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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.14 no.57 Toluca jul./sep. 2008

 

Desigualdades sociales y transición a la adultez en el México contemporáneo

 

Social inequalities and transition to adulthood in contemporary Mexico

 

Orlandina de Oliveira y Minor Mora Salas

 

El Colegio de México.

 

Resumen

En este artículo se aborda el proceso de transición a la adultez en el México contemporáneo. El análisis se realiza con base en la información que proporciona la Encuesta Nacional de la Juventud 2000 para los jóvenes de entre 15 y 29 años de edad. El estudio da cuenta del orden, las proporciones de ocurrencia y el riesgo de siete eventos asociados al paso de la juventud a la adultez. Se cuestiona los alcances empíricos y la pertinencia del modelo normativo de transición como recurso heurístico en el estudio del fenómeno. La investigación devela que la transición a la adultez es un proceso complejo que no escapa, en su forma, contenido y temporalidad, a los condicionantes derivados de una sociedad cuyas relaciones sociales están imbuidas en un contexto de fuertes desigualdades sociales.

Palabras clave: transición, adultez, jóvenes, desigualdad social, estrato social, género, riesgo, ocurrencia, calendario.

 

Abstract

In this article the process of transition to adulthood in contemporary Mexico is approached; the analysis is performed based on the information from the 2000 National Survey on Youth for youths aged between 15 and 29. The study gives an account of the order, occurrence proportions and risk of seven social events associated with the change from youth to adulthood. The empirical reaches and the pertinence of the normative transition model as heuristic resource in the study of the analyzed phenomenon is challenged. The research reveals that transition to adulthood is a complex process which is not free, in its shape, content and temporariness, from the conditioners derived from a society whose social relations are embedded in a context of heavily stressed social inequalities.

Key words: transition, adulthood, youth, social inequality, social stratum, gender, risk occurrence, calendar.

 

Introducción

El proceso de transición a la adultez en el México contemporáneo constituye el objeto de indagación del presente trabajo. El tema se enfoca, desde una perspectiva sociológica, considerando la articulación entre estrato social, género y edad en este proceso. Desde una perspectiva sociodemográfica, analizamos un conjunto de eventos propios de la transición a la adultez: la salida de la escuela, la entrada al mundo del trabajo, la primera relación sexual, la salida de la casa de los padres, la primera unión, el primer embarazo y el nacimiento del primer hijo. La consideración de estos siete eventos vitales hace posible mostrar la complejidad del paso de la juventud a la adultez. Además de dar cuenta del calendario, estudiamos la intensidad y la temporalidad diferencial de ocurrencia de cada uno de estos eventos y de la transición de la que forman parte.

Organizamos el texto en cuatro apartados. En el primero presentamos algunos antecedentes sobre el estudio de la transición a la vida adulta en México. El segundo incluye una breve referencia a la importancia de considerar en forma simultánea las implicaciones de las desigualdades socioeconómicas, de género y edad en el estudio de la transición a la vida adulta. En la tercera sección presentamos los resultados más relevantes del análisis estadístico realizado. Finalmente, en la sección de conclusiones, resaltamos los principales hallazgos que se desprenden del análisis realizado.

 

El estudio de la transición a la vida adulta

El estudio sociodemográfico del cambio de la juventud a la adultez se realiza desde el campo demográfico mediante el estudio de la ocurrencia de una serie de eventos, conceptuados en los análisis del curso de vida como eventos-transición. Su relevancia deriva del reconocimiento de que su concreción puede traer cambios sustantivos en los roles sociales que los individuos desempeñan en la sociedad (Elder, 1985). Este enfoque analítico cuenta con una larga tradición en los países desarrollados. En Estados Unidos, los primeros análisis desde esta óptica surgen hace varias décadas (Hogan, 1978, 1980, y Hogan y Astone, 1986). En años recientes, esta línea de estudio ha recibido una atención creciente tanto a nivel internacional (Jensen, 2000; Blosseld y otros, 2005; Evans y otros, 2001; Casal, 1996) como en México (Tuirán, 1999; Polo Arnejo, 1999; Castro, 2003; Giorguli, 2004; Mier y Terán, 2004; Coubés y Zenteno, 2005; Pérez Amador, 2006; Gandini y Castro 2006; Pérez Amador, 2007; Saraví, 2006).

A partir de la perspectiva del curso de vida se argumenta que los roles adecuados a cada edad son objeto de regulación social. Las sociedades generan expectativas y reglas sociales, estableciendo una normatividad social acerca de la secuencia y momentos de ocurrencia de los eventos vitales que llevarían a la vida adulta (Elder, 1985). La transición hacia la adultez es vista como un proceso enmarcado en un periodo del curso de vida de los individuos que está moldeado por una serie de instituciones sociales, como la escuela, la familia, el mercado de trabajo, el Estado y la religión, entre otras.

En los países desarrollados, varios autores destacan que a partir de la primera mitad del siglo pasado los cursos de vida se tornaron cada vez más institucionalizados. La trayectoria típica que llevaría a un cambio de roles, desde los propios de la juventud hacia los esperados para la vida adulta, deberían incluir la siguiente secuencia de eventos: completar la educación formal, conseguir un empleo de tiempo completo, casarse, formar un hogar independiente y tener el primer hijo (Kohli y Meyer, 1986; Greene, 1990). Con el avance de la investigación empírica en diferentes sociedades han surgido críticas a la aplicación de este modelo normativo de transición hacia la vida adulta. Se mostró que este proceso engloba aspectos socioculturales y en consecuencia puede diferir entre sociedades y al interior de una misma sociedad; y también puede asumir rasgos diferenciales según el periodo histórico analizado. Dicha transición no abarcaría los mismos eventos vitales, ni una misma secuencia y temporalidad de los eventos en diferentes contextos estructurales (Corijn, 1996). De ahí la necesidad de investigar cómo acontece este proceso en situaciones históricas particulares y prestar especial atención a las diferencias entre hombres y mujeres pertenecientes a diferentes sectores sociales.

Varios autores se han preguntado en qué medida el modelo normativo antes mencionado es de utilidad para el estudio de sociedades como la mexicana. Las respuestas varían de acuerdo con la población analizada, la fuente de información utilizada, el número de eventos-transición considerados y el momento histórico tenido en cuenta.

Tuirán (1999), con base en el análisis de las encuestas de fecundidad, observó que un grupo minoritario de mujeres alguna vez unidas ha seguido el patrón normativo de transición a la adultez que incluye la salida de la escuela, la entrada a la fuerza de trabajo, el primer matrimonio, la formación de un hogar independiente y el nacimiento del primer hijo.

En un estudio más reciente, Coubes y Zenteno (2005), con base en el análisis de los datos de la Encuesta Demográfica Retrospectiva, compararon diferentes cohortes de población joven de varones y mujeres, y analizaron tres eventos-transición que marcan la entrada a la vida adulta: la salida de la escuela, el inicio de la vida laboral y la entrada a la unión. Argumentan que en México el modelo normativo, a pesar de no ser el patrón dominante, seguía siendo un modelo de gran importancia, en especial entre los varones. Sus cifras indican que 44 por ciento de los varones y 29 por ciento de las mujeres en la cohorte más joven sigue el modelo normativo propuesto. Estos autores concluyen que no es posible hablar de una institucionalización del paso a la vida adulta, ya que no encontraron convergencia hacia un modelo dominante, sobre todo en el caso de las mujeres. Además, destacan el cambio significativo de las trayectorias que llevan a la vida adulta durante el siglo XX, debido sobre todo a la expansión del sistema educativo y a la participación creciente de las mujeres en el mercado laboral.

Echarri y Pérez Amador (2007), con base en la Encuesta Nacional de Juventud (ENJ, 2000), analizan la ocurrencia y el calendario de los cinco eventos-transición que desde la óptica sociodemográfica llevan a la vida adulta. Comparan hombres y mujeres residentes en áreas rurales y urbanas; analizan las interrelaciones entre los diferentes eventos y buscan factores explicativos que pueden adelantar o retrasar el proceso de transición a la adultez. Ellos subrayan que la secuencia de los diferentes eventos no corresponde al modelo normativo. Otros resultados de este estudio muestran que menos de 20 por ciento de las personas jóvenes de 15 a 29 años habían experimentado todas las transiciones consideradas, y 11 por ciento reportó no haber experimentado ninguna. Asimismo, cerca de 80 por ciento de los jóvenes analizados ya habían iniciado su vida laboral, entre los varones esta cifra era casi de 90 por ciento. Los autores observan que el ingreso al mercado laboral es la primera transición experimentada por una mayor cantidad de j óvenes mexicanos; le sigue en importancia la salida de la escuela. Destacan además que las diferencias entre áreas urbanas y rurales son acentuadas. Concluyen que la juventud tiene poco control sobre sus vidas, ya que sus opciones y elecciones encuentran límites en las restricciones económicas y en los rasgos familiares.

