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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.16 no.63 Toluca ene./mar. 2010

 

Nuevas tendencias de largo plazo de la emigración de mexicanos a Estados Unidos y sus remesas*

 

New long–term tendencies of emigration of Mexican people toward the United States and their remittances

 

Jesús Arroyo–Alejandre*, Salvador Berumen–Sandoval** y David Rodríguz–Álvarez*

 

* Universidad de Guadalajara. Correos electrónicos: jesusarr@cucea.udg.mx ; jdavidra@yahoo.com.mx

** Instituto Nacional de Migración. Correo electrónico: sberumen@inami.gob.mx

 

Resumen

Este artículo muestra evidencias de un cambio de fondo en la emigración mexicana a Estados Unidos, tanto en lo referente al número y perfil de las personas que emigran como en las remesas que envían a sus familiares en México. Durante las tres últimas décadas del siglo pasado y el primer lustro del presente, ambas variables experimentaron tasas ininterrumpidas de crecimiento; sin embargo, existen razones cuantitativas y cualitativas que permiten afirmar que estamos ante el inicio de una tendencia a su estabilización en el largo plazo. Este cambio responde fundamentalmente al endurecimiento de la política migratoria de Estados Unidos en respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001, así como a la profunda crisis estructural de ese país, que se manifiesta en la pérdida de competitividad internacional y en la necesaria reconversión industrial hacia sectores menos intensivos en mano de obra.

Palabras clave: migración internacional, remesas, crisis global, México, Estados Unidos.

 

Abstract

This article show evidence of a deep change in Mexican emigration to the U.S., both as for the number and profile of people who emigrate and the remittances they send their relatives in Mexico. In the last three decades of the last century and the first lustrum of the current one, both variables experienced uninterrupted growth rates; however, there are quantitative and qualitative reasons that allow state we are before the beginning of a new tendency to their stabilization in the long term. This change fundamentally responds to the hardening of the U.S. migratory policy as a response to September 11 attacks, as well as the deep structural crisis in this country, which appears in the loss of international competitiveness and in the necessary industrial reconversion towards sectors less intense in labor force.

Key words: international migration, remittances, global crisis, Mexico, United States.

 

Introducción

El aumento de la emigración de mexicanos a Estados Unidos en los años recientes incrementó de manera notable la entrada de remesas a México y, consecuentemente, la esperanza de que parte de ellas se destine a la inversión productiva y la creación de empleos. Se asume que estos envíos monetarios podrían ser parte de algunos programas de gobierno o sumarse a éstos. Aunque diversos trabajos de investigación han demostrado que la pretensión de utilizarlas de esta forma no es del todo realista, no puede negarse que han tenido impactos positivos en la reducción de los niveles de pobreza de muchas familias que permanecen en los lugares de origen de los migrantes. Estos impactos se potencian cuando a las remesas se suman otros recursos que destinan los gobiernos al apoyo de la población marginada, pero también podrían verse disminuidos en forma notable con el regreso de algunos migrantes a México por su deportación, por desempleo o condiciones laborales inadecuadas en Estados Unidos.

Por otra parte, a pesar de opiniones cada vez más generalizadas que sostienen lo contrario, la migración indocumentada representa una alternativa laboral para algunos sectores productivos de la economía de Estados Unidos que son intensivos en fuerza de trabajo poco calificada y sustentan su competitividad en el uso de mano de obra barata, como agricultura, construcción y diversos servicios no especializados. Este argumento es debatido por algunos estadunidenses que consideran que los trabajadores mexicanos ocasionan la disminución del salario de los nativos, representan una amenaza para la identidad nacional y para los nativos de raza negra, quienes compiten en desventaja con inmigrantes indocumentados procedentes de México.

No puede negarse que el fuerte aumento de la emigración de mexicanos al país vecino durante las tres últimas décadas del siglo pasado y el primer lustro del presente ha ocasionado diversos problemas en ambas naciones, pero también ha contribuido a la solución de otros en los dos lados de la frontera. En el nuestro representa la pérdida de mano de obra joven y con mejores credenciales educativas y laborales que las de los que se quedan (Berumen–Sandoval y Santiago–Hernández, 2009). Considerando el perfil sociodemográfico y laboral de los que emigran, puede argumentarse que si existieran mejores condiciones laborales y empresariales en los lugares de origen, los potenciales emigrantes impulsarían el país al desarrollo endógeno. Actualmente, estos trabajadores, una vez que han cobrado en dólares en Estados Unidos, ya no quieren trabajar a cambio de los bajos sueldos nacionales; por lo general, los que se van representan una pérdida definitiva para la fuerza laboral de México, sobre todo si logran establecer su residencia en aquel país y llevarse a sus familiares cercanos, a quienes ya no tienen que enviarles dinero para su manutención. Por otra parte, debe reconocerse que muchos de los emigrantes representan un costo de oportunidad cercano a cero para las economías locales de donde provienen; esto es así porque de no emigrar habrían permanecido en el desempleo o en el subempleo, de tal manera que la alternativa de emigrar ha funcionado como válvula de escape a la pobreza y la precariedad laboral. Por supuesto que unos pocos emprenden la experiencia migratoria para acumular capital o experiencia laboral, y otros más como un medio para potenciar el progreso de la economía familiar. Sin embargo, en términos generales, la diferencia de salarios y calidad de vida entre los dos países ha sido la motivación más importante de la migración mexicana durante décadas.

No podemos dejar de mencionar la pérdida para México de lo invertido en educación, salud y una amplia gama de servicios a cargo del sector público o de la familia hasta la edad en que el migrante sale al país vecino; en algunos casos, parte de lo que se recibe en forma de remesas regresa a Estados Unidos de manera intangible cuando los hijos de los migrantes cursan estudios superiores, e incluso maestrías y doctorados,1 cuyas matrículas son sostenidas por el erario nacional o por los propios migrantes o sus familiares, y lo mismo ocurre cuando los hijos logran reunirse con sus padres residentes en aquel país o emigran por su propia cuenta.2

Reconocemos que es muy difícil medir las tendencias recientes y predecir fehacientemente el comportamiento esperado de la migración y sus remesas; sin embargo, diversos indicadores cuantitativos y el análisis de la coyuntura económica y política nos permiten plantear la hipótesis de que hemos llegado o estamos cerca de llegar a un punto máximo, al que le seguirá un periodo de relativa estabilización en cuanto a niveles y ritmos de crecimiento de ambas variables; de ninguna manera planteamos un desplome súbito de las remesas ni el retorno masivo de los emigrados ya establecidos en Estados Unidos, aunque sí visualizamos una reducción en el número de los emigrantes de primera salida.

 

Cambios en la emigración de mexicanos

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 representan el parteaguas de las tendencias de la emigración que nos ocupan y que se venían configurando desde fines del siglo pasado. En primer lugar, la política de inmigración de Estados Unidos responde de manera prioritaria a su seguridad nacional. La migración indocumentada, que había sido para México una válvula de escape ante el déficit estructural de desarrollo nacional y regional, que abarca a poco más de la mitad de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, enfrenta el reforzamiento de la patrulla fronteriza, la militarización de la frontera, la instalación de equipos de alta tecnología para la detección de personas, las acciones cada vez más violentas y al margen de la ley de activistas antiinmigrantes, legislaciones estatales y locales, así como la animadversión de algunos miembros del Congreso estadunidense e incluso de académicos reconocidos. Así mismo, de manera reciente se inició la aplicación rigurosa de leyes que incluyen sanciones a los empleadores y que habían sido aprobadas desde 1986, al tiempo que en los ámbitos estatal y local se han promulgado y entrado en vigor nuevas leyes que incluyen sanciones a empleadores y niegan a los indocumentados servicios tan indispensables como los de salud y educación. A todo lo anterior se suman las redadas en centros recreativos y de trabajo, y en general, un clima poco propicio para los inmigrantes como resultado de la grave crisis económica que vive Estados Unidos.

