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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.20 n.81 Toluca Jul./Sep. 2014

 

Determinantes de la participación laboral de la población de 60 años o más en México*

 

Determinants of Labor Force Participation of People 60+ in Mexico

 

Isalia Nava Bolaños y Roberto Ham Chande

 

Universidad Nacional Autónoma de México, México/El Colegio de la Frontera Norte, México.

 

Recibido el 24 de febrero de 2014
Aprobado el 27 de junio de 2014.

 

Resumen

La precaria situación económica en la vejez ha obligado a la participación laboral. Es poca la población envejecida con jubilación o pensión y sí ésta tiene, en la mayoría de los casos los ingresos son insuficientes. El Censo de Población y Vivienda 2010 muestra que aproximadamente tres de cada diez personas de 60 años o más se encontraban trabajando. En esta investigación se identifican y analizan los determinantes de la participación laboral mediante modelos de regresión logística sobre la probabilidad de actividad laboral. Frente a la heterogeneidad de la población, se presenta un análisis por sexo y grupos de edad. Se muestra que para hombres y mujeres el factor más importante que reduce la probabilidad de trabajo es el ingreso por jubilación o pensión. La ausencia de discapacidad incrementa la probabilidad de trabajo en los hombres, mientras que en las mujeres la variable con la mayor relación positiva es la jefatura del hogar.

Palabras clave: Envejecimiento; seguridad económica; participación laboral.

 

Abstract

In the analysis of the economic status of the aged population, job and economic activity are relevant since only a few enjoy a retirement pension, albeit mostly of a meager amount. The 2010 Census of Population and Housing shows that three out of ten people 60 and over were working. This paper identifies and analyzes determinants of job participation using a logistic regression on the probability of employment. Because of heterogeneity an analysis by sex and age groups was done. The most important factor lowering the probability of work is income from a pension for both men and women. The absence of disability increases the likelihood of men working, while for women the main effect is from heading a household.

Key words: Aging; economic security; job participation.

 

Introducción

El efecto combinado de los descensos en la mortalidad y la fecundidad, bajo el claro patrón de la transición demográfica en México, da lugar a un periodo de varias décadas con una menor presencia de la población de niños y adultos en edades avanzadas, junto con una creciente proporción de población en las edades adultas y laborales. Las proyecciones hasta 2050 en la versión más reciente del Consejo Nacional de Población (CONAPO) muestran que la participación de la población adulta en edades laborales aumentará hasta poco después de 2020. Al mismo tiempo se presentará una proporción decreciente de la población de niños y adolescentes, no se piensa que la fecundidad pueda retomar altos niveles y toda la expectativa es que la mortalidad siga decreciendo, sin otra perspectiva más que una población permanentemente envejecida (Ham, 2003a). Es ineludible que esta transición continúe y que en las siguientes décadas lo dominante en las estructuras demográficas sea el incremento en el grupo envejecido.

Estos cambios prevén serias transformaciones en diversas áreas de las relaciones sociales, económicas y también políticas. Un tema que adquiere relevancia es la situación económica de la población envejecida, como aspecto primordial en las condiciones y la calidad de vida en la vejez. La revisión de la información disponible muestra que en el presente los ingresos en la vejez son insuficientes y en la mayoría de las ocasiones se presenta la combinación de distintas fuentes de apoyo económico (Ham, 2003b; Montes de Oca, 2004a y Aguila et al., 2013). Huenchuan y Guzmán (2007) identifican que los principales mecanismos de seguridad económica en la vejez son la seguridad social, los apoyos familiares y la participación laboral.

En relación con la seguridad social, su cobertura notoriamente limitada es una tarea pendiente por lo difícil de subsanar. Como resultado de las condiciones precarias de empleo, las pensiones contributivas se limitan a un segmento reducido de la población. Las cifras del Censo de Población y Vivienda indican que en el año 2010 sólo 30.5 por ciento de la población de 60 años o más recibió un ingreso por jubilación o pensión.1 Además, la mayoría de los pensionados tiene ingresos insuficientes. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), en ese mismo año el ingreso promedio mensual por pensión o jubilación fue 4 196 pesos, lo que representa menos de tres salarios mínimos.2 A ello se agrega que las jubilaciones laborales se concentran en los hombres, mientras que gran parte de las mujeres recibe pensión por viudez, por muerte del cónyuge trabajador. Respecto a los programas de pensiones no contributivas destaca la Pensión para Adultos Mayores, que opera desde el año 2003 a través de la Secretaría de Desarrollo Social.3 En 2010 el apoyo económico a la población en edades 70 años o más residente en las localidades de menos de 30 mil habitantes fue de 500 pesos mensuales, en entregas bimestrales y el número de beneficiarios atendidos fue poco más de dos millones (Aguila et al., 2013).

Por el lado de la familia, se trata de un tipo de apoyo que depende de las condiciones socioeconómicas de los integrantes de ésta, del tamaño y composición de los hogares, de las relaciones familiares y de las formas de organización familiar. De acuerdo con Montes de Oca (2004b) el hecho de vivir en compañía de familiares no garantiza las acciones de apoyo económico hacia la persona en vejez. El apoyo familiar tiene particularidades de acuerdo con la edad, el sexo y el parentesco. También hay que considerar que las transformaciones estructurales de la familia apuntan a una reducción en el número de hijos en las próximas décadas y a un incremento de la migración interna e internacional. Además, hay una creciente transformación de los valores producto de la globalización económica y cultural que debilita el sentido de deber hacia la vejez (Ham, 2003b).

