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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.14 no.57 Toluca Jul./Set. 2008

 

Pobreza y desigualdades sociales. Una visión desde el género

 

Poverty and social inequalities. A gender perspective

 

Karina Batthyány

 

Universidad de la República de Uruguay.

 

Resumen

El desarrollo teórico de los conceptos de 'pobreza' y 'género' en años recientes ha sido muy importante. Considerando el desarrollo de ambos conceptos, analizar la pobreza desde una perspectiva de género permite entender una serie de procesos que están involucrados en el fenómeno, sus dinámicas y características en determinados contextos que explican que ciertos grupos de personas, en función de su sexo, estén más expuestas a sufrir la pobreza. El interés por analizar el fenómeno de la pobreza desde un enfoque de género se basa en la necesidad de mostrar que existen factores de género que inciden en el mayor o menor riesgo de las personas a experimentar la pobreza y en las características diferenciadas que la misma puede adquirir para varones y mujeres.

Palabras clave: pobreza, desigualdades sociales, género, uso del tiempo, trabajo no remunerado.

 

Abstract

In the last decades there has been an important theoretical development of the concepts of poverty and gender. Taking the development of both concepts in to account, analyzing poverty from a gender perspective allows understanding a series of processes that are involved in the phenomenon, its dynamics and characteristics in certain contexts, which explain the fact that certain groups of people are more exposed to suffer poverty in terms of their gender.

Key words: poverty, social inequalities, gender, time use, unremunerated labor.

 

Introducción

El desarrollo teórico de los conceptos de 'pobreza y 'género' en las décadas recientes ha sido muy importante. En el caso de 'pobreza', si bien la definición más frecuente se refiere a la carencia de ingresos, han surgido diversos enfoques respecto de la conceptualization y medición del concepto. El concepto de 'género', en tanto enfoque teórico metodológico acerca de la construcción cultural de las diferencias sexuales, que alude a las distinciones y desigualdades entre lo femenino y lo masculino, y a las relaciones entre ellos, se ha constituido en una categoría de análisis cada vez más importante en el campo de las ciencias sociales.

Considerando el desarrollo de ambos conceptos, analizar la pobreza desde una perspectiva de género permite entender una serie de procesos que están involucrados en el fenómeno, sus dinámicas y características en determinados contextos, los cuales explican que ciertos grupos de personas, en función de su sexo, estén más expuestas a sufrir la pobreza.

 

¿Qué se entiende por pobreza?

La conceptualización teórica de la pobreza es y será motivo de arduas discusiones. Esto se debe fundamentalmente a que el concepto está construido desde una perspectiva puramente analítica, dirigida a reflejar las carencias en la satisfacción de un determinado conjunto de necesidades consideradas básicas para el desarrollo de la vida en sociedad.

No sólo en la forma de medición de las carencias, también en la determinación de la situación en que una necesidad está satisfecha, e incluso en la propia selección del conjunto de carencias mínimas que definirían una situación de pobreza, hay más de un punto de vista.

Resulta cada vez más necesario reconocer que la pobreza es un fenómeno multidimensional. A comienzos de la década de 1980, Altimir (1979) definió la pobreza como

un síndrome situacional en el que se asocian el infraconsumo, la desnutrición, las precarias condiciones de vivienda, los bajos niveles educacionales, las malas condiciones sanitarias, una inserción inestable en el aparato productivo, actitudes de desaliento y anomia, poca participación en los mecanismos de integración social, y quizá la adscripción a una escala particular de valores, diferenciada en alguna medida de la del resto de la sociedad.

A ello se agregan actualmente consideraciones de tipo cualitativo que profundizan aún más el concepto. "Sentirse pobre es un concepto relativo que tiene mucho que ver con tener acceso a los recursos necesarios para satisfacer los niveles de vida que se acostumbran o que se aprueben en la sociedad de pertenencia".

Más recientemente, junto con entender la pobreza como una expresión de carencia de recursos económicos o de condiciones de vida que la sociedad considera básicos, se ha reafirmado la importancia de enfoques como la exclusión social y las capacidades para entenderla como un fenómeno con múltiples dimensiones y causas (CEPAL, 2000). En esta perspectiva, se ha planteado definir la pobreza como

el resultado de un proceso social y económico -con componentes culturales y políticos- en el cual las personas y los hogares se encuentran privados de activos y oportunidades esenciales por diferentes causas y procesos, tanto de carácter individual como colectivo, lo que le otorga un carácter multidimensional" (Chant, 2003).

