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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.13 no.54 Toluca Out./Dez. 2007

 

El control de la natalidad: un esbozo de historia

 

Birth control: a history's outline

 

Mauricio Schoijet

 

Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco

 

Resumen

Este artículo reseña las luchas por la legalización del aborto y el acceso a los anticonceptivos en varios países, desde la demanda de acceso a los anticonceptivos aparecida en Gran Bretaña a partir de la década de 1820, misma que pasó a fines del siglo XIX a Estados Unidos, Canadá y varios países europeos. Se destacan los casos del Partido Comunista de Alemania en el periodo previo al ascenso del fascismo —porque desarrolló un movimiento de control de la natalidad como movimiento de masas— y las razones ideológicas por las cuales Estados Unidos promovió la exportación del control de la natalidad después de la Segunda Guerra Mundial.

Palabras clave: control de la natalidad, feminismo, anticonceptivos.

 

Abstract

This article reviews the struggles to legalize abortion and access to contraceptives in several countries, from the demand to contraceptive access as from 1820 in Great Britain, this very access appeared by the end of the XIX century into the United States, Canada and other European countries. Noteworthy are the cases of the Communist Party in Germany in the period prior to the ascension of Fascism —for it developed a movement of birth control as movement of masses— and the ideological reasons which made the United States promote the exportation of birth control after WWII.

Key words: birth control, feminism, contraceptives.

 

Ubicación del problema

La historia del control de la natalidad se inscribe dentro de una prolongada lucha política e ideológica, aún no terminada, en torno a las problemáticas de la sexualidad, que habría comenzado en Inglaterra en 1822 con la publicación del folleto de Francis Place en favor de éste. Se ha venido librando en el terreno de la política, de la ciencia, de la tecnología, de la historia empresarial, e incluso de la literatura y la cinematografía, ya que la lucha por la disponibilidad de anticonceptivos y por la despenalización del aborto fue paralela a otra por la libertad de expresión sobre la temática sexual, que incluyó la pelea contra la censura, por ejemplo, en novelas como El amante de Lady Chatterley, de David H. Lawrence, y Ulises, de James Joyce; así como la lucha contra las reglamentaciones represivas en la producción cinematográfica. La cuestión está, además, estrechamente relacionada con la dominación de género y el vínculo entre sexualidad y política.

Esta historia se inscribe dentro de la Antropología y de una teoría de las necesidades. Pero además es parte de la historia política, es decir, de la lucha de clases, en tanto que hubo fuerzas sociales que estuvieron a favor y en contra, y que estas fuerzas se ubicaban dentro de las clases dominantes o de las subordinadas.

Hay por lo menos cuatro libros que se refieren a esta historia en tres países: Alemania, Canadá y Estados Unidos (Grossmann, 1995; Mc Laren, 1997; Gordon, 1990; Mc Cann, 1994), y un capítulo del libro sobre Rumania (Teitelbaum, 1998). Existe también un artículo que se refiere a las posiciones de los autores socialistas franceses en el siglo XIX (Mc Laren, 1976). Lo que hasta ahora no hay es algún intento de escribir una historia de la anticoncepción a nivel mundial. Intentaré un esbozo de esta historia a partir de la publicación del primer texto de difusión de los anticonceptivos por el citado Place. Trato de centrarlo en la historia política, aunque también tocaré aspectos que se refieren a la historia de la ciencia y de prácticas seudocientíficas, como la eugenesia.

Parto de la hipótesis de que la introducción de medios eficaces y accesibles de control de la natalidad representó un gran progreso, en tanto que separación entre sexualidad y procreación, progreso imprescindible para el pleno disfrute de la primera, así como para que millones puedan planear su vida de una manera racional y desarrollarse como seres humanos en múltiples dimensiones, lo que incluye criar y educar mejor a su descendencia.

Sugiero que la cuestión de la lucha por el control de la natalidad sea vista fundamentalmente dentro del marco de la lucha de clases, ya que ese control era una demanda fundamental del sector más politizado y consciente del proletariado, y en particular de las proletarias. Los partidos que pretendían representarlo fueron los socialdemócratas y comunistas, en el segundo caso después de la fundación de la Tercera Internacional, en 1919. Sostengo que fallaron de la manera más deplorable en ubicarse correctamente y en jugar un papel dirigente en esta lucha, con la notable excepción del Partido Comunista Alemán durante los años inmediatamente anteriores a la toma del poder por el fascismo. Se puede suponer que aquel fracaso se debió tanto a la influencia ideológica de la burguesía, como a la poca claridad en cuanto a reivindicaciones de este tipo, es decir, ni económicas ni políticas en un sentido directo, sino relativas a la calidad de vida. En el caso de los partidos socialdemócratas, aunque la información es fragmentaria, muestra que incluso se ubicaron en el lado equivocado de la línea de clase, en particular el Socialdemócrata Alemán en el mismo periodo ya mencionado, por seguir la política del oportunismo, que los llevó a buscar una alianza con los clericales como mal menor en relación con la posible toma del poder por el fascismo. En el caso del Partido Comunista Alemán, no se puede decir que su correcta posición haya sido producto de una discusión teórica profunda, sino que es posible pensar que respondió de manera pragmática a lo que sus cuadros en el sector de la salud y la asistencia social veían de manera inmediata como una reivindicación del proletariado.

Los motivos por los que la burguesía se opuso al control de la natalidad habrían sido esencialmente los ya mencionados del parlamentario George Rose contra Malthus. Rose apuntaba que una mayor población era necesaria tanto por motivos económicos, es decir, tener disponible un mayor ejército industrial de reserva para mantener bajos los salarios, como político-militares, en cuanto a tener reclutas disponibles para las fuerzas armadas. También cabe suponer que los motivos burgueses para oponerse al control de la fecundidad tuvieron relación con la alianza de esa clase con las burocracias religiosas y las armadas. En este aspecto corresponde mencionar la oposición de los órganos de prensa de la burguesía inglesa contra la teoría de la evolución por selección natural (Ellegard, 1990). Por su parte, las burocracias armadas habrían evaluado que su peso social dependía del tamaño de las fuerzas armadas, por lo que es lógico suponer que por ello estaban en contra del control de la natalidad. Cabe mencionar que, al menos en Francia, a fines del siglo XIX, el infame proceso contra el capitán judío Alfred Dreyfus, en el que se mostraron las tendencias chovinistas y racistas de gran parte de la burguesía, mostró también la estrecha afinidad entre la jerarquía católica y la cúpula militar.

Podría pensarse en una contradicción entre la adscripción a la burguesía de una tendencia contraria al control de la natalidad y la campaña eugenista ya mencionada. Es una contradicción aparente, porque la campaña de terror contra sectores marginales, incluyendo la castración de algunas decenas de miles de delincuentes comunes a lo largo de varias décadas en Estados Unidos y el asesinato de centenares de miles de enfermos mentales por el fascismo en Alemania, eran compatibles con la promoción de la natalidad para la mayoría de la población.

 

Comienzos

Hubo control de la natalidad en varias culturas desde épocas inmemoriales. Los antiguos egipcios inventaron el condón. En el siglo XVIII se usaba para prevenir enfermedades venéreas. Un médico romano ya había inventado un diafragma efectivo. El notorio aventurero italiano Giovanni Casanova, en sus Memorias publicadas en 1798, sugirió usarlo como anticonceptivo.

Dentro de la tradición judeo-cristiana se condenaba el uso de los anticonceptivos. Los Padres de la Iglesia sostenían un ideal ascético y antisexual. Por ejemplo, San Agustín veía al acto sexual como intrínsecamente inmoral y sólo justificable por la procreación, punto de vista reafirmado por el Papa Pío XI en 1930 en encíclica Casti Conubii. San Agustín también planteó que la procreación era la única justificación para la existencia de la mujer. Sólo hasta el Renacimiento aparece una valoración de otros aspectos femeninos independientes de la procreación, ya que en esa época comienza la reivindicación de la belleza femenina (Gordon, 1973: 5-12).

Aunque hubo autores contemporáneos de Malthus que propusieron el control de la natalidad de manera poco clara, seguramente por la presión social adversa, el primero que lo hizo de modo manifiesto fue el mencionado Place, uno de los fundadores de la aludida Correspondence Society de Londres. Cabe mencionar que otros medios anticonceptivos existentes en la época, como la esponja vaginal, eran no sólo poco confiables sino peligrosos. La primera expresión pública a favor del aborto la habría publicado la escritora Mary Wollestonecraft, una de las primeras escritoras inglesas, en su Vindication of the Rights of Women (Reivindicación de los derechos de las mujeres) en 1792.

El economista y filósofo John Stuart Mill propuso que debería haber un límite al aumento de la población, pero no por el argumento malthusiano de escasez de medios de subsistencia, sino en términos de lo que hoy llamaríamos calidad de vida, y que sugirió por ello el uso de anticonceptivos. Es sabido que Marx y Engels se mostraron sumamente contrarios a la propuesta de Malthus, pero sin definirse sobre el control de la natalidad. Sin embargo Engels expresó prejuicios natalistas en 1844. Escribió que "los niños son como los árboles, que devuelven de manera abundante los gastos que se hacen en ellos... una familia grande sería un regalo muy deseable para la comunidad" (citado por Furuhashi, 2003).

El hecho de que ni Marx ni Engels se pronunciaran sobre el tema, excepto la mencionada expresión prejuiciosa de Engels, sugiere que no llegaron a tener una posición. Ello es también coherente con el hecho de que al parecer nunca tocaron el tema del juicio que tuvo lugar en 1877 contra los promotores del control de la natalidad Annie Besant y Charles Bradlaugh, al que me refiero más adelante.

Place publicó su trabajo en un contexto de una prolongada lucha democrática en su país, contra una burguesía que se negaba a conceder el sufragio universal para los jefes de hogar. Posteriormente surgirían movimientos anarquistas y socialistas, y los segundos se separarían en socialdemócratas y revolucionarios o comunistas. Estos tuvieron un considerable apoyo de la clase trabajadora en varios países. La demanda de acceso a los anticonceptivos puede considerarse como universal, en el sentido de satisfacer una necesidad de todas las clases sociales, y por lo tanto debía en principio ser apoyada por aquellos partidos y movimientos que se presentaban como defensores de los intereses de los trabajadores y de toda la humanidad, y no sólo por ellos, sino incluso por aquellos que, defendiendo la permanencia del capitalismo, creían que podría satisfacer las necesidades de la población. Sin embargo, la demanda de acceso a los anticonceptivos fue duramente resistida en todo el mundo, particularmente por los sectores más conservadores de la burguesía, en tanto que también lo fue por autores y grupos o partidos anarquistas, socialdemócratas y comunistas. Fue apoyada por algunos autores, partidos y grupos de estos mismos movimientos, como el mencionado Partido Comunista de Alemania, y por grupos feministas.

El común denominador de esta resistencia fueron los prejuicios sexistas, en la mayor parte de los casos conectados con ideologías religiosas. En cuanto a los marxistas, los fundadores de esta corriente no se definieron sobre el tema, pero sí lo hicieron en relación a la teoría de la población de Malthus, sobre la que expresaron las ya mencionadas opiniones adversas. Varios dirigentes marxistas subsumieron de manera indebida la cuestión del control de la natalidad con la del maltusianismo, sin percibir el importante papel de la primera en cuanto a la liberación de la mujer.

En Alemania, el Partido Comunista encabezó una campaña de masas por la despenalización del aborto. La investigación histórica muestra que el proletariado y en particular las mujeres proletarias jugaron un papel central en la lucha por la disponibilidad de anticonceptivos y la mencionada despenalización. También hubo un apoyo de un sector minoritario pero importante de médicos y trabajadores sociales. Se trataba de un país culturalmente avanzado, en el que este partido tenía además una gran influencia sobre gran parte del proletariado. En el caso de la socialdemocracia alemana, además de su aludido oportunismo, que probablemente servía al conservadurismo de los grupos más atrasados dentro y fuera de ésta, su política en este terreno era congruente con su incapacidad para confrontar al mayor peligro para el proletariado y el país, que finalmente lo llevó a la guerra y a la ruina.

En Rusia, después de la toma del poder por los bolcheviques hubo una política contradictoria, ya que por una parte se legalizó el aborto, pero por otra, aunque la información al respecto es fragmentaria, al parecer no hubo disponibilidad de anticonceptivos. En la medida en que se consolidó el régimen estaliniano y en que fue implementando políticas cada vez más represivas, se revirtió la legalización del aborto y se aplicó una política de promoción de la natalidad, dentro de una ideología estatolátrica, que veía a la población primariamente como recurso al servicio del Estado.

Durante el periodo de la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos promovió la aludida exportación del control de la natalidad a algunos países menos desarrollados, dentro de una ideología malthusiana, mientras se mantenían las prohibiciones sobre anticonceptivos dentro del país.

El hecho de que en muchos países tanto socialdemócratas como comunistas los partidos gobernantes no sólo no encabezaron la lucha por el control de la natalidad, sino que en algunos se opusieron, e incluso implementaron medidas de promoción de la natalidad y en contra del aborto, debe verse como uno de los fracasos del socialismo, de su incapacidad de ubicar estas demandas dentro de una teoría de la sociedad y de la política, como producto de la influencia política e ideológica de sus enemigos, de su incapacidad teórica para diferenciar la cuestión del malthusianismo de la del control de la natalidad, así como para percibir que su papel no podía limitarse a promover demandas políticas y económicas, sino también las relacionadas con la calidad de vida. Por ello, el papel central en las luchas a favor de estas demandas fue juzgado por sectores marginales dentro de la burguesía, o de lo que podríamos llamar la democracia radical pequeñoburguesa.

