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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.20 n.82 Toluca Oct./Dec. 2014

 

Población y sustentabilidad: temas abiertos para el siglo XXI*

 

Population and sustainability: open issues for the XXI century

 

Massimo Livi-Bacci

 

Universidad de Florencia, Italia

 

Artículo recibido el 29 de septiembre de 2014.
Aprobado el 10 de noviembre de 2014.

 

Resumen

La cuestión demográfica y las múltiples relaciones entre el rápido crecimiento de la población mundial y el desarrollo, ha sido el centro del debate internacional a partir del término de la Segunda Guerra Mundial. Muchas de las conclusiones de la Conferencia de Población de El Cairo, efectuada en 1994, inspiraron la Declaración del Milenio de los jefes de Estado del año 2000 y varios objetivos de naturaleza demográfica se incluyeron entre los "Objetivos del Milenio", que se deberían alcanzar a más tardar en 2015. Ahora hay que preguntar cuáles son las nuevas claves, los nuevos objetivos, las nuevas finalidades que puedan guiar las acciones de los gobiernos y de la comunidad internacional después de 2015. A los Objetivos del Milenio se les reprocha hoy —además de otras carencias— no haber integrado un cuadro coherente, respetuoso del inseparable binomio desarrollo-sustentabilidad.

Palabras clave: Sustentabilidad; Objetivos del milenio; población; desarrollo.

 

Abstract

Demography and the multiple relationships between the rapid growth of world population and development, have been the center of international debate since the end of World War II. Many conclutions of the Population Conference in Cairo, —celebrated in 1994— inspired the Millennium Declaration of the Heads of State in 2000 and several demographic nature objectives included among the "Millennium Development Goals", which should be reached in 2015. Now we have to ask what are the new keys, the new goals that can guide the actions of governments and the international community after 2015. To those goals are reproached today —plus other deficiencies— not include the inseparable binomial development-sustainability.

Key words: sustainability, development, millennium development goals.

 

La adaptabilidad, la flexibilidad y la resiliencia son características propias de la especie humana en el curso de su dispersión en el planeta y de su crecimiento milenario. Estas cualidades fueron determinantes hace decenas de millares de años —cuando nuestra especie apareció sobre la tierra— y lo serán en el futuro.

La humanidad vive en contextos físicos, sociales y económicos que se transforman continuamente y requieren capacidad de respuesta y de adaptación a las modificaciones del ambiente en que vive. La población es parte fundamental de estos procesos y el desarrollo de sus componentes —reproducción y dinámicas familiares, salud y sobrevivencia, movilidad y migraciones— son objeto de continua observación, análisis e interpretación. Existe, sin embargo, otra prospectiva para quien observa estos fenómenos, que consiste en considerarlos como el resultado de prerrogativas que constituyen el capital humano —mismas que son primero individuales y luego colectivas: de las familias, de los grupos sociales, de los pueblos— y entre las que están la capacidad de decidir el número de hijos, el momento de su nacimiento o el intervalo entre ellos, de constituir una unión y crear una familia, de conocer y cuidar el propio cuerpo, de moverse en su territorio o cambiar su lugar de residencia. Desarrollar y reforzar tales prerrogativas determinan un mejor funcionamiento del sistema demográfico y de su capacidad de adaptarse a la modificación de las constricciones externas debidas a un shock económico, una crisis social, una catástrofe natural o una epidemia.

La cuestión demográfica y las múltiples relaciones entre el rápido crecimiento de la población mundial y el desarrollo, ha sido el centro del debate internacional a partir del término de la Segunda Guerra Mundial. Se ha venido difundiendo una viva preocupación por las consecuencias de un crecimiento que no tenía parangones en la historia de la humanidad; al mismo tiempo, se consideraba demasiado lento —respecto al potencial desarrollo de otros aspectos del cambio social— el refuerzo de las prerrogativas demográficas y del capital humano conectadas a éste. La ausencia de control de los nacimientos producía generaciones demasiado numerosas, frustrando los intentos de mejorar la instrucción, ponía en el mercado de trabajo nuevas generaciones de jóvenes destinados a la desocupación, obligaba a las mujeres a las actividades domésticas y producía flujos migratorios incontrolables hacia las ciudades.

