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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.13 no.52 Toluca Abr./Jun. 2007

 

Migraciones indígenas a las ciudades de México y Tijuana

 

Indigenous migrations to the cities of Mexico and Tijuana

 

Laura Velasco Ortiz

 

El Colegio de la Frontera Norte

 

Resumen

Este artículo revisa la literatura sobre la migración de poblaciones indígenas a las ciudades de México y Tijuana durante la segunda mitad del siglo XX, con objeto de sistematizar los supuestos y hallazgos de investigaciones realizadas en torno al proceso de integración de los indígenas al medio urbano. El primer apartado presenta la revisión de la literatura sobre la Ciudad de México y algunos trabajos importantes sobre otras ciudades como Oaxaca y Guadalajara, todo lo cual se organiza en forma cronológica, rastreando las aproximaciones teórico-conceptuales y los hallazgos empíricos en torno al proceso de integración de los indígenas a la vida citadina. El segundo apartado presenta la revisión de la literatura sobre la migración indígena en Tijuana, con especial atención al proceso de integración a la dinámica transfronteriza.

Palabras clave: migración indígena, Ciudad de México, Tijuana.

 

Abstract

This article reviews the literature on migration of indigenous populations to the cities of Mexico and Tijuana during the second half of the XX century, with the aim to systematize suppositions and findings of researches on the integration process of the indigenous people into the urban environment. In the first part there is a revision of the literature on Mexico City and some important works on other cities such as Oaxaca, and Guadalajara, organized in a chronological manner, tracing the theoretical-conceptual approaches and empirical findings around the integration process of the indigenous people to everyday life. In the second part there is the revision of the literature on indigenous migration to Tijuana, with special attention to the integration process to the trans-border dynamics.

Key words: indigenous migration, Mexico City, Tijuana.

 

La presencia de los indígenas en las ciudades está ligada indiscutiblemente a la migración del campo a la ciudad, como parte del proceso de la urbanización e industrialización mexicana. El significado de la transformación que tal proceso de industrialización imprimió en la geografía étnica del país durante la segunda mitad del siglo XX parece similar a la relatada por los cronistas de la Colonia novohispana. Sin embargo, no contamos con un balance integral de cual fue el impacto de esa transformación en la vida de las poblaciones indígenas y en la vida cultural de las ciudades de México.

Este artículo trata de contribuir en esa tarea a través de la revisión de la literatura sobre la migración de poblaciones indígenas a las ciudades de México y Tijuana producida durante la segunda mitad del siglo XX. El objetivo es sistematizar los supuestos y hallazgos de investigaciones realizadas en torno al proceso de integración de los indígenas al medio urbano.1 Aunque el interés inicial se centró en los estudios sobre la ciudad fronteriza de Tijuana, se realizó una revisión de los textos más relevantes sobre otras ciudades, particularmente de la Ciudad de México. La abundancia de la literatura sobre esta última ciudad brinda un conocimiento acumulado que es de gran utilidad para situar los estudios realizados en la ciudad de Tijuana.

El texto se desenvuelve a través de dos grandes apartados. El primer apartado presenta la revisión de la literatura sobre la Ciudad de México y algunos trabajos importantes sobre otras ciudades como Oaxaca y Guadalajara; se organiza en forma cronológica, rastreando las aproximaciones teóricas conceptuales y los hallazgos empíricos en torno al proceso de integración de los indígenas a la vida citadina. El segundo apartado presenta la revisión de la literatura sobre la migración indígena en Tijuana, con especial atención al proceso de integración a la dinámica transfronteriza. Debido a que la literatura no es tan abundante como en la Ciudad de México, se sistematiza temáticamente en torno a las áreas de integración más sobresalientes: residencia, empleo, organización social y discriminación étnica. Dada la condición de frontera de la ciudad, se incorporan algunos trabajos sobre la presencia indígena en Estados Unidos, particularmente de aquéllos que enfatizan la conexión o articulación con las poblaciones indígenas del lado mexicano.

Como el lector observará en el cuerpo del artículo, los estudios en la Ciudad de México transitan de observar al indígena como campesino migrante con capacidad de modernizar la ruralidad mexicana a una visión del indígena urbano vuelto hacia el estilo de vida de las ciudades y, finalmente, capaz de generar estrategias de integración a un contexto urbano multicultural. En esta ruta, el proceso de integración a la vida urbana en ciudades como Tijuana implica una incorporación del inmigrante a la vida fronteriza, vía la movilidad a través de la frontera mexicano-estadunidense y los intercambios culturales, lo cual es coincidente con lo planteado por los urbanistas de la frontera que postulan una integración transfronteriza de la región Baja-Alta California (Alegría, 2006, Dear, 2005).

 

De campesino a indígena urbano

Migración y nueva ruralidad: el enfoque de la modernización

Algunos de los estudios pioneros sobre la migración del campo a la ciudad en México datan de la década de 1960, abordando los avatares de la adaptación de los inmigrantes del medio rural a la naciente vida urbana. Algo característico de estos estudios es que tratan las migraciones que surgen del medio rural —aun en zonas con población indígena— como campesinas antes que indígenas. Del conjunto de estudios he seleccionado dos, que a mi parecer representan la aproximación de la modernización en este campo de conocimiento y quienes además realizaron estudios en zonas con algún componente indígena en ese momento, pero que sin embargo trataron a las comunidades de origen como campesinas. Butterworth (1962, 1969) realiza su estudio en un municipio de la región Mixteca de Oaxaca, Tilantongo, donde el mismo autor reconoce la importancia de la presencia indígena. Kemper, quien realiza su estudio en Tzintzuntzan, un municipio en la zona lacustre de Michoacán, siguiendo los pasos de Foster en el mismo municipio, guarda silencio sobre la diferenciación étnica en el municipio, aun cuando, como nos los señala Durand (1995: 261), el mismo Foster había reconocido un par de década atrás que una décima parte de la población podría considerarse indígena (Durand, 1995: 261).

Butterworth (1962) estudia el desplazamiento de los pobladores de dos localidades del municipio de Tilantongo, cuya diferencia básica es su componente indígena, hacia la Ciudad de México. Según el estudio, los emigrados son atraídos por las oportunidades que percibían en las ciudades en torno a la educación y el acceso a bienes vetados en su pueblo de origen. La vida citadina les permite obtener bienes y conocimiento que al retorno a su lugar de origen son novedades que transforman sus comunidades. En este estudio, los migrantes son vistos como agentes de cambio que logran adaptarse al medio urbano y obtener ventajas de su condición de inmigrantes. Si bien Butterworth estudia la migración a la ciudad, su objetivo es analizar los efectos de esa experiencia en la vida rural de Tilantongo, el lugar de origen.

En una perspectiva similar se ubica el trabajo de Kemper (1976) sobre la migración desde Tzintzuntzan a la Ciudad de México. El autor describe el proceso de urbanización que paulatinamente Tzintzuntzan experimenta a partir del retorno de los migrantes desde Estados Unidos (estudiados por Foster), y por la posterior emigración rumbo a la Ciudad de México, una vez cerrado el Programa Bracero. El emigrante es, al igual que en el caso de Butterworth, un agente de urbanización y cambio en el pueblo de origen. Kemper observa la influencia de lo urbano en el lugar de origen a través de la migración de retorno y la conservación de vínculos sociales entre la gente que está en el pueblo y los que están en la ciudad. La tesis del autor es que lo urbano es algo más complejo que un estilo de vida que se extiende desde las ciudades hacia el mundo rural,2 él encuentra en la ciudad un urbanismo con fuertes signos de ruralidad, por ejemplo, en la fuerza de las relaciones parentales.

