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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.21 no.83 Toluca ene./mar. 2015

 

Condiciones sociales y comportamientos sexuales de jóvenes en Chiapas

 

Social conditions and sexual behavior of young people in Chiapas, México

 

Yuridiana Ballinas-Urbina, Angélica Evangelista García, Austreberta Nazar Beutelspacher, Benito Salvatierra Izabal

 

El Colegio de la Frontera Sur, México.

 

Artículo recibido el 10 de agosto de 2012.
Aprobado el 18 de julio de 2014.

 

Resumen

En la presente investigación se analizan las condiciones y comportamientos sexuales de los jóvenes de 15 a 24 años de edad en 36 municipios con diferentes grados de marginación en el Estado de Chiapas. La metodología que se usó para explicar estos comportamientos reside en un análisis descriptivo que se inscribe en los datos de la "Encuesta para el diagnóstico sobre necesidades socioeconómicas en Chiapas" que obtuvo información socioeconómica de 99 621 hogares en 36 municipios del estado de Chiapas (Nazar y Salvatierra, 2009). En esta investigación se incluyó una cédula con 27 preguntas sobre juventud y vida en pareja con el propósito de conocer la situación de los jóvenes respecto a la ocurrencia de embarazos tempranos, asunción de paternidad y vida en pareja.

Palabras clave: Jóvenes; marginación; sexualidad; iniciación sexual; embarazo adolescente; Chiapas.

 

Abstract

This study analizes the conditions and sexual behavior of the young people between 15-24 years of age in 36 municipalities by degrees of social marginalization in Chiapas. A descriptive analysis was conducted from the "Survey for de diagnosis of socioeconomic needs in Chiapas"(Nazar and Salvatierra, 2009). This survey obtained information from 99.621 households in these municipalities. The schedule included 27 questions about youth and married life in order to know the situation of the young people regarding the occurrence of early pregnancy, parenting and taking life partner.

Key Words: Youth; marginalization; sexuality; sexual initiation; teenage pregnancy; Chiapas.

 

Introducción

Cada vez es mucho más evidente que el inicio temprano o tardío de la actividad sexual y reproductiva tiene efectos a largo y mediano plazo. Por lo tanto, es de suma importancia identificar las condiciones que llevan a la primera relación sexual y aquellas en que ésta se produce (Welti, 2005).

El inicio de las relaciones sexuales y el nacimiento del primer hijo marcan la vida presente y futura de los individuos (Singh, 1998; Welti, 2005; Solís et al., 2008; Mora y Oliveira, 2009).

Diversos autores han argumentado que mientras para las mujeres el inicio de las relaciones sexuales se asocia a un proyecto de vida vinculado al matrimonio y a la maternidad, en el caso de los varones la iniciación sexual responde más bien a un necesario reconocimiento de la masculinidad por sus pares y a una muestra de la propia virilidad que no se relaciona directamente con el proyecto de vida a futuro (Tuñón y Ayús, 2003; Szasz, 2003; Amuchástegui, 1996; Worth, 1999 en Tuñón y Nazar, 2004).

Por otro lado, la juventud es considerada una etapa de la vida en la que se concentran numerosos cambios en las funciones sociales de las personas, caracterizados por la adquisición paulatina de autonomía y por la consiguiente adopción del papel de adulto. Por lo tanto, la transición a la vida adulta es el proceso mediante el cual los jóvenes adoptan las responsabilidades adultas de trabajador y reproductor y tienden a independizarse de los padres (Mier y Terán, 2007). Este proceso no ocurre de la misma manera en todos los sectores sociales. Como señalan Mora y Oliveira:

Los procesos de inequidad social estructuran la vida desde temprana edad, entonces debería observarse que las oportunidades y construcciones que enfrentan las personas jóvenes de diferente procedencia, género, edad y ubicación territorial, no sólo son diferentes, sino que también constituyen elementos centrales para orientar, moldear y modular el proceso de transición a la adultez (2009: 277).

Mier y Terán (2007) documenta que en la década de los ochenta el inicio de la vida conyugal entre las jóvenes se daba a una edad promedio de 21 años y a los 24 años entre los varones. Para 2001, la autora observa una disminución en la edad de la "unión conyugal"; de tal manera esta unión se da a los 15 años en mujeres y a los 18 años en hombres. Al mostrar las tasas de riesgo de contraer primeras nupcias, Mier y Terán (2007) confirma el inicio con un ritmo más rápido en las localidades rurales, a diferencia de las localidades urbanas que inician su vida en pareja en edades más tardías y dispersas. En resumen, los diferentes aspectos relacionados con el inicio de la actividad sexual que han sido abordados por diversos autores son la edad cumplida al inicio del debut sexual y la edad promedio de ocurrencia del inicio (algunos sostienen que la edad de inicio se está retrasando y otros que se está adelantando) (Welti, 2005; Amuchástegui y Szasz, 2007; Solís et al., 2008); los motivos referidos por los adolescentes para iniciar la vida sexual (Welti 2005 y Tuñón 2006); el papel de la escolaridad (Tuñón y Nazar, 2004; Szasz et al. 2008; y Tuñón y Tinoco 2009) en el retraso del inicio sexual; el estado conyugal (tipo de pareja y los años de unión) y la anticoncepción. A continuación se refieren algunos de los hallazgos reportados por estos autores.

Szasz et al. (2008) mencionan que en México la mayoría de los hombres inicia su vida sexual antes de unirse conyugalmente, lo que coincide con lo reportado por Nazar y Salvatierra (2005); Szasz et al. (2008) y Solís et al. (2008) quienes afirman que la mayoría de las relaciones sexuales tenidas durante la adolescencia ocurren antes de casarse. Por lo tanto, tienen una diversidad de parejas sexuales femeninas (amigas, conocidas, novias y otras) en el periodo premarital, las cuales suelen ser esporádicas, pero que existen dentro de un contexto menos deseable y casi siempre conllevan ciertos riesgos. Así por ejemplo, en algunos casos de hombres jóvenes que tienen su primera relación sexual con una trabajadora sexual a una temprana edad, luego mantienen relaciones sexuales esporádicas con diferentes parejas durante los últimos años del periodo de adolescencia.

Otro tema que ha preocupado a quienes estudian la sexualidad juvenil ha sido el inicio de las relaciones sexuales y el conjunto de riesgos asociados: embarazo adolescente, infecciones de transmisión sexual, incluyendo VIH-SIDA, cambios en su trayectoria de vida, entre otros. Respecto al embarazo adolescente en México, que es quizá el tema más estudiado de la sexualidad en jóvenes, se siguen observando cifras preocupantes y hasta ahora no se han podido resolver las interrogantes sobre su incidencia, su ocurrencia a temprana edad, sus repercusiones sociales, económicas, culturales y para la salud, así como la respuesta familiar al embarazo (Tuñón, 2006; Nazar y Salvatierra, 2005).