En otro artículo, Pérez Amador (2006) encuentra que la entrada al mercado de trabajo acelera en forma importante la salida del hogar paterno de los jóvenes, cuya partida no siempre se da mediante la unión marital. La autora subraya las diferencias entre hombres y mujeres; el impacto del primer trabajo es más contundente en el caso de los varones que inician su vida en pareja al dejar la casa de los padres. Concluye que el inicio de la vida laboral es parte de la transición a la adultez porque acelera la entrada a la unión conyugal y la salida de la casa de los padres. Saraví (2003), por su parte, destaca la simultaneidad y carácter temprano de la transición familiar (unión marital) y de la residencial (salida de la casa de los padres) entre los hombres y mujeres jóvenes.

La interrelación entre la salida de la escuela y la entrada al mercado de trabajo ha recibido de igual forma la atención de varios autores (Horbath, 2004; Giorguli, 2005; Gandini y Castro, 2006). Horbath (2004) señala que la entrada de los jóvenes al mundo laboral a temprana edad favorece el rezago escolar y la no finalización de los estudios. El ingreso precoz al mundo del trabajo tiene, a su vez, un impacto sobre la calidad de la inserción laboral a causa de que los bajos niveles de escolaridad están asociados con una mayor precariedad de los empleos (Oliveira, 2006; Mora Salas, 2006; Mora Salas y Oliveira, 2008).

Gandini y Castro (2006) se concentraron en el análisis de los cambios que acontecen al interior y entre tres cohortes de población.1 Estas autoras destacan importantes diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la salida de la escuela, las cuales son menos acentuadas en la cohorte más joven. Así, aunque el calendario de las mujeres siga siendo mucho más temprano que el de los varones, las mujeres más jóvenes permanecen más tiempo en la escuela que sus antecesoras. En cuanto a la entrada al mundo laboral ocurre lo contrario. Los hombres empiezan a trabajar a edades más tempranas que las mujeres, pero ellas, aunque salen de la escuela antes que ellos, no entran necesariamente al mercado de trabajo. Horbath (2004) destaca que al rezago educativo de las mujeres se añade el rezago laboral debido a que suelen incorporarse más tardíamente que los varones al mercado laboral. Mier y Terán (2004) también resalta que, en las localidades rurales marginadas, el género es el eje más importante de diferenciación de la transición a la vida adulta. Las mujeres salen más temprano de la escuela y entran con menor frecuencia en las actividades laborales. En las áreas urbanas y en todo el país, la transición a la vida adulta también presenta diferencias importantes entre hombres y mujeres jóvenes, como hemos señalado.2

Giorguli (2005), al analizar la salida de la escuela y la inserción temprana al mercado de trabajo, observó diferencias en el comportamiento según la composición del hogar. En los sectores con menores recursos, cuando la madre trabaja en actividades no asalariadas, los hijos e hijas adolescentes (12 a 16 años) presentan mayores tasas de asistencia escolar, en contraste con las familias cuyas madres no trabajan o son asalariadas. Las actividades no asalariadas de las madres les permiten a las mujeres y a varones jóvenes estudiar y participar en la actividad económica. Esta autora también muestra que la ausencia del padre en el hogar lleva a una mayor participación económica de los hijos e hijas adolescentes. Las diferencias entre hijos e hijas son importantes: ellas presentan una menor participación en la actividad laboral que ellos. La probabilidad de que las hijas no estudien y no trabajen es mayor en las situaciones en las cuales la madre desempeña actividades asalariadas. En estos casos, la colaboración de las hijas en la realización de las tareas del hogar es fundamental, como llama la atención la autora.

La relación que se da entre las transiciones vinculadas con el ámbito público de la escuela y el trabajo por un lado, y los eventos relacionados con el comportamiento reproductivo y la formación familiar, también ha sido centro de interés. Así por ejemplo, Lindstrom y Brambilla (2001), al analizar las interrelaciones entre la escolaridad, el trabajo y la formación familiar en México, sostienen que alcanzar niveles más altos de escolaridad contribuye a aumentar la probabilidad de tener un trabajo remunerado y a aplazar la edad de la unión conyugal. Parrado y Zenteno (2002) señalan, a su vez, que la interacción de la educación con las oportunidades laborales ejerce una influencia en la temporalidad del matrimonio. Ellos argumentan que las mujeres con bajos niveles educativos, con empleos de peor calidad, así como las que se dedican a las labores del hogar, tienden a casarse temprano; mientras las mujeres con niveles educativos intermedios tienen una menor propensión a hacerlo.

Según Corijn y Klijzing (2001), el nivel de escolaridad alcanzado se asocia con el aplazamiento de las transiciones familiares. Una formación académica prolongada en búsqueda de logros educacionales y laborales contribuye a explicar las transiciones familiares más tardías. El estudio y el trabajo pueden ser vistos como alternativas al matrimonio y a los hijos. Heaton, Forste y Otterstorm (2002) señalan que cuando estas alternativas se consideran más atractivas las mujeres aplazan la unión conyugal y la maternidad. Ellos encuentran que, en varios países de América Latina, las mujeres con estudios de secundaria presentan una menor probabilidad de casarse o tener hijos a edades tempranas en comparación con las que se reportan como mujeres sin escolaridad.

La revisión anterior pone de manifiesto que en México el estudio de la transición a la adultez es un tema de creciente importancia. Dos conclusiones deben ser extraídas de esta revisión. Primero, la perspectiva de análisis adoptada ha sido más demográfica que sociológica. Segundo, en México, la transición a la adultez no ha sido estudiada, salvo pocas excepciones, a partir de un enfoque que destaque cómo las iniquidades sociales existentes modulan este proceso. Es precisamente esto último lo que se busca atender en las siguientes secciones.

 

Desigualdades sociales y transición a la vida adulta

Existe un cierto consenso acerca de que la noción de desigualdad social engloba diversas formas de iniquidad social (Fitoussi y Rosanvallon, 1996; Tilly, 1999; McCall, 2001). En este trabajo destacamos las interacciones entre diferentes ejes de desigualdad, como las derivadas de la clase, el género y la edad, a efecto de mirar cómo la articulación entre estos elementos moldea diferentes trayectorias de transición a la adultez. Sostenemos que el acoplamiento de estas desigualdades tiene un gran influjo sobre el calendario, la ocurrencia y riesgo de concreción de las siete transiciones observadas. Como resultado de estos acoplamientos se tiene que las personas jóvenes de estratos socioeconómicos bajos, de menor edad y de sexo femenino suelen enfrentar un contexto de mayores restricciones sociales, lo cual se traduce en procesos de transición más acelerados y desventajosos. En estos casos, el control que las personas jóvenes pueden ejercer sobre el contexto estructural es mínimo (Echarri y Pérez Amador, 2007).

En México, los procesos que desencadenan la transición a la adultez acontecen en contextos sociales caracterizados por la presencia de importantes desigualdades sociales (territoriales, culturales, clase, género y edad). De manera tal que las desigualdades sociales dejan su impronta en la transición a la adultez (Evans, 2002) y dan lugar a modelos múltiples y contrastantes de transición (Casal, 1996; Machado, 2007). Es decir, el proceso de transición a la adultez es tamizado por las desigualdades existentes en el nivel societal. En consecuencia, el orden y la secuencia de los eventos-transición; su temporalidad; su importancia y su significado (subjetivo e intersubjetivo) varían en función de los ejes de diferenciación social más relevantes a nivel nacional.3 En un país como México, donde estas desigualdades sociales suelen ser muy agudas (Hernández Laos y Velázquez Roas, 2003; Székely, 2005; Vite, 2007), es esperable entonces observar diferencias sustantivas en los patrones de transición a la adultez; cuestionando, una vez más, pero ahora desde la perspectiva sociológica, la pretendida universalidad del patrón normativo.

