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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.15 no.59 Toluca ene./mar. 2009

 

Desigualdad en las experiencias y sentidos de la transición escuela-trabajo

 

Inequality on school to work transition meanings and experiences

 

Gonzalo A. Saraví

 

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social

 

Resumen

El autor explora los procesos de desigualdad que se gestan y desarrollan en el proceso de transición escuela-trabajo, y que quedan ocultos por la homogénea precariedad del mercado de trabajo juvenil. Asume que uno de los ámbitos donde pueden verse estos procesos de desigualdad es el de los sentidos y experiencias biográficas. Se concentra en el análisis de algunos aspectos de las experiencias biográficas de esta transición, y los sentidos que los jóvenes atribuyen y van construyendo sobre el trabajo. Las fuentes de información para este análisis fueron la Encuesta Nacional de Juventud 2000, y un corpus de 38 entrevistas semiestructuradas realizadas con jóvenes residentes en colonias populares del oriente de la Ciudad de México en los años 2003 y 2006.

Palabras clave: transición escuela-trabajo, trabajo juvenil, exclusión social, Ciudad de México.

 

Abstract

The author explores the processes of inequality that are gestated during the school to work transition and which are hidden by the uniform precarious youth labor market. He assumes that one of the areas where these processes can be observed is the inequality of the senses and biographical experiences. He focuses on the analysis of some aspects of the biographical experiences of this transition, and the meanings that young people build on the work and attribute to it. Information sources for this analysis were the 2000 National Survey of Youth, and a corpus of 38 interviews conducted with young people living in poor neighborhoods at East of Mexico City in 2003 and 2006.

Key words: school to work transition, youth work, social exclusion, Mexico City.

 

Introducción

Tal como lo han mostrado diversos estudios, la participación de los jóvenes en el mercado de trabajo tiende a caracterizarse por su inestabilidad y desprotección, cuando no por el desempleo y, en términos generales, por las condiciones prevalecientes de precariedad. Sin embargo, cabe preguntarse si esta precariedad es efectivamente un rasgo homogéneamente predominante en el universo juvenil, o si se trata de una imagen superficial y estática que oculta procesos en desarrollo de desigualdad social sobre los cuales aún no hemos profundizado lo suficiente. El objetivo de este artículo consiste precisamente en explorar estos procesos no visibles en la transición escuela-trabajo que dan lugar a una bifurcación —condicionada por desigualdades de origen— en las trayectorias laborales. En este sentido, se analiza la participación laboral de los jóvenes en el contexto de la transición escuela-trabajo. Desde esta perspectiva se explora, por debajo de la precariedad generalizada, la conformación de patrones transicionales divergentes y desiguales, focalizando específicamente sobre la acumulación de desventajas y la reconfiguración de los sentidos atribuidos al trabajo que tienen lugar entre los jóvenes más desfavorecidos.

La incorporación al mercado de trabajo constituye una dimensión clave del proceso de transición a la adultez en la sociedad contemporánea. Durante buena parte del siglo pasado, el trabajo representó, particularmente para los sectores populares, el canal por excelencia de movilidad social ascendente y de incorporación al acelerado proceso de modernización que experimentaban la sociedad mexicana y la región latinoamericana en general. La participación laboral de los jóvenes de sectores populares tiene, además, repercusiones en su capacidad económica —y por ende en el proceso de independencia y autonomía—, pero también en la reformulación de identidades, de las relaciones y dinámicas intrafamiliares, de los proyectos de vida, etc. En virtud de esta centralidad en esferas tan diversas, el trabajo ha constituido, como lo han destacado infinidad de autores, un componente clave de integración social.

Hoy, el mercado de trabajo juvenil se caracteriza por una acentuada precariedad y desempleo; en los contextos más diversos, los jóvenes (definidos de acuerdo con los parámetros internacionales como el grupo etáreo de 15 a 29 años de edad) tienden a presentar peores condiciones de inserción laboral que el resto de la población adulta. Sin embargo, tal como lo señala la OIT en un informe sobre las tendencias del empleo juvenil en el mundo (OIT, 2006: 22), "los jóvenes como grupo no son homogéneos; existen ciertos subgrupos que, además de ser jóvenes, tienen otras desventajas que les dificultan aún más encontrar un trabajo decente". Los procesos de reestructuración económica e incorporación a una economía global han implicado nuevas oportunidades tanto económicas como de desarrollo personal y profesional para algunos sectores de jóvenes, mientras que para otros han significado no sólo una creciente precariedad laboral, sino además el entrampamiento en situaciones de vulnerabilidad que parecen condenarlos a la inmovilidad en condiciones de desventaja social. Tal como lo señala Martín Hopenhayn (2004), la reorganización del trabajo abre nuevas vulnerabilidades y coloca a la precariedad como contrapartida de la plasticidad, lo que se perfila, concluye el autor, "es una sociedad de contrastes donde aumenta el entretenimiento, el consumo, y la exclusión" (63).

Esta sociedad de contrastes tiene uno de sus motores en los patrones de transición de la educación formal al mercado de trabajo, la cual es una de las dimensiones clave de la transición a la adultez. En efecto, los contrastes en la participación laboral de los jóvenes no se reducen ni se traducen necesariamente en situaciones estáticas que solamente pueden captarse en un momento fijo en el tiempo, como la tasa de desempleo, el porcentaje con ingresos inferiores al mínimo o la proporción de jóvenes en la informalidad. Los contrastes y desigualdades se producen y reproducen de manera ampliada en un proceso que se extiende a lo largo de la transición escuela-trabajo. Resulta necesario mirar los datos que dan una imagen puntual del mercado de trabajo juvenil en un momento dado, pero también hace falta asumir una perspectiva de análisis integral y procesual que permita dar cuenta de las experiencias y sentidos que se van entretejiendo en el transcurso de esta transición, y que van dando lugar a patrones transicionales desiguales. Desde esta perspectiva, y a efectos de responder al objetivo enunciado inicialmente, en este artículo analizo algunas experiencias biográficas de los jóvenes de los sectores populares durante estos años de transición y su vinculación con transformaciones en los sentidos que van construyendo sobre la escuela y el trabajo. Si bien el análisis se focaliza sobre los jóvenes de los sectores populares, y en particular sobre los más desfavorecidos, en la medida que las fuentes de información lo permiten hago referencia a las condiciones de aquellos jóvenes que provienen de hogares con mejores condiciones socioeconómicas a fin de poder marcar la emergencia de patrones contrastantes y desiguales. Las fuentes de información para este análisis son la Encuesta Nacional de Juventud 2000, y un corpus de 38 entrevistas semiestructuradas, realizadas con jóvenes residentes en colonias populares del oriente de la Ciudad de México.1

 

Condiciones del mercado de trabajo juvenil

Existen en México numerosos estudios que exploran las condiciones de trabajo de los jóvenes, e incluso especifican las características de sus primeras experiencias laborales. Pero casi todos ellos podrían clasificarse en dos áreas temáticas: a) la caracterización de la situación prevaleciente en el mercado de trabajo juvenil, ya sea a nivel general o focalizando sobre cierto sector de jóvenes, y generalmente destacando sus condiciones de precariedad, y b) la exploración de los posibles factores que condicionan la incorporación de los niños, adolescentes y jóvenes al mercado de trabajo, así como su peso relativo, nuevamente, para diversos subgrupos de jóvenes. En ambos casos se trata mayoritariamente de análisis socio-demográficos del mercado de trabajo.

Gracias a estos estudios conocemos la magnitud del trabajo de niños y adolescentes, o el peso de sus contribuciones a la economía familiar. En el contexto latinoamericano, México se ubica en el grupo de países con los niveles más altos de participación económica de la población de 13 a 17 años; en 32 por ciento de los hogares mexicanos hay al menos un joven de 12 a 24 años que trabaja y recibe ingresos y, aun más, en uno de cada ocho hogares es un joven el que aporta el mayor ingreso (Camarena, 2004: 96). También sabemos que la inserción laboral de los jóvenes, como ocurre en la mayor parte de los mercados de trabajo, tiende a caracterizarse por la precariedad, la escasa formalidad y la pobreza de las remuneraciones recibidas.

En América Latina, cifras recientes muestran que 58.6 por ciento de los jóvenes de 15 a 19 años que trabajan lo hacen en el sector de más baja productividad del mercado de trabajo, pero lo más preocupante es que se llega a este porcentaje como resultado de una tendencia que viene en ascenso desde comienzos de los años noventa (Schkolnik, 2005). En el caso específico de México, diversos datos confirman este panorama regional: poco más de 80 por ciento de los jóvenes de 15 a 17 años que trabajan lo hacen bajo un acuerdo verbal con el patrón, sin ningún otro tipo de contrato (Camarena, 2004), cerca de la mitad de los jóvenes que trabajan reciben como ingreso menos de un salario mínimo en su primer trabajo (Horbath, 2004); la gran mayoría de los jóvenes trabajadores carecen de todo tipo de prestaciones sociales (Miranda López, 2002); más de la mitad de los jóvenes que trabajan (54 por ciento) lo hacen en la informalidad (Pérez Islas y Arteaga, 2001). Podrían enumerarse muchos otros datos, algunos de ellos que incluso mostrarían discrepancias con respecto a la magnitud de estas condiciones, pero lo significativo es que en todos los casos se presenta un mercado de trabajo para los jóvenes caracterizado por la precariedad, la informalidad y los bajos ingresos.