A diferencia de Butterworth, Kemper desarrolla un diseño de investigación con trabajo de campo tanto en la localidad de origen, como en la localidad de destino, lo cual le permite balancear el estudio de los efectos de la migración en Tzintzuntzan y en la Ciudad de México, así como en los propios migrantes. La investigación documenta que los inmigrantes del medio rural no provienen de condiciones homogéneas, sino que hay una diferenciación social que antecede al arribo a la ciudad, influyendo notoriamente en su proceso de integración. Los migrantes con posiciones económicas más altas tienden a ser menos tradicionalistas y por lo tanto pueden adaptarse mejor a la vida urbana de la ciudad. Kemper conceptualiza a los migrantes como agentes sociales que despliegan estrategias de adaptación en términos residenciales, organizativos y ocupacionales. A nivel residencial existe una estrategia de familia nuclear para la ocupación de viviendas, pero de tipo familia extendida para la ocupación de colonias. En términos organizativos, la familia sigue siendo la base de la vida social, y con respecto a la ocupación, observa una adaptación exitosa con nichos laborales tal como sucede en el pueblo de origen. Kemper agrega la dimensión psicológica de la adaptación que implica una mirada optimista de la vida en la ciudad, siempre con la vida en el pueblo como referencia.

En ambos estudios el concepto de privación relativa sirve para comprender el hecho de que no son los más pobres los que emigran, sino los más acomodados económicamente, por lo que la explicación de la emigración se construye en torno a factores de índole psicosocial y cultural.

 

El proceso de asentamiento y la transición hacia lo indígena urbano

El estudio de Chance (1971) sobre la inmigración mixteca y zapoteca a la ciudad de Oaxaca, también en la década de 1960, ofrece un giro importante por dos razones: primero, porque dirige su atención al proceso de adaptación de los inmigrantes a la vida urbana y el tipo de urbanismo que experimentan, y segundo, porque utiliza categorías étnicas como 'zapoteco' y 'mixteco', sin desconocer que proceden de economías campesinas. Su trabajo se puede inscribir más en la línea de los estudios de Oscar Lewis, quien estudia al habitante urbano, y no tanto al inmigrante (Nivón, 1994: 5). Según Chance, no es posible hablar de un "estilo de vida urbano homogéneo", dado que existen formas diferenciadas de asentamiento en las ciudades. A partir de la experiencia de los mixtecos y zapotecos en la ciudad de Oaxaca, Chance propone el concepto de "asentamiento suburbano", el cual es definido como asentamiento que se localiza en las afueras o límites de la ciudad —entonces en constante expansión— y cuyos habitantes aprovechan la colindancia con lo urbano para acceder a una vivienda y a una forma de vida. Chance introduce el estudio del cambio de localización de los propios inmigrantes al interior de la ciudad, del centro a la periferia; la mayoría de los habitantes de la colonia que estudia habían vivido durante años en viviendas de diferente índole en la parte central de la ciudad y lentamente fueron buscando una vivienda propia en los márgenes de la ciudad. Chance distingue los patrones particulares de residencia de los grupos familiares y las diferencias étnicas y económicas en un mismo asentamiento. Bajo la tradición de Lewis, Chance enfoca el papel de las relaciones de parentesco para adaptarse a la ciudad, particularmente en el proceso de asentamiento y el acceso a una vivienda.

En la misma línea de la adaptación, tras los pasos de Lewis y Butterworth, Orellana (1973) realiza un estudio pionero sobre la formación de asociaciones pro-pueblos entre inmigrantes mixtecos (San Bartolo Soyaltepec, Oaxaca) residentes en la Ciudad de México a principios de la década de 1970. Según la tesis de este autor, no sólo la familia vive una transformación, sino también la comunidad. El estudio se sitúa en el interés de la antropología por estudiar el impacto de la urbanización en la cultura y sociedad de los pueblos preindustriales tecnológicamente. Orellana, con base en otro estudio realizado en Perú, elabora la tesis de que la exitosa adaptación de esas poblaciones está relacionada con la fuerte tradición comunitaria de los pueblos de origen. Al mismo tiempo que la asociación permite la adaptación de los inmigrantes en la ciudad, al facilitarles el acceso al empleo, la vivienda y la solidaridad comunitaria también permite canalizar inversiones a la localidad de origen.

Al trabajar con el paradigma de urbanización de Friedman (citado por Orellana, 1973: 274),3 el análisis de Orellana observa la asociación de soyaltepenses en la interrelación entre el origen y el destino. Tanto Kemper, como Chance y Orellana expresan una crítica al 'continuo folk-urbano' de Redfield; reconsiderando la idea de que el desarrollo va de lo urbano hacia lo rural. Los autores sostienen que los intercambios fluyen de un lado a otro.

 

Lo rural y lo urbano en el proceso de industrialización : perspectiva histórico-estructural

A mediados de la década de 1970, la aproximación histórico-estructural alumbra los estudios de la migración campo-ciudad. En esta aproximación, las migraciones internas responden al proceso de industrialización desigual que experimenta México después de la mitad de siglo XX. Un estudio ejemplar de esta aproximación es el de Lourdes Arizpe (1975) sobre mujeres indígenas mazahuas y otomíes en la Ciudad de México. En su modelo conceptual existen tres niveles de análisis: lo micro, meso y macro; no obstante, éste último plano tiene un papel explicativo privilegiado en el modelo, toda vez que toca el agotamiento de la economía campesina frente a la economía de mercado. A diferencia de los estudios reseñados, Arizpe encuentra que la integración social de las mujeres indígenas es muy débil, ya que existe una gran distancia social entre los núcleos de migrantes y la población urbana. Las familias indígenas en la ciudad siguen conservando un modo de vida y un sistema de valores distintos a los de la vida urbana, lo cual retarda su incorporación a la estructura de ocupación de la ciudad. Ese proceso de integración también depende de la movilidad espacial que tienen los migrantes entre el pueblo y la ciudad, así como los nexos y compromisos con el pueblo: como las tierras y la familia. El estudio de Arizpe muestra que no existe integración social de los inmigrantes a la ciudad, sino que crean comunidades separadas del resto de la sociedad con condiciones de vida sumamente precarias, empleos con bajos salarios o subempleos (como la venta ambulante) y no se mezclan con la población urbana, ya que existe un claro rechazo de la sociedad urbana hacia los indígenas. En este estudio, el término peyorativo 'maría' encarna una categoría étnica en el contexto urbano.

En la misma perspectiva histórico-estructural, con cierta influencia de los estudios sobre etnicidad surgidos en la escuela de Manchester,4 Hirabayashi (1984, 1993) realiza un estudio sobre el surgimiento de asociaciones de zapotecos en las décadas de 1960 y 1970 en la Ciudad de México. Esta autora estudia los mecanismos de reproducción de la comunidad local y étnica en la ciudad a través del concepto de capital cultural.5 Tal como la autora utiliza el concepto, puede ser definido como cualquier recurso colectivo de orden simbólico del que puedan echar mano las personas. El capital cultural por excelencia de los inmigrantes zapotecos es el paisanazgo, entendido como el sentido de adscripción local. Hirabayashi plantea que en las ciudades surge una organización de las lealtades y solidaridades con base en la adscripción local de origen, tornándose en una adscripción étnica por la interacción con otras categorías étnicas en un espacio político. El papel de estas asociaciones en el proceso de integración social de los migrantes no sólo es relevante en términos económicos, en la medida que facilita el acceso a empleos o vivienda y otorga apoyos materiales, sino también porque aminoran el choque cultural con las formas de vida urbana. La autora encuentra diferencias en el papel de estas asociaciones en las tres comunidades que estudia, en gran medida por la infraestructura urbana e institucional en las localidades de origen, el bilingüismo y el tiempo de la migración.