La inquietud por estudiar la forma en que los comportamientos demográficos se estructuran en forma diferencial, de acuerdo con el sector social de pertenencia, se enriquece con el interés acerca de la interrelación entre diversas formas de iniquidades sociales. En este trabajo retomamos de nueva cuenta esta preocupación.4 Nos interesa ahondar en el análisis de cómo la acumulación de desventajas sociales (Ariza y Oliveira, 2000; González de la Rocha, 2006) deja huellas en la vida de los y las jóvenes que transitan hacia la adultez. Queremos ver las formas que asumen las diferencias de género al interior de diferentes estratos sociales5. También importa conocer cómo el sector social de pertenencia afecta en forma diferencial el proceso de volverse adultos en los hombres y en las mujeres jóvenes. En otras palabras, buscamos analizar la imbricación entre las iniquidades socioeconómicas, de género y las etarias; ver si las diferencias entre hombres y mujeres, en lo que se refiere al paso hacia la adultez, se acentúan o se minimizan en los estratos medios altos, en comparación con los de menores recursos económicos. Asimismo, buscamos la heterogeneidad social existente al interior de las categorías de hombres y mujeres, y cómo dicha heterogeneidad les afecta o no en forma diferencial.

Las posibilidades que se abren a la población juvenil y los obstáculos que enfrentan para salir adelante varían según el acceso diferencial a los recursos económicos, sociales y culturales, y a su condición social de hombres o mujeres. El estudio de cómo los y las jóvenes de diferentes sectores sociales adelantan o atrasan, acelerando o retardando, el paso hacia la adultez asume una gran relevancia porque la temporalidad de los eventos vitales que acontecen en la juventud pueden condicionar en forma irreversible sus trayectorias futuras a lo largo de sus cursos de vida.

Polo Arnejo (1999) investiga los rasgos que asume la transición a la vida adulta en el caso de los varones y las mujeres jóvenes urbanos pertenecientes a diferentes sectores sociales con base en el análisis de la información de la Encuesta Nacional de Empelo Urbano, ENEU, 1996. La autora concluye que los eventos involucrados en la transición a la vida adulta presentan un calendario diferente de acuerdo con los ejes de diferenciación social considerados: el sector social y el género. El abandono de la escuela ocurre en forma más temprana en los jóvenes del estrato bajo, en especial en las mujeres. De igual forma, las transiciones del dominio familiar se postergan en mayor medida en los varones que en las mujeres, y en las jóvenes de los estratos medios comparativamente con las del estrato bajo. Además, la autora destaca que entre los jóvenes del estrato bajo con frecuencia ocurren uniones conyugales sin la conformación de un hogar independiente; mientras en los jóvenes de los sectores medios se da la formación de un hogar independiente de los padres no acompañada de unión marital. En cuanto al calendario de la entrada al mercado de trabajo, los varones del sector bajo son los que ingresan a edades más tempranas y las mujeres del sector medio lo hacen más tardíamente.

A su vez, Szasz (2007) al analizar la construcción social de las normas sobre la sexualidad en México (datos de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva, 1998) encuentra que las desigualdades socioeconómicas influyen en las normatividades diferenciadas por género. En los sectores más acomodados, tanto para hombres como para mujeres, el inicio de las experiencias sexuales ocurre en una relación de noviazgo en mayor medida que en los estratos bajos. Asimismo, la distancia entre el inicio de la vida sexual y el comienzo de la vida marital es mayor en los estratos medios y altos en comparación con los bajos. Esta autora subraya que en los sectores socioeconómicos bajo y muy bajo, las normas de género que definen las actividades adecuadas para hombres y las autorizadas para las mujeres son más diferenciadas y restrictivas para las mujeres que en los sectores más acomodados. Ariza y Oliveira (2007) también destacan que los contrastes en las concepciones sobre la sexualidad entre sectores sociales son importantes; hombres y mujeres presentan grados distintos de conservadurismo o liberalismo en sus concepciones sobre la sexualidad (virginidad, monogamia y fidelidad) de acuerdo con su sector social de pertenencia. Las posturas liberales tienen un mayor peso en los sectores más privilegiados de la población en comparación con los demás y las posturas más conservadores ocurren en las mujeres de los estratos bajos.6

Por lo que sabemos sobre la importancia de las desigualdades sociales (de género y socioeconómicas) en la organización del curso de vida de los jóvenes, se espera confirmar la existencia de comportamientos distintos en los hombres y las mujeres, tanto en los sectores medios altos como en el bajo, así como diferencias entre estos estratos sociales al comparar varones y mujeres. Asimismo, las pocas evidencias previas disponibles sugieren que los contrastes entre sectores sociales en cuanto a la transición a la vida adulta deberían acentuarse al comparar a las mujeres jóvenes.

 

Ocurrencia y temporalidad de eventos-transición

En este apartado analizamos la intensidad y la temporalidad diferencial de ocurrencia del conjunto de los eventos-transición a la vida adulta considerados, y llevamos a cabo una comparación entre los hombres y las mujeres jóvenes de los estratos medio, alto y bajo. Describimos cada uno de los eventos en cuestión teniendo en cuenta tres aspectos: su importancia como la primera transición en la vida de los jóvenes; su ocurrencia, esto es, la proporción de jóvenes que ha experimentado el evento entre 15 y 29 años de edad, y su riesgo de ocurrencia7 a diferentes edades.

Nos centramos, en primera instancia, en el análisis de las transiciones relacionadas con el sistema escolar y los mercados de trabajo que suelen ocurrir a edades más tempranas que las demás, y posteriormente, en las vinculadas con el proceso de formación de la familia de procreación.

 

Salida de la escuela y entrada al mercado de trabajo

La entrada al mundo del trabajo es el primer evento-transición hacia la adultez para más de un tercio de los y las jóvenes de 15 a 29 años de edad. Esta primera transición es aún más importante para los jóvenes, como ya lo habían observado Echarri y Pérez Amador (2007). Al comparar los varones y las mujeres jóvenes pertenecientes a distintos estratos sociales, sobresale que la diferencia se manifiesta únicamente en el estrato bajo. En este grupo las jóvenes experimentan en menor medida que los varones la incorporación al mundo laboral como primera transición. En el estrato medio-alto las diferencias se borran pues casi la mitad de las mujeres y los varones jóvenes presentan como primera transición el ingreso al mundo del trabajo (gráfica 1).8

En lo relativo a la salida de la escuela, las disimilitudes entre los varones y las mujeres también son mucho más nítidas en los estratos bajos (gráfica 1). Adviértase también que este evento adquiere mayor importancia como primera transición en la vida de los jóvenes del estrato bajo comparativamente con los del estrato medio-alto. Estas diferencias entre los sectores sociales se mantienen al hacer las comparaciones respectivas para hombres y mujeres jóvenes. No obstante, las desigualdades entre las mujeres de diferentes estratos son todavía más fuertes que las observadas entre los varones.9

Este resultado pone al descubierto cómo las desigualdades socioeconómicas y las de género se refuerzan en detrimento de las jóvenes de escasos recursos.

El dejar la escuela como primera transición a edades tempranas es sin lugar a dudas un elemento importante de desventaja para las jóvenes de los estratos bajos en comparación con los varones del mismo sector social. Ellas salen de la escuela en mayor medida que los varones; empero ello no se traduce en una mayor participación laboral. Este patrón es indicativo de las formas en que opera la división sexual del trabajo en los hogares. El retiro de las mujeres del sistema escolar está acompañado de mayores responsabilidades en la realización de los quehaceres domésticos y cuidado de los hermanos y adultos mayores al interior de sus familias. Resultados similares son reportados por otros autores para el conjunto de la población juvenil.10 Nuestro análisis muestra, sin embargo, que este es un comportamiento propio de las mujeres de escasos recursos. Tal parece que las pautas de división sexual del trabajo presentan una mayor persistencia en los contextos sociales más desfavorecidos en términos socioeconómicos.11 En esta dirección, Mier y Terán (2004) ha mostrado que las jóvenes en comunidades rurales marginadas salen de la escuela más temprano que los varones pero inician su vida laboral en menor proporción que ellos a todas las edades.