 

Gran Bretaña, Francia y Holanda: 1854-1975

Aunque la información no es demasiado confiable, Angus Mc Laren sostiene que desde mediados del siglo XIX hubo un aumento muy considerable en el número de abortos en varios países, como Estados Unidos y Francia. En este último país menciona estimaciones que ubicaban el número anual entre cien mil y medio millón (Mc Laren, 1997: 189-190). La legislación represiva que aprobaron varios gobiernos contra esta práctica y contra los anticonceptivos, así como la vehemencia e incluso histeria clerical que acompañaron estas medidas, deben entonces verse como una reacción de la clase dominante contra un cambio cultural que se estaba produciendo en la población. Ya mencioné la abundante literatura eugenista que se difundió desde fines del siglo XIX, la cual planteaba la mencionada supuesta necesidad de limitar la reproducción supuestamente excesiva de los supuestamente inadaptados (unfit) a través de la esterilización, en tanto que lamentaba la baja reproducción de aquellos presuntamente mejores, es decir de la burguesía. Los datos a los que me refiero más adelante tienen por objeto a Alemania y reflejan claramente esta tendencia de menores tasas de reproducción de los sectores de altos ingresos. Esto significa que probablemente las mujeres utilizaban anticonceptivos y se practicaban abortos, pero que las organizaciones políticas que las representaban estaban en contra de estas prácticas.

Los grupos y partidos políticos conservadores y las iglesias protagonizaron la oposición al control de la natalidad, así como contra la educación sexual y el divorcio. Mc Laren sostiene que la creciente oposición de las iglesias contra los anticonceptivos y el aborto, que incluyó la excomunión decretada en 1869 por el Papa Pío IX contra quienes lo practicaban, reflejaba su percepción de que eran consecuencia y no causa de los que consideraba males modernos, tales como la difusión del socialismo y del feminismo (Mc Laren, 1997: 195). La mujer ideal de los pontífices católicos era la que tenía muchos hijos, lo que no es demasiado problema si se tiene con qué pagar a quienes se ocupen de ellos, pero es suicidio cuando se depende de un salario insuficiente o de la seguridad social. Sólo hasta la década de 1930 comenzaron algunas iglesias a aceptar los anticonceptivos, y finalmente se pronunció en un sentido similar el Consejo Nacional de Iglesias en Estados Unidos en 1961. La católica fue la excepción, ya que mantiene su cerrada oposición, condenando la práctica del sexo sin fines reproductivos, aunque sí permitió el llamado método del ritmo en la encíclica Casti Connubii del Papa Pío XI, que contraría al mandato bíblico de "Creced y reproducíos".

En Inglaterra se publicó en 1854 un libro de George Drysdale en favor del uso de los anticonceptivos, que tuvo numerosas ediciones y fue traducido a varios idiomas. Se publicó también un periódico The Neo Reformer, que incluyó en 1860 un texto del médico estadunidense Charles Knowlton, quien daba información sobre aspectos prácticos de la anticoncepción. En 1857, el gobierno aprobó medidas para limitar la propaganda de los anticonceptivos. El gerente del periódico fue condenado a una pena de prisión. Los mencionados Besant y Bradlaugh formaron una organización (National Secular Society) para promover el control de la natalidad, que llegó a tener treinta mil miembros (Petersen, 1964). En 1876, un librero fue condenado a dos años por vender una edición ilustrada de un libro de Knowlton. La primera clínica de control de la natalidad en Gran Bretaña la fundó Marie Stopes en 1921. En 1936 se formó una asociación para la reforma de la ley de aborto, que fue legalizado en 1967.

En Australia hubo un juicio por difusión de literatura sobre anticonceptivos en 1888, y en Noruega la difusión de libros sobre el tema fue prohibida en 1891. Un médico belga fue condenado en 1908 por distribuir anticonceptivos (Carr, 1922).

La difusión de la literatura sobre el tema fue parte de un proceso de cambio cultural que produjo un enorme descenso de la tasa de natalidad en Inglaterra, de un promedio de seis hijos por familia hacia 1860 a 2.4 en 1915 (Hardin, 1973). La prohibición de la literatura sobre anticonceptivos tuvo pocos efectos. Entre 1877 y 1890 se vendieron 175 000 ejemplares del libro The law of population de Annie Besant, y centenares de miles del libro de Knowlton.

En Francia, en el siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX, los socialistas utópicos y los anarquistas, como Proudhon, Louis Blanc y Georges Sorel, se manifestaron en contra, con la excepción de Charles Fourier (Mc Laren, 1997). Cabe mencionar que un texto de éste sobre el tema permaneció inédito hasta la década de 1960. Pero el cambio cultural fue aun más pronunciado en este caso.

Las organizaciones médicas francesas jugaron un papel represivo, utilizando el espectro de las enfermedades venéreas como manifestación de una amenaza de las clases trabajadoras y peligrosas contra la sociedad. Entre 1890 y 1910 se convocaron dos conferencias internacionales sobre el tema, que crearon una organización cuyo fin era difundir entre la opinión pública la idea de este peligro, ligándolo además a la baja tasa de natalidad, dentro de una concepción militarista que recalcaba la baja cantidad de reclutas para el ejército. Una Asociación de Profilaxis hizo una campaña de educación sexual que fue realmente un intento de disuasión de las actividades amorosas juveniles. Dentro de esta tramoya se planteó la promoción de las actividades deportivas como forma de liberación de 'energías' que de otra manera se canalizarían a la esfera sexual. De alguna manera se trataba de explotar el temor a las enfermedades venéreas para sustituir a los predicadores religiosos por los médicos como promotores de la moral burguesa (Robert, 1992).

En la época en que comenzó la Primera Guerra Mundial, Francia tenía la más baja tasa de aumento de la población en Europa, aunque nunca hubo ningún movimiento organizado en favor del control de la natalidad, en tanto que los partidos políticos estaban en contra. Este gran cambio que llevó al uso generalizado de los anticonceptivos es coherente con otros aspectos de la cultura francesa. Por ejemplo, los franceses inventaron el menage a trois; cantaban La Madelon, desenfadada apología de la prostitución o la promiscuidad; y los soldados norteamericanos en Francia durante la Guerra se enteraron de la disposición de las prostitutas francesas para el sexo oral. Pero esta libertad de costumbres no se reflejaba a nivel político. Se formó una "sociedad contra la despoblación", dirigida por un tal Jacques Bertillon, y en 1920 se aprobaron leyes contra los anticonceptivos y el aborto. La prohibición de éste duró hasta 1975.

Estas medidas no tuvieron ningún efecto sobre la tasa de natalidad, y se puede suponer que sólo sirvieron para hacerles la vida más difícil a los pobres (Mc Laren, 1997: 206).

Los comunistas franceses se alinearon con la reversión estaliniana de la liberalización que siguió a la revolución bolchevique de 1917, que veremos más adelante. En 1935, un artículo publicado en L'Humanité acusaba al capitalismo de destruir la familia y de promover los abortos clandestinos, pronunciándose por la defensa de la familia, por un 'país fuerte' y una 'raza fértil', supuestamente según el modelo soviético (citado por Millet, 1970: 176).

En 1956 se dio una controversia entre médicos y otros intelectuales del Partido Comunista Francés que apoyaban el control de la natalidad contra su dirección. Su máximo dirigente Maurice Thorez sostuvo que "un país sin niños es un país sin porvenir" (Sauvy, 1961). Sin embargo, el partido apoyó una restringida liberalización del aborto. Aun en la década de 1970, un folleto sobre el tema publicado por el partido sostenía que la cuestión del tamaño de la familia era un asunto privado, pero manifestaba preocupación por la baja tasa de natalidad.

En Bélgica se aprobó una prohibición total del aborto en 1867. En Holanda se abrió la primera clínica de control de la natalidad en 1878. El gobierno aprobó penas severas contra el aborto en 1886. Algunos socialistas defendieron el control de la natalidad, pero hacia la década de 1920 el partido socialdemócrata de este país se opuso, utilizando para ello la retórica de la ortodoxia marxista antimalthusiana.

En 1911 se realizó en Dresden una primera conferencia internacional sobre control de la natalidad. En 1928 tuvo lugar en Copenhague una primera reunión de una Liga Mundial para Reforma del Sexo, que incluía a Alejandra Kolontai, primera mujer que formó parte del Comité Central del partido bolchevique ruso, y al sexólogo comunista alemán Wilhelm Reich.

 

Alemania

Alemania es probablemente el caso más interesante por varios motivos. En primer lugar parece haber sido el país que experimentó el más acelerado cambio cultural en cuanto a disminución de la natalidad, en circunstancias en que estaba vigente la prohibición del aborto y existían limitaciones para la difusión de los anticonceptivos; probablemente ello tuvo relación con la intensidad de la crisis social, política y económica bajo la República de Weimar, en el periodo de 1919 a 1933. Este lapso puede considerarse como el de una crisis revolucionaria, en que la dominación burguesa estuvo en serio peligro de ser derrocada por una revolución proletaria que no llegó a estallar. Desde 1929, la gran crisis económica mundial golpeó duramente al país.

Segundo, porque fue aparentemente el único país en que la despenalización del aborto dio lugar a una considerable movilización de masas, encabezada por un partido, el Comunista, contra todos los demás. Este tuvo una posición diferente a la de la mayoría de los otros partidos comunistas, que en general no demostraron mayor interés por el problema; para no hablar de los socialdemócratas, cuya posición ya se mencionó.

La tasa de natalidad había comenzado a disminuir en el siglo XIX, y en la posguerra era la más baja de Europa, con excepción de Austria, y se puede suponer que debía ser la más baja a nivel mundial. El censo de 1925 mostró que, en promedio, el tamaño de la familia había caído a un niño por familia, es decir, que la población estaba disminuyendo, lo que era probablemente un caso único o casi único a nivel mundial. Berlín era la ciudad de Europa de más baja tasa de natalidad, habiendo disminuido de 43.1 por mil para el periodo de 1871-1880 a 9.9 en 1923, a pesar de un aumento de la tasa de matrimonio de las mujeres.

El Código Penal prohibía los abortos desde 1871, con penas de hasta quince años de prisión para los abortistas, al igual que prohibía la propaganda o exhibición pública de anticonceptivos. En 1900 se introdujeron cambios represivos, siguiendo el modelo británico. La homosexualidad fue prohibida en 1897. En 1927, una ley contra las enfermedades venéreas prohibía a no médicos el examen o tratamiento de los órganos reproductivos, aunque permitió los abortos por razones terapéuticas.

Antes de la Primera Guerra Mundial, los principales dirigentes del Partido Socialdemócrata, como Liebknecht padre, Lasalle y Bebel, se opusieron al control de la natalidad. Karl Kautsky admitió el control de la natalidad en 1880 como un mal menor. El caso de August Bebel es muy notable, porque publicó un folleto titulado La mujer y el socialismo, que tuvo una gran difusión. Una traducción al inglés se distribuyó ampliamente en Estados Unidos. Inventó una fantasía acerca de la posibilidad de controlar la natalidad a través de la dieta, basada en una conjetura sobre una relación entre alimentación y fecundidad. En 1922, una encuesta mostró que la mayoría de los socialistas alemanes se oponían al control de la natalidad (Petersen, 1984: 334-335; Petersen, 1964: 91, 115).

Hacia 1915 se abrieron clínicas de control de la natalidad. A diferencia del caso de Estados Unidos, en que el movimiento estuvo encabezado por profesionales, en Alemania tuvo una base proletaria, que impulsó la participación de éstos. En 1913 se formó una organización de médicos socialistas, después una de mujeres médicas y otra de 'reforma sexual'. Posteriormente se formaron varias otras con la misma finalidad, algunas a nivel local.

Después de la Primera Guerra Mundial, dentro del ya mencionado clima de gran inestabilidad y zozobra social que se prolongó hasta la toma del poder por los fascistas en 1933, hubo un drástico aumento en el número de abortos, de unos 300 000 antes de la guerra a un millón (Mc Laren, 1997: 227). En 1922 hubo juicios masivos contra mujeres y abortistas en el sur de Alemania, y el año siguiente manifestaciones de mujeres por su despenalización.

En 1928 varios grupos formaron una Liga Nacional para el Control de la Natalidad e Higiene Sexual, con 12 000 miembros, que en 1930 ya tenía 200 organizaciones locales y un periódico con 15 000 suscriptores. En 1929 se creó una Liga para Protección de la Maternidad, que podía considerarse socialista, y que alcanzó una considerable influencia, particularmente en áreas proletarias. En 1928 ya había varias clínicas de control de la natalidad, y hacia 1933, cuando cayó la República, la ciudad de Berlín contaba con 24, en tanto que centenares de grupos locales de las organizaciones mencionadas proveían anticonceptivos, casi totalmente sin participación de médicos (Grossmann, 1995: 134).

La Constitución estaba muy avanzada, ya que establecía la obligación del Estado de promover una medicina social. Aunque no hubo una medicina socializada, se amplió considerablemente el sistema de seguridad social y salud pública. Hacia 1928 cubría a 22 millones de una población total de 66. El sistema y algunas municipalidades establecieron varias clínicas de asesoría matrimonial. Fue el primer experimento con fondos públicos para manejar la sexualidad y la procreación, con el apoyo de un Partido Comunista militante y a pesar de la renuencia de la socialdemocracia, en tanto que los movimientos de control de la natalidad presionaban tanto a los partidos como a la profesión médica. La derecha conservadora y nacionalista criticó estas iniciativas como un dispendio de fondos públicos por la burocracia. En 1926 se sucedieron dos acciones contradictorias. Por un lado, la socialdemocracia entregó el Ministerio de Bienestar Social al Partido Católico, que impuso el rechazo al control de la natalidad en los organismos de asesoría matrimonial. Pero también se aprobó una disminución de las penas por la práctica del aborto, que las hizo menores que en cualquier otro país de Europa Occidental, lo que puede considerarse como una concesión a una presión social en favor de la despenalización. Las concesiones al Partido Católico, que encabezó al gobierno desde 1930, estaban ligadas a la política de la socialdemocracia, que lo veía como una alternativa para impedir la toma del poder por los fascistas. La penalización del aborto era aplicada con una cierta discrecionalidad benévola, aparentemente total para los médicos, con la excepción señalada de los juicios de 1922, menos para las mujeres. Hacia 1933 se habían registrado unos treinta mil casos de mujeres encarceladas por abortos ilegales, mayormente por periodos cortos (Grossmann, 1995: 262).

