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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.18 no.74 Toluca oct./dic. 2012

 

Condiciones de vida del adulto mayor en el ámbito doméstico: envejecimiento y transferencias en Montevideo-Uruguay

 

Life conditions for the elderly in the household sphere: aging and transferees in Montevideo-Uruguay

 

Carolina A. Guidotti-González y Tirza Aidar

 

Universidad Estadual de Campinas

 

Este artículo fue
recibido el 6 de noviembre de 2012
aprobado el 15 de diciembre de 2012.

 

Resumen

Este trabajo se propone brindar una visión general de las características de los arreglos domésticos y las transferencias informales de apoyo en las que participan los adultos mayores de Montevideo. Su objetivo es evaluar en qué medida los adultos mayores, beneficiarios de un sistema de previsión social con alta cobertura (que los coloca en situación económica favorecida en relación a los grupos más jóvenes), participan de dinámicas de redistribución de los beneficios recibidos, alcanzando a la población de otras generaciones. Para ello es presentada una caracterización de los hogares con adultos mayores, considerando sus condiciones de vida y las transferencias de recursos y servicios de las que participan. En ese análisis el peso de la desigualdad económica es considerado clave para comprender las dinámicas de las transferencias domésticas.

Palabras clave: Arreglos domésticos, transferencias informales de apoyo, adultos mayores, desigualdad económica, Montevideo.

 

Abstract

This work outlines the framework of the family configurations in which the elderly population of Montevideo lives as well as the transfers they are involved in. The main objective is to investigate how older people, who are recipients of a broad social protection system and have an economic situation relatively better than the younger groups, participate in the household intergenerational distribution dynamics. In order to achieve this goal, we elaborated a characterization of the households of the elderly, considering the life conditions, resources and service transfers in which they participate. The initial hypotheses is that socioeconomic inequality is the key to understand the transfer dynamics intra- and inter-households.

Key words: Domestic arrangements, informal support transfers, elderly people, economic inequality, Montevideo.

 

Introducción

Uruguay es en la actualidad uno de los países más envejecidos de América Latina. Según datos censales, la proporción de personas de 65 años y más en 2011 representaba 13.9 por ciento de la población y el índice de envejecimiento indicaba que en ese año residían en el país 63.5 adultos mayores por cada 100 menores de 15 años.1

Tanto en Uruguay como en Argentina la transición demográfica se produjo tempranamente en relación al resto de los países de América Latina. Dicho proceso tuvo inicio entre fines del siglo XIX y comienzos del xx y actualmente se encuentra en una fase muy avanzada, lo que se traduce en una estructura poblacional envejecida. El descenso de la mortalidad y la emigración internacional han contribuido al proceso de envejecimiento poblacional, pero más importante ha sido, para el mismo, el peso del descenso de la fecundidad, derivando en un crecimiento relativamente más elevado de la población adulta mayor. A pesar de ser un proceso consolidado hace varias décadas, las tendencias de los últimos años y las proyecciones a futuro indican que la sociedad uruguaya continúa y continuará envejeciéndose (Bucheli, Forteza, Rossi, 2006).

El envejecimiento de la población acarrea cambios en las familias, ya que puede decirse que estas también envejecen. Ese proceso puede ser medido a través del aumento de las familias con adultos mayores y por la mayor verticalización de las mismas, es decir, por la coexistencia de varias generaciones dentro de ellas (Camarano et al., 2004).

La hipótesis central de este trabajo sostiene que, en los últimos años, se han producido cambios en las configuraciones familiares con miembros adultos mayores. Cambios que son reflejo de tendencias de mayor alcance y que pueden ser entendidos en el marco del contexto económico y sociocultural. En esa coyuntura, los adultos mayores presentan roles importantes en los espacios de apoyo y de intercambio de servicios en la familia. Se postula la existencia en los hogares montevideanos con miembros adultos mayores de circuitos de intercambio intergeneracionales de bienes y servicios, que poseen una dinámica bidireccional. Según esta hipótesis, el adulto mayor está ocupando no simplemente un rol de dependiente en el hogar, sino que contribuye activamente, de forma económica y simbólica, al cuidado del hogar y a sus dinámicas e, incluso, al cuidado de otros dependientes. Consideraremos también que en los hogares con mayores carencias se produce con más fuerza esa contribución; es decir, sostenemos que las expresiones de solidaridad intergeneracional al interior de los hogares están mediadas por las características socioeconómicas de los mismos.

Así también, se considera la existencia de diferencias en los tipos de apoyos otorgados y recibidos por los adultos mayores, dependiendo del tipo de configuración doméstica en que se encuentren insertos, así como la edad y el sexo de los participantes. Es de importancia aclarar que la lectura de la interacción de esas variables no tiene un sentido determinístico, sino que son analizadas estudiando sus mutuas influencias. Esa perspectiva retoma el enfoque con que Camarano y Pasinato (2002) estudian cómo la población adulta mayor brasileña lidera un cambio que implica una alteración en el papel de las mujeres de edad avanzada: estas migran desde una posición de dependientes en el hogar hacia una posición de proveedoras, lo que configura circuitos de transferencias bidireccionales entre miembros de diferentes generaciones. La mejora de las condiciones de vida de esas mujeres, promovida principalmente por los beneficios de la seguridad social, repercute en sus familias, que se encuentran en mejores condiciones socioeconómicas que aquellas que no cuentan con jefatura de adulto mayor. En la redistribución de recursos a nivel familiar se cierra un mecanismo circular que permite que los beneficios del sistema de seguridad social recibidos por las generaciones de adultos mayores —y financiados por las generaciones en edad activa que trabajan— retorne hacia las generaciones de jóvenes y adultos. Así, sobre esa misma perspectiva, este trabajo analiza el caso de Montevideo, encontrando fuertes evidencias que sustentan la hipótesis delineada, considerando inclusive las diferencias históricas y estructurales entre Brasil y Uruguay.

 

Metodología

Los datos analizados provienen de las Encuesta Continua de Hogares (ECH) del Instituto Nacional de Estadística (INE), de los años 2001, 2007 y 2011, y de la Encuesta Salud Bienestar y Envejecimiento (SABE), realizada por la Organización Panamericana de la Salud en 2000.

Con los datos de las ECH fue realizado un análisis descriptivo, generando un panorama de las características de la población adulta mayor y su condición al interior provenientes de los hogares, que sirve como marco para las informaciones específicas sobre transferencias de la encuesta SABE.

