SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.20 número81Cambios en los mercados laborales de México de 2000 a 2010 mediante esperanzas de vida activaMigración de jóvenes, adolescentes y niños mexiquenses a Estados Unidos: una lectura sociodemográfica índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.20 no.81 Toluca jul./sep. 2014

 

Escenarios locales del colapso migratorio. Indicios desde los Altos de Jalisco

 

Local scenarios of emigration collapse. Evidence from the Highlands of Jalisco

 

Jorge Durand y Patricia Arias

 

Universidad de Guadalajara, Centro de Investigación y Docencia Económica, México.

 

Artículo recibido el 31 de mayo de 2014
Aprobado el 9 de junio de 2014.

 

Resumen

El objetivo de este artículo es describir algunos de los impactos laborales, migratorios y sociales que parecen estar asociados al cambio de patrón migratorio en una de las regiones históricas de la migración México-Estados Unidos. Los impactos de la situación migratoria actual son un tema emergente en la investigación debido al indudable incremento del número de migrantes de retorno y la notable disminución de los flujos de salida. La hipótesis es que dados los procesos de transición demográfica y de cambio en la relación costo-beneficio de la migración indocumentada, la migración a Estados Unidos se ha reducido notablemente, situación que se advierte desde 2005 y ha obligado a permanecer en México a la generación que nació a partir de 1990, lo que ha dado lugar a escenarios inéditos en las dinámicas laboral, migratoria y social de la región. El saldo migratorio cero que se constata a nivel estadístico se ha reflejado en la dificultad de migrar a Estados Unidos en comunidades de la región histórica de la migración, lo que ha modificado los escenarios tradicionales de la migración México-Estados Unidos. Ya no es posible ni adecuado seguir trabajando con ideas, nociones o interpretaciones que corresponden a un patrón migratorio que duró un siglo, pero que ya no existe.

Palabras clave: Saldo migratorio cero; impactos locales; cambios laborales; cambios migratorios; cambios sociales.

 

Abstract

The aim of this article is to describe some of the labor, immigration and social impacts that appear to be associated with the change in the migration pattern in one of the historical regions of Mexico-US migration. The impacts of current immigration status is an emerging topic in research due to the undoubted increase in the number of returning migrants and the significant decrease in outflows. The hypothesis is that given the demographic transition and change in the cost-benefit of undocumented migration, this has been greatly reduced, a situation seen since 2005 that has forced the generation born from 1900 to remain in Mexico, which has led to unprecedented scenes in labor, immigration and social dynamics of the region. The zero net migration that is found at the statistical level is reflected in the difficulty of migrating to the United States in communities of the historical region of migration, which has modified the traditional scenarios of Mexico-US migration. It is no longer possible, nor appropriate, to continue working with ideas, concepts, interpretations, corresponding to a migratory pattern that lasted many decades, but that no longer exists.

Key words: Net migration zero; local impacts; job changes; migration changes; social changes.

 

Introducción

El objetivo de este artículo es describir algunos de los impactos laborales, migratorios y sociales que parecen estar asociados al cambio de patrón migratorio en una de las regiones históricas de la migración México-Estados Unidos: los Altos Sur de Jalisco (Mapa 1).

La hipótesis es que dados los procesos de transición demográfica y de cambio en la relación costo-beneficio de la migración indocumentada, ésta se ha reducido notablemente, situación que se advierte desde 2005 y ha obligado a permanecer en la región a la generación que nació a partir de 1990, lo que ha dado lugar a escenarios inéditos que ha sido posible detectar a nivel etnográfico y en los primeros resultados de una encuesta reciente. En 2007 se constató, a nivel estadístico, que el saldo de la migración irregular mexicana había llegado a cero o menos, es decir, que la salida de nuevos migrantes indocumentados se ha reducido de manera significativa (Passel et al., 2012).

El artículo se basa en los primeros resultados de la etnoencuesta aplicada en enero de 2014 a 200 hogares en Pegueros —4 063 habitantes en 2010—, delegación del municipio de Tepatitlán de Morelos, en la región Altos Sur de Jalisco.1 La encuesta registró información de 618 hombres y 657 mujeres.2 Se basa también en materiales de trabajo de campo obtenidos en recorridos, conversaciones, entrevistas en hogares con mujeres y jóvenes en la cabecera municipal —la ciudad de Tepatitlán— y en comunidades rurales —ranchos— del mismo municipio, en especial en Pegueros en los meses enero-junio de 2014.

El impacto de la situación migratoria actual es un tema emergente en la investigación debido al incremento del número de migrantes de retorno. La vertiente más explorada ha sido la de conocer, con información estadística, los motivos de la deportación, la diferencia entre retornados y removidos del interior de Estados Unidos (removals), los diferentes tipos de retorno —que van del forzado al voluntario—, las políticas de países emisores de migrantes que han tenido que legislar e implementar medidas para apoyar a los retornados, como ha sucedido en Colombia, Perú y Ecuador (Durand, 2006; Alarcón y Becerra, 2004; Castro et al., 2013).

Otra línea de análisis que comienza a ser explorada es la de la inserción de los que retornan a sus comunidades de origen. Con base en una combinación de información cuantitativa y cualitativa, un estudio realizado en una comunidad rural de Veracruz señala que los migrantes indocumentados no modificaron de manera significativa su reinserción laboral cuando retornaron de Estados Unidos (Anguiano-Téllez, Cruz-Piñeiro y Garbey-Burey, 2013). Los autores plantean que en regiones migratorias emergentes como Veracruz, los migrantes son más bien "circunstanciales" que no han desarrollado carreras migratorias en Estados Unidos por dos razones. En primer lugar, porque la migración es más reciente que en las regiones históricas, por lo que no han acumulado intereses, compromisos y redes sociales que les faciliten el establecimiento en ese país. En segundo lugar, el incremento de la migración veracruzana se dio cuando ya estaba en marcha el reforzamiento del control fronterizo, lo que dificultó aún más su permanencia en Estados Unidos. De esta manera, los que tuvieron esa experiencia migratoria y han regresado, no están dispuestos a repetirla.

El ejercicio propuesto en este artículo es distinto, en el sentido de que no trata sobre migrantes deportados o retornados. Se trata de descubrir, describir y entender los cambios laborales, migratorios y sociales en un contexto y situación donde se ha detenido la salida de migrantes en una región tradicionalmente expulsora.

 

Emergencia y consecuencias de un nuevo patrón migratorio

La migración de los Altos de Jalisco a Estados Unidos es una de las más antiguas y también de las más estudiadas en México (Taylor, 2013; Arroyo et al., 1991; De León Arias, 1992; Papail y Arroyo Alejandre, 2004). La región estaba vinculada con Estados Unidos por medio del ferrocarril central desde fines del siglo XIX, era una zona densamente poblada, en contraste con los estados del norte más cercanos a Estados Unidos y hacia allá se dirigían los enganchadores para reclutar mano de obra para la construcción de las vías férreas mexicanas y americanas y para la agricultura.