De igual manera, también contamos con cierto corpus de conocimientos respecto a los factores y condiciones que favorecen la participación económica de niños y adolescentes. Diversos estudios han explorado el efecto de variables tales como la estructura y composición de la familia, la ocupación y educación de la madre y el padre, las características del mercado de trabajo local, el área de residencia rural o urbana, etcétera.

El tipo de estructura familiar prevaleciente en el hogar parece presentar cierta asociación con la probabilidad de participación económica de niños y adolescentes; así por ejemplo, los hogares nucleares con jefatura masculina son los que muestran menor riesgo de una temprana participación laboral de los hijos, mientras que las monoparentales y extensas, y particularmente los hogares encabezados por una mujer, muestran la situación inversa, con el mayor riesgo de que sus miembros menores trabajen (Mier y Terán y Rabell, 2001; Estrada, 2005). Es cierto, sin embargo, que esta asociación, tal como lo señalan Mier y Terán y Rabell, depende sustancialmente del sector socioeconómico al que pertenezcan las familias. En este sentido, tanto la educación como el tipo de inserción laboral de los padres constituyen factores de mucho peso. El nivel de educación del jefe del hogar opera en la dirección esperada, es decir, a medida que éste aumenta, la probabilidad de que los niños y adolescentes trabajen disminuye (Estrada Quiroz, 2005). En cuanto a la ocupación de los padres, se han establecido ciertas asociaciones vinculadas con distintos aspectos. Así, la participación del jefe del hogar en el sector primario incrementa sensiblemente la probabilidad de que los niños trabajen, mientras que en el extremo opuesto se encuentran los hogares en los cuales el jefe es un trabajador no manual (Estrada, 2005). Giorguli Saucedo (2005) también ha observado que la participación de las madres en el sector informal tiende a asociarse con una mayor probabilidad de que los hijos en edad escolar trabajen; mientras que Horbath (2004) sugiere que cuando los hijos se incorporan a las mismas actividades que sus padres, se incrementan las probabilidades de que esta inserción se dé en condiciones precarias.

Esta breve revisión de algunos estudios recientes sobre la inserción de los jóvenes en el mercado de trabajo nos permite formarnos una idea de las áreas en las que se han concentrado los estudios sobre el tema. Al mismo tiempo hace evidente la perspectiva que ha prevalecido, y los espacios que han permanecido inexplorados. En este sentido, la contribución de este artículo parte de asumir una perspectiva basada en la "integralidad del tránsito juvenil al empleo" (Pérez Islas y Arteaga, 2001: 373), lo cual implica no sólo detenerse en las condiciones laborales, sino en una densa red de experiencias y sentidos que se van construyendo en este proceso de transición.

 

De la escuela al trabajo

La transición escuela-trabajo es considerada en los estudios sociodemográficos como una dimensión clave en el proceso de transición a la adultez (Elder, 2000; Hogan y Astone, 1986). En término generales, se define por dos eventos: el abandono de la educación formal y la obtención de un empleo asociado a la independencia económica (Hogan, 1978). Sin embargo, estos dos eventos sólo se consideran como puntos de referencia o marcadores, pues en realidad ellos también constituyen momentos de procesos más amplios y dinámicos. La transición escuela-trabajo constituye un proceso complejo, con múltiples situaciones, sentidos y patrones posibles. Comprende desde las incertidumbres respecto a continuar o no estudiando, la combinación de distintas actividades o el reinicio de otras abandonadas, hasta la posible sucesión de una serie de empleos durante los primeros años de la trayectoria laboral.

Un primer paso en este análisis consiste en explorar la condición de actividad de los jóvenes. La gráfica 1 presenta las actividades principales en las que se ocupan los jóvenes a distintas edades, encontrándose algunas de las tendencias esperadas. A medida que aumenta la edad disminuye la proporción de aquéllos que sólo estudian, mientras que se incrementa la de quienes se dedican exclusivamente a trabajar o a las tareas del hogar. Pero resulta de interés detenerse en algunos aspectos puntuales. En el grupo de 15 a 19 años sólo la mitad de los jóvenes se dedican exclusivamente a estudiar (51.8 por ciento); la otra mitad se encuentra integrada por jóvenes que o sólo trabajan (21.4 por ciento), que combinan el estudio con el trabajo (12.3 por ciento) o que están desocupados (3.9 por ciento) o son amas de casa (7.3 por ciento). Lo significativo es que una proporción importante (38 por ciento) del total de adolescentes ya se ha incorporado al mercado de trabajo, en la mayoría de estos casos abandonando definitivamente la escuela.

Otro aspecto a destacar es el abrupto descenso de la proporción de jóvenes que sólo estudian en el grupo de 15 a 19 años, y en el grupo de 20 a 24 años: de 51.8 a 18.7 por ciento. Este dato debe leerse conjuntamente con lo ocurrido en las otras categorías de actividad. Contrariamente a lo que uno esperaría encontrar, la proporción de jóvenes que estudian y trabajan no experimenta ningún cambio; el porcentaje de jóvenes que combinan estudio y trabajo permanece en el grupo de 20 a 24 años en 12.3 por ciento. Los que ya no estudian como única actividad se desplazan al mercado de trabajo o a las tareas del hogar como actividades exclusivas. Sintetizando y expresándolo en otros términos, los jóvenes de áreas urbanas tienden a incorporarse muy tempranamente al mercado de trabajo, muchos de ellos combinándolo con la escuela; sin embargo, a medida que aumenta la edad no aumenta la proporción de aquéllos que continúan estudiando y empiezan a trabajar, antes bien, esta categoría desciende, contrariamente a lo esperado y a lo que ocurre en otros países. Lo que sucede entonces es que hacia el final de la adolescencia se produce una clara bifurcación en los patrones de actividad, que se expresa en una polarización entre una minoría que sólo estudia (18.7 por ciento) y una amplia mayoría que sólo trabaja o permanece en el hogar (69.0 por ciento).

La tabla 1 permite ver aun con mayor claridad el paulatino ensanchamiento de los contrastes en el tipo de actividades en que se ocupan los jóvenes. A medida que aumenta el nivel de educación alcanzado por la madre, es mayor la proporción de adolescentes y jóvenes que se dedican exclusivamente a estudiar. Lo opuesto ocurre con el porcentaje de quienes sólo trabajan o se dedican a las tareas del hogar, cuya presencia disminuye consistentemente. Nuevamente, vuelve a ser interesante detenerse en lo que ocurre con los jóvenes que combinan el estudio y el trabajo: su presencia crece a medida que aumenta el nivel educativo de la madre. Esto sugiere que la estrategia de combinar estudio y trabajo resulta ser más frecuente en los hogares con mejores condiciones socioeconómicas, y muy poco común entre los jóvenes pertenecientes a un nivel socioeconómico más bajo, quienes parecen hacer un temprano y abrupto tránsito hacia el mercado de trabajo.

En 2004, según datos de la Comisión Económica para América Latina, en las áreas urbanas de México, 62.2 por ciento de los jóvenes de 13 a 19 años pertenecientes al quintil de ingresos más bajo asistían a la escuela, mientras que ese porcentaje era de 86.2 por ciento en el quintil de mayores ingresos. La brecha es significativamente más amplia al considerar el grupo de 20 a 24 años: en el quintil más pobre sólo 12.3 por ciento estudian, mientras que en el quintil más rico este porcentaje es de 50.2 por ciento. Las cifras de la Cepal para México, referidas a los niveles de logro educativo en la enseñanza secundaria, muestran los contrastes socioeconómicos con toda crudeza: en el año 2002, mientras que en los hogares pertenecientes a 20 por ciento más rico, 63.2 por ciento de los jóvenes de 20 a 24 años completaron la educación secundaria, en los hogares del 20 por ciento más pobre el porcentaje de jóvenes con este nivel educativo fue de tan solo 12 por ciento. Por cada joven con educación secundaria entre los más pobres hay poco más de cinco entre los más ricos. Pero la razón nos permite señalar otras dos observaciones. La primera de ellas es que a pesar de los avances logrados entre el año 1989 y 2002 en términos de la población joven de esta edad que cuenta con secundaria (de 21.9 a 38.3 por ciento), la desigualdad en el logro educativo no sólo no se ha reducido, sino que incluso se movió levemente en la dirección opuesta (la razón entre ambos quintiles pasó de 5.1 a 5.3). La segunda observación es que el nivel de desigualdad alcanzado por México lo ubica entre los países más desiguales de la región.

La condición socioeconómica del hogar tiene una asociación clara con la proporción de jóvenes que abandonan la escuela tempranamente. En la tabla 2 se presentan las edades en que abandonaron la escuela los jóvenes pertenecientes a la cohorte 1971-1975 de áreas urbanas, es decir, aquéllos que en el año 2000 tenían entre 25 y 29 años, y según el nivel de escolaridad de la madre.2 Cerca de 22 por ciento de los jóvenes cuya madre tiene educación primaria completa o menos abandonó la escuela antes de los 15 años, y otro 46 por ciento lo hizo entre los 15 y los 19 años. Es decir, siete de cada 10 jóvenes dejaron la escuela antes de alcanzar 20 años de edad. Entre los jóvenes cuya madre tiene educación secundaria completa o más, los porcentajes son de 4.1 y 31.6 por ciento, respectivamente. Es decir, en este grupo casi siete de cada 10 jóvenes continúa estudiando después de 19 años.