Así, además de la privación material, la pobreza comprende dimensiones subjetivas que van más allá del enfoque de subsistencia material (CEPAL, 2004: 12).

Se ha llegado a cierto consenso que considera a la pobreza como la privación de activos y oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los seres humanos. La pobreza está relacionada con el acceso desigual y limitado a los recursos productivos y con la escasa participación en las instituciones sociales y políticas. La pobreza deriva de un acceso restrictivo a la propiedad, de un ingreso y consumo bajo, de limitadas oportunidades sociales, políticas y laborales, de bajos logros en materia educativa, en salud, en nutrición, y del acceso, del uso y control sobre los recursos naturales, así como del acceso a otras áreas del desarrollo.

En la perspectiva de Amartya Sen y su enfoque de las capacidades y realizaciones, una persona es pobre si carece de los recursos para ser capaz de realizar un cierto mínimo de actividades. A su vez, Desai propone cinco capacidades básicas y necesarias: la capacidad de permanecer vivo y de gozar de una vida larga; capacidad de asegurar la reproducción intergeneracional biológica y cultural; capacidad de gozar una vida saludable; capacidad de interacción social (capital social) y la capacidad de tener conocimiento y libertad de expresión y pensamiento (Social Watch/Control Ciudadano, 1997).

De esta forma, la pobreza se relaciona con la dimensión del derecho de las personas a una vida digna, el cual cubre sus necesidades básicas, es decir, los denominados derechos económicos, sociales y culturales.

En estas definiciones surgen elementos que dan cuenta de las múltiples dimensiones a las que la pobreza alude: aspectos relativos a la alimentación, vivienda, educación, salud, inserción en el mercado laboral, participación social, así como a dimensiones de carácter subjetivo y simbólico. Como plantea Irma Arriagada, pueden identificarse seis fuentes de bienestar de las personas y hogares:

1. El ingreso.

2. Los derechos de acceso a servicios o bienes gubernamentales gratuitos o subsidiados.

3. La propiedad o derechos de uso de activos que proporcionan servicio de consumo básico (patrimonio básico acumulado).

4. Los niveles educativos, las habilidades y destrezas como expresiones de capacidad de hacer y entender.

5. El tiempo disponible para la educación, el ocio y la recreación.

6. La autonomía de las personas.

De esta forma, la pobreza queda definida en su versión más amplia por la ausencia de ingresos o por los bajos ingresos, la falta de acceso a bienes y servicios provistos por el Estado como seguridad social y salud, la falta de disposición de una vivienda, nulos o bajos niveles educativos y de capacitación, la falta de disponibilidad de tiempo libre para actividades educativas, de recreación y descanso, lo que se expresa en la falta de autonomía y en la ausencia o la presencia limitada de redes familiares y sociales (Arriagada, 2003).

 

Pobreza, desde una perspectiva de género

Aunque la pobreza afecta a hombres, mujeres, niños y niñas, ésta es vivida en lo cotidiano de forma distinta, en función de la posición de parentesco, la edad y el ciclo de vida, la etnia, y el sexo de las personas. Dadas las circunstancias de las mujeres, asociadas con su biología (embarazos, lactancia, etc.), sus roles de género (cónyuge, madre, etc.) y su subordinación culturalmente construida, ellas enfrentan condiciones desventajosas que se acumulan con otros efectos de la pobreza misma.

La pobreza analizada desde los condicionantes de género constituye una nueva perspectiva que gana importancia a partir de 1990. Los estudios que se enmarcan en esta preocupación

examinan las diferencias de género en los resultados y procesos generadores de pobreza, enfocándose en particular en las experiencias de las mujeres y preguntándose si ellas forman un contingente desproporcionado y creciente de los pobres. Este énfasis implica una perspectiva que resalta dos formas de asimetrías que se intersectan: género y clase (Kabeer, 1992: 1).

Desde el punto de vista teórico, las autoras que se sitúan en esta óptica se preguntan si las relaciones de género exacerban o neutralizan las desigualdades asociadas con las desigualdades económicas. Desde una perspectiva metodológica se cuestionan los supuestos convencionales en que se apoyan las medidas e indicadores de la pobreza. En particular, se critica el supuesto de la naturaleza interna no diferenciada de los hogares, el cual emerge en los trabajos que analizan la pobreza hogareña.