Sin duda, gran parte de los cambios en la percepción y las políticas migratorias tienen como telón de fondo los problemas de insuficiente crecimiento económico, la férrea competencia por los empleos de baja calificación entre los diferentes grupos étnicos y la inseguridad de gran cantidad de estadunidenses por la ruptura del statu quo. En resumen, la coyuntura económica reciente y los atentados del 11 de septiembre de 2001 exacerbaron un sentimiento contra los inmigrantes que ya existía y está aflorando con más fuerza bajo el argumento de salvaguardar la economía y la seguridad nacional de Estados Unidos.

El viraje en la percepción pública y las políticas hacia la inmigración en Estados Unidos está influyendo las tendencias de la migración mexicana hacia ese país, cuyos resultados de largo plazo no han sido suficientemente analizados por la comunidad académica de ambos países. Existe un amplio debate sobre la magnitud del saldo neto migratorio del flujo de mexicanos hacia Estados Unidos; por ejemplo, de acuerdo con cálculos del Consejo Nacional de Población (Conapo), en abril de 2007 se estimó su magnitud en alrededor de medio millón de personas al año, la Organización Internacional para las Migraciones afirma que de 2000 a 2005 la cifra ascendió a 575 mil como promedio anual (Balboa, 2007, citado en Hernández Suárez, 2007: 5), cifra que fue retomada de la conciliación demográfica realizada por el propio Conapo, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y El Colegio de México. En el mismo sentido, el 11 de julio de 2007 el Conapo informó que en los tres primeros años del presente siglo la cifra de mexicanos que cambiaron su residencia al país vecino fue de 570 mil por año (ibíd.: 6).

En la gráfica 1, elaborada por los autores con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), se muestra el flujo migratorio entre nuestro país y Estados Unidos de 2005 a 2008. Es pertinente mencionar que durante el procesamiento de los datos fueron excluidos los nacidos en el extranjero y se hizo un supuesto para eliminar el efecto de la migración hacia el resto del mundo (véanse las notas de las gráficas 1 y 2); de esta manera, las salidas del país pueden interpretarse como emigración mexicana a Estados Unidos, las llegadas como migración mexicana de retorno y la diferencia entre ambas variables como el saldo neto migratorio México–Estados Unidos. Puede observarse una clara tendencia a la baja en las salidas del país (emigración) durante los últimos años: de 1.1 millones de personas durante 2005 se redujo a 560 mil durante 2008; por su parte, el número de llegadas al país (migración de retorno) se ha mantenido más o menos constante en alrededor de 400 mil eventos, con una ligera tendencia descendente. Como resultado de lo anterior, el saldo neto de la migración mexicana a Estados Unidos es negativo y, en términos absolutos, cada vez es menor. De esta manera, la pérdida de población por migración mexicana a Estados Unidos se redujo de 680 mil en 2005 a 216 mil para 2008. En otras palabras, los que emigran todavía son más que los que regresan, a pesar de que el número de los que se van es cada vez más reducido, ya sea porque una vez que cruzan la frontera se quedan por más tiempo o de manera definitiva en Estados Unidos, porque quienes regresan a México no emprenden una nueva aventura migratoria o porque cada vez hay menos migraciones de primera salida (véase gráfica 1).

En la gráfica 2 se presenta la misma información de la ENOE pero de manera trimestral. Se puede observar que esta encuesta reproduce la estacionalidad esperada del fenómeno migratorio México–Estados Unidos, esto es, las salidas se incrementan durante el primer trimestre de cada año y experimentan una reducción durante los trimestres subsecuentes; por su parte, el mayor retorno de migrantes tiene lugar durante el último trimestre de cada año. De esta manera, la mayor pérdida neta por migración a Estados Unidos tiene lugar durante el primer trimestre, y en el cuarto, las cifras entre salidas y retornos tienden a mostrar un equilibrio. Por ejemplo, durante el cuarto trimestre de 2008 la pérdida neta por migración a Estados Unidos fue de 16 mil personas y durante el primer trimestre de 2009 se incrementó a 49 mil, ambas cifras son mucho menores que las registradas en los mismos trimestres de años anteriores.

Otro dato que conviene destacar es la sistemática reducción de la emigración mexicana a Estados Unidos durante los últimos cuatro años y la relativa estabilidad en el número de retornos, es decir, no hay evidencia de un retorno masivo de migrantes mexicanos por efecto de la crisis económica global y las restricciones para el ingreso y permanencia en Estados Unidos, aunque ambas variables han tenido un impacto sustantivo en el número de emigrantes de primera salida. El número de retornos se ha mantenido en alrededor de 100 mil personas por trimestre, con un incremento en el cuarto trimestre de cada año y una ligera tendencia a la baja a lo largo del periodo (véase gráfica 2). Por otra parte, la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México permite afirmar que quienes logran internarse en Estados Unidos tienden a prolongar sus tiempos de estancia o se establecen de manera más o menos definitiva en aquel país. Por ejemplo, en el primer quinquenio de la década de 1990 los migrantes temporales permanecían alrededor de seis meses en Estados Unidos, mientras que en la actualidad el promedio es de dos años aproximadamente.

En la gráfica 3 se presenta información sobre el incremento anual del volumen de mexicanos en Estados Unidos utilizando tres fuentes de información para el periodo 1997–2008. Se puede observar que existen dos puntos máximos seguidos de sus respectivos declives, el primer pico puede ubicarse alrededor de 2001, y el segundo, de 2005. En términos generales, las diferentes fuentes muestran que el volumen de migrantes mexicanos en Estados Unidos, cualquiera que sea su situación migratoria, continúa incrementándose pero en magnitudes cada vez menores.3 Es pertinente aclarar que la información fue tomada de diversas fuentes y se refiere a periodos diferentes, por lo cual los datos son comparables sólo parcialmente (véanse notas de la gráfica 3). Más allá de la discusión sobre las fuentes de información, creemos que los diferentes datos apoyan la mencionada tendencia decreciente de los flujos migratorios a partir de 2005 (véase gráfica 3).

Existe abundante literatura que ha documentado el volumen y las tendencias del fenómeno que nos ocupa. Desde el inicio del Programa Bracero, y particularmente a la conclusión de éste, la emigración mexicana no ha dejado de crecer en forma paulatina hasta convertirse en flujo masivo, cada vez más permanente y en su mayor parte indocumentado.

Con el paso del tiempo, un número creciente de migrantes circulares dejaron de serlo al establecerse en uno de los dos países, mayoritariamente en Estados Unidos; así mismo, los migrantes se han movido del sector agropecuario, la construcción y los servicios; de esta manera, entre 1970 y 2009 el número de migrantes mexicanos en Estados Unidos se multiplicó por catorce veces al pasar de 879 mil a 12.1 millones entre documentados e indocumentados. Durante el mismo periodo, la población total del país vecino sólo se incrementó en 50 por ciento (véase cuadro 1). El espectacular crecimiento de la migración mexicana durante la década de 1990 no se podría entender sin tomar en cuenta los efectos de la Ley de Reforma y Control de la Inmigración (Immigration Reform and Control Act, IRCA), la cual propició que muchos inmigrantes mexicanos cambiaran su carácter migratorio, de circular, al de residencia más permanente. Lo anterior, en virtud de que esta ley permitió, por una parte, que muchos inmigrantes indocumentados regularizaran su condición migratoria y, por otra, dio paso a la instrumentación de medidas de control fronterizo más estrictas, que obligaron a los migrantes indocumentados a diferir cada vez más sus desplazamientos migratorios entre los dos países, e incluso muchos optaron por establecer su residencia definitiva en Estados Unidos.

Además del volumen (stock) de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, cabe destacar su ritmo de crecimiento, cuyo dinamismo supera ampliamente al experimentado por el conjunto de la población de ese país. Respecto a los datos del cuadro 1, es pertinente destacar los siguientes puntos:

1. La tasa de crecimiento promedio anual de los inmigrantes mexicanos supera ampliamente a la de la población total de Estados Unidos a lo largo de todo el periodo, con excepción de 2009.

2. La tasa de crecimiento de los primeros muestra una tendencia claramente decreciente: de 9.34 por ciento como promedio anual durante el periodo 1970–1980 a menos de un punto porcentual (0.98) en el periodo 2008–2009, situación que puede interpretarse como una tendencia descendente en el largo plazo.

