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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.13 no.53 Toluca Jul./Set. 2007

 

Cambios en la división del trabajo familiar en México

 

Changes in the division of the family work in Mexico

 

Brígida García Guzmán

 

El Colegio de México

 

Resumen

En este documento se revisan los estudios elaborados durante la década de 1990 sobre las principales transformaciones ocurridas en la división del trabajo, tanto extradoméstico como doméstico, al interior de las familias mexicanas. Se observan las transformaciones en los roles laborales de las esposas o cónyuges, los hombres adultos, y los adolescentes y jóvenes. Finalmente, se evalúa el momento en que se encuentra la investigación sobre la división del trabajo en las familias mexicanas y se discuten algunas pautas para la investigación futura. Por ejemplo, el estudio de las actividades domésticas y extradomésticas de algunos integrantes de los hogares que no han recibido hasta ahora la atención que merecerían, como los adultos mayores y las jefas de hogar, al igual que algunas consideraciones de orden metodológico-técnico sobre la investigación de la división del trabajo familiar.

Palabras clave: adolescentes, cónyuges, división del trabajo familiar, familias mexicanas, hombres adultos, jóvenes, trabajo doméstico, trabajo extradoméstico.

 

Abstract

In this paper the studies elaborated during the 1990's decade on the main transformations occurred in labor division, both at home and outside it, in the Mexican families are presented. Transformations in the laboring roles of the spouses, adolescents and young adults are observed. Finally, it is evaluated the moment which the research on labor division in Mexican families is at, and some guides for future research are discussed. For instance, the study of the home and external activities of some members of the family who, thus far, have not received the attention deserved, such as the elderly and women family heads, similarly to some considerations of methodological-technical order on the research of family labor division.

Key words: adolescents, elderly people, family labor division, house work, Mexican families, out-of-the-house work, spouses, young adults.

 

Introducción

En la primera década del siglo XXI, casi la mitad de las familias mexicanas continúa presentando condiciones de vida deficitarias, según las propias estimaciones oficiales.1 Asimismo, un resultado relevante de los estudios de pobreza y distribución del ingreso en el país es que el número medio de perceptores por familia ha aumentado de manera sistemática desde que tenemos este registro estadístico. En el año 2002, dos personas en promedio por cada hogar percibía algún ingreso, en comparación con 1.5 en 1977 (Cortés, 2006). Es conocido entonces que, ante las limitaciones económicas que se enfrentan de manera habitual, en las familias u hogares mexicanos se han incrementado las personas que tienen un empleo formalmente establecido, desempeñan cualquier tipo de ocupación o reciben ingreso de otras fuentes, como son las transferencias gubernamentales, las remesas o las rentas de la propiedad (estos últimos son los más escasos). A lo anterior habría que añadir que el logro de la manutención cotidiana, por precaria que ésta sea, descansa también en largas horas de trabajo doméstico, las cuales pueden haberse modificado sin que hayamos precisado su evolución en el transcurso de los años recientes.

En este documento, nuestro foco de atención son algunas de las principales transformaciones en la división del trabajo, tanto extradoméstico como doméstico, al interior de las familias mexicanas. Buscamos delimitar lo nuevo y lo más significativo dentro del conocimiento acumulado en los años 1990 y 2000, así como discutir su alcance y trazar algunas directrices para la investigación futura. Estamos conscientes de que existen otras dimensiones, además del trabajo, que permiten definir el bienestar familiar (otras fuentes de ingreso, acceso a servicios o bienes gubernamentales, propiedades, tiempo libre, capacidad de endeudamiento, y otros, véase Damián y Boltvinik, 2003). Sin embargo, consideramos que los distintos tipos de trabajo son ejes centrales de la reproducción, y que constituyen además rasgos definitorios de la sociedad capitalista en que vivimos. Asimismo, el desempeño del trabajo extradoméstico por parte de los varones, y de las actividades domésticas por parte de las mujeres, son parte indisociable de la identidad tradicionalmente construida de ambos géneros, la cual está sujeta a redefinición. Esta última perspectiva también nos importa de manera especial, tanto en lo que concierne a adultos como a jóvenes al interior de los hogares mexicanos.2

En el cuerpo central de este documento nos dedicamos a analizar las transformaciones que conciernen a tres grupos de integrantes de las unidades domésticas estudiados en un importante número de investigaciones: las esposas o cónyuges, los hombres adultos y, en tercer lugar, adolescentes y jóvenes.3 Comenzamos con los cambios y permanencias en las actividades de las esposas. Sabemos del incremento que se ha observado entre ellas en lo que respecta a su participación laboral, pero ahora nos interesa resaltar lo que hemos aprendido en torno al tipo y duración de las actividades económicas que llevan a cabo, la contribución que hacen al ingreso de los hogares, así como la combinación de las distintas tareas y la influencia de las transformaciones en el rol económico femenino sobre otras dimensiones de la vida familiar. Enseguida nos interesamos por el trabajo masculino adulto, buscando siempre puntualizar aquellos ámbitos en donde se han experimentado (o donde se han visibilizado) los fenómenos que tienen alguna repercusión en la división del trabajo familiar. Los hombres continúan siendo los principales proveedores económicos de los hogares mexicanos, aunque lo hagan cada vez menos de manera exclusiva. En su caso, además de las vicisitudes que enfrentan en el mercado de trabajo, se ha comenzado a explorar de manera más pormenorizada su participación doméstica, y principalmente su involucramiento en el cuidado de los hijos. Todavía se trata de un fenómeno de poco alcance en términos cuantitativos, pero para los fines de este trabajo importa dejar claro lo que se sabe sobre una posible transformación en este sentido, así como la naturaleza de los factores que condicionan la participación de los varones en el cuidado infantil.

En una tercera sección, examinamos las actividades desarrolladas por adolescentes y jóvenes mexicanos. Se conoce que la población joven de nuestro país contribuye a la economía y a la búsqueda del bienestar familiar de diversas maneras, pero ahora se ha sometido a escrutinio la manera en que conjugan (y las horas que dedican) a sus actividades como trabajadores domésticos y extradomésticos, además de las tareas escolares. La realización de una serie importante de estudios en esa dirección nos permite profundizar en estos aspectos y conocer la forma en que el contexto socioeconómico y demográfico familiar influye en los quehaceres juveniles. Asimismo, las investigaciones sobre la transición hacia la vida adulta han enriquecido la perspectiva individual sobre estos fenómenos, generalmente vistos con un lente familiar.