La comparación de la proporción de ocurrencia de estos eventos, sin considerar si fueron o no la primera transición, apunta en la misma dirección. En efecto, aunque los contrastes entre las mujeres y los varones atraviesan los diferentes sectores sociales, son más acentuados en los estratos bajos donde, como ya señalamos, la división sexual del trabajo al interior de los hogares es más marcada (gráfica 2). También sobresalen contrastes importantes entre estratos sociales. En congruencia con lo esperado, los jóvenes varones en el estrado bajo entran a la vida laboral o dejan la escuela en mayor medida que en el estrato medio-alto. La brecha entre estratos sociales en cuanto a la salida de la escuela es aún más acentuada que la derivada de la incorporación al mercado de trabajo. Estas diferencias se hacen visibles si se tiene presente que al alcanzar 29 años, tres cuartas partes (76.9 por ciento) de los varones en el estrato bajo frente a una tercera parte (31.3 por ciento) en el medio-alto reportan haber interrumpido sus trayectorias escolares alguna vez.

Las mujeres jóvenes del estrato bajo ingresan en menor medida al mercado laboral que las jóvenes del estrato medio-alto, y al igual que los varones de su misma condición social, dejan la escuela en proporciones mucho más elevadas que las jóvenes de los estratos medios altos. Este hallazgo revela que las condicionantes de la reproducción social del hogar pueden ser tanto o más fuertes que las restricciones económicas a la hora de definir las trayectorias escolares de las jóvenes en los estratos socioeconómicos bajos.

En suma, se observa un patrón que indica que los varones que viven en los hogares con menos recursos económicos entran por primera vez al mundo laboral,a edades más tempranas y en mayores proporciones que los de los estratos medios y medios-altos. Este patrón no se observó en el caso de las mujeres. Asimismo, las mujeres y hombres de estratos bajos dejan la escuela en mayores proporciones en comparación con el medio-alto (gráfica 2). La diferencia estriba en el hecho de que las mujeres asumen mayores responsabilidades en las tareas reproductivas dentro del hogar, en tanto que los varones lo hacen en el campo de la manutención económica. Una especialización que alimenta la reproducción de la división sexual del trabajo en el seno doméstico, al tiempo que crea las condiciones para la reproducción social de las iniquidades de género en el mercado laboral (Mora y Oliveira, 2008).

El análisis del riesgo de ingresar a trabajar y dejar la escuela confirma de igual forma que las diferencias entre hombres y mujeres son más acentuadas en el estrato bajo que en el medio-alto. Adicionalmente, muestran que estas diferencias asumen forma distinta de acuerdo con el evento-transición en cuestión. De hecho, en el estrato bajo, el riesgo que enfrentan las mujeres de ingresar a trabajar a diferentes edades es siempre menor que el de los varones. En contraste, en el estrato medio-alto las disimilitudes entre los y las jóvenes son menos marcadas. En lo que se refiere a la salida de la escuela, por lo general, las mujeres presentan un mayor riesgo de abandonar los estudios a edades más tempranas que los varones en ambos estratos sociales. Empero, hay que destacar que en el estrato bajo esto ocurre a edades aún más tempranas (entre 12 y 15 años) con respecto a lo observado el estrato medio-alto (entre 18 y 25 años de edad). Véase la gráfica 5.

Las desigualdades existentes entre los estratos sociales (que se manifiestan tanto en los varones como en las mujeres) son también notorias. En realidad, en el estrato bajo, tanto los hombres como las mujeres jóvenes presentan un mayor riesgo de ingresar a trabajar o dejar la escuela a edades más tempranas que en el estrado medio-alto. Entre los varones, la brecha de edad entre el estrato medio-alto y el bajo, en cuanto al mayor riesgo de entrada al mercado de trabajo, es de seis años, mientras que para las mujeres esta diferencia oscila entre cuatro y seis años.12 En lo relativo a la salida de la escuela, esta brecha es aún más acentuada, estamos hablando de casi 10 años de diferencia. Los y las jóvenes en el estrato bajo presentan un mayor riesgo entre los 15 y 16 años; en contraste, en el estrato medio esto ocurre a 25 años. Es decir, mientras en el primer estrato la probabilidad se dispara al concluir la educación media, en el segundo estrato ello acontece, más o menos, al concluir la licenciatura.

Estos aspectos, aunados a la mayor importancia de la salida de la escuela como primera transición en la vida de los jóvenes de condiciones socioeconómicas restrictivas ponen de manifiesto cómo se van reproduciendo las desigualdades sociales desde los momentos iniciales del curso de vida. El hecho de dej ar la escuela prematuramente contribuye a que los contrastes en los niveles de escolaridad alcanzados por los jóvenes del estrato medio-alto y del estrato bajo sean enormes. Más de una tercera parte de los varones del estrato medio-alto (37.4 por ciento) tienen estudios universitarios o de posgrado, mientras en el estrato bajo este nivel de escolaridad sólo lo logran tres de cada 100 jóvenes (2.6 por ciento). Las cifras correspondientes para las mujeres muestran lo mismo, pues se ubican en 39.3 y 1.9 por ciento, respectivamente. Más aún, gran parte de los y las jóvenes del estrato bajo no llegan más allá de la primaria (43.1 por ciento de los varones y 49.1 por ciento de las mujeres, respectivamente).13 Retomando lo dicho por Horbath (2004) las mujeres con escasos recursos acumulan rezagos laborales y educativos que son ligeramente superiores a los de los varones de la misma extracción social. Aunque lo que debemos resaltar aquí es que la salida de la escuela sin tan siquiera haber alcanzado estudios de preparatoria constituye uno de los mecanismos centrales en la transmisión de las desigualdades socioeconómicas y de género.

La comparación entre los y las jóvenes de diferentes estratos sociales y grupos de edad nos permiten, además de ratificar aspectos ya señalados por otros estudios, subrayar otros poco conocidos todavía (gráficas 3 y 4). En primer lugar, queremos resaltar que las desigualdades de género asumen formas distintas en los diferentes estratos sociales y grupos de edad. En el estrato medio-alto, las disimilitudes entre hombres y mujeres se manifiestan en el acceso diferencial a la escolaridad en el grupo de mayor edad (25 a 29 años). Empero, las diferencias en cuanto a la entrada al mercado de trabajo a estas mismas edades casi desaparecen en dicho sector. En otras palabras, las diferencias de género en el sector medio-alto no se dan en el acceso al mercado laboral, sino en la preparación/cualificación que logran acumular las y los jóvenes antes de su inserción laboral. Un resultado similar encuentra Polo Arnejo (1999) en las áreas urbanas del país a mediados de la década de 1990. Las diferencias en cuanto a la salida de la escuela entre los y las jóvenes pueden deberse al hecho de que las jóvenes de familias más acomodadas, entre los 25 y 29 años, dejan de estudiar a causa de que ya alcanzaron los niveles de escolaridad deseados. Asimismo, muchas ya se han unido maritalmente y tenido hijos en mayores proporciones que su contraparte masculina. La inexistencia de diferencias en cuanto a la entrada al mundo del trabajo, a su vez, se explica en parte por el aumento de la participación económica de las mujeres con mayores niveles relativos de escolaridad.

En contraste, en el estrato bajo, las iniquidades de género se manifiestan en la participación diferencial en el mercado de trabajo en los diferentes grupos, a causa de las pautas prevalecientes de división sexual del trabajo. Cabe también destacar que estas desigualdades se tornan poco significativas en lo que se refiere a la salida de la escuela. Esta homogenización entre hombres y mujeres en cuanto a un menor acceso a las oportunidades educativas deja ver con claridad la importancia de la escolaridad como mecanismo de diferenciación social. Asimismo, el patrón de integración diferencial al mundo del trabajo entre las y los jóvenes de estrato bajo pone de manifiesto cómo desigualdades de género modelan el patrón laboral en estos grupos de población desde una fase temprana de la vida. No hay que olvidar lo señalado anteriormente, en el sentido de que el rezago en la incorporación laboral de las mujeres jóvenes está relacionado con las exigencias del hogar en cuanto a la distribución de los quehaceres domésticos.