Hasta la década de 1990, la migración México-Estados Unidos fue un fenómeno de origen rural, masculino, laboral, indocumentado, circular y de retorno a México (Massey et al., 2006). Los migrantes se iban con el objetivo de ahorrar y regresar a vivir a sus comunidades de origen en México. Todos sus proyectos, inversiones, afectos y compromisos estaban en México. Se trataba de una migración indocumentada que había encontrado nichos laborales y espacios donde los migrantes podían trabajar sin ser perseguidos y sin la necesidad de integrarse en Estados Unidos.

Massey et al. (1991) calcularon que un migrante indocumentado solía realizar entre tres y cinco viajes a Estados Unidos, de alrededor de nueve meses cada uno, en los cuales podía alcanzar los objetivos que se había propuesto como meta, después de los cuales se quedaba en su comunidad y sus hijos empezaban a migrar. Fue la larga etapa de la migración por relevos (Massey et al., 1991). En muchos ranchos de la región Altos Sur se había hecho costumbre que los muchachos de alrededor de 14 años o cuando terminaban la educación secundaria, emprendieran el camino al norte, cobijados por la trayectoria de sus padres y parientes exmigrantes y el apoyo de parientes y paisanos en Estados Unidos.

De esa manera, en el año 2000, salvo en Tepatitlán, el municipio más urbano y próspero de la región, en más de una décima parte de las viviendas había migrantes y una proporción de hogares también superior a diez por ciento recibía remesas. En general, los municipios de la región fueron clasificados de alta o muy alta intensidad migratoria. En 2014 en Pegueros la migración internacional seguía siendo muy elevada: 68 de los 200 hogares encuestados registraron experiencia migratoria en Estados Unidos, lo que representa más de una tercera parte (34 por ciento) (Cuadro 1).

Esto empezó a cambiar, como también se ha dicho, con la Immigration Reform and Control Act (IRCA), ley de Amnistía de 1986 que legalizó a 2.3 millones de trabajadores mexicanos en Estados Unidos. La legalización detonó la reunificación familiar, la naturalización y el asentamiento definitivo de esos migrantes en Estados Unidos. Del total de legalizados por la irca, 20 por ciento eran del estado de Jalisco (Durand y Massey, 2003). La nueva condición modificó para siempre los escenarios de vida y trabajo de los migrantes. Como legales, pudieron salir de sus nichos laborales habituales, como era la agricultura, incursionar en empleos y residencia urbana, tener acceso al crédito y pasar de la condición de trabajadores a empresarios (Durand y Massey, 2003).

La encuesta en Pegueros captó que 39 migrantes hicieron su primer viaje a Estados Unidos como residentes (17.5 por ciento) y siete como ciudadanos (3.1 por ciento). La cantidad de residentes se incrementó en el último viaje, lo que da cuenta del aumento en los procesos de legalización: 39, es decir, 22 por ciento, en tanto la de ciudadanos se mantuvo igual: siete, es decir, el mismo 3.1 por ciento. La migración de Pegueros se ha dirigido siempre al estado de California, en Estados Unidos. Aunque continúan en áreas rurales, también se han movido a la ciudad de Los Ángeles.

La residencia y la naturalización les permitió tener trabajos estables, casa propia y establecerse a largo plazo en Estados Unidos. Lo anterior acarreó la dificultad de regresar a las comunidades de origen cada año, por varios meses, como sucedía en el patrón migratorio anterior. Los costos de los viajes familiares se han incrementado, la inseguridad se ha encargado de hacer inviable la ida y vuelta en camionetas, de tal manera que los retornos de los residentes y naturalizados se han espaciado —en ocasiones por más de diez años— y las estancias en las localidades de origen se han reducido a unos cuantos días en verano, Navidad, la fiesta patronal o cuando se enferman o mueren los padres.

Al mismo tiempo, continuó la migración indocumentada. La crisis de las actividades agropecuarias tradicionales y por cuenta propia (trabajo a domicilio, maquilas, talleres y fábricas de artículos de artículos de confección, prendas de vestir, calzado) y la densidad de las redes migratorias entretejidas con parientes, paisanos y amigos en el otro lado, mantuvieron la vigencia de la migración indocumentada (Arias, 2009; Durand y Massey, 2003). En Pegueros, la mayor parte de los migrantes a lo largo de la historia migratoria de esa localidad viajaron a Estados Unidos por primera vez como indocumentados: 157, es decir, 70.4 por ciento, proporción que se redujo a 67.7 por ciento en el último viaje (Cuadro 2).

El incremento de los costos y riesgos del cruce fronterizo y la esperanza de una ley migratoria que les permita legalizarse han tenido como efecto la prolongación indefinida de la estancia de los migrantes irregulares en Estados Unidos (Durand, 2013). A partir de 2006 decreció la migración de Pegueros. En 2010 el flujo migratorio era similar al de los inicios de la migración de esa comunidad en la época de los braceros (Gráfica 1).

De manera complementaria se constata para el caso de Pegueros que, la probabilidad de hacer un primer viaje como indocumentado se ha reducido al mínimo y esta probabilidad es incluso menor que la que había en la etapa inicial durante el Programa Bracero (Gráfica 2).

En la actualidad hay migrantes indocumentados en Pegueros y otras localidades del municipio, que hace veinte años o más que no han regresado a México. De hecho, ya es frecuente —y aceptado— que los hijos no puedan retornar ni siquiera para el funeral de sus padres.

Así las cosas, la migración México-Estados Unidos se ha convertido en un fenómeno de establecimiento familiar, laboral, a largo plazo, indefinido y de retorno incierto. Hoy por hoy en un mismo grupo doméstico, en Estados Unidos y en México, pueden convivir personas de diferente condición legal: legales y nacidos en Estados Unidos que pueden regresar a México, con indocumentados que no se arriesgan a volver de manera temporal ante la incertidumbre de poder regresar a trabajar a Estados Unidos. Son las familias con condición legal mixta. Ya hay en la región malas experiencias de migrantes indocumentados que no han podido retornar a Estados Unidos donde tienen hogares y tenían trabajos (Durand, 2013).

Una consecuencia del no retorno es que las redes sociales y los compromisos familiares y comunitarios de los migrantes y de sus familiares comienzan inevitablemente a hacerse más difusas y menos exigentes para unos y otros. Esto se advierte, de manera muy generalizada, en el monto y destino de las remesas que constituyen una aportación cada vez menor y menos regular en el presupuesto de los hogares entrevistados.