En una última parte del texto, nuestra intención es evaluar el momento en que nos encontramos en torno al conocimiento analizado y discutir algunas pautas para la investigación futura. Aquí introducimos preocupaciones de diversa índole. Lo primero que resaltamos es que las actividades domésticas y extradomésticas de algunos integrantes de los hogares no han recibido hasta ahora la atención que merecerían (por ejemplo, los adultos mayores, ya sea que residan solos o acompañados, y también hasta cierto punto las jefas de hogar). Es menester dar un seguimiento más puntual a lo que está ocurriendo con ellos, dadas las transformaciones sociodemográficas y las continuas dificultades económicas que se enfrentan. Asimismo, nos interesa retomar en esta parte final algunas consideraciones de orden metodológico-técnico sobre la investigación de la división del trabajo familiar, ahora que contamos en México con series de datos sobre trabajo extradoméstico y doméstico para los recientes lustros (representativas a nivel nacional, estatal o local). Ubicar a los individuos en su contexto doméstico o entrelazar las trayectorias individuales y familiares sigue constituyendo una disyuntiva metodológica con muchas aristas y soluciones diversas, las cuales es importante sopesar en beneficio de los futuros estudios sobre estos temas.

 

Impacto de las actividades de las esposas en la vida familiar

De los cambios que se han observado en las últimas décadas en la división del trabajo familiar, el fenómeno que más ha recibido atención, tanto en México como en América Latina, es el aumento en la participación laboral de las esposas o cónyuges. No obstante, de inicio hay que aclarar que hasta el año 2002 nuestro país era el más rezagado entre los estudiados en la región con respecto a estas transformaciones: todavía en esa fecha 44 por ciento de los hogares biparentales con hijos no tenían esposas que participaran en el mercado de trabajo (Ariza y Oliveira, 2007). Se ha podido documentar desde finales de la década de 1980 que las esposas han ido gradualmente abandonando su papel de amas de casa de tiempo completo, y que en circunstancias de dificultad económica particulares aun los hijos pequeños han dejado de constituir una barrera apreciable al desempeño de distintos tipos de trabajo extradoméstico. Estos cambios se han atribuido a fenómenos de largo y mediano plazo, como son el incremento en la escolaridad femenina, el descenso en la fecundidad, la creciente importancia de ramas económicas en los servicios y en la industria maquiladora que ofrecen espacios para las mujeres, así como las sucesivas crisis económicas que han llevado a incrementar la participación de los integrantes de las familias en la búsqueda de un mínimo de bienestar (García y Oliveira, 1994; Amagada y Aranda, 2004).

Se conoce que una parte importante de los trabajos extradomésticos de las esposas o cónyuges son precarios, no remunerados, o no se llevan a cabo a tiempo completo. Además, muchas veces las responsabilidades domésticas les impiden a estas mujeres comprometerse de manera continua con el desempeño en el mercado de trabajo, a menos que no cuenten con personas que las respalden en el espacio familiar (principalmente hijas, otras parientes o empleadas domésticas remuneradas). Lo anterior lleva a que las contribuciones de las parejas femeninas al ingreso familiar se sitúen todavía en niveles de moderados a bajos, especialmente en México. Estimaciones existentes para el caso de nuestro país en la década de 1990 indican que la participación de las esposas en el ingreso familiar por trabajo era de 28 por ciento (en otros países como Argentina la cifra comparable en ese momento era 38 por ciento, Arriagada, 1997). Asimismo, para las áreas urbanas de México se tiene que, aun cuando el número de cónyuges económicamente activas se incrementó de manera acentuada, no se observaron cambios de consideración en sus contribuciones monetarias entre 1987 y 1997: en los dos años sus ingresos constituían menos de la mitad del correspondiente a sus esposos en aproximadamente 71 por ciento de las parejas (Cerruti y Zenteno, 2000).4 Ahora bien, también es cierto que sin el ingreso de las mujeres cónyuges los hogares pobres aumentarían en el país y en la región latinoamericana, como ha sido puntualizado en una serie de estudios. Por ejemplo, con base en información para 16 países latinoamericanos (incluido México), la Cepal llega a la conclusión de que la magnitud de la pobreza en hogares biparentales con aporte de las cónyuges al ingreso familiar es menor que en unidades domésticas donde no se cuenta con dicha contribución (datos alrededor de 2002, Cepal, 2003; véase también Amagada, 1997).

Si sólo se tomasen en cuenta las cifras anteriores, tendríamos una idea muy parcial de lo que ha ocurrido con la división sexual del trabajo familiar en los últimos lustros. Uno de los aportes más significativos al conocimiento acumulado ha sido considerar las modificaciones en el trabajo extradoméstico de manera conjunta con estimaciones más precisas sobre el desempeño del trabajo doméstico por parte de ambos géneros. La información recolectada en México al respecto ha sido bastante rica en la década de 1990, tanto en las encuestas de empleo y otras encuestas sociodemográficas, como especialmente en las de uso del tiempo de 1996 y 2002.

Desde las primeras estimaciones que se hicieron en nuestro país de la carga total de trabajo extradoméstico y doméstico por parte de las mujeres y de los varones, se comprobó que la participación laboral redundaba en una sobrecarga para las primeras. Se trata de un resultado conocido para muchos países, pues lo más frecuente es que las mujeres modifiquen su involucramiento en la esfera pública sin que se observe una variación de igual alcance en lo que respecta a la contribución doméstica masculina. En el caso nuestro se precisó al inicio de la década de 1990 que en lo que toca a las mujeres económicamente activas de 12 años y más, su semana de trabajo excedía en promedio 9.3 horas a la de los hombres, cuando se tomaban en cuenta los dos tipos de actividades (Oliveira, Ariza y Eternod, 1996, datos de la Encuesta Nacional de Empleo).