3. De confirmarse el dato estimado para el año 2009, por primera vez en muchos años la tasa de crecimiento de los inmigrantes mexicanos habría sido similar a la tasa de crecimiento del conjunto de la población de Estados Unidos. Por supuesto que la reducción experimentada durante este último año es un efecto coyuntural derivado de la profunda crisis económica global y probablemente haya un rebote en los próximos dos o tres años; sin embargo, estimamos que es poco probable el retorno a los niveles de inmigración mexicana observados durante la última década del siglo pasado.

4. En términos absolutos, la década de 1990 registró el mayor incremento de inmigrantes mexicanos: 492 mil, como promedio anual, lo que puede ser resultado de una respuesta tardía a la puerta para la legalización abierta por la IRCA y de la transformación del patrón migratorio de temporal a permanente.

5. A partir del año 2000 se observa un descenso en el volumen y las tasas de crecimiento de los inmigrantes mexicanos, que es más notorio a partir del año 2005 y se profundiza durante 2008 y 2009. Según nuestras estimaciones realizadas con base en la ENOE, durante el periodo del 1 de julio de 2008 al 30 de junio de 2009, el número de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos apenas se habría incrementado en 118 mil personas, cifra mucho menor que las diversas estimaciones sobre el saldo neto migratorio de la migración mexicana a Estados Unidos realizadas para el periodo 2005–2007 y que fueron referidas en los párrafos anteriores. Algunas estimaciones con base en encuestas en hogares de Estados Unidos muestran incrementos en el volumen de inmigrantes mexicanos inferiores a los estimados en este artículo; además de las diferencias metodológicas, una probable explicación podría ser el endurecimiento de la política migratoria, que ha orillado a los inmigrantes mexicanos a pasar a la clandestinidad y a no contestar las encuestas mencionadas.

Las diferentes cifras sobre la inmigración mexicana en Estados Unidos dan cuenta de la misma historia, pero contada por partes o de manera distinta. Además de la insuficiencia muestral en algunos casos y de la amplitud de los intervalos de confianza, deben tenerse en cuenta las especificidades metodológicas y los cambios en la formulación de las preguntas de interés; por ejemplo, entre 2001 y 2002 la pregunta de la CPS fue más inclusiva que en años anteriores y a partir de entonces puede estar captando un mayor número de migrantes temporales, antes se enfocaba de preferencia en los residentes permanentes; otro dato que conviene destacar son las diferencias del año 2000 entre el censo y la CPS; mientras que el primero registra un total de nueve millones 325 mil inmigrantes mexicanos, la CPS sólo registra ocho millones 72 mil casos, la diferencia es de más de un millón. De esta manera, cuando se toman los datos del censo de 1990 y se comparan con la CPS 2000 se subestima la década de 1990 y se sobreestima el periodo siguiente. Por el contrario, si los datos del censo de 1990 se comparan con el censo de 2000 (cuya pregunta para medir migración fue más incluyente que la del censo anterior) se sobreestima la migración de la década de 1990 y, consecuentemente, será subestimada la década siguiente.

De cualquier forma, creemos que la propuesta del cuadro 1 de comparar los datos censales con los de la ACS para 2005 y años subsecuentes es una alternativa plausible, ya que el propio U.S. Census Bureau amplió el tamaño de la muestra y adecuó el cuestionario y la metodología de esta encuesta para que fuera comparable con los datos censales; además, el tamaño de muestra de la ACS es mayor que el de la CPS. Por otra parte, la ENOE permite estimar el saldo neto migratorio trimestral de la migración de México a Estados Unidos y acumulando los saldos netos trimestrales estimados con la ENOE a los volúmenes reportados por la ACS es posible obtener una estimación relativamente actualizada del número de mexicanos que residen en Estados Unidos, ya que se dispone la información de la ENOE de manera trimestral con aproximadamente un mes de retraso.

 

Migrantes mexicanos detenidos y devueltos a México

Cornelius (2006) considera que incluso si se militarizara toda la frontera y se instalaran barreras físicas y electrónicas de un extremo a otro de ella —actualmente sólo están cubiertos los puntos de mayor cruce de indocumentados— las operaciones de los coyotes se trasladarían al Golfo de México y al Océano Pacífico, así como a la frontera canadiense, pues los mexicanos podrían volar a Vancouver y cruzar la frontera norte de Estados Unidos. Sin embargo, debe destacarse que la probabilidad de que un migrante cruce la frontera sin contratar un pollero y que tenga éxito se ha reducido de manera significativa, lo cual ha encarecido el evento de la migración en términos monetarios y en vidas humanas. Según información de la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México (EMIF Norte) el porcentaje de los migrantes que utilizan los servicios de un pollero para cruzar a Estados Unidos se incrementó de 15 a 50 por ciento entre 1995 y 2008; además, cuatro de cada diez que utilizan los servicios de un pollero lo contratan desde su lugar de origen, es decir, el evento de la migración forma parte de un plan bien estructurado en el que toman parte el migrante, el pollero y los familiares o redes sociales en Estados Unidos, que generalmente financian los costos. Por supuesto que las políticas de control fronterizo y mayor vigilancia en el interior de Estados Unidos no van a terminar con el flujo migratorio indocumentado, pero sí están impactando en la reducción de la circularidad y la disuasión de unos cuantos que no cuentan con las redes ni los recursos suficientes para financiar su viaje; de esta manera, creemos que se está transitando hacia una migración mucho más selectiva en términos de fortaleza física, posesión de redes migratorias y recursos mínimos o capital semilla.

En el primer lustro del presente siglo, cuando se profundizaron las estrategias de control fronterizo, muchos académicos y políticos de ambos países vaticinaron el fracaso de estas políticas para reducir el flujo de inmigrantes indocumentados. Sin embargo, la gráfica 4 muestra una clara reducción del número de mexicanos detenidos y devueltos a México, situación que sumada a otras estadísticas evidencia una reducción en el número de inmigrantes indocumentados que cruzan la frontera de México a Estados Unidos. La gráfica muestra información sobre este asunto con base en tres fuentes de información: 1) el número de detenidos en la frontera sur de Estados Unidos registrado por las autoridades migratorias de ese país; 2) el de mexicanos repatriados por Estados Unidos en forma ordenada y segura según los registros administrativos del Instituto Nacional de Migración, y 3) el de los devueltos por Estados Unidos estimado con base en la EMIF Norte. Más allá de las discrepancias en los volúmenes, que se explican por las diferentes formas de captar el fenómeno,4 debe destacarse que las tres fuentes coinciden en una tendencia descendente a partir de 2000, un repunte durante 2005 y una nueva tendencia a la baja en años posteriores. Los datos de las autoridades migratorias de Estados Unidos se refieren exclusivamente a mexicanos detenidos en la frontera entre ambos países, es decir, no incluyen a los detenidos en el interior del país (algunos con varios meses o años de residencia no autorizada), por lo cual estas estadísticas permiten observar las tendencias recientes de los flujos migratorios. Los resultados coinciden, en términos generales, con las tendencias de la migración de mexicanos hacia ese país mostradas anteriormente, es decir, una profunda caída a partir del año 2005 (véase gráfica 4). Es posible concluir que cuando aumenta o disminuye el número de migrantes que intentan cruzar la frontera también lo hace el número de los detenidos y de aquéllos que tienen éxito en su aventura migratoria. La EMIF Norte ha demostrado que los migrantes que deciden emprender el viaje migratorio difícilmente regresan a su lugar de origen, por ello existe una relación directa entre los flujos migratorios, los detenidos y los que tienen éxito en su aventura migratoria.

La gráfica 5 muestra la misma información sobre detenidos y devueltos pero desagregada por trimestre. Debe destacarse la coincidencia con lo mostrado en la gráfica 2, es decir, los datos sobre detenidos y devueltos, lo mismo que los de la ENOE, muestran que la emigración mexicana alcanza su punto más alto durante el primer trimestre de cada año y posteriormente desciende. Este resultado demuestra el potencial de ambas fuentes —la ENOE y los registros administrativos sobre el número de migrantes detenidos y devueltos— para medir las tendencias de la migración mexicana a Estados Unidos con mayor oportunidad que las tradicionales encuestas de hogares realizadas en Estados Unidos, que publican los resultados con alrededor de un año de rezago y tienen deficiencias en la captación del número de inmigrantes indocumentados. De esta manera, con la combinación de fuentes de información es posible conocer las tendencias de los flujos migratorios casi de manera simultánea al comportamiento del propio fenómeno.