Un indicador general: en 2010, con respecto a 2000, se redujo la proporción de viviendas que recibían remesas en la mayor parte de los municipios de la región (Cuadro 1). Las excepciones fueron Jesús María, San Julián y Valle de Guadalupe, los municipios más rezagados, donde existen menos opciones laborales y donde, al parecer, las presiones o el compromiso para el envío de remesas son mayores. En Pegueros, en 2014, sólo 37 de los 68 hogares con migrantes recibían remesas.

Lo que también se ha constatado es que las remesas se han espacializado y especializado: llegan para ocasiones especiales —Día de la madre, cumpleaños del padre y de la madre, Navidad—, pero la que más llega es la remesa salud, que es el dinero que envían los hijos e hijas que se encuentran en Estados Unidos cuando alguno de sus padres se enferma. En esos casos, la red familiar se moviliza: los migrantes para enviar dinero y aparatos y los que permanecen en la comunidad, para ofrecer cuidados y gestionar los servicios especializados que requiere el enfermo.

La muerte de los progenitores suele poner punto final a las remesas que enviaban los hijos para el cuidado de sus padres.

En 2010 la proporción de hogares con migrantes se había reducido de manera drástica en todos los municipios de la región, al mismo tiempo, salvo un caso (Acatic), se ha incrementado el número de migrantes de retorno y en algunos municipios como San Miguel El Alto, Cañadas de Obregón y Mexticacán el aumento ha sido muy notable (Cuadro 3).

En Pegueros, de los 95 migrantes de regreso, ocho eran ya jubilados (8.4 por ciento) y 12 mujeres (12.6 por ciento) que dijeron dedicarse al hogar. Es preciso relativizar esta información porque las entrevistas indican que la mayor parte de las mujeres de esa comunidad se dedica en sus hogares a coser y bordar, a mano y en máquina, diversos artículos (Arias et al., en prensa).

Este es el escenario transformado que le ha tocado vivir a los jóvenes que nacieron a partir del año 1990 y que no pudieron sumarse, como había sucedido a lo largo del siglo XX, al flujo migratorio a Estados Unidos. Muchos de ellos lo intentaron con malos resultados y consecuencias: imposibilidad de pasar en una y hasta cuatro ocasiones, fueron capturados y devueltos a México, quedaron endeudados con los que les prestaron dinero para irse. Son jóvenes de 24 años y menos que han tenido que aceptar las condiciones de vida locales y regionales sin el factor migración. Su permanencia en los lugares de origen ha dado lugar a una serie de cambios que se describen a continuación.

 

Un gran cambio demográfico

En general, los hogares de los jóvenes que nacieron a partir de 1990 son notablemente más pequeños que los de los nacidos en las décadas anteriores. En Jalisco, entre 1970 y 1990 se redujo prácticamente a la mitad el número de hijos por mujer: de 6.56 a 3.36 y ha continuado el descenso: en 2013 la tasa global de fecundidad era de 2.2 hijos por mujer. Este es un gran cambio, en especial en la región de Los Altos, donde para las parejas representaba un orgullo tener "todos los hijos que Dios mande", actitud vigorosamente promovida por la Iglesia católica.

La encuesta en Pegueros registró que antes de 1950 el promedio de hijos en los hogares era de 9.3. En ese tiempo, las mujeres tenían un mínimo de cinco y un máximo de 15 hijos (Gráfica 3).

Los hombres de esos años sentían muy pronto en sus vidas la necesidad de migrar para ayudar a sus padres y hermanos, pero también para poder armar proyectos personales, como tener una casa o generar ingresos para empezar a vivir de manera independiente.

De 2000 a la fecha, el promedio de hijos se ha reducido a 2.2, similar al del estado de Jalisco y los hogares han tenido un máximo de cinco hijos (Cuadro 4).

Eso quiere decir que incluso en sociedades católicas tan tradicionales, como la de Pegueros, se usan ampliamente los anticonceptivos, lo que ha permitido a las parejas tomar decisiones acerca del número de hijos que quieren tener y ha llevado a la conformación de hogares menos numerosos. La presión demográfica, que fue siempre una de las causas principales de la migración, ha dejado de ser un factor crucial en la toma de decisiones de los hogares y las personas.

 

Cambios en la situación laboral

La imposibilidad de migrar para trabajar en Estados Unidos ha tenido consecuencias laborales para las nuevas generaciones de jóvenes y para los mercados de trabajo regionales. Antes los jóvenes eludían los trabajos locales porque sabían que podían ganar más en Estados Unidos, donde la diferencia en términos del salario mínimo era de uno a ocho, lo que equivalía a un jornal de salario mínimo por una hora de trabajo. La brecha salarial persiste, pero hay cambios que es pertinente destacar.

En el patrón migratorio anterior, los migrantes retornaban cada año a sus comunidades de origen, en especial en los meses de invierno (noviembre-abril) lo que reducía sus costos de vida. Eso ya no es así. Los migrantes indocumentados que permanecen todo el año en Estados Unidos están expuestos a los ciclos de empleo y desempleo, pero tienen gastos constantes como el pago de renta, alimentación y servicios.

De esa manera, el diferencial salarial entre ambos países es vivido ahora de diferente manera por los migrantes indocumentados, porque deben destinar parte de sus ingresos al ahorro para sobrevivir a los tiempos de desempleo en Estados Unidos. A eso se han aunado las dificultades para salir a buscar trabajo, para permanecer sin documentos en los establecimientos y la amenaza inminente de ser identificados y deportados desde cualquier lugar de Estados Unidos, no sólo en la frontera. En ese sentido, aunque la diferencia salarial sigue siendo importante, ha cambiado la manera de evaluar las ventajas de trabajar en Estados Unidos.

Pero lo más drástico ha sido el cambio en la oferta regional de empleo. En la actualidad nadie percibe un salario mínimo y por lo general los cálculos para establecer el diferencial de salario entre México y Estados Unidos se hacían desde el supuesto de que la mayoría de quienes optaban por la migración irregular ganaban un salario mínimo, lo que no se ajusta al caso de estudio ni a otros contextos regionales.

Ha surgido en la región una nueva segmentación del mercado de trabajo. Por una parte, en las actividades agrícolas se han incrementado el jornalerismo y la mediería como inserciones laborales masculinas a largo plazo, atribuibles en gran medida al deterioro de las actividades agropecuarias tradicionales, la fragmentación de la propiedad privada predominante en la región y los nuevos usos de la tierra.

Esos son los empleos masculinos peor pagados e inestables de la región. Pero ese ingreso representa poco más de tres salarios mínimos. En 2014 el salario semanal de un jornalero era de 1 200 pesos sin prestaciones, equivalente a lo que ganaba un peón de albañil en la ciudad de Guadalajara. Allí se emplean jóvenes sin tierra, los menos escolarizados y desde hace algunos años, también migrantes. Los jóvenes de la región, conocedores de los trabajos de la ganadería son preferidos como medieros en los ranchos, pero actualmente esta actividad no permite la sobrevivencia de un hogar a lo largo de un año.