Con los datos de la encuesta SABE fueron evaluadas las asociaciones entre los tipos y el local de transferencias otorgadas y características socioeconómicas, a través de análisis de regresión logística binaria múltiple.

Como trasferencias son considerados los flujos de intercambio y circulación de recursos, acciones e información, siguiendo la topología definida por Guzmán et al. (2003) con base en Khan y Antonucci (1980), que distinguen cuatro categorías de transferencias o apoyos: materiales, instrumentales, emocionales y cognitivos. Fue privilegiado en este trabajo el análisis de los dos primeros tipos, que incluyen flujos de recursos (monetarios o no monetarios), como dinero y bienes; así como ayuda en las tareas domésticas, transporte, cuidado o compañía.

Las variables dependientes utilizadas en los modelos de regresión fueron derivadas de un conjunto de sobre las ayudas que las personas mayores ofrecían: "Ayuda fuera del hogar", "Ayuda dentro del hogar", "Da dinero en el hogar", "Da bienes en el hogar" y "Da servicios en el hogar". Las variables independientes consideradas en la construcción de los modelos fueron "Estatus socio-económico", "Tipo de arreglo doméstico", "Años de escolaridad", "Sexo", "Edad" e "Ingreso del adulto mayor".

En los modelos de ayudas internas al hogar la muestra considerada fue de 1.177 casos, debido a que se excluyeron los hogares unipersonales. En los modelos sobre ayuda externa fue considerada la totalidad de los casos (1 450). Como la variable edad fue incluida en el modelo como control, se consideró en el análisis a todas las personas de 60 años y más, a diferencia del análisis descriptivo, donde fueron considerados los adultos mayores a partir de 65 años.

La definición de los tipos de arreglos domésticos se basó en una categorización de hogares utilizada por el INE, esta categorización fue considerada idónea para el análisis porque permite la elaboración de un mapa general que consigue abarcar a la totalidad de los hogares y, al mismo tiempo, adentrarse en especificidades en términos de relaciones de parentesco. En la utilización de esa variable en los modelos de regresión fueron agrupados los dos últimos tipos de hogar en uno solo, resultando en una variable con cuatro categorías.

Para medir el estatus socioeconómico del hogar fue creado un indicador sintético próximo al indicador de "Necesidades básicas insatisfechas", considerando las siguientes dimensiones del hogar:

• Material de la vivienda y acceso a servicios urbanos

• Nivel de hacinamiento

• Nivel de escolaridad del jefe de hogar

• Bienes durables del hogar

Para evaluar el material predominante en la construcción de la vivienda fue considerado el de los pisos; considerando a aquellas viviendas con piso de tierra portadoras de un tipo de carencia. Para evaluar el acceso a servicios urbanos se consideró la energía eléctrica, la tenencia de baño interno en la vivienda, la existencia de algún tipo de drenaje y la disposición a agua entubada dentro de la vivienda. El criterio de corte para el nivel de escolaridad del jefe de hogar fue la enseñanza primaria (completa o incompleta). Para la confección del indicador de bienes durables del hogar fueron consideradas la posesión de calefón, refrigerador, televisión a color, reproductor de video, horno de microondas, lavarropas y automóvil, ponderados siguiendo el criterio utilizado por Arim y Vigorito (2007) y utilizando el valor medio entre los sugeridos para 1999 y 2002.2 El valor demarcador del umbral de hogares carenciados fue considerado el equivalente a calefón, refrigerador y televisión.

Con base en esas cuatro dimensiones fue generado un indicador resumen con tres categorías. La primera (Alto) compuesta por los hogares que no presentaron ningún tipo de carencia; la segunda (Medio), por aquellos que no presentaron carencias en las dimensiones de material de la vivienda y acceso a servicios urbanos ni presentaron hacinamiento, pero si fueron considerados carentes en lo que respecta al nivel de escolaridad del jefe de hogar al indicador de bienes durables; en la tercer categoría (Bajo) fueron considerados el resto de los hogares con carencias.

Como indicador de autonomía financiera del adulto mayor consideramos la variable "Ingreso del adulto mayor", que fue codificada según el valor del Salario Mínimo Nacional (SM), considerando el valor medio de las variaciones entre 2000 y 2001. Cabe señalar que según datos del Banco de Previsión Social (2011) entre 2000 y 2001 el promedio de las pensiones no contributivas por vejez e invalidez correspondía a aproximadamente 1.7 SM, el promedio de las pasividades totales a tres SM y el promedio de las jubilaciones totales a cuatro SM.

El análisis de los datos fue realizado utilizando el programa estadístico SPSS, versión 16. El resultado de los modelos fue presentado como razón de momios (odds ratio), que mide la fuerza de asociación entre un determinado factor y la variable respuesta —en este estudio la declaración positiva, o negativa, sobre la ayuda ofrecida por el adulto mayor.

 

Resultados

La estructura etaria de la población de Montevideo

Se entiende como envejecimiento poblacional el cambio producido en la estructura de edades de una población, en la cual la proporción de personas como consideradas como adultos mayores aumenta su peso relativo; aquí se se considera en este grupo a las personas de 65 años o más.3 Sin desconocer las discusiones acerca de la idoneidad de considerar una edad cronológica para demarcar al conjunto de población anciana, utilizaremos esa delimitación por hallarla de utilidad operacional.4

En Uruguay, el país más envejecido de América Latina, las personas de 65 años y más representaban 13.1 por ciento de la población en 2001, y 13.6 por ciento en el año 2011.5 En 2010 la proporción de ese grupo era de 10.4 por ciento en Argentina, 7.4 por ciento en Brasil y 6.3 por ciento en Paraguay (Red Envejecimiento ALAP, 2011).

Dentro del país, el departamento de Montevideo cuenta con una estructura de edades particularmente envejecida, era en 2006 el departamento con mayor proporción de adultos mayores después de Lavalleja y Colonia (Paredes, 2008). Las personas de 65 años y más en el año 2001 representaban 14.7 por ciento de la población y 15 por ciento en 2011; entre ellos los adultos mayores de 85 años o más representaban casi 30 por ciento (Cuadros 1 y 2).