El mayor control fronterizo se suma a otros factores que influyen, y seguirán influyendo en el futuro próximo, en la reducción de la migración indocumentada y la permanencia de algunos migrantes mexicanos en su lugar de origen, porque en su balance costo–beneficio toman en cuenta los riesgos y costos del evento del cruce, la reducción de las oportunidades de empleo, su histórica desventaja salarial frente a otros grupos poblacionales y la inseguridad que les causan las redadas de que son objeto en Estados Unidos. Es decir, el cruce de la frontera es apenas el inicio de una serie de complicaciones posteriores, como la búsqueda de un empleo suficientemente remunerado en un contexto adverso, la incertidumbre continua ante una probable deportación por las redadas en el interior del país, situación que termina asfixiando a los migrantes y orillándolos a vivir en la clandestinidad, retornar a México, suspender o posponer el evento de la migración y permanecer en el país. Estos factores no estuvieron presentes en el siglo pasado, al menos no con la misma intensidad.

En opinión de algunos sectores antiinmigrante, esta política en contra de la migración indocumentada está teniendo éxito. En julio del presente año, Steven A. Camarota y Karen Jensenius estimaron que, entre agosto de 2007 y mayo de 2008, el total de indocumentados en Estados Unidos se redujo en 1.3 millones, al disminuir de 12.5 a 11.2 millones.

Los autores mencionan que esta reducción se explica no sólo por las repatriaciones de las autoridades migratorias sino también por la efectividad de las restricciones impuestas en el interior de dicho país y las altas tasas de desempleo que están afectando especialmente a este grupo de población, por lo que algunos optan por regresar a su país de origen; más aún, afirman que de mantenerse las condiciones actuales en cinco años la migración indocumentada se habría reducido a la mitad.

Por su parte, Jeffrey S. Passel y D'Vera Cohn, en un reporte publicado por el Pew Hispanic Center el 2 de octubre de 2008, estiman que entre marzo de 2007 y marzo de 2008 el número de indocumentados en Estados Unidos se redujo en medio millón de personas, al pasar de 12.4 a 11.9 millones. La reducción corresponde en su mayoría a migrantes originarios de países latinoamericanos diferentes de México; por su parte, el número de mexicanos se mantuvo en alrededor de siete millones y en este año representan 59 por ciento del total de los indocumentados que residen en Estados Unidos. En el caso de México, el hecho de que no aumenten los indocumentados es de tomarse en cuenta dado su incremento explosivo de años anteriores y puede considerarse como un primer indicador de la tendencia descendente de los flujos migratorios. Aunque los autores aclaran que su objetivo no es explicar las causas de la reducción del número de indocumentados, mencionan que su reducción puede ser resultado de una combinación de varios factores, entre los que destacan los de carácter económico.

 

Remesas monetarias y tendencias de migración

Mucho se ha discutido sobre el vínculo entre migración y remesas y acerca de la calidad en la medición de éstas; sin embargo, en esta sección mostramos que existe una correlación positiva entre ambas variables y que, en términos generales, sus tendencias coinciden. Como es sabido, con el paso del tiempo los migrantes tienden a establecerse en el país de destino y se reducen la frecuencia y el monto de las remesas, de tal manera que la inexistencia de nuevos flujos migratorios se manifiesta en la estabilización o reducción del flujo de los envíos monetarios. En la gráfica 6 se presenta el comportamiento de las remesas desde mediados de la década de 1990 del siglo pasado hasta el año 2008; como se observa en ella, su volumen se incrementa en forma continua hasta el año 2006, cuando se desacelera su crecimiento.

Desafortunadamente, las estadísticas disponibles sobre las variaciones anuales de las remesas y los flujos migratorios no son estrictamente comparables a lo largo del tiempo, debido a los cambios en la metodología de captación de las remesas que han conducido a una mejor captación de éstas, y los datos sobre flujos migratorios también presentan algunos problemas de comparabilidad cuando se analizan de manera anual o trimestral. A pesar de ello, en general, las tendencias de ambas variables coinciden; especialmente a partir de 2003, cuando la cobertura y la metodología de captación de remesas del Banco de México se han mantenido más o menos constantes, al igual que la metodología de levantamiento de las principales encuestas para medir la emigración de mexicanos a Estados Unidos. De esta manera se puede concluir que a partir de 2006 ha sido menor el crecimiento tanto de los flujos migratorios como de las remesas. Las cifras de ellas que aparecen en la gráfica 6 muestran que sus incrementos anuales cada vez son menores, especialmente si se miden en pesos constantes.

Es importante señalar que no sólo se redujeron los montos, sino también el número de envíos, lo cual significa que hay menos personas que mandan remesas o lo hacen de manera más esporádica. En el mismo sentido, Mohaptra y Ratha (2008) afirman que el aumento de las remesas enviadas de Estados Unidos a Filipinas, India y México de 2004 a 2007 tuvieron un incremento menor al que se cree, si se toma en cuenta la apreciación de las monedas nacionales de estos tres países y el índice de precios al consumidor en cada uno de ellos, así como el incremento en los precios del petróleo y los granos. En el caso de México, durante 2007 y la primera mitad de 2008, el peso se apreció frente al dólar, para devaluarse en el último trimestre de 2008 y el primero de 2009; de igual manera, el costo de la vida ha continuado incrementándose a tasas pequeñas pero de manera continua. Así, aun cuando las remesas enviadas a México aumentaron de 15 mil a 26 mil millones de dólares entre 2003 y 2007, lo que representa un incremento de 73 por ciento durante el periodo, si se miden en pesos constantes, el incremento real del periodo fue de 50 por ciento.

En la gráfica 7 se muestran las tasas de crecimiento de las remesas respecto al mismo periodo del año anterior. Se observa claramente que la desaceleración del aumento de las remesas inicia en el tercer trimestre de 2006, y que hasta el tercer trimestre de 2008 la caída es más pronunciada si la medimos en pesos constantes. Como resultado de la devaluación del peso frente al dólar, durante el cuarto trimestre de 2008 y el primero de 2009 se recibieron, en términos reales, más remesas en comparación con los mismos trimestres del año anterior.

Sin embargo, en el segundo trimestre de 2009 la caída fue de tal magnitud que los ingresos de remesas fueron inferiores a los del periodo anterior, tanto en dólares como en pesos constantes. Se debe observar que las tasas de crecimiento de las remesas, medidas respecto al mismo trimestre del año anterior, tienen un comportamiento muy similar al mostrado por los flujos migratorios de la ENOE, ya que en la gráfica 2 se observa que en la mayoría de los casos el saldo neto migratorio de un trimestre específico es inferior al correspondiente al mismo trimestre del año anterior; es decir, si obtuviéramos tasas de crecimiento de la emigración o del saldo neto migratorio de un trimestre respecto al mismo trimestre del año anterior veríamos tendencias muy similares a las observadas por las remesas (véanse gráficas 2 y 7).

 

Coyuntura económica y probables tendencias

La evidencia mostrada en las secciones anteriores nos permite afirmar que, al menos en los tres años recientes, los flujos migratorios han mostrado una tendencia a la baja; sin embargo, ésta podría ser coyuntural y no de largo plazo. Al respecto, resulta ilustrativo el trabajo realizado por Partida (2006)5 sobre las tendencias futuras de la migración mexicana a Estados Unidos. El autor la proyecta de acuerdo con dos escenarios: uno de economía mexicana con crecimiento bajo y otro con crecimiento alto. En sus resultados y conclusiones llama la atención la diferencia que encuentra en las tasas de migración entre ambos escenarios, que se ilustra en la gráfica 8. Este resultado es interesante porque demuestra que la migración es sensible tanto a los factores de atracción de Estados Unidos como a los de expulsión de México. Entre los factores de atracción que han inhibido los flujos migratorios debemos considerar el reforzamiento de la vigilancia en la frontera sur de Estados Unidos y la reciente crisis económica global, que ha reducido las oportunidades de empleo, situación que no estaba presente en la misma magnitud en el momento de hacer la proyección. También resalta que las tasas de migración son decrecientes en ambos escenarios, es decir, que en cualquiera de ellos la migración tenderá a la baja en el mediano plazo.