Estos datos sugieren que las oportunidades de acceso a la educación de nivel secundario están fuertemente asociadas a las condiciones de desigualdad en los hogares de origen, lo cual a su vez pone en evidencia un patrón de transmisión intergeneracional de ventajas y desventajas. Es más, estos datos parecen indicar, tal como lo señala un informe reciente de la Cepal y la Organización Iberoamericana de Juventud (Cepal y OIJ, 2004) para el conjunto de América Latina, que pese a la importante expansión educacional registrada en la región, en los 15 años recientes se mantuvieron las acentuadas desigualdades entre las posibilidades de los jóvenes de diferentes estratos sociales de completar el ciclo secundario.

La Encuesta Nacional de Juventud nos permite tener una primera aproximación a los motivos que los jóvenes atribuyen como causa de su abandono escolar. En la tabla 3 se muestran algunas diferencias interesantes en los motivos mencionados, por hombres y mujeres, y por jóvenes con un abandono muy temprano (antes de los 15 años de edad) y temprano (entre 15 y 19 años). En efecto, los motivos varían de manera sutil pero muy sugerente entre ambos pares de categorías.

Suele argumentarse que la escasez de recursos y la precariedad de los ingresos en los hogares constituyen motivos fundamentales por los que los jóvenes se ven obligados a abandonar sus estudios (Pieck, 2001). Y efectivamente, esta apreciación resulta consistente con las observaciones previas respecto a una transmisión intergeneracional de desigualdades. Sin embargo, la forma en que las condiciones de desventaja en los hogares de origen afectan o se asocian con un abandono escolar temprano es más compleja que un efecto directo de la escasez de recursos. Una primera indicación de esto la encontramos en la tabla 3, en la cual vemos que si bien la escasez de recursos es un motivo importante, lo es en igual o menor medida incluso que otros motivos.

Se observa en primer lugar que las dos razones principales para los jóvenes que experimentan un abandono muy temprano de la escuela son el desinterés en estudiar (con 29.7 por ciento) y la escasez de recursos del hogar (26.4 por ciento); ambas concentran en conjunto más de la mitad de las respuestas. En cambio, entre los jóvenes que abandonan los estudios un poco más tarde, entre 15 y 19 años de edad, los principales motivos se desplazan hacia la necesidad de trabajar (24.3 por ciento) y el desinterés en continuar estudiando (21.4 por ciento). La escasez de recursos del hogar pasa a tercer lugar. Lo que parecen sugerir estos cambios es que la condición económica del hogar tiene un efecto muy importante sobre el abandono escolar a edades muy tempranas (antes de 15 años de edad), especialmente en el caso de las mujeres, mientras que en el abandono durante la adolescencia (entre 15 y 19 años), que es el periodo de más alta deserción, cobra preeminencia la necesidad de trabajar junto con la pérdida de interés en la escuela. Si bien algunas interpretaciones podrían decir que ambos motivos resultan casi indiferenciables, mi impresión es que hay un cambio sustancial. Es cierto que tanto la escasez de recursos como la necesidad de trabajar pueden asociarse con necesidades y desventajas en el hogar de origen; sin embargo, mi impresión basada en la información cualitativa es que en realidad la respuesta "tenía que trabajar" posee una mayor asociación semántica con el desinterés en continuar estudiando en la medida que ambas hacen referencia a la necesidad de satisfacer necesidades individuales que parecen incompatibles con el estudio y demandantes de un trabajo. Es decir, el trabajo en sí mismo se vuelve una necesidad para los jóvenes, ya no sólo como una posible fuente adicional de ingreso para el hogar, sino también como fuente de ingreso para gastos personales, y como fuente de identidad y autonomía.

La segunda observación se refiere a los matices que introduce la condición de género. Mientras el trabajo aparece con un peso sustancial en las respuestas de los hombres, y marcadamente menor en las de las mujeres, lo opuesto ocurre con las respuestas que hacen referencia al ámbito familiar. Como puede verse en la tabla 3, "la necesidad de trabajar" se presenta como una motivación particularmente fuerte entre los hombres, mucho más que en las mujeres, lo cual sugiere una mayor centralidad (y a edad más temprana) del trabajo entre los hombres. En contraste, entre las mujeres cobra preeminencia, y con diferencias significativas respecto a los hombres, respuestas que se asocian con la transición familiar. En efecto, una de cada cinco mujeres que abandonan la escuela antes de los 15 años lo atribuyen al "matrimonio" o al "embarazo" (sólo 6.4 por ciento de los varones da esta respuesta),3 mientras que entre las que abandonan en el periodo que va de 15 a 19 años esta proporción sube a poco más de una cada cuatro, en tanto que entre los hombres es de sólo uno por cada 10.

Veamos ahora los contrastes ya no en el abandono escolar, sino en el tránsito hacia el mercado de trabajo. La mitad de los jóvenes tiene su primera experiencia laboral entre los 15 y 19 años, periodo que también concentra el mayor nivel de abandono escolar. La comparación entre jóvenes pertenecientes a hogares de distinta condición socioeconómica vuelve a mostrar ciertas diferencias, particularmente en relación con un ingreso muy temprano al mercado laboral. Mientras que 14.5 por ciento de los jóvenes cuyas madres han completado al menos el nivel secundario se incorporan al trabajo antes de los 15 años; entre quienes sus madres no han alcanzado este nivel, 24.6 por ciento ha tenido su primera experiencia laboral antes de esa edad. Sin embargo, ésta no es la única observación que me interesa destacar. Aun cuando se ve claramente una transición más temprana al mercado de trabajo entre los jóvenes de hogares con un estatus socioeconómico más bajo, no deja de ser llamativo que más de 70 por ciento de los jóvenes provenientes de hogares en mejores condiciones también experimentan un ingreso relativamente temprano, antes de los 20 años. Es decir, si bien los jóvenes de origen socioeconómico más bajo experimentan una transición "muy temprana" (antes de 15 años) en mayor proporción que el resto, en términos generales el ingreso de los jóvenes mexicanos de áreas urbanas tiende a ocurrir de manera temprana. Podemos intuir, entonces, que el contraste clave no reside simplemente en la edad de ingreso al mercado de trabajo, sino en si esta inserción va o no acompañada de abandono escolar. Veamos este aspecto con mayor detenimiento.

Una primera observación que sirve para contextualizar este aspecto surge del estudio ya mencionado realizado por la Cepal y la OIJ (2004). En él se señala que en el transcurso de la década más reciente se ha observado en toda la región un incremento de la proporción de jóvenes ocupados y desocupados que asisten al sistema educativo, es decir, una creciente proporción de jóvenes que deben compatibilizar las exigencias del trabajo y la escuela. Para el caso de México, Camarena estimó que cerca de 32 por ciento de los jóvenes que empezaron a trabajar entre los 14 y los 17 años de edad lo hicieron cuando aún asistían a la escuela. En esta misma dirección, Giorguli Saucedo (2005) señala, para el caso de México, que los jóvenes de menos recursos que asisten más a la escuela son aquéllos que combinan esta actividad con el trabajo.

Hasta aquí estos datos sugieren que una importante proporción de jóvenes combinan desde edades tempranas la asistencia a la escuela con la participación en el mercado de trabajo. Esto abre innumerables interrogantes acerca de sus efectos sobre el rendimiento escolar y la calidad y aprovechamiento de la educación recibida. Pero por otro lado, nos plantea también ciertos cuestionamientos acerca de la competencia entre ambas actividades, el valor que los propios jóvenes otorgan a una y otra en sus proyectos de vida y la forma en que esta relación subjetiva entre escuela y trabajo evoluciona con el paso del tiempo.

Mientras 63.7 por ciento de los jóvenes de la cohorte 1971-1975 cuyas madres habían alcanzado el nivel de secundaria completa o más señalaron que todavía estaban estudiando cuando comenzaron a trabajar, este porcentaje se reduce a 44.5 por ciento entre aquéllos cuyas madres tienen tan solo la primaria completa o menos. Dicho en otros términos, 55.5 por ciento de los jóvenes provenientes de los hogares de nivel socioeconómico más bajo ya habían abandonado la escuela cuando empezaron a trabajar (o lo hicieron simultáneamente).