Una línea novedosa es el papel del gobierno en el funcionamiento de las asociaciones de migrantes. Los programas de modernización impulsados por el gobierno en la transición de las décadas de 1960 y 1970 impulsaron la inversión de los inmigrantes citadinos en los pueblos de origen y promovieron una visión del progreso asociado a la vida urbana. No es extraño que, según la autora, los zapotecos urbanos pensaran en sí mismos como agentes de modernización de las comunidades locales.

Hasta aquí se puede concluir que las migraciones mixteca, purépecha, zapoteca, otomí y mazahua ocuparon la atención de la investigación durante la década de 1970. Los enfoques dominantes para estudiar el traslado de población indígena del campo a la ciudad transitaron de la teoría de la modernización a la histórico-estructural.

 

El indígena urbano en la ciudad: asentamiento y etnización, 1980-1999

Las décadas de 1980 y 1990 son años de crisis económica en México, con la disminución de la clase media y crecimiento de la clase baja. Al iniciar la década de 1980 ya existe un par de estudios que observan la inmigración indígena y el despliegue de estrategias familiares6 en su proceso de asentamiento en las ciudades. En el plano de la identidad, la relación material y simbólica con el lugar de origen juega un papel central en el proceso de etnización, cobrando mayor intensidad conforme existe más distancia con el lugar de origen. Es en la ciudad donde los inmigrantes se descubren como indígenas nombrados con apelativos étnicos a través de los ojos de los otros. En la década de 1980, Thacker y Bazua (1992) utilizan la categoría de indígena urbano y construyen una tipología de integración familiar, con base en tres criterios: tiempo de residir en la ciudad, tener una residencia independiente y el patrón de movilidad del grupo familiar. Esta tipología implica que la movilidad geográfica no está reñida con el proceso de asentamiento, ya que mientras algunos miembros de la unidad doméstica son más estables, otros tienen mayor movilidad espacial. Además, la tipología da por sentado que la base de la integración es la familia, por lo que la integración es colectiva antes que individual.

Sin enfocarse en un grupo en particular, este estudio confirma lo que los estudios anteriores plantean sobre la importancia de las relaciones familiares en el proceso de integración citadina. Existe una reproducción de instituciones como el compadrazgo, el padrinazgo y la herencia en la ciudad, que permiten reconstituir el tejido social de las comunidades de origen. Pero a la vez, la familia sufre cambios en su dinámica, relaciones de género y generacionales. Con los empleos urbanos, el hogar se convierte en una unidad de servicio o comercialización y las mujeres se emplean más allá del espacio doméstico. Las relaciones entre generaciones se ven alteradas al perder valor el monolingüismo y la vestimenta tradicional de los adultos mayores a la luz de la vida urbana. El estudio parece apuntar a un proceso de proletarización de los indígenas en las ciudades, no sólo por sus condiciones de vida, sino por el trato que reciben de los partidos políticos. Según el estudio, la estrategia corporativa de los partidos políticos funciona a través de las relaciones familiares de estos inmigrantes indígenas, filtrando sus lazos comunitarios; en las ciudades se reproducen los conflictos partidistas que ya existían en los lugares de origen.7

En la misma época son reportados los resultados de un estudio de corte antropológico que investiga el papel de la etnicidad en el proceso de integración de inmigrantes indígenas en una ciudad mexicana en comparación con lo que sucede en una estadunidense. Murphy, Winter y Morris (1999) comparan la importancia que tiene la etnicidad en la adaptación urbana entre indígenas zapotecos y mixtecos que migran a la ciudad de Oaxaca y a la ciudad de Los Ángeles. Según el estudio, lo que se manifiesta claramente en la ciudad de Oaxaca es la identidad comunitaria —digamos local—, en tanto que en lugares tan distantes como Los Ángeles surge una identidad étnica en el ámbito de las asociaciones. La explicación es que para la ciudad de Los Ángeles, la lejanía con la comunidad de origen facilita que la identidad étnica supla a la identidad local. De tal forma que la distancia con el lugar de origen será un factor que influirá en los mecanismos adaptativos que podrán desarrollar los migrantes y en su relación con el lugar de origen. La reelaboración simbólica del origen, como una dimensión de la etnicidad, parece cobrar mayor fuerza en destinos urbanos de larga distancia que en los más cercanos.

 

El espacio urbano como un espacio de relaciones interétnicas, 1999-2000

Una vez abandonada la idea de lo indígena como algo eminentemente rural, la investigación urbana abordó la presencia indígena como un elemento constitutivo de la diversidad cultural en las urbes de fines de siglo XX. En este contexto, el estudio del indígena en las metrópolis realizado por Hiernaux (2000) se inscribe en la línea de Chance con ciertas novedades. El autor estudia a los indígenas asentados en el Valle de Chalco, quienes viven "confundidos" con los inmigrantes mestizos pobres de las colonias periféricas de la ciudad de México. El estudio de Hiernaux se realiza en la década de 1990 en el Valle de Chalco, en un momento de integración-expansión de la Ciudad de México hacia localidades periféricas con resabios de ruralidad. El autor distingue tres grupos étnicos como los más significativos entre los pobladores de origen indígena en este valle: los mixtecos, los mayas y los purépechas. Cada uno de estos grupos tiene una forma diferenciada de integración urbana, que en gran medida dependen de la amplitud y fortaleza de sus redes familiares y de paisanaje, pero también distingue recursos individuales como son el grado de escolaridad y el dominio del español. El autor plantea en forma novedosa que la integración indígena a la ciudad también es afectada por la discriminación racial que organiza las relaciones interétnicas entre indígena y no indígena en el Valle de Chalco, en el marco del nacionalismo mexicano. Sólo en esa dinámica es comprensible la negación de la identidad étnica de los propios indígenas, como estrategia de integración.

El tema del racismo abre la línea sobre la integración cultural y de la ciudadanía cultural de los indígenas en la ciudad y la ausencia de políticas multiculturales a nivel nacional y a nivel local. En los estudios más recientes es notorio que después de casi cinco décadas de migración indígena a los grandes centros urbanos ya existen núcleos de indígenas que constituyen la segunda o tercera generación de indígenas urbanos que no necesariamente han roto el vínculo con sus lugares de origen y no han perdido el sentido de pertenencia o dejado de hablar la lengua indígena.8 De tal forma que es aún más evidente el carácter pluriétnico de las ciudades.

Este tema lo aborda Martínez (2001) con indígenas otomíes procedentes de Querétaro en la ciudad de Guadalajara. Esta autora utiliza el concepto de Fishman (Martínez, 2001) 'dominios de interacción' para estudiar las interacciones asimétricas de los inmigrantes indígenas con la comunidad receptora. Básicamente observa tres dominios de interacción: el hogar, la comunidad y el espacio urbano. Al igual que Hiernaux, Martínez introduce el concepto de 'espacio urbano' para ubicar las interacciones de los indígenas con los no indígenas en distintos espacios de interacción. En la misma línea que los autores revisados, la autora no pierde de vista la relación de los otomíes urbanos con la comunidad de origen en Querétaro, ya que considera que es el referente cultural con el que los inmigrantes enfrentan la vida urbana. El modelo analítico de Martínez se dirige a enfatizar la permanencia en el contexto del cambio cultural, para ello utiliza el concepto de 'resignificación cultural', planteando que en cada dominio de interacción existen mecanismos de negociación simbólica que actualiza la cultura indígena.