Del análisis anterior se desprende una cuestión crucial: si aceptamos que ha iniciado una tendencia de largo plazo a la baja tanto en la migración mexicana a Estados Unidos como en sus remesas, y si consideramos que en México los factores de expulsión se han exacerbado, resulta relevante el siguiente cuestionamiento: ¿cuáles son los factores en los lugares de destino que podrían explicar si esta nueva tendencia se debe a una coyuntura o realmente estamos ante un cambio de los factores que atraían y ayudaban a la integración de los inmigrantes a la sociedad de Estados Unidos? ¿Es probable que este país esté llegando al umbral de su capacidad de recibir inmigrantes con las características de la inmigración mexicana, en términos de las características y cambios recientes de su economía?

Una posible explicación de la reducción reciente de los flujos migratorios se puede encontrar al analizar los sectores de ocupación en Estados Unidos. Como es sabido, la mayoría de los migrantes mexicanos se desempeñan en sectores que ofrecen ocupaciones de baja calificación, como la agricultura, construcción y los servicios de restaurantes, hospedaje, entre otros. Por supuesto que algunos se emplean en sectores altamente calificados, pero se trata de un grupo minoritario en la masiva migración mexicana, aun cuando es de gran relevancia desde la perspectiva de pérdida de capital humano. En general, los principales sectores donde laboran los inmigrantes mexicanos son particularmente sensibles a los cambios en la estructura de consumo e ingresos de la economía estadunidense en su conjunto, la cual, como se argumentará más adelante, muestra una tendencia de largo plazo al estancamiento o al declive en este tipo de sectores. Si suponemos una tendencia de crecimiento comparativamente bajo o de estancamiento, es muy probable que los mencionados sectores hayan alcanzado su umbral de capacidad para dar ocupación a los migrantes, o estén a punto de llegar a él, o incluso se vean en la necesidad de reducir el empleo, en cuyo caso los sectores más afectados serían los inmigrantes mexicanos indocumentados. Con base en información de la EMIF Norte, en el cuadro 2 podemos observar que al inicio de la década de 1990 poco más de la mitad (51 por ciento) de los inmigrantes mexicanos temporales se empleaban en el sector agropecuario; con el paso del tiempo, este sector fue perdiendo importancia y en 2008 pasó al tercer lugar, después de la construcción y los servicios, que emplearon a 40 y 30 por ciento, respectivamente, de los inmigrantes mexicanos temporales. Al parecer, el sector agropecuario llegó a su punto de saturación en la capacidad de dar empleo a inmigrantes mexicanos; sin embargo, considerando la coyuntura actual de crisis económica y el recrudecimiento de las políticas de sanciones a quienes contratan inmigrantes indocumentados, es probable que también los sectores de la construcción y los servicios estén llegando a su punto de saturación y en el futuro se reduzca su potencial de absorber mano de obra mexicana, mayoritariamente indocumentada y de baja calificación.

Como es sabido, un elemento que explica la persistencia de la emigración de México a Estados Unidos es la diferencia salarial entre ambos países, cuya relación es de aproximadamente diez a uno en favor de Estados Unidos. En la gráfica 9 se muestra el índice promedio anual de las remuneraciones de la industria manufacturera en ambos países, como una medida indirecta del cambio que han tenido a lo largo del tiempo los factores de atracción y expulsión de flujos migratorios en respuesta a los cambios en el nivel de ingresos. En ambos casos, 1993 se ha tomado como año base (1993 = 100). Destaca, en primer lugar, que en la economía de Estados Unidos se observa una mejora continua de las remuneraciones en la industria manufacturera, aunque ésta es ligeramente menor en 2007 y 2008; en cambio, en México, la mayor parte de los años muestran una situación peor que en 1993, es decir, en términos de remuneraciones, los incentivos para emigrar se han incrementado a lo largo del periodo. De esta manera podemos afirmar que las diferencias salariales entre los dos países son un factor que podría explicar el incremento reciente de la emigración mexicana, pero no explican su reducción en los tres recientes años.

Probablemente, el factor coyuntural más visible para explicar la disminución de la migración mexicana y de las remesas es la crisis de los créditos subprime,6 que ha llevado a la industria de la construcción a una profunda crisis y causado la quiebra de una parte del sector financiero de Estados Unidos, hasta llevar a ese país a una crisis generalizada, que a su vez arrastra a la economía mexicana. Si consideramos que esta industria daba ocupación a cerca de 19 por ciento de los migrantes mexicanos permanentes (Passel, 2006; Scotia Bank, 2008), es evidente que éstos han resultado altamente perjudicados. Otro factor de coyuntura es el clima antiinmigrante, especialmente antimexicano, así como la xenofobia de los sectores conservadores estadunidenses, factores que se han exacerbado ante la coyuntura económica por la que atraviesa ese país. A estos factores se suman las medidas contra indocumentados instrumentadas por gobiernos estatales y locales,7 así como la lucha contra el terrorismo que se ha asumido como política de Estado y se manifiesta en el reforzamiento de las fronteras (aéreas, marítimas y terrestres, incluyendo la construcción de muros en los lugares donde era mayor el cruce de indocumentados); en la frontera México–Estados Unidos se han instalado equipos sofisticados, ha aumentado el número de agentes de la patrulla fronteriza y hay elementos de la Guardia Nacional estadunidense. Creemos que el vínculo entre migración y seguridad es una tendencia de largo plazo, que su enfoque no ha sido el adecuado, pero llegó para quedarse y tendrá profundos impactos en la reducción de la migración y las remesas.

Si tomamos en cuenta que el crecimiento económico per cápita de México fue de 0.7 por ciento durante los últimos veinticinco años, que se ha profundizado la precariedad laboral, especialmente en los lugares de origen de los migrantes, y que las diferencias salariales entre ambos países continúan incrementándose, podemos afirmar que persisten los factores de rechazo o expulsión, por lo que las explicaciones a la reducción reciente de los flujos migratorios deben centrarse primordialmente en los factores internos de Estados Unidos.

Al respecto, debe considerarse que Estados Unidos se encuentra inmerso en una crisis estructural por la pérdida de competitividad frente a países orientales y del sudeste asiático, principalmente China, así como por la reducción de la brecha científica y tecnológica con este último país, Corea del Sur y la India8 (Dabat y Melo–Martínez, 2008). Ante un escenario de desempleo creciente en Estados Unidos por los factores descritos es previsible que aumente el rechazo a la inmigración, sobre todo a la indocumentada procedente de México, que supuestamente representa una competencia para los trabajadores de ese país. Esta competencia se ha dado tradicionalmente en sectores de baja calificación, donde ha perjudicado sobre todo a trabajadores de raza negra (Briggs, 2008),9 así como a un pequeño sector de blancos no calificados, pero podría ocurrir también en otros sectores si continúa el aumento del nivel educativo de los inmigrantes mexicanos y la necesidad de los trabajadores nativos de emplearse incluso en sectores que ahora rechazan. A todo lo anterior se suma el creciente déficit comercial de Estados Unidos, el aumento de su deuda externa y el paulatino desplazamiento del dólar en los intercambios mundiales y como la principal moneda de reserva mundial, que además ha perdido valor frente al euro (Dabat y Melo–Martínez, 2008: 11–12). Estados Unidos puede ser el banquero del mundo mientras el dólar sea divisa y depósito de valor internacional; sin embargo, la emisión de dólares es una deuda implícita, pues la economía estadunidense debe responder con bienes y servicios cuando los tenedores de dólares del resto del mundo los hagan efectivos, para lo cual Estados Unidos debe exportar y reducir el déficit en su balanza de pagos.