A efecto de explorar con mayor cuidado esta relación, calculé la diferencia en años entre la edad de inicio laboral y la edad de abandono escolar. Es decir, cuando el resultado es 0 esto significa que ambos eventos ocurrieron a la misma edad,4 cuando el resultado es positivo (+) indica que la inserción laboral fue posterior al abandono escolar (el número de años que transcurrieron entre que dejó la escuela y empezó a trabajar), y cuando el resultado es negativo (-), indica que la inserción laboral se produjo mientras aún se estaba estudiando (el número de años anteriores al abandono escolar durante los cuales ya se trabajaba o había experimentado la primera inserción laboral).5 La muestra está representada por jóvenes que ya han tenido una experiencia laboral y que ya han abandonado la escuela, es decir, que pueden responder respecto a la edad del primer trabajo y la edad de abandono escolar. Para tratar de evitar al máximo los problemas de truncamiento se tomó solamente a los jóvenes de 26 a 29 años, es decir, de edades en las cuales se espera que ya hayan trabajado alguna vez y que ya hayan completado su educación.6

La media aritmética para esta variable que denominaremos 'diferencia inicio trabajo-abandono escolar' es en ambos niveles socioeconómicos de signo negativo, es decir, que, en promedio, los jóvenes de ambos grupos comienzan a trabajar mientras aún están estudiando. Sin embargo, la diferencia es significativa en lo que respecta al valor absoluto de este resultado. La media obtenida para los jóvenes de nivel socioeconómico más bajo fue de -0.56, lo cual podría traducirse en que en promedio ellos abandonan la escuela medio año después de haber empezado a trabajar; en cambio, la media para los jóvenes de hogares de status socioeconómico más alto fue de -2.77, es decir, ellos abandonan la escuela casi tres años después de haber empezado a trabajar. Dicho de otro modo, lo que nos sugiere este indicador es que aunque en todos los jóvenes haya un ingreso relativamente temprano al mercado de trabajo (y muy temprano entre los más desfavorecidos), aquéllos de nivel socioeconómico más bajo combinan el trabajo con el estudio por menos tiempo, abandonando más rápidamente la escuela; lo contrario ocurre entre quienes provienen de hogares en mejores condiciones, los que tienden a combinar trabajo y escuela por periodos más largos o al menos permanecer más años en la escuela, aun cuando ya han tenido una experiencia de trabajo.

Si nos detenemos en los percentiles 25, 50 y 75 de la distribución de frecuencias de esta variable, podemos observar que emergen una serie de diferencias muy sugerentes. Por un lado se confirma lo que acabamos de observar: mientras que entre los jóvenes con madres menos educadas sólo 25 por ciento pasó más de tres años estudiando desde su primera experiencia laboral, entre los hijos de madres con mayor educación 50 por ciento pasó más de dos años en la misma situación. Pero por otro lado, es igualmente interesante detenernos en el otro extremo de la distribución. Mientras que en los jóvenes de origen socioeconómico más alto sólo una cuarta parte pasó al menos un año o más sin estudiar y aun sin trabajar. En el caso de los jóvenes más desfavorecidos la proporción en esta situación llegaba a la mitad, es decir, 50 por ciento de estos jóvenes pasaron al menos un año sin involucrarse en ninguna de estas dos actividades, e incluso 25 por ciento estuvo en este estatus de inactividad escolar o laboral, o escolar y laboral simultáneamente por más de dos años.

La gráfica 3 permite tener una visualización más clara de estos contrastes. En el lado izquierdo, correspondiente a los resultados negativos, es decir, años durante los cuales ya se trabajaba o se había tenido una experiencia laboral y se continuó estudiando, la línea que representa a los jóvenes con madres con mayor nivel educativo se mantiene prácticamente siempre por encima de la que representa a los jóvenes cuyas madres tienen menor educación.

Una situación absolutamente inversa encontramos del lado derecho de la gráfica, donde se presentan los años que transcurren entre que se abandona la escuela y se empieza a trabajar. En este caso, la línea correspondiente a los jóvenes provenientes de hogares de nivel socioeconómico bajo se mantiene claramente por arriba de la línea de jóvenes de nivel medio y alto, mostrando que las proporciones de jóvenes que experimentan un periodo fuera de la escuela y el trabajo es siempre mayor en el primer grupo. Camarena ya había observado que "para una parte importante de los jóvenes, en mayor medida mujeres, la entrada al trabajo no sólo se produce una vez que se ha dejado la escuela, sino un considerable tiempo después de que ello ocurra" (2004: 107).

Lo que sugiere la mitad derecha de la gráfica 3 es que los jóvenes provenientes de hogares de nivel socioeconómico más bajo tienden a tener, en mayor proporción que el resto, periodos de "desempleo" o "inacción" entre que dejan la escuela y obtienen su primer trabajo. Periodos que además, para un porcentaje importante de jóvenes, resultan significativamente extensos; como señalé en un párrafo anterior, uno de cada cuatro jóvenes de los hogares de menor status pasan dos o más años desempleados o "inactivos" en este proceso de transición. Desempleo o inactividad que pueden significar una condición preocupante de desafiliación institucional.7

 

Los sentidos del trabajo al inicio de la trayectoria laboral

En los apartados anteriores hemos visto que los jóvenes de los sectores populares tienden a ingresar más rápidamente al mercado de trabajo, a combinar durante menos tiempo esta actividad con la escuela y optar por el trabajo como única ocupación, y que la principal razón por la que señalan haber abandonado la escuela es la necesidad de trabajar (incluso por encima de la escasez de recursos). Todos estos indicadores sugieren que el trabajo representa para estos jóvenes una ruta alternativa a la escolar, principalmente entre los hombres, pero también entre las mujeres. Varios factores confluyen para hacer del trabajo un competidor de la escuela.

No se trata de ignorar la presión que pueden ejercer las necesidades económicas del hogar en una incorporación temprana al mercado de trabajo, y en un concomitante abandono escolar por parte de estos jóvenes. Sin embargo, me interesa destacar que ésta no siempre es la única ni la principal razón. El trabajo no sólo importa por las mejoras económicas que pueden traer los ingresos que proveen los hijos al hogar de origen, sino por las connotaciones simbólicas que acompañan e intervienen en los procesos de construcción identitaria. El trabajo, en tanto generador de ingresos, permite reconfigurar las relaciones intergeneracionales de poder al interior del hogar, las relaciones con los pares (de igual y distinto género), las actividades cotidianas, la capacidad y tipo de consumo, entre muchos otros aspectos con fuerza identitaria. Tal como lo han señalado Pérez Islas y Arteaga:

Algo a resaltar es que, y para el perfil de jóvenes en nuestro estudio, tanto los hombres como mujeres incursionan en el mercado laboral por iniciativa propia y sólo algunos lo hacen por presiones familiares (para solventar los gastos familiares). A diferencia de las búsquedas adultas de empleo, las de los y las jóvenes tienen más que ver con su propia condición juvenil, esto es, con las necesidades que tienen en determinado momento. Y éstas están relacionadas, por un lado, con sus exploraciones identitarias en varios ámbitos de la vida (el laboral, por ejemplo) y, por otro, con "las que su tiempo presente les demande" (entre ellas, obtener dinero para explorar los espacios de ocio y otros) (Pérez Islas y Arteaga, 2001: 378).

La necesidad de trabajar, como puede resultar evidente, se asocia directamente con los ingresos que el trabajo puede aportar. Sin embargo, por trivial que pueda parecer esta primera observación, ella nos dice algunas otras cosas de interés. La primera es que en el trabajo se priorizan los ingresos, el dinero, por sobre otros aspectos. La vocación, el trabajo como llamado al desempeño de una actividad está completamente ausente en el imaginario de estos jóvenes. Incluso la asociación del trabajo con un oficio, una ocupación o un gremio de pertenencia, tal como tradicionalmente se presentó para la clase obrera, también parece una idea desterrada en la actualidad. El trabajo no constituye una fuente de identidad en este sentido, aunque sí en otros sentidos, como veremos enseguida. La primera idea entonces —que puede derivarse de una observación tan evidente como ésta, esto es, que la centralidad del trabajo se asocia principalmente con los ingresos que provee— es que, en los sectores populares, el trabajo no parece asociarse con la vocación, ni constituye una fuente de identidad en sí mismo.

La centralidad y atracción del trabajo reside en los ingresos que se obtienen. Ingresos que no siempre ni necesariamente son importantes porque resuelvan problemas económicos de hogares sumidos en situaciones de crisis y extrema pobreza. Muchos de los jóvenes entrevistados pusieron énfasis en la necesidad de trabajar para obtener ingresos, no porque la economía de sus hogares fuese crítica, sino para poder satisfacer sus propias necesidades, asociadas tanto con aspectos económicos como identitarios, en ambos casos inherentes a su condición juvenil.

Es en esta esfera, más próxima al consumo que a la producción, en la que el trabajo adquiere relevancia como fuente de identidad.8 En el caso de los hombres, la "capacidad" de generar ingresos constituye la esencia de la imagen de "hombre proveedor", fuertemente asociada con la identidad de adulto y masculina (Gutmann, 1996). La importancia de la contribución que hacen los hijos varones a la economía del hogar, entregando una parte de los ingresos obtenidos a la madre, trasciende su dimensión económica; esta contribución con dinero de los hijos y las hijas a su hogar de origen tiene múltiples implicaciones que se expresan en una reconfiguración de los roles al interior del hogar y de las relaciones de autoridad, e igualmente en la posibilidad de ir ganando autonomía, independencia, y un espacio propio.9 Pero la necesidad de trabajar para ganar dinero no se asocia únicamente con esta contribución monetaria al hogar de origen. Obtener dinero también es necesario para cubrir necesidades propias de la condición juvenil; necesidades que además claramente presentan contrastes de género. Mientras a los jóvenes hombres les interesa poder "invitar" a sus (potenciales) novias, comprar alcohol para poder tomar con amigos, y en el mejor de los casos poder llegar a comprar un auto, las jóvenes mujeres se interesan en poder comprar ropa o maquillaje, o incluso poder hacer regalos, generalmente a otros miembros de la familia.