Para las tareas agrícolas, en especial para el cultivo del agave y la producción de maíz, han comenzado a llegar a la región migrantes temporales, exclusivamente hombres indígenas de Chiapas. Aunque se ha procurado mantener el carácter temporal y laboral de esa inmigración, el censo de población de 2010 ya dio cuenta de la presencia de 203 chiapanecos, sobre todo en los municipios más dinámicos: Arandas (agave) y Tepatitlán (agricultura). En 2000, por contraste, sólo se registraron 44 migrantes chiapanecos en la región.

Las nuevas generaciones de jóvenes, hombres y mujeres con mayor educación prefieren —y tienen más fácil acceso— a los empleos que ofrecen las granjas de pollo, puerco, los ranchos de engorda o de producción de leche y las fábricas de tequila. Hay que decir que una empresa agropecuaria puede tener establecimientos en diferentes municipios o en el espacio rural de un mismo municipio.

En 2014 el salario mínimo para los operarios sin calificación —caseteros, veladores— era de 1 100 pesos a la semana, es decir, tres salarios mínimos. Esto, además de prestaciones como afiliación al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), vales de despensa, ocho días de descanso anual y ocho días de aguinaldo. El salario más bajo en las granjas era para lavanderas: 900 pesos con prestaciones. El horario de trabajo es de siete de la mañana a cuatro de la tarde, con una hora para almorzar o comer.

Los trabajadores han comenzado a tomar en cuenta otros beneficios —prestaciones, vivienda, alimentación, servicios, traslados, seguridad social—, cuando hacen comparaciones con los salarios en Estados Unidos. No sólo eso. El acceso a los créditos del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT) se ha convertido en la principal vía de los trabajadores jóvenes para acceder a una vivienda propia. Hay que recordar que en el patrón migratorio anterior la construcción de la casa propia era uno de los principales detonadores y objetivo de la migración a Estados Unidos (Massey et al., 1991).

Con todo, hay que decir que los hogares actuales, en especial los que se han constituido en los últimos diez años, no pueden vivir con solo un ingreso y que ese ingreso sea única o exclusivamente el que generan los hombres. El gran cambio ha sido que el trabajo femenino se ha generalizado y es ampliamente reconocido. En los hogares y las comunidades se acepta que el trabajo de las mujeres es incuestionable y su ingreso resulta imprescindible a largo plazo. Ya quedó atrás la etapa en que las mujeres tenían que pedir permiso para trabajar y debían negociar con los maridos y suegros el derecho a ser asalariadas fuera del hogar (Rosado, 1990; Arias, 2009). La situación es válida incluso para quienes tienen maridos en Estados Unidos. Ellos y ellas reconocen que si no hay ingresos de las mujeres, los hogares no pueden sobrevivir ni en los ranchos ni en las ciudades.

Las mujeres han entrado a trabajar a las granjas de pollo y puerco, que son de las actividades económicas más dinámicas de la región. Todavía no se conocen las desigualdades de género que se hayan desarrollado en esos espacios laborales, pero por lo menos, ellas están allí de manera permanente. También son ellas las que laboran en los talleres y fábricas de prendas de vestir, de artículos para el hogar (colchas, cortinas, sábanas), de globos, guantes, calzado y mochilas que existen en los diferentes municipios de la región. En esos establecimientos los salarios son menores y no cuentan con prestaciones, pero las jóvenes los aceptan y los prefieren a otras actividades a domicilio que realizan otras mujeres.

Las casadas con hijos pequeños y las de la tercera edad, suelen dedicarse al trabajo a domicilio, en especial en las múltiples tareas de la costura: bordado a mano o a máquina o diversas modalidades de tejido que practican de manera independiente, pero también como parte de largas cadenas de intermediación, en casi todas las localidades de cada municipio; la costura a mano de calzado; la confección de artículos tejidos de adorno personal o para el hogar: joyería, adornos para el pelo, marcos y recipientes adornados para la casa. También se ha generalizado el trabajo femenino en las ladrilleras, donde laboran mujeres de diferentes edades. Una actividad que ha surgido en los últimos años donde predominan las mujeres, es la limpieza de plástico para reciclaje.

Las mujeres han aprendido a aprovechar los cambios sociales y laborales de la región para potenciar viejas actividades, pero también para incursionar en otras nuevas que les reportan ingresos: oferta de alimentos a la salida de granjas, fábricas, talleres, universidades, escuelas, cuando se realizan obras, cuidado de niños pequeños, venta a domicilio de todo tipo de productos: alimentos, cosméticos, joyería, ropa de segunda mano traída de Estados Unidos (Arias et al., en prensa).

La encuesta aplicada en Pegueros descubre diferencias importantes en la ocupación femenina. Como se puede ver, entre madres e hijas decreció mucho la autoadscripción de mujeres que dijeron dedicarse al hogar y se incrementó la participación femenina en diversas actividades (Cuadro 5).

En estos momentos, cuando los jóvenes permanecen en la región, buscan empleos y aceptan trabajos de muy diversa índole, puede decirse que las empresas y los empresarios regionales cuentan con lo que puede considerarse como un imprevisto pero oportuno "bono laboral" para cualquier actividad que emprendan. Sin que intervenga la variable migración interna, las empresas disponen de abundantes trabajadores, hombres y mujeres, con cada vez más años de escolaridad dispuestos a laborar en las condiciones locales. La escasez de trabajadores que se notaba en décadas anteriores por la emigración internacional ha dejado de ser un factor que afecte la viabilidad de los negocios en la región.

 

Cambios en la dinámica migratoria

La cancelación de la migración laboral indocumentada ha propiciado la emergencia de nuevas modalidades de desplazamiento de los jóvenes. A nivel etnográfico se han detectado al menos cuatro situaciones. En primer lugar, la búsqueda y aceptación de empleos en las ciudades o en los establecimientos de la región. Los jóvenes de los ranchos que abandonaron los estudios a nivel de secundaria, varios de los cuales intentaron de manera infructuosa migrar a Estados Unidos, acuden a trabajar a la ciudad más cercana a su lugar de residencia, hacia donde se desplazan cada día para regresar en la tarde a sus domicilios. Más de la mitad de los hogares de la muestra contaba con al menos un vehículo.

Los hijos migrantes traen o envían un vehículo a sus padres, que en realidad sirve para los movimientos de los hermanos y hermanas que salen a trabajar todos los días a las ciudades. Pero además, las granjas de pollo y puerco suelen ofrecer servicio de transporte a sus trabajadores. Así, los jóvenes han podido paliar la falta de empleo en los ranchos y han entrado a competir y aceptar empleos e ingresos bajo las condiciones que imperan en el mercado regional de trabajo.