La crisis económica mundial puede ser un indicador del inicio de cambios estructurales de largo plazo. Si aceptamos que el origen de ésta es la cultura estadunidense de consumir por encima de su capacidad de ahorro y del crecimiento de la productividad respecto a los ingresos, que son complementados con créditos, entonces podemos concluir que el sistema financiero de ese país necesita transferir recursos a los consumidores a través de deuda que puede provenir de fuentes públicas o privadas. Las primeras corresponden a la deuda interna y externa del gobierno federal y de los estados de la unión americana, contraída principalmente por medio de bonos que venden dentro y fuera del país. De fuentes privadas se captan recursos sobre todo a través de la emisión de acciones que cotizan en las bolsas de valores nacionales e internacionales, así como de instrumentos que, sin ser deuda en sentido estricto, transfieren parte de los recursos al consumidor vía créditos. Cuando se pueden vender las acciones aprovechando expectativas económicas favorables, por medio de ellas se capta ahorro de diversas fuentes (por ejemplo, fondos de pensiones); consecuentemente, los activos generales de la economía se pueden revaluar realmente si existe incremento de productividad y aumenta el consumo; de lo contrario ocurre una sobrevaluación ficticia de tales activos. Esta es la causa primordial de la susceptibilidad a las crisis financieras de la economía estadunidense, que repercute en todas las demás, dependiendo de su grado de interdependencia. Por otro lado, particularmente en la industria manufacturera, los costos en la economía estadunidense son mayores que los de economías emergentes como las mencionadas arriba, por el alto consumo de energía y la necesidad de acatar normas de protección ambiental. Ello puede implicar mayor esfuerzo para lograr el crecimiento de la productividad en Estados Unidos.

Considerando lo anterior, suponemos que la tendencia de la economía estadunidense a largo plazo podría caracterizarse por: 1) un crecimiento mesurado con posibles periodos recesivos debido a la reducción del consumo por la restricción de créditos y el endeudamiento; 2) una reconversión productiva que conduzca a un menor uso de energía, principalmente de la obtenida de combustibles fósiles, así como mayores costos de protección ambiental, que podrían reforzar esta tendencia; 3) la continuación de la transferencia de inversiones productivas del sector manufacturero estadunidense a países emergentes, en especial a los del llamado grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que podría reducir la capacidad de crear empleos en Estados Unidos, y 4) la pérdida de competitividad frente a países de este grupo, que podrían competir en mercados dominados tradicionalmente por productos estadunidenses, con lo que perderían participación en ellos, y se reforzaría la tendencia mencionada. En general, a largo plazo la economía estadunidense podría caracterizarse por la austeridad, menor protagonismo internacional y un sistema financiero más regulado.

La menor inmigración de mexicanos y la reducción de las remesas que documentamos arriba puede ser el inicio de una tendencia de largo plazo a la reducción de la inmigración, especialmente la indocumentada procedente de México y Centroamérica, tendencia que sería paralela a la crisis estructural de Estados Unidos, la escasez de oportunidades de empleo en ese país y el aumento de las medidas proteccionistas en contra de los inmigrantes, especialmente indocumentados.

 

Posibles impactos para México

Dadas las tendencias de la economía estadunidense ya señaladas y la dependencia de México respecto de aquélla, el menor crecimiento de la primera provocará una reducción de los mercados para las exportaciones mexicanas, lo cual impactará considerablemente el aparato productivo del país, porque el motor de la economía mexicana es la industria de exportación, que ha tenido un fuerte desarrollo en el contexto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Con base en el análisis previo, podemos afirmar que en México seguirá siendo precaria la creación y calidad del empleo, continuarán siendo bajos los ingresos de la mayoría de la población y podrían aumentar la pobreza y la desigualdad. A esta situación, ya de por sí crítica, se agrega la creciente demanda de empleos de un cada vez mayor número de jóvenes de reciente ingreso o que buscan entrar en el mercado laboral, como resultado de la dinámica de la estructura de edades.

La profundización de la tendencia a la baja de la emigración mexicana y las remesas tendrá diversas consecuencias para México, sobre todo en las regiones recientemente incorporadas al flujo migratorio y de alto nivel de pobreza y marginación. En éstas ya se perciben los efectos de la reducción en los montos de las remesas. Es probable que muchos de sus habitantes, al dejar de recibir este tipo de recursos, regresen a los niveles de pobreza y desempleo anteriores a la emigración internacional. De esta manera, la reducción de ambas variables seguramente contribuye a explicar el retroceso en el combate a la pobreza y el incremento de la informalidad. Por otra parte, también tendrá el efecto de disminuir en las comunidades de origen la desigualdad que tales recursos venían provocando.

De acuerdo con Valdivia–López y Lozano–Ascencio (2008), a diferencia de la región tradicional de la emigración, donde el crecimiento económico estatal depende en menor medida de las remesas, en los estados del sur del país el aumento de las tasas de crecimiento de su PIB tiene una fuerte relación con el aumento de los envíos monetarios (Valdivia–López y Lozano–Ascencio, 2008). En estas entidades seguramente su disminución afectará el desarrollo. Además, con la disminución de las remesas disminuirá también la "componente de desigualdad regional y dependencia espacial" que encuentran estos autores. Santacruz–de–León et al. (2008) hacen notar que del año 2000 al 2007 el monto de las remesas del estado de Chiapas aumentó de 13.1 a 779.4 millones de dólares, lo cual representó para la entidad un aumento de la participación de las remesas en el PIB de 0.15 a 6.01 por ciento.

Morales–Hernández (2006) encuentra que las remesas son fundamentales para la subsistencia y para disminuir índices como el de marginación o aumentar el de desarrollo humano en algunos estados de reciente incorporación a la migración. Agrega que en la región sureste del país —Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán— "a menor monto de remesas, menores oportunidades de subsistir; mayores índices de analfabetismo y disminución de la distribución del PIB ponderado" (Morales–Hernández, 2006: 740).

La magnitud de las consecuencias que puede padecer la población de esta región se pone de manifiesto si tomamos en cuenta su conclusión de que "Entre menos personas reciban remesas en un estado o región, más elevado será el índice de marginación en la población y menor su desarrollo humano..." (ibíd.:745).

En las regiones de migración tradicional, ambas tendencias de largo plazo podrían tener consecuencias, como la disminución de la actividad económica de sus ciudades grandes, que son centros nodales de regiones subnacionales, en las que tienen sus mayores efectos económicos las remesas;10 pero también aumentaría el desempleo en las comunidades rurales, que en lo sucesivo podrían enviar a Estados Unidos a menos personas de las que se incorporan cada año al mercado de trabajo, y no se podrían autoemplear algunos familiares de los migrantes, ni éstos tendrían ocupación a su regreso, como ocurre actualmente. Es probable que esta población de cualquier manera emigre de las comunidades rurales donde no hay empleo, pero esta vez a las ciudades medias y pequeñas mexicanas, donde se incrementaría la economía informal, al tiempo que se profundizaría el despoblamiento de diversas comunidades rurales, como se puede constatar con la información del Conteo de Población y Vivienda, 2005. Además, tanto en las regiones como en las ciudades, la reducción de remesas repercutiría en la industria de la construcción, que es financiada en parte por ellas.

En 2006 recibían remesas aproximadamente 1.9 millones de hogares mexicanos (siete por ciento del total), remesas que son utilizadas principalmente para la manutención de los integrantes de esos hogares; en segundo lugar, para la compra de bienes muebles e inmuebles; en tercer lugar, para la inversión en capital humano, como salud y educación, y en una cantidad menor para inversión directamente productiva. Los envíos de dinero representan flujos de ingresos integrados a la economía mexicana y a las economías de regiones subnacionales, de manera que los incrementos o decrementos tienen efectos multiplicadores positivos o negativos en esas economías. Además de que las economías de los centros urbanos nodales de las regiones con amplia percepción de remesas son los receptores principales de dichos impactos económicos (véase Arroyo–Alejandre y Berumen–Sandoval, 2002; Arroyo–Alejandre y Corvera–Valenzuela, 2006). Por otro lado, Taylor et al. (2005) señalan que en regiones con tradición migratoria,11 como la región Centro–Occidente, propician una mejor distribución del ingreso, no así en regiones como el Sureste, donde aumentan la desigualdad en dicha distribución. Más aún, en el medio rural, y en menor medida en el urbano, las remesas disminuyen los niveles de pobreza de manera más efectiva que los programas sociales dirigidos a este fin (Cortés, 2005; Székely, 2006).

Por último, la disminución de las remesas repercute en el tipo de cambio y en la balanza de pagos del país, disminuyendo la capacidad de importación, de consumo y, por tanto, la generación de empleos.