Según la autora, no hay pérdidas, sino transformación de significado, particularmente en torno a las relaciones familiares y el uso de la lengua en el contexto urbano. Según sus hallazgos, la lengua indígena sigue siendo un vehículo fundamental de socialización en el mundo urbano.

Tanto Hiernaux como Martínez plantean un enfoque urbano para entender la integración de los indígenas en un doble proceso de diferenciación respecto de los no indígenas y entre los indígenas inmigrantes. En ambos autores, el marco del nacionalismo es fundamental para entender el racismo y la pluriculturalidad urbana.

En estos estudios está presente la doble dinámica cultural de la permanencia y el cambio, en una visión poco lineal de la transformación que implica la vida en la ciudad. Sin embargo, sus aportes tienen que considerar que estudian indígenas con tiempos muy distintos de asentamiento. El caso de Hiernaux es un asentamiento de inmigrante de origen indígena con décadas de antigüedad en una región marginal a la gran metrópolis que es la Ciudad de México. Mientras que el caso estudiado por Martínez es un asentamiento reciente en la zona céntrica de la ciudad. El proceso de urbanización de esta última ciudad es más reciente que el de la Ciudad de México, por lo que posiblemente Martínez esté observando a los inmigrantes otomíes en un estadio más temprano del proceso de integración a la vida citadina del que viven los inmigrantes indígenas en la Ciudad de México estudiados por Hiernaux.

La ciudad multicultural es el objeto de estudio de Oehmichen (2001), quien sitúa los diferentes asentamientos de indígenas en el espacio urbano. Según la autora, aunque en la ciudad se modifican las condiciones de interacción entre las categorías étnicas, como el mestizo y el indígena, no cambia el sistema de distinciones y el valor de cada categoría social en el sistema de clasificaciones étnicas. Si bien la autora distingue algunos mecanismos sociales que facilitan la integración de los indígenas en la vida urbana, entre ellos las relaciones de parentesco y la endogamia. A través de esos mecanismos es posible recrear con gran facilidad la vida comunitaria y enfrentar las condiciones de pobreza en la ciudad. La asociación de la condición étnica con la de pobre define los términos de la integración espacial y de la segregación étnica en la ciudad. Oehmichen distingue tres tipos de asentamientos indígenas: en el centro histórico (vecindades deshabitadas en riesgo de derrumbe), en zonas intersticiales en colonias de clase media baja y en la periferia, donde comparten el lugar con otros inmigrantes pobres. En cada una de estas condiciones residenciales existen relaciones interétnicas diferenciadas, pero todas ellas comparten la desvaloración de la pertenencia indígena y la modificación de las fronteras físicas que separaban a las categorías de indígena y mestizo. Esto es lo que lleva a la autora a hablar de un segundo proceso de etnicización de los indígenas en la Ciudad de México, ya que deben reaprender esas nuevas fronteras y reubicar su identidad en un contexto de interacciones urbanas, lo que lleva a que los indígenas desarrollen estrategias de negación identitaria o reafirmación, las cuales se modifican de acuerdo con las generaciones.

Estos tres estudios sintetizan y ponen en la mesa del debate académico la tesis de que el proceso de integración cultural no sólo depende de los esfuerzos y recursos de los inmigrantes indígenas, sino de la disposición de los 'otros' a aceptarlos como iguales, con los mismos derechos a vivir y disfrutar el espacio urbano. Este aporte resulta sustancial y coincidente con lo que se ha documentado en el caso de los inmigrantes internacionales en distintos momentos de la historia del siglo XX. Estos estudios se inscriben en las discusiones a nivel mundial sobre la importancia de las migraciones para definir culturalmente las metrópolis mundiales. A casi medio siglo de los primeros estudios aquí reseñados, el marco de análisis vigente ya no es la urbanización o la industrialización de México, sino su inserción en los procesos de globalización económica y cultural.

Gran parte de los estudios reseñados hasta aquí comparten haber sido realizados en ciudades con una historia colonial importante, la Ciudad de México, Guadalajara y Oaxaca. Esta condición histórica contextualiza de manera distinta el desarrollo de lo urbano y las relaciones étnicas en su seno. La Ciudad de México tiene una larga historia de movilidad y diferenciación étnica que data de los tiempos novohispanos (Lira, 1983;9 Silva, 2001) en forma muy parecida con Oaxaca. Sin embargo, el tamaño, la densidad y la heterogeneidad que caracterizan a la primera con respecto a la segunda ciudad10 refieren procesos de industrialización y urbanización muy distintos. Tanto la historia colonial como el desarrollo industrial de las ciudades antes mencionadas sirven como referencia para el análisis de la literatura sobre el proceso de integración de los inmigrantes indígenas en la ciudad fronteriza de Tijuana, con una industrialización tardía.

 

Los indígenas inmigrantes y fronterizos en Tijuana

La literatura sobre inmigración indígena en la ciudad de Tijuana ha documentado prioritariamente la inmigración y asentamiento de los mixtecos, no obstante que se tienen noticias de que la inmigración purépecha es de la misma época y que existe una diversidad de otros grupos indígenas11 en la ciudad. La investigación de Clark (1989), aunque se concentra en los mixtecos, aborda la presencia de otros grupos indígenas inmigrantes en la venta ambulante de la ciudad de Tijuana y distingue a los tarascos12 procedentes de Janitzio, en términos ocupacionales, ya que tienen un perfil orientado a la producción artesanal y comercialización intermediada. En este estudio pionero los mixtecos aparecen ligados a la agricultura tranfronteriza y al comercio ambulante en Tijuana.13

Además del peso demográfico,14 existen otras razones de orden político y académico que pueden explicar la gran atención que ha recibido la inmigración y el asentamiento mixteco en Tijuana (e incluso en California). Me refiero a la vitalidad política mixteca, dada por su visibilidad y el tipo de movilizaciones que protagonizan en el espacio público,15 y al hecho de que la migración mixteca se ajusta muy adecuadamente a la conceptualización del trasnacionalismo que empezó a estar en boga a principios de la década de 1990 en los estudios sobre migración internacional.

De tal forma que la inmigración y asentamiento mixteco en Tijuana ha sido constantemente observado en el marco de su conexión con otras rutas y asentamientos en la región noroeste de México y suroeste de Estados Unidos (Clark, 1991; Kearney, 1986; Velasco, 2002). En la opinión de Kearney (1986), la presencia de núcleos inmigrantes mixtecos en California está articulada con la migración a otros lugares de la región transfronteriza bajo una lógica de acumulación que supone la reproducción de la fuerza de trabajo en Tijuana.

En estos trabajos aparece claramente la imagen de la frontera como región de cruce e interconexión con Estados Unidos, a la vez que existe una reelaboración del concepto de indígena a la luz de la frontera Estado-nacional.

 

De inmigrantes a fronterizos: movilidad espacial y residencia en la ciudad

A diferencia de lo que sucede en ciudades como el Distrito Federal y Oaxaca, el asentamiento de inmigrantes en esta ciudad está ligado desde su inicio a la migración internacional y a la condición fronteriza de la ciudad. Así, desde su arribo a la ciudad, los mixtecos establecieron dinámicas familiares y comunitarias que pueden ser calificadas de transfronterizas, en la medida que utilizaban los recursos de uno y otro lado de la frontera.