Una proporción muy considerable de los médicos y trabajadores sociales de los organismos de salud pública estaba influida por los partidos socialdemócrata y comunista. Contaban con una proporción de médicas muy alta para la época, del orden de 10 por ciento en la ciudad de Berlín en 1932, de las que una proporción igualmente considerable eran judías. Un índice de la influencia de esta minoría de médicos está dado por el considerable número de abortos terapéuticos, categoría de una considerable elasticidad, que pasó de cuarenta mil anuales hacia el final de la República. Aunque la mayoría de los médicos eran conservadores y además ignorantes en lo que se refería a los anticonceptivos, manifestaban su alarma por el auge del control de la natalidad, sobre todo porque tenía lugar fuera del ámbito de la medicina privada. Se lamentaban sobre la relación de esta práctica con la supuesta declinación de la familia y del Estado, y algunos hasta creían que llevaba a la decadencia de Occidente, ¡nada menos! A pesar de su mencionada ignorancia, expresaban su preocupación por sus supuestos peligros potenciales, sobre todo si los manejaban personas no calificadas. Cabe señalar que la difusión del control de la natalidad estuvo siempre contaminada por la ya aludida propaganda eugenista, y que las organizaciones que planteaban la lucha por el acceso a los anticonceptivos y la legalización del aborto nunca se deslindaron de los eugenistas. En el sector público hubo un considerable número de médicos influidos por éstos, que promovían las esterilizaciones, aunque bajo la República de Weimar no se aplicaron de manera coercitiva.

El Partido Comunista Alemán había considerado la despenalización del aborto como una reivindicación política importante desde su fundación, en 1919. Hasta 1932, la izquierda introdujo en el Parlamento 19 iniciativas para legalizar al aborto. Después de una relativa estabilización a partir de 1924, la gran crisis mundial de 1929 creó en Alemania una situación de crisis económica y social sin precedentes. El número de desempleados superó los cuatro millones, y en 1931 pasaría los seis, número que incluía a la tercera parte de los sindicalizados. La crisis golpeó duramente a los miembros de las organizaciones pro control de la natalidad, lo que confirma su carácter proletario. Hacia 1931, 70 por ciento de los de la Liga Nacional pro Control de la Natalidad estaban desempleados (Grossmann, 1995: 80-81). Corresponde hacer notar la insensibilidad de la iglesia católica al reiterar sus posiciones tradicionales en la mencionada encíclica Casti Connubii, en circunstancias en que millones de trabajadores en todo el mundo vivían una situación sumamente difícil.

Con la crisis hubo una disminución de los recursos para seguridad social y salud pública. En 1930, una comisión oficial sobre política de población expresó alarma por la baja tasa de natalidad, calificando como 'nación degenerada' a la que disminuía en número. A comienzos de 1931, el gobierno, que como se mencionó estaba en manos del Partido Católico, lanzó una provocación contra la izquierda, arrestando a dos médicos, Friedrich Wolf y Elsa Kienle, el primero militante comunista y propagandista activo del control de la natalidad, acusándolos de practicar el aborto para ganar dinero, lo que implicaba la posibilidad de penas de hasta quince años de prisión. El 8 de marzo de 1931, Día Internacional de la Mujer, se realizaron 1 500 mítines en todo el país, exigiendo la libertad de los presos, la legalización del aborto y la asignación de fondos públicos para pagar éstos y para la provisión de anticonceptivos para quienes los necesitaran. Posteriormente tuvieron lugar dos mítines en Berlín, uno de mujeres profesionales en que participaron cuatro mil y otro con quince mil. Hubo considerables movilizaciones a nivel nacional, con el apoyo de destacadas personalidades, como Einstein y el cineasta Fritz Lang, que desafiaron una prohibición gubernamental. El diputado Emil Höllein, vocero del Partido Comunista, planteó que la lucha por la despenalización estaba en el centro de la lucha del proletariado. A fines de marzo se logró liberar a los presos.

Cabe señalar que si bien el partido promovió esta gran movilización, sus dirigentes la veían con cierta reserva, ya que consideraban, y seguramente con razón, que era más importante en esos momentos movilizar al proletariado para impedir el ascenso del fascismo al poder, lo que no se logró, probablemente por el hecho de que existía un enorme desempleo, y también por el desaliento que siguió a la frustración de las posibilidades revolucionarias. Aunque encabezó esta movilización, nunca llegó a formular de manera clara una posición que integrara al tema dentro de su política e ideología.

Hacia 1932, la circulación de las publicaciones de las tres organizaciones más importantes de reforma sexual superaba los cien mil ejemplares. En 1931 se había formado un Comité Unitario por la Reforma Sexual Proletaria, que defendió el goce sexual como derecho de los oprimidos, pidió eliminar la persecución contra las prostitutas, pero perseguir a los rufianes, la supresión de cualquier castigo contra 'desviaciones sexuales', y la educación sexual en los medios y en las escuelas. Predijo correctamente lo que era de esperar en caso de triunfar el fascismo, en cuanto a represión sexual y coerción para la procreación.

El ascenso de éste al poder desencadenó una purga en las instituciones de salud pública, de las que fueron eliminados los políticamente indeseables, judíos y 'no arios', y quien tuviera relación con ellos. Las clínicas de asesoría matrimonial y control de la natalidad fueron clausuradas. Se eliminó la atención supuestamente excesiva hacia los supuestamente inferiores y antisociales. Las guarderías municipales fueron entregadas a instituciones privadas de caridad, las asociaciones de reforma sexual ilegalizadas y sus dirigentes encarcelados o exiliados. Fueron quemados los diez mil volúmenes de una biblioteca de un Instituto de Ciencia Sexual. Un ejemplo de los extremos persecutorios fue la prohibición de la publicación de las obras de un personaje como Alfred Grotjahn, un profesor de la Universidad de Berlín fallecido en 1932, quien apoyó el eugenismo y se opuso a la legalización del aborto, porque había tenido contactos con los socialdemócratas (Grossmann, 1995: 162). Hubo una caída drástica del número de abortos terapéuticos, de más de cuarenta mil en 1932 a la décima parte cinco años más tarde. El régimen utilizó los registros policiales de mujeres encarceladas por abortar para perseguir a los médicos implicados e impuso esterilizaciones forzadas para diversas categorías, por ejemplo, deficientes mentales, que habrían llegado a cuatrocientas mil (Grossmann, 1995: 149). No sólo las hubo sino que muchos de estos fueron asesinados. También aplicó la práctica de abortos coercitivos en caso de posibilidad de defectos congénitos. Posteriormente, esta práctica fue aplicada a los dos millones de extranjeras provenientes de los países ocupados, obligadas a desplazarse a Alemania como mano de obra esclava.

El programa de los nazis incluía la eliminación del derecho al voto de las mujeres. La propaganda nazi se centró en restablecer el papel tradicional de la mujer como procreadora dentro de la familia y como educadora de los hijos dispuestos a morir por la patria, a pesar de lo cual hubo un considerable aumento del número de mujeres en la fuerza de trabajo, nada difícil de explicar si se toma en cuenta que el carácter militarista del Estado llevaba a incorporar un número creciente de hombres a las fuerzas armadas. También se aplicaron medidas antifeministas, por ejemplo, la eliminación de las mujeres de la función pública, y el establecimiento de una cuota de 10 por ciento como estudiantes en la educación superior, además de pronunciamientos de personeros del régimen contra la presencia de mujeres en ésta. La policía persiguió a las fumadoras. Hubo acusaciones delirantes contra los judíos como responsables de una aborrecida 'revolución sexual', y un pronunciamiento de Hitler de que el objetivo de la educación de las mujeres debía ser la maternidad. La campaña pronatalista tuvo éxito, ya que en sólo tres años el número de nacimientos aumentó en 25 por ciento. En ello pudo haber influido también una mejoría de la situación económica, la dificultad para obtener anticonceptivos y la penalización del aborto (Millet, 1970: 157-168).

En 1935 se realizó en Berlín un Congreso Mundial de Población, lo que en esas circunstancias fue un favor que le hicieron al régimen elementos de la derecha encaramada en muchas de las organizaciones gubernamentales y privadas relacionadas con las políticas de población.

Durante la Segunda Guerra Mundial el régimen extendió las medidas contra el aborto de mujeres alemanas a los territorios ocupados, mientras que tomaba medidas para limitar la reproducción de la población de éstos. En Polonia, los abortistas no fueron perseguidos en tanto que se limitaran a las polacas, pero las autoridades de ocupación promulgaron la pena de muerte para quienes lo practicaran en alemanas. Elevaron la edad para el matrimonio de las primeras a 25 años y 28 para los hombres. El régimen títere de Vichy en Francia ejecutó a una abortista, en el primer caso de aplicación de la pena de muerte a una mujer en 60 años (David, 1988).

Después de la guerra, los conflictos entre las potencias occidentales y la Unión Soviética llevaron a la división de Alemania. La prohibición del aborto se mantuvo en la República Federal, bajo los gobiernos democristianos, continuación del Partido Católico, y con el apoyo de las autoridades de ocupación. Se refundaron las organizaciones en favor de la despenalización, pero con una fuerza notablemente disminuida. Sólo hacia la década de 1970 comenzó un nuevo movimiento de masas hacia ese objetivo. Una iniciativa parlamentaria fue frustrada en 1974 por el más alto tribunal, pero fue reiterada y nuevamente bloqueada en 1993. Finalmente se llegó a una legalización de hecho, o sea, que el aborto es autorizado una vez que la mujer escucha un sermón en que se reitera que se trata de un acto ilegal.

En la República Democrática Alemana, el aborto fue legalizado en 1947, para ser recriminalizado en 1951, a pesar de fuertes protestas, con los mismos argumentos que se usaron en la Unión Soviética en 1936, a los que me refiero más adelante. Por supuesto que la despenalización siguió la tradición del Partido Comunista Alemán, mientras que la recriminalización reflejaba la influencia soviética. Hubo una liberalización en la década de 1960 y fue nuevamente despenalizado en 1972 (Grossmann, 1995). Después de la reunificación hubo un prolongado conflicto, ya que la legislación de la República Democrática lo permitía sin restricciones, mientras que en la República Federal estaba sujeto a algunas.

 

Estados Unidos y Canadá

Dos estudios publicados en 1973 sugieren que la tasa de natalidad de las mujeres blancas comenzó a descender en Estados Unidos desde las primeras décadas del siglo XIX, y que había disminuido de manera sustancial, de 7.04 hijos por mujer en 1800 a 3.56 en 1900, o sea antes de que hubiera un movimiento organizado de control de la natalidad, como resultado de un cambio cultural que comenzó en una época en que aún no había anticonceptivos (Gordon, cita a Smith y Michael Gordon). Hacia 1880 se comenzó a difundir entre la población negra, y hacia 1940 casi se habría igualado su tasa a la de los blancos.

Antes de que surgiera el movimiento a favor del control de la natalidad, varias militantes feministas, como Elizabeth Cady Stanton, impulsaron desde 1871 la idea de maternidad voluntaria, que era una idea profundamente desestabilizadora en relación con la visión tradicional del papel de la mujer, promoviendo mítines separados de mujeres para discutir la propuesta, lo que fue una gran novedad en ese momento.

El primer estado local que prohibió el aborto fue el de Connecticut, en 1821. Varios estados locales le siguieron en la primera mitad del siglo XIX. La asociación profesional de los médicos (American Medical Association, AMA) propuso la prohibición del aborto en 1857. Era ilegal pero ampliamente practicado. Fue totalmente ilegalizado en 1860, pero continuó a pesar de la prohibición. Diez años más tarde, el periódico The New York Times estimaba que en la ciudad había 200 abortistas profesionales. El condón era ampliamente usado desde la década de 1840, en que aparecieron los de goma. Una ley del estado de Connecticut, aprobada a fines del siglo XIX, prohibía el uso de anticonceptivos, incluso para los matrimonios.

Desde 1866, Anthony Comstock, personaje de origen social modesto, había formado una comisión de supresión del vicio en la Asociación Cristiana de Jóvenes, que propuso a la Legislatura del estado de Nueva York una ley contra la obscenidad, la cual fue aprobada en 1868. En los dos años siguientes la comisión de Comstock colaboró en el arresto de cien personas. Posteriormente se convirtió en una sociedad independiente, la Sociedad para la Supresión del Vicio (SSV), que funcionó como una especie de auxiliares voluntarios de la policía. Comstock logró en 1873 que el Congreso aprobara la ley que llevó su nombre, que prohibía el transporte de anticonceptivos entre los estados locales y preveía la confiscación y destrucción de literatura obscena. Dentro de esta ley, cualquier información sobre anticonceptivos era considerada como tal. Después de aprobada, casi la mitad de los estados locales aprobaron leyes similares. Comstock fue nombrado por el presidente Ulises Grant inspector honorario de correos, con el poder de decomisar literatura y obras de arte, y de efectuar arrestos. La SSV fue responsable de 1 200 detenciones durante los primeros quince años de vigencia de la ley, así como del decomiso y destrucción de 200 toneladas de literatura y artes plásticas, en las que se incluyeron obras literarias clásicas de Aristófanes, Bocaccio, Rabelais, Balzac, Wilde, etc. La SSV intentó impedir la representación de obras de Bernard Shaw, y después de la muerte de Comstock, en 1915, decomisó obras de autores contemporáneos, como Dos Passos y Hemingway. Bajo la influencia de Comstock se formaron sociedades similares en Pensilvania y Nueva Inglaterra.