Las instituciones internacionales amplificaron el debate, que tenía como centro las organizaciones pertenecientes al sistema de las Naciones Unidas. En general, la prudencia orientó la discusión, las declaraciones oficiales y las recomendaciones inherentes a las políticas sociales. Se ponía en evidencia el objetivo de "reducir" la tasa de incremento de la población (que entre 1950 y 1990 había superado ampliamente el dos por ciento anual en los países pobres) proponiendo el robusto refuerzo de las prerrogativas demográficas que se han definido antes. Proponer la reducción de la tasa de aumento de la población parecía —en el mejor de los casos— una prédica paternalista de los países ricos hacia los países pobres y —en el peor de los casos— una arrogante conducta imperialista sugerida por el temor de un excesivo crecimiento del Tercer Mundo. Mucho menos controversiales, en cambio, eran las cuestiones relacionadas a fortalecer las prerrogativas demográficas. Por ejemplo: ¿de qué manera convencer a individuos, parejas y familias acerca de lo conveniente y adecuado de un control —de un freno— a la fecundidad? ¿Cómo desarrollar el nexo entre la instrucción y el control de la sexualidad, del cuidado del propio cuerpo y de una alimentación correcta? ¿Cómo mejorar la salud de las mujeres y de los niños, uniendo las decisiones reproductivas, la adecuada atención del embarazo, del parto y del puerperio, las buenas prácticas de crianza y de alimentación infantil?

Las conferencias de Población promovidas por las Naciones Unidas en 1974 (en Bucarest), en 1984 (en la Ciudad de México) y en 1994 (en El Cairo) abordaron estos y otros numerosos temas, con documentos finales aprobados por consenso que contenían declaraciones de principios, recomendaciones e indicaciones de políticas. La conferencia de El Cairo de 1994 (International Conference on Population and Development, o ICPD) se concluyó con la aprobación de un "Programa de acción" (Programme of Action) (United Nations, 1995), que representó la posición oficial de la comunidad internacional acerca de las relaciones entre población y desarrollo sobre políticas que debían ponerse en práctica, sobre financiamiento de las mismas de parte de los donadores nacionales e internacionales y de los gobiernos.

Muchas de las conclusiones de la Conferencia de El Cairo inspiraron la Declaración del Milenio de los jefes de Estado del año 2000 y varios objetivos de naturaleza demográfica se incluyeron entre los "Objetivos del Milenio", que se deberían alcanzar a más tardar en 2015.1 Ahora que el año 2015 está por llegar, se puede constatar una mezcla de éxitos y fracasos en lo que toca al alcance de los objetivos que se habían propuesto en 2000. Ahora hay que preguntar cuáles son las nuevas claves, los nuevos objetivos, las nuevas finalidades que puedan guiar las acciones de los gobiernos y de la comunidad internacional después de 2015. Ha habido, en tiempos muy recientes, un florecimiento de iniciativas y de documentos nacionales e internacionales para reformular las estrategias de desarrollo que el leitmotiv del léxico actual impone, para que el desarrollo sea sustentable bajo el perfil social, económico y ambiental.

A los Objetivos del Milenio se les reprocha hoy —además de otras carencias— no haber integrado los objetivos de un cuadro coherente, respetuoso del inseparable binomio desarrollo-sustentabilidad (United Nations, 2013a).

Sin entrar en el análisis de las posibles estrategias y claves del post-2015 y de su aprobación y formalización en la comunidad internacional, limitémonos a un aspecto. La población parece haber salido del grupo de estas cuestiones por afrontar, como si su futuro crecimiento, distribución y estructura fueran poco relevantes para el tema de la sustentabilidad. Sin embargo, antes del final del siglo, entre tres mil y cuatro mil millones de personas se sumarán a las más de siete mil millones que hoy viven en el planeta y todo esto implicará mayor densidad humana, mayor consumo de suelo para las construcciones y para el cultivo, mayor consumo de energía y de recursos no renovables, mayor efecto sierra en la atmósfera, más contaminación de los ríos, lagos y mares. Cada uno de estos fenómenos es la consecuencia de múltiples factores, pero entre todos destaca el factor demográfico —el mayor o menor número de personas que deberán ser nutridas, alojadas, calentadas, transportadas y requerirán de una creciente cantidad de artefactos—. En suma, parecería que la alarma roja de las décadas de 1960 y 1970 acerca de la posible detonación de la "bomba demográfica" ha salido de la agenda. ¿Es el fin de la Demografía como fuente primaria de los problemas del mundo?