Los estudios que constatan la existencia de desigualdades de género, particularmente los referidos al acceso y a la satisfacción de las necesidades básicas, permiten argumentar que "la pobreza femenina no puede ser comprendida bajo el mismo enfoque conceptual que el de la pobreza masculina" (Kabeer, 1992: 17).

Generalmente, los indicadores de pobreza son captados con base en información de hogares, sin reconocer las diferencias extremadamente grandes que en los mismos existen entre géneros y generaciones. Aunque sea usual y de utilidad captar y analizar esos indicadores, desde la perspectiva de género es necesario decodificar lo que pasa en los hogares, toda vez que estos espacios son ámbitos de convivencia de personas que guardan entre sí relaciones asimétricas enmarcadas en sistemas de autoridad interna.

A partir de estas consideraciones parece importante tener presente los siguientes elementos:

• Las desigualdades de género observables en los contextos familiares, que provocan un acceso diferenciado de los integrantes a los recursos del grupo doméstico, agudizan -sobre todo en los hogares pobres- la situación de carencia de las mujeres.

• La división sexual del trabajo, aunque en la actualidad esté pasando por cambios muy grandes, se presenta organizada de forma aún muy rígida en los hogares.

El interés por analizar el fenómeno de la pobreza desde un enfoque de género se basa en la necesidad de mostrar que existen factores de género que inciden en la mayor o menor propensión de las personas a experimentar la pobreza, y en las características diferenciadas que ella puede adquirir al tratarse de varones o mujeres.

La división del trabajo por sexo, al asignar a las mujeres el espacio doméstico, determina la

desigualdad en las oportunidades que ellas tienen como género para acceder a los recursos materiales y sociales (propiedad de capital productivo, trabajo remunerado, educación y capacitación), así como a participar en la toma de las principales decisiones políticas, económicas y sociales (Bravo, 1998: 63).

En efecto, las mujeres cuentan no sólo con activos materiales relativamente más escasos, sino también con activos sociales (ingresos, bienes y servicios a los que tiene acceso una persona a través de sus vínculos sociales) y culturales (educación formal y conocimiento cultural que permiten a las personas desenvolverse en un entorno humano) más escasos, lo que las coloca en una situación de mayor riesgo de pobreza.

Este menor acceso de las mujeres a los recursos debido a los limitados espacios asignados a ellas por la división sexual del trabajo y a las jerarquías sociales que se construyen sobre la base de esta división determinan una situación de desigualdad en diferentes ámbitos sociales, fundamentalmente dentro de tres sistemas estrechamente relacionados entre sí: el mercado de trabajo, el sistema de bienestar o protección social y los hogares.

Tomando en cuenta la dimensión relacional del concepto de género -en la medida que apunta a las relaciones entre hombres y mujeres- se analiza la pobreza de las mujeres considerando tanto el entorno familiar como social. En relación con la familia, la perspectiva de género mejora el entendimiento de la manera en que funciona el hogar, ya que evidencia las jerarquías y la distribución de los recursos, cuestionando de este modo la idea de que los recursos al interior del hogar se distribuyen de manera equitativa y que las necesidades de sus miembros son iguales. El cuestionamiento es más enfático aún al plantear la sustitución del hogar por los individuos como unidad de análisis para los indicadores de pobreza. Tomar el hogar como unidad de análisis presupone que existe en los hogares una distribución equitativa de recursos entre sus integrantes, que sus necesidades son equivalentes y que las decisiones son democráticas y por consenso, sin conflictos y negociaciones. Los estudios que se han desarrollado en la región muestran la falsedad de estos supuestos. Pasar a los individuos como unidad de análisis permite identificar a las personas que carecen de ingresos propios y de autonomía económica, tanto en los hogares pobres como en los no pobres. Al respecto, recordemos que los últimos datos disponibles de la CEPAL para la región nos hablan de 43 por ciento (CEPAL, 2004a) de mujeres mayores de 15 años en el área urbana que carecían de ingresos propios en 2002, mientras que sólo 22 por ciento de los hombres se encontraba en esa situación. Esta información evidencia que la falta de autonomía económica coloca a las mujeres en una situación más vulnerable e incrementa la probabilidad de que importantes grupos de mujeres enfrenten situaciones de pobreza si se modifican sus situaciones familiares y conyugales.