Respecto a la participación laboral, ésta aparece como un mecanismo de subsistencia en la vejez, sobre todo entre el segmento de la población que por motivos inherentes al mercado laboral no cuenta con una pensión. Las tendencias generales sobre la ocupación en la vejez muestran que las tasas de participación laboral se han incrementado en las últimas décadas. Las cifras censales indican que en el año 1990, 29.2 por ciento de la población de 60 años o más se encontraba trabajando, mientras que en 2010 esta tasa de participación fue 32.3 por ciento. Algo similar ocurre en el resto de los países de América Latina (AL), en el sentido de que la participación laboral tienden a crecer (Huenchuan y Guzmán (2007). En este contexto de mayor trabajo, un hecho importante fue el reconocimiento de Naciones Unidas de los derechos económicos de las personas en edades avanzadas. Así, en abril de 2002 se celebró en Madrid la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento y se adoptó el Plan Internacional de Acción sobre el Envejecimiento. En ese plan un tema central fue el de la participación activa de la población envejecida en la sociedad, enfatizando la necesidad de que:

las personas de edad deben tener la oportunidad de trabajar hasta que quieran y sean capaces de hacerlo, en el desempeño de trabajos satisfactorios y productivos, y de seguir teniendo acceso a la educación y a los programas de capacitación (Naciones Unidas, 2002:3).

Estos antecedentes realzan la importancia de analizar las características de inserción en la actividad laboral y sus determinantes para el mejor cumplimiento del plan de Madrid. Sin embargo, los estudios que abordan los factores explicativos de la empleabilidad son escasos. Existe un grupo de investigaciones que, como parten del análisis del proceso de envejecimiento en al, revisan las principales características de actividad económica del adulto mayor en México (Del Popolo, 2001; Guzmán, 2002, Montes de Oca, 2004b, Conferencia Interamericana de Seguridad Social, 2005). Otro grupo de literatura está orientado al análisis del empleo entre la población envejecida y su vínculo con los sistemas de protección social en la región de al (Bertranou, 2006 y Paz, 2010). Para el caso específico de México son menos las investigaciones que abordan el tema de los determinantes del trabajo (Van Gameren, 2008 y Aguila, 2012) y algunas de ellas se centran en contextos específicos como el Estado de México (Millán-León, 2010).

Ante estos hechos y tomando en cuenta la importancia del trabajo en la vejez, el objetivo de este artículo es identificar los principales factores explicativos de la participación laboral de la población de 60 años o más en México en 2010. Frente al reconocimiento de las diferencias que existen al interior de la población en estudio, se realiza un análisis por sexo y grupos de edad. Para ello se construyen modelos logísticos de la probabilidad de participar en el mercado laboral.

En el documento se presenta una revisión de la literatura sobre los factores que inciden en la participación laboral en la vejez. Se incluye también una descripción general de la fuente de datos y la metodología utilizada. Además aparecen los principales antecedentes de la participación laboral de la población de 60 años o más y finalmente, se dan a conocer los resultados del modelo de regresión logística.

 

Antecedentes sobre los factores asociados a la participación laboral

Entre las variables explicativas más importantes en las investigaciones que analizan la participación laboral de la población envejecida aparecen las de tipo socioeconómico, como las jubilaciones o pensiones, los bienes acumulados y la educación; las relacionadas con las condiciones de salud y discapacidad y las que se vinculan con las características de los hogares.

En relación con las primeras, las investigaciones destacan la importancia de los ingresos por jubilación o pensión, los que se relacionan con menores tasas de ocupación y empleo en la medida en que actúan como un sustituto de los ingresos laborales (Bertranou, 2005). Millán-León (2010) encuentra que los ingresos por pensión incrementan la probabilidad de inactividad laboral en la población de 60 años o más del Estado de México, hecho que atribuye a que estos ingresos son la principal fuente de recursos en los hogares. En un estudio sobre la participación laboral masculina, Aguila (2012) obtiene que disponer de seguridad social tiene un efecto positivo sobre la probabilidad de retiro, mientras que los incentivos derivados de la jubilación tienen un efecto negativo, ya que las expectativas de mayor ingreso futuro retrasan la salida del mercado laboral.

En el análisis de las variables económicas, una perspectiva adicional toma en cuenta los bienes de la población en edades avanzadas, los que en mayor parte no son financieros. De acuerdo con Wong y Espinoza (2003) los bienes acumulados en la vejez, como vivienda, negocios, inmuebles, capital, vehículos y deudas, dan cuenta del bienestar económico de la población, sobre todo en contextos como el mexicano, donde los ingresos monetarios son reducidos. Las autoras encuentran que entre la población de 50 años o más la vivienda es el componente más importante, mientras que el resto de los bienes disminuye paulatinamente conforme aumenta la edad. En esta dirección, Murillo-López y Venegas-Martínez (2011) identifican que la población de 65 años o más que no es propietaria de una vivienda tiene mayor probabilidad de seguir participando en la actividad laboral.

La formación, escolaridad y adiestramiento son variables que inciden en las oportunidades económicas y en la capacidad de inserción en el mercado laboral. De todos estos elementos, la escolaridad es la característica mejor definida que incrementa las cualificaciones necesarias para funcionar en el mercado laboral. Además, entre los grupos en edades avanzadas ofrece mayores oportunidades en el manejo de las nuevas tecnologías. Haider y Loughran (2001) analizan la oferta de trabajo de la población de 65 años o más en Estados Unidos. Después de controlar por distintos factores sociodemográficos, los autores encuentran que los mayores niveles de escolaridad incrementan la probabilidad de trabajar. Este efecto lo atribuyen al hecho de que esta población tiene mayores preferencias por el trabajo y mejor acceso a empleos donde pueden elegir el número de horas que laboran y el nivel de responsabilidad que asumen. Sin embargo, los autores también encuentran que en general prevalecen los bajos niveles salariales, incluso entre los trabajadores más educados.