A comienzos del nuevo siglo, se ha refrendado ese resultado en términos generales, e incluso se han presentado estimaciones más elevadas de la sobrecarga femenina para algunas subpoblaciones. Silvia Luna, en un trabajo realizado para el Instituto Nacional de las Mujeres con base en la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo de 2002 (Inmujeres, 2005) presenta los siguientes montos. Para el total de los hombres y mujeres de 12 años y más, la carga promedio de trabajo femenino (doméstico y extradoméstico) por semana es superior a la de los hombres en poco más de nueve horas. Aquí la diferencia, como se puede esperar, la marca principalmente el desempeño del trabajo doméstico, pues las mujeres dedican a este quehacer un promedio de 34 horas semanales en las áreas urbanas (y de 43 en las rurales), en comparación con 7.5 y 10 horas promedio respectivamente por parte de los varones. Si sólo se consideran los hombres y mujeres que participan en el mercado de trabajo, la sobrecarga que se estima para las mujeres es mayor, como podría suponerse.5 Llama especialmente la atención que esta puede representar un promedio de 16 horas adicionales de trabajo para las mujeres urbanas económicamente activas de 20 a 34 años —en comparación con los varones de esas mismas edades y residencia— cuando se toma en cuenta de manera conjunta el trabajo extradoméstico y el doméstico. Gran parte de las mujeres mexicanas a estas edades ya son esposas o cónyuges y tienen hijos pequeños, por lo que estas cifras nos permiten plantear que la combinación de la maternidad y la participación laboral en nuestro país representa importantes sobrecargas de trabajo para las mujeres involucradas.

¿Se conocen los impactos de los fenómenos examinados sobre otros ámbitos de la vida familiar? Estudios de índole cualitativa han sugerido que las transformaciones en la división del trabajo familiar sí influyen para ampliar el margen de acción con el que las mujeres se conducen en el espacio doméstico y en el personal, aunque también anticipan que no es posible esperar cambios fundamentales, dada la naturaleza fuertemente asimétrica de las relaciones de género en la sociedad en que vivimos.6

En años recientes se ha retomado en estudios cuantitativos el reto de explorar la influencia del trabajo extradoméstico de las esposas o cónyuges sobre varios aspectos de la convivencia familiar que podrían ser considerados como indicadores de las relaciones de género en los hogares (la participación del esposo en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, la presencia de las mujeres en las decisiones importantes, su libertad de movimiento, y la presencia o ausencia de violencia doméstica (Casique, 2001; García y Oliveira, 2006). Tanto a nivel nacional como de algunas áreas metropolitanas, se ha comprobado mediante herramientas estadísticas aplicadas a muestras probabilísticas que la participación laboral de las cónyuges influye positivamente para lograr mayor autonomía o libertad de movimientos, independientemente de las características sociodemográficas de estas mujeres. Asimismo, en el caso de la Ciudad de México y Monterrey se ha corroborado la importancia de tener en cuenta diversos aspectos de la participación laboral femenina (experiencia laboral, tipo de ocupación, aportaciones al presupuesto familiar, significado del trabajo extradoméstico) como características que pueden influir distintas dimensiones de las relaciones de género, una vez que se incorpora el papel de factores demográficos, de la familia actual y de la familia de origen como rasgos intervinientes. La experiencia laboral de las cónyuges en las áreas metropolitanas del país fue el aspecto que presentó una relación positiva con mayor cantidad de dimensiones de las relaciones de género; este hallazgo nos indica que es menester introducir de manera explícita el efecto del tiempo en las asociaciones que nos interesan y modificar la recolección de información que casi siempre se refiere a un momento específico.

 

Participación de los varones adultos en el cuidado de los hijos

Aun cuando este tipo de indagación sigue despertando cierto grado de escepticismo, uno de los aspectos de la división intrafamiliar del trabajo que ha motivado la reflexión en la última década es el tipo de participación que tienen los varones en las actividades domésticas y el cuidado de los hijos e hijas. Hemos visto que los datos recolectados en las encuestas nacionales de uso del tiempo levantadas en 1996 y 2002 dejan clara la sobrecarga global de trabajo que tienen las mujeres cuando se contabilizan las actividades domésticas y las extradomésticas; sin embargo, también permiten indicar que la contribución masculina al ámbito doméstico es perceptible en ciertos tipos de actividades (cuidado y reparación de la vivienda y del automóvil cuando este existe, abastecimiento de agua y leña en las áreas rurales, servicios de apoyo al hogar y cuidado de los hijos e hijas). Ha llamado especialmente la atención lo que ocurre con el cuidado de los pequeños.

Ya se ha indicado que, en 2002, los varones urbanos mexicanos de 12 años y más dedicaban un promedio de 7.5 horas a la semana a las actividades domésticas en general y las mujeres 34 horas; en comparación, existía una menor diferencia entre los géneros en las horas promedio dedicadas a la ayuda a otras personas, incluido el cuidado de los hijos e hijas (2.8 horas los varones y 7.8 horas las mujeres)7 (Inmujeres, 2005, y Rendón, 2003). El relativo mayor involucramiento de los varones en el cuidado de sus hijos e hijas ha sido también confirmado en el caso de nuestro país con base en encuestas de empleo, así como en otras encuestas sobre la dinámica familiar en las áreas metropolitanas del país (García y Oliveira, 2006).8

Podría argumentarse que, en términos de tiempo, todavía es muy reducido el acercamiento de los varones mexicanos con sus hijos e hijas, pero algunas autoras como Teresa Rendón comparan los resultados para México con otros referentes a países desarrollados y las cifras para nuestro país son sensiblemente mayores a las reportadas para la gran mayoría de ellos (sólo en España, Noruega y Suecia se observan niveles similares a los de nuestro país; véase, Rendón, 2003, y Naciones Unidas, 1995). De manera que resulta pertinente dar seguimiento a este fenómeno y su posible transformación.

Al no contar todavía con una serie de datos que nos permita hablar con mayor certeza de los posibles cambios, se ha recurrido a diversas estrategias para profundizar en el alcance de este contacto de los varones mexicanos con sus hijos e hijas, sobre todo en lo que respecta a las distintas generaciones y estratos sociales. Así, tenemos estudios de corte cualitativo, como el que ha sido llevado a cabo por Olga Rojas (2007). Esta autora sugiere diferencias importantes en actitudes y prácticas de la paternidad entre hombres jóvenes (20 a 44 años) y de más edad (45 a 65 años).9 Los mayores estarían más cerca de una paternidad tradicional, centrada en la autoridad y en el papel de proveedores económicos; los de menos edad, sobre todo los de sectores medios, se mostrarían más abiertos para expresar su afecto y cercanía con sus hijos e hijas, participarían más abiertamente en su crianza y cuidado, y además serían más partidarios del diálogo y del convencimiento en lo que respecta al ámbito disciplinario.