Aunque puede argumentarse que un gran porcentaje de las mujeres que se embarazan a edades muy jóvenes ya no estudiaban al momento de embarazarse, se ha documentado que el embarazo temprano parece constituir una razón importante para que abandonen la escuela. Por ejemplo, Welti (2005) señala que del total de mujeres que tuvieron su primer embarazo antes de los 15 años, una de cada cuatro aún estudiaba cuando se embarazó y casi 60 por ciento de ellas dejó de estudiar por esta causa. Sin embargo, entre las mujeres que se embarazaron por primera vez entre los 15 y 19 años de edad, sólo 14 por ciento estudiaba.

Para Singh (1998) y Welti (2005), el impacto del nivel de educación del individuo en el inicio de su actividad sexual ya ha sido demostrado por una serie de investigaciones. En este sentido, con información de diversos países, se ha estimado que las mujeres con diez o más años de escolaridad tienen cuatro veces menor probabilidad de iniciar su actividad sexual en la adolescencia que aquellas que no tienen más de cuatro años de escolaridad.

Existen muy pocos estudios recientes que documenten en términos cuantitativos los comportamientos sexuales y reproductivos de la población joven en Chiapas. Por un lado se cuenta con las Encuestas Nacionales de la Juventud 2000, 2005 y 2010 (ENJ). Para la ENJ 2000 y ENJ 2010 se publicaron resultados a nivel estatal (Villers, 2003; IMJ, 2012). El análisis para la encuesta de 2005 fue regional, por lo tanto, la situación de los jóvenes de Chiapas quedó integrada al análisis de la Región Sur Sureste conformada también por Guerrero, Oaxaca, Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Veracruz y Tabasco (Tinoco y Evangelista, 2006).

Entre 1996 y 1999 El Colegio de la Frontera Sur aplicó una encuesta regional de hogares a 8 456 jóvenes de 12 a 19 años en Tabasco, Chiapas, Yucatán, Quintana Roo y Campeche. La encuesta brindó una primera mirada sobre lo que sucedía con la población joven en varios ámbitos, incluido el de la sexualidad y la reproducción y constituyó el punto de partida para diversas investigaciones de carácter cualitativo en Tabasco y Chiapas entre 1998 y 2000 (Tuñón y Ayús, 2003; Tuñón y Nazar, 2004 y Tuñón, 2006).

Entre 2003 y 2004 el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) levantó la Encuesta de Salud Reproductiva de los estudiantes de las Escuelas de Educación Secundaria y Media Superior en Chiapas, Guanajuato, Guerrero, Puebla y San Luis Potosí. Se publicaron los resultados para los cinco estados (Menkes et al., 2006), prioritarios para el Consejo Nacional de Población (CONAPO) en materia de salud reproductiva, y para Guanajuato (2007), Guerrero y San Luis Potosí (2008). Para Chiapas no se publicaron resultados específicos y sólo en su momento la Secretaría de Desarrollo Social de la entidad difundió resultados preliminares.

Este trabajo constituye un esfuerzo de recolección sistemática de información para describir y analizar los comportamientos sexuales de los jóvenes entre 15 y 24 años de edad en 36 municipios con diversos grados de marginación en el estado de Chiapas, en el marco de las condiciones de desigualdad de género en las que viven. En particular, interesa analizar la relación entre los comportamientos sexuales y los diferentes grados de marginación de los 36 municipios donde residen éstos jóvenes, con el propósito de identificar si a mayor grado de marginación se incrementa la posibilidad de que inicien su vida sexual a temprana edad.

El Índice de Marginación (IM) desarrollado por el conapo permite medir la intensidad de las privaciones y la exclusión social (CONAPO, 2001). De acuerdo con ese organismo, un puntaje mayor expresa mayor proporción de población adulta en aislamiento geográfico, ingresos monetarios reducidos, carencia de una escolaridad mínima y una mayor proporción con vivienda inadecuada; por ello, la identificación de los comportamientos sexuales y reproductivos de los jóvenes, relacionados con la condición social territorial de residencia, podría contribuir a documentar la política social y de salud para poblaciones excluidas y con privación social.1

 

Materiales y métodos

Este estudio fue hecho con base en una encuesta de hogares2 realizada en 2009 en 36 municipios con diferentes grados de marginación, que forman parte de las zonas prioritarias del gobierno federal (ZAP). El propósito de esa encuesta, casa por casa, fue medir las necesidades de piso firme en cada una de las viviendas y así estimar la exigencia de inversión social en la infraestructura de la vivienda en Chiapas. Adicionalmente, el grupo de investigación decidió incorporar preguntas de interés para la investigación sociodemográfica y económica en esos municipios, incluyendo un módulo sobre el Inicio de la Vida en Pareja entre Jóvenes (EIVIPAJ), integrado por 27 preguntas, con el propósito de conocer la situación respecto a la ocurrencia de embarazos tempranos, asunción de paternidad y vida en pareja. Este módulo fue aplicado a una submuestra de 2 577 hombres y mujeres jóvenes de 15 a 24 años.3

Para estimar el tamaño de la submuestra, se asumió que al menos uno de cada dos jóvenes (50 por ciento) iniciaba su vida sexual en el grupo de edad de 15 a 24 años (p = 0.5), con un nivel de confianza de 95 por ciento (Z = 1.96) y un error de muestreo de cuatro por ciento (d = 0.04) (Cochran, 1998: 107-108). Se siguió un método mixto para la selección de las viviendas; de esta manera, la primera selección fue por estratos de acuerdo con las Áreas Geoestadísticas Básicas (AGEB), la segunda etapa de selección fue por conglomerados (que eran las manzanas) y finalmente, un censo de todas las viviendas de los conglomerados o manzanas seleccionadas.

El análisis de las variables de interés es descriptivo, sustentado en medidas de frecuencia y la estimación de Ji-Cuadrada de Máxima Verosimilitud para contrastar el comportamiento de la población según el sexo de los entrevistados. Posteriormente fue realizado un análisis bivariado para explorar las hipótesis estadísticas de asociación entre la variable independiente, grados de marginación con la variable dependiente, haber tenido o no relaciones sexuales.

La variable independiente fue categorizada, de acuerdo con la propuesta de conapo (2000) en marginación Muy Alta, Alta, Media y Baja. Se obtuvieron estadísticos de Bondad de Ajuste como la Ji-Cuadrada e Intervalos de Confianza de Cornfield a 95 por ciento. También fueron calculadas Razones de Momios para estimar la probabilidad de ocurrencia del evento en un grupo respecto al otro grupo. Estos procedimientos fueron realizados con el programa estadístico SPSS 15.01 para Windows.

 

Contexto del estudio

La interpretación de los comportamientos sexuales de los jóvenes en Chiapas requiere de la comprensión del entorno particular en el cual ocurren. Por ello resulta importante contextualizar su situación en los 36 municipios donde ser realizó este estudio, a partir de algunos indicadores básicos. En este sentido, Chiapas se caracteriza por una estructura demográfica conformada mayoritariamente por jóvenes. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010, la población de 12 a 29 años en Chiapas es de 1 664 207 y representa 34.7 por ciento de la población total del estado. Se trata de uno de los contingentes de jóvenes más grandes en la historia de la entidad debido a las altas tasas de crecimiento demográfico en las últimas décadas (IMJ, 2012). Más de una cuarta parte (29 por ciento) de esta población joven reside en cinco municipios (Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, Ocosingo, San Cristóbal de Las Casas y Comitán de Domínguez), mientras que 71 por ciento vive en los restantes 116 municipios del estado. La población tiene una edad mediana de 22 años cuatro por debajo del registro nacional; además, la población menor de 18 años representa 41.72 por ciento.