Además de los determinantes económicos antes mencionados, existen factores relacionados con las condiciones de salud y la discapacidad que influyen en la participación laboral. Lumsdaine y Mitchell (1999) indican que el deterioro de la salud que acompaña a las edades avanzadas tiene efectos sobre la restricción presupuestaria y las preferencias individuales. En relación con la primera, la presencia de enfermedades e incapacidades tiene un efecto negativo sobre los ingresos derivados del empleo, ya que la productividad del trabajador disminuye, el ausentismo laboral aumenta y existe una menor propensión a invertir en la formación y capacitación. Estas circunstancias provocan una reducción salarial. Respecto a las preferencias individuales, los efectos de la morbilidad y la incapacidad pueden modificar el valor asignado al tiempo. Por ejemplo, una persona diagnosticada con algún padecimiento crónico degenerativo debe dedicar más horas a terapias de control y seguimiento. También puede repensar la forma de pasar su tiempo y dedicar más horas a las actividades de ocio y esparcimiento. Un detalle adicional por resaltar es el de la presencia de barreras que dificultan la participación laboral de quienes presentan alguna discapacidad, incluyendo la ausencia de ayudas técnicas. Estas barreras no son sólo del entorno físico, sino también de actitudes sociales frente a la vejez. Para el caso de México, Van Gameren (2008) en una de las pocas investigaciones que analizan los determinantes de la participación laboral, estudia a través de la Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México (ENASEM) el efecto del autoinforme de la salud sobre las decisiones de trabajar de la población de 50 años o más. Después de un cuidadoso tratamiento a través del cual resuelve el problema de endogeneidad de la salud, el autor encuentra que una mejor condición de salud aumenta la participación laboral.

Asimismo, la dinámica y las características de los hogares se relacionan con la participación laboral de la población en edades avanzadas, sobre todo en contextos donde las relaciones intrafamiliares son más directas e intensas. En situaciones de riesgo como la pérdida de empleo o el retiro de la actividad laboral en un contexto de desprotección social, la corresidencia del adulto mayor en hogares ampliados o compuestos puede reducir su incertidumbre económica aunque, como menciona Montes de Oca (2004b), la corresidencia con otros familiares no implica necesariamente la existencia de apoyo económico hacia el adulto mayor y la familia también puede brindar apoyos en forma no monetaria, como las actividades de cuidados. Además, se debe tener en cuenta que las transferencias pueden ser en ambos sentidos.

 

Datos y metodología

Los datos provienen de los microdatos de la muestra del Censo de Población y Vivienda de 2010.4 La investigación toma en cuenta las diferencias que existen al interior de la población de 60 años o más, en particular aquella heterogeneidad entre hombres y mujeres y entre los grupos de edad {60-64}, {65-74} y {75 años o más}.

Como parte central del análisis de los determinantes de la participación laboral de la población de 60 años o más se estima un modelo de regresión logit, basado en la función de distribución logística acumulativa, que se especifica como:

en donde Pi es la probabilidad de que un individuo realice una determinada elección dado un factor Xi. En este caso se refiere a la probabilidad de participar en el mercado laboral. La ecuación (1) se puede expresar como:

donde la variable dependiente es el logaritmo de la razón de probabilidades.5 A partir de la ecuación (2), el modelo propuesto en esta investigación adopta la siguiente forma:

donde la variable dependiente es una dicotómica o ficticia, para las personas en edades avanzadas que participan en las actividades laborales.6 Las variables independientes que explican la probabilidad de que las personas trabajen se clasifican en dos categorías: i) las características individuales y ii) las de la vivienda, el hogar y la localidad. Las primeras incluyen las variables: jefatura del hogar, escolaridad, número de hijos (para la población femenina), estado civil, condición de discapacidad e ingresos provenientes de pensiones o jubilaciones. Mientras que las características de la vivienda, el hogar y la localidad abarcan las variables de disponibilidad de línea telefónica fija (como indicador de estrato socio-económico), tenencia de la vivienda, tipo de hogar y localidad. En el Cuadro 1 se describe la operacionalización de cada variable.

 

Antecedentes de la participación laboral de la población de 60 años o más en México

El Censo de Población y Vivienda indica que en el año 2010 la población de 60 años o más superó diez millones de personas y representó nueve por ciento de la población total. La distribución por sexo denota la presencia de más mujeres (53.4 por ciento) que hombres (46.6 por ciento) y corrobora una característica propia del proceso de envejecimiento, que es la feminización de la vejez, consecuencia de la menor mortalidad femenina.

Los índices de masculinidad (IM) por grupos de edad cuantifican la reducción de la población masculina; en el grupo de edad {60-64} el IM es 90.5, en el grupo {65-74} es 89.6 y se reduce a 80.9 en el tramo {75 años o más}.

Al analizar la principal condición de actividad, las cifras muestran que 30.5 por ciento de la Población de 60 años o más participa en el mercado laboral. Cuando esta cifra se analiza según sexo y grupos de edad, como se ve en la Gráfica 1, se aprecian diferencias importantes en las tasas de participación, ya que los hombres que trabajan son 69.5 por ciento en el grupo de edades {60-64}, 52.3 por ciento en el grupo {65-74} y 26.7 por ciento en {75 años o más}. Por su parte las mujeres que participan en el mercado laboral son 24, 14.6 y 5.7 por ciento, respectivamente.

Estos porcentajes dan cuenta de la necesidad de actividad económica entre la población en edades avanzadas y surge la importancia de la actualización y capacitación laboral en esas edades. Existen algunos esfuerzos del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM) por atender estos aspectos. Por ejemplo, como parte del servicio "Capacitación para el trabajo y ocupación del tiempo libre", el INAPAM brinda enseñanza en el manejo de programas de cómputo. Además, a través del servicio "Vinculación laboral para personas adultas mayores", el Instituto mantiene comunicación entre los prestadores de servicios y empresas que desean contratar a la población de 60 años o más con el objetivo de sensibilizar a la sociedad y promover oportunidades de inclusión laboral para la población envejecida.