Otra de las contribuciones del enfoque de género al análisis de la pobreza ha sido el visibilizar la discriminación tanto en las esferas públicas como al interior de los hogares, evidenciando en ambas esferas relaciones de poder y distribución desigual de recursos.

Esta discusión conceptual sobre la pobreza tiene una importancia crucial en la medida que la definición de pobreza define también los indicadores para su medición -como lo plantea Feijoó (2003), "lo que no se conceptualiza no se mide". A su vez, es la conceptualización del fenómeno lo que determina el tipo de políticas a implementar para su superación.

Como se mencionó, generalmente los indicadores de pobreza son captados con base en información de hogares, sin reconocer las diferencias extremadamente grandes que en esos ámbitos existen entre géneros y generaciones. Aunque sea usual y de utilidad captar y analizar esos indicadores, desde la perspectiva de género es necesario decodificar lo que pasa en los hogares.

Debido a que la medición de la pobreza se basa en las características socioeconómicas del hogar en su conjunto, no se pueden identificar las diferencias por género en el acceso a ciertos satisfactores básicos en el hogar. A esta dificultad hay que sumarle la limitante de la forma en que se recaba la información en las encuestas de hogares, donde se considera como único recurso el ingreso, dejando de lado el tiempo destinado a la producción y reproducción social del hogar.

En este sentido, por ejemplo, Naila Kabeer (1994) advierte que para subsanar las limitaciones en la forma de medir la pobreza se requiere que la información esté desagregada, tomando en cuenta las diferencias de los "seres y haceres" al interior del hogar. Esto implicaría, según la autora, la necesidad de indicadores que reconozcan que las vidas de las mujeres están gobernadas por diferentes y en ocasiones más complejas restricciones sociales, titularidades y responsabilidades que los varones, y que éstas se llevan a cabo en gran medida fuera del dominio monetarizado.

 

Otras dimensiones de la pobreza

En esta conceptualización más amplia de la pobreza, otras dimensiones relevantes son la autonomía económica y la violencia de género, dimensiones raramente tenidas en cuenta en la mayoría de los análisis.

 

Autonomía económica

Un aspecto fundamental de la pobreza se refiere a la autonomía económica, es decir, al hecho de que las personas cuenten con ingresos propios que les permitan satisfacer sus necesidades. La desigualdad de oportunidades que afecta a las mujeres para acceder al trabajo remunerado afecta sus posibilidades de ser autónomas en términos económicos. Desde esta perspectiva es posible visibilizar la situación de pobreza de algunos grupos de personas que habitualmente permanece oculta. Un ejemplo de ello son las personas que aun cuando viven en hogares no pobres, individualmente no cuentan con ingresos propios que les permitan satisfacer de manera autónoma sus necesidades. Esta es la situación de una alta proporción de mujeres cónyuges que viven tanto en hogares pobres como en hogares no pobres, cuyas altas tasas de actividad doméstica las sitúan en una posición de dependencia con relación al responsable masculino del hogar.

Junto con las limitaciones que presentan las mujeres para acceder al empleo, existen restricciones para su acceso a la salud, la educación, a redes sociales y a participar en procesos de toma de decisión en materia política, económica y social, lo cual compromete su autonomía física (por ejemplo, ejercicio de derechos sexuales y reproductivos), social (como capacidad organizativa) y política (capacidad de expresión de opiniones, por ejemplo).

 

Violencia de género

La violencia es incorporada al análisis de la pobreza desde un enfoque de género porque se la considera un factor que inhabilita a las personas para gozar de autonomía en la medida que dificulta el acceso de las mujeres al mercado de trabajo y de esta forma reduce las posibilidades de que ellas cuenten con autonomía económica y también como un factor que inhabilita a las personas para ejercer su ciudadanía.

En síntesis, la perspectiva de género hace un aporte significativo a la problematización del concepto de pobreza, entendiéndolo de una manera integral y dinámica e identificando otras dimensiones en las que se expresa el fenómeno. Así, y en forma coincidente con la crítica realizada desde otros enfoques, se opone a una definición de la pobreza basada sólo en el ingreso y más bien enfatiza el hecho de que este fenómeno involucra tanto aspectos materiales como no materiales, simbólicos y culturales, y en el que inciden fundamentalmente las relaciones de poder (jerarquías sociales) que determinan un mayor o menor acceso de las personas, de acuerdo con su género, a los recursos (materiales, sociales y culturales). En este sentido, el sexo de las personas puede convertirse, en determinadas circunstancias, en una condición que determine grados de severidad de la pobreza y mayor riesgo de experimentarla.