Alrededor de este rasgo transfronterizo, que parece el más sobresaliente respecto de la integración a otras ciudades, se tratará de sistematizar los hallazgos de la literatura.

De acuerdo con la literatura, el proceso de asentamiento mixteco siguió la misma pauta de otras ciudades con una instalación inicial en la zona céntrica de la ciudad y la posterior reubicación en una colonia marginal (Clark, 1989; Velasco, 2002). Aunque existen referencias a que en la década de 1950 ya residían algunas familias mixtecas en la ciudad, es en las décadas de 1970 y 1980 cuando aparecen colonias con núcleos de inmigrantes que proceden de las regiones mixtecas Alta y Baja de Oaxaca (Velasco, 1995a; Lestage, 1998).

Según el estudio de Lestage (1998), en la década de 1960 existía una migración prioritariamente masculina, que se modifica con la llegada de las mujeres una década después. El patrón de residencia encontrada por Chance en la ciudad de Oaxaca aparece en Tijuana. Los integrantes de las familias extensas establecen residencias cercanas, dominando las nucleares en casas independientes. Sin embargo, este patrón de residencia familiar incluye la residencia del otro lado. Es decir, la familia nuclear puede tener dos residencias: una en Tijuana y otra en California. Según el estudio de Velasco (1995b), esto se debe a que existe una estrategia familiar de trabajo transfronterizo, en el que las mujeres trabajan en Tijuana, como vendedoras ambulantes, y los hombres (jefes o cónyuges) en Estados Unidos, como trabajadores agrícolas o en invernaderos, con pautas de movilidad de día o por semana. Al igual que para muchos otros inmigrantes en la frontera, el proceso de asentamiento y la movilidad transfronteriza está afectado por la política migratoria estadunidense. Para el caso de los mixtecos, la Ley Simpson Rodino de 1986, y específicamente la amnistía para los trabajadores agrícolas, tuvo un impacto en la legalización del cruce para trabajar en el campo californiano (Runsten y Kearney, 1994; Young, 1994), lo cual les dio el estatus de commuters, al permitirles establecer su hogar en Tijuana y trabajar en California de manera legal.

 

Dinámicas familiares transfronterizas

El estudio de Velasco ((1995a) documenta dos estrategias familiares de empleo en hogares mixtecos asentados en Tijuana. La primera estrategia constituye una combinación de empleos en la ciudad, por ejemplo, comercio y servicios. Y otra segunda estrategia que combina empleos en Tijuana y en California. En un segundo estudio, Velasco (1995b) documenta a profundidad esta segunda estrategia. El perfil de las familias que usan la estrategia transfronteriza de empleo se define por el hecho de que las mujeres y los niños laboran como vendedores ambulantes en las calles céntricas de la ciudad y regularmente los jefes de hogar o los hijos —a veces las hijas mayores— se emplean en California, en la agricultura o en los invernaderos de flores de ornato. Dado que el centro del estudio es el tránsito de las mujeres entre el espacio doméstico y el público —laboral y de negociación con otros agentes sociales—, las calles de Tijuana son el principal escenario de la investigación. Desde el espacio público de la plaza se reconstruye el trajín de las mujeres indígenas para lidiar con las exigencias de la vida doméstica, con las del empleo informal, así como con las de construir un espacio de trabajo y una relación con el gobierno municipal y con otros vendedores. Las relaciones interétnicas se observan en el espacio del empleo urbano informal, con otros inmigrantes mestizos, así como con los funcionarios de gobierno. Las interacciones fronterizas surgen en la vida cotidiana de la venta ambulante con los turistas estadunidenses o mexicoamericanos; a la vez que con los avatares de los familiares para cruzar la frontera e ir a trabajar diariamente o por semana a California.16

De acuerdo con los resultados del estudio reseñado, la estrategia de integración a la vida urbana no es un asunto individual, sino colectivo, de índole familiar y comunitario. Si bien se pueden observar diferencias individuales que se asocian con el uso del español o la escolaridad, por ejemplo; las desventajas individuales pueden minimizarse por la estrategia colectiva del grupo familiar o de paisanos; así como por el uso del grupo del espacio transfronterizo. El individuo puede no ser transfronterizo, pero puede pertenecer a una familia transfronteriza, por lo que es posible que sea favorecido por algún pariente que trabaja en Estados Unidos, vía ingreso en dólares, ayuda para conseguir papeles o bien ayuda para ir a trabajar como indocumentado. El idioma inglés y la documentación para cruzar a Estados Unidos surge como un tema recurrente de preocupación entre las vendedoras ambulantes y sus familiares; esos elementos aparecieron como facilitadores para la integración social de los indígenas en la vida urbana transfronteriza. La importancia de la Ley Simpson Rodino para el establecimiento de una residencia transfronteriza por parte de los mixtecos es el tema de estudio de Young (1994). Según esta autora, esta Ley permitió la residencia de la familia de los migrantes que cruzaron la frontera en la década de 1970 y principios de la siguiente. De tal forma, la residencia en la frontera mexicana podía funcionar como una estrategia de movilidad geográfica que acercaba a la familia a los nuevos lugares de migración de los indígenas en Estados Unidos. La conexión de los asentamientos urbanos en Tijuana con la migración internacional y con la movilidad transfronteriza es una veta reiteradamente señalada por los estudios, aunque no siempre profundizada.

Un intento de enfrentar el reto de estudiar a los indígenas transfronterizos fue el realizado por Zatarain (1994). La autora estudia los hogares indígenas en Tijuana que poseen miembros transmigrantes. Este último concepto de transmigración es definido como un patrón de movilidad transfronteriza de índole laboral, conservando su residencia en Tijuana. El estudio encuentra que los integrantes que presentan con mayor frecuencia un patrón transmigrante (que se puede interpretar como transfronterizo) son los hombres o hijos mayores y se dedican regularmente a la jardinería y la agricultura. Parece claro hasta aquí que no todos los miembros del hogar experimentan de la misma forma y con la misma intensidad lo transfronterizo.

 

La vida comunitaria y las organizaciones sociales transfronterizas y trasnacionales

Casi dos décadas después de los estudios realizados en la Ciudad de México, los procesos de reconstitución de la vida comunitaria fueron un tema ligado a los procesos de integración de los indígenas inmigrantes a la vida urbana de Tijuana.

Si bien, en el estudio de Clark (1991) existe una mención clara sobre la importancia de organizaciones como la Asociación de Mixtecos Residentes en Tijuana y las incipientes organizaciones de vendedoras ambulantes, el primer estudio que enfoca el proceso organizativo de los mixtecos en la frontera es el realizado por Nangengast y Kearney (1990). Su estudio observa el proceso de reconstitución étnica desde California, pero lo encuentra articulado con lo que sucede en Baja California, particularmente en Tijuana. Según los autores, las redes de parentesco a través de la frontera permiten la reconstitución comunitaria en el plano político.