¿Esa fue la única razón para dejar la escuela? No y aparte un poco que me gustó también el dinero... O sea, ya trabajaba desde antes, yo trabajaba y estudiaba. Entonces ya cuando dejé de estudiar empecé a trabajar diario y pus ganaba más y luego pus intenté volverme a meter, pero ya no ganaba lo mismo, me acostumbré al dinero. Sí, sí ahí empecé a ganar más y pus empecé a ver la vida de diferente manera, por lo mismo de que tiendes a ganar más y pus ya uno se siente importante cuando empieza a ganar más (Emiliano, 18 años, Valle de Chalco).

¿Te gustó más trabajar que estudiar? Me ha gustado siempre más trabajar. Porque así siento que estás más así, cómo te diré, ganas tu propio dinero, inviertes en cosas que a lo mejor te hagan falta, ganas más para ayudar a cooperar en tu casa. De hecho, a mí siempre me ha gustado más la entrada de dinero que el estudio, desde niña, o sea, siempre me gustó más hacer otra cosa que estudiar tanto. Porque nunca fui una excelente alumna, nunca fui una alumna reconocida por eso (Karla, 20 años, Valle de Chalco).

Lo que pasa es que era por temporadas, o sea, me compraba dos, tres cosas y dejaba el trabajo, y otra vez necesitaba y me iba a trabajar con mi abuela o con mi tío y ya lo dejaba. ¿O sea, no tenías problema de encontrar trabajo? No, ya cuando entré a la prepa sí, ya me..., digamos me reafirmé con el trabajo porque ya era que uno quería estar bien con las reinas, todas las muchachas, con las chavitas ¿no? Que lo vieran a uno pus presentable ¿no? Y sí, ya diario a trabajar, a trabajar, a trabajar (Marcos, 27 años, Nezahualcóyotl).

Estas demandas y expectativas depositadas en el trabajo por parte de los jóvenes de sectores populares encuentran su contraparte en ciertos aspectos de la estructura de oportunidades que facilitan su ingreso al mercado laboral. En este sentido, sólo mencionaré dos aspectos: uno de ellos se refiere a los mecanismos de obtención del primer trabajo, y el otro a las características del contexto urbano, específicamente del mercado de trabajo local. Según datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2000, amigos y familiares son las principales vías para obtener el primer trabajo; así, entre quienes se iniciaron laboralmente entre los 15 y 19 años, 39.2 por ciento obtuvo su trabajo por medio de un amigo; mientras otro 21.2 por ciento fue contratado por un familiar. Las entrevistas no sólo confirman, sino que complementan estos datos al mostrar que desde muy temprano los jóvenes de sectores populares se encuentran insertos en redes en las cuales circulan de manera muy dinámica diversas oportunidades laborales. Amigos y familiares son componentes centrales de estas redes. Una apretada síntesis de las trayectorias laborales de Laura y Leo nos permite reconocer claramente esta exposición de los jóvenes de sectores populares desde edades muy tempranas a diversas ofertas laborales.

¿O sea, empezaste a trabajar una vez que terminaste la secundaria? Sí, bueno, pero por poco tiempo, digamos medio año nada más y ya cuando... ¿Qué hacías? Me metí a trabajar en una tienda de juguetes, en una juguetería de regalos y todo eso. ¿Por aquí? Sí, por aquí, cerca también, forrar cajas de regalos, moños, todo eso. ¿Y cómo lo conseguiste ese trabajo? Porque anduve buscando y la muchacha conocía a mi mamá, o sea, se hablaban ¿Eran amigas? Sí, sí eran amigas y le dijo que necesitaba una muchacha para que atendiera su negocio y entonces le dijo que yo no estaba estudiando, que si me aceptaba.

Y entonces ya la fui a ver, y sí, me dijo que me podía quedar y ya entonces empecé a trabajar con ella en su negocio [...] En ese año igual me metí a trabajar y ahí me metí a trabajar en un taller de costura, donde hacen ropa, cosen, y todo eso ¿Cómo conseguiste ese trabajo? Porque mi mamá también ha estado trabajando en cosas así de ésas... y, este, mi mamá conoció. tiene una prima que tiene un taller de costura, entonces... este ya en ese tiempo yo no estaba estudiando y le dije que quería trabajar... ¿Duraste un año y medio ahí? Sí, un año y medio. (Laura, 19 años, Iztapalapa).

Porque ya iba en cuarto año [de primaria] y empecé a trabajar, empecé a trabajar en un bicitaxi, les pedí permiso a mis papás. ¿En cuarto de primaria? Sí. ¿Tenías, 11 años, 12 años? Como 11 sí, y ya les dije a mis papás: "Pus quiero hablar con ustedes porque ya no quiero estudiar, quiero trabajar". "No, que tienes que seguir estudiando." "Pero es que ya no quiero." Y sí seguí estudiando, terminé mi primaria y ya después volví a hablar con ellos ¿Y empezaste a trabajar efectivamente, mientras cursabas quinto grado? Sí, medio día, entraba yo en la tarde a trabajar y en las mañanas iba a la escuela y desde ahí ya empecé a trabajar. ¿Ese fue tu primer trabajito, digamos? Sí, sí, ya fue un trabajo de planta, duré como tres años ¿En el bicitaxi? Sí. ¿Ycómo lo conseguiste? Fue nomás así, de repente, andaba con unos amigos y veía que pasaban y pasaban bicitaxis... "Ha de estar bueno ese trabajo" Y ya, pus aquí adelante conozco uno que tiene bicitaxis. Y ya fui y hablé con el señor éste.

Y dice: "Para esto necesito hablar con tus papás." "¡Ah! no se preocupe ya me dieron permiso." Y siendo que no sabían ni ellos ni yo mismo sabía. Dice: "Ah! bueno, si es así, adelante, aquí está el bicitaxi. Vete a trabajar de una vez."

[...] ¿Y cuando dejaste el bicitaxi a qué te dedicaste? Me fui con mi papá a trabajar de pintor. ¿Y te gustó el trabajo de pintura? Sí. ¿Y cuánto tiempo duraste? Pues duré con mi papá como tres meses. Poco... Sí, y me volví a salir para agarrar otra vez el bicitaxi. Y sí, agarré el bicitaxi como dos semanas y encontré un trabajo de seguridad privada. ¿Y cómo lo conseguiste? Porque uno de mis compañeros del bicitaxi entró ahí y un día me lo encontré y le digo "pus ya consigue la chamba, ¿no?" (Leo, 18 años, Iztapalapa).

Estas citas también ponen de relieve la centralidad que adquieren las oportunidades laborales locales, muchas veces incluso en el espacio de la propia colonia. Tal como concluye Estrada Quiroz a partir de un análisis de regresión, la composición del mercado laboral es un factor importante como condicionante en la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo:

...las mayores probabilidades de trabajar se presentan ante un mercado predominantemente no asalariado, lo cual significa que hay trabajo informal; ello representa para los adolescentes mayores posibilidades de inserción en el mercado laboral, por su escasa calificación y experiencia debidas a su corta edad (2005: 237).

En efecto, una gran parte de los jóvenes entrevistados tuvieron su primera experiencia laboral en talleres, negocios, o actividades desarrolladas en las mismas colonias en las que residían. No es sólo la presencia de estas actividades y micro-negocios, sino también su carácter informal lo que favorece la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo a temprana edad. La facilidad de entrada y la alta rotación que caracterizan al sector informal hacen posible que jóvenes sin la edad legalmente necesaria, sin calificación, y sin experiencia, encuentren una oportunidad de trabajo, lo cual además empata con retribuciones mínimas que otros trabajadores no estarían dispuestos a aceptar.

Es decir, las expectativas y demandas económicas y extraeconómicas, fundamentalmente simbólico-identitarias, depositadas en el trabajo como medio de acceso a la esfera de consumo, encuentran un contexto favorable a su satisfacción en un entorno socio-urbano, caracterizado por redes de amigos y familiares por los que transcurren oportunidades laborales, y por una economía local informal y precaria con cierta capacidad de absorción de trabajadores. Es importante señalar que el capital social y la economía informal local no sólo facilitan la obtención de empleos precarios a temprana edad, sino que contribuyen a generar un contexto social en el que tiene cabida (se normaliza, en sentido Bourdieano) la incorporación temprana de los jóvenes al mercado de trabajo.