En los 36 municipios donde se realizó este estudio, 20.3 por ciento (6 743) de la población tiene entre 15 y 24 años de edad. Los municipios con mayor población en este rango de edad son Chapultenango (22 por ciento), La Independencia (22 por ciento) e Ixtapa (22.2 por ciento) y el municipio con el menor porcentaje de población en el mismo rango de edad es La Libertad (17.6 por ciento) (INEGI, 2010).

Chiapas es el estado con el segundo mayor Índice de Marginación en el ámbito nacional: 84.14, en una escala del 0 al 100, solamente después del estado de Guerrero (88.72) (CONAPO, 2011). Sin embargo, los niveles de analfabetismo en la población de 15 años o más (17.9 por ciento) y con primaria incompleta (31.7 por ciento) son los más elevados del país. Además, es uno de los estados con menor desarrollo en donde predominan la pobreza y la desigualdad social. Según la medición de pobreza municipal del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (coneval) para 2010, 78.5 por ciento de la población en Chiapas vivía en situación de pobreza. La entidad ocupa el primer lugar nacional en cuanto al porcentaje de población en situación de pobreza, superando con 32.3 puntos porcentuales al promedio nacional, que para el mismo año fue de 46.2 por ciento (SINAVE/DGE/SALUD, 2010). Lo anterior se asocia al hecho de que más de dos tercios (69.8 por ciento) de su población de 15 años y más reciben hasta dos salarios mínimos, el porcentaje más elevado de México, lo que se suma a las condiciones precarias de vivienda y servicios públicos (CONAPO, 2011).

De acuerdo con los datos censales, en el año 2000 Chiapas era un estado predominantemente rural, dado que 71.4 por ciento de su población vivía en localidades menores de 2 500 habitantes; para 2010 ese porcentaje se modificó considerablemente al pasar a 51.5 por ciento la población total que habitaba en localidades menores de 2 500 habitantes. Sin embargo, sigue siendo en el sector agrícola de la economía donde la población joven se inserta fundamentalmente (37.8 por ciento), seguido por el comercio (22.4 por ciento), el de servicios (16.8 por ciento), el de la industria manufacturera (7.5 por ciento) y el de la construcción (4.7 por ciento). Su presencia en el sector agrícola es mayor conforme son hombres y menos escolarizados. Por su parte, las mujeres se insertan mayoritariamente en el sector servicios (23.4 por ciento) y en el comercio (33.2 por ciento) (IMJ, 2012).

En el interior de la entidad también se observan diferencias en el grado de marginación por municipio, concentrándose los más elevados índices de marginación en las regiones Selva, Altos, Sierra y Norte de Chiapas, donde predomina la población indígena (CONAPO, 2011).

 

Resultados

Edad de inicio de la vida sexual activa

En total fueron entrevistados 2 546 jóvenes de 15 a 24 años de edad: 1 009 hombres y 1 537 mujeres. Entre los hombres, el porcentaje que dijo haber tenido relaciones sexuales fue de 47.9 por ciento (n = 483); entre las mujeres fue de 38.7 por ciento (n = 595), para un total de 1 078 jóvenes que declararon haber iniciado su vida sexual. La diferencia entre sexos fue estadísticamente significativa (X2LR 20.23, 1gl, p = 0.000) (Cuadro 1).

Del total de población joven incluida en la muestra, sólo 10.2 por ciento (n = 261) habla o entiende alguna lengua indígena (11.9 por ciento hombres y 9.2 por ciento mujeres) (X2LR 4.841, 1gl, p = 0.028).

Al desagregar la estimación de hombres y mujeres jóvenes que han tenido relaciones sexuales para población indígena y no indígena, se observó que los jóvenes indígenas tienen una frecuencia superior (47.5 por ciento), marginalmente significativa (p = 0.078) de haber tenido relaciones sexuales que la población no indígena (41.8 por ciento).

A este mayor porcentaje de jóvenes que han tenido relaciones sexuales en la población indígena contribuyen más las mujeres, ya que 49.3 por ciento de ellas dijeron haberlas tenido, en contraste con 37.7 por ciento de las jóvenes no indígenas (p = 0.008). La comparación en la frecuencia de varones jóvenes que han tenido relaciones sexuales muestra que no hay diferencias entre ambos grupos étnicos (44.5 por ciento y 48.1 por ciento, para indígenas y no indígenas, respectivamente) (p = 0.502).

Finalmente, entre los jóvenes indígenas no se registraron diferencias significativas en la proporción que reportaron haber tenido relaciones sexuales (45 por ciento vs. 49.3 por ciento para hombres y mujeres, respectivamente) (p = 0.490); pero entre los jóvenes no indígenas si hubo diferencias estadísticamente significativas (48.3 por ciento y 37.7 por ciento para hombres y mujeres, respectivamente) (p = 0.000).

Esos datos indican que las mujeres no indígenas reportaron una frecuencia significativamente menor de haber tenido relaciones sexuales respecto a las mujeres indígenas y a los varones de ambos grupos.

De acuerdo con el grado de marginación del municipio de residencia de los jóvenes entrevistados, uno de cada cuatro (25.3 por ciento) vive en municipios de Alta y Muy Alta marginación, a la vez que sólo 15.2 por ciento de la muestra reside en municipios considerados de marginación Baja (Cuadro 2) (Figura 1).

 

La frecuencia de jóvenes que han tenido relaciones sexuales se modifica según el grado de marginación del municipio de residencia, ya que entre varones indígenas, a mayor grado de marginación mayor proporción que han tenido relaciones sexuales, pasando de 100 y 75 por ciento en los municipios de Muy Alta y Alta marginación, respectivamente, a 36.4 por ciento en los de Baja marginación (p = 0.033). En los varones no indígenas, también se aprecia una tendencia lineal en el mismo sentido (p = 0.017) (Figura 2).

En las mujeres indígenas o no indígenas, la frecuencia de relaciones sexuales no se asocia con el grado de marginación del municipio (p = 0.352 y p = 0.425 para indígenas y no indígenas, respectivamente) (Figura 2). Sin embargo, debe notarse que la frecuencia de mujeres jóvenes que dijeron haber tenido relaciones sexuales fue mayor en las indígenas que en las no indígenas en todos los estratos, excepto en el de Muy Alta marginación, que no contó con mujeres indígenas en la encuesta (Figura 2). Según datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2000 (IMJ-CIEJ, 2002), la vida sexual de los jóvenes indígenas se encuentra estrechamente relacionada con la vida conyugal. Es decir, hay un tiempo muy corto entre la primera relación sexual y el inicio de la vida en pareja. La mayoría de estos jóvenes indígenas tienen su primera relación sexual entre los 12 y 19 años de edad aproximadamente y es frecuente que entiendan las relaciones sexuales como el paso de la juventud a la vida adulta. En este sentido se señala que existe una alta probabilidad de que como resultado de la primera relación sexual se dé un embarazo temprano y es frecuente que este evento limite la educación de la joven madre, al obligarla a abandonar la escuela ante la imposibilidad de mantener el rol de estudiante junto con su maternidad.