Respecto a la población de 60 años o más que no participa en el mercado laboral, 17.3 por ciento de los hombres en las edades {60-64} señalaron que no trabajaron porque estaban jubilados o pensionados y estos porcentajes son 26 por ciento en el grupo {65-74} y 29 por ciento en {75 años o más}. Las cifras entre las mujeres son 7.8, 9.5 y 10.4 por ciento, respectivamente. La actividad más declarada por parte de la población femenina son los quehaceres del hogar, con 63.9 por ciento en las edades {60-64}, 68.9 por ciento en {65-74} y 60 por ciento en {75 años o más}. En contraste, las tasas de participación masculina en las actividades domésticas son inferiores al cuatro por ciento. Estos resultados están ligados a la división sexual y social del trabajo y a las trayectorias de ciclo de vida. La división coloca a los hombres en la esfera pública o el trabajo de mercado, mientras que las mujeres permanecen en la esfera privada o doméstica (Carrasco, 2003). Además, el ciclo reproductivo de las mujeres las obliga a retirarse de la actividad laboral. Aquí cabe señalar que la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo es un fenómeno que aumenta. De acuerdo con Rendón (2004) la presencia femenina en la actividad económica se aceleró de manera importante en la década de los noventa. Por lo tanto, las mujeres en edades {60 años o más} pertenecen a cohortes con escasa experiencia laboral, lo que reduce sus oportunidades de participación en el mercado de trabajo.

Un elemento que es relevante al analizar la participación laboral de las mujeres en edades avanzadas es el hecho de que un porcentaje importante no tiene un trabajo remunerado, sino que se dedica a realizar trabajo doméstico y de cuidados. Como ahora se admite, se trata de actividades que tienen una aportación decisiva en la reproducción social y familiar. De acuerdo con Carrasco (2003) el trabajo que realizan las mujeres en el hogar y que permanece invisible, es también indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo. Destacan las actividades de cuidado que realizan las mujeres en edades avanzadas y que están dirigidas a la infancia, los enfermos, los discapacitados y la vejez. Robles (2001) encuentra en un barrio urbano de Guadalajara que las abuelas son las principales responsables del cuidado del anciano hombre (esposas-cuidadoras) y también de los niños pequeños.

En la Gráfica 2 aparecen las tasas de participación de la actividad económica. Su lectura muestra que la tasa de participación de los hombres es muy elevada en el grupo {60-64} y disminuye marcadamente en los siguientes grupos de edad, mientras que las tasas son mucho más bajas en la población femenina y sólo al final de la vida las brechas disminuyen de manera importante.

 

Características según condición de trabajo

Las estadísticas del Cuadro 2 muestran las principales características socioeconómicas de la población de 60 años o más que participa en la actividad económica, según sexo y grupos de edad y permiten identificar las diferencias de perfiles entre ésta y la población que no trabaja.

Entre la población que participa en el mercado laboral, el parentesco que predomina en ambos sexos y en todos los grupos de edad es la jefatura del hogar, aunque los porcentajes son menores entre las mujeres y en las edades más avanzadas. Algo similar ocurre con la población masculina que no trabaja. Sin embargo, entre la población femenina que no participa en el mercado laboral, en los grupos de edad {60-64} y {65-74} la mayoría son cónyuges. Es importante señalar que la jefatura de hogar censal se refiere a la persona reconocida como tal por los residentes habituales de la vivienda. Este nombramiento responde a patrones sociales y culturales que no necesariamente se relacionan con ser el principal proveedor económico. Entre los hogares con personas de 60 años o más es común que se designe como jefe, de manera simbólica, al integrante de mayor edad (Ham, 2003a).

En cuanto a los niveles de instrucción de la población que participa en el mercado, la mayoría sólo cuenta con estudios de primaria (al menos un grado). Además, se aprecia que las oportunidades educativas fueron más altas entre la población masculina y el acceso fue más favorable entre los grupos de menor edad. La proporción de hombres en edades {60-64} que nunca asistió a la escuela es 15.2 por ciento y en el grupo {75 años o más} aparecen los mayores porcentajes sin instrucción, con 37.4 por ciento. Estas cifras son mayores entre la población femenina, 16.4 y 41.7 por ciento, respectivamente. Al comparar estas últimas cifras con la población que no trabaja, se nota que los hombres tienen una menor proporción de población sin instrucción, mientras que entre las mujeres, con excepción del grupo {75 años o más} la proporción es mayor. Esta variable está ligada a las características históricas del sistema de educación que existían en las primeras etapas de vida de la actual población de 60 años o más. En este sentido es importante mencionar que esta población nació antes de 1950 y vivió sus años de posible asistencia escolar cuando el sistema de educación era limitado.7 A ello se agrega que el acceso que tuvieron las mujeres al sistema educativo fue aún más restringido, pues los roles y estereotipos que predominaban correspondían a los de una sociedad tradicionalista que no sólo otorgaba poco valor a la formación educativa de las mujeres, sino que con frecuencia lo consideraba negativo y antifemenino (Loyo, 2010).

En cuanto al estado civil, los hombres que trabajan en su mayoría están unidos, aunque conforme avanzan en edad el porcentaje de población en unión disminuye, primordialmente por viudez. Los porcentajes de unidos son 82.9 por ciento para el grupo {60-64} y 68.5 por ciento en {75 años o más}. Por su parte las mujeres que trabajan, 44.7 y 22.4 por ciento, respectivamente en esas edades, están unidas o casadas, colocando a la situación de viudez como la más importante. En el tramo abierto {75 años o más} aproximadamente seis de cada diez mujeres han perdido a su pareja por muerte. El aumento de la condición de viudez se explica por la mayor esperanza de vida femenina, el hecho de que los hombres generalmente buscan parejas de menor edad y que los hombres sean más proclives a volver a unirse después de una separación, divorcio o fallecimiento del cónyuge (Ham, 2003a). Además, es importante señalar que entre las mujeres que participan en la actividad laboral, los porcentajes de divorciadas o separadas e incluso solteras, siempre son más altos en comparación con las cifras que aparecen entre la población femenina que no trabaja.