 

Medición de la pobreza desde el género

Las mediciones de la pobreza ocupan un papel relevante en el proceso de visibilización del fenómeno y en la elaboración e implementación de políticas. Las metodologías de medición están estrechamente vinculadas con la conceptualización que se haga de la pobreza, de allí que las mediciones puedan diferir, pues apuntan a diversos aspectos de la pobreza. Como lo han hecho notar distintos enfoques, incluido el de género, estas metodologías no son neutras sino que todas ellas contienen elementos subjetivos y arbitrarios, incluso las que tienen una apariencia de mayor precisión y objetividad.

El aporte de la perspectiva de género a la ampliación del concepto de pobreza plantea la necesidad de definir nuevas formas de medirla con el objeto de dar cuenta de la complejidad y multidimensionalidad del fenómeno. En este sentido, el debate en torno a los aspectos metodológicos de la pobreza no se plantea como fin producir un único indicador que sintetice todas las dimensiones que comprende la pobreza. Por el contrario, se trata de explorar diferentes propuestas de medición que apuntan a mejorar las mediciones más convencionales, advirtiendo sus ventajas y limitaciones, así como a la elaboración de nuevas mediciones.

 

Medición del ingreso por hogar

La medición de la pobreza por medio de los ingresos es uno de los métodos más difundidos. Entre sus principales fortalezas se puede señalar que es un muy buen indicador cuantitativo para identificar situaciones de pobreza y en la lógica métrica monetaria, no existe otro método que entregue más de lo que entrega la medición por medio del ingreso. Por otra parte, existe una mayor disponibilidad de datos en los diferentes países para hacer una medición monetaria de la pobreza en comparación con los datos disponibles para la medición del fenómeno desde otros enfoques (capacidades, exclusión social, participativo). Este método permite, además, hacer comparaciones entre países y regiones, así como cuantificar el problema de la pobreza para propuestas de políticas públicas.

Sin embargo, su objetividad y precisión -criticada por distintos enfoques de pobreza- no supone la ausencia de juicios o de elementos subjetivos.

Uno de los aspectos más controvertidos tiene relación con la capacidad del método para reflejar el carácter multidimensional de la pobreza. Se critica que la medición por ingreso enfatiza una única dimensión de la pobreza, la monetaria, y por ende sólo considera los aspectos materiales de ella dejando de lado aspectos culturales, como las diferencias de poder que determinan el acceso de las personas a los recursos, y sobre todo, el trabajo doméstico no remunerado que es imprescindible para la supervivencia de los hogares, entre otros indicadores que pueden reflejar de mejor manera el fenómeno de la pobreza y las diferencias en el bienestar entre varones y mujeres.

Finalmente, otra crítica planteada a esta medición de la pobreza es que no toma en cuenta que las personas también satisfacen sus necesidades por medio de recursos no monetarios, por ejemplo: redes comunitarias, apoyo familiar, entre otros.

Desde un enfoque de género, existe acuerdo con muchas de las críticas planteadas y se postulan otras que apuntan más específicamente a que la metodología basada en el ingreso per cápita del hogar, tomando como unidad de análisis el hogar, es insuficiente para captar la pobreza desde un enfoque de género, es decir, para comparar la situación de varones y mujeres, haciendo invisible sus diferencias y no dando cuenta de la verdadera magnitud cuantitativa y cualitativa del fenómeno de la pobreza para las mujeres.

En efecto, la medición de ingresos per cápita por hogar presenta grandes limitaciones para capturar dimensiones de la pobreza al interior de los hogares y para dar cuenta de que los procesos vividos en los hogares determinan que hombres y mujeres experimenten de manera diferente la pobreza.