 

Los arreglos domésticos basados en relaciones de parentesco y la presencia de adultos mayores

Así como la estructura etaria de la población, los arreglos familiares y las configuraciones domésticas se modifican conforme a la dinámica demográfica, los factores económicos y socioculturales. Entre las modificaciones demográficas más sustantivas que repercutieron en la esfera de la familia en las últimas décadas cabe señalar el aumento de la esperanza de vida, el cambio en la estructura de edades y el envejecimiento relativo de la población (Filgueira y Fuentes, 1996).

El envejecimiento demográfico implicó la posibilidad de sobrevivencia simultánea de tres o más generaciones familiares: la interacción de esa evolución con los proceso de industrialización y urbanización han favorecido la tendencia hacia las formas de corresidencia habitacional unigeneracionales y la reducción del tamaño de los hogares. Además, deben ser destacadas las drásticas transformaciones ocurridas en la formación y disolución de las uniones y la llamada "revolución de los divorcios" y simultáneamente los cambios en las relaciones de género, que impactaron en la fisonomía de la familia uruguaya (Cabella, 2007; Filgueira y Fuentes, 1996). El crecimiento de la participación femenina en el mercado laboral es también considerado un factor determinante en ese marco de transformaciones, pues fue central en la quiebra del modelo familiar donde el hombre era el único proveedor (breadwinner).

La composición de los hogares montevideanos —en términos de composición etaria, configuraciones domésticas y relaciones establecidas en su interior— reflejan dichos cambios. En las últimas décadas los arreglos domésticos ganaron diversidad y la familia nuclear con hijos fue perdiendo peso proporcional en el total de las configuraciones de los hogares (Filgueira y Fuentes, 1996). Aunque esa configuración aún siga siendo predominante entre los arreglos de la población montevideana, los hogares unipersonales y nucleares sin hijos han aumentado su peso relativo, inclusive en el corto periodo entre 2001 y 2011 (Cuadro 3).

El aumento de los hogares unipersonales en el total de hogares del departamento se debe en parte al comportamiento de los adultos mayores, aunque hayan sido los hogares unipersonales con menos de 65 años los que crecieron de forma más acentuada en el periodo. La proporción de hogares extensos disminuyó y, entre ellos, los integrados por algún adulto mayor han sido los que presentaron una disminución más expresiva. Por otra parte, el aumento de las configuraciones nucleares sin hijos fue significativa solamente entre los hogares sin ancianos.

Los hogares unipersonales son predominantes entre los adultos mayores. Si este tipo de hogar es considerado conjuntamente con los de tipo nuclear sin hijos, representan más de la mitad de los hogares con población adulta mayor. En contrapartida, una cuarta parte de los hogares con adultos mayores incluyen a otros parientes o no parientes,6 mientras que esos arreglos representaban solamente 15 y 12 por ciento de los hogares sin ancianos en los años en estudio.

De estos datos se desprende que los hogares con miembros ancianos presentan una estructura diferenciada de los otros. Esa diferencia puede ser observada en el predominio de ciertas configuraciones sobre otras, así como en la intensidad y la dirección de los cambios acontecidos en el periodo de estudio.

 

Características de la población adulta mayor

La situación en el hogar de los adultos mayores refleja el efecto acumulado de eventos socioeconómicos, demográficos y de salud que ocurrieron durante el curso de vida de los individuos. Como señala Berquó:

O tamanho da prole, a mortalidade diferencial, o celibato, a viuvez, as separações, os recasamentos e as migrações, vão conformando, ao longo do tempo, distintos tipos de arranjos familiares e domésticos, os quais com o passar da idade adquirem características específicas, que podem colocar o idoso, do ponto de vista emocional e material, em situação de segurança o de vulnerabilidade (Berquó, 1996: 25).

El propósito de esta sección es mostrar un amplio panorama de la situación en el hogar de las personas adultas mayores e intenta esbozar algunas hipótesis que den cuenta de ciertos procesos que llevan a ese grupo poblacional a vivir mayoritariamente en algunos tipos de configuraciones domésticas más que en otros. Como resultado, la distribución de los adultos mayores según tipos de arreglos domésticos ha variado a lo largo del periodo 2001-2011. Mayor porcentaje de adultos mayores vive en hogares unipersonales y menor porcentaje vive en hogares extendidos. Sin embargo, esa distribución se ve bastante distorsionada si es estudiada a la luz de las diferencias en el ingreso per cápita de los hogares en los que esos adultos mayores viven (Cuadro 4).

El Cuadro 4 ilustra que existen diferenciales importantes entre los arreglos domiciliares según sea el nivel de ingreso del hogar: en los cuartiles más bajos, de menores rendimientos, la mayor proporción de adultos mayores vive en hogares extendidos y nucleares, y para los más altos esa población se concentra en los arreglos unipersonales y nucleares sin hijos. La tendencia entre 2001 y 2011 es la acentuación de esas diferencias (Guidotti, 2010).

Si bien la situación económica (medida en ingreso per cápita del hogar) es clave para explicar los diferenciales en los arreglos de convivencia de los adultos mayores, puede pensarse en un conjunto de factores que inciden en la conformación de hogares y que interactúan con los determinantes económicos. Los diferenciales de fecundidad entre grupos socioeconómicos y las capacidades disímiles de las nuevas generaciones de establecerse en hogares independientes, asociadas a la perspectiva de ciclo de vida familiar, permiten realizar un esbozo de los procesos que desembocan en esos diferenciales. Sobre eso, Arriagada (2004: 13) señala:

La menor incidencia de pobreza e indigencia se encuentra en hogares unipersonales y en los nucleares sin hijos, que corresponden a parejas que recién inician el ciclo de vida familiar y a las parejas mayores cuyos hijos han constituido sus propios hogares, en ambos casos sin hijos que dependan económicamente de sus padres.

Por otro lado, la Tasa de Fecundidad mantiene niveles muy bajos en la población de estratos socioeconómicos más altos, debido a patrones sociales, culturales y económicos específicos. Eso lleva a que sean más frecuentes los arreglos domésticos sin hijos y unipersonales en el cuartil de ingresos más alto, ya sea por tratarse de parejas que no tuvieron hijos o parejas con un número reducido de hijos, ya emancipados. La emancipación de los jóvenes del hogar (ya sea en el caso de que estos formen una nueva pareja, salgan por motivos laborales o de estudio, migren o decidan vivir de forma independiente) encuentra una traba insoslayable: falta de recursos financieros. El alto costo de los alquileres y compra de los inmuebles hace que vivir con los padres (o con otras personas, familiares o no) sea una forma de enfrentar esas dificultades. Eso no ocurre tan marcadamente en los hogares donde el ingreso per cápita es mayor y también mayor la posibilidad de acceso a esos recursos. De esa forma, entre los jóvenes de sectores medios y altos de Montevideo se ha evidenciado la tendencia a establecerse en residencias independientes de las generaciones que los preceden, ya sea como etapa de convivencia prematrimonial o como una etapa independiente del proceso de formación de pareja (Jelin, 1997).