En el análisis de la composición según condición de discapacidad, son notorias las diferencias por condición de actividad.8 Entre la población que trabaja el porcentaje de hombres con discapacidad en el grupo {60-64} es 9.8 por ciento, mientras que en la población masculina que no participa en el mercado laboral es 22.7 por ciento. Las mujeres en edades {60-64} que presentan algún tipo de limitación que no les permite llevar a cabo las actividades de la vida diaria, son 13.1 por ciento entre quienes trabajan y 15.9 por ciento entre las que no tienen actividad laboral. Resalta, tanto en la población que trabaja como en aquella que no trabaja, que los mayores porcentajes de población con algún tipo de discapacidad se presentan en las edades más avanzadas. Se trata de una característica propia del proceso de envejecimiento, ya que es en el último tramo de la vida donde ocurren los cambios más importantes en las condiciones de salud y el estado funcional y lo común es que se presente algún tipo de discapacidad. González y Ham (2007) analizan el estado de salud de la población adulta mayor en México y cuantifican cómo en la edad {75 años o más} se presentan los peores estados de salud y de anomalías que generan fragilidad e incapacidad funcional.

En general, los porcentaje más altos de población adulta mayor que habla algún dialecto o lengua indígena aparecen entre la población que participa en la actividad laboral. Además, las cifras son más altas en la población masculina y en las edades más avanzadas. Entre los hombres que trabajan y que se encuentran en el tramo abierto de {75 años o más}, 14.6 por ciento es hablante de lengua indígena, en contraste con 9.6 por ciento entre los que no participan en la actividad laboral. Es importante mencionar que el proceso de envejecimiento en los pueblos indígenas tiene características propias, que generalmente colocan a este grupo en situación de desventaja. De acuerdo con Reyes (2001) el envejecimiento indígena modificó los estereotipos y rasgos culturales sobre la vejez y la lucha intergeneracional por mantener protagonismos se intensificó. Reyes (1999) menciona que la participación laboral de los adultos mayores en las comunidades indígenas es básicamente agrícola, es frecuente que no exista una remuneración, es de subsistencia y se prolonga hasta que las fuerzas lo permiten.

Es frecuente que los ingresos que obtiene la población en las edades avanzadas adquieran relevancia ante las necesidades económicas de esas personas y de su entorno familiar. Frente a las escasas posibilidades económicas, se combinan diferentes fuentes de ingreso, incluyendo programas de gobierno, jubilaciones, pensiones y transferencias de familiares que viven fuera y dentro del país. Las estadísticas muestran que el porcentaje estimado de hombres con pensiones entre la población que trabaja va de 10.4 por ciento en {60-64} a 15.8 por ciento en {75 años o más}. En el caso de la población masculina que no trabaja, estas cifras son 55.3 y 16.4 por ciento, respectivamente. Estos resultados muestran la mayor ausencia de seguridad social entre la población que participa en la actividad laboral. Además, el vacío del sistema de pensiones se intensifica sobre todo entre la población femenina. La menor cobertura entre las mujeres se explica por la menor participación de ellas en el mercado formal, la mayor inserción en trabajos con menos beneficios sociales y la interrupción de las carreras laborales (Parker y Wong, 2002). Cabe señalar que entre las mujeres con ingresos por pensión, un porcentaje significativo corresponde a pensiones por viudez.

Lo ingresos por beneficios gubernamentales son una fuente importante de recursos en la vejez, sobre todo en las edades más avanzadas. Entre la población masculina que trabaja y se encuentra en el grupo {60-64}, 14.6 por ciento cuenta con el apoyo que otorgan los programas de gobierno,9 y en el tramo abierto {75 años o más} es 60 por ciento. Para la población femenina estos porcentajes son 13.6 y 54.1 por ciento, respectivamente. Mientras, entre los hombres que no trabajan, 9.8 por ciento en las edades {60-64} recibe ingresos por esta vía y en el caso de las mujeres el porcentaje que declaran este ingreso es de 19.4. Un porcentaje reducido de la población adulta mayor que trabaja recibe recursos económicos de personas que viven dentro del país; las cifras más altas aparecen entre las mujeres y en las edades {75 años o más}, donde 12.6 por ciento recibe ayuda de otros hogares. Entre los hombres esta cifra es 6.7 por ciento. Es importante mencionar que entre la población que no trabaja es más común recibir ayuda monetaria de otros hogares; en el último tramo de {75 años o más}, 10.8 por ciento de los hombres y 14 por ciento de las mujeres reciben este tipo de ingresos.

Los adultos mayores que perciben ingresos por remesas entre la población que trabaja son menos de seis por ciento. Mientras, entre la población que no participa en la actividad laboral no llega a ser más de siete por ciento. En general, se encuentra que las mujeres son más dependientes de los apoyos económicos informales, en comparación con los hombres que reciben más ingresos institucionales. Parker y Wong (2002) informan que las mujeres en las edades más avanzadas son más dependientes y se debe a que participaron menos en el mercado laboral formal. Además, las mujeres que trabajan reportan menores ingresos informales, en comparación con las que no participan en la actividad laboral.

Cuando se observan las características de las viviendas, en particular la línea telefónica, que permite inferir sobre el nivel socio económico de la población adulta mayor, sobresale que la mayor parte de los hombres que trabajan, con excepción de las edades {60-64}, habita en viviendas que no cuentan con línea telefónica fija, en tanto que los hombres que no participan en la actividad laboral, en su mayoría comparte una vivienda que cuenta con el servicio de teléfono. Por el contrario, la población femenina incorporada en el mercado de trabajo, mayoritariamente habita en viviendas que cuentan con línea telefónica fija, incluso al contrastar estas cifras con aquellas que aparecen entre las mujeres que no trabajan, las primeras son más altas. Si bien es cierto que la mayor parte de las personas en edades avanzadas habita en casas donde también vive el propietario, los porcentajes son más altos entre quienes no trabajan. El análisis de esta variable adquiere relevancia entre la población adulta mayor, ya que como Wong y Espinoza (2003) señalan, la tenencia de la vivienda se vuelve un indicador importante en la disponibilidad de recursos en la vejez.