 

La consolidación de las desigualdades de origen

La transición a la adultez representa un periodo crítico y particularmente vulnerable a procesos de acumulación de desventajas que afectarán de manera sustancial las condiciones de integración futuras (Saraví, 2007). La trayectoria laboral durante la juventud es un ejemplo paradigmático de esta confluencia de procesos. La gráfica 4 presenta el porcentaje de jóvenes que en América Latina se ocupan en sectores de baja productividad. Se observa que a medida que aumenta la edad el porcentaje de jóvenes en estos sectores disminuye, y lo mismo ocurre a medida que aumenta el nivel de ingresos de sus hogares. En el grupo de 15 a 19 años, 70 por ciento se ocupa en sectores de baja productividad; mientras que este porcentaje desciende a 45 por ciento en el grupo de 25 a 29 años. Es decir, estos datos refuerzan lo sostenido en el apartado anterior al explorar las condiciones del primer trabajo: al inicio de la trayectoria laboral la gran mayoría de los jóvenes se inserta en sectores de baja productividad, usualmente caracterizados por condiciones precarias de trabajo. Pero a medida que avanza la edad muchos abandonan estos sectores, mientras otros parecen estancarse en ellos. Ahora veamos lo que ocurre con las condiciones de origen de estos jóvenes. En el quintil uno, nuevamente 70 por ciento de los jóvenes se ocupa en sectores de baja productividad, pero en el quintil más rico este porcentaje es tan sólo de 38.2 por ciento. Siguiendo la interpretación propuesta más arriba, es posible leer estos datos diciendo que la gran mayoría de los jóvenes provenientes de los hogares más pobres permanecen en sectores de baja productividad, cualquiera sea su edad, mientras que aquéllos de hogares más favorecidos que se encontraban en sectores de baja productividad son los que recién inician su trayectoria laboral, mismos que irán abandonando rápidamente estos sectores con el avance de su trayectoria y edad.

Esta última hipótesis no se desprende directamente de los datos anteriores, pero es consistente con ellos. La Encuesta Nacional de Juventud 2000 nos permite explorar con más detalle dicha hipótesis para México, considerando simultáneamente la edad y la condición socioeconómica.

El análisis que sigue explora qué sucede con jóvenes de diferente condición socioeconómica a distintas edades, para identificar así posibles patrones en los primeros años de la trayectoria laboral.10

En el año 2000, poco más de dos de cada tres jóvenes (67.4 por ciento) de 15 a 19 años que trabajaban, lo hacían sin ningún tipo de contrato. Entre los jóvenes de 25 a 29 años esta proporción descendía a uno de cada dos (49.3 por ciento). Algo similar ocurría con las prestaciones: 63 por ciento de los jóvenes de 15 a 19 años trabajaban sin ningún tipo de prestaciones (ni siquiera vacaciones), mientras que en los jóvenes de entre 25 y 29 años 43 por ciento se encontraba en la misma situación. Es decir, tal como veíamos antes, a medida que aumenta la edad las condiciones laborales tienden a mejorar, pero ¿ocurre esto homogéneamente para todos?

Las gráficas 5 y 6 nos muestran que cuando diferenciamos a los jóvenes según su condición educativa11 o el nivel de educación de la madre, esto no es así. Si bien, siguiendo la tendencia general, a mayor edad hay una disminución en el porcentaje de jóvenes que no cuentan con contrato ni con ninguna prestación en todos los subgrupos diferenciados, este descenso ocurre a velocidades claramente contrastantes. El porcentaje de jóvenes sin deficiencia educativa, que no tienen contrato en el grupo etáreo de 15 a 19 años es de 72.9 por ciento, y desciende a 38.6 por ciento en el grupo de 25 a 29 años; es decir, un descenso de casi la mitad. Entre los jóvenes con deficiencia educativa, la disminución entre ambos grupos de edad es de menos de 10 puntos porcentuales, tan sólo de 64 a 55.7 por ciento. Algo similar ocurre con las prestaciones.

Si consideramos ya no la educación del propio joven trabajador, sino el nivel alcanzado por su madre (lo cual nos habla de sus condiciones de origen), la diferencia de velocidades en el descenso no es menos significativa. Entre los jóvenes cuyas madres tienen más educación, 70.3 por ciento carece de contrato a la edad de 15 a 19 años; la situación no es muy diferentes entre los hijos de madres con baja educación, pues el porcentaje es levemente inferior: 66.1 por ciento. Pero cuando observamos el grupo de 25 a 29 años de edad, vemos que en el nivel socioeconómico más alto ahora son 40.5 por ciento los que no tienen contrato, mientras que en los de origen socioeconómico bajo aún son más de la mitad (51.8 por ciento). Nuevamente ocurre lo mismo con las prestaciones.

Es decir, a edades relativamente tempranas (entre los 15 y 19 años), la educación y el hogar de origen no generan contrastes significativos en las condiciones de precariedad, por lo menos en aquéllas que se refieren a la falta de contrato, la ausencia de prestaciones, o los bajos ingresos, todas las cuales parecen quedar subsumidas bajo la común condición juvenil. Sin embargo, ambas variables parecen tener un peso significativo en las trayectorias laborales. A la edad de 25 a 29 años, las condiciones de precariedad prevalecientes en jóvenes con distintos niveles educativos y provenientes de orígenes socioeconómicos diferentes contrastan notablemente. Los jóvenes con deficiencia educativa y bajo nivel socioeconómico parecen quedar atrapados en un mercado de trabajo caracterizado por la precariedad, mientras que para los jóvenes con características opuestas esto parece ser sólo una experiencia pasajera. Es posible sugerir entonces que tras esta homogénea precariedad se ocultan ya desigualdades de origen (no sólo económicas, sino también en términos de capital social y cultural) que permiten a los jóvenes más favorecidos sostener trabajos precarios a edades tempranas, en beneficio de otras posibles virtudes futuras, como puede ser la obtención de experiencia, la construcción de redes o la posibilidad de continuar estudiando, que más tarde desembocarán en una carrera laboral ascendente.

Si analizamos lo que ocurre en términos de ingresos, encontramos la misma tendencia: 90 por ciento de los jóvenes de 15 a 19 años de edad que trabajan, reciben menos de tres salarios mínimos mensuales. A la edad de 25 a 29 años, este porcentaje es de 59.5 por ciento. Pero esta disminución no es homogénea. En los jóvenes de origen socioeconómico bajo el cambio es de 92.6 a 66.5 por ciento, mientras que en los de nivel medio-alto es de 83.9 a 36.7 por ciento (gráfica 7). En el sentido opuesto, el porcentaje de los que reciben más de cinco salarios mínimos mensuales aumenta en el primer grupo de 3.9 a 11.7 por ciento, y en el segundo grupo, de ocho a 35.3 por ciento (gráfica 8). Dicho en otros términos, si a la edad de 15 a 19 años por cada joven trabajador de un origen familiar medio-alto que recibe menos de tres salarios mínimos hay 2.2 de origen socioeconómico bajo, a la edad de 25 a 29 años esta relación ha cambiado a uno por cada 4.5.

Si consideramos el nivel educativo alcanzado por los mismos jóvenes, veremos que la brecha entre grupos es aún más amplia. Para los adolescentes que trabajan, las diferencias socioeconómicas intracohorte parecen no tener mucho efecto sobre los ingresos; la absoluta mayoría de ellos, con independencia del nivel de educación que tengan o del estatus socioeconómico de sus hogares, reciben ingresos muy bajos: 91.6 por ciento de estos jóvenes con deficiencia educativa ganan menos de tres salarios mínimos, pero entre los jóvenes sin deficiencia educativa este porcentaje es apenas menor (87.4 por ciento). Cuando la brecha entre unos y otros realmente sufre un brusca ampliación es a la edad de 25 a 29 años; ahora 69.4 por ciento de los jóvenes con deficiencia educativa reciben menos de tres salarios mínimos al mes, mientras que entre aquéllos con más educación sólo 43 por ciento recibe este ingreso. Es más, si nos detenemos en la gráfica 8 veremos que para los jóvenes con deficiencia educativa está prácticamente vedada la posibilidad de recibir un ingreso mayor a cinco salarios mínimos (sólo uno de cada 10), mientras que 31 por ciento de los jóvenes que han superado este nivel educativo reciben dicho ingreso. Las mismas tendencias se observan respecto a la calificación del puesto de trabajo, cuyo análisis y gráficas no se presentan aquí por razones de espacio.

 

Del entusiasmo al desencanto

Hemos visto que al inicio de la trayectoria laboral, el trabajo recibe por parte de los jóvenes de sectores populares connotaciones positivas, al responder a una serie de demandas identitarias y simbólicas. En parte, ello explica la temprana incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo, pero también la rápida decepción que tienden a experimentar en su carrera laboral.

Así como las virtudes iniciales del trabajo residen en los ingresos que provee, y la consiguiente expansión de las posibilidades de consumo, el rápido desencanto posterior también responde a la dinámica del mercado de trabajo, que como vimos en el apartado anterior, en lugar de una movilidad ascendente, sólo ofrece estancamiento, precariedad, y una creciente desventaja.