Otros estudios de corte cuantitativo y basados en muestras probabilísticas a nivel nacional, como el llevado a cabo por Silvia Luna para Inmujeres (Inmujeres, 2005), también permiten apoyar la idea de un ejercicio diferencial de la paternidad según grupos sociales. Uno de los resultados de esta investigación, que llama la atención desde esa perspectiva, es que las horas dedicadas por los varones urbanos de diferentes edades al trabajo doméstico se incrementan a medida que se pasa de los estratos de bajos ingresos a los más elevados, sugiriendo un mayor (o distinto) involucramiento de estos varones más privilegiados con la reproducción doméstica. Esto no ocurre con las horas dedicadas al trabajo extradoméstico, donde a mayor ingreso se declaran menos horas de trabajo (visto de otra manera, en estas situaciones la actividad laboral masculina puede ser más productiva, pues aunque se trabaja menos horas, esto redunda en mayores remuneraciones).

Las constataciones anteriores pueden ser resultado de un número importante de aspectos intervinientes, por lo que es necesario enfocar este problema en un contexto multivariado. En una investigación que llevamos a cabo en conjunto con Orlandina de Oliveira (García y Oliveira, 2006), nos aproximamos de esta manera a conocer los aspectos que influyen en la participación de los varones en el cuidado de sus hijos en la Ciudad de México y Monterrey.10 Tomamos en cuenta de forma simultánea el posible efecto de la edad, la escolaridad, el trabajo extradoméstico de la cónyuge, la posición en la estructura de parentesco, la residencia en la niñez y la residencia actual, la posición en la ocupación, los ingresos, la edad de la persona menor en el hogar, el tipo de hogar y las opiniones sobre los roles de género. Los resultados de la regresión logística que aplicamos indican que, a igualdad de condiciones en los demás factores, el contar con mayor escolaridad y residencia urbana en la niñez se asocia de forma clara con el mayor cuidado. Estos aspectos son más significativos que los económicos en este contexto metropolitano de fin de siglo XX. Asimismo, el trabajo extradoméstico de la cónyuge es otra cuestión de la mayor importancia para comprender el acercamiento masculino a los hijos, como sería de esperar. Por último, pensamos que nuestros hallazgos sobre la influencia de la edad contribuyen a afinar y especificar los grupos que marcarían las diferencias con las generaciones mayores. Encontramos que, teniendo en cuenta características sociales y económicas, son los varones de 30 a 39 años los que más se involucran con su descendencia y los que se apartan nítidamente del comportamiento de los mayores de 40 años. En cambio, según nuestros datos, los hombres de 20 a 29 años de distintos sectores sociales que son padres no se sitúan igualmente a la vanguardia de las nuevas prácticas, tal vez porque precisamente ya han tenido hijos a esas edades y no han postergado el inicio de la reproducción. Esto puede estarnos indicando que no están dispuestos a cuestionar y eventualmente cambiar patrones de conducta tradicionales, largamente establecidos. Es menester seguir profundizando en esta delimitación del cambio generacional en futuras investigaciones.

 

Actividades y trayectorias de adolescentes y jóvenes

Es habitual en los estudios sobre división del trabajo familiar que, además de tener en cuenta a los hombres y mujeres adultos, se otorgue atención especial a lo que sucede con la contribución de adolescentes y jóvenes a las distintas actividades domésticas y extradomésticas que se llevan a cabo en los hogares. Como indican algunos autores, los jóvenes mexicanos se encuentran lejos de ser estudiantes de tiempo completo (Camarena, 2004), aunque se sabe que los niveles de escolaridad de la población juvenil en la mayor parte de los sectores sociales han aumentado de manera sensible en las últimas décadas. De forma más específica, la participación laboral juvenil ha sido interpretada como parte de las estrategias de sobrevivencia puestas en marcha por diferentes grupos poblacionales para hacer frente al deterioro en sus niveles de vida (Tuirán, 1993; García y Pacheco, 2000).11

Para documentar con mayor precisión el involucramiento de jóvenes varones y jóvenes mujeres en los distintos tipos de actividades domésticas y extradomésticas (además de su rol normativo de estudiantes) es preciso contar con información sobre la dedicación a los diferentes quehaceres, su combinación y duración. Como se vio, es sólo a partir de comienzos de la década de 1990 que se ha generado (o se ha prestado atención) en México a ese tipo de datos en las encuestas de empleo, en las de uso del tiempo, y también en algunas encuestas socioedemográficas y en los censos de población. A medida que se cuenta con mayor cantidad de análisis con esta información queda clara la diversidad de actividades realizadas por jóvenes varones y jóvenes mujeres en los hogares, y las diferencias que hay entre las actividades que llevan a cabo unos y otras.

Con base en los datos de la Encuesta Nacional de Empleo de 1997, Camarena pudo establecer hasta ocho combinaciones de los distintos quehaceres, además de analizar el tiempo promedio dedicado a cada combinación específica a nivel nacional (jóvenes de 12 a 20 años). Como se vio con anterioridad con respecto a los adultos, encontramos que la introducción del tiempo de dedicación es el aspecto fundamental para determinar las mayores cargas de trabajo entre las mujeres jóvenes.12

Entre los resultados de Camarena cabe destacar que el rol de estudiante es el que presenta menos variaciones entre hombres y mujeres jóvenes, independientemente de que se lleve a cabo como actividad única o en combinación con otras.13 Asimismo, es significativa la elevada proporción de jóvenes de ambos géneros que, además de estudiar, realiza otras actividades, pero esta situación es más desventajosa para ellas, quienes conjugan el rol de estudiante con mayor número de quehaceres. Aunque las oportunidades escolares se han ampliado para mujeres y hombres jóvenes casi por igual, cada uno de los géneros las combina con quehaceres domésticos y extradomésticos en forma diferencial, y sobresale la mayor carga de labores domésticas que tienen las mujeres jóvenes, aun en los sectores relativamente más privilegiados (profesionistas y técnicos).