Por otra parte, el método también presenta limitaciones para mostrar las desigualdades de género al no imputar como ingreso el trabajo doméstico no remunerado que se realiza en los hogares. El trabajo doméstico no remunerado puede significar una diferencia importante en el ingreso del hogar. Los hogares con jefatura masculina tienen mayores posibilidades de contar con el trabajo doméstico gratuito de la cónyuge y de no incurrir en gastos asociados al mantenimiento del hogar. Los hogares encabezados por mujeres tienen menores posibilidades de que esto ocurra y generalmente incurren en los costos privados que implica realizar el trabajo doméstico no remunerado, como poseer menos tiempo de descanso y ocio que pueden afectar niveles de salud física y mental, y menos tiempo para acceder a mejores oportunidades laborales y para la participación social y política.

Este método tampoco permite ver las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al uso del tiempo o patrones de gasto, elementos centrales para caracterizar la pobreza desde una perspectiva de género.

En relación a la distribución del tiempo, como se detallará, los estudios realizados confirman que las mujeres dedican más tiempo a actividades no remuneradas que los hombres, lo que indica que ellas tienen días más largos de trabajo que van en detrimento de los niveles de salud y nutrición.

 

Medición de ingresos desde el género

Como se ha planteado anteriormente, una dimensión de la pobreza es la autonomía económica, es decir, que las personas cuenten con ingresos propios para satisfacer sus necesidades. Para ello se indica la conveniencia de analizar al interior de los hogares la medición de la pobreza por medio de la medición individual. No se trata de reemplazar una medición por otra, sino que se plantea el trabajo con ambas mediciones, pues sirven a propósitos distintos. La medición a nivel individual permite captar la pobreza de aquellas personas que no cuentan con ingresos propios, aun en hogares no pobres, y visibilizar diferencias de género.

Estas mediciones de pobreza individual ilustran sus ventajas para visibilizar situaciones de pobreza que permanecen ocultas a las mediciones tradicionales de pobreza, demostrando las mayores limitaciones de las mujeres para ser autónomas en términos económicos.

 

Trabajo no remunerado

El trabajo no remunerado constituye un concepto central en el análisis de la pobreza desde la perspectiva de género y forma parte de lo que se denomina 'la economía del cuidado'.

El estudio del trabajo no remunerado requiere de metodologías e instrumentos de medición específicos. En términos generales, es posible distinguir al menos cuatro modalidades de trabajo no remunerado: el trabajo de subsistencia, el trabajo doméstico, el trabajo de cuidados familiares y el trabajo voluntario o al servicio de la comunidad (Aguirre y Batthyány, 2005). Se ha argumentado ampliamente el status de trabajo de estas actividades que, si bien no responden a la lógica monetaria, satisfacen necesidades, permiten la reproducción social y contribuyen por tanto al bienestar social y familiar. Se trata de un trabajo socialmente necesario, cuya invisibilidad de las estadísticas oficiales en la mayoría de los países deriva de que el concepto de 'producción' está fuertemente asociado al de 'producción para el mercado' y el concepto de 'trabajo' con el de 'empleo'. Su exclusión del dominio económico no necesariamente deriva de la naturaleza de la producción, puesto que cuando estos bienes son producidos fuera del hogar, para el mercado, el trabajo que los produce es remunerado.

Se ha enfatizado también la necesidad de medir el trabajo no remunerado, para lo cual se han planteado diferentes propuestas. Básicamente, la imputación de valor monetario al trabajo doméstico y la incorporación del mismo a las cuentas nacionales. Su medición, como se ha mencionado, marcaría además una diferencia importante en el ingreso del hogar entre aquéllos que cuentan con una persona dedicada a estas labores domésticas y de cuidado (hogares con jefatura masculina) y aquéllos que no cuentan con esta persona y que deben asumir los costos privados que implica la realización de este trabajo (hogares con jefatura femenina).

 

Medición del tiempo dedicado al trabajo no remunerado

Otra forma de medir y visualizar el trabajo no remunerado es a través de la asignación de tiempo. En este caso, se propone una conceptualización del trabajo no remunerado que comprenda el trabajo de subsistencia (auto-producción de alimentos, fabricación de vestimenta y servicios), doméstico (compra de bienes y adquisición de servicios del hogar, cocinar, lavar, planchar, limpiar, tareas de gestión en cuanto a la organización y distribución de tareas y gestiones fuera del hogar, tales como pago de cuentas, trámites, etc.), de cuidados familiares (cuidar niños y personas adultas o ancianas que implica trabajo material y un aspecto afectivo y emocional) y voluntario o al servicio de la comunidad (trabajo que se presta a no familiares, a través de una organización, laica o religiosa) (Aguirre y Batthyány, 2005). Mediante la consideración del tiempo invertido en cada uno de estos trabajos se consigue visibilizarlos de manera que la sociedad los valore y pueda percibir las desigualdades de género en la familia y en la sociedad. Además, esta asignación de tiempo permite calcular el volumen de la carga total de trabajo, concepto que integra tanto los trabajos no remunerados como remunerados.