Aunque Comstock no pasó de ser un bruto marginal, no hay duda de que su campaña y su papel en la represión tuvieron el apoyo de la gran burguesía. El historiador Nicola Beisel ha mostrado que la membresía de la Sociedad incluyó a 28 millonarios y que 83 por ciento de sus miembros podían ser calificados como de clase alta. Este autor también demostró que Comstock que tuvo un apoyo total de la burguesía de Boston y Nueva York, pero mucho menor en Filadelfia. Beisel atribuye lo anterior al hecho de que la gran inmigración en las dos primeras ciudades habían disminuido el poder local de esta burguesía tradicional anglosajona y protestante, lo que habría alentado su temor a que sus hijos perdieran sus valores clasistas, por lo que no serían capaces de mantener su posición de clase en ciudades que consideraban que se habían vuelto culturalmente peligrosas (Sigel, 1998).1

En la segunda mitad del siglo XIX algunos médicos atacaron la práctica del coitus interruptus, sugiriendo que sería causa de impotencia (Mc Cann, 1994: 63), en tanto que otros inventaban disparates sobre lesiones y otros daños supuestamente causados por los anticonceptivos, degradación del amor, etc. En la década de 1870 hubo numerosos ataques de médicos contra el aborto, como después los habría contra los anticonceptivos. No obstante, hubo excepciones, por ejemplo, la de Edward Bliss Foote, médico de Nueva York enjuiciado y obligado a pagar una fuerte multa por dar información sobre anticonceptivos (Gordon, 1973: 168-175). La oposición de los médicos al control de la natalidad incluyó la difusión de información falsa, no sólo repitiendo las afirmaciones ya mencionadas, sino sosteniendo, incluso en una fecha tan tardía como 1925, que no había métodos confiables, y descalificando la literatura sobre control de la natalidad como no científica y supuestamente influida por el anarquismo y curanderismo (Gordon, 1973: 259-261). Ello ocurrió a pesar de que los médicos comenzaron a jugar un papel dominante en las organizaciones en favor del control de la natalidad a partir de la década de 1920. La contraparte de la literatura sobre control de la natalidad fue una literatura represiva, que se difundió entre las décadas de 1890 y 1920, supuestamente de educación sexual para jóvenes hombres, que alertaba sobre los peligros de las enfermedades venéreas y predicaba la abstinencia.

Corresponde mencionar que el auge de las tendencias represivas en este terreno coincidió con el ya aludido giro a la derecha en la política estadunidense, que tuvo lugar desde 1877, año en que se retiraron las tropas federales que ocuparon los estados del sur al terminar la Guerra de Secesión.

En 1905, el presidente Theodor Roosevelt atacó el control de la natalidad como inmoral, y como 'suicidio racial', que era una forma de la retórica eugenista, mediante la cual se planteaba que la menor tasa de reproducción de los supuestamente superiores permitiría que los 'inadaptados' (unfit) o racialmente inferiores se reprodujeran más rápidamente, al adoptar los primeros el control de la natalidad.

El movimiento de control de la natalidad surgió en el contexto de una acelerada industrialización que duplicó el número de trabajadores entre 1870 y 1890, y que también incluyó una gran incorporación de mujeres a la fuerza de trabajo, en circunstancias de un auge de luchas del proletariado en los terrenos político y sindical. Entre 1909 y 1913 hubo varias huelgas importantes en la industria textil, con destacada participación de las trabajadoras.

El Partido Socialista de Estados Unidos había comenzado a crecer desde la década de 1890, llegando a obtener del orden de seis por ciento de los votos hacia 1912. Había elegido a más de mil candidatos a varios cargos electivos. Tenía numerosas publicaciones, pero también una considerable confusión ideológica. En aquellas publicaciones se expresaron puntos de vista irreales sobre la problemática del control de la natalidad, por ejemplo, que el socialismo haría posible que las familias proletarias tuvieran cualquier número de hijos sin problemas, o que haría innecesario el divorcio. Kate O'Hare, una dirigente, criticó a Margaret Sanger, que fue la dirigente más visible del movimiento en favor del control de la natalidad, acusando al capitalismo de privar a los trabajadores de la posibilidad de matrimonios tempranos (Petersen, 1964: 99). En 1914, el partido purgó a sus militantes más radicales, que eran simpatizantes de la organización anarquista International Workers of the World (IWW). La mayoría de éste siguió apoyando los así llamados principios de pureza social, desarrollados dentro de la histeria sobre el tráfico de esclavas blancas (Mc Cann, 1994: 41).

La lucha en torno al control de la natalidad dentro del partido estuvo relacionada con otros puntos de divergencia, y se reflejó en el punto crucial de la posición sobre la Primera Guerra Mundial. En estos conflictos se impuso la derecha. Algunos anarquistas jugaron un papel importante en la lucha a favor del control de la natalidad, por ejemplo, Emma Goldman, quien impartió más de cien conferencias sobre el tema, por lo cual pasó dos meses en prisión. Otros militantes socialistas fueron encarcelados hasta por seis meses debido a que distribuyeron panfletos sobre el tema. Un militante anarquista planteó en 1907 que la persecución contra quienes pretendían difundir el control de la natalidad era una forma de discriminación de los ricos contra los pobres, puesto que los primeros conseguían anticonceptivos sin problemas (Mc Cann, 1994: 69 y 212). Los ataques de la derecha contra el control de la natalidad invocaban la defensa de la moral, planteando que estaría asociado con el amor libre.

Linda Gordon plantea que hubo por lo menos tres fases diferentes del movimiento de control de la natalidad. A la primera fase la podríamos llamar utópica o romántica; a la segunda, radical, y a la última, burguesa. La primera, que comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, aún no se planteaba el control de la natalidad, sino la aludida maternidad voluntaria a través de la propuesta irreal de la abstinencia.

En la primera fase, que comenzó hacia 1915 y que podríamos llamar radical, hubo una participación de mujeres proletarias. Surgió como un movimiento organizado en favor del control de la natalidad, que fue dirigido por Margaret Sanger, una enfermera que abrió en 1916 una clínica en Brooklyn, con participación de militantes socialistas y feministas. Fue clausurada por la policía, que le impuso treinta días de arresto. Fue también enjuiciada por haber publicado la revista feminista Woman Rebel, que el correo se negó a distribuir. La persecución fue apoyada por la jerarquía católica, incluyendo al arzobispo de Nueva York, que llamaba 'asesinos' a los defensores de Sanger.

En 1917, formó la primera organización nacional de control de la natalidad. Sanger había sido una militante pagada del Partido Socialista, aunque en esa época también podía ser considerada como simpatizante del anarquismo. Su revista ya mencionada, Woman Rebel, cuestionó la pacatería dominante, que incluso estaba considerablemente difundida dentro del Partido Socialista, por ejemplo, en lo referente a la pasividad sexual femenina, ligando la liberación femenina y el control de la natalidad a la lucha de clases. Tuvo posiciones radicales en lo relativo al derecho de las mujeres a ser madres solteras y al aborto (McCann, 1994: 7 y 35-36).

Sanger fue la figura central en el movimiento de control de la natalidad en Estados Unidos durante varias décadas. Trabajó inicialmente como enfermera en áreas proletarias de Nueva York, y fue muy clara en cuanto a su motivación. Escribió que su experiencia le había mostrado que el número excesivo de embarazos de las proletarias ponía en peligro no sólo su bienestar sino sus vidas, y con ello el bienestar de sus familias.

Sus publicaciones se vendían inicialmente en los locales del partido y de la mencionada organización sindical anarquista IWW. Pero el Partido Socialista, bajo la influencia de líderes conciliadores con la burguesía, se negó a apoyar la demanda de legalización del control de la natalidad. Sanger defendió la posición de que el control de la natalidad mejoraría la salud y la economía familiar. Contra la disponibilidad de anticonceptivos, hubo una ola de histeria acerca de la trata de blancas, problema deliberadamente exagerado para plantear que había que proteger a las jóvenes de los peligros a que las exponía su sexualidad. En una posición similar a la de Sanger, el militante negro Lucien Brown sostuvo en 1932 que el control de la natalidad mejoraría la situación de la población negra.

La participación estadunidense en la Guerra Mundial favoreció el uso de los anticonceptivos, ya que los militares, por temor al contagio de enfermedades venéreas, distribuyeron condones entre la tropa de manera masiva. Una investigación realizada en Baltimore antes y después de la guerra mostró que la venta de condones se había duplicado (Mc Cann, 1994: 206).

A partir del giro a la derecha en la política estadunidense, acentuado con la participación en la Guerra Mundial a partir de 1917 y la ola represiva del Espanto Rojo (RedScare) contra socialistas internacionalistas y anarquistas en 1920, que llevó al encarcelamiento de cuatro mil, producto de la histeria de la burguesía estadunidense causada por la toma del poder de los bolcheviques en Rusia, también hubo un desplazamiento en la misma dirección en el movimiento de control de la natalidad, que podríamos definir como la tercera fase, en que se volvió un movimiento de mujeres ricas y conservadoras, blancas, anglosajonas y protestantes.

Dentro del movimiento de control de la natalidad se habían formado organizaciones conciliadoras, como la National Birth Control League (Liga Nacional pro Control de la Natalidad), y la Voluntary Parenthood League (Liga pro Paternidad Voluntaria), fundadas en 1915 y 1919, respectivamente, que se negaron a defender a Sanger, la segunda con el argumento de que era una organización para trabajar en el marco de la legalidad, y que por lo tanto no podía apoyar a alguien que violaba las leyes. En cambio, fue defendida por Ema Goldman, la conocida militante anarquista, y por Elizabeth Gurley Flynn, que después sería dirigente del Partido Comunista. Cabe mencionar que en 1920 se formó la que podríamos llamar una asociación de mujeres pro participación política, la Liga Nacional de Mujeres Votantes, en la que estaban representadas mujeres católicas, que impidieron que la organización tomara posición sobre la cuestión de control de la natalidad (Mc Cann, 1994: 42-45).

Un elemento que da cuenta de la orientación política de las organizaciones mencionadas es una encuesta llevada a cabo en 1927 entre la membresía de la American Birth Control League (Liga Estadounidense de Control de la Natalidad), que mostró que era más republicana, es decir, más conservadora, que el promedio de la población (Gordon, 1973: 295). Ello podría ser consecuencia del acercamiento entre control de la natalidad y eugenesia.

El giro a la derecha de Sanger, que comenzó justamente en la época del auge de la represión, incluyó no sólo la participación, sino el papel importante de los médicos en el movimiento, la influencia eugenista, y una retórica conservadora general, por ejemplo, en torno a los supuestos efectos benéficos sobre las políticas públicas, que supuestamente permitiría una disminución de los impuestos.

Este giro debe verse en el contexto de un debilitamiento tanto del feminismo como del socialismo inducido por la represión del Espanto Rojo, ya que varios socialistas y feministas se habían manifestado en contra de la participación en la guerra. La iglesia católica y la histeria anticomunista confluyeron en atacar al control de la natalidad. Sanger se plegó a la propaganda spenceriana y eugenista, colaborando con racistas notorios, aunque nunca ni ella misma ni su organización hubieran manifestado posiciones racistas, se adhirió a una posición racista en el sentido de "mejoramiento racial" (race betterment). Nunca aceptó totalmente a la eugenesia. Por ejemplo, criticó la arrogancia de los eugenistas en suponer que podían decidir quien era 'adaptado' y quien no, nunca aceptó al racismo antinegro de la mayor parte de los eugenistas, y se negó a apoyar las propuestas de una eugenesia positiva, para una mayor reproducción de los supuestamente aptos, o sea que resistió las concepciones que planteaban el control de la reproducción como política de Estado (Mc Cann, 1994: 121-132). En algunos aspectos, sus posiciones fueron contradictorias, pues defendió a los inmigrantes en momentos en que se aprobaba una legislación restrictiva y racista sobre inmigración (Mc Cann, 1994: 7).

En 1918, una decisión judicial sostuvo el derecho exclusivo de los médicos a prescribir anticonceptivos. La Asociación Estadunidense de Médicos (American Medical Association) se negó a tratar el tema hasta 1935, en que basándose en el auge de algunos dispositivos que consideraba que podrían ser peligrosos, como los irrigadores vaginales, condenó todos los anticonceptivos. Entretanto, las clínicas de la organización de Sanger aceptaban de manera formal el control de los médicos sobre la provisión de anticonceptivos, pero no lo acataban en la práctica. La asociación de los médicos cambió su posición en 1937 (Mc Cann, 1994: 63-96).

En contra del papel que ella misma habíajugado previamente, la organización de Sanger pedía en 1917 que sólo los médicos pudieran dar información sobre anticonceptivos. El movimiento estuvo inicialmente compuesto por aficionados, mayormente mujeres. La entrada de los profesionales ayudó al giro hacia la derecha. Había médicos dispuestos a recetar anticonceptivos a pacientes individuales, en tanto que se oponían a la legalización del control de la natalidad, en una posición que seguramente era funcional para sus intereses corporativos.

Los trabajadores sociales fueron entrando al movimiento como grupo en la década de 1920. En la medida en que entraban los profesionales, alcanzaron posiciones dominantes, mientras que los aficionados se veían limitados al papel de miembros ordinarios (Gordon, 1973: 250-259). La participación de los médicos determinó una evolución hacia posiciones conservadoras sobre el aborto, la publicidad y la participación de personal no médico.

Un indicio que muestra que la actividad de los partidarios del control de la natalidad tuvo una enorme resonancia, porque reflejaba una necesidad social, está en el hecho de que las líderes, como la citada Sanger y Marie Stopes, recibían miles de cartas de mujeres que les pedían información. Ante la imposibilidad de responderlas, Sanger les enviaba una forma impresa en que pedía disculpas por no poder contestar sobre aspectos concretos. Debido a la represión, algunos anticonceptivos eran importados desde Alemania a Canadá, para luego ser contrabandeados a Estados Unidos.

Sin embargo, desde la década de 1920 hubo un cambio en la opinión pública, que, por ejemplo, se reflejó en un aumento del número de clínicas de control de la natalidad, que pasaron de 55 en 1930 a 800 en 1942 (Grossmann, 1995: 175), y una paralela liberalización de las posiciones de varias denominaciones religiosas y de la profesión médica sobre los anticonceptivos. La creación de clínicas para el control de la natalidad sin fines de lucro implicó una ruptura con la ideología de la medicina privada que dominaba la profesión médica.

El aparato judicial jugó un papel en favor de la liberalización. Por ejemplo, en Chicago en 1924, la negativa de autoridades municipales a permitir una clínica fue revertida por orden judicial.