Esta visión menos alarmante que la relación entre sustentabilidad y población es en parte el resultado de una reflexión más madura y equilibrada sobre el tema y se sostiene en la desaceleración en curso del crecimiento de la población del planeta: respecto a los años 70, la tasa de incremento se ha reducido casi a la mitad (de dos por ciento en 1970-1975 a 1.1 por ciento en 2010-2015) y la tendencia a la reducción parece bien consolidada y destinada a continuar. Sin embargo esta razonable revisión no justifica otras ilusiones que parecen difundirse y en las cuales es útil detenerse.

La primera ilusión tiene que ver con la convicción de que los "comportamientos" demográficos —reproducción sobrevivencia, movilidad, migración— están destinados a "converger" en modelos uniformes y que las macroscópicas diferencias (entre áreas geográficas, grupos étnicos, sociales o religiosos) propias del último siglo y todavía existentes, tienden a reducirse y anularse. Varios elementos se encuentran en la base de esta visión: en primer lugar las tendencias históricas indican que efectivamente las divergencias entre países se están atenuando a medida que madura y luego se agota la transición demográfica. En segundo lugar, se considera que el progreso de las ciencias biomédicas y de las tecnologías y la difusión de sus frutos, deben producir una convergencia hacia un modelo de sobrevivencia caracterizado por una alta esperanza de vida. Se considera también que la reproducción en un régimen de buena longevidad debe asentarse alrededor de los dos hijos por mujer que en una buena parte del mundo parecen ser la dimensión de la prole deseada por los padres. Finalmente, los procesos de globalización y el acabar de las diferencias de crecimiento demográfico entre los países debería reducir primero y cancelar, después, los flujos migratorios.

Estas consideraciones parecen guiar las hipótesis relacionadas con las más recientes y autorizadas proyecciones de las Naciones Unidas, que se proyectan hasta el año 2100 (United Nations, 2013b). Por ejemplo, los saldos migratorios de cada país se preven en descenso, hasta anularse alrededor del año 2100. El promedio de hijos por mujer, actualmente comprendido entre poco más de uno en algunos países y hasta seis en otros, deberá recuperarse en países con baja fecundidad y bajar velozmente en aquellos con alta fecundiad: en 2100 debería colocarse entre 1.8 y 2.2 hijos por mujer. El rango de la esperanza de vida al nacer, actualmente muy abierto, se aproxima a los 85 años en los países más longevos y supera por poco los 40 años en los países menos longevos —se acortará esta diferencia con una reducida variación entre 70 y 95 años en 2100—. Finalmente, en esa fecha, la tasa de aumento de la población mundial rozará el cero.

¿Podemos por lo tanto pensar en un mundo con población estacionaria y compuesto por regiones y países que, una vez completada la convergencia hacia comportamientos uniformes, tendrán también poblaciones estacionarias?

La segunda ilusión es hija de la primera. En un estado de estacionariedad demográfica, también la geodemografía del mundo terminaría por asumir una estructura fija. Pero esta eventualidad parece de verdad improbable. La distribución geográfica de la población ha sufrido fuertes variaciones también en la historia —no obstante que natalidad y mortalidad en el pasado fueran "obligadas" desde el inicio a variaciones cortas por la ausencia del control voluntario de los nacimientos, de la altísima incidencia de las enfermedades transmisibles y de la escasa consistencia de los flujos migratorios—. Tomemos el caso del continente americano: según prudentes estimaciones, su población equivalía a diez por ciento de la población mundial en el año 1500, descendió a dos por ciento en 1800 y volvió a subir a 13 por ciento en 1950. África tenía casi la quinta parte de la población mundial en 1600, pero en 1850 su peso porcentual se redujo a siete por ciento, para acercarse de nuevo a los niveles iniciales en el siglo siguiente. La población de China representaba 23 por ciento del total planetario en 1700, subió a 37 por ciento en 1820 y descendió a 24 por ciento un siglo después.2