Por otro lado, fue relevado en un estudio de la CEPAL en 1996 acerca de las condiciones habitacionales de los jóvenes emancipados de 15 a 29 años, que un tercio de las parejas que no vivían con sus padres lo hacían ocupando viviendas que eran propiedad de alguno de los padres o de otros familiares y amigos (PNUD, 1999). El efecto de las últimas crisis ha hecho que el acceso a compra o alquiler de bienes inmuebles sea dificultosa para amplios sectores de la población, para hacer frente a esa situación es frecuente encontrar en barrios con carencias de terrenos compartidos, habitados en unidades de la vivienda relativamente independientes (Jelin, 1997). Los habitantes de esas diferentes unidades en muchos casos conforman un solo hogar, cuando existe un fondo común de alimentación.

Esos factores pueden estar explicando no solo el crecimiento de la proporción de ancianos de más altos ingresos viviendo solos, sino que hablan además sobre la pérdida de peso relativo hacia 2007 de los hogares nucleares sin hijos entre los hogares de menores ingresos, asociado al mayor peso de los nucleares con hijos, pero, sobre todo, al de los hogares extendidos. Esa tendencia desigual entre grupos de ingreso se acentúa según la edad de los adultos mayores: a mayor edad, entre los grupos de menor ingreso, mayor la proporción que habita en hogares extensos (Guidotti, 2010).

Además de las variables mencionadas, el sexo y la situación conyugal intervienen delineando situaciones distintas en el proceso de transformación de los arreglos domésticos. Los hombres en 2007 vivían predominantemente en hogares nucleares sin hijos, cualquiera que fuese su edad, mientras que las mujeres, a partir de los 75 años, vivían solas en su mayoría (Guidotti, 2010). Ello se encuentra asociado a la mayor longevidad de las mujeres, así como a normas sociales y culturales que llevan a que en las uniones efectuadas las mujeres sean un poco más jóvenes que sus compañeros.7 Por otra parte, el recasamiento después de la viudez o de la disolución de la unión es más frecuente entre los hombres ancianos que entre las mujeres, existiendo así mayor proporción de mujeres solteras, divorciadas o separadas que de hombres (Berquó, 1996).

 

El ingreso del adulto mayor y la solidaridad intergeneracional

Con la finalidad de conocer en qué medida y en cuáles situaciones el adulto mayor tiene una participación significativa en la provisión de ingresos del hogar, el análisis que sigue explora diferenciales según niveles de ingreso y tipos de arreglos domésticos en hogares con y sin jefes adultos mayores. En segundo lugar, se presenta un indicador que pone en consideración el peso del ingreso del adulto mayor en relación al ingreso per cápita del hogar.

Para medir la participación del adulto mayor en el total de los ingresos domésticos fue considerada la mediana del ingreso per cápita de los hogares, comparando los valores asumidos en los hogares con jefatura adulto mayor y hogares con jefatura ejercida por un menor de 65 años.8 Según la definición de jefatura utilizada por el INE, jefe de hogar es "aquella persona (hombre o mujer) reconocida como tal por los demás integrantes del hogar" (INE, 2007: 21). En términos generales, la condición de jefe suele estar asociada a la importancia del aporte financiero de ese miembro para el hogar, pensando en esa condición el análisis que sigue distingue entre jefatura de adulto mayor y jefatura de una persona menor de 65 años. Sin embargo, cabe recordar que quien es considerado jefe no siempre es aquella persona que realiza el mayor aporte monetario al hogar: muchas veces la participación en asuntos domésticos o el cuidado de otros miembros es clave para la adjudicación de dicho rol. Por ejemplo, condiciones de salud precarias en las edades avanzadas pueden erosionar las bases del liderazgo doméstico. También la distribución de poderes en términos de relaciones de género y de generación configura esa jerarquización.

Para el análisis se han distinguido los hogares según tipos de configuración doméstica y a modo de captar mejor las variaciones según grupos de ingreso per capita de los hogares, se han separado los hogares pertenecientes al primer y segundo cuartil de ingresos por un lado, y los de los dos cuartiles de ingresos más altos por otro.

En términos generales, la mediana del ingreso es mayor en los hogares unipersonales y en los nucleares extendidos. Entre los hogares de menor rendimiento, cualquiera que sea el tipo de configuración doméstica, la mediana del ingreso es más alta cuando la jefatura es ejercida por un anciano; entre los hogares del grupo de mayores rendimientos, en los hogares unipersonales y nucleares sin hijos es más alta cuando la jefatura no es ejercida por un adulto mayor. Esa distribución se presenta similar en el año 2001 (Guidotti, 2010). Lo anterior coincide con la hipótesis trabajada por Filgueira (1999), que señala que los hogares con miembros jubilados o pensionistas en Uruguay presentan menor riesgo de caer bajo la línea de pobreza, debido a la amplia cobertura del sistema de seguridad social —particularmente en lo que respecta al sistema de jubilaciones y pensiones.

Así es que dentro del contexto latinoamericano Uruguay se ha destacado por presentar bajos niveles de incidencia de la pobreza entre personas mayores y hogares con personas mayores (Huenchuan y Guzmán, 2007).

Gráfica 1

Sin embargo, ante ese panorama se hace relevante pensar, como señala Paredes (2004), que probablemente los adultos mayores de hoy sean los últimos privilegiados en relación a las futuras generaciones de ancianos, debido a la coyuntura en la que se desenvolvieron sus historias personales y laborales. La situación de las actuales generaciones adultas, que envejecen en un contexto socioeconómico menos favorable —afectado por las crisis económicas recientes y los altos niveles de desempleo—, es sin duda, más incierta.