En segundo lugar, hay que hacer notar que las discrepancias entre estratos sociales en cuanto a la entrada de los jóvenes en el ámbito laboral toman magnitudes distintas de acuerdo con el grupo de edad, y se manifiestan en forma variable cuando comparamos a los hombres o a las mujeres. La brecha en cuanto a la incorporación laboral de los varones del estrato medio-alto y del estrato bajo es más acentuada en los más jóvenes: 80.9 por ciento de los varones de 15 a 19 años de edad que provienen de familias con escasos recursos ya han ingresado alguna vez al mercado de trabajo, la cifra correspondiente es 61.1 por ciento en el estrato medio-alto. La mayor utilización de la mano de obra masculina adolescente en los sectores de menores recursos seguramente se debe a la mayor necesidad económica de sus familias, y a la contribución de los varones a la manutención de sus hogares. La diferencia en el porcentaje de varones que ya entraron al mercado de trabajo prácticamente desaparece en el grupo de 25 a 29 años, como era esperable por cuanto a esta edad, los jóvenes del estrato medio-alto culminan sus estudios y se integran plenamente al mercado de trabajo.

Las diferencias por estratos sociales de las mujeres jóvenes también tienen especificidades dignas de resaltar. Mientras en el estrato bajo las mujeres más jóvenes (15 a 19 años) ya entraron a trabajar en mayor medida que las del estrato medio-alto, éstas últimas presentan una mayor presencia en el mercado de trabajo que las primeras en el grupo de 25 a 29. Resultados similares encuentra Polo Arnejo (1999) al estudiar los jóvenes urbanos. La menor participación laboral de las jóvenes del estrato bajo en el grupo de mayor edad se asocia al hecho de que a estas edades la gran mayoría de las jóvenes en los sectores pobres ya han experimentado la unión de pareja y han iniciado su ciclo reproductivo.

En tercer lugar, las diferencias por sector social en cuanto a la salida de la escuela se maximizan en el grupo de 15 a 19 años, tanto en los hombres como en las mujeres. Las disparidades entre el estrato bajo y el medio-alto alcanzan en ambos casos cerca de 50 por ciento. Aspecto que corrobora lo argumentado anteriormente en el sentido de que las iniquidades expresadas en menores niveles de escolaridad se gestan a edades tempranas y llegan a tener repercusiones de gran magnitud en la vida adulta.

En resumen, este conjunto de señalamientos confirma que todavía a principios del siglo XXI el acceso a las oportunidades educativas en el país y el logro educativo sigue siendo extremadamente desigual para jóvenes con procedencias sociales contrastantes. Esto revela, por un lado, la rigidez del patrón distributivo mexicano y su escasa maleabilidad al cambio, pero por otro, resulta de suma preocupación si se toma en cuenta que estas disparidades se han producido en un periodo precedido por la mayor expansión histórica de las oportunidades educativas a nivel nacional.

Los datos analizados ponen de manifiesto que la condición social de las personas tiene una fuerte incidencia sobre las probabilidades de dejar la escuela o ingresar al mercado laboral. Adicionalmente, que estos procesos asumen rasgos particulares según la condición de hombre o mujer de los jóvenes. En consecuencia, es claro que la transición a la adultez es un proceso que está influido en gran medida por las desigualdades sociales existentes. De ahí la importancia de complementar los análisis que dan cuenta del patrón dominante, del calendario y de la temporalidad de los eventos-transición, con los estudios que observan cómo las diferentes trayectorias que llevan a la adultez son moldeadas por los patrones de iniquidad social que han heredado las personas jóvenes en el México contemporáneo. Esta perspectiva no niega el rol activo de hombres y mujeres jóvenes como constructores de sus propias transiciones, tan sólo la sitúa en el marco de acción estructural en que acontece, y que de inicio reconoce la distribución desigual de los recursos y las oportunidades de vida (Darendorf 1979).

 

Inicio de la vida sexual

En relación con los eventos vinculados al ámbito de la reproducción socio-biológica, nos interesa, de igual forma, comparar a los y las jóvenes en diferentes edades y estratos socioeconómicos, y destacar las diferencias en cuanto a la intensidad y temporalidad de los eventos considerados. El examen conjunto de estos cuatro eventos-transición permite establecer los patrones de diferenciación por género y estratos socioeconómicos.

Un primer aspecto a hacer notar es que el inicio de la vida sexual es el primer evento-transición hacia la adultez que experimentan en proporciones más elevadas los varones en comparación con mujeres, sobre todo en el estrato medio-alto. Los jóvenes varones de familias más acomodadas también presentan en mayor medida que los varones del estrato bajo la relación sexual como primera transición (21.7 frente a 5.9 por ciento, respectivamente). Los más desfavorecidos económicamente, como hemos visto, experimentan más bien como primera transición la entrada al mercado de trabajo o la salida de la escuela. La proporción de jóvenes que se unen y tienen el primer hijo antes de pasar por las transiciones vinculadas al mundo laboral es muy reducida sobre todo entre los varones (gráfica 1).

Estudios previos muestran que comparados con las mujeres, los hombres jóvenes son en mayor medida sexualmente activos, y que la edad media de la primera relación sexual es menor para ellos que para ellas.14 En nuestros datos sobresale el hecho de que mientras en el estrato bajo la proporción de los varones y mujeres jóvenes que han iniciado su vida sexual es muy similar en todas las edades, en el estrato medio-alto las diferencias son importantes (38.1 por ciento en las mujeres y 59.4 por ciento en los varones), y se acentúan en el grupo de 20 a 24 años (gráficas 3 y 4). De igual forma, cuando se analiza la temporalidad e intensidad del riesgo de ocurrencia de este evento, se observa que la disparidad entre las mujeres y varones jóvenes es más acentuada en el estrato medio-alto que en el bajo. Las mujeres presentan un mayor riesgo de iniciar su vida sexual a edades más avanzadas que los varones.

Los contrastes entre los estratos sociales son marcados sobre todo cuando se comparan las mujeres jóvenes. Mientras en el estrato bajo 58.5 por ciento de las jóvenes ya inició su vida sexual, en el estrato medio-alto esta cifra se reduce a 38.1 por ciento. El desfase se hace aún más marcado en el grupo de 20 a 24 años de edad. El análisis del riesgo de ocurrencia a diferentes edades de este evento reafirma que en el caso de los varones la disimilitud entre estratos sociales no es tan clara como entre las mujeres15. Para estas últimas la brecha en las edades de mayor riesgo de tener la primera relación sexual entre el estrato bajo y el medio-alto es de cuatro años (20 y 24 años de edad, respectivamente, gráfica 6). Para explicar esta diferencia habría que tener en cuenta que en las familias del estrato medio-alto el acceso a mayores oportunidades educativas y la posibilidad de planear más a largo plazo las trayectorias de vida también podrían llevar a un aplazamiento del inicio de la vida sexual de las jóvenes.

En efecto, las diferencias entre los varones pertenecientes a los estratos medio-alto y bajo son mínimas en los diferentes grupos de edad (gráficas 2, 3 y 4). Estos resultados son acordes con la tesis que sostiene, para los varones, que el predominio de un comportamiento social que subraya la importancia de la actividad sexual como demostración de virilidad y elemento central en la conformación de la identidad masculina atraviesa los diferentes sectores sociales, borrando sus diferencias (Uribe, 2005).

 

Formación de la familia de procreación

Los eventos-transición vinculados con la unión conyugal, primer embarazo y primer hijo, muestran diferencias persistentes y recurrentes entre hombres y mujeres. Estas diferencias atraviesan los estratos sociales analizados. No obstante, hay que señalar que pese a ello, los contrastes entre estratos sociales son también acentuados. Queremos resaltar tres resultados que son congruentes con el conocimiento acumulado sobre las transiciones familiares: a) las mujeres jóvenes, sin importar el estrato social, se unen, embarazan y tienen el primer hijo en mayores proporciones y a edades más tempranas que los varones (gráficas 2, 6 y 7); b) estas diferencias entre hombres y mujeres jóvenes son aún más acentuada en el estrato bajo que en los sectores medios altos, y c) los contrastes entre estratos sociales se manifiestan en forma aún más clara cuando se comparan las mujeres entre sí. En efecto, en los estratos bajos las personas jóvenes, y muy especialmente las mujeres, se unen, se embarazan (o embarazan a su novia o pareja), y tienen hijos en mayor proporción y a edades más jóvenes que en el estrato medio-alto (gráfica 2, 6 y 7).16

 

Sexualidad y formación familiar

Una mirada al conjunto de los eventos vinculados con el comportamiento reproductivo pone al descubierto por lo menos dos cuestiones que merecen destacarse:

Primero, la distancia temporal entre el inicio de la vida sexual y la formación de la familia de procreación varía al comparar hombres y mujeres, y estratos sociales. En los varones, a diferencia de lo que ocurre con las jóvenes, el inicio de la vida sexual se vincula menos con la formación de la familia de procreación (primera unión, el primer embarazo y el primer hijo); resultado que reafirma lo encontrado en estudios previos (Szasz, 2007). Nosotros constatamos que esta diferencia entre los y las jóvenes se acentúa en el estrato bajo.