En el último siglo, los cambios de la geodemografía han sido todavía más fuertes, también a causa del desfasamento temporal de los procesos de transición demográfica en las diferentes regiones del globo y serán todavía más importantes en los próximos decenios (para los cuales se pueden aventurar previsiones bien fundamentadas). El peso demográfico de Europa, donde la transición comenzó hace dos siglos o más, pasó de 20 por ciento en 1800 a 25 por ciento en 1910, para descender después a 22 por ciento en 1950, a diez por ciento en 2014 y a un modesto siete por ciento previsto para el año 2050. El peso de África, donde la transición inició hace pocas décadas, pasó de nueve a 16 por ciento entre 1950 y 2014 y aumentará a 25 por ciento en 2050.

Es difícil pensar en un futuro en el que los ciclos demográficos se reduzcan a ser un componente poco influyente sobre la geodemografia del mundo, como consecuencia de la homologación de los comportamientos demográficos a un modelo prevaleciente en el cual la homogeneidad económica reduce a poca cosa los movimientos migratorios, en el cual la propensión a tener hijos varíe muy poco en ambitos culturales muy distintos, en el cual la sobrevivencia se uniforme a un modelo de alta longevidad, que ignore las consecuencias de la variabilidad del cuadro patológico o de las cambiantes limitaciones económicas a los sistemas sanitarios.

Por el contrario, se puede pensar que incluso en un régimen de sustancial estabilidad de la población planetaria puedan convivir áreas en fase de crecimiento con áreas de reflujo. En este caso se amortiguaría el efecto poblacional sobre los desequilibrios de naturaleza planetaria (gas sierra, calentamiento global, recursos no renovables) pero no sucedería lo mismo con aquellos problemas de naturaleza prevalentemente social y económica a los cuales continuarían enfrentándose los países o las áreas regionales que conocerían ciclos sostenidos de expansión o de depresión de naturaleza demográfica.

La distribución geográfica de la población del mundo tiene seguramente una notable importancia desde el punto de vista de las relaciones de fuerza y de influencia entre países. No existe una doctrina unánime y consolidada acerca de los efectos del nivel de poblamiento sobre el bienestar de una nación ni sobre las relaciones existentes entre tasa de incremento demográfico y desarrollo económico. Sin sostener las afirmaciones —apreciadas por los regímenes totalitarios— de que el número es "potencia", sería ingenuo pensar que las dimensiones demográficas no tengan influencia en el contexto internacional.

Número significa fuerza de trabajo, influencia económica en la relación entre países. A igualdad de desarrollo, un gran país puede destinar muchos más recursos a la cooperación y a la ayuda para el desarrollo de un pequeño país, transfiriendo fondos para fomentar la educación y la investigación, crear infraestructura, adquirir alimentos o medicinas,3 en síntesis, a crear bienestar, salud y conocimiento. Pero también lo contrario es verdad y los recursos donados pueden tener efectos destructivos y ser empleados para armamento, comprando aviones de combate, misiles o cañones. Para bien o para mal, el país demográficamente más grande cuenta mucho más que el país pequeño en la escena internacional. En resumen, el número por sí mismo no es potencia... pero influye mucho. También bajo este perfil "el fin de la Demografía" no se alcanza a ver.