Sobre el tipo y clase de hogar censal10 las estadísticas muestran que entre los hombres que no trabajan predominan los hogares familiares nucleares y los porcentajes tienden a disminuir conforme el envejecimiento es mayor: 54 por ciento en el grupo de edad {60-64} y 47.9 por ciento en el grupo {75 años o más}. En las mujeres en edades {60-64}, 40.5 por ciento viven en hogares nucleares; sin embargo, en los grupos {65-74} y {75 años o más} la mayoría convive en hogares familiares ampliados, 42.6 y 40.3 por ciento, respectivamente. Algo similar se observa entre la población que no trabaja, en el sentido de que la mayoría de los hombres pertenecen a hogares nucleares y las mujeres a hogares nucleares y ampliados. Es importante destacar la presencia de los hogares no familiares unipersonales entre la población que no participa en la actividad laboral, ya que los hombres que viven solos son 14.8 por ciento en las edades {75 años o más} y las mujeres solas son 30.6 por ciento. Estas cifras son 12.3 y 16.1 por ciento entre la población que no trabaja, respectivamente.

En cuanto a ubicación geográfica, los porcentajes de población masculina urbana son menores entre los adultos mayores que trabajan, en contraste con aquellos que no lo hacen. Por el contrario, entre las mujeres, la cifra de población urbana es más alta entre quienes sí trabajan, en relación con las mujeres que no participan en la actividad laboral (Cuadro 2).

 

Regresión logística y determinantes de la participación laboral en la vejez

Con el objetivo de identificar los principales determinantes de la participación laboral en la población de 60 años o más y el efecto de cada variable, se estiman modelos de regresión logística. La significancia de las variables aparece en el Cuadro 3 y permite analizar la dirección de la relación entre las variables independientes y la probabilidad de participar en el mercado laboral, mientras que en la Gráfica 3a y en la Gráfica 3b aparecen los efectos marginales para la población masculina y femenina y en los grupos de edad {60-64}, {65-74} y {75 años o más}. En las variables continuas el efecto marginal es la probabilidad de cambio en respuesta a un incremento en el valor de la variable independiente en una unidad y evaluado en la media. Para las variables ficticias, el efecto marginal se calcula como la diferencia en las probabilidades de participar en el mercado laboral entre el grupo designado con el valor uno y el grupo de referencia.

En relación con las variables que reducen la probabilidad de participación laboral, después de controlar por factores individuales, de la vivienda, del hogar y la localidad, los modelos de regresión logística muestran que la variable con el efecto negativo más importante es la presencia de ingresos por jubilación o pensión. En la regresión correspondiente a la población masculina y al grupo de edad {60-64}, los hombres con jubilación tienen una probabilidad 34.3 por ciento menor de participar en el mercado laboral, frente a quienes no tienen estos ingresos. En el grupo {65-74} la probabilidad de participación laboral disminuye en 23.6 por ciento y en el modelo que se estimó para el tramo abierto {75 años o más} se reduce en 7.4 por ciento. Entre la población femenina también tiene un efecto negativo. En la regresión correspondiente a las edades {60-64} la probabilidad de participar en el mercado laboral disminuye en 9.2 por ciento si las mujeres cuentan con ingresos por jubilación o pensión, en relación con no contar con este mecanismo. En la estimación {65-74} la probabilidad disminuye 4.7 por ciento y en {75 años o más} la reducción es 1.4 por ciento. Puede decirse que es el determinante más importante que incide negativamente en la participación de la población de 60 años o más en el mercado de trabajo. En el marco de análisis de la seguridad económica estos resultados confirman el hecho de que contar con un ingreso por pensión disminuye la incertidumbre económica y con ello la necesidad de integrarse al mercado laboral (Huenchuan y Guzmán, 2007). En este sentido, los ingresos por jubilación aparecen como una garantía que sustituye al salario y permite satisfacer las necesidades materiales en la vejez (Bertranou, 2005).

También el número de hijos resulta un factor significativo que disminuye la probabilidad de participar en el mercado laboral. Esta variable sólo se incluyó para la población femenina y el efecto negativo aparece en los tres grupos de edad. Como afirman Wong y Espinoza (2003), el apoyo familiar adquiere relevancia entre la población femenina.

Entre los hombres en el grupo de edad {60-64} y en las mujeres en todas las edades, residir en viviendas donde habita el propietario también tiene un efecto negativo sobre la probabilidad de realizar actividades laborales. Es decir, si se considera que la tenencia de la vivienda se asocia con una mayor riqueza, como Wong y Espinoza (2003) lo corroboran, es en las viviendas con mayor riqueza donde aparecen las menores probabilidades de participación laboral. La variable no resultó significativa en las estimaciones correspondientes a la población masculina en las regresiones {65-74} y {75 años o más}.

Con excepción de las regresiones para el grupo {60-64}, donde la variable hogar no resultó significativa, en el resto de las estimaciones se encuentra que la convivencia en familias nucleares reduce la probabilidad de participación laboral, en comparación con vivir en un hogar de tipo no nuclear. Estos resultados obedecen, entre otras razones, al papel de la ayuda familiar en la seguridad económica de la población de 60 años o más (Huenchuan y Guzmán, 2007). Se espera que al interior de estos hogares operen distintos mecanismos de transferencia que reduzcan la necesidad de inserción de la población de 60 años o más en el mercado de trabajo, pero también es importante considerar que estas transferencias ocurren en distintas direcciones y que lo común es que formen parte de un intercambio. Como se mencionaba anteriormente, Robles (2001) destaca el papel de las adultas mayores como cuidadoras.