En la Encuesta Nacional de Juventud se consulta a los jóvenes por aquella característica que más les gusta de su actual trabajo. He tomado las respuestas a esta pregunta agrupándolas en tres posibles categorías, según tuviesen que ver con: a) aspectos relacionados con necesidades materiales que permite satisfacer el trabajo; b) con aspectos relacionados con el desarrollo de una carrera laboral o c) con aspectos no directamente asociados con el trabajo en sí mismo, sino con el trabajo en tanto permite o favorece actividades extralaborales.12

En términos generales, y considerando los totales de cada tabla, las respuestas reunidas por cada una de las tres categorías mantienen aproximadamente la misma relación en los tres grupos de edad. Poco más de la mitad de las respuestas priorizan aspectos relacionados con la carrera laboral; alrededor de 30 por ciento, aspectos relacionados con lo extralaboral, y el resto, aspectos relacionados con la necesidad. Sin embargo, si nos detenemos y comparamos los resultados obtenidos según la condición educativa de los jóvenes, veremos, en primer lugar, que en cada una de las tablas, es decir, en cada grupo de edad, los contrastes en las repuestas de los jóvenes con y sin deficiencia educativa son significativos, y en segundo lugar, que estas respuestas en cada grupo de jóvenes van sufriendo transformaciones sustanciales a medida que aumenta la edad.

En el grupo de menor edad (15 a 19 años) las respuestas de los jóvenes sin deficiencia educativa se dividen en porcentajes similares entre aspectos relacionados con la carrera laboral (46.5 por ciento) y aspectos relacionados con lo extralaboral (39.3 por ciento). En los jóvenes de esta edad con deficiencia educativa la brecha entre ambos tipos de respuesta se amplía de manera sustancial (54.2 y 29.6 por ciento, respectivamente). Es decir, entre los adolescentes que ya muestran cierto rezago escolar o que ya han abandonado la escuela, sus expectativas parecen estar depositadas mayoritariamente en las posibilidades que ofrece el trabajo en términos de una carrera laboral, mientras que entre aquellos que continúan sus estudios, los factores extralaborales concentran un mayor porcentaje de respuestas (principalmente la disponibilidad de tiempo para continuar estudiando). Aunque ambos grupos trabajan a una edad relativamente temprana, se puede observar que lo que más les gusta de sus respectivos trabajos a unos y otros se asocia con expectativas de trayectorias futuras en las que el trabajo, a esta edad, ocupa lugares distintos.

Sin embargo, a medida que aumenta la edad, estas preferencias van sufriendo cambios sustantivos. Tan es así, que ya en el grupo de 20 a 24 años, y más aún en el siguiente, la categoría que reúne los mayores porcentajes en los jóvenes con y sin deficiencia educativa se han invertido. En los jóvenes de 20 a 24 años, una alta proporción de aquéllos sin deficiencia educativa valoran los aspectos asociados con la carrera laboral (60.1 por ciento), y esto ocurre de manera aún más evidente en el grupo de 25 a 29 años, en el cual dos de cada tres jóvenes sin deficiencia educativa dan este tipo de respuesta. Como contraparte, los jóvenes con deficiencia educativa comienzan a privilegiar más los aspectos asociados con lo extralaboral (33.8 y 30.9 por ciento en los grupos de edad de 20 a 24 años y de 25 a 29 años, respectivamente). Incluso entre ellos cobra mucha fuerza la importancia del salario a medida que disminuye entre los más educados.

Con el paso de la edad, la prioridad dada al trabajo por cada grupo de jóvenes se ha invertido. Los jóvenes con mayor continuidad y nivel educativo a menor edad valoran más las oportunidades que puedan brindar sus trabajos de realizar actividades extralaborales, particularmente tener tiempo para estudiar. A medida que aumenta su edad, y que (es de esperar) comienzan a concluir sus estudios, entonces las posibilidades que brinda el trabajo asociadas con el desarrollo de una carrera laboral comienzan a ser claramente privilegiadas por encima de lo extralaboral. Las percepciones y expectativas depositadas en el trabajo por los jóvenes con deficiencia educativa, en cambio, siguen el patrón inverso. La carrera laboral pierde paulatinamente centralidad, y en su lugar comienzan a valorarse aspectos extralaborales (como el ambiente de trabajo o el tiempo para estar con la familia) o el salario. Tal como lo sugeríamos en un apartado anterior, aun bajo condiciones similares de precariedad al inicio de la carrera laboral, ya se vislumbra el efecto de desigualdades de origen que detrás de una misma precariedad deja ver sentidos y expectativas diferentes depositadas en el trabajo.

Las entrevistas realizadas nos dan innumerables referencias de esta reconfiguración de las prioridades y valoraciones en los jóvenes menos favorecidos. Inicialmente, por escasos que fueran, los ingresos del trabajo permitían satisfacer algunas de las demandas simbólico identitarias asociadas a la condición juvenil. Sin embargo, con el paso de la edad, la capacidad misma de generar ingresos deja de ser novedad, y las necesidades no sólo van en aumento, sino que comienzan a ser cualitativamente diferentes, lo cual produce cambios en las percepciones sobre el trabajo.

¿Te alcanzaba para tus gastos? Pues sí, o sea, sí me alcanzaba porque ya de ahí le daba a mi mamá y ya era un poco más lo que ganaba que en la tienda de regalos, entonces ya me alcanzaba. ¿Cuánto ganabas más o menos? Pues en la tienda ganaba... pues más o menos, ¿qué será? como 300 pesos a la semana, y aquí en el taller de costura ganaba 500, 550 a la semana entons ya era un poquito más... Este, pues, ahorita de lo que yo estudié y estoy trabajando pues... no sé, tal vez para mi es... digamos que como soy soltera y no tengo obligaciones, para mí sí es un buen trabajo porque así, poniéndome a investigar en otros trabajos, están pagando menos de lo que yo estoy ganando y en más tiempo, a veces les dan 300 a la semana, 350 a la semana, y aquí la muchacha me está dando 400 a la semana, desayuno, y comida. Y (trabajo) cuatro horas, muy poco, o sea para mí se me hace un buen trabajo, ni muy mal pagado ni muy bien pagado. (Laura, 19 años, Iztapalapa).

Luego de las primeras experiencias laborales, estos jóvenes comienzan a percibir también la precariedad de sus trabajos, y las escasas posibilidades de obtener otros mejores. En realidad, no es que inicialmente no fueran concientes de ello, sino que ahora esta precariedad ya no se percibe como una situación transitoria, sino que su experiencia comienza a mostrarles que será un leit motive de sus trayectorias laborales. En las entrevistas realizadas, los jóvenes hacen recurrentes referencias a que en sus trabajos no hay posibilidades de "crecer", "desarrollarse" o "avanzar", lo que los mueve a cambiar y buscar nuevos trabajos, en los cuales vuelven a enfrentarse con esta misma frustración.

Sí, era un despacho contable. Pues estuve cerca de tres meses, lo que pasa es que yo aspiraba también a algo un poquito mejor, yo esperaba que... ¿Y por qué te fuiste? Porque yo... yo me sentía muy presionado porque casi no me utilizaban como auxiliar contable o contador, andaba más como mensajero... [...] Sí, llegó un momento en que necesitaba dinero y pues me dio la oportunidad de trabajar con él y pues si duré. no sé, más de ocho meses ahí [taller de adornos navideños]. ¡Ah! Bastante. ¿Y por qué te fuiste de ahí? Igual, es que lo que pasa es de que siempre uno aspira a más cosas... eso es lo que siempre me ha movido, la aspiración a más, entonces, este, pues sí me fui de ahí. [...] ¿O sea que ahora estás pasando por un buen momento? Dentro de lo que cabe, no estoy muy satisfecho con mi trabajo [ropero en Hospital] porque siento que me desperdician en cuanto a lo que sé, porque no me explotan en ese aspecto de "¿oye, sabes computación?" Yo siento que soy desaprovechado en muchas cuestiones porque sé hacer ciertas cosas que mucha gente tuvo que aprenderlas ahí (Ramón, 30 años, Iztapalapa).

El trabajo pierde sentido, deja de interpelar a los sujetos, y se constituye en un mal necesario. Es lógico entonces esperar que, con el paso de los años, las valoraciones en torno al trabajo se desplacen de los aspectos asociados a la carrera laboral en un inicio, hacia aspectos asociados con lo extralaboral. Las expectativas iniciales depositadas en el trabajo pueden ser muy altas y dominadas por el entusiasmo, pero experiencias frustrantes durante los primeros años de la trayectoria laboral conducen no sólo a un desplazamiento de las valoraciones respecto al trabajo, sino también al desencanto.

 

Conclusiones

Para los jóvenes de los sectores populares, el trabajo se constituye muy rápidamente en un espacio de integración que compite intensamente con la escuela. El trabajo adquiere primacía, y en cierta medida (más aparente que real) con fundamento. Las condiciones de trabajo al momento de ingresar al mercado laboral, en términos generales, no difieren sustancialmente en el conjunto de los jóvenes. Sin embargo, si bien las condiciones iniciales, tienden a ser similares entre los jóvenes debido a su misma condición juvenil que los atraviesa universalmente, a medida que transcurren las trayectorias laborales las desigualdades de origen comienzan a aflorar. Así, mientras algunos jóvenes avanzan hacia mejores condiciones laborales, otros se ven atrapados en un mercado de trabajo caracterizado por la precariedad, la inestabilidad, y las escasas oportunidades de movilidad social ascendentes.