En nuestra época, las poblaciones del mundo rico y gran parte de aquellas del mundo pobre gozan de buenos niveles de sobrevivencia y la dinámica demográfica es determinada sobre todo por la natalidad. El descenso continuo de ésta en el planeta es interpretado como la señal de que la población mundial tenderá a estabilizarse en el curso del siglo —una hipótesis sobre la cual ya hemos advertido al lector—. La media de hijos por mujer en el mundo era de cinco en 1950 y actualmente está a la mitad, pero a causa del distinto ritmo temporal de la transición demográfica —precoz en Europa en el siglo XIX y apenas iniciada en el continente subsahariano— nunca como ahora las diferencias entre continentes, regiones y países han sido tan profundas. Cerca de 1.6 mil millones de personas tienen una fecundidad inferior a 1.6 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo generacional, a lo que se agrega otro medio millón de millones en Europa centro oriental y meridional; en conjunto, casi 30 por ciento de la población del globo. En el otro extremo, cerca de mil millones de personas (casi todas en África al sur del Sahara) tienen una fecundidad casi triple, de 4.5 hijos por mujer. Esto significa que si los niveles de fecundidad no variaran, se crearía una dinámica de verdad insostenible si se considera, por ejemplo, que la población del África subsahariana se multiplicaría por tres entre hoy y el año 2050. También sería poco sostenible la situación de una Europa con bajísima natalidad en la cual, si nada cambiase, la población disminuiría sensiblemente. Esto no sería un problema si no fuera porque se profundizan las deseconomías, consecuencia del rápido envejecimiento y la reversión de la pirámide de edad. Esas deseconomías son inherentes a una productividad en riesgo, a la vulnerabilidad de los sistemas de pensiones y de salud, a las presiones en el equilibrio de los recursos públicos. En Asia oriental, donde la disminución de la natalidad es relativamente reciente, se presentarán problemas análogos a los de Europa dos o tres decenios después.

La agenda para después de 2015, por lo tanto, debería afrontar dos líneas de reflexión y de acción. La primera es la tradicional, contenida y confirmada en tantas declaraciones internacionales, perseguida con los Objetivos del Milenio y tiene que ver con las acciones por seguir para incentivar el control de los procesos reproductivos, sosteniendo así la disminución de la natalidad, sobre todo donde ésta es muy alta.

La segunda línea se refiere a una cuestión que hasta ahora no era prioritaria y que es opuesta: de qué modo evitar una mayor caída de la natalidad en las regiones donde ésta ya es muy baja, cómo evitar que estos procesos se extiendan a otros países y finalmente, cuáles serán las acciones para hacer posible una recuperación. La asimetría entre estas dos líneas no reside sólo en los objetivos opuestos que deberían alcanzar, sino también en la naturaleza y replicabilidad de las experiencias pasadas. Están disponibles muchos ejemplos de políticas sociales y fiscales que han promovido y sostenido el control voluntario de la natalidad, pero las experiencias de políticas exitosas para producir un aumento duradero de la fecundidad son muy pocas, con resultados inciertos y controversiales. En pocas palabras, es "fácil" operar para contener o disminuir los nacimientos, pero es "difícil" operar para hacerlos aumentar.

La transición de alta a moderada fecundidad está ligada a factores bastante conocidos, además de la difusión de una mejora en la calidad de vida de la población. Entre estos, han tenido un papel clave una mayor inversión en los hijos, con beneficios para su salud y sobrevivencia y sobre su educación y formación; las políticas para quitar a las mujeres del papel de subordinadas; la introducción de medidas de welfare que han alejado a las generaciones más viejas de la completa dependencia de los recursos proporcionados por los hijos. Políticas más específicas y dirigidas deben reducir la proporción de las mujeres que no tienen acceso a los métodos de control de la natalidad (de los cuales incluso no conocen la existencia). Un reciente documento afirma que se necesita poner a disposición de estas mujeres

un abanico completo de servicios de control de la natalidad seguros, confiables y de buena calidad, con el fin de responder a exigencias no satisfechas, en particular a favor de poblaciones con escasos recursos o difíciles de alcanzar, como los adolescentes o los muy jóvenes y sin discriminación ni coerción" (United Nations, 2013c).