En este estudio, tres de cada cuatro jóvenes (75.8 por ciento) tuvieron su primera relación sexual entre los 15 y 19 años, con una edad media para ellos de 16.8 años y para ellas de 17.7 años. Es decir, al igual que en la ENJ 2000, los hombres tienen antes que las mujeres su primera experiencia sexual y la tienen entre los 15 y 19 años de edad (Villers, 2003). El 76.9 por ciento de los hombres tuvieron su primera relación sexual entre los 15 y los 19 años de edad, mientras que 11.9 por ciento la reportaron entre los 11 y 14 años. Las mujeres en su mayoría también dijeron haber tenido su primera relación sexual entre los 15 y 19 años (74.9 por ciento) y un porcentaje menor la registró entre los 11 y 14 años (5.3 por ciento); un porcentaje importante de las jóvenes la registró entre los 20 y 24 años (19.8 por ciento). Las diferencias por sexo son significativas (X2MV = 26.07, 2 gl, 0.000) a expensas de una mayor proporción de inicio de relaciones sexuales en la mujeres en el subgrupo de 20 a 24 años (Cuadro 3).

No se observaron diferencias significativas en la edad de la primera relación sexual al comparar jóvenes indígenas y no indígenas (p = 0.139), tampoco al contrastar la edad de inicio de relaciones sexuales por grados de marginación, ni en los hombres (0.202) ni en las mujeres (0.0.320).

 

Personas con las que tuvieron su primera relación sexual y razones para tener relaciones sexuales

La persona con la que hombres y mujeres entrevistados dijeron haber tenido su primera relación sexual fue significativamente diferente en hombres y mujeres
(X2MV = 293.76, 6 gl, 0.000).

Para los hombres, el mayor porcentaje correspondió a la novia (55 por ciento) seguido de alguna amiga (22.6 por ciento), mientras que las trabajadoras sexuales solamente correspondieron a 7.7 por ciento. Sin embargo, se evidenciaron diferencias en el porcentaje de jóvenes que tuvieron su primera relación sexual con trabajadoras del sexo según el grado de marginación del municipio de residencia. Así, entre los jóvenes del estrato de Muy Alta marginación el porcentaje que inició su vida sexual con trabajadoras sexuales se eleva notablemente (42.9 por ciento) acercándose al señalado en la ENJ 2000 para Chiapas (53.0 por ciento) (Villers, 2003) (Cuadro 4).

Lo anterior ubica a los varones jóvenes del estrato de Muy Alta marginación en un grupo de alto riesgo para adquirir infecciones de transmisión sexual, pero también de trasmitirlas a sus parejas; más aún, porque 38.5 por ciento no usaron condón.

Por otra parte, el alto porcentaje de jóvenes que tiene la primera relación sexual con la novia o novio, o amigo(a), apunta a un cambio en los comportamientos sexuales en algunos estratos de este grupo de población (Cuadro 4).

En el caso de las mujeres, casi la totalidad (83.8 por ciento) tuvieron su primera relación sexual con su novio (43 por ciento) o su esposo (50.8 por ciento), lo que indica una clara tendencia a vincular el inicio de la vida sexual con la posible unión y formación de una familia.

Estos datos son semejantes a los reportados por la ENJ 2000 (80.3 por ciento) y aportan evidencias en el sentido de que las relaciones sexuales pre-maritales en las mujeres son frecuentes y que las siguen teniendo con su esposo o con quien consideran que lo será en un futuro inmediato. La posibilidad de que el grado de marginación modifique la probabilidad de tener su primera relación sexual con algún tipo particular de persona fue significativa en las mujeres (p = 0.025) y marginalmente significativa en los varones jóvenes (p = 0.091).

En cuanto a las razones, se recodificaron las respuestas abiertas a esta pregunta, agregándose en tres categorías: i) curiosidad, ii) fuerzas ajenas y iii) unión-amor. En los hombres el porcentaje más elevado correspondió a la curiosidad (79.5 por ciento), mientras que para las mujeres fue la unión-amor (46.1 por ciento). La diferencia entre sexos es significativa (X2MV = 149.681, 2 gl, 0.000) (Cuadro 5).

Evangelista y Kauffer (2007, 2009) refieren un fuerte control familiar y comunitario sobre la sexualidad de los jóvenes en algunos municipios de Chiapas y en consecuencia la imposibilidad para ambos sexos de tener relaciones sexuales con personas contemporáneas4 sin que esto suponga la obligación intrínseca de unirse conyugalmente, lo que contribuye a explicar por qué acudir con trabajadoras sexuales constituye una opción importante para el inicio de la vida sexual de los jóvenes, especialmente en los municipios de Muy Alta Marginación. En este contexto, cobra sentido que ocho de cada diez hombres jóvenes en los estratos de Muy Alta y Alta marginación hayan tenido su primera relación sexual por curiosidad mientras que el amor-unión no haya sido una razón mencionada.

En contraposición, aunque las mujeres siguen teniendo relaciones sexuales por amor o en el marco de la unión conyugal independientemente del grado de marginación, destaca la tendencia descendente del amor-unión como razón para las mujeres conforme el grado de marginación es menor. No dejan de llamar la atención, en aras de aquello que apuntaría a una desvinculación del inicio sexual de la unión conyugal, los porcentajes de la curiosidad como razón por la que tuvieron su primera relación sexual entre las mujeres (33.3 por ciento en municipios de Muy Alta Marginación; 49.1 por ciento en los de Alta; 43.1 por ciento en los de Media y 41.4 por ciento en los de Baja) (Figura 3).

 

Escolaridad

La escolaridad es un componente principal del índice de marginación (CONAPO, 2000); no obstante, fue importante desglosar su efecto en la edad de inicio de vida sexual y del comportamiento reproductivo de los jóvenes, ya que esta variable ha sido asociada consistentemente con la actividad sexual y reproductiva de la población temprana o no.

A decir de Welti,

es cada vez más evidente que el inicio temprano o tardío de la actividad sexual y reproductiva tiene efectos de corto, mediano y largo plazo sobre la vida de una persona, al condicionar actividades como la asistencia escolar, la participación en la actividad económica o el uso del tiempo libre, lo que en conjunto incidirá sobre su desarrollo (2005: 144).

En este sentido, los resultados de la investigación dibujan claramente los efectos negativos, en términos educativos, del inicio temprano de la vida sexual: mayor probabilidad de no asistir a la escuela e incluso de no contar con ningún nivel educativo.