Segundo, el patrón de organización del inicio de la vida sexual y de la reproducción sociobiológica de las mujeres muestra diferencias importantes por estrato social. Entre las jóvenes del estrato bajo, el inicio de la vida sexual está en mayor medida ligado a la procreación que en el estrato medio-alto. En efecto, en el estrato bajo, a diferencia de lo que acontece en el sector medio-alto, al inicio precoz de la vida sexual con frecuencia sigue el primer embarazo y el nacimiento del primer hijo.17 En cambio, en el estrato medio-alto, el embarazo y el nacimiento del primer hijo se encuentran más asociados a la primera unión. Es interesante hacer notar que las jóvenes de escasos recursos no sólo inician su vida sexual y reproductiva más tempranamente, sino que también tienen en mayor medida embarazos e hijos fuera de las uniones conyugales.18 Vale la pena recordar que Stern y Menkes (2007) encuentran que las jóvenes del estrato bajo, casadas o solteras, tienen una mayor probabilidad de embarazarse en comparación con las de los estratos medio y alto.

Estos resultados corroboran las interpretaciones acerca de la existencia de diferentes pautas culturales y normativas que regulan el inicio de la vida sexual y reproductiva de las mujeres en diferentes estratos sociales. Las jóvenes de los sectores medios altos presentan una mayor distancia entre la primera relación sexual y la formación familiar (la primera unión conyugal y la concepción del primer hijo), en comparación con las jóvenes de menores recursos (estrato bajo). Pero a diferencia de ellas, tienen una mayor cercanía entre la unión marital, el primer embarazo y el primer hijo. Las diferencias son más acentuadas en los grupos de edad más jóvenes (15 a 19 años, y sobre todo de 20 a 24 años, véase gráfica 3). En suma, tal parece que las jóvenes de las familias más acomodadas se enfrentan a una doble normatividad social. Por un lado, se podría hablar, como lo hace Szasz (2007), de una normatividad alternativa que separa la vida sexual de la unión marital. Pero, por el otro, persiste una normatividad más restrictiva acerca del inicio más tardío de la vida sexual y de una mayor cercanía entre el nacimiento del primer hijo y la unión marital.

En suma, nuestros hallazgos corroboran la existencia de un modelo sociocultural de comportamiento sexual y reproductivo diferencial para hombres y mujeres y para diferentes estratos sociales; cuyos contrastes son más acentuados entre las mujeres. Dicho modelo se caracteriza no sólo por diferencias en la temporalidad e intensidad de ocurrencia de la primera relación sexual, del primer embarazo, de la primera unión y del primer hijo, sino también por otros aspectos, como por ejemplo, la elección de la persona con quien se inicia la vida sexual (Szasz, 2007). En el estrato medio-alto, los jóvenes varones inician su vida sexual con amigas o con la novia en mayores proporciones que el estrato bajo (33.9 y 52.2 por ciento frente a 24.7 y 35.9 por ciento, respectivamente). En este último estrato gana mayor importancia el tener la primera relación sexual con la esposa (22.7 frente a 5.6 por ciento en el estrato medio-alto) o con trabajadoras del sexo comercial (9.2 frente a 2.2 por ciento). Los contrastes entre las mujeres jóvenes por estratos sociales son aún más acentuados. La mitad (52.7 por ciento) de las jóvenes del estrato medio-alto inicia su vida sexual con el novio, cifra que apenas alcanza las dos décimas partes (19.4 por ciento) de las mujeres del estrato bajo. En contraste, tres cuarta partes (75.4 por ciento) de las jóvenes del estrato bajo inician su vida sexual con su esposo; cifra que desciende a cuatro de cada diez mujeres jóvenes (42.5 por ciento) en el estrato medio-alto19. Estos contrastes encontrados entre los jóvenes de diferentes estratos sociales son mucho más acentuados que los señalados por Szasz (2007) al analizar el total de la población masculina y femenina.

 

Salida de la casa de los padres

En pocas ocasiones la salida de la casa de los padres es la primera transición en la vida de los jóvenes y cuando esto acontece las protagonistas son, principalmente, las mujeres del estrato medio-alto (gráfica 1).

El examen de la proporción de los varones jóvenes que ya han dejado la casa de los padres a los 29 años y no han regresado hasta el momento de la encuesta muestra que las mujeres experimentan este evento con más frecuencia que los varones, sobre todo en el estrato bajo. Además, los hombres y las mujeres jóvenes del estrato bajo dejan la casa de los padres en mayores proporciones que en el estrato medio-alto. Una vez más, la diferencia entre los estratos sociales es mucho más acentuada en el caso de las mujeres.20

Adviértase también los fuertes contrastes entre los varones y las mujeres jóvenes pertenecientes a los diferentes estratos sociales. De nueva cuenta encontramos que las mujeres jóvenes están expuestas a un mayor riesgo de salir de la casa de los padres a edades más tempranas que los varones. A su vez, los jóvenes (hombres y mujeres) del estrato bajo aceleran su salida del hogar paterno en comparación con los del estrato medio-alto. En ambos casos la brecha entre los estratos sociales, en las edades en que los jóvenes tienen un mayor riesgo de salir del hogar de sus padres, es de siete años.21 También es importante resaltar que, con la excepción de las mujeres del estrato bajo, el riesgo de dejar la casa de los padres y no haber regresado hasta el momento de la encuesta es muy bajo entre los jóvenes (gráfica 8).

Las razones para dejar la casa por primera vez también presentan variaciones importantes cuando se compara los varones y las mujeres jóvenes del estrato medio-alto y del estrato bajo. Los jóvenes de 15 a 19 años de edad en familias del primer grupo dejan en mayores proporciones la casa de los padres para estudiar en otra ciudad, estado o país (29.4 por ciento de los varones y 38.4 por ciento de las mujeres); mientras los del estrato bajo lo hacen mayormente porque van a trabajar fuera de la ciudad, estado o país (39.1 de los varones y 19.5 por ciento de las mujeres) o porque se unen o se casan (8.8 de los varones y 38.8 por ciento de las mujeres).22 Estas razones ponen en evidencia, una vez más, la operación de las desigualdades sociales.

Análisis de la interrelación entre el primer trabajo y la salida de la casa de los padres muestra, como ya hemos señalado, que los jóvenes que ya ingresaron al mercado de trabajo cuentan con una mayor probabilidad de dejar la casa de los padres, vía la unión marital o la migración, en comparación con los que todavía no han ingresado al mercado laboral (Pérez Amador, 2006).23 Las jóvenes con mayor escasez de recursos económicos presentan un comportamiento distinto a los demás. Un porcentaje importante de ellas salen de la casa de los padres sin haber ingresado por primera vez al mercado de trabajo. Probablemente, este proceso se da mediante la unión conyugal, que en este grupo ocurre a edades tempranas.