Los estudios de caso realizados en diferentes países de la región evidencian que las mujeres invierten mayor cantidad de tiempo en actividades no remuneradas que los varones, lo que determina que las mujeres enfrenten jornadas de trabajo (remunerado y no remunerado) más largas que los varones, lo que les quita tiempo de recreación, participación ciudadana, además de los impactos a nivel de su salud. Un análisis de las actividades cotidianas de los hogares desde el punto de vista del uso del tiempo muestra la distribución desigual del trabajo dentro de la familia. A partir de mediados de la década de 1990 comienzan a realizarse en diferentes países estudios sobre el uso del tiempo. En nuestra región, estudios de este tipo se han desarrollado en Cuba, México, Nicaragua y recientemente en Uruguay. Los tres métodos más usados para recopilar la información son la observación directa, las entrevistas basadas en la memoria del entrevistado y el registro a cargo del propio entrevistado.

En la Encuesta Nacional de Hogares sobre Medición de Niveles de Vida de Nicaragua (CEPAL, 2004a), realizada en 1998, se advierten importantes diferencias entre varones y mujeres en el tiempo dedicado al trabajo total diario. Al trabajo remunerado los varones de hogares pobres y no pobres de Nicaragua dedican en promedio 7.7 horas diarias, mientras que las mujeres de hogares pobres dedican cuatro horas diarias, y las de hogares no pobres 5.9 horas diarias. Al trabajo no remunerado, las mujeres pobres destinan 5.4 horas diarias, y las no pobres, 4.4 horas diarias; mientras que los varones dedican 1.3 horas en los hogares pobres y 1.6 horas en los hogares no pobres. La carga total de trabajo es de nueve horas diarias para los varones pobres, 9.3 horas diarias para los varones no pobres, 9.4 horas diarias para las mujeres pobres y 10.3 horas diarias para las mujeres no pobres.

Los resultados de la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo que realizó en 2002 el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI, 2002) en México mostró tendencias similares. Los varones mexicanos destinan casi el triple del tiempo que las mujeres al trabajo remunerado en el mercado laboral, mientras que las mujeres dedican cinco veces más tiempo que los varones al trabajo doméstico. Al trabajo remunerado las mujeres mexicanas dedican nueve horas semanales y los varones 24. Al trabajo doméstico las mujeres mexicanas dedican en promedio 24 horas y los varones cinco horas semanales.

Por su parte, la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo realizada por la Oficina Nacional de Estadística (ONE) cubana muestra los siguientes resultados. Las mujeres dedican 3.4 horas diarias al trabajo remunerado y 3.5 horas diarias al trabajo doméstico en el hogar, mientras que los varones dedican 5.6 horas diarias al trabajo remunerado y apenas 1.1 horas diarias al trabajo doméstico en el hogar.

Finalmente, en 2003, un estudio pionero en Uruguay desarrollado en el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (Aguirre y Batthyány, 2005) permitió cuantificar la carga global de trabajo para Montevideo y su Área Metropolitana y observar las desigualdades de género existentes. Este estudio muestra, entre otros datos, que los varones dedican 28 horas semanales al trabajo remunerado y 13 al trabajo no remunerado, mientras que las mujeres dedican 16 horas al trabajo remunerado y 32 horas semanales al trabajo no remunerado. La carga global de trabajo para los montevideanos es de 41.4 horas, y para las montevideanas, de 47.6 horas semanales. Este estudio también muestra que son lo hogares de recursos económicos más bajos los que más tiempo dedican a las tareas domésticas y de cuidado.