Desenredar la confluencia de procesos que en una fotografía instantánea pueden superponerse y anularse unos a otros nos permite sostener que la presencia de los jóvenes en el mercado de trabajo, aun bajo condiciones similares, tiene significados e implicaciones diversas. Las generalizaciones acerca del mercado de trabajo juvenil, incluso aquéllas referidas a la precariedad de las condiciones prevalecientes, deben tomarse con cautela y con la advertencia de que por debajo de la superficie ocultan un mar de fondo heterogéneo en el que una misma situación representa distintos niveles de vulnerabilidad y oportunidades. Siguiendo este argumento, es necesario replantearse también si la primera experiencia laboral tiene las mismas implicaciones para todos, y cuestionarse entonces si, como una extensa bibliografía lo ha señalado, el primer trabajo es determinante de la trayectoria laboral futura. Mi interpretación de la dinámica del mercado de trabajo juvenil, a partir del análisis previo, me dice que esto es así para algunos pero no para todos. El primer trabajo no es el primer punto de partida, y aunque tiene autonomía e influencia sobre las condiciones futuras, sus implicaciones están directamente asociadas con otras condiciones y cualidades de los jóvenes. Así, las condiciones de precariedad prevalecientes en el primer trabajo pueden constituir para algunos una simple experiencia transitoria, sin mayores implicaciones futuras, mientras que para otros puede constituirse en un eslabón más de una larga cadena de acumulación de desventajas.

Los jóvenes de los sectores populares se enfrentan entonces a un desfase entre expectativas y estructura. Para muchos, el trabajo continúa siendo desde muy temprano un espacio socialmente reconocido de integración social, y contenedor de ciertas expectativas. Estas virtudes no residen en el trabajo en sí mismo, sino que su valor existe principalmente en tanto medio de acceso a la esfera de consumo. Esto permite entender en cierta medida el entusiasmo y las altas expectativas con que se incorporan tempranamente al mercado de trabajo. Para los jóvenes de los sectores populares, el trabajo, en tanto generador de ingresos, permite reconfigurar las relaciones intergeneracionales de poder al interior del hogar, las relaciones con los pares de igual y distinto género, las actividades cotidianas, la capacidad y tipo de consumo, entre muchos otros aspectos con fuerza identitaria. Estos sentidos diferenciales del trabajo contribuyen a entender la clara polarización que se produce hacia el fin de la adolescencia en los patrones de actividad entre una minoría que sólo estudia, y una amplia mayoría que sólo trabaja o permanece en el hogar.

Pero luego de la experiencia inicial, rápidamente el mercado de trabajo comienza a mostrar su precariedad y los ingresos sus limitaciones para los jóvenes de los sectores populares. Estos comprueban rápidamente lo que parece un futuro inevitable, una carrera laboral truncada y estancada en la precariedad. En efecto, a medida que pasan los años una nueva polarización emerge en las trayectorias laborales de los jóvenes de sectores socioeconómicos más y menos favorecidos: partiendo inicialmente de condiciones laborales precarias, comunes a la condición juvenil, los jóvenes provenientes de los sectores menos favorecidos parecen quedar atrapados en estos trabajos precarios y mal remunerados, mientras que para los otros constituyen simplemente el escalón inicial de una carrera laboral ascendente. Esta polarización nuevamente encuentra eco en los sentidos asignados al trabajo, mientras para los primeros el trabajo comienza a ser un mal necesario y valorarse por sus oportunidades extralaborales, los segundos comienzan a valorar las oportunidades de desarrollo de una carrera laboral ascendente. La transición escuela-trabajo resulta así una trampa que, en lugar de disipar, consolida y ensancha una estructura social profundamente desigual.

 

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Notas

1 Las entrevistas fueron realizadas en dos etapas: 21 de ellas a fines de 2003 en colonias vecinas de Iztapalapa y Nezahualcóyotl, y otras 17, a inicios de 2006, en una colonia de Valle de Chalco.

2 He tomado el nivel de educación de la madre como un indicador aproximado de las condiciones socioeconómicas en el hogar de origen. Siguiendo este criterio he diferenciado dos grandes grupos: los jóvenes cuyas madres tienen primaria completa o menos (esto incluye algún año de secundaria) y aquéllos cuyas madres tienen educación secundaria completa o más. El primer grupo representa 64 por ciento de los jóvenes de 15 a 29 años residentes en áreas urbanas, y el segundo, el 36 por ciento restante. Cabe señalar que esta estrategia no pretende definir con precisión clases socioeconómicas, sino simplemente diferenciar, a grandes rasgos, hogares de origen con condiciones socioeconómicas diferentes.

3 En el caso de los jóvenes varones se entiende que esta respuesta se refiere al embarazo de sus parejas.

4 Asumimos este resultado como un indicador de que ambos eventos han ocurrido simultáneamente, aunque, como es evidente, no es una interpretación absolutamente correcta, pues puede haber diferencias de meses o días (no así de años) entre un evento y otro. Sin embargo, consideramos que, para nuestros fines, estas diferencias menores a un año no son significativas, y nos hablan igualmente de cierta simultaneidad.

5 Es importante señalar que un resultado negativo no significa que durante todos esos años se haya estudiado y trabajado simultáneamente, pues es posible que no haya habido continuidad en la experiencia laboral; sólo señala el número de años transcurridos desde que trabajó por primera vez hasta el momento en que abandonó la escuela.

6 Del universo total de jóvenes de 26 a 29 años, 94.4 por ciento ya habían trabajado alguna vez y 82 por ciento ya habían abandonado la escuela. Efectivamente, se producen ciertos sesgos derivados del truncamiento de los jóvenes que continúan estudiando a estas edades y que fueron eliminados del análisis, los cuales además pertenecen mayoritariamente al nivel socioeconómico más alto (es decir, cuyas madres tienen educación secundaria completa o más). En este sentido, el análisis es simplemente indicativo, y lo que podríamos esperar si se tomara a este grupo unos años más tarde cuando todos hubiesen abandonado la escuela es que se hicieran más pronunciadas las tendencias que aquí se insinúan.

7 Buena parte de estos jóvenes pueden ser mujeres que luego de abandonar la escuela y antes de integrarse al mercado de trabajo se dedican por un periodo a tareas del hogar o vinculadas a una maternidad temprana. Sin embargo, la reclusión en el hogar y asumir tempranamente este tipo de actividades no deja de ser preocupante, ni resta validez a la sugerencia de que se trata de una situación de exclusión.

8 Otros autores se han referido a este mismo aspecto; por ejemplo, Reguillo (2007) señala el carácter "instrumental" que asume el trabajo, mientras que Weller (2007) habla de un sentido "funcional".

9 Es importante resaltar, sin embargo, el hecho de que sea el trabajo el medio que permita esta inserción en la esfera del consumo como un aspecto clave, con muchas repercusiones. En otros sectores sociales, típicamente de clase media o alta, los jóvenes no encuentran ningún conflicto en que sus necesidades personales sean financiadas por sus padres, ni esto es sentido como un recorte o limitación a sus espacios de autonomía e independencia, reconocimiento, etcétera.

10 Hubiese sido conveniente considerar a un solo grupo de jóvenes (una misma cohorte) y explorar los contrastes según condición socioeconómica entre el primero y el último trabajo. Sin embargo, aunque la ENJ 2000 pregunta sobre ambos trabajos (el primero y el último), estas preguntas no siempre son las mismas, además de que la precisión de la información dada respecto al primer trabajo es muy dudosa. El análisis que sigue y las gráficas que se presentan se basan en cohortes ficticias, las cuales nos permiten explorar ciertas tendencias y procesos.

11 Se utilizan las categorías sin y con deficiencia educativa. Además, considero deficiencia educativa menos de 12 años de educación formal entre quienes ya abandonaron la escuela y rezago de un nivel entre quienes continúan asistiendo.

12 Las respuestas agrupadas en cada una de las tres categorías mencionadas fueron las siguientes: a) Aspectos relacionados con la necesidad ("el salario o sueldo"); b) Aspectos relacionados con la carrera laboral ("que aprendes", "que adquieres experiencia", "que puedes ascender", "que haces lo que te gusta", "que estás aplicando lo que estudiaste"); y c) Aspectos relacionados con lo extralaboral ("que hay buen ambiente", "que tienes tiempo para estudiar", "que tienes tiempo para estar con tu familia").

 

Información sobre el autor

Gonzalo A. Saraví. Es profesor investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de la Ciudad de México. Estudió antropología social en la Universidad de Buenos Aires, Argentina; realizó la Maestría en Ciencias Sociales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México, y obtuvo el Doctorado en Sociología por la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos. Actualmente sus trabajos de investigación se concentran en factores de riesgo y desigualdad en el proceso de transición a la adultez, vulnerabilidad y exclusión social, y sociabilidad urbana. Ha publicado libros, artículos en diversas revistas especializadas y numerosas contribuciones en obras colectivas. Entre sus publicación más recientes se cuentan (como editor) De la pobreza a la exclusión. Continuidades y rupturas de la cuestión social en América Latina, publicado en 2007 en Buenos Aires por Prometeo Libros y CIESAS, y como autor único Transiciones vulnerables: juventud y exclusión en México, actualmente en prensa. Correo electrónico: gsaravi@ciesas.edu.mx

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