Aunque en términos generales los jóvenes en Chiapas han alcanzado mayores niveles de escolaridad respecto a los cursados por sus padres, estos avances son desiguales y dependen del sexo y de la condición socioeconómica de su hogar de pertenencia. En este sentido, según la ENJ 2010 todavía 22.1 por ciento de la población joven en Chiapas no tiene estudios posprimaria: la proporción de mujeres es mayor a la de los hombres (24.3 por ciento vs. 20 por ciento). Es decir, el hecho de ser mujer es todavía un poderoso elemento de exclusión. Además, en los hogares con mayor precariedad socioeconómica, 26 por ciento de jóvenes no tiene estudios posprimaria en comparación con los hogares con mejores condiciones socioeconómicas (1.8 por ciento).5 En la misma sintonía, más mujeres (47 por ciento) que hombres (41.6 por ciento) tienen educación básica incompleta y se observa una mejoría respecto al año 2000, donde 64.4 por ciento de mujeres y 60.7 por ciento de hombres tenían educación básica incompleta (IMJ: 2012).

Como en el resto del estado de Chiapas, las condiciones educativas de los jóvenes en este rango de edad en los 36 municipios son muy heterogéneas; en este sentido, se observa que en promedio 3.4 por ciento de la población entre 15-24 años no tiene escolaridad. Sin embargo, el municipio con el mayor porcentaje sin escolaridad es Ocozocoautla (4.48 por ciento) y el de menor porcentaje es Acala (3.1 por ciento). De manera general, en los 36 municipios son más las mujeres que no tienen escolaridad.

El promedio de años de escolaridad logrados para los 36 municipios es 6.3, muy cercano al promedio estatal, que es 6.6. Hay municipios como Soyaló con mayor promedio de años logrados (8.3) y aquellos con un promedio de años por debajo del promedio estatal, como Villa Comaltitlán, con 5.1. De manera general en los 36 municipios es mayor el promedio de años logrados por los hombres respecto al de las mujeres (INEGI, 2010).

En este sentido, 36 por ciento de los hombres del estudio que ya iniciaron su vida sexual asiste a la escuela, versus sólo 16.3 por ciento de las mujeres (p = 0.000) (Cuadro 6). Las mujeres que han tenido relaciones sexuales tienen casi tres veces más probabilidad que los hombres de no asistir a la escuela (RM = 2.90, IC95% 2.18-2.86).

El mayor porcentaje de los entrevistados (38.6 por ciento) cuenta con estudios de educación media superior (44.2 por ciento hombres, 34.1 por ciento mujeres) seguidos por 28.6 por ciento que estudiaron secundaria (23.7 por ciento hombres y 32.6 por ciento mujeres). Existen diferencias estadísticas significativas (X2LR 22.724, 6 gl, p = 0.001).

El sexo del entrevistado se relaciona significativamente con el último año de escolaridad. Son más los hombres quienes logran estudios de educación media superior; el acceso inequitativo a la educación se observa al tener más mujeres que hombres sin ningún nivel educativo (7.4 por ciento versus 3.5 por ciento) (Cuadro 7). El grado de marginación del municipio de residencia es clave para explicar la mayor escolaridad alcanzada tanto por hombres como por mujeres, ya que a menor marginación, mayor proporción en los niveles medio y superior de escolaridad (p = 0.000 para cada sexo, respectivamente).

Uso de métodos anticonceptivos

Aproximadamente la mitad de los entrevistados que ya había iniciado su vida sexual (48 por ciento) dijeron haber utilizado algún método anticonceptivo en su primera relación sexual. La mayor proporción de hombres (61.8 por ciento) que mujeres (37.2 por ciento) es significativa (X2MV 64.955, 1 gl, p = 0.000) (Cuadro 8).

En la distribución proporcional de métodos anticonceptivos utilizados en la primera relación sexual el mayor porcentaje tanto para hombres como para mujeres se registró en el uso de condón o preservativo (96 por ciento hombres versus 67.3 por ciento mujeres). Los demás métodos muestran menores porcentajes y la diferencia estadística es significativa (X2MV 91.461, 5 gl, p = 0.000) (Cuadro 9). En el tenor de apuntar cambios en los comportamientos sexuales y reproductivos destaca, en cuanto a uso de métodos anticonceptivos en la primera relación sexual, el incremento en el uso de pastillas anticonceptivas (hormonales orales) conforme el grado de marginación es menor (Cuadro 10). Cabe mencionar que esta situación fue generalizada pues no se registraron diferencias según el grado de marginación del municipio de residencia en la proporción de uso de métodos anticonceptivos en la primera relación sexual.

El importante porcentaje de hombres y mujeres que registró el uso del condón o preservativo se complementa con los datos de la ENJ 20056 donde, para la región Sur-Sureste, nueve de cada diez jóvenes dijeron conocer el condón como método anticonceptivo (Tinoco y Evangelista, 2006).

Es decir, se trata del método más conocido; sin embargo, queda la duda de hasta dónde existe un menor uso al reportado ante la dificultad de acceso al mismo que puede representar el hecho de que la mitad de la población entre 15-19 años en los municipios estudiados no es derechohabiente.7 Por otra parte, asumiendo el alto porcentaje de uso reportado, éste indicaría la intención de evitar tanto embarazos no planeados como infecciones de transmisión sexual, pero sobre todo, la capacidad de las jóvenes para negociar su uso y la disposición de ellos para protegerse durante el acto sexual. En particular para el tema del acceso y uso a métodos anticonceptivos, es de suma importancia tomar en cuenta que 53.7 por ciento (110 078 jóvenes) del total de población entre los 15 y 24 años de edad en los 36 municipios donde se aplicó la encuesta no es derechohabiente de los servicios de salud. En municipios como Villa Comaltitlán y La Independencia este porcentaje se incrementa notoriamente, alcanzando 74.7 por ciento (3 388 jóvenes) y 74.4 por ciento (6 760 jóvenes), respectivamente; a la vez que en municipios como Soyaló sólo 17.9 por ciento (342 jóvenes) no tiene derechohabiencia. A nivel estatal casi la mitad de la población de 15 a 24 años de edad no cuenta con derechohabiencia, lo que corresponde a 463 914 (47.91 por ciento) jóvenes (INEGI, 2010).

Esta condición de no derechohabiencia se convierte en una situación precaria para los jóvenes en este rango de edad (15-24 años) considerando que es justo el momento en que están iniciando su vida sexual activa y no tienen posibilidades de acceder a información e incluso a métodos anticonceptivos a través de los servicios de salud.

 

Frecuencia de embarazo e hijos nacidos vivos

La maternidad que no es resultado de una decisión personal, libre, informada y responsable es un problema en cualquier edad que se presente. Sin embargo, se presume que este hecho es aún más conflictivo conforme las mujeres son más jóvenes, bajo el supuesto de que cuentan con menos recursos materiales y simbólicos para ejercer un rol eficiente como madres y para traducir la maternidad en una experiencia constructiva que contribuya a su desarrollo personal, en lugar de convertirse en una limitación (CONAPO, 2010: 89).