En los países donde la natalidad es muy baja, hay un tibio consenso alrededor de la hipótesis de que se puede verificar una recuperación gradual; esta es la posición de muchas instituciones y autores expertos en proyecciones y previsiones demográficas. Las razones por las que esta recuperación debería manifestarse no quedan claras: algunos consideran que dado que la fecundidad muy baja genera externalidades negativas dañinas, los estados podrían reaccionar con apoyos económicos a las parejas y a las familias, induciéndolas así a tener más hijos. Aparte de la factibilidad de estas políticas —la experiencia demuestra que los recursos necesarios deben ser muy abundantes— queda por resolver el conflicto de las externalidades negativas, producidas por la baja fecundidad para la colectividad y los beneficios económicos que se crean para los padres por tener un hijo en vez de dos o dos hijos en lugar de tres. Las transferencias de recursos públicos para las familias podrían reequilibrar la balanza costo-beneficio, pero con altos costos para las finanzas públicas, difíciles de sostener en una época histórica de reducción del gasto público. En los países desarrollados, una mayor autonomía financiera de las mujeres (más mujeres dentro del mercado de trabajo); una más equitativa simetría en la repartición por género del trabajo doméstico (más hombres comprometidos con las labores de la casa o en la crianza de los hijos); intensas y extensas políticas de conciliación entre el trabajo y las responsabilidades domésticas y extradomésticas, tienen un efecto positivo sobre la natalidad. Una adecuada mezcla de medidas de apoyo a la familia, de estrategias fiscales y de medidas normativas, puede contribuir a regresar a la fecundidad a niveles menos lejanos del reemplazo y más coherentes con las expectativas y los ideales de las parejas.4

Me he referido anteriormente a numerosos documentos que varias agencias, organizaciones y grupos de trabajo de alto nivel internacional han elaborado para diseñar una "agenda después de 2015" sobre los temas del desarrollo. Aunque con una gran variedad de acentos, posiciones y estrategias, el término central para todos es el "desarrollo sustentable" que debe informar sobre todas las acciones a nivel local, nacional regional o planetario. En general estos documentos toman distancia de documentos análogos del pasado, en los cuales "no se habían integrado los aspectos económicos, sociales y ambientales del desarrollo... y no se había afrontado nunca la necesidad de promover modelos sostenibles de producción y de consumo" (United Nations, 2013d). Otro documento parte de la confirmación de que "la escala del impacto humano sobre la tierra física ha alcanzado niveles de peligrosidad de manera más rápida y destructiva de cuanto fue previsto por la mayoría en el 2000" (United Nations, 2013e). Sin embargo, estos y otros documentos no especifican el papel que el crecimiento demográfico —esos tres o cuatro mil millones de personas más que se agregarán en el curso del siglo— tendrá sobre el desarrollo sustentable. Y con todo, si el crecimiento demográfico continuara sin variaciones, la sustentabilidad estaría de verdad en riesgo.

Detengámonos a ilustrar la cuestión con el ejemplo ficticio de dos países imaginarios, —Pauperia y Tycoonia— y de su desarrollo hasta 2050. Pauperia tiene una elevada tasa de incremento demográfico, equivalente en promedio a dos por ciento entre 2014 y 2050 (el mismo incremento previsto por las Naciones Unidas para África en el mismo periodo). En Tycoonia, en cambio, la población quedará estacionaria. Para Pauperia está previsto un aumento elevado del Producto Interno Bruto (PIB) per capita anual del orden de cinco por ciento y los expertos sostienen que esa tasa es sostenible en los 36 años considerados. Pero ya que el impacto físico sobre la tierra es una función de la combinación entre población y su grado de opulencia económica, (el rédito o consumo) un simple algoritmo multiplicativo nos dice que, en los próximos 36 años, tal impacto (rebus sic stantibus, es decir, como están las cosas) se duplicaría en Tycoonia, pero se multiplicará doce veces en Pauperia. Sabemos bien que el desarrollo tecnológico tiende a "desenganchar" el crecimiento económico de los modos insostenibles de producción y de consumo. En otras palabras: con más tecnología se necesitan menos energía y menos recursos no renovables para cada unidad adicional de producto o de consumo. Es posible que esto suceda en Tycoonia, donde la desmaterialización del consumo puede ocurrir (un dólar adicional consumido puede comprar un libro electrónico, el acceso a un museo, un corte de cabello), pero es mucho más difícil que esto suceda en Pauperia, donde un dólar adicional se gasta en combustible para calentarse, utensilios de trabajo, zapatos y otros bienes elementales para los cuales la desmaterialización es imposible o mínima.