En 1942, el movimiento de control de la natalidad cambió su etiqueta por la de planeación de la familia (planned parenthood), lo que significó el abandono de su carácter de movimiento social, reemplazándolo por un proyecto de planeación económica y social dirigido por expertos. Este cambio fue paralelo a una aceptación y difusión de un neomalthusianismo dentro de una retórica de la estabilidad, que veía al control de la población como una variable esencial para aquélla.

Existen varios testimonios sobre una respuesta entusiasta de los trabajadores en favor del control de la natalidad. También fue apoyado por los trabajadores sociales en la década de 1930, en tanto que las autoridades se mostraban renuentes. En 1937, el estado de Carolina del Norte incluyó al control de la natalidad dentro de sus servicios de salud, iniciativa posteriormente seguida por otros estados del sur, dentro de una política racista, ya que sólo se daban anticonceptivos a indigentes; obviamente, para disminuir la natalidad de los negros. A fines de la década, algunos organismos federales siguieron el ejemplo de manera encubierta (Gordon, 1973: 312-334).

En 1936, una decisión de la Corte Suprema determinó que la información sobre control de la natalidad dejaba de ser considerada obscena, pero a pesar de ello siguió habiendo en el Congreso una encarnizada resistencia a derogar la ley Comstock. Entre 1941 y 1959 hubo 17 intentos frustrados de liquidarla, y sólo hasta la década de 1960 comenzó a revertirse la situación (Marks, 1997). En 1965, la Corte Suprema declaró inconstitucional la ley antes mencionada del estado de Connecticut, con el argumento de que aunque no estuviera en la legislación, había un derecho a la privacidad, que protegía de la intervención del Estado lo que pasaba en el ámbito de la pareja . Con ello, las parejas casadas en todos los estados pudieron tener acceso legal a anticonceptivos. Todos los estados locales mantenían vigentes leyes contra el aborto, que sólo permitían algunas excepciones, pero la Corte Suprema declaró en 1973 inconstitucionales a la mayoría de éstas. Sin embargo, la decisión no implicaba que los estados que no habían sido incluidos en esa declaración pudieran aprobar nuevas leyes contra el aborto, y en efecto, diecinueve estados lo hicieron. Cabe mencionar que en la política estadunidense se dio un aspecto muy contradictorio, puesto que, como se mencionó, a partir de la segunda mitad de la década de 1950, la exportación del control de la natalidad a los países menos desarrollados se convirtió en política oficial, mientras se mantenía la citada ley Comstock. En 1940, la tasa de natalidad había bajado a 2.1, pero en 1960 volvió a aumentar a 3.52.

En Canadá, el aborto fue prohibido en 1869 y los anticonceptivos lo fueron en 1892. Sólo hasta la década de 1920 apareció una literatura canadiense favorable al control de la natalidad, que tuvo el apoyo de socialistas y anarquistas. El Partido Comunista se opuso, con la misma posición de Lenin en 1913, alegando que se quería presentar el control de la natalidad como panacea social, que pretendía desviar a los trabajadores de la lucha por sus reivindicaciones. Esta posición cambió en 1936, en forma simultánea con la aparición de la política que favorecía la formación de frentes populares contra la amenaza fascista (McLaren, 1997). En 1969 se aprobó una ley de liberalización del aborto y de acceso a los anticonceptivos.

 

La Unión Soviética y Europa Oriental

En 1913, el dirigente bolchevique Vladimir Ilich Lenin publicó un artículo en el que se oponía a la propaganda organizada en favor del control de la natalidad, con el argumento de que se trataba de desviar a los trabajadores de la lucha para mejorar su situación, alegando que vivían mejor de lo que habían vivido sus padres y que sus hijos lograrían aún más, lo que implicaba que para ello no era necesario disminuir el tamaño de sus familias. Corresponde mencionar que Lenin fue probablemente el dirigente socialista que más promovió la participación política de la mujer, pero al parecer nunca se dio cuenta de que existía una relación entre la participación política de la mujer y el tamaño de la familia.

Una vez que los bolcheviques tomaron el poder, en diciembre de 1917 y octubre de 1918, establecieron el derecho de la mujer a la autodeterminación económica, social y sexual, la igualdad de los hijos ilegítimos, y eliminaron del Código Penal los delitos de incesto, adulterio y homosexualidad. Se liberalizó el divorcio. En 1927 fueron reconocidas las uniones de hecho. El gobierno propuso crear guarderías y la colectivización de las tareas domésticas para facilitar el acceso de la mujer a la educación y a la fuerza de trabajo. Las difíciles condiciones en que se desarrollaba el país debido a la destrucción causada por la guerra civil y el cerco imperialista hicieron que estas políticas se aplicaran de manera limitada. Rusia fue el primer país que legalizó el aborto en 1920, lo que sólo tuvo efectos en las áreas urbanas, por la carencia de servicios médicos en las rurales. Se permitía por razones médicas o económicas, aunque las autoridades trataban de desalentarlo. Hay que destacar que aunque estaban permitidos, de la escasa información existente se puede suponer que la población no disponía de anticonceptivos. Cuando una delegación de alemanas pidió consejos acerca de anticonceptivos, se les sugirió que debían ocuparse de hacer la revolución (Grossmann, 1995: 97).

En 1934 se reestableció el delito de homosexualidad, con arrestos masivos y persecución generalizada de homosexuales. En 1936 se ilegalizó, salvo para el caso en que fuera expresamente aconsejado por los médicos. Corresponde mencionar que en ese momento todavía había un cierto margen de libertades democráticas, por lo que la prohibición fue precedida por un amplio debate en la prensa, en el que miles de mujeres se manifestaron en favor de mantener la despenalización (Grossmann, 1995: 182-183), a pesar de lo cual Stalin impuso la prohibición. El dirigente a quien nadie podía discutirle suponía que para la industrialización en curso era necesaria una mayor fuerza de trabajo. El argumento que se utilizó fue que el socialismo ya había creado las condiciones para que las mujeres no tuvieran problemas para ser madres. La educación sexual se volvió un instrumento para desalentar la sexualidad de los jóvenes. En 1943 se suprimió la coeducación. Se enfatizó el papel del matrimonio como unión permanente para la procreación, "el sexo y la procreación fueron nuevamente acoplados". Se reintrodujo la discriminación contra hijos ilegítimos y se suprimió el reconocimiento de las uniones de hecho (ídem Millet, 1970: 168-176).

En la Unión Soviética se dio en 1936 un fenómeno paralelo al ocurrido en Estados Unidos durante la década de 1870. La prohibición del aborto coincidió con el inicio de las grandes purgas estalinianas, o sea, que esta medida fue totalmente coherente con el auge de la represión, dentro de un retroceso político general.

Un decreto del 8 de julio de 1944, en circunstancias en que la Segunda Guerra Mundial todavía estaba en curso, lo cual muestra la importancia que el gobierno le daba al tema, continuó en esa línea de reformas regresivas, haciendo más difícil y oneroso el divorcio, que antes había sido fácil y gratuito. El decreto estaba enfocado además contra las parejas que vivían en unión libre; eliminaba el derecho de las madres solteras a pedir reconocimiento de paternidad por vía judicial y establecía la categoría de 'Madre Heroína' para las mujeres que tuvieran diez o más hijos. La fundamentación del decreto, que seguramente hubiera podido ser aprobada por Francisco Franco o por cualquier Papa, expresaba la desenfrenada estatolatría del régimen. Afirmaba que las familias con muchos hijos serían un sólido fundamento del Estado, por lo que éste, al fortalecer la familia, se fortalecía a sí mismo (Clarkson, 1969: 709-710). Hay que tener en cuenta que las condiciones materiales de la sociedad soviética estaban lejos de ser las adecuadas para las familias con muchos hijos, porque, en efecto, antes de la guerra, la industrialización acelerada, que implicó una importante migración interna, sin inversiones suficientes para la construcción de viviendas, había creado una pronunciada escasez de éstas, que seguramente la destrucción causada por la agresión nazi tuvo que haber empeorado aún más.

Después de la muerte de Stalin, en 1953, Khruschev volvió a permitir en 1955 el aborto, aunque sostuvo que la Unión Soviética podría duplicar su población sin ningún problema. Todos los países que formaban parte del bloque del 'socialismo realmente existente' en Europa del Este siguieron su ejemplo, con la excepción de Albania. En Polonia, la proporción de abortos a nacimientos llegó a 17 por ciento a mediados de la década de 1980. En Bulgaria se legalizó el aborto en 1956, pero en 1968 y 1973 se modificó la legislación en un sentido restrictivo con el mismo argumento utilizado en Rumania, del bajo crecimiento de la población.

Varios ideólogos conservadores estadunidenses vieron esta reversión que se dio en la Unión Soviética, de una liberalización inicial de la sexualidad y de la familia a posiciones tradicionales, como una forma de reconocimiento de la imposibilidad de prescindir de la familia tradicional, puesto que la política inicial habría sido un factor de inestabilidad (Nicholas Timasheff y otros autores publicados entre 1946 y 1968, citados por Millet, 1970: 169).

En Rumania se permitió el aborto desde 1957, pero esta política fue bruscamente revertida por el presidente Nicolae Ceaucescu en 1966, prácticamente sin ninguna discusión pública previa. A partir de la prohibición, 90 por ciento de las muertes maternales se debía a abortos mal hechos (Kajsa Sundstrom, 1996).2 Fue probablemente el único caso de un país medianamente desarrollado cuyo gobierno siguió durante más de veinte años una política estricta de prohibición de anticonceptivos, que fue notoriamente impopular, y que terminó con el derrocamiento de Ceacescu en 1989. Se fundó en una creencia similar a la de Stalin, de necesidad de una mayor fuerza de trabajo (Teitelbaum, 1998).

Con la caída de la Unión Soviética y de los regímenes afines en Europa Oriental entre 1989 y 1991 aparecieron tendencias contradictorias en varios de estos países. En Polonia, país en que la influencia de la iglesia católica es muy fuerte, se aprobó una ley que restringía severamente el aborto, con lo que la antes mencionada proporción de abortos a nacimientos cayó a 0.04 por ciento (al menos los abortos legales). Margaret Moore, portavoz de la fundación Women on Waves, que promueve el aborto, declaró que la ley polaca es la más estricta de Europa (Anónimo, 2003). En 1996, el Parlamento intentó liberalizar la ley, pero el Tribunal Constitucional lo impidió el año siguiente. En Hungría también se aprobó una ley más restrictiva en 1992. En la República Checa y en Eslovaquia se suprimió la gratuidad, y se impusieron pagos sustanciales. En el segundo país hubo un intento de modificar la ley en un sentido más restrictivo. En cambio, en los países en que la prohibición del aborto estuvo asociada a políticas represivas, como en Rumania, Bulgaria y Albania, las leyes fueron liberalizadas. La liberalización de la ley causó en el primer país una caída drástica de la mortalidad materna.

 

Otros países

En Suecia se permitió el aborto de forma restringida desde 1938, siendo totalmente legalizado en 1974. En Japón, donde el número de hijos por mujer era de cuatro en 1940, el aborto fue despenalizado después del fin de la Segunda Guerra Mundial, con lo que hubo una transición muy rápida, ya que el número de hijos cayó a algo más de dos hacia 1950. En la actualidad, el número promedio de abortos es del mismo orden que el de nacimientos, o sea, dos por mujer.

Ya mencioné que en la India la difusión de anticonceptivos, particularmente en el medio rural, estuvo asociada a la llamada Revolución Verde.

En todos los países islámicos está prohibido el aborto, con la excepción de Túnez y Turquía. En Israel hubo una liberalización en 1977, pero la presión de los religiosos ultra-ortodoxos la revirtió dos años más tarde.

Sin embargo, el cambio cultural tendente a disminuir el número de hijos se ha dado de manera acelerada en las dos últimas décadas del siglo XX en varios países islámicos, como los del norte de África e Irán. Es sabido que, en 1979, en este último país se produjo la llamada Revolución Islámica, que puede considerarse una contrarrevolución, ya que impuso un régimen clerical, por supuesto pronatalista. Sin embargo, en 1989 fueron reimplantados programas de control de la natalidad, y hubo un acelerado descenso de ésta, con lo que el número promedio de hijos por mujer cayó de siete a tres para el año 2001 (Brown, 2002: 190-194). En 2005 se aprobó una ley que permite el aborto en ciertos casos.3

En México, el delito de aborto fue incluido en el Código Penal en 1871. Cuba es el único país latinoamericano que permite el aborto. En Brasil, los anticonceptivos fueron legalizados sólo a partir de 1988. En Chile, uno de los últimos actos de gobierno de Pinochet, en 1989, fue ratificar la prohibición de los anticonceptivos. En Argentina, el presidente Carlos Menem intentó sin éxito darle rango constitucional en 1994.4 Aunque el presidente Néstor Kirchner se ha pronunciado contra la legalización, el gobierno anunció que distribuirá en los hospitales un manual que implica una liberalización en cuanto a mejor atención a mujeres que se practican abortos y a proporcionarles información sobre anticonceptivos.5 Dentro de una política de ayuda a los desempleados, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires distribuye preservativos a través de algunos organismos políticos que incluyen a sectores de desempleados, como las Asambleas Populares.

 

El control de la natalidad y la Revolución Verde

La promoción de la limitación de la población por varios gobiernos dentro del marco de la Revolución Verde representó un cambio drástico respecto a la situación previa, ya que tradicionalmente se habían opuesto al control de la natalidad.

La elaboración de políticas tendentes a la limitación de la población en los países menos desarrollados fue considerada por algunos críticos desde la perspectiva histórica de una ideología racista que propagaba el miedo a la reproducción de los 'inadaptados' o socialmente inferiores. Esas políticas tuvieron un aspecto que parecería darles la razón, donde la práctica del control de la natalidad en algunos de los países donde fue aplicada como resultado de la influencia estadunidense fue una continuación de la eugenesia, ya que tuvo aspectos represivos. Sin embargo, la misma política fue igualmente impuesta en China de manera aún más coercitiva, aunque debemos recordar que se trataba de una sociedad más igualitaria. Pero, por otro lado, estas políticas se apoyaban en una reinvención del argumento que formuló Kautsky hacia 1880, de que los avances que eventualmente podría lograr un régimen socialista podrían ser borrados por un aumento excesivo de la población. Donde Kautsky se refería al proletariado y a la revolución socialista, los ideólogos estadunidenses sustituyeron países menos desarrollados y progreso, en el sentido de que cualquier mejora en la condición de estos países lograda por el desarrollo económico sería anulada por el aumento de la población.