Con la finalidad de conocer el peso de la participación del ingreso personal del adulto mayor en los ingresos del hogar hemos calculado la razón del ingreso de los adultos mayores jefes de hogar en relación al ingreso per cápita del mismo. El Cuadro 5 expresa esa razón, teniendo en cuenta los diferentes arreglos domésticos. En los casos en que los valores son inferiores a 1 significa que el aporte del adulto mayor es menor que el ingreso medio per cápita del hogar; un valor mayor a 1 indica que está por encima de este.9

En la ECH de 2007 algunos tipos de ingreso fueron clasificados como recibidos por el hogar y no por un individuo particular. Es el caso de las canastas de alimentos recibidas por hogares de bajos recursos y con menores de edad, las transferencias en dinero entre hogares o los beneficios recibidos por el Plan Nacional a la Emergencia Social (PANES); ese conjunto de ingresos será llamado aquí como "ingreso exclusivo del hogar". Consideramos ingreso del hogar, entonces, a la suma del ingreso recibido por todos los individuos que lo conforman más el ingreso exclusivo del hogar. Eso explica porqué en los hogares unipersonales la razón puede ser menor que la unidad, ya que en esos casos el ingreso del jefe de hogar es, en media, menor que la suma de todos los ingresos recibidos por el hogar.

En primer lugar, cabe destacar el hecho de que la participación del ingreso de los jefes adultos mayores hombres es mayor que la de las mujeres, cualquiera que sea el arreglo doméstico. Para ambos sexos la participación en el ingreso tiende a ser mayor para el grupo de ingresos más bajos, siendo más sustantiva la diferencia entre los grupos de ingreso para el caso de los hogares extendidos, en estos la participación del jefe adulto mayor está por encima del ingreso per cápita del hogar. En los hogares nucleares con hijos la participación del anciano es alta también, alcanzando el indicador niveles cercanos a la unidad, ello otorga argumentos que refuerzan la hipótesis que señala que el aporte del adulto mayor es esencial para la manutención de la economía de los hogares económicamente menos favorecidos. Al mismo tiempo está indicando una mayor participación del ingreso del adulto mayor en aquellas configuraciones signadas por la convivencia de varias generaciones. Sin embargo, cabe recordar que ese análisis se limita a las potenciales transferencias al interior de los hogares, dadas las limitaciones de las fuentes de datos. Además, los datos aquí presentados nada dicen acerca de posibles transferencias desde hogares con adultos mayores viviendo solos o en pareja hacia otros hogares.

Explorando las características de las prestaciones consideradas como ingresos exclusivos del hogar, encontramos que los principales receptores son los hogares con jefatura femenina, especialmente unipersonales. Entre los hogares con jefatura masculina que reciben este tipo de ingreso, los más beneficiados son los hogares de pareja de ancianos. Esos ingresos provienen principalmente de otros hogares y, en segundo lugar, de ganancias. Ese panorama coincide con lo que señala Saad (1999), que sostiene que, en términos de transferencias privadas, la probabilidad de recibir ayuda en dinero o bienes es significativamente más alta entre las mujeres mayores que entre los hombres, mientras que la probabilidad de dar ayuda en dinero es significativamente mayor entre los hombres. Huenchuan y Guzmán (2007) se cuestionan sobre si el hecho de que las mujeres mayores presenten menores niveles de pobreza en algunos países se debe a que reciben ayuda familiar, lo cual compensaría sus limitadas oportunidades de recibir transferencias a través del sistema de seguridad social. Para el caso uruguayo no puede descartarse la posibilidad de que existan valores culturales que hagan que las transferencias de ayuda familiar para las mujeres adultas mayores sean más frecuentes que para los hombres.

 

Los circuitos de ayuda

La identificación de la participación en intercambios de bienes o servicios en la vida cotidiana no es simple ni fácilmente mensurable, es necesario abstraerse de esa relación para poder referenciarla en tanto elemento distinto. Como señala Attias Donfut (1995, en Fernandes, 2001), cuando el intercambio no está inscrito en rituales simbólicos (como lo están, por ejemplo, los regalos de aniversario) y ocurren en la normalidad de la vida cotidiana, difícilmente son percibidos de la misma forma por quien da y por quien recibe. Además, cuando se trata de donaciones no materiales (como es el caso de servicios o compañía) las mismas son más difícilmente percibidas. Tales observaciones no quitan relevancia a los datos recogidos por la Encuesta SABE realizada en el año 2000, que levanta informaciones sobre transferencias e informa acerca de cuál es la percepción que los adultos mayores tienen sobre los circuitos de ayuda en los que participan.

Las informaciones que se refieren a los intercambios indican que la mayor parte de los adultos mayores que viven con otras personas se identifican como proveedores y, al mismo tiempo, receptores de ayuda dentro de la esfera doméstica (Cuadro 6). Apenas 11 por ciento de la población entrevistada en Montevideo no se identificaba como participante de un flujo bidireccional de intercambio, dentro de esa porción de población, un tercio se declara solamente como receptora, otro tercio se considera solo proveedora y el resto no participa de ninguna transferencia. Así, llama la atención que la proporción de ayuda recibida por la población adulta mayor presenta valores bastante semejantes a la que esta provee.

La reciprocidad10 de las transferencias se hace presente con más intensidad dentro del hogar que fuera del mismo (Cuadro 6). Del total de la población entrevistada, 70 por ciento declara proveer ayuda en dinero para alguno de los miembros del hogar y un porcentaje similar declara recibirla. La transferencia de bienes (entendidos como objetos que puedan ser de necesidad para la persona que los recibe, como ropas, comida, etc.) envuelve prácticamente a la mitad de la población adulta mayor —54 por ciento declara proveer y 53 por ciento recibir bienes dentro del hogar—. Con relación a las transferencias de servicios (entendidos como la realización de tareas domésticas, ayuda para transportarse, etc.), es mayor el porcentaje de adultos mayores que declara recibirlas que el que dice proveerlas (76 y 66 por ciento, respectivamente),11 mientras que 13 por ciento manifiesta ayudar cuidando niños dentro del hogar.

En lo que respecta a transferencias establecidas con no residentes del mismo hogar (hijos, hermanos u otros parientes y amigos), 15 por ciento de los adultos mayores declara proveer ayuda monetaria y 14 por ciento cuida de niños. Los ancianos que viven con sus cónyuges y sin hijos declaran prestar mayor atención a los niños no convivientes —que son, en su mayoría, nietos— y en segundo lugar aquellos que viven con sus hijos o solos.