En cuanto a las horas involucradas, según los resultados de Camarena, hacia finales de la década pasada, los varones jóvenes de 12 a 20 años dedicaban en promedio 43 horas a la semana al conjunto de las actividades, y las mujeres jóvenes, 45. Entre los que estudiaban (de forma única o combinada) no había diferencias entre ellos y ellas, pues ambos dedicaban 35 horas en promedio a esa actividad. Los varones que participaban laboralmente lo hacían durante 40 horas en promedio, y las mujeres jóvenes durante 39, ya sea que sólo llevaran a cabo esa actividad o que la acompañaran con las demás. Finalmente, las mujeres jóvenes realizaban tareas domésticas durante 23 horas y los varones durante 17 en promedio, ya sea de manera aislada o simultánea con las demás (Camarena, 2004).

Además de ofrecer el panorama general de la manera más exhaustiva posible, varios estudios recientes profundizan en los aspectos macroeconómicos, y también en los familiares e individuales, que pueden dar cuenta del mayor involucramiento de las y los hijos en el estudio, la actividad laboral y la doméstica (Mier y Terán y Rabell, 2004; Giorguli, 2005; Estrada Quiroz, 2005). Estas investigaciones han recurrido a técnicas estadísticas multivariadas y, dadas las distintas opciones de resultados posibles, la regresión logística multinomial ha sido la herramienta más utilizada.14 Se ha confirmado que el trabajo infantil y juvenil en distintos ámbitos está estrechamente ligado a un menor nivel socioeconómico, y al residir en áreas rurales (o en hogares con jefes agropecuarios). Asimismo, independientemente del nivel de vida, las familias nucleares y con ambos padres presentes constituyen el contexto más privilegiado para aumentar las probabilidades de solamente estudiar, especialmente en los sectores no agrícolas. En cambio, en las familias extensas, es más alta la posibilidad de que sólo se trabaje.

Los adolescentes y jóvenes que residen en hogares encabezados por mujeres presentan una situación más controvertida. A partir de los hallazgos de Estrada Quiroz (2005), que incluye una consideración muy amplia de tipos de hogar y sexo de los jefes (y que además se basa en una muestra muy grande de hogares proveniente del censo de población del 2000), es posible afirmar que vivir en un hogar con jefe mujer casi de cualquier tipo lleva a incrementar las probabilidades de trabajos extradomésticos entre niños y adolescentes de ambos sexos. Ahora bien, esto es sólo una parte del panorama, porque cuando se analiza la combinación de actividades se llega a la conclusión de que en los hogares monoparentales o en aquéllos en donde la madre trabaja (y más si tiene una ocupación no asalariada) los jóvenes combinan de manera más asidua el trabajo con la escuela (véanse los estudios de Mier y Terán y Rabell, 2004, y Giorguli, 2005, ambos con datos de la Encuesta Nacional Demográfica de 1997). Esto nos indica la presencia de una realidad multifacética en este tipo de hogares, la cual sin duda tiene implicaciones de diversa índole sobre los niños y adolescentes según la posición que se sostenga en torno a la combinación de la escuela y el trabajo a una temprana edad. Los organismos internacionales generalmente postulan que esto es perjudicial por los efectos que tiene sobre la permanencia escolar en el mediano plazo; otros defienden la idea de que trabajar desde edades jóvenes puede representar una ventaja para los ingresos y carreras laborales de los individuos (Giorguli, 2005).

El conocimiento sobre las actividades de los jóvenes que hemos examinado hasta aquí se basa generalmente en análisis realizados para un momento en el tiempo. Dicho conocimiento se ve notablemente enriquecido cuando incorporamos también los resultados de estudios sobre la transición a la vida adulta, los cuales parten de la edad de ocurrencia de distintos eventos en la vida de los individuos, tales como la edad al primer empleo, la salida de la escuela, la salida de casa de los padres, la primera unión y el primer hijo o la primera hija.15 Es de interés resaltar que diversos estudios llegan a la conclusión de que el primer empleo es la primera transición que experimentan muchos mexicanos y mexicanas, aun antes de salir de la casa de los padres (véase, en especial, Pérez Amador, 2006; Echarri y Pérez Amador, 2007; Oliveira y Mora Salas, 2007).16

Según los datos de la Encuesta Nacional de la Juventud (2000), al llegar a los 29 años, 79 por ciento de la población joven ya han tenido un primer empleo, pero solamente 39 por ciento han salido de la casa de los padres. Asimismo, cuando se enfoca el análisis hacia los jóvenes que ya han salido de la casa paterna o materna, se indica que 64 por ciento también tuvo por lo menos un primer empleo antes de establecerse de manera independiente (Pérez Amador, 2006; Echarri y Pérez Amador, 2007). Estos datos nos señalan, desde otra perspectiva, la importancia de la mano de obra juvenil para la reproducción doméstica. No obstante, el panorama es más complejo de lo esbozado hasta aquí porque también se encuentra que, una vez iniciada la vida laboral de los jóvenes, esto se convierte en un detonador importante de la salida de la casa paterna o materna. Independientemente de la ruta que elijan para establecer una nueva residencia, los hombres y mujeres jóvenes que ya se iniciaron en el mercado de trabajo tienen mayores probabilidades de salir del hogar a cada edad, que aquéllos que no se han incorporado a una actividad remunerada (Pérez, 2006). Estos resultados nos ofrecen la necesaria perspectiva dinámica de la participación económica juvenil y nos permiten destacar el ángulo individual de dicho fenómeno, además del familiar que hemos venido enfatizando. Al conocer esta otra cara del involucramiento de las y los jóvenes en la actividad laboral podemos conjeturar que muchos de ellos permanecen en la unidad doméstica de los padres no tanto para contribuir a su manutención, sino porque están esperando conseguir la mejor oportunidad en el empleo que les permita independizarse (véase el trabajo de Pérez Amador, 2006, y el diálogo que allí establece con el estudio de García y Pacheco, 2000).