También es importante remarcar que muchos de los jóvenes del estrato bajo que siguen en la casa de los padres ya entraron por primera vez al mercado laboral y han salido de la escuela (66.6 y 47.5 por ciento de las mujeres). En el estrato medio-alto, las cifras correspondientes son más reducidas (25.6 de los varones y 24.7 por ciento de las mujeres). Los jóvenes de familias más acomodadas que viven en la casa de sus padres, a diferencia de los del estrato bajo, estudian y todavía no han tenido una primera experiencia laboral o ingresan a trabajar sin que ello vaya acompañado por la interrupción de sus estudios. Estos jóvenes seguramente siguen en la casa de sus padres, ya habiendo ingresado por primera vez al mercado de trabajo, en espera de terminar sus estudios o de encontrar mejores oportunidades laborales. En los estratos bajos, ciertamente, la contribución de los jóvenes, sobre todo de los varones en la manutención de su familia de origen es importante (Mora y Oliveira, 2008). También hay que descartar que muchos de los jóvenes que siguen en la casa de los padres ya se han unido maritalmente, pero no cuentan aún con recursos para formar un hogar aparte. Esta pauta residencial patrivirilocal es más frecuente en los estratos de escasos recursos económicos.24

Otro aspecto importante a destacar es que la salida de la casa de los padres no necesariamente acarrea la formación de un hogar independiente. La mayoría de los jóvenes del estrato bajo lo hacen con más frecuencia a causa de que la unión conyugal acontece a edades más tempranas en este sector social. De los jóvenes que han dejando a casa de los padres y no viven con ellos en momento de la encuesta, casi tres cuartas partes (73.9 por ciento) de los varones en el estrato bajo y poco menos de dos terceras partes (62.8 por ciento) en el estrato medio-alto ocupan la posición de jefes en sus hogares. En el caso de las mujeres menos de una décima parte (7.1 por ciento) se declara como jefas y más de dos terceras partes (68.7 por ciento) se reportó como cónyuge en el estrato bajo. Las cifras correspondientes en el estrato medio-alto son 4.4 y 56.9 por ciento, respectivamente.25

Se requiere de análisis adicionales para deslindar en qué medida los y las jóvenes que dejan la casa de los padres y no asumen la posición de jefes o cónyuges en sus hogares todavía no están unidos o casados, o si lo están, sería preciso saber si viven en la casa de otros parientes. En verdad, la formación de un hogar independiente podría ser un mejor indicador para captar la transición a la vida adulta que la salida de la casa de los padres (Polo Arnejo, 1999).

 

Conclusión

Las desigualdades entre las mujeres y los varones jóvenes se mantienen en casi todos los eventos-transición considerados, aunque con distinta intensidad, tanto al interior del estrato medio-alto como en el bajo. Las mujeres retrasan, en comparación con los varones, la salida de la escuela y el inicio de la vida sexual, sobre todo en el estrato medio-alto; mientras en el estrato bajo ellas entran más tardíamente al mundo del trabajo, pero adelantan la salida de la casa de los padres en comparación con ellos. De igual forma, en los dos estratos sociales analizados, ellas se casan, se embarazan, tienen el primer hijo y dejan la casa de los padres a edades más jóvenes que los varones.

Estos contrastes encontrados en el proceso de transición a la vida adulta de hombres y mujeres reafirman hallazgos de otros trabajos26 y ponen de manifiesto las iniquidades de género que todavía persisten en nuestras sociedades. La normatividad socio cultural que, por un lado, asigna principalmente a los hombres las tareas de manutención económica de su familia y a las mujeres la realización del trabajo doméstico, y por el otro, legitima un calendario reproductivo más temprano para las mujeres, deja su impronta sobre todo en el curso de vida de las mujeres de los estratos bajos, donde todavía prevalecen modelos de familia más tradicionales.

Las desigualdades socioeconómicas dejan, de igual forma, huellas marcadas en el proceso de transición a la adultez. Los jóvenes, sean hombres o mujeres, que enfrentan una mayor escasez de recursos económicos han transitado por estos eventos en mayores proporciones y a edades más tempranas. Con la excepción de la entrada al mercado de trabajo, en todos los demás eventos, las discrepancias entre estratos sociales son más acentuadas cuando comparamos a las mujeres. Aspecto que denota que la interrelación entre el estrato socioeconómico y la condición de hombre o mujer contribuye a la acumulación de desventajas para las jóvenes de los estratos bajos.

Las mujeres jóvenes del estrato medio-alto permanecen más tiempo en la escuela, alcanzan niveles de escolaridad mucho más elevados, participan en mayor medida en el mundo laboral, han logrado una mayor desvinculación entre la sexualidad y la procreación, y se casan, se embarazan y tienen hijos a edades más tardías que las jóvenes del estrato bajo. En los estratos más desfavorecidos económicamente, las jóvenes dejan prematuramente la escuela, inician su vida sexual a edades más tempranas y también se embarazan, se unen y tienen hijos aun siendo muy jóvenes.

En suma, el conocimiento acumulado sobre las repercusiones de las iniquidades sociales en la vida de los individuos nos permite argumentar que los jóvenes de los estratos sociales más pobres, que enfrentan condiciones más precarias de existencia y heredan en cierta medida los comportamientos demográficos de su sector social de pertenencia, son llevados, por la escasez de recursos y el menor acceso a las oportunidades educativas, a acelerar su transición a la vida adulta. En ese sentido, el calendario, la ocurrencia y la temporalidad de los eventos-transición muestran especificidades según el estrato social de los jóvenes. Es también plausible pensar que estos eventos-transición adquieren sentidos diferenciados en función de la posición social de los y las jóvenes.

En un contexto como el mexicano, caracterizado por marcadas y persistentes desigualdades sociales, encontramos comportamientos distintos en los jóvenes y, en ocasiones, hasta contrapuestos según su pertenencia social. Así, por ejemplo, los y las jóvenes de los sectores medios altos que han tenido acceso a mayores niveles de escolaridad están más propensos a prolongar su residencia en la casa de los padres, entrar más tarde al mercado laboral, posponer el inicio de su vida en pareja y el ejercicio de la paternidad/maternidad. Estos jóvenes posiblemente han podido planear a más largo plazo su trayectoria de vida y entrar más pausadamente en la vida adulta.

Tendría que analizarse, aún, en qué medida el permanecer durante más tiempo en la casa los padres está o no asociado con asumir algunas responsabilidades familiares y el desarrollo de una mayor autonomía personal.

En contraste, los sectores menos privilegiados, los que provienen de familias con menos recursos económicos, que no han podido seguir estudiando, han tenido que ingresar prematuramente a la fuerza de trabajo, han iniciado su unión marital y han tenido hijos a edades más tempranas. Estos jóvenes con condiciones de vida más precarias posiblemente han tenido que asumir responsabilidades familiares más tempranamente, acelerando así su tránsito hacia la adultez. Las iniquidades de género que persisten en nuestra sociedad contribuyen a aumentar aún más las desventajas que enfrentan las mujeres con escasos recursos socioeconómicos en el tránsito hacia la vida adulta.

La conclusión principal de este estudio muestra que tanto las desigualdades de género como la extracción social de las personas jóvenes son realidades palpables que moldean sus trayectorias de vida desde temprana edad. En consecuencia, el orden y la secuencia, tanto como la temporalidad y la significación social de los eventos-transición que la sociodemografía identifica como hitos relevantes en la transición a la adultez no pueden analizarse al margen de estos factores condicionantes. Hacer caso omiso de esta realidad conduce a generar imágenes idealizadas de esta transición que no contribuyen a un entendimiento cabal de este proceso, al tiempo que favorecen la reproducción de mitos intelectuales sobre el particular.

 

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Notas

1 Las tres cohortes estudiadas por estas autoras son la comprendida entre 1936 y 1938; la de 1951 a 1953 y la de 1966 a 1968.

2 Véase, Mier y Teirán,2004; Horbath, 2004; Coubés y Zenteno, 2005; Echarri y Pérez Amador, 2006; Gandini y Castro, 2006.

3 La situación límite está dada por el caso de las personas que han experimentado una adultez forzada. Para estos individuos no hubo proceso alguno de planeación de la transición, ni tampoco periodo alguno de moratoria. En sentido estricto no puede hablarse en estos casos de transición a la adultez o de adultez emergente (emerging adulthood). Desde temprana edad, las personas arrinconadas a garantizar su sobrevivencia y colaborar con la manutención de su grupo de referencia asumen roles que tradicionalmente han sido definidos como propios de la adultez.

4 Estudios previos constituyen un antecedente importante en esta misma dirección (Ariza y Oliveira, 2000; Polo Arnejo, 1999; Szasz, 2007; Ariza y Oliveira, 2007).

5 La ubicación de los jóvenes en estratos sociales se hace con base en la estratificación de los hogares propuesta por Echarri (2007). Esta estratificación considera las condiciones de la vivienda, la escolaridad relativa promedio del hogar y la actividad económica asociada al mayor ingreso en el hogar. Para los jóvenes que todavía viven en la casa de sus padres, o en la de alguna de ellos, el estrato socioeconómico se refiere a la familia de origen de los jóvenes. En el caso de los jóvenes que ya dejaron la casa de sus padres, el estrato se refiere a su propio hogar o al hogar en que viven.