Entre las ayudas recibidas se destaca que 32 por ciento de los adultos mayores declaran recibir compañía y 18 por ciento ayuda en dinero.

 

Formas de convivencia y transferencias intergeneracionales

El análisis que detalla las transferencias según el local donde estas acontecen, o sea, dentro o fuera del hogar de residencia del adulto mayor, buscando explorar las especificidades de cada caso.

El local en donde se producen con mayor frecuencia las transferencias de ayuda es el interior del hogar, pero una porción significativa de adultos mayores participa en ambos tipos de transferencias simultáneamente, independiente del tipo de arreglo doméstico en el que estén insertos. Como muestra el Cuadro 7, 85 por ciento de los adultos mayores manifiesta proveer algún tipo de ayuda, ya sea fuera o dentro del hogar en el que vive, y 88 por ciento declara recibirla. Cuando se trata de transferencias externas, aquellas que involucran a los hijos son las más significativas (especialmente entre los adultos mayores que viven en hogares nucleares sin hijos), seguidas por las transferencias entre hermanos; 32 por ciento de los adultos mayores declara proveer ayuda a hijos fuera del hogar y 38 por ciento recibir ayuda de estos, las transferencias con hermanos no convivientes son realizadas por 13 por ciento de los adultos mayores y aquellas que involucran a otros familiares o amigos por seis por ciento.

De los adultos mayores de hogares nucleares sin hijos, nucleares con hijos y extensos, 50, 41 y 32 por ciento, respectivamente, proveen algún tipo de ayuda fuera del hogar. En el caso de los hogares unipersonales las transferencias externas —las únicas posibles para esa configuración— también alcanzan una proporción elevada (49 por ciento), siendo las transferencias para hijos las más frecuentes, seguidas por las transferencias para otros parientes y amigos, quedando las transferencias con hermanos en último lugar.

El objetivo del análisis que sigue es explorar más profundamente los condicionantes de esas relaciones que implican ayuda. A través de un análisis de regresión logística intentamos conocer en que mediada algunas variables de corte socioeconómico influencian la posibilidad del adulto mayor de ser un proveedor de ayuda.

Cuando son analizadas las relaciones bivariadas, lo que se refiere a ayudas que acontecen fuera del hogar, los adultos mayores de hogares con mejores condiciones socioeconómicas y mayor ingreso presentaron mayor probabilidad de proveer ayuda que aquellos de menores condiciones o con menor ingreso. Inversamente, a mayor nivel de escolaridad del adulto mayor, menor probabilidad de brindar ayuda. Los hogares unipersonales o con una pareja de adultos mayores presentaron mayores posibilidades de ayudar fuera del hogar que aquellos en los que conviven varias generaciones.

La edad también presentó asociación con otorgar ayuda tanto dentro como fuera del hogar: a medida que aumenta la edad, disminuye la ayuda provista. En lo que respecta a las ayudas que acontecen dentro del hogar, además de la influencia de la edad, puede señalarse que fueron los adultos mayores con mayor ingreso y aquellos con entre cuatro y seis años de estudio los que presentaron mayores posibilidades de ayudar.

Cuadro 9

 

Transferencias entre miembros del mismo hogar

Al focalizar las transferencias entre los moradores del mismo hogar, se verifican diferenciales relevantes entre los sexos, así como entre las formas de ayuda. La mayoría de la población de 65 años o más se declara como proveedora y receptora de ayuda material (dinero o bienes) y de cuidados (apoyo instrumental: servicios y cuidado de niños), así como de otros tipos de ayuda.12 En consonancia con la literatura internacional sobre intercambios y con los resultados anteriormente presentados, las mujeres aparecen como proveedoras de cuidados en mayor proporción que los hombres, y estos como proveedores de ayudas en dinero. Como muestra el Cuadro 10, 13 por ciento de las mujeres declara proveer exclusivamente cuidados, contra cuatro por ciento de los hombres. Por otro lado, 24 por ciento de la población masculina solo provee ayuda material, contra 16 por ciento de las mujeres mayores. En relación a la ayuda recibida, puede notarse que mayor proporción de hombres declara recibir exclusivamente cuidados.

Esa distribución está fuertemente asociada con la tradicional repartición de roles dentro de la esfera doméstica, donde la mujer asume el papel de cuidadora.

Además, esa distribución se vincula al hecho de que las mujeres tengan niveles de educación inferiores al de los hombres mayores y a que reciban cuantías de ingresos extrafamiliares13 menores que estos (Saad, 2003).

Al considerar las configuraciones domésticas en la lectura de los tipos de transferencias que ocurren en el hogar, encontramos que la provisión de dinero entre hombres de hogares extensos es muy expresiva (90 por ciento), mientras que las mujeres predominantemente proveen servicios. Es también alta la proporción de mujeres que declara ocuparse de niños (Cuadro 11). Esos hallazgos coinciden con lo apuntado anteriormente, donde se verificó que la contribución en dinero de los hombres de hogares extensos —especialmente los de ingresos menores— constituían una parte importante del ingreso total del hogar. La encuesta SABE indica que en ese tipo de configuración los hombres proveen en buena medida, además de dinero, bienes. Los resultados citados anteriormente indicaban que en ese tipo de hogares había una alta convivencia de adultos mayores con sus nietos. La información del Cuadro 11 muestra que en buena medida los adultos participan del cuidado de menores, lo que refleja un esquema de protección de los adultos mayores a las generaciones más jóvenes, no solo en términos materiales, si no también en términos instrumentales. Principalmente son las mujeres las que se encargan de esos cuidados.

Cuadro 12

Con el objetivo de profundizar en las características de las transferencias fueron realizados análisis de regresión logística para las variables que definen distintos tipos de ayudas otorgados en el hogar por los adultos mayores. En un primero momento fue considerada como covariable estatus socioeconómico de forma aislada y se observó asociación entre dicha variable y la provisión de dinero en el hogar. Sin embargo, controlando el efecto por las otras covariables incluidas en el modelo, esta variable perdió significancia estadística.

Solamente el sexo y el ingreso del adulto mayor presentaron asociación significativa con la posibilidad de proveer dinero. Los hombres presentan un momio 3.5 veces mayor que las mujeres de apoyar con dinero y al mismo tiempo a medida que aumenta el ingreso del adulto mayor crece también la posibilidad de otorgar dinero en el hogar.