A partir de 1954 tuvieron lugar varias conferencias mundiales sobre el tema de la población. La participación de los soviéticos y de representantes de varios países del 'socialismo realmente existente' se caracterizó por invectivas contra los promotores del control de la natalidad, en que la promoción de éste era calificada como una política del imperialismo, y como una forma de racismo, puesto que buscaba limitar la población de los países menos desarrollados, poblados en su mayoría por población no blanca. Por ejemplo, les colocaron la etiqueta de 'fascistas', lo cual era totalmente ridículo, porque los fascistas siempre estuvieron en contra. Ya se mencionó que una de las primeras medidas de Hitler cuando tomó el poder fue clausurar las clínicas que ofrecían asesoría sobre este tema en Alemania. Los ideólogos estalinianos llegaron a expresar acusaciones de que la promoción del control de la natalidad constituía una forma de preparación ideológica para la guerra.

El mencionado marxista británico Ronald Meek, en su introducción a la aludida compilación de textos de Marx y Engels sobre Malthus, publicada en 1953, seguía una línea similar (Meek, op.cit.). Atacaba al control de la natalidad promovido por varias fundaciones estadunidenses en varios países menos desarrollados, poniéndole la etiqueta ya mencionada de 'instrumento ideológico del campo de la guerra', o sea, del bloque internacional de los países capitalistas liderado por Estados Unidos en la época de la Guerra Fría, tratando de mostrar que era intrínsecamente reaccionario y se puede suponer que implicando que los partidarios del imperialismo estaban contra el aumento de la población porque odiaban a la humanidad. Planteada en esos términos, la tesis parece no sólo primitiva y descabellada, sino algo así como una curiosa antigualla (quaint antique) de la retórica estaliniana de ese periodo. Esta retórica continuó hasta fines de la década de 1960, como lo muestra el título de un libro publicado en Buenos Aires en 1969: El control de la natalidad como arma del imperialismo (Consuegra, 1969).

La reseña de Lawrence Busch de un libro de John H. Perkins sobre la Revolución Verde (Busch, 1997; Perkins, 1997) muestra que el segundo elaboró una respuesta correcta a una cuestión de la mayor importancia teórica y política, planteada y no resuelta por Ronald Meek y vuelta a plantear por Steven Weissman en un artículo publicado en 1970 (Weissman).

La Revolución Verde ayudó fundamentalmente a los campesinos ricos. Los agrónomos asesores de la Fundación Ford en la India racionalizaron esta política planteando que era más fácil ayudar a un pequeño número de grandes agricultores que a decenas de millones de familias campesinas. En Filipinas sólo se distribuyeron las semillas de nuevas variedades de arroz a los que poseían extensiones de más de 10 hectáreas, directamente no se vendieron ni a medieros ni arrendatarios. En Túnez, el gobierno sólo dio crédito a los que poseían más de 50 hectáreas (Moore, 1982). Los campesinos pobres no tuvieron acceso a sus beneficios por no poder comprar las semillas mejoradas, insumos, tuberías para riego, etc., pero sí fueron víctimas de las políticas coercitivas, como las esterilizaciones forzadas.

En primer lugar, la propuesta original de Malthus era puramente conservadora, en el sentido de querer que desde el punto de vista social las cosas siguieran como estaban, mientras que los ideólogos que impulsaban esta propuesta a mediados del siglo XX eran neoconservadores, en el mismo sentido que lo fueron los progressives estadounidenses de comienzos del mismo siglo, es decir, conservadores activistas que insertaban la limitación de la población dentro de una propuesta desarrollista.

Dada la formación marxista de Meek, era claro que no podía aceptar al pie de la letra las buenas intenciones proclamadas en la propuesta de los neomalthusianos. Esto es, no era posible admitir que lo hacían por razones humanitarias o tal vez también llevados por una auténtica preocupación por la situación de los millones de pobres de esos países. Era lógico desconfiar de los ideólogos y políticos del capitalismo, y pensar que la clave para entender la función real de las políticas aplicadas por éstos estaba en la lucha de clases. Sin embargo, aunque Meek estaba en la pista correcta, no pasó de una formulación general y abstracta, la de plantear que el neomalthusianismo era parte de la política de la burguesía imperialista, líder de la burguesía a nivel mundial, sin llegar a percibir su significado concreto como parte de una política contrarrevolucionaria.

Esto lo hizo Perkins al plantear que se integraba dentro de lo que llama "la teoría de la población y seguridad nacional". Según ésta, el crecimiento de la población lleva a un incremento del hambre, lo que a su vez propicia condiciones para la agitación social (social unrest), lo que "provee oportunidades para el auge (usa la palabra growth, 'crecimiento') del comunismo". Pero el otro punto central que plantea Perkins es que la política de control de la natalidad estuvo acoplada con la de la Revolución Verde, promovida junto con asistencia técnica e implantación de formas institucionales tendentes a aumentar la productividad agrícola, lo que "liberaría" a más campesinos para trabajar en la creciente economía industrial y al mismo tiempo mejoraría el nivel de vida de quienes se quedaban en el campo, pero que, en efecto, resultó en el fortalecimiento de una capa de burguesía agraria y en la marginación creciente de los campesinos pobres y medios, por los motivos ya expuestos.

Trataré de reformular y completar la propuesta de Perkins. No lo dice, pero se puede suponer que, además, esta política era una respuesta a la victoria de la Revolución China de 1949. Es un hecho muy poco conocido que en la India, en 1946, hubo dos importantes rebeliones campesinas que fueron sofocadas de manera sangrienta (Ross, 1998, op.cit.). Si para entonces tanto los comunistas como los capitalistas habían percibido el potencial revolucionario del campesinado, que la rebelión zapatista en México en 1994 muestra vigente para el caso del campesinado indígena del sureste de este país, el problema para la burguesía estadunidense era elaborar y aplicar una política que tendiera a eliminar este potencial. La combinación de control de la natalidad con Revolución Verde, en tanto que la segunda tendía a eliminar a productores independientes y autosuficientes, significaba ampliar las relaciones capitalistas en el campo, creando una burguesía agraria al mismo tiempo que disminuía la población campesina, según el modelo de la expulsión del campo de masas de campesinos para tornarlos en fuerza de trabajo disponible para el desarrollo del capitalismo que tuvo lugar durante la Revolución Industrial británica del siglo XVIII, en este caso con la complicidad de las burguesías periféricas de países como la India, Pakistán y Filipinas. Si la combinación de control de la natalidad y Revolución Verde fue un éxito en un sentido estrecho, es decir, en aumentar la productividad de los cultivos de trigo y arroz, fue un fracaso en cuanto a eliminar el hambre y la pobreza, desde el momento en que no se planteó la cuestión de la distribución, esto es, de un acceso más igualitario a los medios técnicos ni a los beneficios. Según Perkins, tal como lo reproduce Busch, la Revolución Verde habría efectivamente promovido la 'seguridad nacional' de las burguesías periféricas, es decir, la estabilidad de los regímenes capitalistas de estos países, sin asegurar la estabilidad social, que podemos interpretar en el sentido de una estabilidad fundada en una distribución más equitativa del ingreso. En el caso de Filipinas, la emigración de varios millones sugiere que, si bien pudo haber habido una mejora temporaria, no hubo un crecimiento sostenido. Finalmente, Perkins sugiere que no está claro que los resultados hubieran sido mejores de no aplicarse estas políticas. Cabe agregar que, según lo reportan los investigadores indios Kalpana y Pranab Bardhan, en el distrito de Haryana, corazón de la Revolución Verde en ese país, los salarios reales de los trabajadores agrícolas no aumentaron, y 60 por ciento de los hogares de estos estaban debajo de la línea de pobreza. En cambio, lo hicieron en el estado de Kerala y otros distritos en que hubo una sindicalización exitosa de éstos (Bardhan, 1973).

Sugiero que la ganaderización en curso en México, en varios estados como los de Veracruz y Chiapas, en el segundo acompañada por el despojo de las tierras de las comunidades indígenas, cumple el mismo papel que las políticas expuestas, en cuanto a eliminar a la población campesina y extender las relaciones capitalistas en el campo.

En ninguno de los países mencionados tuvieron lugar revoluciones campesinas triunfantes como en China. En la India ocurrieron las rebeliones campesinas aludidas, y otra en la década de 1970, que fue prontamente ahogada en sangre. En Filipinas ha habido movimientos guerrilleros de base campesina durante décadas, que no han logrado acercarse a la toma del poder. En México, los movimientos guerrilleros que comenzaron en la década de 1960, y que lograron alcanzar cierto apoyo en áreas campesinas indígenas, como en el estado de Guerrero, fueron derrotados. Podemos suponer que, en primer lugar, México ya no es un país fundamentalmente campesino, aunque sigue teniendo áreas considerables que tienen básicamente ese carácter, además de que la válvula de escape de la migración a Estados Unidosjugó un papel en desmontar el potencial para estallidos revolucionarios.

Sugiero que el antecedente de las políticas de la Revolución Verde se encuentra en las que aplicó en Rusia después de la derrota de la Primera Revolución Rusa en 1905 el ministro del Interior zarista, Piotr Arkadievich Stolypin (1862-1911), que encabezó la represión en que perecieron muchos revolucionarios. Fue también un audaz reformador social. Percibió que la concentración de la pobreza en determinadas áreas creaba condiciones favorables para el estallido de rebeliones campesinas. En efecto, hubo numerosas rebeliones de este tipo en la historia del país, y una considerable agitación en el campo en vísperas de la revolución de 1905. A partir de 1906, el gobierno aplicó medidas destinadas a liquidar las formas preexistentes de propiedad colectiva en el campo y a ayudar a los campesinos más prósperos a comprar las tierras de los más pobres, o sea, para producir una diferenciación de clases en el campo que fortalecería a una burguesía agraria creciente. También apoyó la emigración de millones de campesinos a Siberia, que en ese momento era una especie de frontera agrícola (Clarkson, 1969: 395-400; Soviet Encyclopedia, Macmillan, 1973).

La política de la contrarrevolución encarnada en la Revolución Verde buscaba los mismos objetivos que la de Stolypin en Rusia medio siglo antes, aunque en el caso de Rusia no incluyera ni innovaciones técnicas ni el control de la natalidad. ¿Cuál hubiera sido la alternativa revolucionaria? No oponerse ni a la introducción de semillas de mayor rendimiento y otros medios complementarios para el aumento de la producción agrícola, ni al control de la natalidad, aunque sí a su aplicación coercitiva, que fue uno de sus perniciosos efectos sociales, que se produjeron en la medida en que se trataba de un proceso impulsado y manejado por las clases dominantes. El control de la natalidad, libremente aceptado por una población informada, sigue siendo necesario, no sólo porque el exceso de población es, en efecto, por lo menos en algunos países, un problema real en relación a la capacidad de alimentarla, sino porque no puede haber liberación de las campesinas sin que puedan disponer de los medios para limitar su capacidad de procreación, en otras palabras, sin que se liberen del lastre ancestral de una maternidad impuesta y no deseada. O sea, era necesaria una política que planteara usar los mismos medios técnicos, pero impulsada desde abajo, dentro de una dinámica que buscara un cambio en la correlación de fuerzas entre el campesinado y la burguesía.

 

La investigación científica

Hubo adelantos muy importantes en cuanto a nuevos anticonceptivos, como el diafragma, inventado o reinventado en Alemania a fines del siglo XIX por el médico W. Mensinger, y el dispositivo intrauterino, en el mismo país, por Ernst Gräfenburg, a fines de la década de 1920, ninguno de los cuales fue producto de la investigación científica; en cambio, sí lo fue uno de los más utilizados actualmente: la píldora anticonceptiva.

En Estados Unidos, la mencionada American Medical Association siempre fue muy conservadora y se opuso a cualquier tendencia hacia la socialización de la medicina. Ya mencioné que en la cuestión de los anticonceptivos estuvo igualmente alineada con la derecha. También se ha dicho que aunque hubo casos individuales de médicos que apoyaron el uso de anticonceptivos, la organización se opuso a que se difundieran informaciones sobre éstos. El médico William A. Cary inventó en 1918 una de las primeras jaleas anticonceptivas, pero no pudo publicar su fórmula en ninguna revista médica, e incluso muchos de sus colegas lo boicotearon.

También en Gran Bretaña se manifestó el conservadurismo de la profesión médica, toda vez que, por ejemplo, la Medical Defence Union, una organización gremial de médicos, se oponía hasta entrados los años setenta a que los médicos colocaran dispositivos intrauterinos sin el consentimiento de los esposos.

La pacatería dominante también tuvo efectos en retardar el progreso de la ciencia. La médica alemana Reni Begun, en un artículo publicado en 1929, criticaba con toda razón el atraso de la investigación sobre control de la natalidad respecto a otras ramas de la medicina (citada por Grossmann, 1995: 64). Aunque hubo conjeturas de que las mujeres sólo podían concebir durante un determinado periodo del ciclo menstrual, sólo hasta 1930 el ginecólogo japonés Kyusaka Ogino y el checo o austríaco Hermann Knaus establecieron en forma independiente que la fecundación sólo es posible en un periodo de ovulación de la mujer de entre 12 y 16 días antes de la menstruación. Hasta entonces dominaba la creencia de que la mujer podía concebir en cualquier momento del ciclo menstrual. El hecho de que este aspecto de la fisiología de la reproducción sólo fuera esclarecido hasta una fecha tan tardía es muy notable, si se toma en cuenta que, por ejemplo, el óvulo ya había sido descubierto en 1827, o sea, cien años antes. Hay que tener en cuenta que la fisiología de la respiración había sido investigada desde fines del siglo XVIII, y que otros procesos fisiológicos no menos complicados, por ejemplo, del hígado y riñón, ya habían sido aclarados desde el siglo XIX. Esta demora es aún más notable si se toma en cuenta el hecho de que en un libro sobre fisiología sexual publicado en 1881 por un señor Trall, se mencionaba la existencia de un "periodo seguro", aunque estaba mal calculado; y que ya en 1880 un grupo de católicos franceses se había dirigido a sus autoridades eclesiásticas, citando opiniones de médicos y fisiólogos acerca de la existencia de ese periodo seguro, es decir, de la imposibilidad de la concepción durante una parte del ciclo menstrual, o sea, que tuvieron que pasar cincuenta años para que el tema fuera investigado (Campbell, 1973).