6 Este mayor conservadurismo se manifiesta en el comportamiento sexual de las jóvenes de los sectores bajos, quienes inician su sexualidad a edades tempranas, sobre todo con sus esposos. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio por lo general son legitimadas por el embarazo y el nacimiento de un hijo.

7 Este último indicador lo obtuvimos mediante el análisis de tabla de vida que permite tener en cuenta los individuos que experimentaron los eventos-transición, así como los que todavía no los han experimentado (los casos truncados). El indicador de riesgo se obtuvo de la estimación de las funciones de riesgo hazard functions.

8 Nótese que en el estrato bajo, estos porcentajes son más reducidos y distintos para los varones y las mujeres (39.6 frente a 22.1 respectivamente).

9 Así por ejemplo, casi 50 por ciento de las jóvenes en el estrato bajo deja la escuela como primera transición en comparación con solamente 8.9 por ciento en el estrato medio-alto. En los varones que también enfrentan condiciones precarias de existencia, la cifra correspondiente es de 27.8 por ciento de los casos en comparación con 4.3 por ciento en el estrato medio-alto.

10 Véase Horbath, 2004 y Gandini y Castro, 2006.

11 Al preguntar a los jóvenes de 15 a 19 años el motivo por el cual dejaron la escuela, cerca de 12 por ciento de las jóvenes del estrato bajo dijo que tenía que trabajar y siete por ciento que tenía que ayudar en la casa. Las cifras correspondientes a los varones del mismo estrato social son: 27.2 y 3.8 por ciento, respectivamente (datos de la ENJ, 2000 no presentado en los cuadros). En el estrato medio-alto las diferencias son muchos menos acentuadas: 8.5 por ciento de las jóvenes y 6.7 por ciento de los varones dijo que tenía que trabajar y ninguno afirmó que tenía que ayudar en la casa.

12 Los varones del estrato bajo presentan una mayor probabilidad de empezar a trabajar a los 18 años de edad; en el estrato medio-alto esto ocurre a los 24 años. En el caso de las mujeres, estamos hablando de una mayor probabilidad de ingresar al mercado de trabajo entre los 16 y 18 años en el estrato bajo, y a los 22 en el medio-alto.

13 Datos de la ENJ, 2000 no presentados en los cuadros.

14 Para una revisión de estudios previos, véase Szasz, 2007.

15 En el estrato bajo el mayor riesgo de inicio de la vida sexual en los varones ocurre a los 18 y a los 20 años, mientras en los jóvenes varones de origen social más acaudalado se da a los 26 años de edad; empero en este último sector social hay otra franja de alto riesgo, aunque de menor intensidad, entre los 17 y los 20 años, y otra de mayor intensidad entre los 24 y los 26 años de edad.

16 Las cifras revelan que los varones presentan un mayor riesgo de transitar por estos eventos entre los 23 y los 25 años de edad en el estrato bajo; y entre los 26 y los 28 años en el medio-alto. Las mujeres, a su vez, lo hacen de los 20 a los 21 años de edad en el estrato bajo; y de los 25 a los 27 años en el medio-alto.

17 De acuerdo con los datos de la ENJ, 2000 (no incluidos en los cuadros), 14.8 por ciento de las jóvenes solteras del estrato bajo ya ha iniciado su vida sexual y tenido un primer embarazo, en el estrato medio-alto, la cifra correspondientes es 4.7 por ciento. En contraste, 16.9 por ciento de las jóvenes solteras en el estrato medio-alto ha iniciado su vida sexual y no han experimentado un primer embarazo frente a 4.3 por ciento en el estrato bajo.

18 Cifras de la ENJ, 2000 (no presentadas en los cuadros) muestran que 7.6 por ciento de las jóvenes del estrato bajo han tenido un embarazo sin haber tenido una primera unión marital, en el estrato medio-alto la cifra correspondiente es de 3.8 por ciento.

19 Datos de la ENJ-2000 no presentados en los cuadros.

20 Como se puede observar en las gráficas 2 y 3, 42.7 y 21.3 por ciento de las jóvenes del estrato bajo y del medio-alto, respectivamente, ya han dejado la casa de los padres a los 29 años de edad. En el caso de los varones, estas disimilitudes son más moderadas, las cifras correspondientes son de: 26.9 y 13.2 por ciento en el estrato bajo y en el medio-alto, aunque la brecha sigue siendo del doble.

21 Entre 20 y 27 años en los varones y entre 17 y 24 en las mujeres del estrato bajo y medio-alto respectivamente.

22 Las cifras para el conjunto de los jóvenes de 15 a 29 años muestran que 31.2 por ciento de los hombres y 28.6 por ciento de las mujeres del estrato medio-alto dejan la casa de los padres para estudiar en otra ciudad, estado o país; las cifras correspondientes en el estrato bajo son únicamente de ocho por ciento y 5.8 por ciento. En los estratos más pobres, los hombres y las mujeres más bien dejan la casa para unirse (38.9 y 60.2 por ciento, respectivamente) o para trabajar en otra ciudad, estado o país (32.7 y 16.9 por ciento). Las cifras correspondientes para el estrato medio-alto son: 23.6 por ciento de los varones y 40 por ciento de las mujeres salen del hogar de los padres por unión o casamiento y 14.6 y 13 por ciento, respectivamente, para trabajar en otra ciudad, estado o país. Datos de la ENJ-2000 no presentados en los cuadros.

23 En efecto, 96.5 por ciento de los varones y 89.5 por ciento de las mujeres del estrato medio-alto que todavía no han entrado por primera vez en el mercado de trabajo viven con sus padres; en el estrato bajo las cifras correspondientes son de 89.5 por ciento de los varones y 58 por ciento de las mujeres (ENJ, 2000).

24 Del total de los jóvenes del estrato bajo analizados 8.3 por ciento de los varones y 7.8 por ciento de las mujeres viven en la casa de sus padres y ya tuvieron un primera unión marital; las cifras correspondientes para los jóvenes del estrato medio-alto son 3.4 y 3.3 por ciento respectivamente. Datos de la ENJ, 2000 no presentados en los cuadros.

25 Datos de la ENJ, 2000 no presentados en los cuadros.

26 Véase, Mier y Terán (2004); Coubés y Zenteno,( 2005): Echarri y Pérez Amador (2007).

 

Información sobre los autores

Minor Mora Salas. Licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica. Maestría en Estudios del Desarrollo, con énfasis en Estudios Laborales, Institute of Social Studies, La Haya, Holanda. Estudió el Doctorado en Ciencias Sociales en el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. Es profesor investigador en el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. Sus líneas de investigación son mercados laborales y reestructuración económica, empleo e inclusión/exclusión social, desigualdad social y clases sociales en América Latina, jóvenes, empleo y transición a la adultez. Recientemente ha publicado: 2008, En el borde: el riesgo de empobrecimiento de los sectores medios en tiempos de ajuste y globalización, Clacso, Buenos Aires; y 2007, La persistencia de la miseria en Centroamérica: una mirada desde la exclusión social, FLACSO-Costa Rica, en coautoría con Juan Pablo Pérez Sáinz. Correo electrónico: mimora@colmex.mx.

Orlandina de Oliveira. Doctora en Sociología por la Universidad de Austin, Texas, profesora-investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México desde su fundación. Es especialista en los temas de mercados de trabajo, familia y género. Sus publicaciones recientes: Imágenes de la familia en el cambio de siglo, universo familiar y procesos demográficos contemporáneos, en coautoría con Marina Ariza, 2004; Las familias en el México metropolitano: visiones masculinas y femeninas, en coautoría con Brígida García, 2006; "Regímenes sociodemográficos y estructura familiar: los escenarios cambiantes de los hogares mexicanos", en coautoría con Marina Ariza, Estudios Sociológicos, vol. XXIV, núm. 70, enero-abril, 2006; "La familia y el trabajo: principales enfoques teóricos e investigaciones sociodemográficas", en coautoría con Brígida García, en Enrique de la Garza Toledo (coord.), Tratado latinoamericano de Sociología, Obras Generales/UAM, 2006, Barcelona. Correo electrónico: odeolive@colmex.mx.

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