En segundo lugar, la tendencia de los jóvenes a emigrar a ciudades fuera de la región. Hombres y mujeres han empezado a buscar empleo en ciudades más dinámicas como León o Silao, en Guanajuato o también en Guadalajara, donde hay mayores oportunidades de empleo. En el caso de las mujeres, la salida de la región tiene que ver también con la búsqueda de nuevas opciones de vida: es el caso de las madres solteras y las mujeres "solas", es decir, las que han sido abandonadas por sus parejas, se han separado o divorciado.

En estos casos, los migrantes regresan cada semana o cada quince días y son aportadores económicos de sus hogares de origen, en especial las mujeres que han dejado a sus hijos con sus padres para poder trabajar. Pero, en este caso, sus aportaciones son inferiores a lo que eran las remesas y concluyen cuando los jóvenes deciden establecerse en los lugares de destino, cuestión que sucede cuando se casan o unen. Los trabajos no calificados y de bajos salarios a los que acceden en las ciudades y el incremento de los costos de vida les impiden hacer mayores aportaciones a los hogares de los padres.

En tercer lugar, se ha intensificado la salida temporal a Estados Unidos de los jóvenes que tienen visa de turista que les permite permanecer un máximo de seis meses en ese país. Esta opción es accesible sólo para un segmento menor de los jóvenes, en especial hombres con mayor escolaridad, con alguna experiencia laboral acreditable —que es la que les permite obtener ese tipo de visa— y redes sociales en el otro lado. Esto les permite viajar a los lugares de destino de parientes y paisanos donde rápidamente consiguen empleo y donde trabajan un máximo de cinco meses para no exceder el límite de tiempo permitido y no ser fichados por las autoridades migratorias de Estados Unidos. Los jóvenes suelen utilizar este recurso hasta cuatro ocasiones, lo que les permite hacer ahorros para sacar adelante algún proyecto personal: comprar o construir una casa en alguna ciudad, seguir estudiando, aprender inglés, instalar un negocio o iniciar una pequeña empresa.

En cuarto lugar, se mantiene vigente la posibilidad de la reunificación familiar en Estados Unidos. Todavía hay hombres y mujeres solteros de menos de 21 años, cuyos padres o hermanos que han legalizado su estancia han abierto expedientes para que se vayan con ellos como documentados. Este trámite demora cada vez más tiempo y cuesta más en Estados Unidos, pero todavía es posible. Ante esa eventualidad, los jóvenes han pospuesto o alterado sus planes de vida e inserción laboral en la región.

Hay jóvenes que han aceptado condiciones de trabajo precarias porque consideran que no vale la pena estudiar y buscar mejores empleos ya que cualquier día les avisan que se tienen que ir, por lo cual es mejor trabajar y ahorrar dinero. También hay jóvenes que han decidido unirse con sus parejas, pero sólo celebran el matrimonio religioso para que no quede registro civil de las uniones y continuar con el proceso de reunificación. En estos casos, no está claro qué sucederá con esas uniones —e hijos— cuando les permitan migrar a Estados Unidos. La moneda está en el aire. Aunque la decisión de irse sea firme, la permanencia en México puede crear situaciones que les reiteren o modifiquen la decisión de migrar, cuando llegue el caso.

 

Cambios sociales

El cambio en el patrón migratorio, en especial la permanencia de los migrantes —legales e irregulares— en Estados Unidos, ha dado lugar a transformaciones sociales importantes. Los hogares impactados por la imposibilidad de migrar han experimentado el decremento de las remesas y han tenido que aprender a organizarse y sobrevivir sin ese ingrediente económico que fue, durante décadas, el envío de dinero de los migrantes.

Lo que se advierte ahora es que un hogar, aunque haya hijos e hijas migrantes en Estados Unidos, incorpora ingresos por diversas actividades: por el esposo que es mediero de un rancho, la esposa que borda almohadones a mano, un hijo que es jornalero, una hija que borda a domicilio juegos de baño y otra hija que trabaja en la cabecera municipal. De manera ocasional reciben dinero de hijos e hijas en Estados Unidos.

En los últimos años, las camionetas y las computadoras se han convertido en las principales aportaciones de los migrantes a sus hogares de origen: la camioneta favorece la movilidad y la posibilidad de trabajar en la región y la computadora permite la comunicación permanente entre el hogar de origen y los hogares de destino en Estados Unidos. De alguna manera el mensaje es: "te ayudo para que, gracias a la movilidad, mejoren las oportunidades laborales, pero en la región queremos estar en comunicación, pero a la distancia, como un hecho irremediable".

Los integrantes de hogares en México han aprendido a aceptar que sus migrantes, en la condición que sea, ya no pueden enviarles dinero de manera permanente y que la remesa ya no forma parte sustancial y regular del ingreso familiar. Los que tienen papeles, porque el desplazamiento familiar y permanente ha supuesto el incremento de los compromisos y costos de vida en Estados Unidos, los indocumentados, porque viven en condiciones laborales más precarias en términos de ingresos y estabilidad laboral, lo que les impide aportar permanentemente a los hogares de origen, en especial cuando se pide apoyo para los hermanos.

En la práctica, ha dejado de existir lo que fue la remesa sistémica, es decir, aquella que mantenía en funcionamiento el patrón migratorio (Durand, 2007). Los migrantes no están dispuestos a financiar la migración, que se ha convertido en una travesía riesgosa, incierta y costosa. Antes, los migrantes financiaban la migración de sus parientes en México que, al llegar, conseguían trabajo y podrían empezar a pagar su deuda de inmediato. El incremento del costo —cinco mil dólares— para garantizar un cruce más o menos seguro de la frontera se ha vuelto demasiado oneroso para los migrantes, con el agravante de que ya no existe la certeza de que el recién llegado encuentre trabajo de manera inmediata.

Pero además, los migrantes legales, que antes se ayudaban a pasar a sus parientes por la frontera, una práctica muy habitual en la región, ahora no lo hacen, no están dispuestos a hacerlo. Ellos saben que si los sorprenden pasando indocumentados perderán la residencia e irán a la cárcel por tráfico de personas y no están dispuestos a arriesgarse, más aún cuando han hecho su vida en Estados Unidos.

Al mismo tiempo, es muy difícil conseguir en la región préstamos por esas cantidades de dinero en condiciones de incertidumbre. Las experiencias frustradas son innumerables en la región y avalan la idea de que ya no es posible financiar la migración de los jóvenes.

Otro cambio es el decremento de la valoración del migrante. De alguna manera, el enorme valor —y el consecuente prestigio— económico, social y familiar que tenían los migrantes para sus grupos domésticos, familias y comunidades ha comenzado a menguar: ya no son los que proporcionan recursos a los hogares de manera regular, ya no regresan en grandes camionetas con regalos y artefactos para sus casas, ya no suelen regresar las familias completas ni quedarse mucho tiempo, no gastan dinero en las cantidades y actividades que antes lo hacían, ya no ofrecen llevarse parientes a Estados Unidos, ya no se sabe que compren tierras o ganado, ya no construyen casas increíblemente costosas y espectaculares. Es más, ahora tratan de venderlas con escaso éxito.