Este ejemplo demuestra cómo en las sociedades pobres, el impacto conjunto del crecimiento económico y el de la población sobre el ambiente, será muy pesado, si no insostenible, en las próximas décadas. De aquí nacen dos obvias prioridades generales, la primera de las cuales es una aceleración de las inversiones en tecnología y de las transferencias tecnológicas del mundo más avanzado hacia el mundo pobre. La segunda prioridad está en frenar la velocidad del crecimiento demográfico. Con respecto al África subsahariana, si la fecundidad permaneciera sin cambios respecto a los niveles actuales (5.4 hijos por mujer), la población se triplicaría entre 2014 y 2050 (de 0.9 a 2.8 mil millones). Si en cambio la fecundidad descendiera de los actuales 5.4 por mujer a 2.7 en 2050 (como está considerado en la variante "baja" de las previsiones de las Naciones Unidas) la población se "limitaría" a duplicarse (de 0.9 a 1.8 mil millones). Expresémonos con brutalidad: una unidad de diferencia en el número de hijos por mujer en 2050 "vale" aproximadamente 350 millones de personas (demás o de menos) en la población para la misma fecha.

Como se sostuvo al inicio, la baja de la fecundidad debe permanecer como una prioridad central en el discurso referente a la sustentabilidad. Por otra parte, mejorar el capital humano (del cual forman parte también las prerrogativas demográficas) prepara el terreno para responder a la segunda prioridad: el crecimiento de la tecnología. Entonces, seamos explícitos: la cuestión demográfica debe quedar como argumento central del debate sobre la sustentabilidad.

Hay otros aspectos del desarrollo futuro que llaman al concepto de sustentabilidad, reducido en términos demográficos. Para la longevidad, por ejemplo, se considera un poco acríticamente que la vida continuará alargándose en el futuro, aunque a un ritmo más lento, sin considerar que este progreso podría ser amenazado por una pluralidad de factores. Por ejemplo, del resurgimiento de patologías que se creía derrotadas o por el surgimiento de otras nuevas (el SIDA ha hecho retroceder algunas décadas la esperanza de vida de muchas poblaciones subsaharianas; el ébola esta produciendo desastres en Africa occidental). También habría que considerar colapsos políticos y sociales, como ha sucedido con la disolución del orden económico y social soviético, que determinó un fuerte retroceso a la esperanza de vida. Una trampa podría provenir también de un excesivo aumento de los costos que resultara insostenible para los modernos sistemas de salud, obligados a restringir o seleccionar a los destinatarios de servicios, prevención y atención.

El cauto optimismo generado por la disminución del crecimiento demográfico a nivel planetario, no debe esconder los cambios negativos conectados con los cambios en la geografia de los asentamientos humanos. Por ejemplo, la tendencia a la densificación demográfica en las zonas costeras, más vulnerables al impacto de las actividades humanas o la creciente concentración y densidad en las áreas urbanas y metropolitanas, es sostenible sólo con el desarrollo de adecuadas políticas de infraestructura y sociales, que alcancen a aprovechar las potencialidades positivas de la concentración humana, atenuando los aspectos negativos o bien el progresivo asentamiento en áreas cruciales para el equilibrio ambiental, como las grandes selvas pluviales.

