sistema político de alcance mundial. Éste se basa en el derecho internacional y el equilibrio de poder, los que operan entre los Estados y no por encima de los mismos (Arrighi, 1999; Gross, 1968).

10 Como indica el propio Harvey: "El problema fundamental del capitalismo, a mi parecer, es que absorbe el excedente de capital ('excedente líquido', como el director del FMI prefiere llamarlo) que se está produciendo constantemente, y de preferencia hacerlo sin devaluaciones de capital. Si la devaluación es la única posibilidad, entonces las estrategias imperialistas obligan a encontrar maneras de deshacerse del problema en algún otro lado (por ejemplo, la exportación de devaluación de capital excedente desde Estados Unidos y Europa hacia el este y sudeste asiático mediante la cobertura de fondos en 1997-1998). Cuando los capitalistas tienen capital excedente donde ellos están, entonces transforman la expansión geográfica en una solución. De este modo, ellos necesitan que el Estado limpie el camino y asegure el terreno (pacífica o militarmente) donde la expansión pueda ocurrir sin demasiado problema" (traducción de los autores con base en Harvey 2007b: 1128), entrevistado por Alberto Toscano.

11 Según los datos disponibles de los flujos de inversión extranjera directa (IED) de la UNCTAD, en el año 2006 los países desarrollados concentraban 65.66% de los flujos, mientras que 29.03% se dirigían a los países en desarrollo y el l5.31% restante a los países en transición. Esta diferencia es evidente dentro de cada grupo de países y también entre regiones.

12 Por ahora nos referimos a estas diferencias de orden cuantitativo, más adelante hacemos notar los aspectos de orden cualitativo. Según los datos de flujos de IED de la UNCTAD, en los países en desarrollo en la década de los años setenta, América Latina recibió 41.48%, África 32.85%, Oceanía 3.52% y Asia 22.15%. Para el año 2006 América Latina concentraba 22.09% de los flujos, Oceanía sólo 0.09%, África 9.38%, mientras que Asia centralizaba 68.44% de los flujos, desplazando a Latinoamérica de la posición central que ocupó entre los países en desarrollo hasta la década de los noventa.

13 De acuerdo con Bittencourt: a) a fines del siglo XX, 78% de las exportaciones mundiales se originan en países desarrollados (60% entre ellos, 40% entre países europeos, 18% destinadas a países en desarrollo); mientras que el 22% restante se origina en el mundo subdesarrollado; b) América Latina obtiene en forma decreciente una participación de 4.5% del comercio exterior mundial, mientras que Asia opera en forma creciente en las últimas décadas, obteniendo 10%; c) el volumen de exportaciones manufactureras se multiplica por 36 en la segunda mitad siglo XX, impulsado por los productos de alta y media tecnología, mientras que el comercio de productos agrícolas se multiplica por seis (tasa anual media 7.6% manufacturas contra 3.5% agrícolas) (con base en datos de la OMC, www.wto.org) (Bittencourt, 2003).

14 Este término se utiliza para referirse al lugar donde se localizan las funciones avanzadas de la cadena de valor.

15 Los datos disponibles del Censo Económico Nacional del año 1994 reflejan, para 1993, un predominio de microindustrias que representan 71% del total de establecimientos industriales en Argentina, seguidas por las PYMES con 27% y en tercer lugar las grandes empresas con el restante 2% (Gatto y Ferraro, 1997).

16 De acuerdo con estos autores: "El este asiático es la única región que experimentó un cambio total en la tendencia decreciente en relación al PIB per cápita y redujo considerablemente la brecha con los países avanzados. Japón se puso al nivel de las otras economías avanzadas en el asombrosamente corto periodo de 1950-1980. Corea, Singapur y Taiwán redujeron la distancia entre ellos mismos y los países de la OCDE (incluido Japón) por más del 50% después de 1960. Asimismo, las proporciones para China (después de 1980), Indonesia (después de 1970), Tailandia (después de 1960) y Malasia (después de 1970) se muestran algo más lentas, pero con aumentos ininterrumpidos de niveles de alrededor del 10%" (2005: 1061-1062). (Traducción de los autores).