En enero de 2014, por ejemplo, acudieron menos de la mitad de los migrantes que se esperaba a las fiestas patronales de las diversas comunidades de la región. No sólo eso. Se decía que los migrantes documentados, que son quienes podrían regresar, ya no querían salir de sus casas ni participar en los festejos porque sentían que los juzgaban y no los recibían bien por no gastar como antes. Aunque todos decían que entendían la situación, era evidente que el contexto había cambiado.

Al mismo tiempo, se ha incrementado el reconocimiento del valor económico de los que se quedan, en especial de las mujeres. Tradicionalmente, ellas podían dejar de estudiar y quedarse en los hogares en tanto se casaban, lo que solía suceder muy pronto y significaba también que ellas salían de su grupo doméstico para siempre. Esto ya no es así. Las hijas, que suelen recibir la beca de Oportunidades por estudiar, si dejan la escuela pierden ese ingreso que hoy por hoy resulta imprescindible para sus hogares y para ellas mismas. Así las cosas, ellas son presionadas para trabajar fuera del hogar o procurarse algún ingreso constante, aunque sea mediante el cuidado de los hijos de sus hermanos y hermanas en la misma casa. Las jóvenes han perdido el derecho a no trabajar y, al mismo tiempo, se ha valorizado su permanencia en los hogares en tanto prolonga su calidad de aportadoras de ingresos. Aunque en términos culturales se sigue valorando el matrimonio temprano de las mujeres, ya no son presionadas para casarse cuando dejan de estudiar y se ha incrementado la presión para que generen ingresos para los hogares.

Aunque también hay evidencia de que algo similar sucede en el caso de los hombres, en general ellos cuentan con mayor libertad para decidir el momento de la unión. Con todo, la precariedad de los ingresos que ellos perciben y la consiguiente dificultad para establecer y financiar hogares independientes parece estar posponiendo la salida masculina del grupo doméstico de origen. Además de que en la región no existe, al menos no de manera generalizada como en las comunidades indígenas, la norma residencial patrilocal, las parejas jóvenes, en especial las mujeres, prefieren iniciar la unión en residencia neolocal, es decir, independiente, lo que en muchos casos significa pagar renta.

Con la permanencia indefinida de los migrantes en Estados Unidos se ha dado o, en todo caso, se ha intensificado la ruptura de las uniones. La migración tuvo siempre un efecto disruptor sobre las uniones, pero ese efecto pudo ser mitigado por una serie de mecanismos disuasorios y, sobre todo, la certeza del retorno de los migrantes.

Esto ya no es así, en especial en parejas que quedaron separadas a consecuencia del cambio de patrón migratorio, que dejó a los maridos de manera indefinida en el otro lado. Los migrantes siguieron enviando dinero a sus esposas e hijos, pero la prolongación de la ausencia dio lugar a situaciones inesperadas. Con los años, los hombres en especial, establecieron nuevas relaciones de pareja en Estados Unidos. Dichas relaciones tienen dos características: son más exogámicas, es decir, ocurren fuera de la comunidad de origen en México, como era lo tradicional (Arias, 2009) y pueden ser segundas uniones por parte de ambos miembros de la pareja. Ambas situaciones contribuyen aún más al no retorno de los migrantes. Si un hombre se une a una mujer que no es de la comunidad y que ha estado unida anteriormente, es muy difícil que la pareja sea aceptada en las comunidades de origen de ambos, lo que desanima el retorno y favorece la residencia a largo plazo en Estados Unidos.

Lo anterior ha contribuido también a hacer visible otro fenómeno: el incremento de las mujeres "solas", es decir, aquellas que por decisión propia o porque han sido abandonadas, se han separado o divorciado, ya no tienen pareja. Ser mujer sola es una de las condiciones más complejas para las mujeres. Si viven en la casa o el solar de los suegros, con la separación, ellas y sus hijos pierden el derecho a residir en ese espacio. Hay que tener presente que las normas de residencia tradicionales permitían la patrilocalidad, es decir, la residencia con los padres del esposo o la neolocalidad, o sea, la residencia en un hogar independiente; no así el retorno de las mujeres, una vez unidas, a su grupo doméstico de origen. De hecho, dejar de recibir remesas del marido es un indicador muy evidente, muy reconocido, de que se ha iniciado la ruptura de una unión que desencadena, en la mayor parte de los casos, que los padres se desentiendan también del compromiso residencial y económico con los hijos que procrearon en esa unión. Para las mujeres que tienen que trabajar, resulta casi imposible cumplir con los trámites legales para conseguir una pensión alimenticia, más aún si el marido es migrante. Aunque existe un procedimiento en la Secretaría de Relaciones Exteriores para que los migrantes paguen pensión a los hijos que han tenido en México, esa oportunidad ha sido muy poco difundida y conocida.

Ante la ruptura de las uniones, para las mujeres "solas" ha sido posible detectar en trabajo de campo cuatro alternativas. Una, es regresar a sus hogares de origen, con sus padres y hermanos. Otra, es constituir un hogar independiente con sus hijos. La tercera es volverse a unir. La cuarta es migrar. En cualquier caso, las mujeres no pueden dejar de trabajar de manera constante e indefinida. En esas cuatro posibilidades las mujeres están en situaciones familiares y económicas muy vulnerables.

En casa de sus padres y hermanos, ellas deben contribuir con parte de su salario a los gastos del hogar, mantener a sus hijos y pagar por cualquier servicio a otras mujeres del hogar: madres, hermanas o cuñadas, quienes reciben un ingreso por el cuidado de los niños, por el lavado de ropa, por la asistencia a reuniones escolares o durante las vacaciones escolares de las mujeres que trabajan fuera del hogar. El apoyo dentro de los grupos domésticos se ha monetarizado y nadie hace nada gratis (Arias, 2013). La explicación es simple: todas las mujeres de una casa necesitan ingresos y hay mercados de trabajo u opciones de ingreso que les permitirían obtenerlos. Dejar de trabajar para cuidar niños se ha convertido en una labor retribuida en dinero o en especie (pago de educación, de insumos para instalar un negocio). Pero además, las mujeres "solas" quedan bajo el control moral de padres, hermanos y cuñadas, como si volvieran a ser solteras o más controladas aún, lo que les impide llevar una vida social autónoma.