La santurronería sigue teniendo efectos en la casi inexistente información sobre Knaus y Ogino, que no figuran en el Dictionary of Scientific Biography, una de las fuentes más importantes en el campo de la historia de la ciencia, ni en el Dictionary of the History of Science (Bynum, op. cit.), como tampoco en enciclopedias y otros libros sobre historia de las ciencias biológicas, ni en el libro de Mc Laren sobre historia de los anticonceptivos, aunque éste menciona el libro de Trall (McLaren, 1990: 187 y 209). Tampoco se encuentran datos biográficos en internet, excepto fechas (Hermann Knaus, 1892-1970; Kyusaki Ogino, 1882-1975), y la mención de que el primero fue profesor de la Universidad de Graz. Otro aspecto de este ocultamiento, o escasa valoración de este aspecto de la historia, está en la muy corta mención que se hace del papel de Francis Place como promotor del control de la natalidad. Por ejemplo, en el artículo de 200 palabras sobre éste en la Encyclopedia Americana, su papel en este aspecto no es mencionado. Hay un artículo de tres páginas sobre control de la natalidad (birth control), que le dedica cuatro líneas (edición de 1976). En la Britannica no figura, pero hay un artículo sobre control de la natalidad de varias páginas, donde se le menciona en una línea (edición de 1975).

El descubrimiento de las hormonas por E. H. Starling y W. M. Bayliss, en 1902, condujo a la identificación del papel de éstas en la reproducción, lo que fue un elemento fundamental para la invención de la píldora anticonceptiva. Casualmente, tampoco aparecen datos sobre los investigadores que hicieron estos descubrimientos en los textos mencionados.

El peso de los prejuicios dominantes fue incluso tan grande que llegó a desalentar la investigación del tema por las compañías farmacéuticas más importantes, aunque estaban conscientes de la existencia de un enorme mercado potencial para los anticonceptivos.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, en Alemania se había logrado fabricar hormonas sexuales a partir de materias primas extraídas de animales sacrificados en los rastros, pero se trataba de una síntesis compleja y costosa. El descubrimiento —por Russel E. Marker, de la Universidad de Pensilvania— de la presencia de un compuesto químico a partir del cual podrían obtenerse estas hormonas, constituyó un hecho crucial para la fabricación de la píldora anticonceptiva. Marker realizó estudios sobre algunas plantas del género Discorea, presentes en los bosques del sureste de México y en Centroamérica. Aisló a la sustancia química llamada diosgenina, a partir de la cual obtuvo en 1934 la hormona sexual femenina: progesterona. La investigación fue financiada por una donante adinerada, Catherine McCormick, quien lo hizo gracias a la intervención de la ya mencionada Margaret Sanger. Se realizó desde 1951 en la empresa mexicana Syntex, que contaba con la participación de varios científicos europeos exiliados, como Carl Djerassi, y de varios mexicanos como Luis E. Miramontes; también contribuyó a estas investigaciones el endocrinólogo estadunidense Gregory Pincus. La píldora llegó al mercado en 1960 (Marks, 1997; Miramontes, 2002).

Otro adelanto importante ha sido la píldora de emergencia, o sea, para utilizarse después de un coito sin anticonceptivos. El primer trabajo sobre el tema fue publicado por el canadiense Albert Yuzpe en 1974. Se fabrica en Estados Unidos desde 1998.

En el terreno cultural hubo importantes avances en la psicología, la filosofía y las ciencias sociales, por ejemplo, los trabajos sobre la represión sexual —realizados por Sigmund Freud, Wilhelm Reich y Herbert Marcuse— tuvieron un enorme impacto las investigaciones del equipo dirigido por el biólogo estadunidense Alfred C. Kinsey (1894-1956), quien comenzó a interesarse por esta problemática en 1938, y compiló una enorme cantidad de información a partir de encuestas sobre el comportamiento sexual, publicando dos libros, uno sobre el masculino, en 1948, y otro sobre el femenino, en 1953. Ambos tuvieron una difusión masiva. Las investigaciones de Kinsey reventaron muchos mitos del discurso dominante sobre la sexualidad, originado en las burocracias religiosas, al mostrar la realidad del comportamiento sexual de millones. Estos libros, que aparecieron en el clima de histeria anticomunista de la Guerra Fría, dieron lugar a una enconada campaña en su contra de políticos y de iglesias conservadoras. Kinsey fue acusado de hacerle el juego al comunismo, ya que estaría debilitando la fibra moral de la población. Esta campaña logró que la Fundación Rockefeller, que había subsidiado sus investigaciones, le retirara su apoyo. La campaña continúa cincuenta años después. Se han publicado libros que tratan de desacreditarlo, y aparecen en internet textos que lo califican de "monstruo", criminal y falsificador.

 

La situación actual

El cambio cultural hacia una mayor tolerancia y visibilidad de los aspectos sexuales comenzó a acelerarse en Estados Unidos en la década de 1920, y ya vimos que fue duramente resistido por los conservadores, que lograron imponer medidas represivas, como el Código Hays para la autocensura en la industria cinematográfica, así como mantener la vigencia de la mencionada Ley Comstock.

A comienzos de 1971, 38 por ciento de la población mundial vivía en países en que el aborto legal era fácil de obtener, porcentaje que aumentó a 64 por ciento en 1976. Pocos cambios sociales a nivel global han ocurrido con la misma rapidez (Brown, 1976). En dos conferencias de las Naciones Unidas —Teherán 1968, y Pekín, 1995—, se aprobaron resoluciones en que se aceptaba el derecho de hombres y mujeres a decidir en forma libre y responsable el número de sus hijos y el momento en que querían tenerlos.

La iglesia católica continúa su cerrada oposición contra el aborto y los anticonceptivos, y ha logrado mantener la prohibición en los países en que tiene mayor influencia; por ejemplo, en Irlanda. Unas 6 000 mujeres de ese país viajan a Inglaterra anualmente para abortar; otras 2 000, desde Irlanda del Norte, la parte de la isla bajo control británico, donde también sigue vigente la prohibición. La película En el nombre de Dios muestra cómo la iglesia católica irlandesa encerró durante décadas, en conventos, a madres solteras a las que les quitaban sus hijos, para luego ser explotadas como mano de obra esclava. Cabe hacer notar que los clérigos musulmanes en Irán parecen ser más liberales en este terreno que la iglesia católica, como se puede deducir de lo antes mencionado respecto al control de la natalidad en ese país.

Es sabido que en Estados Unidos hay una fuerte tradición de violencia. Ha habido una oposición al aborto por medios legales, por ejemplo, una manifestación en Washington en 1997 en que participaron varios miles, y vigilias, a veces con participación de monjas, contra las clínicas en que se practica el aborto. Pero a partir de 1977 se desencadenó una campaña terrorista. Aunque la prensa ha informado sobre algunos casos, en general se ha mostrado sumamente suave en relación al tamaño de las acciones violentas, y lo mismo se puede decir de organismos federales como el FBI. Según la National Abortion Federation, una organización que favorece la libertad de abortar en Estados Unidos, entre 1984 y 2000 se habrían producido 12 000 ataques y hostigamiento contra proveedores de servicios de aborto, con una declinación sustancial desde 1988-1989, años de máximas protestas contra clínicas de abortos (Doylek, 2001). Las miles de acciones de hostigamiento incluyeron llamadas telefónicas amenazadoras, cartas con bacilos de ántrax, etc. Hubo 38 ataques con bombas, incluyendo tres en la Navidad de 1984, que causaron 17 muertos, entre ellos médicos y enfermeras; también 146 incendios provocados y más de setecientas acciones de vandalismo. Entre 1982 y 1996, los daños materiales habrían ascendido a 13 millones de dólares. Los ataques con bombas se prolongaron por lo menos hasta 1997. En algunas de estas acciones habrían participado elementos del Ku Klux Klan. Un ejemplo de la minimización y ocultamiento de esta forma de terrorismo por la prensa fue un artículo de The New York Times del 20 abril de 1995, después del atentado con bomba de McVeigh en Oklahoma, en el que se reseñaban otros casos de terrorismo en Estados Unidos en años anteriores, sin mencionar para nada estos ataques contra las clínicas que practican el aborto. No sólo ocultó esa información el New York Times, también el Washington Post y varias estaciones de radio guardaron silencio al respecto. Cabe hacer notar que aunque en los casos de algunos de los asesinatos los atacantes fueron identificados y condenados, en los de incendios la mayor parte de los responsables quedaron impunes. En algún estado las autoridades dieron apoyo a la campaña antiaborto, por ejemplo, en el caso de Carolina del Norte promovieron o permitieron placas de automóviles con la leyenda 'elija la vida' (choose life), que un tribunal declaró inconstitucionales por ser una forma de poner dinero público para una campaña política.

Actualmente se da una situación contradictoria, en que por una parte hay una fuerte ofensiva de la derecha para limitar el derecho al aborto, la difusión de anticonceptivos y la educación sexual, particularmente de las legislaturas de varios estados locales y con apoyo del gobierno federal; por otra, el 25 de abril de 2004 hubo en Washington una manifestación de más de un millón en favor de la legalización del aborto. La abstención sexual antes del matrimonio se ha convertido en doctrina oficial, no sólo en Estados Unidos, sino, por ejemplo, en Uganda, país en que un acelerado avance del fundamentalismo protestante está desplazando al catolicismo y a los protestantes moderados. Los datos existentes sugieren que la campaña en favor de la abstención sexual no ha tenido efectos sobre el comportamiento sexual, por ejemplo, sobre la edad a la que las mujeres inician relaciones sexuales (Epstein, 2005), pero podría tenerlas en otros aspectos, tales como difusión del sida, embarazos no deseados, sentimientos de culpabilidad. En Canadá, hubo una campaña de amenazas con algunos atentados con bombas que causaron la muerte de un médico, así como heridos y casos de vandalismo.6

 

Conclusiones

Desde la publicación del texto de Place, la lucha por la difusión de los anticonceptivos y la despenalización del aborto fue y sigue siendo una lucha democrática y por la calidad de vida, contra los prejuicios religiosos y clasistas. La cuestión concierne a toda la humanidad.

En una sociedad liberada de toda opresión y de toda explotación, en la medida en que se sigan difundiendo los anticonceptivos, incluyendo los de emergencia, se puede suponer que el aborto terminará por extinguirse.

Quienes estuvieron en favor del acceso a los anticonceptivos y de la despenalización del aborto incluyeron a demócratas radicales y comunistas cuando éstos no tenían el poder; en la posición opuesta estuvieron siempre conservadores, clericales y fascistas. Puede suponerse que en la Unión Soviética hubo una relación entre la degeneración burocrática del régimen estaliniano y la recriminalización de la práctica abortiva; en la República Democrática Alemana, en cambio, la despenalización continuó la tradición del Partido Comunista Alemán antes del fascismo; la recriminalización seguramente fue producto de la influencia soviética. En esta lucha, las fuerzas democráticas y revolucionarias han utilizado la movilización de masas, como en el caso de Alemania en 1931; las conservadoras han llegado a emplear el terrorismo, como en las últimas décadas en Estados Unidos.

La cuestión central reside en que si el socialismo se propone liberar a la humanidad de toda opresión y de toda explotación, para lograr el desarrollo libre y multidimensional de los seres humanos, entonces esa liberación no puede limitarse a la liquidación de la opresión clasista, sino que tiene también que liberar a la humanidad de la tiranía que le impone su naturaleza biológica.

Hemos visto que ideólogos y políticos que se proclamaban socialistas, desde los socialistas utópicos de la primera mitad del siglo XIX a algunos burócratas postestalinianos de fines del siglo XX, se opusieron al control de la natalidad y al aborto o ignoraron estas cuestiones. Por supuesto que los estalinianos hubieran jurado que estaban en favor de la participación política de la mujer, que obviamente es un aspecto esencial de la liberación femenina, con lo que caían en una contradicción flagrante, en tanto que ésta requiere de una base material, es decir, del control de la natalidad.

Wilhelm Reich fue uno de los primeros marxistas que se ocuparon de estas cuestiones, y afirmó que lo relativo a la sexualidad no había sido percibido por los grandes pensadores sociales (en The Sexual Revolution, 1945, citado por Millet, 1970: 170). Es sabido que Karl Marx, indudablemente el más influyente teórico del socialismo, se negó a realizar conjeturas sobre las formas que podría tomar una sociedad socialista, con la excepción de alguna limitada al terreno político, sobre la necesidad de destruir el aparato del Estado burgués. Para ello utilizó el argumento de que era ocioso especular sobre lo que podrían hacer los protagonistas de la historia una vez liquidada la opresión capitalista. Pero sí había adelantado algunos objetivos generales de una sociedad socialista, por ejemplo, que el libre desarrollo de todos sería la condición para el libre desarrollo individual, que debería conducir a la existencia de seres humanos autorrealizados en sus múltiples dimensiones.

En primer lugar, se podría argumentar que la primera posición no era totalmente justa, porque si la sociedad socialista surge de las entrañas de la capitalista, en la segunda ya tendrían que identificarse tendencias que seguramente tendrían su pleno desarrollo bajo el socialismo. En la medida en que éstas apuntaran hacia cambios positivos, tenían que ser impulsadas incluso bajo el capitalismo.