A través de los modelos diferenciados por sexo se evidencia que el tipo de arreglo doméstico en que los adultos mayores se encuentren insertos impacta en la provisión de dinero solo para los hombres: es más factible ayudar a aquellos que residen con cónyuge e hijos, seguido de aquellos que viven en hogares extensos, en relación a los que viven solamente con su cónyuge.

En el caso de las mujeres el tipo de arreglo doméstico no parece ser importante en la propensión de ofrecer este tipo de ayuda. La única razón de momio estadísticamente significativo son los ingresos personales, también relacionados estos con el nivel de escolaridad. Cuando la variable nivel de ingresos no es considerada en el modelo, la escolaridad aparece como una variable relevante, aumentando la probabilidad de ayudar a medida que aumentan los años de escolaridad.

Otro resultado interesante que arroja el análisis de regresión tiene que ver con una aparente selectividad en la falta de respuesta a la pregunta sobre el ingreso personal entre los hombres. Los resultados indican que los hombres con mayores rendimientos presentan cierta propensión a la no respuesta, lo que no acontece con el grupo de mujeres.

En relación a otros tipos de ayuda provistos, el modelo presentado en el Cuadro 13 muestra que el estatus socioeconómico del hogar sí presenta asociación con la provisión de bienes, siendo los adultos mayores de hogares de estatus más bajos los que presentan mayor posibilidad de otorgar ese tipo de ayudas.

A diferencia de las transferencias en dinero, la edad influye en la transferencia de bienes y servicios. A medida en que aumenta la edad disminuyen las posibilidades de otorgar bienes y especialmente, servicios. Eso puede estar relacionado tanto con la pérdida de capacidad para proporcionar cuidados, como con el aumento de la posibilidad de acceder a beneficios monetarios por edad (entre aquellos que no tuvieron acceso a jubilación, pero que reciben pensiones a la vejez a partir de cierta edad, por ejemplo). Los resultados están de acuerdo con las evidencias acerca de la estrecha relación entre el aumento de la edad y la aparición de algunas deficiencias que dificultan la realización de actividades instrumentales o básicas de la vida diaria (Menéndez et al, 2005).

Para la provisión de servicios, las mujeres presentan una probabilidad mayor que los hombres, lo que no ocurre con los la provisión de bienes en el hogar, que presenta una posibilidad similar para hombres y mujeres. Controlando por las otras variables, las transferencias de servicios presentaron mayor probabilidad de acontecer en hogares extensos o compuestos.

 

Consideraciones finales

El esfuerzo por conocer los escenarios domésticos donde se producen transferencias intergeneracionales que envuelven a la población de 65 o más años se enmarca en el escenario de un país que, en relación a otros países de América Latina, ha atravesado tempranamente el proceso de transición demográfica y cuenta con altas tasas de envejecimiento. El cuadro trazado indaga sobre las condiciones de vida de los adultos mayores en su relación con la familia y el hogar y en los flujos de intercambio de recursos otorgados en la esfera doméstica. Ello nos introduce en el discernimiento de diferentes formas de enfrentar la vejez, marcadas por diferencias de género y por situaciones socioeconómicas distintas.

Las diferencias de género marcan el transcurso vital de las personas y estas tienen expresiones particulares durante las fases avanzadas de la vida. Diferentes niveles de participación en el mercado de trabajo, grados diferentes de escolaridad, tendencias dispares en la nupcialidad, perfiles de mortalidad y morbilidad diferenciales, participación más o menos acentuada en redes sociales y otros muchos factores desembocan en procesos de envejecimiento disímiles para hombres y mujeres. Debido a que las tasas de mortalidad, aun en las edades más avanzadas, suelen ser más altas entre los hombres que entre las mujeres, cuanto más envejecida es una población, mayor es el porcentaje de mujeres entre los adultos mayores. Que las mujeres tiendan a vivir más que los hombres hace que las mujeres ancianas experimenten mayor probabilidad de presentar alguna dificultad en actividades funcionales o instrumentales de la vida diaria, en comparación con los hombres (Saad, 2003). Ello no quita que, aun en edades avanzadas, la mujer tienda a hacerse cargo de los cuidados del hogar.

Por otra parte, el aumento del número de adultos mayores en la población, junto con el aumento de su expectativa de vida, posibilita la coexistencia de varias generaciones en una misma familia.

La familia se configura como un ámbito privilegiado para el estudio de las transferencias intergeneracionales, debido a que esta intermedia las relaciones entre los individuos y el mercado, así como también las relaciones entre estos y el Estado, distribuyendo beneficios entre sus miembros y ejerciendo un rol de cuidadora de los dependientes. En la familia y en torno a ella se configuran circuitos de solidaridad intergeneracional conectados entre sí, que están mediados por la negociación y el conflicto (Camarano y Pasinato, 2002).

En Montevideo, la dinámica de las transferencias que involucra a la población adulta mayor se evidencia como un flujo bidireccional que se expresa principalmente en el seno de los hogares, pero en donde las transferencias hacia otros hogares también son sustantivas, especialmente entre los adultos mayores que viven solos o con su cónyuge. Los diferenciales por sexo demarcan los tipos de apoyo que son otorgados, caracterizándose los hombres por una tendencia más pronunciada a proveer dinero y las mujeres a la provisión de servicios y cuidado de niños.

La edad también influye directa o indirectamente en el proceso de transformación de los arreglos domésticos y a nivel individual, en la capacidad de ofrecer ayudas. Cuando se trata de adultos mayores de más de 80 años, la provisión de cuidados en el hogar se ve menguada, pero no así la provisión de dinero, que se mantiene constante con el aumento de la edad. Es el ingreso personal del adulto mayor —principalmente proveniente de jubilaciones y pensiones— el que habilita una mayor provisión de ayudas de tipo económico en el hogar.

El análisis evidenció que la composición de los hogares de Montevideo ha sufrido algunas transformaciones en la última década, donde los arreglos domiciliares ganaron diversidad, en desmedro de la familia nuclear con hijos, que ha ido perdiendo peso en el total de las configuraciones domésticas. Entre los hogares en los que vivían adultos mayores, fueron los hogares unipersonales los que tendieron a aumentar en términos proporcionales durante el periodo, mientras que los hogares extensos tendieron a disminuir.