La segunda opción es establecer un hogar independiente con sus hijos. Pero esta opción requiere también de colaboración para el cuidado de los hijos, lo que supone recurrir —y pagar— a las mujeres de su grupo doméstico o al de sus exparejas. Las dificultades económicas y de gestión para mantener hogares independientes, suele orillarlas a la tercera opción: formar un nuevo hogar con una nueva pareja. Esto no significa que ellas puedan dejar de trabajar, pues por lo regular las nuevas parejas no suelen encargarse del cuidado ni de la manutención completa de los hijos de anteriores uniones, sino sólo de los que se procrean en la nueva unión y mientras ésta dure. Pero de cualquier manera, constituye una ayuda para compartir gastos —renta de vivienda, alimentación, servicios— y sobre todo, para evitar el control o el acoso por ser "mujeres solas". Aunque muchas de esas uniones son efímeras, ayudan a las mujeres a transitar por la etapa en que los hijos son pequeños y dependientes. Esta opción tiende, como se ha detectado en otros contextos, en especial, en los espacios jornaleros, a la baja escolaridad de los hijos y su incorporación temprana al trabajo asalariado como una manera de ayudar a sus madres (Bacon, 2006; Velasco Ortiz y Contreras, 2011).

La cuarta opción es migrar. Ante la presión económica y el control moral, hay jóvenes —madres solteras, abandonadas, después de una segunda ruptura— que han procurado salir de sus comunidades, es decir, migrar a alguna ciudad o, si pueden, a Estados Unidos, en busca de una nueva vida, fuera otra vez de los hogares de origen.

La imposibilidad masculina de migrar parece tener otra consecuencia. Frente al atractivo del trabajo en el norte, ellos no solían valorar la educación y abandonaban la escuela sin mayor problema. Las mujeres, en cambio, que eran tradicionalmente las que habían tenido menos posibilidades de estudiar, han aprovechado las oportunidades educativas que se han abierto en la región y que, en muchos casos, pueden combinar con diferentes tipos de trabajo. Antes de 1980 los años de escolaridad de los hombres de Pegueros eran 5.5 y los de las mujeres 6.1. Después de 1981 los años de escolaridad de los hombres se han incrementado a 7.3 y los de las mujeres a 7.9 (Cuadro 6).

Es posible que frente a la nueva situación, se observe en los próximos años un incremento de la escolaridad masculina, que ellos consideren que la educación puede ser un mecanismo efectivo para mejorar su condición laboral y su movilidad social. La existencia de cada vez más opciones de educación superior en la región facilita sin duda esta opción que durante tantas décadas fue desestimada frente a la opción laboral temprana en Estados Unidos.

Por lo pronto, se ha detectado en el trabajo de campo realizado en la región de Los Altos la formación de uniones donde los hombres que ya no pudieron irse a Estados Unidos se han casado con mujeres con mayor educación que ellos, las cuales han accedido a mejores empleos y tienen mayores oportunidades de desarrollo laboral. Debido a la juventud de estas parejas es difícil detectar los cambios que puede acarrear este fenómeno. Por lo pronto, se advierte que han pospuesto el nacimiento del primer hijo y tienen sólo uno o dos. Esto quizá no es conclusivo ni exclusivo de las parejas en esa situación, pero de cualquier manera representa un cambio en una región donde se ejerce fuerte presión todavía para que las parejas tengan al menos tres hijos.

Se ha detectado en el trabajo etnográfico lo que puede ser otro impacto de la no migración. En el patrón migratorio anterior, como se ha señalado, uno de los principales objetivos de los jóvenes para migrar, solteros o recién casados, era conseguir los recursos para construir una casa propia (Massey et al., 1991). La imposibilidad de migrar ha significado que los hombres ya no cuenten con ese bien que sin duda establecía una diferencia entre lo que cada quien aportaba a la unión. Hoy en día, un número creciente de jóvenes se unen sin tener casa propia. Puede ser incluso que la esposa sea la que cuenta con una casa prestada por algún familiar que vive en Estados Unidos o que sea ella la que tiene acceso a un crédito hipotecario. De alguna manera, la falta de casa propia ha establecido una relación más horizontal entre las parejas al momento de la unión.

 

En síntesis

El saldo migratorio cero, que se traduce en la dificultad de migrar de manera irregular a Estados Unidos en comunidades de la región histórica ha modificado los escenarios tradicionales de la migración México-Estados Unidos. En este artículo se ha procurado mostrar, con base en materiales cuantitativos, pero sobre todo cualitativos, algunos de los cambios registrados en una de las regiones históricas de la migración, los Altos Sur de Jalisco, donde desde fines del siglo XIX se acuñó y consolidó un patrón migratorio que delineó y marcó de manera profunda las dinámicas laborales, migratorias y sociales de la vida familiar y comunitaria que fueron ampliamente documentadas.

Quizá esa combinación metodológica ha permitido captar los cambios, sutiles pero innegables, que están experimentando las comunidades de larga tradición migratoria. Seguramente existen variaciones regionales que hay que conocer y precisar, pero de lo que no cabe duda es que resulta imprescindible estudiar la migración internacional a partir de la constatación de que hay un escenario totalmente modificado por las situaciones inéditas que ha detonado el cambio de patrón migratorio.

Lo que resulta indudable es que la permanencia de los jóvenes en la región constituye un extraordinario bono laboral para los empresarios de la región. Ellos disponen ahora de trabajadores —hombres y mujeres— con menos opciones para regatear o eludir las condiciones regionales de empleo y cada vez mejor capacitados para los trabajos que les ofrecen.

Por su parte, los hogares de la región han aprendido, con azoro y temor, a vivir sin la aportación económica que representaban las remesas. Al mismo tiempo, han aceptado que sus miembros permanecerán separados a largo plazo, quizá para siempre, entre México y Estados Unidos. En la situación actual, hombres y mujeres se han convertido en aportadores indispensables para la sobrevivencia económica y se desplazan de diferentes maneras hacia distintos destinos, con diferentes propósitos. En los hogares de la región conviven padres con hijos solteros, algún separado antes de que se vuelva a unir, mujeres y hombres que tardan más en unirse, mujeres retornadas, migrantes legales e irregulares que eventualmente retornan y se vuelven a ir, migrantes que envían a sus hijos por temporadas, personas que pueden aspirar a irse con documentos a Estados Unidos.

Esos hogares han aprendido, aunque con reticencias y resistencias, a aceptar la diversidad de situaciones personales de sus diversos miembros, aunque existen presiones económicas y morales para que permanezcan en los hogares, ya no es tan fácil imponerles esa decisión. La migración regional y, en caso de darse a Estados Unidos, se ha convertido en una opción de salida no sólo por necesidades económicas, como lo fue siempre, sino también para escapar de los controles económicos familiares y las sanciones morales que van más allá de la familia nuclear, en especial para las mujeres.