A este campo se agregan las investigaciones de Rubio y Millán (2000), y Velasco (2002). El primer trabajo se realizó a mediados de la década de 1990, con el objetivo de documentar la migración de mixtecos hacia Baja California, con especial atención en la ciudad de Tijuana. De acuerdo con sus resultados, los protagonistas indígenas del comercio en Tijuana son: los purépechas, los zapotecos y los mixtecos; los primeros se dedican a la venta de piñatas, mientras que los segundos y terceros se dedican a la venta ambulante de artesanías y curiosidades. Sin embargo, el recurso organizativo en torno a la venta sólo aparece entre los mixtecos, en forma estrecha a la lucha por el espacio urbano, la obtención de permisos y la negociación con otras organizaciones no indígenas y las instituciones gubernamentales. Velasco (1995a y b) ahonda en este tema desde una perspectiva de género; la investigación encuentra anclajes muy profundos de las estrategias organizativas de las mujeres mixtecas dedicadas a la venta ambulante en su vida doméstica y en las relaciones interétnicas en la ciudad.

En un estudio posterior, Velasco (2002) estudia en una perspectiva geográfica más amplia las organizaciones de mixtecos como agentes étnicos en la frontera México y Estados Unidos y los lugares de origen en Oaxaca. El estudio se realiza en la segunda mitad de la década de 1990 y documenta la efervescencia de organizaciones de distinta índole con expresiones territoriales de escala distinta: local, nacional y trasnacional. El impacto de la movilidad transfronteriza en la familia también se observa en la comunidad. Las redes de migrantes, con base parental y de paisanazgo, logran politizarse y movilizar diversas demandas que conjugan intereses y recursos de distintas territorialidades. En esa medida, aunque las organizaciones surgidas en Tijuana poseen una lógica específica a la dinámica urbana local, sus posibilidades se enmarcan en una dinámica transfronteriza y transnacional. La geografía de las relaciones parentales y de paisanazgo se extiende a lugares agrícolas como San Quintín, en el mismo estado, y a otros lugares en California y en Oaxaca.

La dinámica transfronteriza tiene intensidades y formas distintas entre la población tijuanense.17 La gran ciudad de referencia para la población tijuanense del lado estadunidense es sin duda Los Ángeles. Esto se debe en gran medida a las redes familiares y culturales que hacen de Los Ángeles una de las ciudades estadunidenses con mayor población de origen mexicano y donde está documentada la presencia de mixtecos, zapotecos, triquis y mayas (Fox y Rivera, 2004).

Un hallazgo reiterado en diferentes estudios es el hecho de que la población de origen zapoteco es demográficamente más significativa en Los Ángeles, donde se emplean con mayor frecuencia en servicios (López y Muro, 1999), mientras que la de origen mixteco está asentada principalmente en las áreas agrícolas de California y se emplean como trabajadores agrícolas (Kearney 1986, Zabin et al., 1993, Velasco 2002, Fox y Rivera 2004). Ello es coincidente con el hecho de que los mixtecos tijuanenses tienen lazos familiares y de paisanaje en centros de población más cercanos a la frontera mexicana y de vocación agrícola, como son los condados de Vista, San Bernardino, Oceanside, Santa Cruz y San Diego. El hecho de que los mixtecos estén asociados principalmente a los mercados agrícolas temporales en Estados Unidos explica su movilidad circular en distintos lugares de la frontera mexicana y estadunidense. A veinte años de la reforma migratoria de 1986, ya hay poblaciones mixtecas de primera y segunda generación, cuyos miembros están empleados en servicios en California y siguen teniendo vivienda en Tijuana. La condición de poseer documentos para entrar, trabajar, residir o ser ciudadano en Estados Unidos es un factor diferenciador en el proceso de integración de los indígenas, no sólo del lado estadunidense de la frontera, sino del mexicano, particularmente en Tijuana (Velasco, 2002).

 

Los espacios de la diversidad cultural y discriminación étnica en la frontera

El tema de la discriminación étnica surge precisamente en el estudio del espacio público: la calle y la escuela. Estos espacios son lugares de encuentro con otros distintos étnicamente, por lo que es donde se expresa el prejuicio y las prácticas de discriminación étnica (Clark, 1989; Velasco, 1995b, y Rubio y Millán, 2000).

Pérez (1993) estudia la socialización de los niños, hijos de vendedoras ambulantes. Un aspecto por rescatar en el estudio es la interacción intensa que establecen los niños con los turistas, con los supervisores —funcionarios de gobierno— y con otros vendedores; así como el dominio que adquieren del entorno urbano. Entre las distintas áreas de impacto de esta nueva socialización está la posibilidad de establecer relaciones horizontales y verticales muy diversas, al tener interacción con personas de distintas regiones del país o diferente categoría étnica (mestizos, estadunidenses); así como autoridades de gobierno. Crecer en las calles puede significar un cambio sustancial respecto a la historia de sus padres.

El carácter fronterizo de la ciudad se asoma a través del origen de los turistas que tratan a diario los vendedores ambulantes: estadunidenses, mexicoamericanos y mexicanos de distintas regiones de México. La ciudad es un espacio donde se establecen relaciones interétnicas que implican nuevas solidaridades y conflictos, así como discriminación étnica, particularmente alrededor de la lengua indígena (Velasco, 1995b).

Otro espacio de expresión de la diversidad cultural, particularmente la étnica, es la escuela. El estudio de Moreno (1988) sobre la reproducción de la tradición oral entre los mixtecos en Tijuana permite observar las relaciones interétnicas infantiles en el ámbito escolar. Según el autor, el uso de la lengua indígena constituye un medio para establecer una frontera étnica, ya que se habla mixteco como signo de relaciones íntimas. No obstante estos signos de recogimiento cultural, también el mismo autor encuentra signos de apertura y cambio entre los mixtecos de segunda generación, quienes cada vez son menos distinguibles de sus contrapartes mestizos, en términos de vestimenta, uso de la lengua y aspiraciones.

Los estudios antes reseñados presentan algunos hallazgos de discriminación hacia los inmigrantes por su condición indígena; a la vez que revelan la existencia de un prejuicio étnico en doble sentido: las personas de origen indígena expresan juicios negativos sobre los "mestizos" y los "gringos" al igual que los no indígenas lo hacen sobre los "indígenas". Sin embargo, existe una clara institucionalización del racismo contra los indígenas que funciona en forma estructural. Los estudios registran prácticas institucionales y discursos de los funcionarios de gobierno y en la población de la frontera que son claramente racistas y discriminatorias y que los propios indígenas las perciben como tales (Lestage y Pérez, 2003). Estos últimos autores analizan el papel de la escuela bilingüe en una integración marginal, al reforzar las adscripciones étnicas y no tanto el intercambio cultural. Según Martínez (2003) existen otras vías de exclusión que surgen en los discursos académicos de corte culturalista que utilizamos para explicar ciertas condiciones de vida de las poblaciones indígenas. Martínez presenta hallazgos de investigación sobre las distintas representaciones que existen en torno a las vendedoras ambulantes de origen indígena en Tijuana. En su análisis, tanto los estereotipos que denigran como los que surgen de una visión paternalista o culturalista contribuyen a la exclusión de la población indígena.

La vigencia de la diferenciación indígena-mestizo en la frontera y más allá de los límites administrativos del Estado nación, la documentan López y Muro (1999). Los autores encuentran que el estigma contra el indígena sigue funcionando en Estados Unidos. Los términos de 'oaxaco' o de 'oaxaquita' siguen apareciendo en los campos agrícolas de California. Sin embargo, Velasco (2002) encuentra que también hay un debilitamiento de la alteridad mestiza para definir la identidad indígena al aparecer otras categorías sociales significativas en términos positivos y negativos (por ejemplo, logran alianzas con otras minorías étnico-nacionales como los hmong de Laos). Es un hecho que la migración indígena a una ciudad fronteriza no es distintiva de la que sucede en otras ciudades en términos de la experiencia de contacto con otros distintos, lo que sí parece una particularidad es la diversidad de categorías nacionales que circulan en ciudades con alta interacción transfronteriza, como es el caso de Tijuana, con una débil sedimentación histórica de las categorías nacionalistas de mestizo e indígena.