Así, la fecundidad a edades tempranas ha cobrado un creciente interés porque está asociada con riesgos biopsicosociales para la madre y el recién nacido, con condiciones de precariedad socioeconómica, que para algunos autores preceden a la fecundidad de las adolescentes y, finalmente, por el hecho de que una parte importante de los embarazos en esta etapa de la vida no son planeados (Stern y Menkes, 2008).

En este sentido, de la población total de quienes iniciaron su vida sexual,19.9 por ciento de los hombres alguna vez ha embarazado alguien, mientras que 61 por ciento de las mujeres alguna vez estuvo embarazada. La diferencia es estadísticamente significativa X2MV 193.04, gl1, 0.000) (Cuadro 11).

El 50.1 por ciento planeó el embarazo (51 por ciento mujeres y 46.4 por ciento hombres); la diferencia no fue estadísticamente significativa (X2MV 0.565, 1 gl, p = 0.452). Llama la atención que la mitad de las entrevistadas reconocieran que su embarazo no fue planeado.

Además, mientras 43.6 por ciento de las mujeres tenía entre 15 y 17 años al momento del embarazo, 37.2 por ciento de los hombres embarazó a alguien por primera vez en el mismo rango de edad. Entre 18 años o más, un porcentaje similar de hombres (59 por ciento) y mujeres (56.4 por ciento) embarazó a alguien o se embarazó. Las diferencias entre sexos no son estadísticamente significativas (X2MV 4.547, 1 gl, p = 0.330) (Figura 4).

La edad a la que la mayoría de los hombres entrevistados tuvieron su primer hijo fue entre los 19 y 24 años de edad (79.7 por ciento), mientras que más mujeres (53.8 por ciento) que hombres (29.3 por ciento) lo tuvieron entre los 13 y 18 años. La diferencia es significativa estadísticamente (X2MV=18.08, 1 gl, p = 0.000). Así, las mujeres tienen su primer hijo a una edad más temprana (13 a 18 años) que los hombres (19 a 24 años de edad).

Existe 2.86 más probabilidad de que las mujeres tengan su primer hijo a edades más tempranas que los hombres (Cuadro 12).

Los resultados también muestran una tendencia descendente en la ocurrencia de embarazos a temprana edad según el grado de marginación; de esta manera, mientras al estrato de Muy Alta Marginación corresponde 42 por ciento, en el de Baja Marginación disminuye a 33.9 por ciento.

Sin embargo, se trata todavía de una cifra elevada si se considera el alto riesgo de complicaciones durante el embarazo y parto en este grupo de edad (Cuadro 13).

Del mismo modo, Stern y Menkes (2008: 380) afirman que el fenómeno del embarazo adolescente8 tiende a concentrarse en los sectores pobres de la población, mayoritariamente rurales. Agregan además que, en términos generalizados, no es una causa importante de la deserción escolar porque tienden a ocurrir cuando las jóvenes han abandonado los estudios y se relacionan "con las condiciones de pobreza, escasa escolaridad y de falta de oportunidades alternativas a la maternidad que prevalecen en la población de los estratos bajos de la población". Chiapas es el segundo estado, precedido por Guerrero, con el mayor porcentaje de madres de 15 a 17 años y registró 7.6 por ciento en 2010, por arriba del porcentaje nacional de 6.1 (REDIM, 2011). Aunque según los resultados del Censo de Población y Vivienda del año 2010, el número promedio de hijos nacidos vivos en cada grupo quinquenal de mujeres de 12 años y más en Chiapas ha disminuido en comparación con el año 2000, el grupo de 15 a 19 años de edad ha permanecido igual (un hijos por mujer) (IMJ, 2012: 94). Así, de las 6 185 mujeres solteras entre 15 y 24 años con al menos un hijo nacido vivo en Chiapas, 1 330 (22.3 por ciento) son de los 36 municipios donde se realizó este estudio.

Por otro lado, se preguntó tanto a hombres como a mujeres cuántos hijos vivos han tenido. Entre quienes alguna vez han estado embarazadas o han embarazado a alguien destacan, con un mayor porcentaje, quienes habían tenido al menos un hijo (66.9 por ciento). No hubo diferencias significativas en las respuestas de hombres (66.7 por ciento) y mujeres (67 por ciento) (p = 0.884) (Cuadro 14).

La diferencia respecto al número de hijos e hijas que dijeron que desean tener fue estadísticamente significativa; es decir, menos mujeres (35 por ciento) que hombres (53.3 por ciento) dijeron tres hijos o más (X2MV12.279, gl 4, 0.015). Aproximadamente la mitad de las mujeres (48.9 por ciento) desean tener dos hijos(as), mientras que la mayoría de los hombres (44.4 por ciento) desea tener tres hijos(as) (Cuadro 15).

 

Discusión y conclusiones

Resulta de gran relevancia el análisis del comportamiento sexual y reproductivo de la población joven por al menos dos razones: la primera relacionada con la importancia que tiene la ocurrencia en esta etapa de eventos que a manera de nodos biográficos constituyen transiciones significativas porque suponen la toma de decisiones complejas e irreversibles (Tuñón y Ayús, 2003). Así, la primera relación sexual constituye un nodo que puede bifurcar la biografía de los jóvenes si como consecuencia de la misma se da un embarazo y al asumir la maternidad-paternidad se inicia también la vida conyugal. Es decir, constituye un indicador de cómo los jóvenes asumen los roles adultos que se les asignan.

La segunda razón tiene que ver con la heterogeneidad de circunstancias en las que dichas transiciones ocurren. En este sentido, este estudio muestra que los comportamientos sexuales y reproductivos de los jóvenes están estrechamente asociados a las condiciones de marginación en las que viven. Se configuran así condiciones de vulnerabilidad para el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de este grupo de población —al menos para el ejercicio libre, responsable e informado de la sexualidad— "convirtiendo a la misma en una dimensión más de la desigualdad y exclusión social" (CONAPO, 2010:81).

Solís et al. (2008) hablan de un modelo de sexualidad mixto entre las mujeres mexicanas, constituido por un lado por un sector tradicional que se caracteriza por un patrón de unión temprana combinado con el inicio de la vida sexual y un inmediato inicio de la vida reproductiva, a consecuencia de ambos. Los tres eventos están muy cercanos en el tiempo y ocurren entre las etapas finales de la adolescencia y los primeros años de la adultez (CONAPO, 2010). A este sector se suma un grupo de reciente aparición, particularmente mujeres de los sectores medios y altos urbanos en México, donde el inicio sexual se da anterior a la unión y al margen de la vida reproductiva; señalando una tendencia incipiente a disociar ambos eventos entre sí y, todavía más, de la vida conyugal.

Los resultados que arroja el presente estudio revelan prácticas que colocan a los entrevistados por un lado en la expresión tradicional del modelo de sexualidad y por el otro en el modelo que desfasa la vida reproductiva de la vida sexual. Así, el hecho de que las mujeres deseen tener menos hijos que los hombres, los porcentajes entre las mujeres de la curiosidad como razón por la que tuvieron su primera relación sexual y que la mitad de los entrevistados reconozca que su embarazo no fue planeado, coexisten con la permanencia de algunos comportamientos reproductivos tales como que las mujeres tengan su primer hijo(a) a una edad más temprana (13 a 18 años) que los hombres (19-24 años) y el menor uso en las mujeres de algún método anticonceptivo en su primera relación sexual (37.2 por ciento versus 61.8 por ciento en los hombres).