 

Conclusiones

La evidencia mostrada sugiere que se está dando un cambio en las tendencias históricas de la migración y las remesas, así como en la forma como los gobiernos y la sociedad de los dos países viven el fenómeno.

Se ha exacerbado el clima antiinmigrante en Estados Unidos, especialmente antimexicano, así como la xenofobia de los sectores conservadores estadunidenses. Han proliferado las medidas contra los indocumentados en los ámbitos estatal y local.

La lucha contra el terrorismo se ha asumido como política de Estado y se manifiesta en el endurecimiento de la política inmigratoria. El vínculo entre migración y seguridad es una tendencia de largo plazo y tendrá profundos impactos en la reducción de la migración mexicana y sus remesas.

La mayoría de los migrantes mexicanos se desempeñan en sectores que ofrecen ocupaciones de baja calificación y pagan bajos salarios; en general, estos sectores son particularmente sensibles a los cambios en la estructura de consumo e ingresos de la economía en su conjunto, la cual muestra una tendencia de largo plazo al estancamiento o al declive para este tipo de sectores. Es muy probable que éstos hayan alcanzado su umbral de capacidad para dar ocupación a los migrantes mexicanos, estar a punto de llegar a él o incluso verse en la necesidad de reducir el empleo de esas personas, en cuyo caso los sectores más afectados serían los inmigrantes indocumentados.

Durante las tres últimas décadas del siglo pasado y en el primer lustro del presente, el número de migrantes y los montos de las remesas enviadas a sus familiares experimentaron tasas ininterrumpidas de crecimiento; al parecer, en años recientes, se ha estabilizado el ritmo de crecimiento de ambas variables, aunque ocasionalmente pueden continuar creciendo, pero lo harán a un ritmo mucho menor.

Reconocemos que es muy difícil medir las tendencias recientes y predecir fehacientemente el comportamiento esperado de la migración y sus remesas; sin embargo, diversos indicadores cuantitativos y el análisis de la coyuntura económica y política nos permiten plantear la hipótesis de que hemos llegado o estamos cerca de un punto máximo, al que le seguirá un periodo de relativa estabilización en cuanto a niveles y ritmos de crecimiento de ambas variables; de ninguna manera planteamos un súbito desplome de las remesas ni el retorno masivo de los emigrantes ya establecidos en Estados Unidos, aunque sí visualizamos una reducción en el número de los emigrantes de primera salida.

Los cambios en el patrón migratorio que han venido ocurriendo y se profundizarán en el futuro cercano tendrán profundos impactos en el crecimiento económico, el combate a la pobreza y el desarrollo de México, particularmente para ciertas regiones de amplia tradición migratoria, dependientes económicamente de los flujos de remesas, pero sus impactos serán más profundos en regiones emergentes y con una actividad económica precaria, ya que la migración no será una alternativa ante la falta de oportunidades de desarrollo en el ámbito local.

En el plano individual se están viendo más afectados los migrantes originarios de localidades con nula o poca experiencia migratoria, porque no están en condiciones de sufragar los costos del viaje migratorio y cuando lo hacen el tiempo para recuperar su inversión es mucho mayor de lo que lo fue en el pasado. Además, gran parte de ellos son indocumentados y se espera que este grupo sea el más afectado.

Las remesas han dado respiro a los tres niveles de gobierno en México durante muchos años, gracias al continuo flujo de estos recursos, los gobiernos no han tenido que preocuparse demasiado por la creación de empleos, las comunidades de origen han soportado el abandono de obra pública y el desempleo, el subempleo y la precariedad laboral. Al mismo tiempo, los gobiernos han recibido beneficios de manera indirecta, en el sentido que los migrantes se ocupan de obras que en rigor les corresponderían a las instancias oficiales.

Queremos ser enfáticos en que las remesas no son la solución para amplios sectores de población del país, ni siquiera para el conjunto de la población de las localidades con alta intensidad migratoria, en el trabajo empírico se han documentado casos de éxito de manera individual o familiar, pero no a nivel local o regional como un todo. Las localidades de alta intensidad y larga tradición migratoria se encaminan de manera acelerada hacia el despoblamiento y el envejecimiento de su población, sus niveles de desarrollo son similares y en pocas ocasiones ligeramente más favorables que el resto del país.

Algunos desafíos que deberán enfrentar el gobierno y la sociedad de México a partir de las tendencias de largo plazo a las que hicimos referencia son:

1. La política pública debe generar las condiciones para que no haya otra generación de mexicanos mirando hacia el norte como única alternativa de movilidad social. Urgen medidas imaginativas de los gobiernos, los estudiosos y los propios interesados para buscar un desarrollo endógeno con base en las remesas de los que ya se fueron o sin ellas.

2. Deberán instrumentarse políticas de desarrollo local y regional enfocadas a reducir los impactos socioeconómicos negativos del menor flujo de remesas y de la reducción del número de migrantes, en especial, la presión que ejercerán sobre los mercados laborales aquéllos que regresen y los jóvenes mexicanos que se incorporen a la fuerza laboral sin la opción de migrar hacia Estados Unidos, al menos no en las condiciones relativamente favorables del pasado.

3. Establecimiento de una política de desarrollo regional y local fincada en un emprendurismo en el que colaboren los mexicanos que residan en Estados Unidos con sus familiares que permanecen en México, con el refuerzo de políticas nacionales de empleo y crecimiento económico.

4. Ni las instancias regionales ni los poblados rurales pueden apostar permanentemente a las remesas y la emigración como fuente de recursos económicos, sino que deben hacer esfuerzos propios, junto con los gobiernos estatales y el gobierno federal, para lograr que el campo produzca lo suficiente para retener a los habitantes en sus lugares de origen, crear pequeñas y medianas empresas que les den ocupación con sueldos suficientes para satisfacer al menos sus necesidades más apremiantes.

5. En el diseño e instrumentación de políticas en México se debe tener en cuenta que la emigración ya no será más la válvula de escape al desempleo, el subempleo y la falta de oportunidades de movilidad social y económica; por el contrario, el país debe buscar soluciones imaginativas a través de políticas públicas con visión de largo plazo.

El panorama puede tornarse más favorable cuando gobierno y sociedad entendamos que el desarrollo no puede llegar desde afuera, ni siquiera en el caso de los migrantes. La mayoría de ellos tienen su corazón en México, pero su esfuerzo y sus ahorros no nos pertenecen.

 

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Notas

*Una primera versión de este artículo fue presentada en la reunión nacional de la Sociedad Mexicana de Demografía, efectuada en Mérida, Yucatán, del 8 al 11 de octubre de 2008.

1 Para este punto, véase Pellegrino, 2008.

2 En Solimano (2008) puede verse un resumen de los efectos económicos más importantes en países de origen y destino de la migración internacional.

3 Es oportuno recordar que en la gráfica 2, elaborada con datos de la enoe, se presentaron datos al primer trimestre de 2009 y la tendencia a la baja en los flujos migratorios es más evidente. Desafortunadamente, la información de la ACS y de la CPS sólo está disponible para julio de 2007 y marzo de 2008, respectivamente.

4 Las estadísticas de Estados Unidos se refieren exclusivamente a detenidos en la frontera sur, mientras que las estadísticas de México (registros administrativos del INM y EMIF Norte) se refieren al total de devueltos independientemente del lugar de su detención. Por otra parte, estas dos fuentes sólo incluyen los eventos de devolución que tienen lugar por los lugares y en los horarios autorizados para tal efecto, de manera que en la medida que las estadísticas de México logren mejor cobertura, como ha ocurrido en los dos o tres años recientes, es probable que las estadísticas muestren una mayor eficiencia en el registro de los datos.

5 Estas proyecciones toman los resultados del proyecto de proyecciones de población del Conapo previas al Conteo de Población de 2005. Asimismo, toman las interrelaciones del PIB mexicano y el monto de remesas per cápita para determinar la intensidad de las redes sociales de los migrantes, las razones de salarios y sus tasas de desempleo. Partida utiliza un modelo de regresión lineal para estimar los parámetros que le permiten posteriormente proyectar las tasas de migración considerando dos escenarios (de economía baja y de economía alta), así como los supuestos de la proyección de la población en general.