 

Discusión y consideraciones finales

El conocimiento de las transformaciones en la división familiar del trabajo en México ha avanzado en forma diferencial, según se trate de los distintos tipos de integrantes de las unidades domésticas. Aunque el involucramiento económico de las esposas mexicanas todavía se encuentra rezagado respecto de lo ocurrido en otros países, lo cierto es que algunos de sus efectos son apreciables desde algunos puntos de vista y éstos han podido ser documentados con claridad. Contamos con estudios que precisan la magnitud de la sobrecarga de trabajo de las mujeres económicamente activas, fenómeno que se agrava precisamente en las etapas tempranas de la vida, cuando se forma una pareja y se tiene descendencia. Dichas estimaciones, aunadas a aquellas que indican la contribución de estas mujeres al ingreso familiar, han sido posibles gracias al cúmulo de información existente en el país sobre trabajo doméstico y extradoméstico, la cual ha sido recolectada en dos encuestas recientes de uso del tiempo, en las encuestas de empleo y en varias de índole sociodemográfica. Pero más allá de los datos, se cuenta hoy en México con una masa crítica de hombres y mujeres que se dedican a la investigación social, quienes han hecho las preguntas pertinentes y han respondido al desafío de analizar mediante grandes muestras la participación de hombres y mujeres en el mercado laboral y en la reproducción doméstica de manera conjunta. Los resultados son coherentes y motivan a continuar por el camino que ya se ha comenzado a desbrozar.

Hay quienes se han preocupado por definir el tiempo dedicado y otros rasgos del trabajo doméstico y extradoméstico de hombres y mujeres, y hay quienes buscan profundizar en el posible impacto de las tendencias observadas sobre distintos ámbitos de la vida familiar y personal. Aunque no se esperan cambios fundamentales, el mérito de estos estudios ha sido delimitar áreas específicas y tipo de influencia, así como los aspectos particulares de la participación laboral que condicionan las relaciones dentro de los hogares. Para ello han aplicado herramientas estadísticas multivariadas basándose en encuestas probabilísticas que permiten generalizar los resultados al conjunto de las poblaciones analizadas. Una relación sólidamente establecida se refiere a la libertad de movimientos. Tanto a nivel nacional como de algunas áreas metropolitanas, se ha comprobado que el trabajo extradoméstico de las esposas influye positivamente para lograr mayor autonomía o libertad de movimientos, independientemente de las características socio-demográficas e individuales de estas mujeres. Asimismo, en la Ciudad de México y Monterrey se ha corroborado que la experiencia laboral de las cónyuges es el aspecto que presenta una relación positiva con mayor cantidad de dimensiones de las relaciones de género (toma de decisiones importantes, autonomía o independencia de las mujeres, participación masculina en la vida doméstica, ausencia de violencia intrafamiliar). Estamos, pues, ante relaciones que se forjan a lo largo del tiempo, lo cual impone nuevos retos, tanto en lo que concierne a la recolección de información como a las herramientas analíticas que utilizamos.

En lo que respecta a la participación de los varones adultos en la división familiar del trabajo, es usual en México y otros países latinoamericanos que se compruebe la reducida presencia masculina en las tareas de la reproducción (aunado a un descenso en la cantidad de jefes de hogar que son proveedores económicos exclusivos). Como apunta Luis Mora (Mora, 2004), se ha convertido en un lugar común la afirmación de que ha sido muy amplia la integración femenina en el mercado de trabajo experimentada en los últimos lustros en comparación con la escasa participación masculina en la esfera doméstica. En el caso mexicano se han logrado avances que permiten observar con un lente diferente este lugar común, aunque todavía no se cuenta con información comparable que nos permita plantear la existencia de transformaciones en una dirección determinada.

La realización de investigaciones sobre el tipo y duración de las tareas domésticas y extradomésticas ha hecho visible la participación masculina en el cuidado y reparación de la vivienda —y del automóvil cuando este existe— el abastecimiento de agua y leña en las áreas rurales, los servicios de apoyo al hogar y el cuidado de los hijos e hijas. Ciertamente, se trata de pocas horas de trabajo, en comparación con las dedicadas por las mujeres al conjunto de este tipo de quehaceres, pero algunas autoras plantean la posibilidad de que se esté dando un cambio generacional y entre estratos sociales, sobre todo en lo que respecta a la presencia masculina en el cuidado de su descendencia. En las exploraciones que se han hecho sobre este particular con base en muestras probabilísticas para las áreas metropolitanas del país se ha corroborado que, a igualdad de condiciones en una amplia serie de características sociodemográficas individuales y familiares, efectivamente existe un mayor involucramiento masculino en el cuidado infantil entre algunos tipos de padres. Entre ellos, cabe destacar los que tienen 30 a 39 años en comparación con los de mayor edad; los que cuentan con mayor nivel de escolaridad; los que tuvieron una residencia urbana en la niñez y los que tienen una esposa o cónyuge económicamente activa. Consideramos muy importante darle seguimiento a este tipo de resultados en los años por venir.

Los desarrollos en el conocimiento de la población joven y su contribución a la reproducción familiar (además de sus actividades estudiantiles) también merecen ser subrayados. Se sabe que, contrario a lo que podría esperarse, la participación económica juvenil a nivel nacional en México no ha descendido de manera apreciable en las últimas décadas. Asimismo, varios estudios sobre estrategias familiares de vida indican que, en coyunturas económicas difíciles, el aporte de los jóvenes puede ser importante para mantener un mínimo nivel de vida. Dentro de este marco general, los avances son relevantes cuando se profundiza en la combinación de actividades domésticas, extradomésticas y estudiantiles que llevan a cabo los jóvenes mexicanos, además de las horas dedicadas a cada una de ellas. Se trata de un panorama bastante complejo, en el cual sobresalen las estimaciones que definen una sobrecarga de trabajo para las mujeres jóvenes.