 

Síntesis de hallazgos

La evaluación de la literatura sobre la inmigración indígena en la Ciudad de México y en la de Tijuana requiere tener presente el hecho de que cada una de ellas representa procesos distintos de urbanización e industrialización en México. Siguiendo a Smelser (2003), he tratado de rastrear en la bibliografía cómo se da el proceso de integración en dos contextos urbanos distintos, con la finalidad de encontrar las constantes del fenómeno.

Los estudios realizados en Tijuana datan de la década de 1980 en pleno proceso de industrialización maquilador y cuando la ciudad se había constituido como uno de los puntos de cruce más importantes en toda la frontera mexicana hacia los Estados Unidos. En tanto, los primeros estudios sobre migración indígena en la Ciudad de México datan de la década de 1960, cuando la ciudad estaba en plena urbanización y sucedía una transformación económica en todo el país. De alguna forma, los estudios realizados en la Ciudad de México son un referente fundamental para entender la evolución de la población indígena y sus pautas de inmigración a las ciudades, así como las formas como se pensaba el tema indígena en el concierto nacional.

La organización en cohortes temporales hizo posible observar las aproximaciones y hallazgos en distintos contextos históricos.

La primera cohorte referida de las décadas de 1960 y 1970 presenta estudios que abordan la emigración de zonas rurales a la ciudad, desde el paradigma de la modernización. Con tal enfoque, los indígenas que migran a la ciudad son agentes de cambio en sus lugares de origen; gracias a ellos el proceso de urbanización se extiende de la ciudad al medio rural. La integración se da como un proceso de asimilación a un estilo de vida urbano que supone la pérdida de ciertos rasgos de la vida campesina, particularmente en el consumo de bienes. Los hallazgos señalan las redes parentales como el recurso principal de estos inmigrantes en la ciudad. No existe claramente un enfoque étnico en los estudios, ya que los inmigrantes indígenas son tratados analíticamente como campesinos en proceso de modernización.

Dentro de esta misma cohorte, de las décadas de 1960 y 1970, se revisan estudios sobre inmigración indígena con un enfoque histórico-estructural. La migración campo-ciudad forma parte del proceso de cambio estructural producto de la industrialización desigual en México, y la urbanización es su resultado. En este marco, la migración es una estrategia familiar de vida ante la descomposición de la economía campesina; las estrategias familiares operan con una lógica colectiva y con una división sexual del trabajo. Los estudios de estas décadas dan un giro importante al hablar más del indígena urbano que del inmigrante. Sin desconocer que el proceso de urbanización es un fenómeno totalizador, que incluye al medio rural y al urbano, se comprueba la existencia de una heterogeneidad urbana. Los indígenas, al igual que otros pobres urbanos, viven un tipo de suburbanismo donde las relaciones de parentesco juegan un papel primordial para su integración a las ciudades. La familia indígena urbana es una familia nuclear en términos de organización económica, pero ampliada en términos de disposición residencial. La importancia de la vida comunitaria basada en el apego a la comunidad local de origen (el paisanaje) se expresa en la formación de asociaciones de inmigrantes que reproducen el sistema cívico-religioso en las ciudades y canalizan fondos a las comunidades de origen.

La segunda cohorte de las décadas de 1980 y 1990 incluye estudios que produjeron un caudal de hallazgos empíricos sin un paradigma dominante. Me atrevería a decir que estos estudios están bajo la influencia de las teorías sobre etnicidad que provienen de la escuela de Manchester —particularmente de Fredrik Barth (1969)—, la cual tuvo como base empírica el estudio de las migraciones urbanas en Africa y Asia. Así como las teorías sobre diversidad cultural producidas en Estados Unidos y Gran Bretaña (Banks, 1996).

En forma sintética se puede decir que los estudios de estas dos décadas documentan la existencia de un sujeto indígena urbano y de una nueva geografía étnica en México, que incluía a las ciudades. En el periodo precedente, tanto la teoría de la modernización como la histórico-estructural habían dado cuenta, principalmente, de estrategias de adaptación individual y de integración familiar, en tanto que en este tercer periodo que cierra hasta finales del siglo XX es sobresaliente la atención en la comunidad. Además, aparece la categoría étnica de 'indígena' en el marco de las relaciones culturales en el espacio urbano.

Después de varias décadas de migración indígena a las ciudades, es posible observar el efecto del tiempo de residencia y del continuo flujo de inmigrantes indígenas en el proceso no sólo de integración de los indígenas, sino de constitución del espacio urbano. El proceso de asentamiento no supone el alto a las nuevas migraciones ni a la movilidad de los asentados. Se documenta el asentamiento residencial de inmigrantes que reproducen instituciones parentales, como el compadrazgo y padrinazgo a la vez que instituciones comunitarias como el tequio y las cofradías. Las asociaciones pro-pueblos, aunque ya habían sido estudiadas desde la década de 1970, en esta nueva etapa cobran una mayor visibilidad asociadas a las políticas de identidad de estos inmigrantes. En este periodo se documentan transformaciones culturales entre las poblaciones indígenas que se alejan definitivamente de la tesis del cambio lineal; los estudios enfrentan el hecho de la revitalización comunitaria y el surgimiento de identidades étnicas en las ciudades.

El último conjunto de trabajos, en los años iniciales del siglo XXI, muestra una ciudad como un espacio pluriétnico, donde los indígenas comparten el espacio con otros pobres urbanos y con una diversidad de indígenas inmigrantes. Aunque ya había sido planteado por Lourdes Arizpe, en este periodo es recuperada la tesis de que la integración de los indígenas a las ciudades no sólo depende de sus capacidades y recursos, sino de la imagen negativa que tienen las otras categorías sociales en el marco del nacionalismo mexicano y de las políticas de los gobiernos urbanos. Y que incluso la negación identitaria es un recurso de integración en el contexto de estigma y racismo contra lo indígena.

A diferencia de los estudios de la década de 1980 que estudiaron el cambio que sufrían los indígenas inmigrantes en su adaptación a la vida urbana, estos últimos estudios plantean observar la transformación de lo urbano a partir de esas migraciones indígenas. La imagen de una ciudad multicultural como resultado de las migraciones indígenas está plenamente asentada a principios del siglo XXI.

Los estudios realizados en Tijuana se alejan de los estudios de comunidad indígena en la década de 1960, con la que inicia este recuento. No domina una perspectiva teórica común, en conjunto constituyen estudios de corte sociodemográfico y de lo que podría llamarse antropología urbana (Hannerz, 1986). Sin embargo, sí es notoria la influencia de la aproximación transnacional y de los estudios sobre identidades fronterizas. Hay un énfasis constante en la migración como un proceso de articulación entre economías con lógicas de acumulación muy distintas, propio de la aproximación histórico-estructural. Ese marco analítico permite comprender bajo una misma lógica capitalista la migración indígena en distintos puntos de México y Estados Unidos.

Los estudios tienen hallazgos comunes a los estudios realizados en la ciudad de México en torno al papel de los lazos parentales y de paisanazgo en el proceso de asentamiento y en la movilidad geográfica en la región. En el plano individual, el bilingüismo español-lengua indígena sigue siendo un elemento facilitador, agregándose ahora el trilingüismo, con el dominio del inglés.