Respecto a los determinantes que incrementan la probabilidad de participar en el mercado laboral, la variable con el mayor efecto positivo entre la población masculina es la ausencia de discapacidad física o mental. Los hombres en edades {60-64} que no presentan discapacidad tienen 28.9 por ciento mayor probabilidad de participar en el mercado laboral, en relación con aquellos que sí presentan dificultades. En la regresión que se estimó para el grupo {65-74} la ausencia de discapacidad aumenta la probabilidad de participación en 28.6 por ciento y en el tramo abierto {75 años o más}, la ausencia de deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales se asocia con un incremento de la probabilidad de participación en 20.4 por ciento (gráficas 3a y 3b).

Entre la población femenina esta variable también incrementa la probabilidad de participación laboral. En la regresión para las edades {60-64}, las mujeres sin discapacidad tienen 2.6 por ciento mayor probabilidad de trabajar, en comparación con aquellas que presentan discapacidad. En el modelo que se estimó para los grupos {65-74} y {75 años o más} esta condición aumenta la probabilidad en 2.2 por ciento. En este sentido, es importante mencionar que en las edades avanzadas es común la presencia de incapacidades que, dependiendo del tipo y grado pueden impactar en las actividades sociales y económicas, por ejemplo las posibilidades de integrarse al mercado laboral (Wong y González, 2011). Naturalmente la dificultad para caminar, moverse, subir, bajar, ver, hablar, oír, vestirse, bañarse, comer, poner atención y aprender cosas limita la participación económica y se vuelve un factor diferenciador importante. En el estudio de los determinantes que realiza Van Gameren (2008), el autor no toma en cuenta la condición de discapacidad, pero incluye distintos problemas de la salud y encuentra que las mejores condiciones entre la población en edades {50 años o más} se asocian con una mayor participación en el mercado laboral.

Los resultados muestran que el determinante más importante sobre la probabilidad de trabajar entre las mujeres en todas las edades es la jefatura femenina. En la regresión para el grupo {60-64} las jefas de hogar tienen 9.7 por ciento más de probabilidad de trabajar frente a las mujeres con un parentesco distinto a la jefatura. Es probable que las jefas de hogar en edades avanzadas actúen como proveedoras económicas, esto tal vez les otorgue mayores responsabilidades y necesidades de trabajar.

El efecto de la escolaridad resulta notable, los resultados obtenidos en los seis modelos de regresión indican que los mayores niveles de escolaridad tiene un efecto positivo sobre la participación laboral, los efectos marginales más altos corresponden a las regresiones para hombres en el grupo de edad {75 años o más} y en mujeres en el grupo {60-64}, los hombres con secundaria y más tienen 6.8 por ciento mayor de probabilidad de trabajar y las mujeres seis por ciento más de probabilidad de participar en la actividad laboral, en comparación con quienes tienen escolaridad inferior al nivel secundaria. Estos resultados dan cuenta de la importancia de la educación y la capacitación en la ocupación del adulto mayor. Las intervenciones en materia de política pública pueden ir encaminadas hacia las intervenciones en materia de formación, adiestramiento y capacitación.

La ausencia de pareja también incrementa la probabilidad de participar en las actividades laborales, en relación con la condición de viudez. Entre la población masculina destaca el efecto marginal de la regresión {75 años o más}. Así, tomando como categoría de referencia la viudez, la probabilidad de participar en el mercado laboral aumenta en 4.3 por ciento si no se tiene pareja. Entre la población femenina, el modelo correspondiente a las edades {60-64} indica que la ausencia de pareja también incrementa la probabilidad de trabajar en 4.3 por ciento respecto a ser viuda.

Al analizar las variables con efectos distintos para hombres y mujeres, los resultados de los modelos de regresión logística indican que la unión conyugal incrementa la probabilidad de participación laboral (la viudez permanece como categoría de referencia) según se ve en las regresiones de la población masculina de los grupos de edad {65-74} y {75 años o más}, en tanto que en el grupo {60-64} la variable no resultó significativo. Mientras que entre la población femenina la presencia de un efecto positivo sólo aparece en la regresión {75 años o más}, en las edades {60-64} la condición de unión disminuye la probabilidad de participación y en {65-74} los resultados no fueron significativos.

La presencia de teléfono fijo en la vivienda, como variable proxy de estatus socioeconómico, reduce la probabilidad de participación laboral tanto de los hombres como las mujeres en las edades {65-74} y {75 años o más}, la variable no resultó significativa en la estimación de la población masculina en el grupo {60-64}, mientras que la regresión correspondiente a las mujeres en estas edades muestra que el disfrute de línea telefónica reduce la probabilidad de participación.

La residencia en localidades urbanas tiene un efecto negativo sobre la participación laboral masculina, los hombres en edades {75 años o más} que habitan en zonas urbanas tienen una probabilidad 2.3 por ciento menor de participar en el mercado, frente a los habitantes en localidades rurales. Por el contrario, entre la población femenina el efecto es positivo, cuando las mujeres en el grupo {60-64} viven en contextos urbanos, la probabilidad de participar en el mercado laboral es 5.6 por ciento mayor que cuando se vive en zonas rurales.

 

Conclusiones

Esta investigación analiza los determinantes de la participación laboral de la población de 60 años o más en México en 2010. Los resultados confirman el hecho de que incluso en las edades avanzadas son los hombres quienes se identifican con el trabajo asalariado y el sustento del hogar.