Hay todavía otro fenómeno, el de las migraciones internacionales, que merecería una articulada discusión. En este caso, las interacciones con el ambiente y su sustentabilidad son indirectas y débiles. Lo que en cambio debe discutirse es la sustentabilidad "política" de un fenómeno con muchas formas, que inevitablemente crece en un espacio planetario más pequeño y más conectado. En general, el tema es "escondido bajo la alfombra" por las instituciones internacionales, que se limitan a invocar el respeto de los derechos humanos y de los tratados internacionales. Anteriormente hemos recordado cómo el brazo estadístico de las Naciones Unidas en sus proyecciones demográficas hipotiza una gradual pero completamente improbable "desaparición" de los flujos netos entre países. La realidad es que ningún país está dispuesto a ceder siquiera una mínima fracción de su propia soberanía a cualquier forma de institución supranacional con poderes normativos aunque sean mínimos. Sucede así que las migraciones —sobre todo aquellas de larga duración que implican un duradero o permanente trasplante de un país a otro— permanecen sujetas a la fuerza de las desigualdades demográficas, económicas y sociales, a la eficiencia de los canales, de las barreras que regulan el flujo en cada país de inmigración y al cierre o apertura de los límites puestos a la emigracion por los países de salida. Los derechos de los migrantes se quedan muy frecuentemente sólo en el papel, a causa de los grandes intereses de los países expulsores y receptores. Según las estimaciones, la reserva de migrantes en el mundo —migrantes porque son extranjeros o porque nacieron en un país diferente de aquel en que habitan— se acerca a 250 millones. Cada año, decenas de millones de personas migran de un país a otro por periodos que pueden ir de breves a largos como el ciclo de vida. Aumentan los flujos de refugiados y aquellos "mixtos", de migrantes económicos y migrantes en busca de protección. Se incrementan las víctimas en cifras alarmantes, como en el Mediterráneo, dónde hasta octubre de 2014 habían muerto más de tres mil migrantes, casi todos potenciales refugiados. Así, existen todas las condiciones objetivas para que la comunidad internacional haga un llamado de alerta.

 

Bibliografía

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Notas

* Escrito originalmente en lengua italiana y traducido por la LCC María del Socorro Castañeda Díaz.

1 Tres de los ocho "Objetivos del Milenio" se refieren a la mortalidad infantil, la salud reproductiva, el SIDA/VIH y las demás graves enfermedades sociales. Los otros cinco tienen que ver con la reducción del hambre y de la pobreza extrema, la educación, la igualdad de género, la sustentabilidad ambiental y la cooperación para el desarrollo.

2 Las estimaciones sobre el "peso" demográfico —y por lo tanto sobre la población— de los distintos continentes son solamente conjeturas antes del siglo XIX y deben considerarse como ejemplos. Para mayores detalles se pueden consultar los trabajos de Biraben,(1979), Mc Evedy e Jones (1985) y Maddison (2003).

3 La noticia (de la fuente ICP, International Comparison Program) de que en 2014 habría tenido lugar (el condicional es obligatorio) el rebase de China frente a Estados Unidos en términos de producto —calculando el PIB no a precios de mercado convertidos en dólares, sino a paridad de compra o equivalente, o PPP— ha causado mucho revuelo. Se trata de una medida convencional, que considera el hecho de que bienes idénticos tienen precios diferentes en países diversos, normalmente más altos en los países ricos que en los países pobres. No hay que subestimar el "bienestar" de los países pobres ni sobreestimar el de los países ricos. El Producto Interno Bruto (PIB) calculado en PPP indica que en 2014 los 317 millones de estadunidenses tienen un poder de compra interno equivalente al de los 1 356 millones de chinos. La noticia no tiene importancia, o casi, por lo que respecta al peso internacional de los dos países; el PIB calculado en precios de mercado de China es todavía la mitad del de Estados Unidos.

4 Este es el nivel de las expectativas de jóvenes hombres y mujeres en términos de número de hijos deseado o considerado ideal.

 

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Massimo Livi Bacci. Es profesor de Demografía en la Universidad de Florencia y ha formado demógrafos en varios países americanos entre los que destacan Estados Unidos, México, Brasil y también en algunos países europeos. Su labor científica se ha centrado en diversos aspectos de la Demografía histórica y la Demografía actual. Es partidario de un enfoque interdisciplinario de los estudios de población y considera que la expansión a otros campos, más allá de la Demografía, pero desde ella, es esencial para obtener una explicación correcta de los grandes temas. Mantiene dos líneas de investigación: Poblaciones nativas de Iberoamérica después de la conquista, investigación en el ámbito de la Demografía histórica e Interacción entre los cambios demográficos y las políticas sociales. Ha publicado numerosos libros, ensayos y artículos y ha dirigido grupos de investigación. Es cofundador de sociedades científicas, en colaboración con instituciones públicas y privadas, tanto en Italia como en el resto del mundo. Dirección electrónica: livi@disia.unifi.it

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