Este hueco que encontramos en Marx no es único. El hecho de plantear una teoría correcta no implica necesariamente percibir todas sus consecuencias, y es por eso que John Stuart Mill pudo estar adelante de Marx en este aspecto.

¿A qué se debió la falta de sensibilidad de Bebel y Lenin sobre los problemas de la mujer? Si los socialistas no veían la demanda de disponibilidad de anticonceptivos, seguramente ello no se debía solamente a mezquindad, estrechez mental, peso de las ideologías sexistas, etc., sino a que no se habían planteado estos problemas en el campo de la teoría. Síntoma de lo anterior es la mencionada falta de atención de Marx y Engels al juicio contra Bradlaugh y Besant. Esta incapacidad radical de los socialistas de fines del siglo XIX y comienzos del siguiente para plantearse el problema de la relación entre tamaño de la familia y calidad de vida se repetiría en el caso de Thorez cuarenta años más tarde. ¿En que se diferenciaban los prejuicios natalistas de Engels, de O'Hare y de Thorez, de los de los jerarcas católicos como el cardenal Alfonso López Trujillo?

La incapacidad de los comunistas para elaborar políticas en este terreno —para no hablar de las posiciones deplorables de los socialdemócratas— llevó a que la vanguardia en esta lucha fuera ocupada por personas que tenían concepciones más limitadas sobre la sociedad, contaminadas por ideologías burguesas. En los comienzos, ese lugar lo habían ocupado demócratas radicales, como Francis Place y John Stuart Mill. Posteriormente fueron militantes feministas, en varios casos con una considerable confusión ideológica, como Annie Besant, también partidaria de una forma de misticismo religioso; o Margaret Sanger, cuya falta de coherencia política quedó demostrada.

Este hueco existente en la teoría revolucionaria fue, además, funcional para no captar el sentido de la promoción de los anticonceptivos en la política estadunidense hacia los países menos desarrollados.

Si la continuación de la tiranía que impone la naturaleza biológica tiene raíces religiosas, que eran funcionales para la supervivencia de la especie en épocas en que sobrevivía en condiciones difíciles, sujeta por ejemplo a epidemias devastadoras o hambrunas por pérdida de cosechas, bajo el capitalismo se volvió funcional tanto para aumentar al ejército industrial de reserva, lo que facilitaba la explotación de los trabajadores, como para proveer al Estado de abundante carne de cañón para asegurar su posición en una jerarquía internacional de poder, que incluyó la expansión colonial y las guerras imperialistas. El aludido texto de 1805 de George Rose habría sido el primero en plantear esta política.

La teoría de Malthus, en tanto que contenía un núcleo racional, pero no aplicable en el momento en que se formuló, implicaba una tentativa de mayor opresión sobre las clases subordinadas, ya que reforzaba la opresión sexual. La política de población que buscaban maximizarla contra la resistencia de las masas populares, aplicada por los fascistas y por el socialismo realmente existente de Stalin y Ceaucescu, era también funcional para la dominación de una burocracia sobre las clases subordinadas, de una manera coincidente con la ideología y las políticas de la burguesía.

La política de control de la natalidad —que incluye la difusión de los anticonceptivos y la legalización del aborto— reflejaba, por el contrario, las demandas de desarrollo humano y de calidad de vida de las clases subordinadas. Fueron resistidas por la hipocresía de la burguesía, que tenía los medios económicos para tener acceso a los anticonceptivos y al aborto, aunque fueran ilegales, su disponibilidad más limitada y menos seguros que cuando fueron legalizados. La burguesía había adoptado de hecho el control de la natalidad, pero se lo negaba al proletariado. Promovió las políticas represivas, aunque hubo excepciones de donantes adinerados que apoyaron al control de la natalidad, como la mencionada Catherine McCormick. Las probables razones habría que buscarlas en que, por un lado, cualquier forma de opresión sobre las masas populares es funcional para la dominación burguesa; pero también en que, en la medida en que las iglesias habían proclamado desde siempre la subordinación de los seres humanos a su naturaleza biológica y habían buscado reforzar la opresión sexual, la aceptación del control de la natalidad tenía necesariamente que debilitar su influencia y con ello a uno de los pilares de la opresión de clase. La política de la burguesía como clase fue siempre la de la iglesia católica y las de los sectores más conservadores de otras iglesias: la represión sexual para quienes estaban fuera del matrimonio, la del sexo solamente para la procreación dentro de éste.

El control de la natalidad es, entonces, una demanda democrática, que limita el papel del Estado al de proveer la información y los medios materiales para que todos puedan disfrutar de su sexualidad y decidir sobre su descendencia, en tanto que la manipulación de la natalidad por el conservadurismo burgués, el fascismo y el 'socialismo realmente existente' se plantea en función de las necesidades del Estado, es decir, de una clase dominante, en contra de los intereses y deseos de los individuos, y en contra de sus potencialidades de desarrollo como seres humanos. El punto esencial es el control de la población en función de las necesidades reales o supuestas del Estado, ya sea que trate de limitar o de aumentar la población.

Es sabido que los partidos comunistas se proclamaban vanguardia del proletariado y, efectivamente, en varios países y en diferentes coyunturas históricas tuvieron ese papel; además, siempre promovieron la participación política de la mujer. Pero la lucha por la difusión de los anticonceptivos era una lucha democrática, y su impacto sobre la sociedad fue probablemente igual o mayor que el de otras medidas de este tipo, como la separación de la Iglesia y del Estado o la supresión de la monarquía.

En esa lucha, el Partido Comunista de Alemania jugó un papel de vanguardia, mientras que la mayoría de los partidos comunistas ignoraban el problema y los socialdemócratas estuvieron a veces en contra. Ya se mencionaron las oscilaciones que tuvieron lugar en la Unión Soviética y la República Democrática Alemana. En la década de 1950, y en el desgraciado caso de Rumania hasta 1989, algunos de los partidos del llamado movimiento comunista internacional jugaron un papel negativo respecto a la difusión de anticonceptivos y a la limitación del tamaño de la familia. La falta de percepción de los socialistas del carácter de esta lucha no fue casual. Fue producto de los prejuicios, de la estrechez mental, de la falta de capacidad de análisis de las consecuencias sociales de las ideologías heredadas de milenios de opresión sexual y social. Pero además había un hueco de la teoría en lo referente a las relaciones entre el individuo y el Estado, en particular durante la época de transición de una sociedad capitalista a una comunista.

Por más que el Partido Comunista de Alemania carecía de una teoría sobre el problema de la población y control de la natalidad, y aunque aparentemente la dirección del partido no estaba convencida de que la lucha contra la penalización del aborto debía ser un tema central, jugó un papel totalmente correcto, en tanto que la lucha por la despenalización era parte de la lucha contra la represión.

En Alemania, en 1931, el aborto era una práctica semitolerada, con la característica de que en la medida en que había represión, se descargaba sobre las mujeres y no afectaba a los médicos, en flagrante contradicción con el espíritu de las leyes, que preveían una pena máxima tres veces mayor para los segundos. La reforma de 1926 es digna de figurar en una antología de las aberraciones jurídicas, porque permitía que los jueces tuvieran la opción de aplicar una pesada sanción real o una puramente simbólica, pero se puede suponer que ello era típico de una situación en la que el cambio cultural que se había dado en la sociedad alemana hacía difícil aplicar la ley. El mencionado encarcelamiento de los médicos Wolf y Kienle fue entonces una tentativa del Partido Católico, cuya insensibilidad respecto a los pobres era paralela a la de la jerarquía católica, de incrementar la represión, eliminando la tolerancia hacia los médicos abortistas, medida que de haber tenido éxito hubiera empeorado en gran medida la situación de las masas proletarias, a las que se les iba a hacer más difícil el aborto.

En la Unión Soviética, este hueco en la teoría —la contradicción entre teoría y práctica— que se presentó en la época de Stalin, también tuvo relación con la degeneración burocrática del socialismo en esta sociedad. Porque, en efecto, si la demanda de anticonceptivos era una demanda justa, de millones, que no encontraba vías para expresarse, en la medida en que había un partido único que controlaba todas las organizaciones sociales, y que servía únicamente como correa de transmisión unidireccional de la cúspide a la base y nunca en la dirección inversa. Era imposible articular esta demanda y llevarla a un debate público. Si Stalin pensó, y fue el mismo caso de su malhadado discípulo tardío Ceacescu, que había que tener una mayor disponibilidad de fuerza de trabajo, entonces la ausencia de anticonceptivos era lógica. Al Estado le importaban la producción de energía o la de acero, no los deseos individuales, supuestamente pequeñoburgueses, de los individuos. Por eso esa sociedad no era socialista, porque el socialismo no es un fin sino un medio para asegurar el libre desarrollo de los individuos. Por supuesto que la situación de la Unión Soviética era difícil, pero no hubiera sido imposible plantear una discusión pública acerca de cuanto debería disminuir la producción en otras áreas para que la población dispusiera de anticonceptivos. Nada más antisocialista que una sociedad en la que el aparato del Estado decide cuál debe ser la conducta de los individuos en sus aspectos más personales, porque así lo determinan las supuestas necesidades del sistema productivo.

La refutación más contundente del argumento de que era necesaria una mayor población para asegurar un mayor desarrollo de las fuerzas productivas está en la experiencia de Alemania y Japón en la segunda posguerra. Tanto la recuperación de la economía alemana, como el impresionante auge de la japonesa, que colocó a ese país entre las más importantes potencias económicas del mundo, se dieron en circunstancias de una baja natalidad en el primer país, y en el segundo se produjo además de una caída drástica respecto a las tasas anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

En tanto que algunos de los defensores del 'socialismo realmente existente' apoyaban una alta natalidad en función de supuestos intereses de la nación, estaban cayendo en una trampa de la ideología burguesa. No tiene mucho sentido hablar de 'fuerza' de una nación, pero sí del Estado, que consiste en su potencial para organizar medios humanos y materiales para fines determinados. En ese sentido, en la medida en que un Estado está rodeado por otros hostiles, como fue el caso de la Unión Soviética, es totalmente legítimo que se plantee fortalecer sus defensas. Pero se impone una jerarquización de la importancia de los medios para este fin. En primer lugar estaría no el número de sus habitantes, sino la solidez de sus relaciones sociales, que en principio deben ser más sólidas en una sociedad justa, cuya forma más acabada es una sociedad sin clases. Por supuesto que cuentan también la calidad de sus armamentos, la evaluación correcta de las coyunturas políticas y la fuerza militar de los Estados hostiles, etcétera.

Algunos militantes negros estadunidenses de la década de 1960 cayeron en una trampa similar. Julius Lester los acusa justamente de creer que el número hace la fuerza (there is strength in numbers), no que la fuerza se gana a través de una política correcta. Sostiene que oponerse al control de la natalidad equivale a mantener el control sobre las mujeres y que las mujeres tienen que ser libres para su completa participación en la lucha política. Lo que los militantes negros proponían era lo mismo que lo que quería el Papa, es decir, confinar a las mujeres en la esclavitud a sus cuerpos, encadenarlas a su ser fisiológico. Defender al control de la natalidad es proteger la salud física, mental y espiritual de las mujeres. A nadie se le debe pedir que renuncie a formar una familia, pero debe ser una que le dé a la mujer la misma oportunidad de ser una revolucionaria total, potencial que el hombre supone que tiene en virtud de su sexo (Lester, 1969).

Y finalmente vale la pena mencionar algunos datos sobre la relación entre aborto y criminalidad. Los enemigos de la libertad de abortar suelen ponerse la capa de la decencia, y denunciar al aborto como un crimen. Sin embargo, la prohibición del aborto podría tener la característica de aumentar el número de delincuentes potenciales. Este punto ha sido tratado por Steven D. Levitt, quien señala que la tasa de homicidios causados por jóvenes menores de 20 años cayó en Estados Unidos en 50 por ciento en cinco años de la década de 1990, y que la tasa total de homicidios en 2000 fue la más baja en 35 años. Sugiere que una razón importante tiene que haber sido la legalización del aborto, aprobada por la Corte Suprema en 1973, con lo que el año siguiente 750 000 mujeres tuvieron abortos legales, que aumentaron a 1.6 millones en 1980. A comienzos de la década de 1990 apareció la primera cohorte de los nacidos después de la decisión de la Corte, aparentemente menos propensa a la criminalidad que las anteriores. La mayoría de los casos de mujeres que abortaron fueron de menos de 20 años y pobres. Levitt muestra que las tasas de criminalidad comenzaron a caer primero en aquellos estados que legalizaron el aborto antes de la decisión de la Corte (Levitt, 2005).

 

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Notas

1 Jeff Elliott, en www.monitor.net/monitor/abortion/; Eric Gapp, en http://home.sandiego.edu/egapp/comstock/).

2 en www.qweb/vinnoforum.se/papers/.

3 Reforma, sección Internacional del 13i de abril de 2005 p. 1.

4 Información de www.cbctrust.com/abortion.html#27, y otros sitios de Internet.

5 "Reparte Argentina manual abortista", en Reforma del 10 de mayo de 2005 p. 30-A.

6 www.religioustolerance.com, http://gynpages.com, artículo de Laura Flanders en www.fair.org/extra/.

 

Información sobre el autor

Mauricio Schoijet. Profesor titular en el Departamento El Hombre y su Ambiente de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Doctor en Metalurgia y Ciencia de Materiales de la Universidad de Pennsylvania. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias. Campos de investigación: historia ambiental, desarrollo tecnológico, historia de la ciencia, temas políticos. Docencia del módulo Conocimiento y Sociedad en el tronco interdivisional de la UAM-X. Publicaciones recientes: "La recepción e impacto de la teoría de Malthus sobre la población", en Estudios Demográficos y Urbanos, septiembre-diciembre de 2005; "The metatheory of scientific revolutions and the history of Biology", en Nature, Society and Thought núm. 18, 2, 2005. Libro: Límites del crecimiento y cambio climático, en prensa, Editorial Siglo XXI. Correo electrónico: schoijet@prodigy.net.mx

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