6 En medio del auge inmobiliario de principio del siglo XXI, algunas instituciones financieras decidieron ampliar sus carteras de clientes prestando a personas que no eran sujetos de crédito —se les llamó ninjas por el acrónimo formado por las iniciales de las palabras en inglés no income, no job, no assets, es decir: sin ingresos, sin trabajo, sin activos—, principalmente para la compra de vivienda, a una tasa media de interés mayor que la del mercado. Los títulos de deuda, que eran un éxito porque el sector inmobiliario tendía al alza, fueron empaquetados con otros activos y ofrecidos a otros mercados e inversionistas, que al tener una rentabilidad menor que la esperada se apresuraron a venderlos. Estos créditos otorgados en condiciones subóptimas (subprime) han causado la quiebra de instituciones crediticias y muchas de las viviendas así compradas fueron devueltas en pago o subastadas por tenedores de los títulos. Muchos de los recursos otorgados en crédito procedían de otros países desarrollados, principalmente de fondos de ahorro para el retiro, por lo que esta crisis tiene repercusiones también en otras economías. Para un estudio comparativo de la actual crisis de Estados Unidos con las de otros países desarrollados, véase Reinhart y Rogoff (2008).

7 En un marco en que las disposiciones relativas a la migración son de carácter federal y existe el sentimiento local de que las autoridades nacionales no emprenden las acciones que los estados y condados quisieran, estos dos niveles de gobierno han aprobado sus propias leyes y ordenanzas, respectivamente. Puesto que estas iniciativas legales tienen como limitantes las leyes federales, las autoridades estatales y locales presionan a sus legisladores de las cámaras de representantes y senadores para que aprueben leyes cada vez más agresivas, en ocasiones abiertamente antimexicanas y con una fuerte carga de xenofobia y racismo. Para un estudio más completo sobre leyes estatales y ordenamientos locales migratorios y su relación con la legislación federal de Estados Unidos, véase Rodríguez et al. (2008), quienes destacan que sólo en 2007 las legislaturas de los cincuenta estados evaluaron más de mil propuestas relativas a inmigrantes e inmigración, de las cuales cuando menos 156 se convirtieron en leyes locales.

8 Para un análisis de esta crisis en el marco de la economía internacional y de la globalización véase Dabat y Melo–Martínez (2008).

9 Algunos economistas creen que los trabajadores indocumentados provocan la disminución de salarios de trabajadores nativos y los desplazan del empleo. Por ejemplo, según Briggs (2008), los estadunidenses de raza negra no calificados son desplazados por mexicanos con mejor disposición para el trabajo y que aceptan salarios menores. Cree que por su bajo capital humano y porque no hablan inglés, la mayoría de ellos desempeñan trabajos que no requieren capacitación. Afirma que en 2007 había siete millones y medio de indocumentados compitiendo por el empleo con 43 millones de trabajadores estadunidenses poco calificados, extranjeros con residencia permanente e inmigrantes con visa y autorizados para trabajar legalmente en Estados Unidos, y que la fuerza de trabajo no calificada presentaba el más alto nivel de desempleo en el país en febrero de 2008: mientras que la tasa general de desempleo estadunidense fue de 4.8 por ciento, la de aquéllos sin certificado de preparatoria (high school) alcanzó el 7.3 por ciento. Agrega que de los 50 millones de adultos no calificados del país 5.6 millones son estadunidenses de raza negra y representan alrededor de 10 por ciento de toda la fuerza laboral de Estados Unidos no calificada y un tercio de toda la de color, que es de unos 17 millones de personas. Según De–la–Garza (2006), aunque a nivel nacional no se nota que los trabajadores estadunidenses sean desplazados por indocumentados, localmente hay evidencias de lo contrario, sobre todo en lo referente a los de raza negra. Estas afirmaciones son desmentidas por investigadores como Cornelius, quien dice que los inmigrantes mexicanos se dispersan en muchos puntos geográficos a los que no llegaban otras generaciones de ellos, con lo que se evita la saturación de los mercados de trabajo; además, se emplean en trabajos no calificados y mal pagados —a veces sucios, monótonos y peligrosos— como cajeros, conserjes, ayudantes de cocina, jardineros, albañiles y mecánicos. Estos trabajos difícilmente son aceptados por los estadunidenses. Los migrantes indocumentados se concentran en ocupaciones de los sectores servicios, construcción y manufactura, lo que también echa por tierra el mito de que ocupan puestos que necesitan los trabajadores nativos (Barnard, 2007). De acuerdo con el Pew Hispanic Center (citado en Cornelius, 2006), carecen de documentos migratorios 25 por ciento de los trabajadores del campo, 17 por ciento de los trabajadores de limpieza, 14 por ciento de los trabajadores de la construcción y 12 por ciento de los empleados en la preparación de alimentos.

10 Arroyo–Alejandre y Corvera–Valenzuela (2006) demuestran que los impactos económicos de las remesas (medidos por el nivel de empleo) son mayores en las economías de los centros nodales de regiones de amplia emigración, normalmente ciudades grandes como Guadalajara, Morelia y León, y en las de menor tamaño también se resentiría la baja de ellas, dependiendo de su base económica de sostenimiento y crecimiento. Como afirman Arroyo–Alejandre y Berumen–Sandoval (2002), los incrementos o decrementos en el volumen de las remesas tienen efectos multiplicadores en la economía nacional y en las de regiones subnacionales. Así, un decrecimiento de ellas disminuiría la actividad económica de acuerdo con el multiplicador de ingresos externos.

11 Los estudiosos de la migración México–Estados Unidos consideran que está región está conformada por los estados del centro–occidente y el centro–norte del país: Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas. Desde sus inicios hasta hoy en día, entre las entidades que más personas han aportado a los flujos migratorios figuran Guanajuato, Jalisco y Michoacán; éstas son también las que tradicionalmente han recibido más remesas.

 

Información sobre autor(es)

Jesús Arroyo–Alejandre.
Es economista por la Universidad de Guadalajara, estudios de maestría en planificación urbana y regional por la Escuela de Economía de Londres y maestro y doctor en Ciencia Regional por la Universidad de Cornell. Por su trabajo académico ha sido merecedor de diversas distinciones académicas y membresías, entre las principales, la de formar parte del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III. Entre sus publicaciones se encuentran El abandono rural y los dólares de la migración. Ha sido compilador de al menos 15 títulos, entre ellos: El renacimiento de las regiones. Descentralización y desarrollo regional Alemania (Brandenburgo) y México (Jalisco); El Norte de todos. Migración y trabajo en tiempos de globalización; Competitividad. Implicaciones para empresas y regiones: Migración México–Estados Unidos. Implicaciones y retos para ambos países, entre otros. Su línea de investigación es sobre migración interna e internacional hacia Estados Unidos en relación con el desarrollo económico regional y urbano y la gobernanza local.

David Rodríguz–Álvarez.
Es egresado de la Escuela de Agricultura y de la maestría en publicaciones de la Universidad de Guadalajara. Su trabajo editorial le ha permitido trabajar e incursionar en temas como la migración internacional y las remesas, el desarrollo regional, el análisis económico, el desarrollo local, principalmente. Es autor de artículos, como: Arandas: la otra región tequilera y Medio ambiente y sustentabilidad, y de reseñas de libros como: El norte de todos. Migración y trabajo en tiempos de globalización, Los dólares de la migración, El futuro del agua en México y Migración México–Estados Unidos. Implicaciones y retos para ambos países.

Salvador Berumen–Sandoval.
Maestro en Economía por El Colegio de la Frontera Norte y licenciado en Economía por la Universidad de Guadalajara. Fue director de Estudios Socioeconómicos y Migración Internacional del Consejo Nacional de Población. Ha sido profesor investigador en el Departamento de Estudios Regionales INESER. En el ámbito académico tiene una amplia trayectoria laboral eneldesarrollodeestudiosprincipalmenteparaelsectorpúblicoyenla academiasehadesempeñadocomoCoordinadordelnvestigaciónenel Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara. Cuenta con diversas publicaciones sobre migración internacional y sus remesas. Actualmente es director de Investigación del Centro de Estudios Migratorios del Instituto Nacional de Migración.

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