17 Ver notas 13 y 14.

 

Información sobre los autores:

Víctor Ramiro Fernández Satto. Hizo el posdoctorado en el Departamento de Geografía de la Universidad de Durham (Reino Unido); es doctor en ciencias políticas por la Universidad Autónoma de Madrid y magíster en ciencias sociales por FLACSO (Programa Argentina). Se desempeña como miembro de la carrera de investigador científico del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Argentina) y como profesor e investigador en la Universidad Nacional del Litoral. Es director académico del Instituto de Investigación Estado, Territorio y Economía (IIETE). Asimismo es coordinador de investigación del magíster en administración pública y editor de la revista Documentos y Aportes, perteneciente a esa maestría y a la Facultad de Ciencias Económicas de la mencionada universidad. Entre sus últimas y más relevantes publicaciones destacan: en coautoría, Clusters y desarrollo regional en América Latina. Reconsideraciones teóricas y metodológicas a partir de la experiencia argentina, Miño y Dávila, Buenos Aires (2009); en coautoría, Repensando el desarrollo regional. Contribuciones globales para una estrategia latinoamericana, Miño y Dávila, Buenos Aires (2008); en coautoría, "Clusters en la periferia: borrosidad conceptual, análisis empírico y políticas públicas. Un estudio de caso en Argentina", Comercio Exterior, 59 (2), México, pp. 97-110 (2009); "Explorando las limitaciones del nuevo regionalismo en las políticas de la Unión Europea. Una perspectiva latinoamericana", Revista EURE, XXXIII (98), Santiago, pp. 97-188 (2007).

María Belén Alfaro Re. Es becaria de investigación por el programa Cientibecas de la Universidad Nacional del Litoral; ayudante en la cátedra Globalización y Desarrollo en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (Universidad Nacional del Litoral) e integrante del Instituto de Investigación Estado, Territorio y Economía (IIETE). Sus líneas de investigación actual son: problemas del desarrollo local y regional, aglomeraciones productivas como estrategias de desarrollo y sus dinámicas territoriales desde la perspectiva latinoamericana. Ha presentado diversas ponencias en congresos: en coautoría, "Regiones, aglomeraciones productivas y desarrollo. Límites y alternativas desde la dinámica global del capitalismo y la variedad 'nacional' de sus trayectorias", presentado y publicado en Annales del 7º Colóquio de Transformaçoes Territoriais, Curitiba, Brasil (2008); en coautoría, "Recuperando una visión ampliada para el análisis de las aglomeraciones productivas", presentado en Undécimo Encuentro de Jóvenes Investigadores de la Universidad Nacional del Litoral y 2º Encuentro de Jóvenes Investigadores de Universidades de Santa Fe (2007); en coautoría, "Aglomeraciones territoriales como instrumentos de desarrollo. Entre la geografía de los economistas y la economía de los geógrafos", presentado en 1° Congreso de Geografía de Universidades Nacionales "Pensando La Geografía en Red" (2007).

Carina Lucila Davies Vidal. Cursó el doctorado en la Universidad Complutense de Madrid; es profesora de geografía en la Universidad Nacional del Litoral e investigadora del Instituto de Investigación Estado, Territorio y Economía (IIETE). Sus líneas actuales de investigación son: transformaciones socioterritoriales derivadas de las estrategias de desarrollo regional y procesos de aglomeración territorial, aplicados al contexto latinoamericano. Entre sus publicaciones destacan: en coautoría, Clusters y desarrollo regional en América Latina. Reconsideraciones teóricas y metodológicas a partir de la experiencia argentina, Miño y Dávila, Buenos Aires (2009); asimismo ha presentado ponencias en diversos congresos, entre ellas: "Recuperando una visión ampliada para el análisis de las aglomeraciones productivas", Undécimo Encuentro de Jóvenes Investigadores de la Universidad Nacional del Litoral y en 2º Encuentro de Jóvenes Investigadores de Universidades de Santa Fe (2007); en coautoría, "Aglomeraciones territoriales como instrumentos de desarrollo. Entre la geografía de los economistas y la economía de los geógrafos", 1° Congreso de Geografía de Universidades Nacionales "Pensando La Geografía en Red" (2007).

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