A la vez, a diferencia de lo que se documenta en la Ciudad de México, en Tijuana las estrategias de integración a la vida fronteriza dependen del acceso al empleo del otro lado de la frontera, o bien, a la condición de ciudadanía estadunidense por los beneficios sociales. En esa medida, el tipo de empleos y la posesión de documentos migratorios para cruzar la línea, trabajar o residir se vuelven factores de diferenciación extremadamente importantes respecto de otros inmigrantes. La integración transfroneriza de los mixtecos se da básicamente a través del empleo en la agricultura de California, lo cual define el tipo de urbanismo que experimentan en Tijuana.

 

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Notas

1 Esto me hizo dejar a un lado literatura muy importante que presenta reflexiones o revisiones sobre el tema que no constituyen resultados de investigación.

2 Parece que tiene en mente el texto clásico de Wirth, Louis (1938).

3 Friedman (1970) conceptualiza la urbanización como un sistema interrelacionado de cuatro procesos básicos: flujo de población, flujo de bienes, flujo de poder y flujo de innovaciones. Los dos primeros van de la localidad a la ciudad y los dos últimos van en sentido inverso. De esta forma, la urbanización integra a la sociedad rural como a la sociedad urbana.

4 La escuela de Manchester se considera una corriente de pensamiento surgida en las décadas de 1950 y 1960 en los estudios sobre localidades urbanas y rurales en el África Central de dominio británico. Entre sus exponentes más sobresalientes está Marx Gluckman y Fredrick Barth para el caso de los estudios sobre identidad y etnicidad. Esta escuela desarrolla el concepto 'red social' como articulador de la esfera urbana y rural en una mirada sistémica integradora.

5 Al parecer, está tomado de Bourdieu (1997: 16-18).

6 El concepto de estrategias familiares de vida aparece como un instrumento clave en los estudios de los pobres urbanos. En México, los estudios de Larissa Lomnitz en la década de 1970 (1998) y sus propuestas sobre los mecanismos de sobrevivencia de los pobladores marginados en una barriada de la Ciudad de México son una referencia fundamental. La idea de marginalidad tomada de Aníbal Quijano, con su idea de una industrialización desigual y dependiente, establece como tesis que la única forma de integración de los pobres urbanos es a través de mecanismos informales basados en las redes sociales de intercambio de base parental.

7 Es en esta época que aparece el Comité Cívico Tlacotepense en Ciudad de México, con inmigrantes de Oaxaca, Distrito Federal y Sinaloa que tratan de oponerse al PRI. Ver Velasco, 2002.

8 Valencia (2000) y Vargas y Dávila, 2002 confirman esta continuidad de prácticas indígenas y autoadscripciones indígenas en las ciudades.

9 El estudio de Lira (1983) documenta la forma como creció la Ciudad de México desde el siglo XVIII a costa del desplazamiento de las poblaciones indígenas a las localidades periféricas. Este desplazamiento sucedió desde que Cortés trazó la organización espacial de la ciudad, en donde los barrios indígenas se segregaron del centro para dar sitio a los conquistadores y pobladores españoles. Esta tendencia se mantuvo hasta mediados del siglo XX, cuando las migraciones campo-ciudad alteraron tal disposición espacial.

10 Estos son los mismos criterios con los que Louis Wirth analiza lo urbano a principios de siglo XX (Wirth, 1938: 10).

11 El conteo censal de 2005 registró que 1.3 por ciento del total de la población de Baja California de cinco años y más hablan una lengua indígena. Ese porcentaje está constituido por 32 560 personas, de las cuales sólo 360 hablan una lengua de origen nativo, como el Cucapa, Cochimí y Kumiai (constituyendo 1.1 por ciento de los hablantes de lengua indígena); llama la atención que la lengua Paipai ya no recibe ningún registro.

12 Al parecer, el término tarasco ha entrado en desuso, debido a un asunto de política de identidad. Según me explicó el dirigente de la organización Corazón Purépecha en Tijuana, tarasco es un término peyorativo con el que los españoles nombraban a los índígenas, por ello se ha reivindicado el término purépecha como el nombre del grupo y la lengua. (Hugo Cortés, Tijuana, 13 de octubre 2005, entrevistado por Laura Velasco)

13 En esta investigación, Clark (1989) compara a los mixtecos de Oaxaca con los tzintzunzeños de Michoacán como vía de distinción entre indígenas y no indígenas. No queda claro porque elige a los tzintzuzeños como ejemplo de no indígenas, cuando en 2005 el municipio de Tzintzuntzan tenía 17.8 por ciento de población de cinco años y más que hablaba una lengua indígena.

14 Los mixtecos cuantitativamente son el grupo indígena más numeroso en la ciudad y en el estado (más del doble que los purépechas). Según el conteo de población en 2005, en Tijuana había 2 840 personas de cinco años y más hablantes de lengua mixteca, frente a 1260 hablantes de purépecha (INEGI, 2005).

15 Durand (1995) presenta resultados de una investigación realizada en Nahuatzen, Michoacán, con un patrón hacia Estados Unidos asociado con los programas de braceros. Esta presentación la hace en el marco de una reflexión sobre la migración indígena y aclara que aunque los pobladores de Nahuatzen tienen como vecinos en las rancherías cercanas a pobladores indígenas, todos comparten la identidad de serranos, habitantes de la Sierra Tarasca. En un estudio todavía en curso se han detectado tres organizaciones de purépechas, una de ellas con personas procedentes de Nahuatzen, quienes hasta muy recientemente se han nombrado purépechas, ya que antes se organizaban en el rubro de Michoacanos. La forma como opera la adscripción étnica entre los purépechas y la migración es una veta abierta al estudio.

16 El estudio de Pérez (1989) sobre las mazahuas en otra ciudad fronteriza (Ciudad Juárez, Chihuahua), nos permite comparar la experiencia de integración de las mujeres mixtecas dedicadas a la venta ambulante en Tijuana. En Ciudad Juárez, las mujeres también se dedican a la venta ambulante, al igual que las mixtecas en Tijuana, y su integración social se basa en su pertenencia étnica, su lengua y sus relaciones de parentesco. La residencia contigua con parientes ayuda a desarrollar una especie de arraigo en estos nuevos lugares de migración. Según la autora, no existe una integración a la sociedad juarense, la cual rechaza a los mazahuas como extraños. La condición de clase de los inmigrantes mazahuas evita una movilidad e integración social.

17 El 8.5 por ciento de la población económicamente activa reside en Tijuana y trabaja en Estados Unidos (Alegría, 2006).

 

Información sobre la autora

Laura Velasco Ortiz. Estudió el Doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología en El Colegio de México. Es investigadora del Departamento de Estudios Culturales en El Colegio de la Frontera Norte. Es investigadora nacional nivel II. Ha publicado Mixtee transnational Identity, University of Arizona Press, Tucson, 2005 (traducción actualizada de El regreso de la comunidad: migración indígena y agentes étnicos. Los mixtecos en la frontera México-Estados Unidos. México). Los artículos «Raza, clase y etnicidad: una aproximación a la sociología de John Rex», en colaboración con Óscar Contreras, en Revista Mexicana de Sociología 2006; y «Migración y fronteras: ser indígena más allá de la nación», en Aztlán: a Journal of Chicano Studies, UCLA, Chicano Studies Research Center, vol. 29, num. 1, 2004. Correo electrónico: lvelasco@colef.mx

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