 

Bibliografía

ALARCÓN, Rafael y William BECERRA, 2012, "¿Criminales o víctimas? La deportación de migrantes mexicanos de Estados Unidos a Tijuana, Baja California", en Norteamérica, año 7, núm. 1, México.         [ Links ]

ANGUIANO-TÉLLEZ, María Eugenia, Rodolfo CRUZ-PIÑEIRO y Rosa María GARBEY-BUREY, 2013, "Migración internacional de retorno: trayectorias y reinserción laboral de emigrantes veracruzanos", en Papeles de Población, vol. 19, núm. 77, julio-septiembre, Toluca.         [ Links ]

ARIAS, Patricia, Imelda SÁNCHEZ GARCÍA y Martha MUÑOZ, en prensa, "Debajo del radar", en Jesús RODRÍGUEZ (coord.), Diagnóstico de la región Altos Sur de Jalisco, Cualtos, Tepatitlán.         [ Links ]

ARIAS, Patricia, 2009, Del arraigo a la diáspora. Dilemas de la familia rural, Miguel Ángel Porrúa, México.         [ Links ]

ARROYO ALEJANDRE, Jesús; Adrián de LEÓN ARIAS y M. Basilia VALENZUELA VARELA, 1991, Migración rural hacia Estados Unidos, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), México.         [ Links ]

BACON, David, 2006, Communities without borders, Cornell University Press, Ithaca y Londres.         [ Links ]

CASTRO, Alexandra, Carolina HERNÁNDEZ y William HERRERA, 2013, Migración y estado en la Región Andina, Editorial Códice, Bogotá         [ Links ].

DE LEÓN ARIAS, Adrián, 1992, Estados Unidos y el occidente de México. Estudios sobre su interacción, Universidad de Guadalajara, Guadalajara.         [ Links ]

DURAND, Jorge, 2013, "Nueva fase migratoria", en Papeles de Población, vol. 19, núm. 77, julio-septiembre, Toluca.         [ Links ]

DURAND, Jorge, 2007, "Remesas y desarrollo. Las dos cara de la moneda", en Paula LEITE, Susana ZAMORA y Luis ACEVEDO (eds.), Migración internacional y desarrollo en América Latina y el Caribe, Consejo Nacional de Población (CONAPO), México.         [ Links ]

DURAND, Jorge, 2006, "Los inmigrantes también emigran: la migración de retorno como corolario del proceso", en REMHU. Revista Interdisciplinar da Movilidade Humana 26 e 27, ano XIV, Centro Scalabriniano de Estudos Migratórios.         [ Links ]

Durand Jorge y Douglas S. Massey, 2003, Clandestinos. Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI, Universidad Autónoma de Zacatecas-Miguel Angel Porrúa, México.         [ Links ]

MASSEY, Douglas S., Jorge DURAND y Fernando RIOSMENA, 2006, "Capital social, política social y migración desde comunidades tradicionales y nuevas comunidades de origen en México", en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 116.         [ Links ]

MASSEY, Douglas S. et al., 1991, Los ausentes. El proceso social de la migración internacional en el occidente de México, CONACULTA/Alianza Editorial. México.         [ Links ]

PAPAIL, Jean y Jesús ARROYO ALEJANDRE, 2004, Los dólares de la migración, Universidad de Guadalajara, Casa Juan Pablos, Guadalajara.         [ Links ]

PASSEL JEFFREY, D'Vera COHN y Ana GONZÁLEZ, 2012, "Net migration from Mexico falls to zero and perharps less", en Report Pew Hispanic Center, abril, 23.         [ Links ]

ROSADO, Georgina, 1990, "De campesinas inmigrantes a obreras de la fresa en el Valle de Zamora, Michoacán" en Gail MUMMERT (ed.), Población y trabajo en contextos regionales, El Colegio de Michoacán. Zamora, Mich.         [ Links ]

TAYLOR, Paul S., 2013, "Arandas, Jalisco: una comunidad campesina" en Patricia ARIAS y Jorge DURAND, Paul S. Taylor y la migración jalisciense a Estados Unidos, Cualtos, Tepatitlán, Jal.         [ Links ]

VELASCO Ortiz, Laura, Oscar F. CONTRERAS, 2011, Mexican voices of the border región, Temple University Press, Philadelphia.         [ Links ]

 

Notas

1 La región Altos Sur de Jalisco está conformada por 12 municipios: Acatic, Arandas, Cañadas de Obregón, Jalostotitlán, Jesús María, Mexticacán, San Ignacio Cerro Gordo, San Julián, San Miguel el Alto, Tepatitlán de Morelos, Valle de Guadalupe y Yahualica de González Gallo. El municipio de San Ignacio Cerro Gordo se creó en 2007, por lo que no existe información independiente antes de 2000 (como Delegación pertenecía al municipio de Arandas). Aunque existen diferencias económicas y demográficas entre los municipios, comparten una larga y consistente historia migratoria hacia Estados Unidos que se remonta a fines del siglo XIX.

2 Mexican Migration Project 144, en www.mmp.opr.princeton.edu

 

Información sobre los autores

Jorge Durand. Obtuvo el título de licenciatura en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana; el grado de maestría en Antropología Social en El Colegio de Michoacán y el Doctorado (Nuevo Régimen) en Geografía y Ordenamiento Territorial en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, Francia. Es investigador en la Universidad de Guadalajara. Es miembro del SNI, nivel III. Es codirector, con Douglas S. Massey, del Mexican Migration Project (desde 1987) y del Latin American Migration Project (desde 1996) auspiciados por las Universidades de Princeton y de Guadalajara. Sus libros más recientes: Clandestinos. Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI (con Douglas S. Massey) (2009), Detrás de la trama. Políticas migratorias entre México y Estados Unidos (con Douglas S. Massey y Nolan Malone) (2009), Perspectivas migratorias. Un análisis interdisciplinario de la migración internacional (con Jorge A. Shiavon, editores, 2010); Continental divides: international migration in the Americas (con Katharine M. Donato, Jonathan Hiskey y Douglas S. Massey, Special Editors, 2010). Dirección electrónica: j.durand.mmp@gmail.com

Patricia Arias. Obtuvo el título de Licenciatura y el grado de Maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana y el de Doctorado (Nuevo Régimen) en Geografía y Ordenamiento Territorial en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, Francia. Es investigadora en la Universidad de Guadalajara. Es miembro del SNI, nivel III. Entre sus artículos más recientes se encuentran: "International Migration and Familial Change in Communities of Origin: Transformation and Resistance" en Annual Review of Sociology, 2013, vol. 39; "Migración, economía campesina y ciclo de desarrollo doméstico. Discusiones y estudios recientes" en Estudios Demográficos y Urbanos, vol. 28, núm. 1 (82), enero-abril de 2013 y "El viaje indefinido. La migración femenina a Estados Unidos" en Inmaculada Serra y Martha Judith Sánchez (coordinadoras) (2013) Una mirada a la inmigración desde la perspectiva de género: mujeres migrantes en Estados Unidos y España. México, Anthropos-UNAM. Dirección electrónica: parias@udgserv.udg.mx

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons