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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.17 n.69 Toluca Jul./Sep. 2011

 

Enfoque de vulnerabilidad social para investigar las desventajas socioambientales. Su aplicación en el estudio de los adultos mayores

 

Social Vulnerability approach to investigate the social and environmental disadvantages. Its application in the study of elderly people

 

Diego Sánchez-González y Carmen Egea-Jiménez

 

Universidad Autónoma de Nuevo León.

Universidad de Granada.

 

Recibido: el 7 de febrero de 2011
Aprobado: el 2 de agosto de 2011.

 

Resumen

El artículo reflexiona sobre el contexto actual de los estudios relativos al enfoque de la vulnerabilidad social, analizando su alcance en el estudio del grupo de los adultos mayores. La metodología se centra en el análisis crítico de una amplia revisión bibliográfica. Los resultados indican que la proliferación de trabajos sobre vulnerabilidad social no ha estado exenta de crítica y falta de consenso. Se proponen nuevas reflexiones teóricas y metodologías, a partir del análisis y clarificación de los componentes y elementos del enfoque de la vulnerabilidad social, para estudiar las desventajas sociales y ambientales, y sus implicaciones en grupos desfavorecidos, como las personas adultas mayores. Así, se plantea la comprensión de la vulnerabilidad social como un enfoque, que desde el punto de vista metodológico, supone el análisis de los riesgos y activos de grupos desfavorecidos, como los adultos mayores. El enfoque en sí despierta grandes expectativas en las políticas sociales y planificación gerontológica.

Palabras clave: vulnerabilidad social, desventaja socioambiental, adultos mayores, contexto ambiental, planificación gerontológica.

 

Abstract

The paper reflects on the current context of studies relating to social vulnerability approach, analyzing its reach in the research of the older group. The methodology focuses on the critical analysis of a comprehensive literature review. The results indicate that the proliferation of work on social vulnerability has not been free of criticism and lack of consensus. Propose new theoretical and methodological reflections, from the analysis and clarification of the components and elements of social vulnerability approach to study the social and environmental drawbacks, and its implications for disadvantaged groups, as the elderly people. This raises the understanding of social vulnerability as an approach that from the methodological point of view, is the analysis of risks and assets of disadvantaged groups such as older adults. The approach in itself brings great expectations of social policy and planning gerontology.

Key words: social vulnerability, social-environmental disadvantages, elderly people, environmental context, planning gerontology.

 

Introducción

Los estudios sobre vulnerabilidad social se encuentran en un momento de auge dado su carácter multidisciplinar, lo que ha propiciado que se identifi quen e investiguen grupos vulnerables desde diferentes perspectivas metodológicas, y a distintas escalas, apareciendo así numerosas líneas de investigación que se abordan desde este enfoque. A pesar de ello, su progreso no ha estado exento de críticas sobre el verdadero avance de la vulnerabilidad, convertido en uno de los temas más controvertidos de la agenda de las políticas públicas en América Latina (Busso, 2001).

A inicios del siglo XXI la vulnerabilidad sigue careciendo de una teoría desarrollada y de métodos de medición e indicadores aceptados (Bell y Morce, 2000). Todavía resulta complejo comprender y determinar los factores que explican las razones por las que algunas personas, comunidades y grupos tienen mayor capacidad que otros para enfrentar situaciones de desventaja social. En el caso de los adultos mayores esto se explica porque el envejecimiento, como fenómeno sociodemográfico, plantea numerosas interrogantes gerontológicas y geográficas, asociadas a las complejas relaciones socioespaciales y temporales surgidas de las interacciones entre los individuos longevos y contextos ambientales determinados (Sánchez González, 2009a).

Aún hoy la vulnerabilidad suele ser un término común y erróneo para referirse a la pobreza, marginación, exclusión. Este hecho favorece que se hayan descuidado las investigaciones y los programas para enfrentar y reducir la vulnerabilidad, contribuyendo al mantenimiento de estereotipos y dudas para identificar a personas, comunidades y grupos desfavorecidos potencialmente vulnerables (Fabre et al., 2009). En décadas recientes en América Latina las políticas para enfrentar la vulnerabilidad social no han evitado que millones de personas se hayan vuelto más vulnerables, ante la exposición a "viejos y nuevos" riesgos naturales y sociales. Asimismo, las ayudas económicas destinadas a paliar las continencias crecen a menor ritmo de lo deseado, planteando enormes dudas para enfrentar las necesidades de crisis actuales, como Haití (Chambers, 2006). Así, es necesario investigar la dinámica de las desventajas sociales y ambientales a partir de la compresión de las desigualdades frente a riesgos tanto sociales como ambientales y sus efectos a distintas escalas espaciales, desde una local y micro a otra global y macro.

La creciente profusión de estudios sobre vulnerabilidad social supone un buen momento para revisar y analizar de forma ordenada el contenido de los trabajos que se han publicado al respecto. De esta manera, el objetivo general del estudio1 es reflexionar a partir de estas publicaciones sobre vulnerabilidad social, las directrices de la investigación futura en lo referente a adoptar nuevas metodologías y reflexiones teóricas sobre las relaciones entre las personas, comunidades y grupos, y el lugar; también, se aborda la comprensión de la naturaleza de la vulnerabilidad social de los adultos mayores a partir del análisis de los riesgos —sociales y naturales— (amenazas y exposiciones) y activos (estrategias y capacidades de afrontamiento) de este grupo; del mismo modo, se reflexiona sobre las estrategias formales e informales de afrontamiento de la vulnerabilidad social en la vejez.

La metodología del trabajo parte de una amplia revisión bibliográfica que ha permitido reflexionar sobre los retos que suscitan las cuestiones teóricas y metodológicas acerca de la vulnerabilidad social, ahondando en la importancia que en la geografía humana y, por lo mismo, social puede tener este enfoque al contemplar su heterogeneidad, en cuanto a contextos ambientales y culturales diversos y adversos.

El estudio intenta dar respuesta a interrogantes como: ¿Qué implicaciones tiene el enfoque de la vulnerabilidad social en la comprensión de los riesgos naturales y sociales? ¿Cómo definirla y hacerla operativa? ¿Cómo se constituye el enfoque de la vulnerabilidad social de los adultos mayores en un determinado contexto social y ambiental? ¿Cómo este grupo po-tencialmente vulnerable enfrenta las amenazas asociadas a los procesos biológicos del envejecimiento, los procesos sociales y ambientales adversos, valorando las diferencias internas en cuanto a edad y sexo?, y ¿Qué estrategias de afrontamiento de la vulnerabilidad social de estos adultos mayores deben ser implementadas en la planificación gerontológica y las políticas sociales?

 

La razón de ser del enfoque de vulnerabilidad

La vulnerabilidad surge como un concepto analítico en las ciencias ambientales para el estudio de la población afectada por los riesgos naturales (Prowse, 2003). No obstante, enfoques más recientes (Hilhorst y Bankoff,2004) han destacado la importancia de las dimensiones estructurales de la vulnerabilidad sociodemográfica y ambiental como producto de una construcción social generada a partir de desigualdades sociales, faltan oportunidades de empoderamiento y de acceso a la protección social.

En las tres últimas décadas del siglo XX se desarrolla un enfoque de la vulnerabilidad desde una perspectiva natural vinculado a la comprensión de los factores naturales y las externalidades negativas del modelo de desarrollo predominante (desastres, sobreexplotación, hambrunas, conflictos armados), donde destaca su desconexión de los complejos procesos sociales. Tradicionalmente, la vulnerabilidad ambiental es un concepto asociado a la comprensión de la susceptibilidad o predisposición intrínseca de una determinada región geográfica a sufrir un daño (desastres), cuya capacidad de amortiguamiento está en función del conjunto de recursos y servicios ambientales (bosques, cuencas hidrológicas, etc.).

Como antecedentes inmediatos, los estudios de vulnerabilidad estuvieron vinculados con los acontecimientos naturales, aceptándose más tarde una perspectiva social al reconocer que muchos de los efectos que tienen los fenómenos naturales sobre la población pueden ser mitigados si se actúa con medidas preventivas (Gómez, 2001). Asimismo, no todas las personas están expuestas de la misma forma a dichos riesgos; ni todas emplean el mismo tiempo para superar sus consecuencias (De Vries, 2007); además de la diferente capacidad de adaptación de las personas, grupos y comunidades a acontecimientos imprevistos. En este contexto resultan esclarecedores estudios como el de Blaikie (1996) en el que se señala que la vulnerabilidad social sería el conjunto de características que tiene una persona, grupo o comunidad y que determina su capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse del impacto de esos acontecimientos imprevistos.

Además, se sabe y reconoce que las personas no sólo están amenazadas por riesgos naturales (derivados o no del cambio climático), también lo están por conflictos internacionales o nacionales (guerra contra el terrorismo), crisis económica (González, 2009), cambios en el mercado laboral y probable pérdida de empleo, disminución de ingresos y de consumo, problemas de vivienda y acceso a la misma, pérdida de cobertura social y asistencial (Aneas, 2000; Cepal, 2002), procesos de renovación urbana, pertenencia a grupos minoritarios, maternidades tempranas, cambios en la estructura familiar, avance de la edad, cambios de residencia, procesos migratorios, etcétera.

Todos estos temas, y otros han permitido que a la vulnerabilidad se le haya ido reconociendo una dimensión social, aplicándose a las personas antes que a los lugares o al contexto en el que viven (Banerrechea et al. 2002), ya que son aquellas las que están expuestas a riesgos y las que cuentan o no con capacidad o mecanismos para defenderse (Cepal, 2002).

Desde la década de 1980 se viene desarrollando un enfoque social de la vulnerabilidad que destaca la importancia de las estructuras y procesos socioespaciales dinámicos, determinantes de la vulnerabilidad de las personas y grupos desfavorecidos, enfatizando la comprensión de las condiciones de vida cotidiana de los individuos y comunidades para generar estrategias enfocadas a enfrentar y reducir la vulnerabilidad.

Durante mucho tiempo los investigadores sociales se han interesado por el desigual reparto y acceso a los recursos y las oportunidades (Zaman, 1999), y sus consecuencias en la pobreza, las desigualdades y las desventajas sociales, consolidándose líneas o enfoques de investigación al respecto. Estos enfoques han sido ampliamente desarrollados de forma teórica y empírica en América Latina, siendo en muchos casos parte del diseño de políticas públicas (Busso, 2001); es precisamente en la región latinoamericana donde se reivindica el enfoque de vulnerabilidad social como una forma de superar las líneas indicadas previamente y poder dar respuesta a todos los cambios experimentados en los años noventa por los efectos sociales de la "década perdida", de los ajustes estructurales y de la globalización, los cuales se traducen para muchas personas, grupos y comunidades en inseguridad e incertidumbre en el futuro.2

La posibilidad y expectativas que en este contexto abre el enfoque de la vulnerabilidad social en la región latinoamericana es tal que, entre finales del siglo XX y primeros años del XXI, se avanza y perfi la el marco teórico del enfoque de la vulnerabilidad social (Moser, 1998; Kaztman, 1999 y 2000; Rodríguez, 2000b), siendo lo más novedoso que la vulnerabilidad se entiende como un proceso al cual puede concurrir cualquier persona, grupo o comunidad que en un momento determinado se encuentre en una situación desfavorecida o de desventaja con respecto a otras personas, grupos o comunidades; y que tiene en cuenta los recursos que se poseen para enfrentar los riesgos y sus consecuencias (Cepal, 2001 y 2002); sin olvidar además que la naturaleza de los riesgos (ambientales y sociales), la exposición y consecuencias varía según ámbitos espaciales (Birkmann, 2006) y valores culturales.

En este sentido, las investigaciones geográficas y demográficas (Cutter et al., 2000; Deboudt y Houillon, 2008) se interesan en analizar la vulnerabilidad desde una perspectiva socio-ambiental, asociada a riesgos naturales y sociales; justicia y desigualdad ecológica, medioambiental y social, desde enfoques que privilegian, como no podría ser de otro modo, las interacciones entre las cuestiones medioambientales y sociodemográficas abarcando ámbitos diversos. Uno de los más atractivos para la investigación es el urbano, ejemplificado en las grandes ciudades y áreas metropolitanas, donde la vulnerabilidad está asociada a riesgos crecientes y dinámicos para sus habitantes y bienes, como los problemas de tráfico, el hacinamiento, la pobreza, la falta de vivienda, la delincuencia e inseguridad, el desempleo, la contaminación, la falta de infraestructuras, la escasez de servicios sociales y asistenciales, las consecuencias de acontecimientos naturales y antrópicos (McGranahan, 2001), las diferentes manifestaciones de los procesos de reforma urbanas, como los procesos de gentrificación (Egea et al., 2008a), etc. Esta circunstancia ubica a las urbes de los países en desarrollo, aunque no exclusivamente, entre los principales retos de los estudiosos de la vulnerabilidad social desde una perspectiva socio-ambiental (Hardoy, 2001; Pelling, 2003).

En definitiva, se puede asegurar que en el momento actual los estudios sobre la situación y avance de la vulnerabilidad social en las personas, grupos y comunidades se hacen imprescindibles, toda vez que las políticas sociales que pretenden combatir las desigualdades están frenadas por la crisis económica mundial (Beck, 2008). Este hecho se ve reflejado en países como México, donde las desigualdades sociales se han agravado en el contexto nacional, regional y local, afectando especialmente a los grupos más desfavorecidos y potencialmente vulnerables como niños, adultos mayores, indígenas e inmigrantes, que presentan una alta fragilidad, riesgo de pérdida de calidad de vida (Rodríguez, 2000a; Prévôt, 2001), o incluso alteraciones culturales importantes.

 

El enfoque de vulnerabilidad social. Aspectos consensuados

Concepto de vulnerabilidad y vulnerabilidad social

Desde una perspectiva general, el término de "vulnerabilidad" se identifica con fragilidad y/o escasa capacidad de defensa ante riesgos inminentes. Así, se puede decir que una persona "está muy vulnerable" o que ante una situación complicada e inesperada alguien con reducida capacidad de respuesta "es vulnerable". De esta manera, la vulnerabilidad está relacionada con la capacidad que una persona, grupo o comunidad tenga para advertir, resistir y recuperarse de un riesgo próximo. En sentido etimológico, el término "vulnerable" expresa la susceptibilidad o probabilidad de ser herido, recibir daño o ser afectado por alguna circunstancia adversa.

En el presente estudio se parte de la siguiente definición del concepto de vulnerabilidad como "el nivel de riesgo que afronta una familia o individuo a perder la vida, sus bienes y propiedades, o su sistema de sustento (esto es, su medio de vida) ante una posible catástrofe. Dicho nivel guarda también correspondencia con el grado de dificultad para recuperarse después de tal catástrofe" (Pérez de Armiño, 1999, 2000); es decir, cómo de preparada está una persona, grupo o comunidad para enfrentar una situación adversa externa, y los medios con los que cuenta para enfrentar sus consecuencias; en general, alude a personas, grupos o comunidades en desventaja y que pueden ser grupos vulnerables, y verse especialmente afectados por y en determinadas situaciones.

Todas las personas, grupos y comunidades son vulnerables en mayor o menor grado, ya sea por factores ambientales, demográficos, socioeconómicos, políticos, jurídicos y culturales, entre otros muchos motivos, que involucran riesgos e inseguridades, condicionando el grado y tipo de vulnerabilidad (Busso, 2001). En relación al grado y tipo de vulnerabilidad, conviene comprender su carácter temporal, progresivo y acumulativo, así como las interacciones medioambientales y sociodemográficas que la determinan.

Esto hace que la vulnerabilidad se consolide como un enfoque, el de la vulnerabilidad social que a veces se identifica como de vulnerabilidad demográfica y vulnerabilidad sociodemográfica . Tanto en un caso como en otro, las variables demográficas permitirían identificar grupos vulnerables y riesgos sociodemográficos; según la Cepal (2001) "la vulnerabilidad demográfica se refiere a los riesgos, debilidades o desventajas que enfrentan comunidades, hogares y personas a raíz de la intervención de factores (tendencias, características, conductas) de origen demográfico" (Cepal, 2001: 19), serían riesgos de carácter sociodemográfico; asimismo, Rodríguez (2000b) indica que se trata de variables sociodemográficas que pueden actuar de forma negativa en el desarrollo personal y familiar; las consecuencias de las nuevas formas de la transición demográfica en curso serían un buen ejemplo en este sentido, por su relación con el envejecimiento, planificación familiar y caída de la fecundidad, cambio en el tipo, composición y papel de la familia, nuevo papel de la mujer en el proceso reproductivo, etcétera.

En este trabajo se entiende que las variables sociodemográficas están incluidas en el concepto de vulnerabilidad social, ya que los grupos vulnerables son definidos en gran parte por sus características sociodemográficas. Esto se pone de manifiesto en una definición más precisa de vulnerabilidad social, entendida

por las condiciones (dimensiones sociales, económicas, culturales, políticas) del grupo social, previas a la ocurrencia del evento catastrófico, en tanto capacidad diferenciada de hacerle frente y recuperarse [...] Este conjunto es heterogéneo. Forman parte de él grupos que no cuentan con las mismas condiciones (Banerrechea et al., 2002:1).

 

Los elementos y componentes principales del enfoque de la vulnerabilidad social

La vulnerabilidad social se puede entender como un proceso encarado por una persona, grupo o comunidad en desventaja social y ambiental en el que cabe identificar los siguientes elementos: 1) existencia de riesgos externos a la persona, grupo o comunidad; 2) proximidad a los mismos; 3) posibilidad de evitarlos; 4) capacidad y mecanismos para superar los efectos de esos riesgos; 5) situación final resultante, una vez enfrentadas las consecuencias de la actuación de dichos riesgos (Chambers, 1989; Bohle, 1993; Pérez de Armiño, 1999) (esquema 1).

En este sentido, se hace imprescindible incorporar el concepto de resiliencia3 y comprobar las características de la "situación final": si es una vuelta a la situación inicial, tal cual; si se han producido cambios importantes; si la nueva situación supone nuevas vulnerabilidades o nuevas oportunidades;... incorporando la variable temporal en el sentido de conocer el tiempo que conlleva todo el proceso (De Vries, 2007). Esta enumeración de elementos permite identificar y analizar otras tantas fases en el proceso investigativo y plantear escenarios posibles desde una fase a la siguiente.

Una forma más resumida de visualizar estos elementos está en la "ecuación de vulnerabilidad" (Cepal, 2002), tomando como referencia los resultados de Moser (1998). Aquí, la vulnerabilidad sería el resultado de sumar los riesgos; los mecanismos y recursos para enfrentarlos; y la capacidad para adaptarse a ellos de forma activa; lo cual, implicaría importantes reestructuraciones internas (Moser, 1998):

Vulnerabilidad = exposición a riesgos + incapacidad para enfrentarlos + inhabilidad para adaptarse activamente (Cepal, 2002: 3).

Para este esquema cabe la sugerencia de suprimir aquellos sufi jos que sugieren negatividad: (in)capacidad, (in)habilidad, ya que lo que se estudia es la capacidad de las personas, grupos y comunidades en un sentido propositivo (Fabre et al., 2009). Aquí, la capacidad de respuesta depende de los activos con los que cuentan las personas, grupos y comunidades, bien porque son recursos propios —materiales o inmateriales—, o porque tienen acceso a ellos a través de apoyo o ayuda familiar y/o estatal; y la habilidad hace referencia a la actitud ante los efectos nocivos de un riesgo, bien adaptándose con resignación o encarando las adversidades; es decir, actuar sobreponiéndose a las dificultades antes que hundirse en las necesidades (González y Bedmar, 2011). A diferencia de otros conceptos, como pobreza y exclusión social, que describen estados negativos, la vulnerabilidad social expresa potencialidad; es decir, capacidad de afrontar y/o evitar amenazas no deseadas (Schröder y Marianti, 2006); y esta circunstancia tiene importantes implicaciones en la investigación y en las estrategias y políticas de afrontamiento de las desigualdades sociales y ambientales por parte de personas, grupos y comunidades.

Junto a estos elementos, hay dos componentes principales que enmarcan el concepto de vulnerabilidad y buena parte del proceso investigativo: los riesgos y los activos. Con respecto al concepto de riesgo, la Cepal (2002: 3) lo define como

la posibilidad de que una contingencia (ocurrencia o presencia de un evento, característica o proceso) entrañe efectos adversos para la unidad de referencia (comunidad, hogar, persona, empresa, ecosistema u otra). Es decir, un riesgo no alude a un acontecimiento intrínsecamente negativo, sino a uno que puede generar daño o incertidumbre y cuyas consecuencias concretas pueden ser ambiguas o mixtas, combinando adversidad y oportunidad [...] El reconocimiento de que algunos riesgos acarrean oportunidades sirve de fundamento a la expresión riesgos positivos [...].

La idea de riesgo responde a algunas características de la sociedad actual en cuanto a inseguridad, incertidumbre y desprotección manifestadas desde una escala personal a una comunitaria, y que pueden tener su fuente en ámbitos de carácter social, económico, ambiental, religioso, ético (Douglas, 1996; Giddens, 1996; Esping-Andersen, 2002; Beck, 2008); sin olvidar que junto a unos emergentes, como pueden ser los señalados anteriormente, hay otros persistentes como los relacionados con las desigualdades, violación de los derechos humanos, tensiones y conflictos prolongados en el tiempo, etc. Aquí es importante incidir en el concepto de riesgo social ya que expresa, más que el riesgo natural, las características y dimensiones sociales que determinan la vulnerabilidad social de grupos como los adultos mayores: factores de exclusión social, problemas de salud, soledad y abandono, que están relacionados con el contexto histórico, político, económico, cultural y religioso. Por otro lado, cabe señalar que desde el punto de vista metodológico su análisis, el de los riesgos sociales (y también ambientales) de un grupo como el de los adultos mayores implica conocer "qué riesgos nos amenazan " y "cuál es nuestro grado o nivel de exposición " ante los mismos: la amenaza se configura a partir de la frecuencia e intensidad del evento específico asociado a los procesos biológicos y sociales del envejecimiento, como la demencia y la soledad; y la exposición se refiere a la situación a la que personas, grupos y comunidades están expuestas a amenazas como las que se derivan de viviendas con barreras arquitectónicas (aislamiento, desatención y exclusión social) (Sánchez-González, 2005).

Con respecto al concepto de activos, hay una cierta unanimidad en considerar que se trata del conjunto de recursos tanto tangibles o materiales como intangibles o inmateriales, cuyo uso o movilidad permite mantener y/o mejorar la calidad de vida y enfrentar situaciones de vulnerabilidad (Moser, 1998; Attanasio y Székely, 1999; Esping-Andersen, 2000; Kaztman, 2000; Filgueira, 2001); según Kaztman (2000) estos activos se pueden encontrar en tres ámbitos: en las mismas personas, bien de forma física o espiritual; en la legislación y en la tradición, que permite adquirir derechos y acceder a los servicios; y en las redes sociales establecidas con la comunidad a la que se pertenece y/o con las instituciones. Su estudio es de gran transcendencia al investigar los recursos, estrategias y oportunidades de los propios individuos y grupos vulnerables para reducir su vulnerabilidad y enfrentar los riesgos externos (naturales y sociales), posibilitando un mejor combate a la pobreza y la mejora del bienestar (Moser, 1998; Chambers, 2006). En este sentido, el fortalecimiento del tejido social y comunitario puede cumplir un papel de gran transcendencia para enfrentar situaciones de riesgo (Egea-Jiménez et al., 2008b).

 

Apuntes metodológicos

Si bien el concepto, elementos y componentes principales de este enfoque son reconocibles y aceptados, no ocurre lo mismo con la metodología, la cual supone uno de los mayores desafíos del enfoque de la vulnerabilidad social, aspecto que fue advertido en las conclusiones de la reunión de expertos: Seminario Internacional sobre las Diferentes Expresiones de la Vulnerabilidad Social en América Latina y el Caribe (Cepal, 2001). En estas conclusiones se reconocía la necesidad de proceder desde técnicas cuantitativas y cualitativas; elaborar índices e indicadores que no solo investiguen la situación actual sino que permitan hacer un seguimiento de la misma; e indagar en fuentes que supongan un acercamiento a todo lo relacionado con la tenencia y uso de activos.

Aunque algo se ha avanzado desde estas recomendaciones sistematizando metodologías cuantitativas y transversales (Quijano y Rivas, 2001; Elías, 2009); generando información estadística y cartográfica de los Censos de Población y Vivienda y Encuestas Oficiales; ordenando y clasificando datos, y creando categorías; y realizando intentos de medición de la vulnerabilidad social a través de la construcción de indicadores para eldiseño de políticas públicas (cobertura y calidad de los servicios sociales y sanitarios) (Arriaga, 2001); sin embargo, hasta ahora y sobre todo en los países en desarrollo, fuentes como los Censos plantean ciertas deficiencias para analizar el nivel de instrucción, la situación laboral, etnicidad, etc. Como resultado, la información censal puede limitar determinados análisis como el de la estructura de la población, y en concreto el de la población adulta mayor (Argimon y Peray, 2003). Además de que las estadísticas oficiales no siempre facilitan información suficiente como para investigar determinadas dimensiones de la vulnerabilidad social, como puede ser la discapacidad (Serrano et al., 2009).

Otros estudios (Turner, 2003) han empleado metodologías cualitativas (entrevistas, historias de vida, encuestas personales) centradas en la experiencia de diferentes actores en un periodo de tiempo determinado y en contextos culturales, socioeconómicos e institucionales diferentes; en trabajos como los de Kaztman (2001) y Bueno y Diniz (2008) se hacen esfuerzos para la construcción de un Índice de Vulnerabilidad Social (IVS) a partir de técnicas cuantitativas y cualitativas; al tiempo que se defiende la necesidad de diseñar metodologías que permitan, desde una perspectiva holística, analizar los complejos factores de la vulnerabilidad social (Cardona, 2003; Warner, 2007).

En años recientes se han realizado contribuciones para tratar de sistematizar y operacionalizar el empleo de los sistemas de información geográfica en el análisis de la vulnerabilidad, a partir de datos cuantitativos y cualitativos (Cutter et al., 2000; Sánchez-González, 2009a_b), distinguiendo tres tipologías: vulnerabilidad biofísica, que es una condición preexistente y determinada por la peligrosidad y exposición a los riesgos; vulnerabilidad social, que es la capacidad de respuesta de una población ante un riesgo en un área geográfica determinada; y vulnerabilidad del lugar o geográfica que se explica a partir de la superposición de la vulnerabilidad biofísica y vulnerabilidad social de la población en un área geográfica determinada.

La metodología de la investigación sobre vulnerabilidad no sólo tiene como reto resolver cuestiones técnicas, sino también las propias de un enfoque que investiga desde la multidisciplinariedad y la transdisciplinaridad, al recoger múltiples dimensiones no solo por la diversidad de riesgos a los que puede estar expuesta una persona, grupo o comunidad (social, económica, cultural, demográfica, física, etc.), sino por la diversidad de respuestas posibles para enfrentarlos, que dependerá de los recursos y mecanismos, es decir de los activos.

Por otro lado, dado que la definición en sí conduce a pensar que cualquier persona, grupo o comunidad puede ser vulnerable, la metodología se deberá adaptar a múltiples variantes en respuesta a los diferentes niveles de desventajas sociales de partida y los diferentes niveles de vulnerabilidad social, resultado a su vez de escenarios diversos. Todo esto hace difícil y complicado contar con una única metodología de trabajo o con indicadores "únicos" que midan los "niveles de vulnerabilidad", dudándose incluso de su viabilidad y conveniencia (World Bank, 2001). A esto se une que el enfoque de vulnerabilidad social abre nuevas cuestiones que son a su vez nuevos retos metodológicos: ¿es la vulnerabilidad la antesala de situaciones de pobreza, marginación, exclusión?, ¿Cuánto tiempo se puede permanecer en una situación de vulnerabilidad?, ¿Se puede definir más de un tipo de vulnerabilidad según los factores que intervienen?, ¿Pueden ser situaciones cíclicas, es decir, se puede pasar de una vulnerabilidad a otra?, ¿La vulnerabilidad puede ser recurrente?

No obstante, algunos ejemplos constituyen propuestas interesantes de cómo abordar metodológicamente y de forma ordenada los estudios de vulnerabilidad social. Uno de ellos es las estrategias de afrontamiento identificado por Pérez de Armiño (2000) como un indicador para medir cómo una familia afronta el impacto de un riesgo. En estas circunstancias, las "estrategias" dependerán del tipo de riesgo a asumir y del nivel de vulnerabilidad. Así, las estrategias sencillas o de bajo coste serán fáciles de asumir cuando se trata de una vulnerabilidad ligera, y más costosa cuando la vulnerabilidad es extrema; es decir, a través de esas estrategias se puede advertir los esfuerzos para asumir riesgos según el nivel de vulnerabilidad (esquema 2), poniéndose de manifiesto como los esfuerzos y reajustes son progresivos hasta llegar a una situación límite donde se abandona el lugar en el que se vive.

Aunque Pérez de Armiño (2000) acerca la definición de "estrategias de afrontamiento" a las medidas adoptadas por familias vulnerables ante situaciones de crisis alimentaria, el concepto de "estrategia de afrontamiento" y el mismo esquema pueden ser una herramienta metodológica interesante a la hora de estudiar la vulnerabilidad social frente a riesgos sociales, como el desempleo, la maternidad prematura, el envejecimiento en determinadas circunstancias, la situación de determinadas minorías, estudios de género, etc., porque el esquema pone de manifiesto lo que "se pone en uso" para de forma progresiva ir enfrentando situaciones de vulnerabilidad cada vez más graves.

Otro aspecto que puede ser un apoyo fundamental desde el punto de vista teórico y explicativo es identificar las fuentes o causas de la vulnerabilidad social que, si bien en principio, sólo permitirán plantear hipótesis dado el carácter multifacético de este enfoque, si serán aproximaciones a aspectos que deben ser tenidos en cuenta para identificar grupos vulnerables y situaciones de vulnerabilidad. Algunas de esas fuentes o causas son de origen estructural (inequidad social); otras coyunturales (mercado de trabajo y debilitamiento de instituciones que han servido de apoyo: familia, estado, comunidad, partidos políticos, sindicatos...); y otras propias de las mismas personas o grupos afectados (clase social a la que pertenecen, actividad económica que desarrollan, género, edad, estado sanitario y nutricional, nivel educativo, etnia y religión, lugar de residencia, voluntad y decisión del individuo).

 

Reflexión sobre la vulnerabilidad social de los adultos mayores

Los componentes principales: riesgos y activos

La vulnerabilidad social en la vejez ha sido abordada, sobre todo, mediante la identificación de los grupos de alto riesgo, como las personas adultas mayores pobres, dependientes y aisladas (Bazo, 2001). Este enfoque de la vulnerabilidad social ha contribuido a mantener los estereotipos del colectivo más que a favorecer estrategias para su reducción. Hoy estudios como el de Sánchez-González (2007 y 2009b) indican la necesidad de comprender las causas y consecuencias de la vulnerabilidad social de la vejez, así como identificar a los adultos mayores vulnerables, ya que es una tarea esencial de las políticas sociales y la planificación gerontológica.

La vulnerabilidad social es producto de los procesos sociales que generan una exposición desigual a los riesgos y situaciones de crisis y estrés (Hilhorst y Bankoff, 2004), donde determinados individuos y grupos, como los adultos mayores, son más propensos a los riesgos y a las desigualdades, las cuales se pueden reproducir a su interior si se tienen en cuenta enfoques como el de vulnerabilidad social.

Algunos estudios (Sánchez-González, 2009a_b) diferencian tres subtipos de vulnerabilidad social de los adultos mayores que convergen y se vinculan con los riesgos de envejecer en el hogar: la vulnerabilidad física, relativa al riesgo de discapacidad y establecida por el envejecimiento biológico del individuo; y la vulnerabilidad social-dependiente relacionada con el riesgo de dependencia en la vejez y establecida por los contextos socio-familiares y ambientales; la vulnerabilidad ambiental, explicada por los riesgos asociados al contexto ambiental del envejecimiento (vivienda y barrio), y determinada por factores socioeconómicos (ingresos, condiciones de la vivienda, servicios y equipamientos urbanos) y factores de subjetividad espacial (proximidad a los familiares y vecinos, sentido del lugar, arraigo).

En los estudios de geografía del envejecimiento y de gerontología ambiental (Sánchez-González, 2011) son frecuentes las alusiones al escaso conocimiento de la perspectiva ambiental en la vulnerabilidad social del envejecimiento, reconociéndose en la actualidad que no es posible entender la conducta y la salud de las personas adultas mayores sin analizar el contexto ambiental pasado y presente. Diferentes investigaciones (Lawton, 1990) resaltan las posibilidades de los individuos para elegir y crear ambientes satisfactorios a sus necesidades y preferencias en la vejez; es decir, se deben primar la accesibilidad y la usabilidad frente a la adaptabilidad del ambiente. Además, distintas revisiones críticas (Izal y Fernández-Ballesteros, 1990) argumentan la necesidad de construir nuevos modelos explicativos de las relaciones entre el contexto ambiental y el grado y tipo de vulnerabilidad en la vejez.

En décadas recientes la literatura gerontológica ha realizado interesantes aportaciones al conocimiento de la vulnerabilidad social en la vejez en Europa y Asia (Lloyd-Sherlock, 2006). Sin embargo, en América Latina siguen siendo escasos los estudios (Arzate, Fuentes y Retel, 2007) que aborden los dominios constitutivos de la vulnerabilidad social de los adultos mayores y sus contextos ambientales.

Cada vez vivimos más años y nos mantenemos jóvenes por más tiempo, gracias al progreso de la medicina y a mejores estándares de vida (Vaupel, 2010), lo cual implica que cada vez sean más las personas que alcanzan edades avanzadas. Así, en el caso concreto de México, las previsiones indican que en el año 2050 uno de cada cuatro mexicanos tendrá 60 años y más (INEGI, 2005); seguramente su distribución será desigual, con importantes implicaciones socioespaciales en las áreas centrales urbanas y en las localidades rurales, un factor sociodemográfico que condicionará las nuevas estrategias para enfrentar la vulnerabilidad social (Sánchez-González, 2007); precisamente, Ham-Chande y González (2008) advierten que este colectivo es uno de los más vulnerables y con mayor riesgo de exclusión (Ham Chande y González, 2008).

Investigaciones como la de Compán-Vázquez y Sánchez-González (2005) señalan que entre los factores que determinan la vulnerabilidad social de las heterogéneas poblaciones de 60 años y más destacan la edad, el sexo y el nivel de estudios. Sin embargo, la vulnerabilidad social de los adultos mayores no sólo está determinada por sus características demográficas, sino que es producto de la combinación de características e interacciones entre los riesgos sociales (amenazas y exposiciones) y los activos (capacidades de afrontamiento) en contextos ambientales específicos (Delor y Hubert, 2000; Schröder y Marianti, 2006).

La amenaza en la vejez se establece a partir de la frecuencia e intensidad de eventos específicos asociados a los procesos biológicos del envejecimiento como pérdida de la salud, discapacidad y dependencia; y a los procesos sociales del envejecimiento como jubilación y disminución de los ingresos, viudedad, pérdida de redes familiares y sociales, y soledad y abandono (Compán y Sánchez, 2005; Montes de Oca y Hebrero, 2006; González y Ham Chande, 2007).

Asimismo, la amenaza en edades avanzadas también puede ser abordada desde una perspectiva de género como lo plantean Bueno y Valle (2008), aludiendo que las mujeres presentan una mayor amenaza que los varones, debido a que cuentan con menos recursos internos y externos (ingresos, estudios, empleo, jubilación, cobertura social, redes de apoyo social y asistencial) para enfrentar los riesgos y cambios inesperados.

Otros estudios han prestado especial atención al incremento de la vulnerabilidad social con la jubilación (Bravo, 2000; Montoya y Montes de Oca, 2006), ya que supone una reducción significativa de los ingresos y una amenaza importante de caer en la pobreza y sufrir deterioro en la calidad de vida (salud, vivienda, ocio) vinculada a factores como aislamiento, exclusión y rechazo de la vejez. Esta circunstancia se ve agravada en aquellos individuos longevos más vulnerables sin pensión o con una pensión insuficiente, generalmente relacionada con empleos informales y bajo nivel de estudios (García-Saisó, 2004); al tiempo que puede ir acompañada por una enfermedad crónica y la falta de ayuda informal y asistencial (Wong, 2007).

En México, el rezago educativo puede ser otra amenaza para el grupo de adultos mayores, ya que afecta a 63 por ciento de la población de este colectivo que al no contar con estudios terminados, sobre todo en localidades rurales donde la tasa de analfabetismo alcanza a 89 por ciento. Asimismo, los problemas de escolaridad de este colectivo se han traducido en empleos informales de baja cualificación, que están condicionando el acceso a la pensión y al servicio de salud (44 por ciento no tiene cobertura de salud); además, sólo 24 por ciento de las personas de 60 años y más recibe una pensión que, en la mayoría de los casos, está por debajo de los niveles de subsistencia (INEGI, 2005).

Los estudios longitudinales (Evans, 1989) permiten estudiar mejor las amenazas de la vejez; es decir, comprender los efectos del paso del tiempo en los hogares vulnerables, al considerar la aparición de los problemas de discapacidad y dependencia de los adultos mayores, asociados a la pérdida de salud con la edad. En ocasiones, la progresiva discapacidad favorece nuevas amenazas como el aislamiento y la dependencia, que vinculadas a un estrés extremo, pueden conducir a problemas de convivencia familiar, maltrato y suicidio; otras amenazas ajenas al ámbito del hogar del adulto mayor que tienen importantes implicaciones en su contexto ambiental son los riesgos naturales (inundaciones, terremotos) y sociales (delincuencia, guerras, crisis económica) (HelpAge International, 2009).

La exposición en la vejez se refiere a personas mayores (solas y discapacitadas), y sus contextos ambientales (vivienda y colonia) que, con frecuencia, están expuestos al aislamiento, desatención y exclusión social.

El aumento de la esperanza de vida tiene repercusiones importantes en el estado civil de las personas durante la vejez, ya que se observa un aumento de la proporción de matrimonios que se separan o divorcian después de 60 años. La nueva realidad social favorece un mayor riesgo de soledad matrimonial entre las mujeres adultas mayores que tienden a permanecer viudas y divorciadas durante la vejez (Jelin, 1996). Asimismo, este fenómeno demográfico coincide en el tiempo con cambios en el hogar, favoreciendo hogares unipersonales que incrementan la amenaza de soledad y aislamiento; así como cambios en las relaciones intergeneracionales (sociedad del ocio, individualismo, incorporación de la mujer al mercado laboral) que amenazan el sistema de ayuda informal a la persona dependiente (Jelin, 2005; Solís, 1999; Wainerman y Geldstein, 1996). En las regiones rurales y asentamientos irregulares de áreas urbanas se observa una mayor presencia de familias extensas que mitigan los efectos de la pobreza con estrategias de ayuda social y familiar ante amenazas internas (enfermedad, discapacidad y dependencia) y externas (riesgos naturales) (García y Rojas, 2001).

Algunas investigaciones (Sánchez, 2005; Grijalva et al., 2007) ponen de manifiesto que aquellos hogares, cuyo principal proveedor de ayuda y soporte económico es el adulto mayor, están más expuestos a amenazas asociadas a su pérdida, como la desatención del cuidado de los nietos y personas ancianas dependientes, y la dispersión de los miembros del hogar. Esto explica que determinados estudios propongan abordar el examen de la vulnerabilidad social en la vejez a escala de hogar, abandonando aproximaciones basadas en el individuo como unidad de análisis que pueden ser limitadas (Evans, 1989). En ocasiones, se suele obviar que los cambios en el ámbito familiar expuesto a amenazas, como el desempleo del jefe del hogar y la enfermedad del cuidador, pueden generar abandono, maltrato y desatención del adulto mayor. Asimismo, nuevas situaciones en la unidad familiar vinculadas con la separación, el divorcio y el fallecimiento de uno de los cónyuges, incrementa las dificultades, especialmente de las mujeres viudas económicamente dependientes, para enfrentar los gastos del hogar (renta del alquiler, electricidad, comida) y posibilitar las relaciones familiares y sociales.

En países en desarrollo, como México, donde se cuenta con altas tasas de población de 60 años y más sin cobertura médica y con cobertura muy limitada (Seguro Popular), los adultos mayores están más expuestos a problemas de acceso a los servicios de salud. La consecuencia directa es el retraso en el tratamiento y el agravamiento de la salud del anciano, así como la pérdida de ingresos (pérdida de patrimonio, endeudamiento) que agravan las situaciones de vulnerabilidad ante nuevos riesgos (Corbett, 1989). Las enfermedades crónicas generan costes económicos (medicamentos, pruebas médicas, hospitalización, viajes y hospedaje) que no pueden ser asumidos por millones de los adultos mayores ni por sus familias, más aún en los hogares más pobres.

Expertos de la talla de Ruiz Sanmartín (2001), Torres et al. (2008) y Rico et al. (2009), relacionan la exposición a amenazas con las características de la vivienda en las cuales serán más propensas enfermedades por insalubridad y falta de equipamientos básicos (agua, electricidad, materales precarios); accidentes domésticos (incendios, caídas y roturas de cadera) y aislamiento por la presencia de barreras arquitectónicas y falta de mantenimiento de la vivienda; y hacinamiento y limitación de la ayuda a la dependencia por falta de espacio; asimismo, la importancia de la vivienda se pone de manifiesto en algunas catástrofes sanitarias, como las olas de calor y frío sobre la morbilidad y mortalidad de las personas ancianas más vulnerables, de manera que se hace imprescindible el análisis de la vulnerabilidad de este colectivo desde el punto de vista físico, social y ambiental (Bungener, 2004; Coupleux-Vanmeirhaegue, 2010).

Igualmente, y en un espacio más amplio, constituye una amenaza el lugar donde se reside; así en asentamientos irregulares y colonias periféricas marginales, la exposición a actos delictivos, barreras arquitectónicas, ausencia de áreas verdes y escasa cobertura de servicios y equipamientos es mayor (Sánchez, 2009b); en este sentido, algunos estudios (Silva, 2009) indican que en las grandes ciudades mexicanas se incrementa la exposición a determinadas amenazas: atropellos automovilísticos, delincuencia y contaminación, siendo especialmente vulnerable la población de 60 años y más; al tiempo que la delincuencia urbana incrementa la exposición a estrés en los adultos mayores (Barros et al., 2003), y supone un enorme reto para las políticas sociales en países como México y Colombia, aunque no exclusivamente.

Desde el punto de vista geográfico, la vulnerabilidad social de los adultos mayores puede ser analizada a diferentes escalas territoriales. Así, en ámbitos urbanos se pueden identificar cuatro áreas según el nivel de vulnerabilidad posibles (Sánchez, 2009a-b): áreas urbanas de muy alta vulnerabilidad localizadas en barrios periféricos no consolidados e irregulares, que presentan condiciones desfavorables de habitabilidad (precariedad de la vivienda, ausencia de servicios básicos, delincuencia, pobreza, marginación social, analfabetismo, desempleo, trabajo informal), y constituidas por familias extensas de bajos recursos donde los adultos mayores presentan muy alto riesgo de exclusión social y dependencia; áreas urbanas de alta vulnerabilidad, ubicadas de forma dispersa en barrios obreros centrales y periféricos, más consolidados en términos de infraestructura y servicios urbanos; y con una presencia importante de inmigrantes donde los adultos mayores registran alto riesgo de exclusión social y dependencia; áreas urbanas de vulnerabilidad media, localizadas en amplios sectores de la ciudad con mejores condiciones socioeconómicas, pero algunas deficiencias en capital físico y humano, problemas de accesibilidad a servicios y equipamientos básicos, en la que los adultos mayores presentan alto riesgo de discapacidad y dependencia, y moderado riesgo de exclusión social; y áreas urbanas de vulnerabilidad baja, localizadas en áreas centrales y periféricas con alta accesibilidad a equipamientos y servicios de alta calidad y predominio de familias nucleares y unipersonales, donde los adultos mayores registran bajo riesgo de exclusión social y alto riesgo de discapacidad y dependencia.

Los activos en la vejez se corresponden con el conjunto de estrategias, instrumentos y mecanismos de respuesta intrínseca y extrínseca de los adultos mayores: capacidades individuales, redes sociales y servicios sociales y de salud.

Entre las "capacidades individuales" destacan los activos tangibles: ingresos, nivel educativo, estado de salud y vivienda en propiedad; y los activos intangibles o capital humano: estrategias para adaptarse a situaciones de crisis económica a través de cambiar de dieta y comer menos, mantenerse por más tiempo en el mercado laboral, en ocasiones a costa de la salud; sin embargo, puede ocurrir que en la vejez las capacidades individuales sean insuficientes para enfrentar las amenazas, por lo que se combinan con los recursos familiares y sociales (Schröder y Marianti, 2006).

Las "redes sociales", tanto las relaciones familiares, vecinales y sociales, contribuyen a paliar la soledad y son el sustento principal en caso de penuria económica, problemas de salud y de ayuda (Vera, Sotelo y Domínguez, 2005; Montes de Oca y Hebrero, 2006). Asimismo, las organizaciones no gubernamentales (Cáritas Diocesana, Cruz Roja), las asociaciones religiosas y los voluntarios desempeñan una encomiable labor asistencial (cuidados, alimentos), así como apoyo y acompañamiento.

Los "servicios sociales y de salud" favorece la reducción de la vulnerabilidad de aquellos individuos longevos ante situaciones de pobreza, discapacidad y dependencia, compensando la falta de ayuda familiar (por ejemplo) (Wong et al., 2007; Arzate et al., 2007). Sin embargo, la falta de planificación gerontológica genera una desigual distribución de la cobertura social y sanitaria, que agudiza las importantes diferencias socioespaciales de la vulnerabilidad social del adulto mayor a nivel local, regional y nacional (Sánchez, 2007).

En el momento actual, los estudios sobre el enfoque de la vulnerabilidad social de las personas adultas mayores está sujeto a revisión crítica, ya que con frecuencia los resultados son escasamente extrapolables y poco concluyentes, consecuencia de trabajos exploratorios, sostenedores de ideas preconcebidas y del mantenimiento de estereotipos. Por ello, es necesario profundizar en un debate que conduzca a propiciar nuevas investigaciones y estrategias para enfrentar el análisis de la vulnerabilidad social del adulto mayor y su contexto ambiental; y que posibilite nuevas aproximaciones analíticas sobre la compleja realidad socioespacial, material y percibida de este heterogéneo grupo social.

 

Estrategias para afrontar la vulnerabilidad social en México

La literatura nos brinda diferentes estrategias para enfrentar la vulnerabilidad social a través de transformaciones de las estructuras socio-políticas y económicas a largo plazo, conducentes a disminuir la pobreza y exclusión social de los grupos vulnerables, como los adultos mayores, mitigando los efectos de los regímenes de seguridad social insuficientes, así como favoreciendo el empoderamiento y la inclusión social de este colectivo. A continuación, se refl exiona sobre distintas estrategias para enfrentar la vulnerabilidad de los adultos mayores en América Latina y en concreto en México; se trata de estrategias que combinan capacidades individuales y colectivas: evaluación de los riesgos y activos, desarrollo de la prevención, y aprendizaje desde la experiencia.

La evaluación de los riesgos y activos en la vejez tiene como contexto en los países en desarrollo políticas sociales con estrategias de corto plazo y vinculadas a la urgencia e improvisación de coyunturas políticas; precisamente, la falta de políticas sociales y planificación gerontológica a largo plazo explican los efectos contraproducentes sobre los factores explicativos de la vulnerabilidad social en la vejez, como bajos ingresos, discapacidad, dependencia, aislamiento social y familiar, abandono, soledad, violencia, problemas de vivienda, y otros riesgos naturales y sociales.

En México sirve como ejemplo el Programa "70 y más" (2006) que consiste en otorgar una exigua pensión de mil pesos (58 euros) bimestrales a personas de 70 años y más residentes en localidades menores de 2 500 habitantes, lo cual resulta paradójico si se tiene en cuenta que 79 por ciento de la población vive en núcleos urbanos, esto implica que los programas sociales excluyan a 71.5 por ciento de las personas de 70 años y más que residen en localidades de mayor tamaño, muchas con altas tasas de pobreza y marginación social (Sánchez, 2007). Asimismo, no existen suficientes evaluaciones sobre las externalidades negativas en algunos programas de desarrollo social como el Programa de Empleo para Adultos Mayores (INAPAM, 2009), que consiste en estrategias de incorporación al mercado de trabajo de personas mayores, muchas sin pensión y con bajos ingresos, que en determinadas condiciones laborales (trabajo físico no cualificado) puede incrementar la amenaza de deterioro de su salud a corto y medio plazo.

En la valoración de los riesgos y activos se debe evaluar las crisis y situaciones estresantes para el adulto mayor (pobreza, violencia, soledad), asociadas a los efectos de los disturbios de los contextos ambientales, sociales, políticos y culturales (riesgos naturales, guerras, delincuencia). Asimismo, se deben estimar los activos tangibles (propiedad de la vivienda, dinero) e intangibles (comer menos, emigrar) de los miembros del hogar del adulto mayor y compararlos en el tiempo con otros grupos y comunidades. Del mismo modo, es necesario auditar los activos y estrategias de los organismos y programas de ayuda a la vejez vulnerable, comparando los resultados y externalidades positivas y negativas en condiciones socio-ambientales y grupos diferentes (discapacitados, dependientes, indígenas, hombres y mujeres). Además, es importante diversificar las capacidades de afrontamiento (capacitación, prestaciones sociales, comunicaciones) teniendo en cuenta las necesidades y demandas específicas de los individuos y comunidades vulnerables.

En lo que se refiere al desarrollo de la prevención en la vejez, se puede asegurar que, a pesar de la importancia de la vulnerabilidad social en la planificación urbana y en los programas de prevención ante desastres, el factor poblacional sigue apareciendo como un elemento secundario. La falta de sensibilidad institucional reduce el fenómeno del envejecimiento a una variable demográfica incluida en ineficaces diagnósticos (Sánchez, 2009a). Tal circunstancia se enfatiza a través de las imágenes estereotipadas de los adultos mayores como un grupo dependiente (Abrams et al., 2006).

En México la cultura de la prevención es reciente, lo que explica la ausencia real de planificación y gestión del riesgo, y el escaso interés gubernamental por la participación de los distintos actores sociales, más si cabe en el caso de las personas mayores. Muchos gobiernos siguen perpetuando una visión sesgada de la gestión de la pobreza y los desastres, marginando a las comunidades afectadas y despreciando la importancia de su experiencia y percepción ante eventuales y recurrentes acontecimientos naturales (Fernández y López, 1996; Rodríguez de Vera, 2008).

En el desarrollo de la prevención en la vejez se deben evaluar los costos y beneficios sociales de los programas de prevención a través del fomento de la investigación y cultura de la seguridad. También, es preciso hacer un seguimiento de las amenazas antrópicas y naturales que enfrenta el adulto mayor a través de sistemas de alerta temprana, basados en el desarrollo y control de indicadores de vulnerabilidad. En la misma línea, es necesario mejorar la coordinación entre las distintas administraciones y organizaciones no gubernamentales que prestan apoyo a los adultos mayores y sus comunidades. Asimismo, puede ser de gran transcendencia la prevención en detrimento de los programas paliativos más costosos y menos efectivos, ya que agudizan las condiciones estructurales de la vulnerabilidad social de los individuos y comunidades más pobres y excluidas socialmente.

Y finalmente, el aprendizaje de la experiencia es un aspecto de gran interés verificado en estudios gerontológicos, como el de Barenys (2002) que confi rma que las nuevas cohortes de personas de 60 años y más demandan una mayor participación social en la comunidad, lo que debe modificar las actuales políticas sociales de combate a la pobreza y reducción de la vulnerabilidad social. Las nuevas aproximaciones culturales y simbólicas al espacio urbano y rural obligan a replantear lo público y la participación de las personas mayores en las cuestiones de la comunidad (Nobuo, 2000; Quiaoming y Besser, 2003; Sánchez, 2008). A partir de estas posiciones epistemológicas es posible comprender el comportamiento subjetivo y los significados y valores de los adultos mayores en relación al paisaje y la protección de su contexto social y ambiental.

El siglo XXI plantea la necesidad de que las sociedades que envejecen se preparen, adecuando y gestionando sus recursos individuales y colectivos (servicios sociales, asistenciales, de salud, educación) para hacer frente a los retos y amenazas que favorecen la vulnerabilidad social en la vejez. La cultura de la prevención debe gestarse como producto del esfuerzo conjunto de los distintos actores sociales, y estar abierta a la participación social del adulto mayor. Así, algunos autores (Barros et al., 2003) destacan la importancia de la participación social de los adultos mayores (intercambiando experiencias, información y consejos, ofreciendo apoyo y afecto, ayudando con cuidados, servicios y bienes) convertida en una estrategia de afrontamiento de las situaciones estresantes de la vejez; es decir, un factor asociado al bienestar psicosocial frente a las amenazas. Sin embargo, actividades prolongadas en el tiempo como la educación permanente en la vejez (aulas de mayores, educación de adultos) favorecen la participación social y permiten el desarrollo de capacidades y activos que reinvierten el avance de la vulnerabilidad social de los individuos y sus comunidades.

La experiencia e información espacial de los adultos mayores puede contribuir a reducir su vulnerabilidad social frente a riesgos internos y externos (Help Age International, 2009). Los factores de información y experiencia espacial, y participación social favorecen estrategias de adaptación y prevención entre los miembros de este colectivo frente a los cambios esperados o inesperados que puedan tener lugar (Sánchez, 2005). Esto implica la necesidad de favorecer programas que fomenten la autorrealización personal y la participación social de las personas mayores a través de aulas de mayores y la creación de talleres urbanos, que aumenten y optimicen la información espacial, y revaloricen el papel de la experiencia espacial y de la subjetividad espacial ante riesgos internos (caídas, desorientación) y riesgos externos (delincuencia, atropellos, riesgos naturales).

 

Conclusiones

El trabajo ha reflexionado sobre temas básicos compartidos por especialistas de las ciencias sociales y naturales en relación al estudio de la vulnerabilidad social. En realidad se trata de un debate abierto sobre la conveniencia de desarrollar teorías y metodologías sobre un concepto y enfoque investigativo necesario para entender los entresijos y mejorar las estrategias de desarrollo humano en personas, grupos y comunidades menos favorecidos.

En general, los estudios sobre vulnerabilidad social están cada vez más presentes en la investigación social, aunque la producción científica cambia según ámbitos territoriales. Con frecuencia, las investigaciones que utilizan este enfoque tratan de analizar elementos difíciles de medir, ya sea por la falta de datos estadísticos o por la dificultad de analizar determinadas variables. Un aspecto de gran transcendencia es que el concepto devulnerabilidad se desliga de otros próximos como la pobreza, al considerar y analizar la capacidad de las personas para enfrentar situaciones de desfavorecimiento.

Este aspecto es muy importante porque supone retomar teorías que pueden completar el enfoque de la vulnerabilidad social, como puede ser la teoría de Max-Neef que incide en las carencias humanas, y la teoría de Sen que lo hace en las potencialidades. Esto favorece el análisis micro tanto a escala espacial, como temporal y por supuesto de las personas, grupos y comunidades estudiadas, teniendo en cuenta que cualquier persona, grupo y comunidad puede ser vulnerable; para ello se presentan interesantes líneas de investigación como la desarrollada por la geografía de la percepción desde finales de los sesenta, con la destacada aportación de los mapas mentales donde es posible identificar los espacios de vida, espacios vividos, sentidos. Esta apuesta ha sido más recientemente retomada y desarrollada en otras líneas como la de los "imaginarios urbanos", "microgeografías", o las "geografías personales", etc, y apoyada con el desarrollo de dos nuevos "espacios micro" en la geografía "el lugar y el no lugar".