La investigación demográfica da cuenta de dos procesos de cambio importantes en la vida sexual de los jóvenes en México: la paulatina postergación de la primera unión y el rejuvenecimiento en la edad a la que inician las relaciones sexuales. Ambos cambios apuntan a la iniciación sexual más desvinculada de la unión conyugal, misma que suele ser un poco más tardía; es decir, podría afirmarse que ambos procesos se encuentran cada vez más asociados a decisiones individuales y más lejanos del cumplimiento de marcos normativos en torno a la sexualidad juvenil propios de una sociedad con serias dificultades para asumir el ejercicio de ésta sin fines reproductivos como componente fundamental del desarrollo de este grupo de población (CONAPO, 2010).

Acorde con la tendencia nacional de rejuvenecimiento de la edad a la que inician relaciones sexuales, los presentes resultados muestran que más hombres que mujeres (11.9 por ciento versus 5.3 por ciento) inician su vida sexual activa a edades más tempranas (11-14 años). Sin embargo, cabe insistir en que el mayor porcentaje de inicio de la vida sexual se reportó en el grupo de 15 a 19 años (75.8 por ciento). Sumado a lo anterior, destaca que entre los hombres del estrato de Baja Marginación el amor-unión como razón por la que se tuvo la primera relación sexual y la novia como la persona con quién tuvieron esa primera relación sexual registraron porcentajes altos (15.9 por ciento y 56.8 por ciento respectivamente). Por lo tanto, es en este estrato de Baja Marginación donde se registró la cifra más alta (18.2 por ciento) de los hombres menores de 19 años que embarazaron a alguien, lo cual podría deberse a que no se considera necesaria la protección anticonceptiva por las razones y con las personas con las que inician su actividad sexual.

En el tenor de apuntar cambios en los comportamientos reproductivos destaca, en cuanto a uso de métodos anticonceptivos en la primera relación sexual, el incremento en el uso de pastillas anticonceptivas (hormonales orales) conforme el grado de marginación es menor. Lo anterior sugiere por un lado disponibilidad del método, pero por otro podría estar dando cuenta de relaciones de género más flexibles y mayor autonomía de las mujeres respecto a su sexualidad y reproducción. Además, conforme el grado de marginación es menor, disminuye también el porcentaje de mujeres que tuvieron su primera relación sexual por amor-unión (39.4 por ciento).

Los cambios en las prácticas sexuales y reproductivas a nivel nacional ocultan heterogeneidades regionales. En este sentido, Tuñón y Ayús (2003) ya señalaban que a diferencia de lo que sucede en el contexto nacional, en Chiapas se observaba el predominio de una sexualidad estrechamente vinculada a la unión conyugal, particularmente entre parejas en ámbitos rurales e indígenas. Por su parte la Encuesta de Salud y Derechos de las Mujeres Indígenas, ensademi (INSP, 2008) también afirma que el inicio de la vida reproductiva de las mujeres indígenas está estrechamente asociado con el inicio de la vida conyugal, puesto que el porcentaje de mujeres entrevistadas que tuvo su primera unión a edades muy tempranas (9-19 años) se elevó a 83 por ciento en la región Altos de Chiapas.

De esta manera, el presente trabajo documenta heterogeneidades para los 36 municipios asociadas a los diferentes grados de marginación en Chiapas. Por un lado, rasgos incipientes que apuntan a la desvinculación del inicio sexual de la unión conyugal entre jóvenes que residen en municipios de Baja Marginación, pero al mismo tiempo comportamientos del modelo tradicional de la sexualidad y la reproducción que aún permanecen en municipios de Muy Alta Marginación y entre población indígena. Aunque el estudio no es de ninguna manera representativo de la población joven indígena de los 36 municipios incluidos en el estudio9 sobresale que presentaron la mayor frecuencia (47.5 por ciento) de haber tenido relaciones sexuales en comparación con los jóvenes no indígenas (41.8 por ciento) y que a mayor grado de marginación corresponde mayor proporción de hombres jóvenes indígenas que han tenido relaciones sexuales, que se iniciaron con trabajadoras sexuales y que registraron el menor uso del condón durante la primera relación sexual. Además, para el caso de las mujeres, más indígenas que no indígenas dijeron haber tenido relaciones sexuales (49.3 por ciento versus 37.9 por ciento, respectivamente).

Por otro lado, entre los varones no indígenas el mayor porcentaje que ha tenido relaciones sexuales se registra entre los residentes de municipios de Alta Marginación (75 por ciento, p = 0.017) pero para el caso de las mujeres no indígenas el mayor porcentaje se presenta en el estrato de Baja Marginación (41.5 por ciento, p = 0.560). Así, los resultados se suman a lo documentado ampliamente por la investigación sociodemográfica reciente en México que analiza los cambios y permanencias en algunos momentos clave de las biografías sexuales, maritales y reproductivas de los jóvenes claramente diferenciado según el ámbito de residencia, el nivel escolar y otras variables económicas (Solís et al., 2008; Rojas y Castrejón, 2008; Welti, 2005).

En conclusión, la clara relación de los comportamientos sexuales y reproductivos con el grado de marginación de los jóvenes en los 36 municipios que abarcó este estudio, permite ofrecer varias recomendaciones para la política pública. En primer lugar, si bien se registran edades tempranas de inicio sexual tanto en estratos bajos como de Muy alta marginación, no resulta difícil pensar que las condiciones de vulnerabilidad se agudizan en los sectores más desfavorecidos. Así lo muestra el más alto porcentaje de inicio sexual con trabajadoras sexuales y el menor uso del condón en la primera relación sexual entre hombres jóvenes de Muy alta marginación. Por consiguiente, es prioritario mantener, pero sobre todo mejorar las políticas económicas y sociales que buscan que los jóvenes de estos estratos salgan de la pobreza en la que se encuentran. En este sentido, es preciso mejorar las oportunidades educativas con énfasis en las mujeres y generar oportunidades de trabajo e ingresos, agrícolas y no agrícolas, en los lugares de residencia.

Además, es importante mantener e impulsar acciones de información y concientización sobre derechos sexuales y reproductivos a la par de la creación de condiciones de posibilidad para su reconocimiento y ejercicio. Es decir, por ejemplo, proporcionar información sobre el ejercicio responsable y protegido de la sexualidad y simultáneamente garantizar el acceso a los medios para evitar embarazos no planeados e infecciones de transmisión sexual, como los métodos de anticoncepción, incluyendo el preservativo. Hasta ahora estas acciones se realizan por parte del sector salud y educativo, de ahí la importancia de mejorar el acceso y permanencia de los jóvenes en la educación formal, así como la disponibilidad para ellos de los servicios de salud.