Las influencias del grupo social y el contexto familiar al que se pertenece también han sido documentadas como cruciales para comprender lo que sucede con las actividades juveniles. Las participaciones laboral y doméstica de las mujeres a una edad temprana son características de los estratos sociales menos favorecidos, los cuales representan una buena parte de la sociedad mexicana. Pero, independientemente de las condiciones de vida, las familias nucleares biparentales —en comparación con las extendidas y las encabezadas por mujeres— parecen constituir el mejor ámbito para inhibir dicha participación y motivar que los adolescentes y jóvenes se dediquen solamente a estudiar. En síntesis, los quehaceres económicos y domésticos (además de las actividades escolares) no son de ninguna manera ajenos a las grandes mayorías de jóvenes en México, lo cual refuerza la perspectiva que los toma en cuenta como un componente relevante en la división del trabajo familiar. No obstante, también resulta relevante preguntarse por la edad y secuencia de estos eventos en la vida juvenil, como lo hacen las investigaciones sobre la transición a la vida adulta. Los estudios llevados a cabo bajo esta óptica en México corroboran que la entrada al mercado de trabajo y el desempeño de las tareas domésticas son transiciones tempranas en la vida de adolescentes y jóvenes, pero también demuestran que la entrada a la actividad económica constituye un detonante de la salida de la casa parental. De modo que es posible conjeturar que estos permanecen en su familia de origen como contribuyentes a la manutención familiar (o a la suya propia) sólo mientras consiguen una buena oportunidad (de la que no existen muchas) que les permita independizarse.

Hasta aquí hemos puntualizado los hallazgos que nos han parecido más significativos, así como los que abren caminos alternativos que sin duda permitirán profundizar y enriquecer el conocimiento existente. Llegado este punto también es menester mencionar algunas omisiones y situaciones que merecen mayor atención, como sería aquélla de las jefas de hogar o de los adultos mayores de ambos géneros.

En el caso de las jefas de hogar, es hoy abundante en México y otros países del mundo la bibliografía existente sobre varios aspectos que atañen al bienestar (o ausencia de él) en sus hogares. En muchas ocasiones, estas investigaciones se han encaminado a comparar los niveles de pobreza que caracterizan a las familias encabezadas por mujeres en comparación con las de jefes hombres. En lo que concierne a los temas analizados en este documento, no faltan en México estudios específicos (de corte cualitativo y cuantitativo) que aborden la sobrecarga de trabajo doméstico y extradoméstico que muchas jefas enfrentan, así como la división del trabajo existente en sus unidades domésticas (véase, por ejemplo, González de la Rocha, 1999; Acosta Díaz, 2000; Gómez de León y Parker, 2000; García y Oliveira, 2006). No obstante, pensamos que habría que fortalecer esta línea de investigaciones, sobre todo porque las jefas constituyen un subconjunto poblacional muy heterogéneo y habría que seguir delimitando con precisión las características, etapas y circunstancias por las que atraviesa la división del trabajo entre ellas y sus familiares, así como el balance o la sobrecarga que llega a existir.

Es menester también monitorear las actividades específicas de los adultos mayores de forma más pormenorizada, ya sea que residan solos o acompañando a otros parientes. Sabemos que el envejecimiento de nuestra población es un proceso que se irá acelerando en los años por venir, y que, ante la ausencia de un sistema de pensiones que permita una sobrevivencia digna en la vejez, una parte no deleznable de los adultos mayores en nuestro país se mantiene incorporada a la actividad económica después de los 65 años. En el grupo de edad de 70 años y más, todavía una quinta parte del ingreso es laboral, aunque también es cierto que a medida que avanza la edad se incrementa perceptiblemente el papel de la ayuda familiar (datos para el año 2001 de la Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México, Wong y Espinoza, 2003; véase también Ham Chande, 2003; Pedrero Nieto, 1999). Estas cifras corroboran que la manutención económica de la población adulta mayor presenta múltiples facetas, y que el escenario se presenta más complejo aun si introducimos la perspectiva de su estado civil y arreglos residenciales a estas edades (solos o acompañados). Generalmente, en los estudios sobre familia y tercera edad en México —y otros países cercanos a nuestras tradiciones culturales— se tiende a enfatizar el papel crucial que desempeñan hijas e hijos y otros parientes cercanos en la sobrevivencia de los adultos mayores; sin embargo, también es cierto que estos no solamente reciben apoyo, sino que ofrecen respaldo a sus respectivas familias de diversos tipos, y que esta situación posiblemente va en aumento (Pérez Amador y Brenes, 2006). Estamos, sin duda, ante una realidad cambiante, la cual amerita mayor número de investigaciones.

Los grupos poblacionales que han sido examinados o abordados pueden, en principio, residir en familias u hogares de muy diversos tipos, y se ha procurado introducir esta dimensión central cuantas veces haya sido considerada de manera explícita en las distintas investigaciones. Sin embargo, llegado este punto final pensamos que no está demás retomar una de las discusiones metodológicas de mayor tradición en los estudios sobre la división del trabajo familiar. ¿Cuál es la unidad de análisis más apropiada en este campo de estudio, individuos o familias? Sabemos que en los primeros estudios sobre estrategias de sobrevivencia, así como en las investigaciones de pobreza, el hogar es la unidad de análisis que generalmente se escoge; conocemos, asimismo, las críticas más frecuentes que han sido hechas a esa postura desde diversas ópticas (Lloyd, 1998; García y Oliveira, 2006). Si se analiza al hogar como una unidad indiferenciada, se pierden de vista las desigualdades de género y generacionales, las cuales —hemos tenido oportunidad de constatar— son parte intrínseca de la vida familiar. Esto nos ha llevado a hacer hincapié en los individuos y su actuación en distintos contextos, o en la necesidad de entrelazar las trayectorias familiares y las individuales. Sin embargo, habría que tener presente que existen múltiples maneras de resolver este planteamiento en términos metodológico-técnicos, y que ya existen en nuestro caso diversas propuestas en esta dirección (véase, por ejemplo, García, Muñoz y Oliveira, 1982; Cerruti y Zenteno, 2000; Mier y Terán y Rabell, 2004; Giorguli, 2005). Consideramos importante retomar y enriquecer estos intentos en los futuros estudios que consideren primordial la combinación del análisis individual con el familiar.

 

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Notas

1 47 por ciento de los hogares ha sido ubicado en pobreza de patrimonio en los años 2004 y 2005. Esta es la tercera línea de pobreza que hoy existe en la medición oficial de este fenómeno en México (las otras dos son la pobreza de capacidades y la alimentaria). Los pobres alimentarios son aquéllos que perciben ingresos tan magros que no les alcanzan para cubrir sus requerimientos nutricionales; los de capacidades incluyen a los primeros más los que no pueden cubrir sus necesidades de educación y de salud; los de patrimonio agrupan a los de capacidades más los que no alcanzan a solventar las necesidades de vivienda, vestido, calzado y transporte público. En las tres situaciones, esto ocurre suponiendo que se gastara todo el ingreso percibido nada más que en estos rubros (Inmujeres, 2005; Coneval, 2007; Cortés, 2006).