Los diferenciales económicos se expresan en los tipos de configuraciones domésticas, siendo los hogares unipersonales, junto con los hogares nucleares sin hijos, los que presentan condiciones económicas más favorables. En contrapartida, los hogares extensos son los menos favorecidos y en ellos el ingreso del adulto mayor jefe representa, en promedio, una parte importante del total de los ingresos del hogar. Los flujos de ayuda dentro y fuera del hogar son más intensos en este tipo de arreglo doméstico, por lo que puede pensarse que ese intercambio podría estar funcionando como amortiguador ante situaciones de vulnerabilidad, tanto para el adulto mayor como para los otros miembros. Muchos de esos miembros son niños, ya que es elevado el porcentaje de hogares extendidos en los que conviven nietos con abuelos jefes de hogar (Guidotti, 2010). Por otra parte, la dificultad de acceso de las generaciones más jóvenes a una vivienda independiente se revela como un factor importante para explicar ese fenómeno, que se acentúa en los hogares con ingresos más bajos.

Cabe señalar que esas tendencias y sus implicaciones ratifican la importancia del intercambio intergeneracional en la esfera doméstica, especialmente en aquellos hogares con menores recursos económicos, en donde el rol del adulto mayor parece ser un componente central en la dinámica de las estrategias familiares y de reproducción social, permitiendo que el relativo bienestar económico de ese grupo de edad se filtre hacia las generaciones más jóvenes.

Esas constataciones nos colocan ante el desafío de continuar ahondando en el conocimiento de esos procesos, enmarcados en un contexto —nacional e internacional— que deposita interés creciente en dicha temática.

 

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Notas

1 Datos preliminares del Censo 2011, Instituto Nacional de Estadística (INE), Uruguay.

2 Arim y Vigorito (2007) construyeron un indicador de bienes durables basándose en el método de componentes principales, siguiendo a Filmer y Prittchet (2001), con base en datos de Encuestas Contínas de Hogares.

3 Ese límite fue escogido según la definición de la Ley Núm. 17.066, que fija la política general en materia de ancianidad en Uruguay. Los términos "adulto mayor" y "anciano" son aquí utilizados como equivalentes, obviando posibles connotaciones que cada uno pueda tener (como ser referencias peyorativas o segregacionistas) de ancianidad en Uruguay.

4 Sobre esa discusión ver Fernandes, 2001; Camarano, 1999.

5 Datos calculados con base en proyecciones del INE, revisión 2005.

6 Nos referimos aquí a los hogares compuestos y a los extensos, en los que existe por lo menos un pariente del jefe de hogar que no es cónyuge, padre o hijo del mismo.

7 La diferencia media de edad entre novios pasó de cinco-cuatro años en 1907 a tres años en 2000 (INE, 2002).

8 Los hogares con jefatura de un menor de 65 años pueden comprender hogares con miembros adultos mayores, siempre que estos no se encuentren en condición de jefatura.

9 El cálculo de los ingresos del hogar incluye las transferencias, alquileres, canastas y beneficios sociales recibidos por el hogar (considerados en tanto beneficios del hogar todo), más la sumatoria de ingresos personales de los miembros.

10 Existe reciprocidad cuando la persona participa tanto en la provisión como en la recepción de ayuda.

11 Es importante destacar que la formulación de esta pregunta puede inducir una identificación mayor con la recepción de ayuda y no con la posibilidad de ofrecer ayuda, pues los ejemplos citados evocan necesidades características de personas con limitaciones físicas comunes en las edades más avanzadas, como dificultad para caminar, por ejemplo.

12 En el cuestionario las ayudas que no corresponden a las cuatro primeras categorías nombradas, son clasificadas como "otras".

13 El término ingreso extrafamiliar se refiere al ingreso personal que no se origina en la transferencia de un familiar. Se incluyen ingresos por jubilación, pensión, salario, etcétera (Saad, 2003).

 

Información sobre las autoras:

Carolina Alondra Guidotti González. Magister en Demografia por la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP); licenciada en Sociología por la Universidad de la República, Uruguay. Estudiante del Doctorado en Demografía del Instituto de Filosofia e Ciências Humanas de la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP). Publicaciones recientes: 2011, Envejecimiento de la población: una discusión acerca de las relaciones de dependencia, XXVIII Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Sociología, Recife, Pernambuco; Aidar Guidotti, 2010, Envelhecimento e transferências domésticas em São Paulo e Montevidéu, IV Congreso de la Asociación Latinoamericana de Población, La Habana; Envelhecimento, família e transferências intergeracionais em Montevidéu, Uruguai (2010), tesis de maestría, Instituto de Filosofia e Ciências Humanas, Universidade Estadual de Campinas; 2010, Envelhecimento da população e transferências intergeracionais no âmbito doméstico em Montevidéu, XVII Encontro Nacional de Estudos Populacionais, Asociação Brasileira de Estudos Populacionais, Caxambú, Minas Gerais; 2010, Envejecimiento y transferencias domésticas en Montevideo, IX Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales, Montevideo; 2009, La condición del adulto mayor en los hogares de Montevideo, Uruguay, Anales de las X Jornadas Argentinas de Estudios de Población, San Fernando del Valle de Catamarca. Dirección electrónica: actelian@nepo.unicamp.br / actelian@gmail.com

Tirza Aidar. Doctora en Demografía e investigadora del Núcleo de Estudios de Población (NEPO), profesora del Departamento de Demografía y coordinadora del Programa de Posgrado en Demografia, Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP). Líneas de investigación: población y salud; vulnerabilidad social y desigualdad en la salud; mortalidad. Publicaciones recientes: 2012, "Vulnerabilidad social y victimización en el tránsito del centro metropolitano brasileño: município de Campinas-SP, 2006", en C. Egea, D. Sánchez y J.I. Soledad (coord.), Vulnerabilidad social. posicionamientos y ángulos desde geografías diferentes, Universidad de Granada, vol. 1; 2011, "Desigualdade sócio-espacial expressa por indicadores do Sistema de Informações sobre Nascidos Vivos" (SINASC); Predebon et al, 2010, "Qualidade do sistema de informações de nascidos vivos no estado do Paraná, 2000 a 2005", en Revista da Escola de Enfermagem da USP, vol. 45. Dirección electrónica: tirza@nepo.unicamp.br

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