Además, destacan las altas tasas de participación laboral entre la población de 60 años o más, sobre todo en algunos segmentos de la población masculina; por ejemplo, en las edades {60-64}, 69.5 por ciento de los hombres se encuentran trabajando. Las altas tasas de participación llevan a reflexionar sobre el entorno socioeconómico bajo el cual participa la población envejecida. La actividad económica actual se caracteriza por la presencia de nuevos sistemas de producción y tecnología que demandan nuevas calificaciones y conocimientos, que dificultan y limitan la participación del adulto mayor. En este sentido es importante que se diseñen programas de educación, capacitación y actualización permanente, con miras a que la población en edades avanzadas pueda continuar en la actividad económica durante el tiempo que quiera y sea capaz. A la par, se requiere de la generación de trabajos adecuados, como lo define la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En el análisis de los determinantes de la participación laboral, las seis regresiones muestran que la variable más importante que disminuye la probabilidad de participar en la actividad laboral es la referente a ingresos por jubilación o pensión. Los resultados confirman la importancia de la seguridad social (Bertranou, 2005). Por tanto, en materia de acciones y medidas de política pública, se requiere garantizar la seguridad social de este segmento de la población. El determinante con el mayor efecto positivo entre la población masculina es la ausencia de discapacidad y entre la población femenina es la jefatura del hogar.

En términos de futuras líneas de investigación falta agregar las principales características de inserción laboral en la vejez e identificar los determinantes de los ingresos laborales. Además, pensando en las futuras cohortes de viejos, el análisis debe incluir una revisión de la capacidad de los mecanismos públicos para brindar seguridad económica a la población envejecida del futuro, para lo cual es importante agregar indicadores sobre la cobertura de los trabajadores actuales y las nuevas condiciones que se están definiendo para acceder a los sistemas de seguridad social.

 

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Notas

* Esta investigación se logró gracias al apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, bajo el proyecto 186319 Prospectivas sociales, económicas y de salud por cohortes de la población envejecida.

1 Con información de los microdatos de la Muestra del Censo de Población y Vivienda 2010.

2 El cálculo se realizó considerando los salarios vigentes a partir del 1 de enero de 2010, establecidos por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos.

3 En el año 2003 surgió el Programa de Atención a los Adultos Mayores en Zonas Rurales (PAAMZR), dirigido a la Población de 60 años o más. En 2007, se transformó en el Programa de Atención a los Adultos Mayores de 70 años o más en Zonas Rurales, en esta nueva propuesta se dejó de considerar la condición socioeconómica. En 2013 pasó a ser el Programa de Pensión para Adultos Mayores y cubre a la población de 65 años o más (Aguila et al., 2013).

4 El levantamiento del Censo General de Población y Vivienda de 2010 se realizó con base en dos cuestionarios, uno básico y otro ampliado. El cuestionario básico se aplicó al total de la población y abarcó las características demográficas más generales (sexo, edad y relación de parentesco; número de hijos nacidos vivos e hijos fallecidos; lugar de nacimiento y lugar de residencia en junio de 2005; condición de habla indígena, lenguas indígenas y condición de habla española; discapacidad desde el enfoque de limitaciones en la actividad; condición de alfabetismo, condición de asistencia escolar y nivel y grado de escolaridad; condición de actividad económica; derechohabiencia a servicios de salud; situación conyugal; religión). Sobre las vivienda se censaron sus características de calidad y adecuación (material en pisos; número de dormitorios y número de cuartos; disponibilidad de energía eléctrica, agua y drenaje; disponibilidad de excusado y flujo de agua en este servicio; disponibilidad de bienes y tecnologías de información y comunicación). El cuestionario ampliado se aplicó a una muestra de 2.9 millones de vivienda, incluyó las mismas preguntas que el básico y agregó información específica sobre población en temas adicionales que requieren más minuciosidad y calidad en la entrevista (salud, discapacidad, etnicidad, educación, migración interna e internacional, condiciones económicas, fecundidad y mortalidad recientes). En el tema de vivienda se añadió información sobre las características de construcción y estructurales, existencia de equipamiento, forma de adquisición y tenencia (INEGI, 2010).

5 Como la probabilidad Pi se encuentra dentro de un intervalo (0, 1) y al ser logarítmica no está linealmente relacionada con Zi (es decir en Xi y en los β), esto significa que la ecuación no puede estimarse por Mínimos Cuadrados Ordinarios (MCO).

6 Dentro de esta categoría se incluye a los que trabajaron (por lo menos una hora) la semana previa a la entrevista y a quienes declararon que tenían trabajo, pero no trabajaron.

7 En la década de 1950 la tasa de alfabetismo de la población de 15 años o más fue de 46.6 por ciento para los hombres y 39.6 por ciento para las mujeres (Gutiérrez, 1992: 32).

8 Es importante mencionar que el hecho de tener una discapacidad no es una condición que excluya a la población de participar en el mercado laboral, por ejemplo, entre la población masculina en edades {60-64} que presenta alguna discapacidad, 45.6 por ciento se encuentra trabajando.

9 En este rubro el Censo 2010 incluye los programas Oportunidades, Procampo, becas, ayuda a madres solteras, adultos mayores, etc. Aunque no es posible distinguir el tipo de programa, es de esperar que predominen las ayudas dirigidas a adultos mayores.

10 El Censo de Población y Vivienda 2010 utiliza la categoría de hogar censal, que se refiere a la unidad formada por una o más personas, vinculadas o no por lazos de parentesco, que residen habitualmente en la misma vivienda particular.

 

Información sobre los autores

Isalia Nava Bolaños. Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es egresada de la Maestría en Demografía y el Doctorado en Estudios de Población de El Colegio de México. En 2012 obtuvo el primer lugar del Premio Gustavo Cabrera Acevedo otorgado por El Colegio de México, en la modalidad de investigación en población. Fue coordinadora de la especialidad El Género en la Economía en la UNAM. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, candidata. Dirección electrónica: isalia.nava@iiec.unam.mx

Roberto Ham Chande. Doctor en Demografía, Université de Paris Nanterre. Profesor-investigador de El Colegio de la Frontera Norte y profesor honorario de El Colegio de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 3. Premio Nacional de Demografía 2009. Dirección electrónica: rham@colmex.mx

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