 

Conclusiones

El enfoque de género ha hecho importantes aportes conceptuales y metodológicos al estudio de la pobreza. En términos conceptuales, la perspectiva de género ha ampliado la definición de la pobreza planteando una conceptualización integral y dinámica del fenómeno que reconoce su multidimensionalidad y heterogeneidad. La perspectiva de género plantea una fuerte crítica a una definición de la pobreza basada sólo en el ingreso y destaca los componentes tanto materiales como simbólicos y culturales en los que inciden las relaciones de poder que determinan un mayor o menor acceso de las personas, de acuerdo con su sexo, a los recursos (materiales, sociales y culturales). En este sentido, es posible sostener que sin la perspectiva de género, la pobreza se entiende de manera insuficiente.

Las rupturas conceptuales planteadas por el enfoque de género al estudio de la pobreza han llevado a revisar sus mediciones más convencionales y a explorar nuevas mediciones del fenómeno. Un lugar importante en este debate lo ha ocupado el análisis de la medición del ingreso por hogar.

Específicamente, en cuanto a las desigualdades de género, se indica que la medición de ingresos por hogar no captura las dimensiones de pobreza al interior de los hogares, ya que supone la existencia de una distribución equitativa de los recursos entre sus miembros, homogeneizando de este modo las necesidades de cada uno de ellos y considerándolos a todos igualmente pobres. También se indica que el método tiene limitaciones para mostrar las desigualdades de género al desconocer en términos monetarios la contribución al hogar del trabajo doméstico no remunerado. Por último, la medición de ingresos no capta las diferencias de género en cuanto al uso del tiempo y a los patrones de gasto, cuestiones que ayudan a caracterizar mejor la pobreza y a diseñar mejores políticas.

Las críticas al método de medición de ingresos por hogar han tenido por objeto replantearse la medición tradicional de la pobreza desde una perspectiva de género. En este sentido, una cuestión que surge con especial fuerza es la necesidad de imputar valor al trabajo doméstico no remunerado, como una manera de valorizar la contribución de las mujeres a este trabajo y de reconocer el status de trabajo de estas actividades que resultan fundamentales para la satisfacción de necesidades básicas.

Un elemento a destacar de las relaciones entre género y pobreza es la posibilidad de comprender mejor el funcionamiento de los hogares, visibilizando las asimetrías existentes entre sus miembros, en términos de poder, de toma de decisiones y de distribución de los recursos. El enfoque de género permite comprender al hogar como una trama de relaciones en las que están presentes no sólo la solidaridad y el afecto, sino también el conflicto, así como comprender que no todos los miembros del hogar tienen las mismas necesidades, gozan de los mismos derechos, acceden a los mismos recursos, etcétera.

Las limitaciones reseñadas por el enfoque de género a la conceptualización y medición de la pobreza evidencian que sin este enfoque la pobreza se comprende y se mide de manera no satisfactoria, lo que refuerza aún más la idea de la fuerte relación existente entre definición y medición de la pobreza.

A pesar de los aportes realizados en años recientes desde el campo de los estudios de género a los estudios sobre la pobreza, en general, no se ha adoptado un marco analítico que relacione las desigualdades de género y las desigualdades relacionadas a la pobreza en los principales estudios al respecto. Queda aún un largo camino por recorrer.

 

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Información sobre la autora

Karina Batthyány. Doctora en Sociología por la Universidad de Versailles Saint Quentin en Yvelines (Francia) y master en desarrollo regional y local. Ha sido coordinadora del Área de investigación de Social Watch; consultora en el área de género de diversos organismos internacionales como UNFPA, UNIFEM, Banco Mundial, Unión Europea, IDRC, entre otros. Investigadora integrante del Sistema Nacional de Investigación (CONICYT). Actualmente es docente e investigadora del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República de Uruguay, y profesional nacional del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Uruguay. Entre sus publicaciones más importantes destacan: "Uso del tiempo y trabajo no remunerado. Encuesta en Montevideo y área metropolitana 2003", en coautoría con Rosario Aguirre Rosario, 2005; "Cuidado infantil y trabajo: ¿un desafío exclusivamente femenino? Una mirada desde el género y la ciudadanía social", Montevideo, CINTERFOR-OIT, 2004; Políticas sociales, familias y equidad de género, FCS-Red Género y Familia-UNFPA, Montevideo, 2007; "Health, gender and poverty in Latin America", en Ostin y Sen, Final report of the women and gender equity knowledge network of the WHO Commission on Social Determinants of Health, OMS, 2007 Correo electrónico: kbatthyany@gmail.com; karinab@fcs.edu.uy.

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