En el caso de la población envejecida, la vulnerabilidad social se circunscribe a contextos estructurales, espaciales y temporales, constituidos a partir de las desigualdades sociales gestadas en el tiempo y en contextos ambientales diversos (rural y urbano y en el interior de estos). Como en otros grupos, esa vulnerabilidad está determinada por las desigualdades sociales, vinculadas a las historias de vida, a partir de la edad, género, etnia, enfermedad, discapacidad, ingresos, patrimonio, y el contexto socio-político y cultural que desencadenan diferentes riesgos (amenaza y exposición) y suponen diferentes activos y estrategias de afrontamiento.

El grado de vulnerabilidad social de los adultos mayores está determinado por las interacciones de diversos factores medioambientales y socio-demográficos; así como por los recursos y estrategias que disponen dichos individuos, sus hogares y comunidades. En la misma línea, la vulnerabilidad social en la vejez no es específica de las características demográficas de los adultos mayores, sino un producto de la combinación de características e interacciones entre las amenazas, la exposición y las capacidades de afrontamiento en contextos ambientales específicos; esta complejidad no debe llevar al olvido de que este colectivo cuenta con un aspecto de gran valor proporcionado precisamente por la edad: la experiencia acumulada durante el ciclo vital, que es también la experiencia de los riesgos naturales y sociales en la vida adulta, así como la capacidad para afrontarlos a partir de las formas de administrar los recursos individuales y colectivos. En este sentido, se propone el análisis de la vulnerabilidad social de los adultos mayores a partir de estudios longitudinales (historias de vida, encuestas) y a escala de hogar, abandonando limitadas aproximaciones basadas en el individuo.

En el caso de la población adulta en México, y no exclusivamente, la vulnerabilidad social se expresa a través de la fragilidad e indefensión a los cambios ambientales (riesgos naturales y antrópicos), alteraciones físicas y psicosociales en la habitabilidad del entorno de la vivienda y del barrio (modificaciones y deterioro del contexto ambiental), transformaciones sociales (pérdida de las redes familiares y sociales de ayuda informal) y culturales (analfabetismo funcional asociado a los problemas de uso y acceso a Internet); el desamparo institucional en la jubilación a través de la ausencia de pensión, seguro médico y cobertura de dependencia; la debilidad e inseguridad personal para enfrentar los riesgos y cambios en la vejez del individuo y hogar, como viudedad, soledad, discriminación y maltrato, y poder generar estrategias de bienestar, aprovechando las nuevas oportunidades de esta etapa de la vida (tiempo de ocio, realización personal).

Así, se hace necesario generar estrategias de afrontamiento para posponer los efectos negativos ambientales, sociales e individuales de la vejez y disminuir el grado de vulnerabilidad de la población adulta mayor. El incremento en la prosperidad y las mejoras en la sanidad favorecen el aumento de la esperanza de vida de la población mexicana, retrasando la vejez y reduciendo la vulnerabilidad frente a los riesgos naturales y sociales. Sin embargo, la planificación gerontológica y las políticas sociales deben propiciar el desarrollo de las capacidades individuales y colectivas frente a los riesgos, ya que el comportamiento social y el hábito individual son cruciales a la hora de reducir el grado de vulnerabilidad social en la vejez y prolongar nuestra existencia con razonables niveles de bienestar.

El grado de longevidad de la población se encuentra determinado por el progreso del bienestar de una sociedad y el nivel alcanzado en su desarrollo sanitario. En los siglos XX y XXI el aumento de la esperanza de vida en países como México indica que se está posponiendo la muerte y el envejecimiento (Vaupel, 2010), lo que tendrá importantes implicaciones en la manera de analizar y comprender cómo será la vulnerabilidad social de los adultos mayores en las próximas décadas.

Las estrategias frente a la vulnerabilidad social deben incorporar el componte ambiental para revertir el proceso de vulnerabilidad y generar mayor seguridad al heterogéneo colectivo de la tercera edad en sus diferentes contextos ambientales (entornos físico-psicosociales). La relevancia social del tema en cuestión debe implicar la ampliación de las fronteras del conocimiento sobre la vulnerabilidad social en la vejez. Así, es necesario favorecer estudios analíticos desde este enfoque a partir de la incorporación de nuevas dimensiones y variables cualitativas relativas a las condiciones de vida, pobreza y políticas sociales de este grupo.

En definitiva, el enfoque de la vulnerabilidad social es una oportunidad investigativa con amplias expectativas para indagar en aspectos relacionados con la investigación de grupos en desventaja, pero ahora con el reto de avanzar en cuestiones metodológicas. En este sentido, se destaca la importancia de comprender mejor los factores humanos en los estudios y programas sobre vulnerabilidad para contribuir a reducir el riesgo de manera más eficaz y mejorar los esfuerzos para el desarrollo humano; y finalmente se hace la propuesta de avanzar en el conocimiento geográfico y demográfico del análisis de la vulnerabilidad, desde una perspectiva social y ambiental, que privilegie el actuar entre ambas dimensiones.

 

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Notas

1 El trabajo está enmarcado en el proyecto de investigación Grupos vulnerables en espacios urbanos. El planeamiento desde la perspectiva social, donde participan investigadores de la Universidad de Granada (España), Universidad Autónoma de Nuevo León (México), Universidad de La Habana (Cuba) y Universidad de Pamplona (Colombia); y el proyecto de investigación Gerontología Ambiental del envejecimiento vulnerable en áreas de riesgo a inundaciones. Retos de la gestión de los riesgos y la planificación gerontológica ante el Cambio climático (N° 155757), Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México.

2 Hopenhayn (2001) hace una interesante reflexión sobre el retroceso en derechos sociales y económicos, ya adquiridos, que también incide en la sensación de inseguridad e incertidumbre.

3 Este concepto proviene de la física y designa la resistencia de una materia a la presión y los golpes y su capacidad para recobrar su forma original; desde el punto de vista social, Gauto (2010) define la resiliencia como "la capacidad de las personas, familias y comunidades para hacer frente a las amenazas presentes (en cualquier ámbito), superarlas y salir fortalecidas de la experiencia" (Gauto, 2010: 241).

 

Información sobre los autores:

Diego SÁNCHEZ-GONZÁLEZ. Doctor en Geografía, Maestro en Gerontología Social y Licenciado en Geografía por la Universidad de Granada, España; profesor-investigador titular de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT, México. Líneas de investigación: Geografía social del envejecimiento-Gerontología Ambiental, Geografía de la Población, vulnerabilidad social y ambiental, Geografía Urbana, y planificación del espacio turístico. Últimas publicaciones: los libros Geografía Humana y Crisis Urbana en México (2011) y Geografía del envejecimiento y sus implicaciones en Gerontología (2011); y los artículos indexados "Vulnerabilidad sociodemográfica y ambiental, viejos y nuevos riesgos" en Cuadernos Geográficos (2009); "Geografía del envejecimiento vulnerable y su contexto ambiental en la ciudad de Granada: Discapacidad, dependencia y exclusión social" en Cuadernos Geográficos (2009). Correo electrónico: diego.sanchezgn@uanl.edu.mx

Carmen EGEA-JIMÉNEZ. Doctora en Geografía, profesora titular del Departamento de Geografía Humana y miembro del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada, España. Líneas de investigación: Migraciones (retorno y forzadas) y vulnerabilidad social en el medio urbano. Últimas publicaciones: "Viejas y nuevas realidades urbanas. Identificación de zonas de habitabilidad desfavorecida en la ciudad de Granada" en Cuadernos Geográficos (2009); "Espacio urbano y vulnerabilidad comunitaria. Efectos socio-ambientales de la estructura urbana en las áreas desfavorecidas de Andalucía" Zainak, Cuadernos de Antropología-Etnografía (2009); y "Migraciones y conflictos. El desplazamiento interno en Colombia" en Convergencia. Revista de Ciencias Sociales (2008). Correo electrónico: cegea@ugr.es

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