De acuerdo con los resultados sobre embarazos adolescentes en estratos de Muy alta marginación y en coincidencia con otros autores (Stern y Menkes, 2008), las políticas de prevención y atención al mismo deberán intensificarse entre estos jóvenes en condiciones de mayor vulnerabilidad, relacionadas con los riesgos para la salud intrínsecos a los embarazos a edades tempranas, sumados a estados de desnutrición y falta de acceso a los servicios de salud institucionales para la atención del embarazo y parto.

Finalmente, es necesario continuar trabajando en aras de consolidar aquellos comportamientos sexuales y reproductivos que atisban la desvinculación de la sexualidad con la reproducción presentes entre los jóvenes de los estratos de baja marginación. En la medida que estos jóvenes tengan acceso a información que les permita discutir los discursos tradicionales sobre la sexualidad y la reproducción, se estarán propiciando zonas de tensión donde nuevos significados orientadores de nuevas prácticas podrán emerger, repercutiendo en el cambio cultural que dé forma y contenido a relaciones equitativas de género en los ámbitos de la sexualidad y la reproducción. A decir de Stern y Menkes (2008), en la medida que los diversos sectores adultos de nuestra sociedad (padres, maestros, médicos, comunicadores, etc.) reconozcan pero sobre todo garanticen los derechos sexuales y reproductivos de la población adolescente y joven, estarán en principio aceptando su sexualidad como legítima.

 

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Notas

1 Para fines de identificación de los núcleos geográficos con marginación similar, las entidades se estratifican en cinco grupos: muy bajo, bajo, medio, alto y muy alto (CONAPO, 2000).

2 Corresponde a la "Encuesta para el diagnóstico sobre necesidades socioeconómicas en Chiapas" financiado por la Secretaria de Desarrollo Social federal, bajo la responsabilidad de la Dra. Austreberta Nazar y el Dr. Benito Salvatierra. Por problemas de seguridad del personal de campo no se aplicó de forma completa en las cabeceras municipales de La Grandeza, Libertad y Ciudad Hidalgo.

3 El diseño de este módulo estuvo bajo la responsabilidad de la Dra. Angélica Evangelista García y el MC Rolando Tinoco Ojanguren con la colaboración del resto de autoras y el autor de este trabajo.

4 Con este término se hace referencia a las personas ubicadas dentro del alcance de la experiencia directa de los jóvenes, compartiendo tiempo y espacio; es decir, amigas, novias, vecinas o conocidas que no necesariamente tienen la misma edad (Evangelista y Kauffer, 2007, 2009).

5 En la enj 2010 se conformaron tres grupos de similar tamaño a nivel nacional para realizar comparaciones entre los hogares con residentes jóvenes. Se consideraron tres conjuntos de variables cuantitativas con la finalidad de que la agrupación fuera multidimensional, es decir, que integrara varios aspectos como características de la vivienda, disponibilidad de bienes e ingreso (Cfr. IMJ 2012: 235-238).

6 Los resultados de la ENJ 2005 siguen siendo los datos disponibles más recientes, hasta 2012, sobre la población joven de Chiapas. Aunque ya se llevó a cabo la enj 2010 aún no están disponibles los datos para el estado como ya lo están para Hidalgo, Querétaro, Veracruz, Yucatán y Distrito Federal. Es preciso señalar que en la enj 2005 la situación de los jóvenes de Chiapas quedó integrada al análisis de la Región Sur-Sureste, conformada también por Guerrero, Oaxaca, Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Veracruz y Tabasco.

7 Estudios con poblaciones que se dedican al trabajo sexual han documentado la posibilidad de un menor uso del condón al reportado por diversas encuestas realizadas entre estas poblaciones. En este sentido, Gayet et al. (2007) en su estudio decidieron introducir preguntas para corroborar si Mujeres Trabajadoras Sexuales (MTS) tenían condones en el momento de ser entrevistadas en los sitios y horarios donde se ejerce el trabajo sexual, por lo que era de esperarse que tuvieran condones para usar con los clientes. Gayet et al. encontraron que sólo 59 por ciento de las MTS pudo mostrar un condón vs. 95 por ciento que había reportado el uso del condón con sus clientes.

8 Sin duda, un porcentaje importante de embarazos registrados en este estudio se inscribe en la denominación de embarazo adolescente, puesto que ocurre durante la adolescencia de la madre, definida por la Organización Mundial de la Salud como el lapso de vida transcurrido entre los diez y los 19 años.

9 Según el criterio restringido de que la población indígena son los hablantes de lengua indígena.

 

Información sobre los autores:

Yuridiana Ballinas Urbina. Psicóloga social por la Universidad Maya y Maestra en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural de El Colegio de la Frontera Sur. Dirección electrónica: yurbina@ecosur.mx

Angélica Evangelista García. Doctora en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Maestra en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural por El Colegio de la Frontera Sur y especialidad en estudios de la mujer por el Colegio de México. Ha colaborado en diversos proyectos de investigación y acción con población joven principalmente relacionados con derechos sexuales y reproductivos, género, sexualidad, VIH/Sida y ciudadanía. Actualmente está adscrita a la línea de investigación de Género y Políticas Públicas de El Colegio de La Frontera Sur y es Nivel I del SNI. Dirección electrónica: aevangel@ecosur.mx

Austreberta Nazar Beutelspacher. Médica cirujana por la Universidad Autónoma de Chiapas, maestra en Medicina Social por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, especialista en Epidemiología Aplicada por la Secretaría de Salud de México y los Centros para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos y doctora en Estudios del Desarrollo Rural por el Colegio de Postgraduados. Actualmente es directora del Área Académica Sociedad, Cultura y Salud de El Colegio de la Frontera Sur. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Sistema Estatal de Investigadores (Chiapas), de la Academia Mexicana de Ciencias, y premio Reconocimiento al Mérito Estatal de Investigación Científica (Chiapas). Una de sus publicaciones más destacadas es: Does contraception benefit women? Structure, Agency and well-being in rural México (en coautoría con Emma Zapata Martelo y Verónica Vázquez García). Dirección electrónica: anazar@ecosur.mx

Benito Salvatierra Izaba. Estudió Doctorado en Estudios del Desarrollo Rural. Es investigador en El Colegio de la Frontera Sur. Publicaciones recientes: A. Nazar, I. Salvatierra, J. Sánchez y R. Mariaca, 2010, "Desigualdad Social y crisis financiera", en Ecofronteras, 38; T. Lerner, R. Mariaca, B. Salvatierra, A. González y E. Wahl, 2009, "Aporte de alimentos del huerto familiar a la economía campesina Ch'ol, Suclumpá, Chiapas, México", en Etnobiología, 7; J. Nahed, J. Calderón, R. Aguilar, B. Sánchez, J. L. Ruiz, Y. Mena, M. Castel, A. Ruiz, G. Jiménez, J. López, G. Sánchez y B. Salvatierra, 2009; y "Aproximación de los sistemas agrosilvopastoriles de tres microrregiones de Chiapas, México, al modelo de producción orgánica", en Avances en Investigación Agropecuaria, 13(1), entre otras. Dirección electrónica: bsalvati@ecosur.mx.

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