2 En el texto usamos de manera intercambiable los términos de familia, hogar o unidad doméstica para hacer referencia al grupo residencial, unido o no por lazos de parentesco, que comparte un presupuesto común.

3 En el caso de las esposas y de los hombres adultos, nos estamos refiriendo a los cambios que han tenido lugar en hogares con jefes hombres, ya sean nucleares, extensos o compuestos. Pero en el caso de adolescentes y jóvenes, el espectro es más amplio, pues una serie de estudios también se han abocado al análisis de sus actividades en las familias encabezadas por mujeres.

4 Para el total nacional en el año de 1996, la remuneración del jefe era mayor que la de la esposa en 74 por ciento de los hogares con pareja en donde ambos percibían ingresos (Rendón, 2003).

5 Además, también se ha constatado que las horas de trabajo doméstico de los varones que tienen parejas económicamente activas no siempre son mayores que las de aquellos con esposas que son amas de casa de tiempo completo (Rendón, 2003).

6 Para una revisión bibliográfica sobre este tema, véase García y Oliveira, 2006; Garay Villegas, 2007, también realiza una tarea similar para el caso de las áreas rurales del país.

7 La misma tendencia se presenta en el caso de las áreas rurales.
8 Este es un dato que también se menciona de manera frecuente en la bibliografía especializada para otros lugares del mundo (Wainerman, 2000; Mora, 2004; Rojas, 2007). No obstante, en investigaciones llevadas a cabo en el continente europeo también se han comenzado a puntualizar diferencias por países, ya que en algunos es más visible la presencia masculina en las actividades domésticas que en el cuidado de los hijos e hijas (Devreaux, 2007).

9 Véase también Gutmann, 1993 y 1996; Nava, 1996; Vivas Mendoza, 1996, Hernández Rosete, 1996; Keijzer, 2000; Casique, 2001; Esteinou, 2004.

10 La investigación se basó en una muestra probabilística de los varones (y las mujeres) de ambas ciudades (finales de la década de 1990) y se indagó sobre la participación masculina en el cuidado de los hijos e hijas sin precisar el tiempo. De esta forma se pretendió captar cualquier tipo de acercamiento de los hombres metropolitanos a dicho cuidado.

11 Contrario a lo que podría esperarse, las tasas de actividad económica juveniles en el caso de México no muestran una tendencia clara hacia el descenso, salvo lo que ocurre en algunas de las áreas metropolitanas mayores. Emma Liliana Navarrete sistematizó cifras provenientes de los censos y de las encuestas de empleo para el periodo 1970-2000 y, con base en este esfuerzo, se puede decir que las variaciones observadas en la participación económica de los jóvenes de cada sexo hasta los 19 años han sido menores, con excepción del aumento que experimentan las tasas femeninas en el grupo de 15 a 19 años con los datos censales (Navarrete, 2001). Tuirán (1993) también reporta incrementos, pero para ambos sexos, en el periodo 1982-1987, con base en distintas encuestas sociodemográficas, y lo mismo constata Camarena (2004) para 1987-1997 con datos de las encuestas de empleo (12 a 20 años). En cambio, García y Pacheco (2000) señalan un descenso marcado de la actividad económica de los hijos para la Ciudad de México en el periodo 1970-1995 (12 a 17 años). En 2000, según el censo, 17.8 por ciento de niños y adolescentes, hijos del jefe del hogar (12 a 17 años), trabajaban (Estrada, 2005).

12 Si no se introduce la consideración del tiempo (o no se cuenta con esa información), se llega a la conclusión de que el trabajo (suma del doméstico y extradoméstico) es más frecuente entre los varones jóvenes (Estrada Quiroz, 2000), o que no es posible discernir una clara discriminación contra las mujeres a estas edades (Mier y Terán y Rabell, 2004).

13 Las combinaciones que esta autora tiene en cuenta son: a) ninguna actividad o dedicación menor a 10 horas en cada una de ellas; b) sólo hogar; c) sólo estudio; d) estudio y hogar; e) estudio y trabajo; f) sólo trabajo; g) trabajo y hogar; h) estudio, trabajo y hogar.

14 Hay que tener en cuenta que estas investigaciones no son totalmente comparables entre sí, dado que en ellas se seleccionan diferentes subpoblaciones de jóvenes: Mier y Terán y Rabell trabajan con jóvenes de ambos sexos de 15 a 16 años en el sector medio y popular y de 13 a 14 años en el sector agrícola (Enadid, 1997); Giorguli, con jóvenes de 12 a 16 años (Enadid, 1997); Estrada Quiroz, con niños de 12 a 14 y adolescentes de 15 a 17 años (censo de población de 2000).

15 Véase, Coubes y Zenteno, 2005; Pérez Amador, 2006; Echarri y Pérez Amador, 2007; Gandini y Castro, 2007; Oliveira y Mora Salas, 2007.

16 Esto es diferencial según estratos sociales y género, como bien indican Oliveira y Mora Salas (2007). Los varones jóvenes menos privilegiados son los que más temprano entran al mercado de trabajo, en comparación con los jóvenes más favorecidos (y las mujeres de todos los sectores sociales). En cambio, las mujeres de estratos pobres son las que menos se incorporan a la actividad laboral.

 

Información sobre la autora

Brígida García. Desde 1971 es profesora investigadora en el Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano de El Colegio de México. Es maestra en Demografía por El Colegio de México y doctora en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es especialista en mercados de trabajo, familia y género, temas en los cuales ha publicado diversos libros y una amplia variedad de artículos y capítulos en libros especializados. Su último libro se titula Women and the labour market in changing economies: demographic issues (coeditora con Richard Anker y Antonella Pinnelli), el cual ha sido publicado por la Oxford University Press en mayo de 2003. Fue presidenta de la Sociedad Mexicana de Demografía (Somede) durante el periodo 1994-1996. Correo electrónico: bgarcia@colmex.mx

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